Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización


Capítulo 5

Páginas en blanco.

"El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive". Dostoievski.

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Rosalie saltó en su asiento asustada cuando la puerta del estudio se abrió de forma estrepitosa y Emmett entró junto a Lauren. La despampanante rubia llevaba su cabello suelto y éste le llegaba hasta la cintura, usaba unos tacones tan altos que Rosalie se preguntó cómo alguien podría caminar con ellos; esas mujeres debían enseñarle a hacerlo. Una falda tubo negra hasta las rodillas, una blusa beige con un escote que desviaría la vista de cualquiera incluyendo a Emmett, quien quizás le había contado algún chiste ya que ella se reía abiertamente a carcajadas y sus ojos verdes brillaban con diversión sin reparar en nadie en la habitación. Tenía una risa fresca y seductora. Emmett McCarthy parecía demasiado encandilado con ella.

—Esa no es forma de entrar en mi oficina.

Lauren se detuvo en un movimiento seco para ver a Isabella, quien no dejaba de mirarlos desde su asiento, con los ojos abiertos boqueando como un pez fuera del agua y empezó a temblar en su lugar sorprendida.

Rosalie saltó en su asiento y se arregló los lentes por la fuerza de la voz de la señora. Emmett no se inmutó, él parecía saber muy bien lo que estaba haciendo. Después de todo el hombre le empezaba a parecer un manipulador.

Rosalie observó como, en cámara lenta, Isabella rompía un lápiz que estaba girando entre sus dedos y eso hizo a Lauren cerrar la boca y la vio palidecer aún más. La chica parecía saber que estaba en muchos problemas.

—No sabía que estaba trabajando tan temprano señora, yo… —comenzó a decir Lauren que miraba a todos sitios menos a su jefa y, cuando se fijó en Rosalie, su mirada cambió entrecerrando los ojos con un brillo de frialdad. "Así que Emmett había dicho la verdad y ahora su jefa tenía una chiquilla estúpida escribiendo sobre ella" pensó la rubia de ojos verdes sin quitarle los ojos de encima a la niña en la silla.

—Yo sí —gruñó Emmett molesto poniendo sus manos en el respaldo del asiento de Rosalie. Lo había hecho a propósito, distraer a Lauren era algo demasiado sencillo. Él solo tenía que sonreír burlonamente hacia ella y decir una o dos palabras bonitas y trilladas. Si bien la asistente era una mujer muy buena en su trabajo, ella no dejaba de ser una cabeza hueca con aspiraciones a algo que jamás podría tener. Él por ejemplo.

Rosale se regañó mentalmente porque al sentir las manos poderosas de ese hombre que la ponía nerviosa cerca de su espalda, su corazón saltó en miles de latidos descontrolados, desconcentrándola. Su propósito no era estar allí para enamorarse de un hombre que solo se le metería en las bragas y saltaría sobre su corazón haciéndolo nada. Su objetivo era probarse a sí misma que podía escribir una historia y convertirse al fin en quien quería ser. Una reconocida reportera y quizás, si todo salía bien, una gran escritora.

—¿Qué quieres Lauren? —preguntó Isabella mirándola fijamente desde su lugar y, aunque estaba sentada en ese momento, Rosalie vio en su imaginación a Lauren convertida en una pequeña mosca. Isabella era la tarántula que acababa de atraparla en su red y estaba mirándola con hambre, estaba a punto de comérsela viva y hacerla sufrir.

—Necesito los contratos nuevos para Airlines y las cuentas del proyecto Luminix. Jonh va a revisarlas de nuevo. Los presupuestos generales de la flota de aviones y, por supuesto, parte del material que se compró la semana pasada se agotó así que hay que hacer un nuevo pedido. Y eso solo lo hace usted señora —respondió rápidamente Lauren revisando su tablet, luego miró a Isabella esperando que dijera algo, pero ella solo la miró.

Lauren no soportó su fuerte mirada ya que la esquivó nerviosa mirando a otro lugar menos al rostro de su jefa. Maldición si no estaba a punto de ser despedida por flirtear con uno de sus jefes.

—¿Dónde está Grace? —preguntó Isabella haciéndola estremecer porque su mirada demostraba que estaba molesta, muy molesta. Rosalie agradeció que su furia no fuera dirigida hacia ella, no se quería imaginar cómo terminaría si algún día fuera su objetivo.

