Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización


Capítulo 7.

Luminix.

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Cualquier tecnología suficientemente avanzada es equivalente a la magia.

Arthur C. Clarke (Autor)

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Rosalie se apresuró a salir de su habitación esa mañana; cargó en su mochila la Laptop que Isabella le había dado y la grabadora. Iba realmente tarde y eso le pasaba por estar leyendo lo que la señora había dicho. Era difícil no querer poner una parte de ella en cada palabra, porque cada palabra que salía de la boca de esa mujer era triste y agónica y la llenaba de ideas de un mundo oscuro; era un mundo de secretos que descubrir.

Ella estaba consciente de eso pero era como estar allí, y poder plasmar sentimientos que no brotaban de su rostro, pero estaban atrapados en cada hecho, en cada acción, en cada recuerdo. Por alguna extraña razón ella podía sentir todo, la agonía, la tristeza, la miseria, el dolor, la impotencia y plasmarlo le era tan fácil como escuchar cada palabra de los labios de Isabella de una forma lenta.

Quería saber la historia detrás de esa misteriosa mujer. No era normal que nadie pudiera subir al segundo piso sin su autorización. No era normal que hubiera doctores con extensas carreras en medicina y reconocidos en todo el mundo allí quienes parecían estar como sirvientes dispuestos a obedecerla y agradarle, visitándola cada semana con informes.

Si, ella los había buscado, al menos a Jasper Withlock, y había visto a Jasper Withlock siendo nombrado un reconocido neurólogo con una extensa carrera. Era un hombre lleno de una vida tan misteriosa como Isabella, tenía una esposa a la que había conocido porque él le había salvado la vida, ella era actriz, lo había sido por mucho, una mujer con una carrera llena de premios de la Real academia del cine, dos hijos, y un perro y por un momento la noche anterior ella se había preguntado ¿Por qué quiénes rodeaban a esa mujer parecían tener una vida tan normal, pero tan privada a la vez? Eran reconocidos, importantes, influyentes y exitosos. El mundo sabía de ellos, pero todos escondían algo. Había algo allí escondido en el fondo de su armario, un sucio secreto que parecía iba a salir a la luz.

Y eso la asustó. Había preguntas que le apretaban la garganta y la hacían querer gritar. Ella quería saber, pero a la vez descubrir los fantasmas tras esa mujer le daba miedo. Ella parecía tener un armario lleno de mierda, una caja de pandora no era nada comparado a la que esa mujer parecía tener para contar y eso que ella solo sabía el principio.

La forma en la que su abuela había abandonado a su madre siendo una madre adolescente; la forma en la que su madre se había entregado a las drogas, la prostitución; la forma en la que ella había nacido y la forma en la que ella, siendo tan joven, había empezado a perder la inocencia. Había visto a su madre morir de una forma despiadada y cruel, monstruosa. Era terrorífico. Había estado del lado tenebroso de la trata de seres humanos, encerrada siendo una pequeña niña que no sabía nada. Nada.

Por un momento vio a la pequeña niña de cabello negro en el piso, llena de sangre, la sangre de su madre, con un abrigo morado brillante y viejo siendo alejada del cuerpo muerto de la mujer que la trajo al mundo sin saber nada de lo que estaba pasando.

¿Cuánto dolor sufrió esa niña? ¿Cuánto hambre, frío, soledad, miedo? Habrá estado tan asustada.

Isabella era todo menos sencilla. El mundo no conocía nada de ella, nadie había tenido un vistazo de su interior. Se negaba a dar entrevistas aunque los periódicos, las revistas ofrecían dinero, regalos, cosas para que ella las diera y les contara sobre su pasado, presente y futuro, pero siempre se negaba. Las conferencias de prensa en donde presentaba nuevos proyectos eran controladas y quien quería pasarse de la raya con preguntas personales simplemente dejaba de ser un periodista y terminaba su carrera en un parpadeo. No soportaba la mierda de nadie, no tenía paciencia.

Rosalie había buscado archivos, contactado amigos y revisado registros de secuestros de niños en 1991. Había miles de millones de desapariciones y sus contactos le habían dicho que eso solo era el principio. Había desapariciones que no habían sido reportadas. No sabía a lo que se estaba enfrentando, pero iba a ser paciente y esperar, aunque le costaba mucho hacerlo.

Uno de sus amigos iba a darle lo que tenían del caso de Rene Dwyer. Internet era extenso, grande y día a día iba convirtiéndose en un arma poderosa en las manos de quien sabía buscar; ella tenía un perfil de facebook llenó de amigos de todas partes del mundo, cada uno con profesiones diferentes, y nadie había preguntado cuando ella pidió el favor. Había hecho favores antes y no le importaba cobrar en ese momento lo que le debían. Todo medio tenía un fin después de todo. Y su objetivo principal era descubrir la verdad.

