Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización
Capítulo 4
El Inicio de la historia.
"Me gusta pensar que, sin la muerte, cada nacimiento sería una tragedia."
Carlos Cristos
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Rosalie, nerviosa, siguió a Grace a través del recibidor de la enorme mansión hacia el comedor. Se había cambiado de ropa y ahora vestía un poco más cómoda. Le impresionó el hecho de que habían hermosas fotografías por toda la casa haciéndola parecer un museo. En el comedor le llamó la atención el tamaño de la mesa. Esta tenía muchas sillas y que nadie la ocupara, más que ella, lo hacía aburrido. La mayoría de los sirvientes, que eran muy pocos, se la pasaban de un lado a otro manteniendo la primera planta en orden, pero nadie nunca miraba la segunda planta, o a ella. Todos estaban enfocados en su trabajo y parecían estar demasiado ocupados todo el tiempo limpiando sobre lo limpió. Todo parecía sacado de una película del siglo XV en el que nadie miraba a la reina y eran sigilosos.
Luego de desayunar, caminó insegura tras Grace, quien no la miraba y, como fiel cachorro, seguía las órdenes de la señora. Como si pudiera escuchar sus pensamientos Grace se giró y la observó un momento de pies a cabeza frunciendo el ceño al verla en jeans y una blusa suave de algodón. Antes de que la puerta del estudio se abriera Emmett Mccarthy salió sin dirigirle, ni por educación, una simple mirada. Él solo la ignoró y Rosalie no supo por qué, pero su corazón se agitó en mil latidos descontrolados y dolorosos en cuanto lo vio. Se maldijo por mirar en la dirección de un hombre que parecía un mujeriego y vividor.
Grace se aclaró la garganta llamando su atención y Rosalie apretó las manos en puños intentando armarse de valor. No sabía porque, pero estaba segura que iba a necesitarlo. Escuchar lo que la señora tenía que decir debía de ser importante y ella debía estar loca para que la curiosidad la hubiese llevado tan lejos de su casa como lo estaba en ese momento.
Isabella estaba de espaldas a ella cuando entró en la oficina. Parecía que miraba fijamente hacia el jardín hermoso dándole la espalda. Rosalie no había notado el día anterior la enorme ventana en el estudio, ni mucho menos las cortinas espesas que estaban recogidas hacia los lados dejando ver un marco de madera que parecía antiguo, hermoso; el sol alumbraba de una forma melancólica el cabello de Isabella, haciéndola lucir como en las fotografías de su alrededor, sólo entonces Rosalie reparó en el color castaño rojizo de la señora y en el hecho de que estaba suelto, al igual que sus manos no llevaban los guantes que siempre las cubrían. Isabella, en esos momentos, le pareció una obra de arte antiguo. Era como una mujer de los tiempos de antes que esperaba algo frente aquel marco o quizás a alguien, parecía relajada o preparada. Isabella parecía la esposa de un marinero que había zarpado para nunca volver y ella aún lo esperaba confiada de que un día el barco iba a verse en el horizonte.
—Buenos días —saludó intentando ser educada. Isabella en cambio no se giró para verla ni la saludo.
El sol estaba dándole un poco de la calidez que necesitaba. Había estado pensando demasiado y apenas había dormido unas pocas horas. Aunque estaba acostumbrada a las pocas horas de sueño le dolía la cabeza y los ojos le palpitaban.
—¿Cómo empiezas una historia Rosalie?
Rosalie se sentó al comprender lo que Isabella quería decir ¿Cómo empezar una historia? Era una buena pregunta para la que no tenía una respuesta concreta. Ella no sabía cómo escribir una historia, mucho menos sabía cómo empezarla; se había aventurado a escribir artículos de la señora porque le había inspirado molestia el hecho de que la mayoría de personas la señalaban como una mujer adicta al trabajo y lo suficiente mala como para pisar las cenizas de su enemigo después de haber acabado con él y, hasta cierto punto, Rosalie sabía que Isabella era así o quizás peor; la gelidez de sus ojos era más que suficiente para saber que esa mujer escondía algo, posiblemente un dolor con el que nadie más que ella podía cargar sobre sus hombros. Pero su instinto le decía que había algo más también. Que bajo esa capa de acero había algo extraño que quizás podía llegar a ser en cierto punto algo bueno.
—¿Qué es lo que quiere contar? —fue lo único que a Rosalie se le ocurrió preguntar. Isabella se giró y como la primera vez que la vio, Rosalie se sintió fuera de lugar. Era una mujer hermosa, un ángel maligno, su cabello suelto la hacía lucir más joven, la hacía verse inocente casi se veía como la chica de la fotografía que estaba tras ella.
