Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización


Capítulo 10.

¿Qué quieres ser cuando seas grande?

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"Lo que uno ama en la infancia, se queda en el corazón para siempre" Jean-Jacques Rousseau.

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Rosalie se sentía como una idiota. Aunque quizás esa era una palabra pequeña a comparación de lo abochornada que estaba.

—Poquito me faltó para ponerme un letrero con neones. Dios —se regañó caminando en círculos por la habitación antes de girarse a la puerta y saltar asustada al ver a Isabella allí recostada en el marco de la puerta con los brazos cruzados.

—¿Estás bien?

Rosalie parpadeó aturdida antes de asentir y sentarse.

—Parecía que estabas teniendo una buena conversación contigo misma. Toqué varias veces, pero no escuchaste.

Rosalie bufó antes de recostarse. Isabella no era su amiga, pero es que Rosalie no las tenía. Su madre le había insistido muchas veces que saliera de casa, pero ella estaba harta de ver como todas buscaban lo mismo, todas querían casarse con un chico popular, tener hijos, una casa. Ninguna hablaba de estudios, progreso o superación. Nadie hablaba del mundo o lo qué a ella le interesaba. Todas hablaban de moda, ropa, zapatos, revistas del hogar y dietas. Era patético. Pero en ese momento en especial ella quería tener una amiga. Alguien que pensara como una chica y le dijera que hacer o cómo comportarse.

—Solo me puse en ridículo hoy. La verdad es que me estoy dando cuenta que se tan poco del mundo en el que estoy y es un poco difícil —explicó sin entrar en detalles, después de todo ella solo había sido honesta con Emmett y él se había reído en su cara por poco llamándola tonta.

—Difícil es solo una palabra que suaviza la magnitud de la realidad, Rosalie.

Rosalie asintió de acuerdo y le preguntó:

—¿Usted está bien? —recordando a Sienna, la mujer no parecía buena persona, pero Rosalie no estaba en la posición de mencionarlo. Isabella sonrió suavemente y de pronto Rosalie se dio cuenta que quizás ella sonreía, pero nadie lo notaba. Porque su sonrisa era pequeña y casi imperceptible aunque parecía forzada como un acto reflejo.

—¿Realmente hay una respuesta a esa pregunta? —replicó para después guardar silencio y removerse incómoda antes de aclararse la garganta.

—Quiero asegurarme de que estés cómoda y saber si necesitas algo. También decirte que Sienna es inofensiva. Está un poco loca, pero no hay que preocuparse por ella de ninguna forma.

Rosalie miró su habitación y le sonrió también.

—Es una casa hermosa. La verdad solo quería pedirle la dirección, mi madre está preocupada y quiere que se la envíe. También si podría decirme dónde puedo comprar cosas de béisbol, mi padre adora coleccionar tarjetas de jugadores y me encargó unas cuantas..

—Emmett puede llevarte por ellas mañana. Y te enviaré la dirección a tu correo electrónico para que se la envíes a tus padres —dijo Isabella girándose para irse.

—¿Podría llevarme alguien más? Por las tarjetas quiero decir. No quiero molestar al señor McCarthy. Yo no le agrado mucho.

Isabella se giró de nuevo y la miró un segundo antes de llevarse el vaso que Rosalie no había visto a la boca y beber. Era alcohol por lo que dedujo.

—¿Te dijo que no le agradas? ¿Te molestó?

Rosalie negó y se sonrojó. Isabella la observó un rato desde la puerta y asintió.

—Puedo llevarte yo misma si eso te parece bien. Haré una cita —murmuró y luego se giró, pero Rosalie la detuvo de nuevo.

—Por favor no se lo diga. Sé que ustedes son muy unidos.

Isabella no se giró esta vez, solo escuchó a Rosalie hablar antes de alejarse caminando a la oficina.

Unidos.

Isabella sonrió y miró a la calle bebiendo de su coñac. Esperando. Aún recordaba cómo había conocido a Emmett, no era sencillo, no era una historia bonita. No lo que él había lo que ella estaba viviendo cuando sus mundos habían chocado.

Ambos venían de un mundo tan caótico y triste; ambos llevaban la marca de la infelicidad en la frente. Era una maldición que no se podía romper. De alguna forma ambos terminaban en medio de un final demasiado triste.