Se miró en el espejo de nuevo antes de salir corriendo. Había escogido un traje formal para acompañar a la señora a la oficina de Global High y para ella formal consistía en una falta larga de color café y una blusa rosa pálido con unos botines café. Se miró en el espejo y se maldijo por no tener nada mejor que usar.

La señora siempre parecía sacada de una revista de modas de Vogue. Ella vestía prolijamente, se veía sexy sin parecer vulgar, también siempre se veía hermosa, como la imagen de una diosa bajada del olimpo. Rosalie en ese momento se veía y se sentía como una tonta.

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Isabella no levantó la vista del informe que Jasper había dejado en su escritorio acerca de la opinión de Sioban. Leyó el reporte médico las mismas palabras que había leído muchas veces, se repetían allí, los mismos resultados, la misma agonía de siempre. Su reloj digital sonó en su brazo así que se levantó de la mesa y Rosalie apareció de pronto pareciendo apresurada o afligida por algo.

—Lamento haberme quedado dormida —dijo ella sentándose mientras miraba su desayuno servido. Isabella miró su reloj y se sentó mientras cruzaba las piernas y tomaba el periódico en sus manos.

—Aún hay tiempo. Mi reunión es a las ocho.

Vestía un hermoso pantalón negro y una blusa de vestir blanca a medida, que llevaba con gracia, pareciendo una hermosa ejecutiva; llevaba una chaqueta negra, una pulsera de oro blanco con un dije de diamante y un reloj de oro blanco también y zapatos blancos de tacón. Rosalie se miró la ropa y maldijo de nuevo, quizás debería gastar sus ahorros en ropa nueva. Aunque estaba segura que lo que tenía en el banco solo le compraría una blusa o dos.

—Desayuna por favor. Le diré a mi chófer que nos esperé y antes de salir me gustaría que me acompañaras a mi habitación si no es mucho pedir.

Rosalie parpadeó asustada.

—Me tomaré sólo un café, no necesito más. Puedo acompañarla ahora si lo necesita.

Isabella asintió pareciendo conforme y se levantó siguiendo por el pasillo hasta una habitación pequeña con solo una cama y muchos libros.

— Creí que la habitación principal sería la suya.

Ella la ignoró. Se metió en un enorme armario y sacó una maleta de allí antes de empezar a sacar muchísimos trajes empacados cuidadosamente sin responder a la pregunta mientras Rosalie miraba los lujosos trajes de varias piezas y colores.

—¿Eres talla catorce? No te ofendas, pero pedí esto para ti. Es ropa ejecutiva. Ya que estarás a mi lado siempre que sea necesario necesito que vistas bien. Divido mi tiempo entre la oficina y la casa y te necesito vestida así cuando vayas conmigo. Los periodistas pueden ser una mierda en cuanto a sus comentarios y aunque no me importa no quiero que te sientas mal.

Rosalie se sonrojó.

—Supongo que querrás cambiarte. Elige unos zapatos de ese estante. Hay varios que están nuevos y Grace me dijo que calzamos igual. Por supuesto, los que elijas son tuyos. Siempre estoy comprando zapatos —comentó Isabella mientras le quitaba importancia.

Luego de eso su celular sonó y ella salió sin dirigirle una mirada siquiera. Rosalie trató de memorizar lo poco que estaba viendo de la habitación. Había muy pocas cosas allí, ni una sola fotografía. Era impersonal y fría. La cama de dosel parecía la cama de un soldado sin ninguna arruga, no había ropa tirada por el suelo, las sábanas parecían no haber sido usadas nunca, no había ni una sola cosa fuera de lugar allí, nada.

Y es que en sí, la casa parecía un museo abandonado, en donde el segundo piso estaba prohibido y la planta baja estaba llena de fotografías viejas vintage. Tomó el primer traje que vio y se empezó a cambiar impresionada porque este le quedó como un guante. Rosalie se miró el traje en el espejo y se giró. Dios.

Se veía hermosa, bien. Casi no podía reconocerse frente al espejo. No podía hacer nada con el cabello, pero el desastre que este era le daba un toque salvaje que resaltaba sus ojos ante el color verde agua del traje. No era un color ofensivo, por el contrario, parecía sofisticado y elegante.

—Isabella tiene buen gusto —saltó en su lugar y se giró asustada. Emmett McCarthy estaba allí de pie en la puerta con los brazos cruzados, recostado en el umbral viéndola atentamente de forma intensa, tanto que parecía querer decirle algo más que el halago que le había dicho yá. Se veía relajado esa mañana, sus ojos eran una par de lagunas de miel en las que ella quería sumergirse, profundamente, y quedarse para siempre.

