Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización
Capítulo 15.
La historia del hombre invisible. Hyõ.
.
"La soledad del hombre no es más que el miedo a la vida". Eugene O'Neill.
.
.
.
Isabella tropezó varias veces antes de que la botella de whisky resbalara de sus manos. No se rompió así que la recogió.
Estaba borracha, mucho. El dolor era menos cuando ella bebía y los sueños parecían más ligeros cuando el alcohol le anestesiaba.
Suspiró. El pensamiento, los pensamientos destructivos, solo venían a ella cuando estaba sobria. Y había muchos de ellos. Ella quería destruir, quería gritar, quería golpear. Asesinar.
Aún no era el momento, pero este se acercaba. Y ella podía sentirlo.
Bebió otro trago directamente de la botella y abrió la compuerta de la segunda planta, se quitó los zapatos, tiró de su abrigo y lo dejó en el suelo y luego dio otro trago antes de limpiar su boca con su antebrazo. Tropezó con los escalones sin caer y siguió subiendo.
El corazón se le detuvo en el pecho así que siguió bebiendo. Maldito bastardo débil que latía como si regresara a la vida cuando ella subía al segundo piso.
Estaba harta. Estaba cansada. Desesperada.
Tropezó de nuevo y terminó en el suelo, sentada frente a la puerta entreabierta de su cielo, era una condenada al infierno atada al precipicio desde el cual podía ver su paraíso. Lentamente se arrastró sin fuerzas para levantarse y cuando estuvo al lado de la puerta de la habitación se rió sin poder evitarlo; ella se rió y después, sin permiso, las lágrimas empezaron a resbalar de sus ojos dejándola sin aire.
Maldita fuera la vida. Maldita fuera la muerte. Y es que ¿A quién debía de maldecir primero? ¿Cómo nombrar el estado de su esposo?
¿Estaba vivo?
¿Estaba muerto?
Golpeó su cabeza en la pared y gruñó al sentir el dolor desplazarse como una boa constrictor. Deseaba con todas sus fuerzas poder golpear más fuerte y no despertar.
Nunca.
Ella solo quería morir. Huir. Dejar de sentir. Porque esa maldita agonía la estaba convirtiendo en un ser sin vida.
Bebió de nuevo.
Quizás necesitaba algo más fuerte, así el dolor dejaría de burlarse de ella en cada esquina. Quizás debía ir a un terapeuta. Pero es que un terapeuta la podía encerrar en un manicomio o terminar igual de loco que ella.
—Beber no es la solución a los problemas.
No la sorprendió escuchar a Rosalie y mucho menos le sorprendió verla caminando por el pasillo hasta que estuvo frente a ella. Había hecho ruido cuando entró así que era obvio que la chiquilla iba a estar despierta.
Al menos ya no estaba llorando, pensó, aunque posiblemente parecía un fantasma con el maquillaje corrido y los ojos perdidos. Un alma en pena sería una comparación precisa.
—¿Qué haces despierta? —la evadió y su voz se escuchó como la de otra persona. Rosalie se sentó en el piso y extendió sus piernas antes de sacar la grabadora de su chaqueta. Isabella no había visto el maldito artefacto que le estaba sacando los recuerdos del alma como un extractor.
—Estaba editando la historia. La escuche entrar.
—Bien —susurró Isabella antes de beber. Se detuvo un momento para centrarse y le señaló la mano —. Enciende esa maldita cosa —murmuró señalando la grabadora que llevaba en la mano. Rosalie la levantó y presionó frente a ella el botón que sonó en el silencio del pasillo en el que ambas estaban sentadas.
Estaba oscuro, pero Isabella podría haber jurado que a su lado su padre estaba sentado fumándose uno de los caros cigarrillos que ella le había comprado por su aniversario.
