Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización
Capítulo 14
Dieciséis de marzo.
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"El dolor es extraño. Es un gato m º1atando a un ave, un accidente de auto, un fuego. El dolor llega ¡BANG! y se sienta sobre ti. Es real. Y para cualquiera que te mire, te ves como un idiota. Como si de repente te hubieses vuelto tonto." Charles Bukowski.
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Isabella colgó el teléfono y se despidió de Emmett y Rosalie temprano.
Cuando él reloj marcó medianoche y como un ritual ella caminó a la segunda planta. Cuando le echas agua al fuego ardiente, este provoca una nube densa de humo. Muy pocas veces las brasas que produjeron la llama sobreviven a la extinción que provoca el agua al caer.
Isabella lo sabía. Ella sabía que a su corazón un día Edward llegó, como dueño y señor, y fue el único con el valor suficiente para atravesar aquellos obstáculos que ella había puesto. Él le prendió fuego a su oscuridad llenándola de calidez. En ese fuego había esperanza, cariño, sentimientos que ella conoció por primera vez fuera de los cuentos de hadas.
Conoció la pasión, la agonía, la impotencia. Se enamoró de su sonrisa y él se convirtió en el único con poder de lastimarla y convertirla en nada. La hizo creer en la inocencia, en las oportunidades y la hizo perder la fe en un parpadeo. Él la hizo lanzarse al abismo también, pero ella no sabía que al terminar de caer iba a doler. Mucho. Nada podía explicar el dolor constante y la falta de aire que ella sentía.
Era como si no pudiera respirar, aunque el aire le estuviera llenando los pulmones.
El problema en ese entonces es que ambos estaban tan envueltos el uno en el otro que nunca se fijaron en el agua que estaba empezando a rodearlos y este ahogó sus llamas provocando una densa nube de humo y problemas.
Isabella veía a Edward como un fantasma. Sus esperanzas habían muerto hace ya mucho tiempo aunque el corazón de su amado seguía latiendo fuerte. Pero sus ojos estaban cerrados.
Bebió de la botella y miró, como una espía, entre la puerta entreabierta al hombre en la camilla.
¿Es que algún día iba a tener valor suficiente para atravesarla?
Su corazón aún latía como el de una adolescente perdidamente enamorada al verlo de lejos.
Podía describir la forma en la que sus manos hormigueaban con anhelo por sentir de cerca su piel. Pero acercarse a su camilla era la cosa a la que más le tenía miedo. Sentía miedo de acercarse a esa camilla y no querer alejarse nunca. O de entrar y que él se fuera para siempre.
Aún había cosas que ella debía terminar, cosas que la distraían de poder plenamente descansar de esa lucha constante que ella había aceptado enfrentar contra todo el mundo para solo tener paz.
En su tiempo, cuando ella era una jovencita, deseaba con toda su alma ser quien a base de sudor se había convertido hoy en día. Quizás en ese entonces su corazón no estaba hecho de piedra. Ahora casi podría afirmar que lo estaba.
Suspiró y escuchó como quien escucha a su canción favorita las constantes de su amor.
Su corazón aún latía al mismo ritmo que el suyo. Aunque habían pasado ya ocho años, su corazón aún latía. Pero él no abría sus ojos y eso dolía más que estar quemándose viva.
—¿Por qué no entras?
La sorprendió escuchar a Jasper, quien estaba recostado en la pared, de brazos cruzados mirándola fijamente. Acababan de hablar por teléfono, o ¿eso fue hace unas horas antes? Qué más da y ahora él estaba allí, ¿Había estado allí todo el tiempo? Isabella sabía que Jasper visitaba a Edward cuando no estaba estudiandolo cómo su médico, Edward era un logro personal de Jasper ya que sus exámenes médicos eran perfectos luego de una cirugía mayor, sin embargo también era un logro médico a medias, pues no sabían porque él, de todas las personas a las que Jasper había operado, no despertaba. Cuidaba de su mejor amigo y le hablaba cosas que ella no podía hacer. Se irguió y negó pegando su espalda a la pared junto a la puerta encontrándose con los ojos inquietos del mejor amigo de su esposo.
Él aún tenía esa mirada de aprensión en su rostro cada vez que la veía. Aún la miraba con esa desconfianza que siempre había existido entre ellos. Ambos tenían un acuerdo silencioso sin embargo y se beneficiaban de eso.