—Toqué, pero usted no me escuchó y la puerta estaba abierta —dijo él justificándose mientras la miraba sin mostrar nada más que nervios que ella no se podía creer, no habían sentimientos allí aunque a ella le pareció estarse perdiendo de algo, de nuevo.

—¡Oh por Dios! Que descuido —balbuceó nerviosa. Emmett se aclaró la garganta antes de erguirse en su estatura y alisar su saco. Parecía un futbolista a punto de posar para una revista de deportes.

—Si está lista podemos irnos. Isabella tuvo que adelantarse, pero me pidió que la acompañara hasta la empresa. Y sería bueno que empezáramos a movernos.

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El valle de Santa Clara estaba exactamente a veinte minutos de Palo Alto en San Francisco, pero esos veinte minutos encerrada en el auto con Emmett fueron como mil horas. Emmett en cambio sintió que el tiempo se movía rápidamente cuando Rosalie estaba a su alrededor y eso lo tenía demasiado tenso.

La noche anterior se había llevado a una rubia natural de un bar que frecuentaba a su casa para sacar de su sistema las irremediables ganas que sentía de inclinarse y recoger sobre su hombro a la rubia ojos azules y esconderla en su casa, en su cama y aunque sonaba tonto llenarla de flores.

Había sido difícil no cerrar la puerta de la habitación de Isabella y encerrarse con Rosalie allí mientras le daba mil orgasmos para sacarla de su sistema. Verla en ropa interior no había sido sencillo, pero se había quedado ahí, como una estatua, congelado por sus curvas y su forma sencilla de vestir. Él quería verla cubierta de pétalos de flores y aspirar su aroma como si este fuera el aire que entraba a cada segundo por sus pulmones. Ella no llevaba ropa interior sexy de esa que, todas las mujeres que había conocido, habían llevado cuando él las había desnudado. No, ella iba vestida sencilla por dentro y por fuera. Llevaba unos pantis de color negro y un brasier del mismo color, pero se veía como si fuera la tentación que haría pecar hasta al hombre más sensato.

Emmett no era el tipo de hombre que pensaba en meter en su cama a una mujer y mantenerla a su lado. Él se metía en las de ellas y luego se iba en dirección contraria. No es que las mujeres se quejaran cuando era él quien ofrecía sexo, orgasmos y un adiós. No existía en su diccionario la palabra noviazgo y relación. Jamás, esa palabra, había pesado como lo estaba haciendo ahora; conocía muy poco a la chica por amor a Dios. Pero ella le pareció fresca. Conocía mujeres miles de mujeres, las intenciones detrás de sus ojos, la forma en la que estas atrapaban a los hombres y los hacían sufrir rogando por amor; él no quería enamorarse. Se había prometido no hacerlo.

Una vez hace mucho tiempo había amado a alguien, y todo había resultado mal. Él amaba a su madre, pero esta había preferido a su padrastro, él amaba a su hermana, pero ella había elegido el mal camino, las drogas, y luego había elegido la muerte. Él no podía amar, el amor te hacía hacer malas elecciones así que trato con todas sus fuerzas de desechar las ideas estúpidas que le estaban llenando la cabeza de mierda sobre anillos de boda y amor. Él no le daría a nadie el poder de controlarlo. No dejaría que le hicieran daño nunca más. Y se maldijo por querer. Por creer que eso podía pasarle a él. Él, quién tenía miles de sucios secretos que solo tres personas conocían y dos de esas tres estaban muertas. No había más que oscuridad y por un momento deseó a ese hermoso sol que estaba alumbrando con fuerza sobre él. Sin saberlo, esa joven chica estaba llevándolo a la locura. Había despertado en él algo que no supo cómo reconocer. ya que no sabía interpretar sentimientos. Sabía de medios para llegar a un fin, era un hombre en todo el sentido de la palabra y los hombres entendían muy poco de amor, eso era lo que quería creer, pero no era cierto.

Giró en el estacionamiento y aparcó al lado del Jeep Renegade¹ edición 2015. Este iba a ser un día largo sin duda.

Isabella no conducía cuando podía evitarlo, pero el hecho de que llevase un Jeep siempre lo ponía nervioso.

Rosalie en cambio se quedó sin habla mirando el edificio como si este fuese a comerla. Era un enorme edificio de veinte pisos y era hermoso. El segundo hogar de la Señora, lleno de autos últimos modelos y máquinas de última tecnología.

—Supongo que sería bueno que bajarás del auto.