—Todo.
Todo. Palabra de tan solo cuatro letras que envuelve demasiado. Hay miles, millones, incontables cosas envueltas en todo. ¿Cómo describes o cuantificas una palabra que no puede ser cuantificada? Todo. Fue su escueta respuesta, y Rosalie sacó su libreta y asintió diciéndole:
—Entonces sería bueno que empiece desde el principio.
Isabella caminó de regreso a su silla. Su mirada, como siempre, no demostraba nada. Era demasiado difícil saber qué estaba pensando cuando era tan inescrutable y parecía insensible, casi parecía una estatua sin vida Rosalie la vio abrir una gaveta de su escritorio, sacar una laptop plateada y una cajita negra con un botón rojo, una grabadora, la cual conectó a la laptop con precisión, y luego la giró hacia ella mostrándole un programa que iba a copiar todo lo que ella iba a decir. O lo que ambas iban a hablar.
De pronto recordó uno de los tantos documentales que su padre le había obligado a ver en donde le hacían entrevistas a los asesinos en serie. El reportero siempre llevaba este tipo de artefactos y el asesino decía lo primero que se le venía a la cabeza demostrando su falta de racionalidad y sentidos. Se preguntó si estaba a punto de entrevistarse con un asesino en serie o algo así.
—Podría haber escrito la historia con esa máquina —murmuró ágilmente Rosalie volviendo al presenté. Isabella le frunció el ceño pareciendo ofendida.
—Una máquina no iguala el trabajo de un ser humano. La máquina es precisa, rápida, no capta emociones ni gestos, una persona es detallista y perfeccionista aunque siempre comete errores. Eso es en lo que un ser humano supera a una máquina. Lo sé porque trabajo con ambos, tanto las máquinas como los seres humanos y fuimos nosotros quienes las creamos, en busca de una perfección que no podemos igualar.
Rosalie no dijo nada, pero las palabras de Isabella la sorprendieron tanto que sin que lo notará las anotó en su libreta. Solo alguien que sabía del éxito podía hablar de esa forma Isabella giró la laptop y la colocó frente a Rosalie al igual que la grabadora.
—Cuando estés lista puedes encender la grabadora y podemos empezar. Me tomaré las mañanas contigo y cuando sea necesario irás conmigo a la empresa —Rosalie asintió y miró a la señora un momento, solo dos segundos bastaron para que se preguntará, ¿Estaba lista? ¿Necesitaba estarlo? Sinceramente no lo sabía aún así suspiró.
—Nadie está listo para enfrentarse a lo desconocido.
Encendió la grabadora sin esperar una respuesta de la señora, emprendiendo en ese momento un viaje en el tiempo, pues la señora empezó a hablar.
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Bronx, Nueva York 9 de Noviembre de 1965. 17:40.
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En medio de un caos extraordinario, Marissa Ryan caminaba por las calles oscuras de Nueva York con un bebé entre sus brazos delgados mientras lloraba descontroladamente. Nadie la había notado, nadie podría hacerlo. Había gente gritando y corriendo de un lado a otro, policías, bomberos, la fuerza armada, hasta ellos estaban asustados intentando ayudar a la incontable cantidad de gente que corría de un lado a otro asustada mientras unos gritaban que era el fin del mundo.
Un apagón había golpeado a la gran manzana y no había forma de saber la razón, ni siquiera podían mirarse las manos. Caos era una palabra pequeña en comparación a lo que estaba sucediendo. Había personas saqueando las tiendas y los supermercados, hasta se escuchaban disparos.
Marissa se abrazó a la pequeña criatura que llevaba en sus brazos y caminó lo más rápido que pudo entre aquel caos, buscando la manera más ágil de no ser notada por nadie, porque podrían descubrir su objetivo.
Pero eso no importaba, nada de lo que estaba pasando importaba. Marissa miró a su hija de un día de nacida y lloró descontroladamente ahogando los sollozos en el pecho de la pequeña criatura inocente que llevaba en brazos. El orfanato es un lugar tenebroso y sucio, pero su padre había sido claro, ella tan solo es una niña de diecisiete y no podía ser madre no en su casa, no en su situación. Ellos eran muy pobres, y ella había sido ingenua dándole su virginidad a un bastardo que había desaparecido tan pronto como la palabra embarazo había salido de sus labios. Le dolía el cuerpo y tenía revuelto el estómago, pero le dolía más su corazón, era esa sensación maldita de estar haciendo las cosas mal, esa sensación extraña de querer quedarse allí aferrada a lo único que tenía de ella.