Por un segundo se sintió inquieta y miró a la oscuridad perdiéndose en la nada.

Emmett le había pedido contar esa parte, él quería ser quien viera la mirada de pena que seguramente Rosalie le daría al escucharlo hablar. No dudaba de que lo que sea que estaba pasando por la mente de Emmett no era bueno, y que Rosalie podía salir lastimada si se acercaba mucho a él. Iba a hablarlo con él y a ponerlo en su lugar. A pedirle que se alejara de la chiquilla que seguro estaba esperando vivir un cuento de hadas sin saber que estaba a un pie de adentrarse en el infierno.

Cerró los ojos y olió el coñac antes de repasar su conversación con Sienna, era algo muy importante también.

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Encontré a Marcus. El maldito tiene a mi hija.

Las palabras le habían dado gusto y miedo. Había esperado oírlas por tanto tiempo. Llevaban buscando a ese escurridizo bastardo por seis años. Era el único que podía saber dónde estaba Félix; el único problema era que estaba atado a Sienna de una forma en la que no cualquiera podía borrar. No sin meterse con ella.

Quiero matarlo, cortarle el pene. Lo quiero enterrado, sin nombre, con la caja de cabeza.

Isabella rodó los ojos exasperada y se levantó a servirse un trago. La tensión estaba empezando a pasarle la factura y Sienna siendo dramática la estaba estresando.

Amaya ¿Está bien?

¿Quieres saber si mi hija está bien? ¿Es en serio?. Ese maldito se robó a mi hija y se la llevó porque dice que soy una jodida narcotraficante cuando ya no es así. El estado lo estaba protegiendo y yo no pude hacer nada. Debería haberlo matado cuando pude. Fue malditamente difícil probar que no era una traficante y cuando pude él ya se había ido. Es una rata de alcantarilla inalcanzable.

Ya no. Salió de su escondite, no es inalcanzable. Y tú traficabas Sienna, no eres una monja le replicó sin mirarla, caminando por la oficina deteniéndose en el librero repasando los libros allí. Sienna no era una buena persona, pero había cambiado un poco gracias a Isabella.

Sigo sin entender porque mi madre le dio el poder a Jane y Jane te dio el poder a ti de algo que nunca supiste manejar. Tendría un imperio tan grande como el de Fel..

Mas te vale que te comas la lengua y te olvides de lo que sea que vas a decir ahora mismo. Jane sabía que ibas a terminar en una cárcel de máxima seguridad si te daba a ti el poder. Sienna, ¿Cómo está Amaya? No voy a preguntarlo de nuevo.

Estoy aquí por eso. Marcus está abusando de mi hija, físicamente. La golpea, lo vi. No quiero saber que es lo que él le ha hecho, o si, quiero saber para arrancarle la piel despacio.

Isabella asintió una vez antes de mirar su reloj. Si llamaba, tendría a Marcus en una hora.

Haré que Sam vaya por ella. No te acerques a él. Yo lo haré. Solo enviame la dirección.

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Un toque ligero en la puerta de su estudio la trajo de vuelta a la realidad. Dejó el vaso en el escritorio mientras Grace entraba al despacho.

—El señor Uley está en la parte de atrás. La está esperando.

—Prepara, por favor, una de las habitaciones de invitados y algo de comer. Por último, llama a Sienna.

Isabella camino fuera de la casa y el aire frío de la noche la golpeó haciéndola maldecir por no haberse puesto un abrigo.

—¿No tienes otros zapatos chiquilla?

Sonrió y se dejó abrazar por el hombre frente a ella mientras que ella solo le palmeó la espalda incómoda. Sam era un hombre amargado y viejo con un enorme bigote y los ojos negros; parecía un gato porque era sigiloso, pero también era letal. Había estado por años en el ejército antes de regresar para casarse con el amor de su vida quien había muerto en un accidente y eso había asesinado lo poco que le quedaba de humanidad; su alma había muerto con su esposa. Félix había estado envuelto tras aquella muerte y Sam llevaba buscándolo mucho tiempo, no era lo único que ambos tenían en común, pero era lo que los hacía cercanos.

—¿Has usado tacones alguna vez? —bromeó. Sam le gruñó en respuesta y sacó un cigarrillo de su bolsillo, encendiéndolo despacio, antes de hablar.

—Fue un trabajo fácil.