—Había visto a mi madre consumir drogas de mil maneras, lo recordaba; recuerdo verla inyectarse, la vi esnifar también y fumar; ella las usó todas, sin embargo la consumió la heroína, esa fue la que más necesitaba. Sabía que estas drogas existían, por eso cuando las tuve en mis manos para venderlas jamás las probé.
El peor error de un vendedor de droga es la primera vez que esnifa, fuma o se inyecta fingiendo probar la mercancía, la segunda vez lo hace para su placer y luego vienen las adiciones.
No permití que eso me pasara. Llevaba poco tiempo sirviendo a Jane, pero lo hacía bien, era delicada y sabia que hacer, sabía cómo evadir a los policías y que mentiras decir si estos me veían en la calle y yo les parecía extraña aunque siendo honesta nadie se detenía dos veces al ver a una niña con ropa vieja caminando sola por la calle.
Nadie quería ese compromiso, el hecho de por sí ya verme sola era problemas y los policías en ese entonces los evitaban como al cáncer. Los estúpidos que la compraban me respetaban porque en cada esquina había un hombre de Jane.
Tenía diez años cuando empecé a ser una dealer* era imperceptible, irrastreable. Y las personas me veían como nada. Fueron dos años fáciles para mí. No tenía un sueldo porque no sabía que debían darme dinero por eso, pero el destino cambia constantemente buscando tu lugar en el mundo y aunque yo creía que ese era el mío, estaba equivocada.
Había muchas cosas que podías deducir de Akihiro Hyõ Alcock.
—¿Alcock, como John William Alcock? —Isabella asintió y continuó.
—La primera era que él no parecía ser el nieto bastardo de John William Alcock, nadie que lo viera creería que era nieto del primer aviador de un vuelo sin escalas por el mundo. La segunda es que nadie, y eso me incluía, podría jamás haberse imaginado que era un hombre billonario. Él nunca me lo dijo. Nunca. Cuando lo conocí yo tenía apenas doce años.
Estaba en la calle, vendiendo drogas para Jane Vulturi. Sabía cómo empacar bolsas de cocaína, tenía clientes de metanfetaminas, crack; pasaba inadvertida siendo que era una niña y estaba siempre a la defensiva, Jane me había encontrado casi muerta de hambre en el bosque y me había abierto las puertas de su casa sin parpadear, me había dado un trabajo y una vida que creía mía. Había pagado por mi cuando Gusano y Randazzo un día habían aparecido en su puerta reclamándome. Y yo le pertenecía a ella.
Había un hombre que también era temido en las calles. Había escuchado de él muchas veces, pero nunca lo había visto de frente. Dicen que hay destinos que están entrelazados ¿Sabes?
Él me atrapó en uno de sus callejones y me miraba como un pervertido mira a una chiquilla. Yo no tenía cuerpo para defenderme. Era una niña pequeña después de todo y estaba muy mal alimentada. Estaba haciendo lo que me habían enseñado para sobrevivir en un mundo en el que si no pagabas peaje, morías en la oscuridad de la noche.
Sabía armar y desarmar armas, también. Jane me había hecho poner drogas en bebidas de personas a las que nunca en mi vida les había visto el rostro obligándome a servirle en sus reuniones. Yo no podía negarme en ese momento, aunque sabía la definición del bien y sabía que habían cosas que estaban mal, estaba siguiendo órdenes que ella decía eran actos inocentes.
Ese día llovía y yo llevaba cinco mil dólares en mi chaqueta de drogas que acababa de vender. Nada me protegía de la lluvia, no llevaba sombrilla o una capa porque no tenía una y llevar una llamaba la atención. Jane me pagaba con comida y un techo y no me prostituía, eso ya era ganancia para mí porque tenía compañeras que de diecinueve años por su propia voluntad ya salían a la calle y se dejaban tocar por hombres extraños. Y ellas habían empezado a los dieciséis antes de que Jane las sacara de la calle.
Prefería mil veces vender drogas a dejar que un anciano pervertido me tocara. Tenía ropa porque me la regalaban y una habitación que compartía con las demás chicas, suficiente para mi.