Aún así besó la frente de su hija y la dejó en los escalones. El timbre no funcionaba y eso la hizo sollozar. Dio una última mirada al edificio oscuro; si seguía allí viendo a su hija en el frío suelo iba a arrepentirse de estar cometiendo tantos errores. A su alrededor el caos aún se desataba en Nueva York mientras ella abandonaba a su única hija y nadie, nadie se detenía a verla.
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Nueva York. Años ochenta.
La vida de René estuvo marcada por el abandono y siendo una huérfana y menor de edad se fugó del infierno a un lugar mucho peor. Era ingenua tal como en su tiempo lo fue su madre y cuando menos lo imaginó se vio atrapada en las drogas y el alcohol. Borracha bailaba en un club nocturno que permitia la prostitución y el tráfico ilegal de sustancias ilícitas. Pero eso pagaba su departamento sucio y sus drogas. El alcohol era gratis para ella en el club.
El alcoholismo y la drogadicción son enfermedades poderosas que te llevan a la perdición desde un principio. René lo sabía, pero eso no le impidió ser una mujer pérdida en ese mundo. Una que al final jamás tuvo algo que perder. No había tenido jamás afecto, ni siquiera sabía lo que era el amor. Eso no existía y no podía existir en su corazón, pues en su mundo moverse con sentimientos era terminar muerto en un callejón oscuro sin reconocimiento.
Hasta que él llegó. Era un hombre alto, quizás media metro ochenta o noventa, su cabello castaño era una tentación al igual que sus ojos gris oscuro y su rostro, que solo demostraba que no quería estar allí como sus amigos, quienes parecían perros carroñeros y hambrientos tocando y pagando por sexo, alcohol y drogas que él no probó.
Era apuesto. Tenía barba prolija y un traje que parecía hecho a medida. Llevaba un rolex que parecía costar mucho más de lo que cualquiera en una buena racha pudiera pagar. Era un hombre millonario, su porte lo delataba, y también era joven. Un buen prospecto para la perdición.
Él no la miró, pero ella sí lo hizo e intentó por todos los medios engatusarlo, llamar un poco su atención, pero le fue imposible hacerlo. Él se rió de ella y sus intentos, la llamó absurda haciéndole ver que era un cínico. Él mencionó que estaba a punto de casarse y esa era solo su despedida de soltero. Uno de sus amigos se lo dijo también al oído, mientras le metía la mano entre las piernas. Tenía la esperanza de que cuando el idiota se fijará en ella, ella pudiera quedarse embarazada y él la sacara de allí como Luciana habia hecho y, aunque la estúpida se creyera una señora, era muy poco porque su esposo la odiaba, pero él se la había llevado lejos de allí y se había casado con ella. La perra ahora tenía una mansión y un auto a su nombre, un diamante también en su dedo corazón y nadie la tocaba a parte de su marido. La envidia era pequeña a lo que cualquiera pudiese sentir en comparación.
Esa no fue su noche y terminó acostándose con un viejo gordo y feo que la lastimó. Aún así su suerte le sonrió, seis meses después cuando creyó que iba a ser para siempre una prostituta barata, él volvió. Su mirada estaba triste esta vez, perdida, parecía un hombre apesadumbrado y esta vez logró su cometido, él si la miro.
Sin embargo, en su ingenuidad también había algo que René nunca esperó. Él desapareció después de varias noches dejándole solo un recuerdo, mil dólares y un nombre. Charles. Y un embarazo no deseado.
Nací el 11 de Junio de 1985 en una clínica sucia y pobre, casi en el lodo. Tenía parecido a aquel hombre que desapareció de Nueva York dejando a una mujer ingenua atrás junto al fruto de unas noches de debilidad, pero a René muy poco le importó. Ella estaba borracha todo el tiempo y de pronto se vio en la necesidad de comprar leche, pañales y medicinas para una bebé que en ese momento dependía de ella.
No me abandonó porque se lo había prometido. Quería cambiar la historia de una pequeña criatura que no había pedido venir a este mundo, pero en su entorno nada cambió. Ella siguió siendo una prostituta barata de esquina en las noches, mientras que de día dedicaba su vida al alcohol y las drogas y veía en su locura crecer al fruto de lo que se había ganado a pulso. Una maldición que llevaba a cuestas como una carga quizás más pesada que la cruz que había cargado Jesús.
Isabella Marie Swan. La hija bastarda de un rey y una prostituta barata de un simple burdel.