—Isabe… —comenzó a decir Emmett, pero no pudo terminar la frase porque la señora espetó levantándose de su asiento y colocando sus manos sobre el escritorio como una cazadora a a punto de saltar sobre su presa.

—Nadie. Entra. En. Esta. Maldita. Oficina. Sin. Tocar ¿He sido clara?

Lauren asintió fervientemente sin parpadear, sin embargo Emmett se cruzó de brazos soltando el respaldo de la silla furioso.

—Te he dicho desde un principio que no estaba de acuerdo con esta estupidez, sin embargo estas haciendo lo qué se te da la jodida gana y… —despotricó Emmett, pero Isabella lo interrumpió.

—Y eso es algo que no te importa. Fui clara contigo y voy a ser clara con Lauren también. Deja de tratar de meterte en los pantalones de este imbécil o voy a malditamente despedir tu estúupido y operado trasero en dos segundos, sin parpadear. Sabes que no voy a tocarme el corazón. Tu hermana perderá sus beneficios en la universidad si sigues perdiendo el tiempo por el que te pago para trabajar y hacer bien tu trabajo.

Lauren asintió insegura.

—Me reuso a jugar este estúpido juego. No quiero ser parte de esto —gruñó Emmett girándose para salir, pero las palabras de Isabella lo detuvieron como si hubiese visto a medusa a los ojos y se hubiese convertido en una enorme estatua; como si Isabella hubiese tenido miles de cadenas y solo lo hubiese atado sin piedad.

—Sabes bien que no puedes hacer lo que te da la gana, esta no es tu casa. Son mis empleados y ellos hacen lo que yo digo. Esto no es por ti y tu jodida vida.

—Lauren sal de aquí. Creo que es todo —dijo Emmett. Lauren obedeció rápidamente agradecida de no ser más el objetivo de Isabella. Rosalie en cambio tenía cada vez más preguntas mientras miraba a la señora, que se encontraba de pie, con las manos hechas puño temblando.

—Dile a la niña que se vaya. Supongo que sí ya empezaste con esta maldita broma de escribir sobre ti, ella tendrá trabajo que hacer —espetó Emmett dándole la espalda de forma grosera. Rosalie odio que él le dijera niña y se levantó para irse, pero la voz de la señora la detuvo.

—¿He dicho que te muevas Rosalie? ¿Me escuchaste decir que te marcharas?

Rosalie negó y, aunque tenía ganas de salir pitando de esa oficina, volvió a sentarse mirando sus manos. Isabella volvió a hablar:

—En esta casa no se hace lo que tu dices, Emmett, y lo sabes. Es mi casa y son mis malditas reglas. No creo que deba explicártelo dos veces.

—Si, tienes razón, lo siento. No debí haberme comportado como un idiota. No volverá a pasar. Pero quiero que entiendas que yo no estoy de acuerdo con esto —la suave voz que tenía Emmett sorprendió a Rosalie.

Isabella asintió volviendo a sentarse mientras miraba a Emmett, quien miró a Roalie y frunció el ceño pensativo en su dirección. Eso lo asustó un poco. Ella los estaba observando. Emmett jamás se había detenido a ver a una mujer de ninguna manera. Él era, por naturaleza, un hombre que solo miraba las piernas y las bragas o el escote, jamás el rostro. No de la manera en la que lo estaba haciendo, con un brillo de interés en su mirada, que si no lo conociera, no sabría que estaba ahí. Quiso maldecir, pero suplicó en silencio estarse equivocando. La niña parecía ser demasiado buena para ser rota de esa manera.

—Los contratos de Airlines los revisé ayer; Jonh me los envió por correo. Si Lauren no estuviera pensando plenamente en saltar sobre tu polla lo sabría. Y el presupuesto de Luminix lo haré yo, eso lo sabe Jonh, se lo dije más de seis veces. No sé qué le preocupa. Estoy usando mi dinero para esto.

—Es una flota de aviones, tienes que ser prudente; si bien es tu dinero no creo que sea lo mejor que lo hagas de esa forma, sin medir recursos. Usa la empresa y hazlo como una inversión. Sabes que multiplicas lo que creas por millones así que no deberías estar pensando en usar tu propio capital —sugirió Emmett sentándose al lado de Rosalie, convirtiéndose en el negociador.