—No lo será cuando te lo lleves de aquí. Lamento que te veas envuelto en esto.

—Te lo pedí ¿no es así? Ese maldito bastardo de Felix mató a Emily. Quiero enterrarle uno de tus tacones en la yugular y verlo desangrándose.

Isabella abrió la puerta de la cabaña vieja que estaba escondida en la parte de atrás de la mansión mientras Sam se ocupaba del maletero del auto viejo que conducía esa noche. Cuando lo abrió Isabella se acercó al auto despacio haciéndose notar.

—Vaya —sonrió. Los ojos asustados de Marcus la reconocieron y empezó a removerse como si eso fuera a liberarlo, por un momento el hombre pareció desesperado por huir, pero le fue imposible moverse.

—El karma es una puta de esquina que siempre reclama su pago ¿No es así Marcus? ¿Adivina quién soy hoy?

Marcus gruñó amordazado y Sam lo tiró al suelo sin esfuerzo alguno sacándolo del auto. Estaba amarrado de manos y pies y tenía una mordaza que le impedía hablar.

—¿Cómo es estar del otro lado? ¿Cómo se siente? ¿Sientes cómo se está empezando a congelar el infierno? —preguntó Isabella tomándolo por las solapas de la chaqueta vieja que llevaba puesta, enderezando un poco. Ella estaba de cuclillas viéndolo temblar y sentirse miserable. Los ojos de Marcus se llenaron de lágrimas, lágrimas que a Isabella le parecieron nada más que una vil mentira. Ella sabía que el maldito podría tener una estaca en el corazón y no sentiría jamás un ápice de dolor o vergüenza.

Ella sí estaba sintiendo. La venganza era como estar teniendo un maldito orgasmo.

—Dime ¿Qué se siente al no poder defenderte de mí? ¿Crees que el infierno será frío en esta época del año? Me lo dijiste ¿Lo olvidaste? Dijiste que el infierno iba a congelarse cuando llegarás —le susurró Isabella y su quijada tembló por la furia cuando le quitó la mordaza.

—Debería haberte matado esa noche maldita bastarda —le respondió entonces Marcus con un acento que a Isabella le revolvió el estómago.

—Ella no es la única a la que le debes pedazo de mierda. ¿Crees que estarías vivo si solo le debieras a ella? —gruñó Sienna saliendo de la oscuridad. Fue entonces que Marcus palideció, negando con la cabeza, mientras veía a Isabella a los ojos temblando de miedo.

—Mátame. Hazlo. Pero aléjame de esa perra.

Isabella se rió a carcajadas y estas sonaron vacías en la noche. Luego lo lanzó al suelo con toda la fuerza que pudo y susurró:

—Lo que Sienna te hará será poco Marcus, muy poco para lo que te mereces de verdad.

—Moriré y no te diré jamás en donde está Felix bastarda, se que estás buscándolo. Por cierto ¿Cómo está tu novio?

Isabella le puso un tacón en el pecho y apretó duro haciéndolo gritar de dolor. Recordó cuando ella una vez estuvo en su lugar y le rogó porque él la soltara, recordó las lágrimas que derramó y las veces que le pidió ayuda mientras Felix la tocaba.

Nada. Ella no había olvidado absolutamente nada, ni siquiera el hecho de que después de esa noche ella no pudo ver los ojos de Edward de nuevo.

—¿Realmente quieres probarme? ¿Quieres escuchar la respuesta a esa pregunta?

La quijada le tembló de nuevo y un nudo le apretó la garganta. Quería matarlo, quería golpearlo tan fuerte hasta hacerle orinarse encima; quería causarle tanto dolor como el que ella sentía por dentro.

Sam lo levantó cuando ella le hizo una seña y él la miro a los ojos cagado de miedo

—¿Crees que voy a tenerte piedad? ¿Te la mereces? ¿Crees que voy a dudar a la hora de torturarte hasta hacerte hablar? Me rogarías por matarte si fuera yo la que fuera a torturarte. Juré que iba a cortarte la lengua ¿Es que el que hace olvida, y al que le hacen le quedan las cicatrices?

Se le acercó y tocó su pecho buscando un encendedor que él siempre llevaba en su chaqueta. Era lo que Félix les regalaba a sus malditos secuaces siempre.