La voz fría de Emmett la trajo de vuelta. Ella lo miró y se arrepintió al instante. Él parecía estar sufriendo, como si algo tormentoso estaba pasando a través de él, sobre él, y ella no podía salvarlo. Se detuvo, dejó de pensar en el hombre a su lado.

Tres días. Llevaba tres días allí y tenía tanto miedo. Estaba aterrada. Dios. Había tanto y ella era tan poco y todo estaba pasando tan rápido mareándola y no sabía que hacer más que dejarse llevar. Abrió la puerta del auto y bajó, mientras Emmett, impaciente, se le adelantó.

Había una máquina detectora de metales en la entrada y un guardia de seguridad le pidió vaciarse los bolsillos. Ella dejó la mochila, y su celular sobre una caja antes de pasar bajo el detector de metales.

—¿Por qué esto parece un aeropuerto? —murmuró en voz baja. Emmett sonrió imperceptible sin mirarla mientras hablaba con el guardia, quien le entregó las cosas a Rosalie cuando ella atravesó la máquina y le dió una identificación que decía visitante.

—Porque es un aeropuerto —le respondió Emmett cuando pasaron la seguridad —. Tenemos seis hangares en la parte de atrás del edificio y hay dos pistas para aviones comerciales que se usan para las pruebas de pilotaje de los modelos nuevos. También tenemos un helipuerto que venía con el edificio y una torre de control.

Rosalie entendió únicamente lo esencial, pero no hizo preguntas. Avanzó al paso de Emmett y la gente que trabajaba allí ni siquiera la miró; todos estaban trabajando, en silencio, tan así que era capaz de escuchar sus pasos, el elevador. Todo parecía un desierto, los teclados de las computadoras, los teléfonos sonaban, pero todo lo hacía tan moderado. En silencio.

—McCarthy. Hombre, espero que traigas la respuesta de Jonh Dawson.

Emmett se detuvo ante un hombre que a Rosalie le pareció conocido de algún lado. Este se ajustó el saco y eso dejó al descubierto su reloj, que era de plata. Parecía europeo, de esos que ella había visto miles de veces en Pinterest en fotos. El hombre le sonrió al notarla y luego le extendió la mano en saludo, mano que ella estrechó sin decir su nombre

—Vaya, carne fresca. ¿Estrenas asistente McCarty? —preguntó el hombre antes de soltarla esperando que ella dijera algo. Cuando iba a hacerlo la voz de Isabella los hizo saltar a todos interrumpiéndolos.

—Espero que te refieras a tu almuerzo Laurent y no a la señorita Hale. Ella no es asistente de Emmett.

El hombre palideció y guardó la mano tras su espalda antes de sonreír de una forma que a Rosalie le pareció extraña. Era como si de pronto se hubiera plantado esa sonrisa falsa en la cara al oír a Isabella tras ellos.

—Señora Isabella —la saludó casi haciendo una reverencia y luego desapareció de su vista como si el infierno estuviera a punto de tragárselo de un bocado.

—Mi reunión terminó. Estaba pensando en ver el Luminix antes de irme a casa.

Emmett asintió y caminó con Isabella hasta un elevador un poco sorprendido al verla allí tan pronto. Isabella sacó su carnet de identificación y lo extendió frente a un panel, que lo escaneó y dijo:

"Bienvenida Señora."

Con voz de mujer. Emmett sonrió y dijo en voz alta.

—Si esta chica no fuera un robot.

La voz del panel soltó una risita y dijo a modo de saludo.

"Señor McCarthy."

Emmett gimió como si le estuvieran haciendo algo indecoroso y el elevador se movió hacia abajo demasiado rápido. Rosalie se asustó y, sin poder evitarlo, en un impulso tomó la mano de Emmett y apretó. Ella no lo sintió, en cambio Emmett apretó la mandíbula y gruñó.

Isabella, al fondo del elevador, los observó y en el espejo de la caja de metal en la que estaban busco la mirada de Emmett. Él estaba perdido, y ella lo supo con solo mirarlo.

Cuando las puertas del elevador se abrieron un salón enorme lleno de gente haciendo ruido hizo a Rosalie jadear. En medio había un avión plateado. Estaban construyendo un avión y este era hermoso.

— Es…

Isabella sonrió, y Rosalie la miró con asombro aturdida por lo que estaba viendo. Estaba sonriendo no hacía ella, pero si hacía el ave de metal frente a ellas.

—Él es Luminix. Mi creación.


La primera parte de esta historia es la historia de Bella. Todos sabemos que ella no es fácil, pero es entretenida y la mayor parte del tiempo lo que cuenta nos hace temblar el corazón. Amarla es tan fácil como respirar. Edward respiró por ella, lo veremos pronto, no lo duden.

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