—Hay estudios que dicen que hablarle a una persona en su estado puede traerlo de vuelta —le sugirió, como siempre, Jasper. Siempre se lo decía, siempre le pedía entrar a esa habitación, pero ella no podía admitir que era una maldita cobarde. No delante del hombre que a diario media y hacía todo por traer de vuelta al único hombre en la tierra al que ella le debía el corazón y la felicidad.
—Tú lo haces todo el tiempo, tú le hablas. No funcionará. No conmigo —se excuso. Aunque por dentro una voz le gritó al oído ¡Cobarde!
—Bueno estoy seguro de que amaría escuchar tu voz. Mucho más de lo que quizás le gusta la mía. Supongo. No te ha escuchado en ocho años.
—El tiempo se está acabando ¿Recuerdas? El reloj me hace tic tac en el oído. No puedo hacerle esto más. Tendré que tomar una decisión pronto —dijo Isabella sonando rota. Jasper se irguió y le puso una mano en el hombro para reconfortarla, pero Isabella se alejó de su toque y se aclaró la garganta incómoda. Jasper lo entendió y se guardó las manos para sí mismo, cruzándose de brazos. Ellos nunca habían podido ser amigos aunque, por supuesto, estaban unidos por una razón y esa razón era el hombre en la camilla de la habitación a la que Isabella no se atrevía entrar.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó ella sacándolo de sus pensamientos.
—La exposición está lista. Alice me pidió recordarte que ibas a estar en la inauguración en dos días. Y me pidió recordarte que ibas a dar un discurso —mintió Jasper. Isabella bufó y se tocó el cabello antes de asentir y gruñir entre dientes.
—Alice lleva dos meses enviándome recordatorios al correo, a mi teléfono y me llamó hoy dos veces. Estoy segura que no me dejará en paz hasta que entre en ese maldito evento. Lauren lo tiene agendado y no me deja cancelarlo.
Jasper soltó una carcajada sin mirarla a los ojos. Si lo hacía, Isabella podría descubrir que él estaba allí por otra razón. Ella era demasiado intuitiva y él un muy mal mentiroso.
—Bueno Alice es Alice. Lo sabes. No voy a disculparme.
—¿Cómo están tus hijos? —le cambió de tema ella como siempre. Nunca lo dejaba entrar en detalles de su vida con Alice y aunque Jasper le agradecía el hecho de que Isabella no preguntara cómo estaba su relación, a veces extrañaba hablar con alguien. Alguien que pudiera responderle ya que él hablaba con Edward todo el tiempo.
—Siendo chicos. Jace está enamorado de una chica y bueno Alice está celosa. Marie está pensando en tomar clases de diseño y dibujo. Últimamente le interesa el arte y es muy aplicada —Isabella frunció el ceño y se tensó cruzándose de brazos
—¿Hablas de mi ahijado? ¿Mi ahijado está enamorado? Además ¿Marie no estaba tomando clases de actuación?
Jasper sonrió abiertamente al escucharla hablar de sus hijos con adoración y devoción así que se burló de ella un poco aligerando la tensión entre ellos. O al menos intentándolo.
—¿Por qué de pronto suenas como Alice?
Isabella se burló apretándose los antebrazos y luego alejó su espalda de la pared con estilo, irguiéndose en sus tacones sin trastabillar.
—¿Puedo conocer a la chica de Jace?
Jasper negó pareciendo divertido y le quitó la botella de las manos antes de darle un trago, luego la dejó en el suelo y susurro:
—La asustaras y tú ahijado va a molestarse como un adolescente insufrible. Mañana…
—Quiero estar sola. Todos saben que necesito estar sola mañana —lo interrumpió Isabella dejándolo de pie alejándose de él sin despedirse. Jasper suspiró frustrado.
—Esa maleducada —la vio irse mientras un recuerdo lo arrastraba al pasado.
—El padre de Isabella no es Charlie Swan. Él solo donó el esperma.
—No entiendo. Creí que fue él quién le dio esa enorme empresa.
—Global High estaba quebrando. Charlie no le dio esa empresa. Isabella la compró con la herencia de su padre verdadero.
Jasper vio a Edward enfocar su cámara hacia el cielo y tomar un par de fotos. Luego su mejor amigo lo miró.
—Isabella ama a dos hombres en este mundo. Uno de ellos es Akihiro Hyõ Alcock. Su padre, su amigo, su salvador, su maestro.
—¿Vas a decirme que el segundo eres tú?
Se burló Jasper y Edward sonrió como si se hubiese ganado la lotería, después lo enfocó con la cámara y susurró mientras le tomaba una fotografía:
—Prométeme una cosa. Y luego voy a responder a tu pregunta.