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Rosalie detuvo la grabadora demasiado agobiada con lo que estaba escuchando, era demasiada información para procesar. ¿Cómo podía una mujer como ella ser la hija de una puta y la nieta de una mujer que abandonó a su bebé en un orfanato? ¿Era Charles Swan su padre? ¿Por qué no llevaba su apellido? Muchos hablaban de la mujer que de la nada había llegado a salvar una empresa en bancarrota y se había adueñado de ella. Instantáneamente Isabella también se detuvo sin dejar de mirarla. Rosalie estaba pálida, parecía que la fuerza, la intensidad del inicio de su vida había sido demasiado para ella.
—¿Cómo sabes que su abuela abandonó a su madre? Digo, eso fue hace mucho tiempo. Mucho antes de que usted naciera.
Fue lo único que pudo preguntar Rosalie puesto que quizás habían demasiadas cosas que aún no le quedaban claras, información que le parecía demasiado cruda.
Isabella sacó una llave de la misma gaveta de la que había sacado la laptop y luego se giró para abrir la puerta de un armario que estaba cerrado. Detrás de aquella puerta había otra puerta metálica con tecnología que impresionó a Rosalie. Eso quizás solo se veía en las películas de ficción. Isabella abrió la puerta poniendo su mano en un detector de huellas dactilares y Rosalie vio cajas negras organizadas dentro. Esas cosas deberían pasar solo en las películas, pensó de nuevo.
—Encontré a Marissa cuando solo le quedaba una semana de vida, ella me dio esto —dijo Isabella dejando caer la caja en el escritorio. Rosalie la miró como si fuese una bomba, Isabella en cambio abrió la caja y una revista de Life* de 1965 apareció a la vista. Era una revista que por su edad bien podría valer una fortuna ya que marcaba uno de los hechos catastróficos más importantes de Nueva York en ese tiempo.
—Hay un diario que narra exactamente lo que yo te he narrado. No hay más que la parte en la que Marissa abandona a René en el orfanato, puedes leerlo si quieres, pero te dije textualmente lo que leí. Sobre René también tengo información sobre lo que te he narrado antes, testimonios de personas que contaron lo que te conté. Aún hay una amiga de Rene viva en una mansión en alguna parte de Nueva York. Lucianna aún la recuerda mucho. Puedo darte su número de teléfono si lo quieres.
—Son hechos históricos y trágicos —dijo Rosalie tomando con cuidado la revista en sus manos. Estaba áspera y su papel estaba arrugado, viejo. Isabella sonrió de forma imperceptible, la chica siempre la había parecido inteligente.
— Trágico no es la palabra adecuada, sin embargo puede ser la correcta hasta cierto punto. Marissa tuvo un final triste, no pudo volver a ser madre y no encontró a René porque jamás supo su nombre ya que la había abandonado siendo una recién nacida, sin dejarle nada suyo. Trágica, sin embargo, es una palabra demasiado grande para alguien que se ganó lo que se buscó también. Ellas buscaron su tragedia y sólo entonces cuando estaban demasiado llenas de mierda se arrepintieron. No buscaron arreglar nada. El arrepentimiento no es nada en comparación al karma.
Rosalie asintió sin dejar de mirar la revista impresionada y luego miró a Isabella, quien miraba la caja como si fuese un tesoro.
—¿De qué murió… Marissa?
—Tenía cáncer, un tumor en el cerebro y no lo descubrieron a tiempo. Hizo metástasis y se reprodujo por todo su cuerpo.
Rosalie tomó nota y luego preguntó
—¿Cómo la encontraste? ¿Ella no pudo dar con tu madre y tú…?
—Esa es otra historia. Estamos hablando de René, no de Marissa en este momento. Lo sabrás a su tiempo, sin embargo.
Rosalie se sonrojó cuando Isabella la interrumpió y asintió de acuerdo. Naturalmente todo llevaba su ritmo.
Ella tenía cierto límite de preguntas por historia, pero de solo pensar que ese era el inicio hizo que su mundo girara a su alrededor como si ella fuera en una ruleta rusa. Una que no pensaba detenerse por sus emociones jamás.
Marissa era una mujer que bajo la influencia de su tiempo había abandonado a su pequeña.
René una prostituta ingenua, drogadicta y alcohólica.
Charles un hombre que había sido dueño del mundo ¿Por qué volver a René si se había burlado de ella, viéndola como su inferior?
Pero la pregunta más grande de todas era ¿Quién era Isabella Cullen?
¿Estaba lista para esa respuesta? Volvió a preguntarse a sí misma nuevamente.
Isabella empezó a contar lo que va ser un camino escabroso de malos y buenos recuerdos, ¿Están listas? Espero que sí. Rosalie lo sabe, sabe que será un caos lleno de cosas que darán más miedo que ternura. Así que prepárense chicas. Gracias por leer y comentar. Joana, gracias por ser mi pilar, sin ti todo esto no será posible.
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