—Hyõ decía que debíamos mirar a nuestros enemigos a los ojos y luego matarlos —le palmeó los bolsillos del pantalón, tomó la billetera y todas sus cosas, quebró su teléfono en el piso con su tacón antes de suspirar sobre él —. Sienna —esta le sonrió en reconocimiento movimiento la cabeza afirmando —, diviértete. Hazlo despacio. Quiero que sienta lo que yo sentí. Y no te olvides de su lengua.

Sienna sonrió abiertamente esta vez y fue terrorífico. Isabella lo miró por última vez deslizando un dedo por su mejilla como él lo había hecho hace tantos años.

—Espero que te pudras en el infierno tan despacio que la piel se te caiga gota a gota, derretida por el fuego —le susurró y luego le golpeó la entrepierna con fuerza haciéndolo desmayarse.

—Hazlo hablar. Quiero saber dónde está Felix —le dijo a Sienna quien asintió una vez hacia Isabella antes de que Sam la ayudara a meterlo en la cabaña. Mientras lo metían a la cabaña ella se acercó al auto y el rostro suave de una niña de siete años la hizo sonreír de verdad, la niña estaba dormida y tenía el cabello en el rostro. Llevaba audífonos y un reproductor MP3 con música clásica. Cuando le retiró el cabello del rostro deseo con toda su alma regresar y hacerle lo mismo al bastardo, pero Sienna iba a encargarse bien de eso.

Con dificultad tomó a la pequeña en sus brazos y se encaminó a la mansión. Esa noche iba a poder dormir como un bebé.

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La casa estaba en silencio esa mañana. Rosalie podía escuchar su propio corazón si ponía atención. Le llamó la atención el hecho de no ver al servicio deambular por la mansión como todos los días.

Después de la paz… le decía su madre siempre… Después de la paz viene la tormenta.

Se detuvo estática en su lugar cuando escuchó a Grace hablando tan suavemente y de una forma dulce que se le erizo la piel.

—¿Quieres más leche? O una galleta. O ya sé, una chocolatina.

Rosalie siguió la voz de Grace y la encontró de espaldas frente a una hermosa pequeña pelinegra quien la miraba con adoración. La niña tenía los ojos verdes más hermosos que Rosalie había visto jamás y unas enormes pestañas

—¿Puedo tener la chocolatina y un pan dulce?

—Lo que quieras Amaya.

Grace le palmeó la mejilla a la niña, quien sonrió encantada por la atención. Cuando Rosalie se acercó lo suficiente para ser notada, la niña la miró asustada; tenía un ojo morado y la mejilla golpeada, varios moretones en los brazos que la hicieron jadear y eso hizo que Isabella la notará.

La niña le frunció el ceño y miró a Isabella buscando ayuda.

—Ella es mi amiga Rosalie. No te preocupes Amaya —la pequeña pelinegra se relajó y miró su vestido viejo y roto diciendo:

—¿Voy a quedarme aquí contigo?

Isabella negó y bebió de su tasa. Grace le puso un vaso a la niña y le sirvió la chocolatina y luego le dejó un muffin de chocolate que hizo a la niña olvidar su pregunta.

—Llama a Emmett, dile que se pase por una tienda de ropa y compre toda la que pueda encontrar talla ocho, también que compre zapatos y juguetes. Cosas lindas que hagan a esta pequeña olvidar el infierno que vivió —Grace asintió y se giró mirando a Rosalie un segundo antes de alejarse.

—Amaya solo estará con nosotros por poco tiempo. Espero no te molesten los niños —dijo Isabella mientras bebía su té.

—Me gustan los niños —la tranquilizó Rosalie, Grace volvió y una sirvienta le puso la comida a Rosalie en la mesa antes de irse corriendo. Rosalie se sintió frustrada por lo que estaba pasando.

La niña se levantó y siguió a Grace dejándolas solas en la mesa luego de terminarse el aperitivo. Isabella se levantó y se sirvió un vaso de whisky volviéndose a sentar.

—¿Voy a por la laptop y la grabadora?

—No. Termina de comer por favor.

—¿Qué le pasó a Amaya? —preguntó y se maldijo cuando Isabella le dio un trago grande a su vaso; parecía que una tormenta iba a desatarse destruyendo todo a su paso por su mirada airada y su quijada tensa.