—¿Vas a ponerte sentimental? Además hombre, tú eres mi amigo, ella no me agrada y lo sabes.
Edward le palmeó la espalda después de tomarle la foto y luego le dio la espalda antes de meterse las manos en los bolsillos de su pantalón
—Si un día no estoy, cuida a Bella por mí. No la dejes sola, no un dieciséis de marzo. Porque ese día murió una parte de ella. Ese día ella enterró a su padre y eso es algo que ni con todo el amor que le tengo podré sanar.
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Jasper escuchó una puerta cerrarse y eso lo trajo de vuelta a la realidad. Miró la habitación de Edward y entró a sentarse en la silla a su lado.
—¿Por qué no despiertas y nos quitas la angustia a todos? ¿Sabes lo que esto le está haciendo a esa jodida loca que escogiste por esposa? Ella me odia hombre —bufó mientras le arreglaba la sábana y luego le palmeó la mejilla y le humedeció los labios con un algodón —. Isabella será cenizas sin ti hermano. Y te sorprendería escuchar que lo único que quiero ahora es verla feliz contigo.
Luego miró las constantes y revisó el expediente antes de salir de la habitación.
No había cambios.
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Dieciséis de marzo de dos mil quince.
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Isabella estacionó el auto y miró el cielo nublado aún esperando por el amanecer. Apretó sus manos al volante y suspiró antes de sacar la botella del coñac del asiento trasero y los dos vasos. Metió a su abrigo la cajetilla de cigarrillos y la caja de regalo que dentro llevaba un encendedor de oro; después abrió la puerta del auto para salir.
Hay fríos que calan en los huesos. Isabella bufó al sentir frío a pesar de llevar un abrigo grueso aunque dedujo que era normal por lo viejo que este abrigo se veía; caminó entre las tumbas abandonadas antes de encontrarse con la que estaba buscando.
Akihiro Hyõ Alcock.
Padre
Maestro
Amigo.
1948—2004.
Si alguien miraba alrededor de ese cementerio él era el único que tenía la lápida lujosa de granito color negra con letras color dorado. Era la única lápida que brillaba limpia y en lugar de flores tenía una cajetilla de cigarrillos vacía. Isabella dedujo que las personas tomaban los cigarrillos de allí por lo que ella siempre mandaba una cajetilla diaria para la tumba.
En su loca imaginación, a media noche Hyõ salía de su tumba y se sentaba en la lápida a fumarlos todos, mirando el horizonte buscando luces de aviones escondidas en las nubes del cielo. Recordaba las veces que se había acostado en el suelo mirando como en el cielo los pájaros de metal emprendían un nuevo viaje.
—Si un día muero y tienes que poner tierra sobre mi cabeza no me metas en un mausoleo lujoso, déjame con los demás. Y llévame cigarrillos. Así nos hacemos compañía con los que están solos y fumamos juntos las penas que hay que pagar en esta tierra.
Isabella sonrió con los ojos llenos de lágrimas pero no se permitió llorar y luego, como cada año, se sentó en el suelo del cementerio y con sus manos recogió tierra que dejó sobre la lápida antes de besar el granito.
—Eres un viejo tonto Hyõ —dejó el regalo sobre la tumba y sacó de su bolsillo la cajetilla favorita de cigarrillos también —. Te extraño —susurró a la nada y frunció el ceño.
—La muerte no es el final del camino Oujo, la muerte es el principio de una nueva vida o un nuevo infierno. La muerte es el alivio de los condenados a sufrir en vida.
Destapó el coñac favorito del hombre que le había mostrado a vivir una vida normal y lo sirvió en ambos vasos. A continuación inclinó el suyo y brindó
—Porque celebro tu vida —susurró con la voz rota antes de tomar un trago —. Y maldigo tu muerte —dijo mientras dejaba el vaso vacío.
Sacó de su cuello el collar que no se quitaba nunca y sacó el reloj viejo de su bolsillo tomando sus rodillas abrazándolas contra su pecho; se tomó el tiempo de mirarlo y comenzó a hablar como si Hyõ estuviese allí sentado frente a ella, como si él le estuviese viendo coser una camisa rota, o como si la estuviese viendo cocinar, leer o resolver un crucigrama.
Por un segundo, quizás, en un parpadeo ella lo imagino allí, con su cigarrillo colgando de su boca y la voz ronca de tanto fumar respondiéndole con monosílabos o incitándola a hablar. Lo imaginó con sus dedos manchados de tinta de lapiceros viejos y su nariz llena de hollín jugando con algún roto cubo de rugby* o resolviendo un crucigrama.