Isabella le restó importancia al hecho y Rosalie tuvo que fingir ver las letras que no había visto en la pantalla de la laptop. Era como si cada palabra que Isabella hubiese dicho estuviera allí. Se acercó a la laptop y movió el cursor hasta llegar al principio, pero la voz de Emmett no le permitió redactar el documento.

—Creo que podríamos hablar con Xui Chitori para que revise el avión Luminix y el Linoce. Cuando estén listos. Ambos aviones son hermosos.

—No —fue la respuesta escueta de Isabella —. Ese es mi trabajo, son mis aviones.

Rosalie se sorprendió al escuchar aquello. No imaginaba a la señora llena de grasa revisando un avión, no la imaginaba haciendo ese tipo de trabajo; era un trabajo pesado demasiado difícil, se necesitaban más que pantalones. Estaban hablando de aviones y esa tecnología era demasiado para una mujer que parecía que no había hecho fuerzas en su vida.

—No lo has hecho en años, no creó que… —comenzó a decir Emmett, pero Isabella suspiró como si estuviera cansada porque Emmett estaba hablándole como se le habla a un bebé, despacio y con suavidad.

—Lo haré yo. Repito, son mis aviones. El Luminix es mío, lo haré personalmente. Por mi del avión linoce puede encargarse Xui. Aún así quiero verlos con mis ojos, cuando estén completos —repitió y luego dirigió su mirada a Rosalie —. Redacta ese documento. Nos vemos después del almuerzo para continuar, puedes irte.

Rosalie recogió la laptop y salió cual cohete al vuelo. Se sintió segura cuando estuvo fuera de aquellos ojos hipnotizantes de la medusa y el rey plomo. Ignoró la mirada fría de la rubia asistente y corrió como loca hasta su habitación. Cuando estuvo encerrada miró la laptop e intentó releer lo que la señora le había narrado, pero antes de comenzar a hacerlo, dejó en blanco la primera página mirando el cursor con temor. Si Isabella creía que tragedia era una palabra pequeña a lo que su madre y su abuela habían vivido ¿Qué podría realmente ser una tragedia entonces? Y si tragedia era una palabra pequeña para ella ¿Qué significaban para Isabella las palabras como miseria, muerte, dolor? Se estremeció. Saberlo podría hacerle daño. Después de todo, ser capaz de narrar una vida de esa manera debía ser aterrador.

Había muchas preguntas en su mente. Demasiadas. Por ejemplo ¿Por qué el señor plomo se oponía a que Isabella hablara sobre su vida? ¿Acaso ellos eran pareja? Se desilusionó un poco. Era más que obvio que Emmett jamás miraría en su dirección, ella era nada en comparación a una mujer tan exitosa como la señora. Una mujer que estaba dispuesta a ensuciar su ropa cara y que daba todo lo que tenía y lo multiplicaba.

Y luego de conectarse a WiFi buscó fotografías de Isabella con Emmett. Ellos aparecían juntos en la mayoría de fotos. Los reporteros hablaban de que Emmett era la pareja de Isabella, sin embargo había artículos que descartaban la información porque en otras fotografías se veía a Emmett en situaciones comprometedoras con modelos y mujeres hermosas. Se estremeció. La prensa hablaba de un hombre que jamás se establecería en una relación y ella pudo verlo en las fotografías. Así que tomando una decisión dejando todo de lado escribió.

Señora.

Por Rosalie Liliam Hale.

Capítulo uno.

El inicio de una historia trágica.

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Isabella miró los aviones desde su computadora. El Luminix era el sueño de Hyõ, él estaría orgulloso de tenerlo. Sería su juguete preferido; ella lo había visto trabajar en esos planos por años, pero es que hacer un avión no era cosa fácil y menos si este era un avión con la mejor tecnología que se pudiese encontrar en el mundo. Desde Irán hasta Japón, los mejores técnicos y más inteligentes genios trabajaban para ella encontrando los mejores materiales, ayudándole a volver el mundo real para quien no creía en los milagros y la tecnología.

Los aviones Ōjo* son las únicas alas que el hombre podrá tener, las únicas. Y volar un avión es como conquistar el cielo. Nunca lo olvides Ōjo*, tú vas a conquistar el cielo. Te veré hacerlo desde el infierno.

Sonrió al recordar a ese viejo aburrido hablándole a ella sobre algo que nunca imaginó y dijo al aire.

—Viejo cabezota cuánta razón tenías.


王女 Ōjo (princesa)