—Su padre le golpeó el rostro porque se negó a cocinar. Ella ni siquiera alcanza la maldita cocina por amor a Dios —gruñó en respuesta furiosa y luego bebió hasta terminar el contenido del vaso, por lo que se levantó a por la botella. Eran las siete de la mañana y esa mujer se estaba emborrachando.

Rosalie terminó su comida y fue a la habitación por la laptop y la grabadora porque quería distraer a Isabella, quien parecía en un abismo ese día.

Isabella agradeció la distracción pues dejó de lado el vaso y luego la señaló hablando

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—Unas semanas antes de que intentáramos huir de allí, estábamos en nuestro encierro y habíamos estado jugando y mientras que Edward había estado hablando sobre muchas cosas divertidas que él solía hacer con su padre. Por mi parte no podía contarle nada ya que mi día a día era lo que me había encomendado, seguir construyendo armas de fuego con Lobo y teniendo a Gusano cómo mi custodio. Ese día Edward me hizo una pregunta.

"¿Qué quieres ser cuando seas grande?"

Esa pregunta fue lo que marcó un antes y un después en nosotros. Recuerdo que me quedé pensando en cómo responder; no sabía nada del mundo afuera de esas paredes de concreto. Había tenido suerte porque no había sido vendida, pero eso no iba a durar mucho, lo sabía. Sabía que tarde o temprano mi futuro iba a alcanzarme y no pintaba que iba a ser un arcoíris o como las historias de Edward, quien amaba hablar de ellas.

Esa noche la comida olía a medicina, no dejé que Edward la comiera y cuando me preguntó por qué le pedí que fingiera estar dormido cuando llegaron por los platos. Escuchamos las puertas abrirse más tarde después, no la nuestra, pero se llevaron a varios niños.

—Tenemos que escapar —me susurró y yo asentí. Fue entonces que empezamos a planear cómo hacerlo. Empecé a meter entre mi ropa pedazos de herramientas que ocupamos para excavar sobre un agujero que yo había descubierto hace tiempo en el que no me había atrevido a profundizar por miedo a ser descubierta. Era cómo estar resignada a mi futuro, pero eso había cambiado; tenía una nueva motivación. No quería que Edward sufriera más. El miedo de estar allí sin saber el destino de nuestras vidas me impulsó a abrir más ese agujero que estaba escondido por el camastro viejo en el que estábamos; sólo entonces excavando descubrimos que estábamos en el segundo piso y era alto, muy alto para dos niños como nosotros.

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Isabella se detuvo bebiendo de su vaso y se frotó los ojos.

—No quiero ser imprudente, pero debería dejar de beber Isabella.

Isabella sonrió. El sarcasmo brilló en sus ojos y luego se recostó en la silla del comedor.

—El alcohol es como los analgésicos ¿sabes? —balbuceó antes de beber otro trago —. Los analgésicos calman el dolor, lo esconden, pero este no se va. Este no se va nunca porque un analgésico no es la cura.

Rosalie suspiró resignada y se sentó a su lado quitándole el vaso.

—¿Puedo preguntar algo?

Isabella la miró como si tuviera dos cabezas y Rosalie miró el vaso antes de olerlo, luego le dio un trago y arrugó la nariz tosiendo al sentir el amargo sabor del líquido ámbar bajar por su garganta hasta que se le calentó la boca del estómago.

—¿Qué respondió?

—¿Responder? ¿Sobre qué?

—¿Qué quería la Isabella de nueve años ser cuando fuera adulta?

Isabella inclinó la botella de licor y sirvió otro trago, se bebió la mitad y le ofreció la otra mitad a Rosalie quien lo tomó y luego volvió a servirse otro.

—Ella quería ser feliz —susurró y luego bebió de nuevo.


Isabella nos mostró su lado oscuro, pero más adelante irán viendo cómo ella lo obtuvo, no la juzguen pero no la justifiquen. Chicas quiero agradecerles el recibimiento de Señora, capítulo a capítulo la vamos conociendo y les diré que todo lo que ella esconde es un mundo de locuras al que nadie debería estar expuesto. Pero todos la amamos. Déjenme saber qué les pareció este capítulo, Emmett parecerá un idiota a veces pero se merece más que amor, el se merece a Rosalie. Solo eso les diré. Jo, como siempre eres lo máximo al subir los capítulos.

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