Habían sido pobres, habían descubierto la miseria y no el hambre porque el siempre la había cuidado dándole de comer lo que tenía. La muerte la había mirado a los ojos tantas veces que hasta había dejado de temerle hace mucho tiempo. Sí, pero cuando Hyõ la encontró ella había sido feliz, quizás en ese entonces, el hecho de que él no esperara nada de ella la hizo sentir que era lo más cercano a la felicidad. A la plenitud. A tenerlo todo aunque no tuviese nada.
—Mira. El cielo nos sonríe dejándonos ver el sol. Hoy será un buen día Oujo. Hoy será un buen día.
Cada consejo suyo era como una Biblia para Isabella quien aún en sus peores momentos lo veía allí de pie a su lado.
—Dirije el barco Oujo, mientras yo peleo contra el temporal.
—¿Como pudiste dejarme viejo tonto? —susurró y una lágrima traicionera se escapó de sus ojos. La limpió y se sirvió otro trago bebiendolo de golpe — ¿Cómo pudiste irte, papá?
Se sorbió la nariz y agarró aire, luego empezó a hablarle de Edward, de los términos médicos que Jasper la había obligado a aprender, de lo mucho que la tecnología había avanzado, de lo orgullosa que se sentía de sus premios.
De su ahijado Jace. Lo vio rodándole los ojos y dándole una calada a su cigarro mientras él la miraba como si lo que ella le estuviera contando fuera importante y único.
Le contó sobre el evento de tecnología, sobre los nuevos genios que esperaba encontrar, sobre lo mucho que odiaría hoy un celular por las aplicaciones y sonrió hablándole de todo y de nada.
Le contó sobre Sam, sobre Sienna, sobre Rosalie. Y cuando hubo hablado y contado todo se bebió otro trago y se recostó en una roca sacando un cigarrillo para encenderlo. Ella fumaba, una vez al año ella se sentaba frente a esa tumba y se fumaba un cigarrillo y brindaba a salud de su padre, por todos y cada uno de sus logros.
Dos hombres. Eran dos hombres los que tenían su corazón y rogaba al cielo no tener que enterrar su corazón con el segundo.
Acarició la tumba y cerró los ojos dejando caer su rostro para atrás sin mirar al cielo y se imaginó a Hyõ poniendo su mano sobre la de ella, sintió la calidez de las manos de su padre allí.
—Deberías esta usando guantes . Es invierno —lo escuchó decirle en reclamo. Con los ojos cerrados Isabella giró el rostro como si lo estuviera viendo allí de pie a su lado
—Tienes las manos de un genio Oujo, úsalas para el bien. Si un día estas manos dibujan un arma voy a darte una golpiza.
Lo sintió tocándole el cabello y luego recordó las veces que él la había abrazado o dado cariño.
Hyõ era el hombre más tosco y desamorado del mundo, pero él había sido un padre, una madre, un consejero, un maestro, un amigo.
Le había enseñado a ser inteligente. Le había enseñado a defenderse, a cuidarse, a triunfar con la mirada en el cielo y los pies en la tierra.
Y luego había muerto. Un dieciséis de marzo, el había dado su último aliento mirando al cielo con una sonrisa en el rostro el se había ido.
—Las decisiones que tomamos en la vida Oujo, ellas un día nos muestran el camino que debemos tomar. He tomado solo dos buenas decisiones en la mía, una de ellas eres tú.
Isabella se sorbió la nariz y negó recordando las últimas palabras de su padre sin dejar de ver la tumba.
Había cosas que la hacían abrir las puertas del infierno y ver hacia adentro. Ninguno de los recuerdos que tenía eran grises, todos tenían colores vívidos de felicidad, dolor, agonía, impotencia. Y hasta en algunos había amor. Pero eran muy pocos.
Parte de su corazón murió el dieciséis de marzo del 2004. Y pedazo a pedazo su vida se iba desmoronando más.
El Cubo de Rubik es un rompecabezas mecánico tridimensional creado por el escultor y profesor de arquitectura húngaro Ernő Rubik en 1974. Originalmente llamado «cubo mágico»
Aquí tenemos un nuevo capítulo y en ella aparece Hyõ, uno de los personajes más importantes de la historia y quien, como ya veremos, es quien empieza a forjar a la que, es a día de hoy, la Señora. Pero para saber más hay que esperar.
Muchas gracias a todas aquellas personas que leen la historia y quiero agradecer profundamente a todas aquellas personas que dejan un review. Me encanta leerlos todos.
Nos leemos la semana que viene.
Un saludo