Recuerdo mucho ese día. Entré en el callejón sin notarlo. Ese, quizás, fue el segundo de muchos errores que cometía en mucho tiempo y entonces el hombre al que muchos le tenían en las calles apareció de pronto silbando una maldita canción que juraba haber oído alguna vez en la radio. Había escuchado de él, su nombre sonaba en las calles tanto o más que el de Jane. Era despiadado decían. El diablo era su mejor amigo y bebía la sangre de sus enemigos. Exageraciones creo. Aunque si lo pienso bien hoy puedo ver con claridad que nada de eso era mentira.
Felix Volkov llevaba en su mano una navaja tipo mariposa y jugaba con ella entre sus dedos haciéndola sonar cuando el metal chocaba entre sí. Quise pasar de él, ignorar su forma extraña de ser, pero tomó mi brazo y me pegó a la pared lastimándome la espalda del golpe dejando la navaja en mi cuello antes de obligarme a inclinar mi rostro de lado.
—Hueles a drogas pequeña cosita dulce —susurró en mi oído mientras me olía. El miedo me tenía congelada en la pared. Estaba segura de que ese hombre no era bueno. ¿Y cómo podía serlo? Tenía una sonrisa diabólica, sus ojos azules brillaban y no con buenas intenciones y muchos tatuajes cubrían su cuerpo. Podía ver algunos desde donde me tenía. Su cuello tenía frases extrañas y serpientes que parecían estar vivas, vestía un traje negro con una gabardina y sus dientes eran blancos. Su cabello estaba peinado hacia atrás.
Cada rasgo físico de Felix Volkov está marcado a fuego en mi. Su lengua salió de su boca de una forma asquerosa y la movió sobre sus labios como si se estuviera saboreando, como si estuviera hambriento y yo fuese el bufé que estaba a punto de devorar.
—¿Cómo te llamas? Y ¿Quién es tu dealer?
—Suéltame —le susurré y él me sonrió de una forma extraña. Sus labios subieron y bajaron en un movimiento rápido. Luego su nariz se deslizó por mi mejilla lentamente.
—No voy a preguntarte de nuevo.
Me apretó la garganta azotando mi cabeza en la pared, fuerte y el aire empezó a escapar de mi. Puse mis manos sobre sus hombros y lo golpeé, pero luces azules sobre mis ojos me hicieron saber que estaba ahogándome y él estaba sonriendo mientras eso me pasaba. Parecía excitado.
—Suéltala.
Recuerdo la voz ronca de Hyõ. Llevaba un cigarrillo colgaba de sus labios y sus ojos eran suaves como la miel. Era un hombre alto, guapo y tosco. Vestía con una gabardina que parecía haber tenido días mejores y estaba sucio; su cabello castaño estaba pegado a su cabeza en un corte militar. Tenía la mandíbula cuadrada y una mirada desafiante. Al verlo cualquiera sabía que él no parecía del lugar, parecía un extranjero por sus facciones asiáticas.
Isabella extendió hacia Rosalie su celular con una fotografía en blanco y negro del hombre al que le estaba describiendo.
Hyõ se adelantó en el callejón…
—No voy a volver a repetirlo Felix. Suelta a la niña —puso énfasis en cada palabra suya. Y increíblemente Félix me soltó ante su orden. Yo me deslice sin fuerzas al suelo buscando llevar aire a mis pulmones mientras me tocaba el cuello con el pánico apretándome las costillas por el grito que no había podido soltar. Ví a Felix girarse y sacar un arma, pero Hyõ también tenía una y se la había puesto en la frente tan rápido que yo no lo había visto. Todo en un parpadeo ante mis ojos.
—¿Realmente vamos a jugar de esta manera anciano?
—¿Realmente vas a preguntar cosas tan estúpidas? —ambos quitaron el seguro y Hyõ le sonrió abiertamente a Felix diciendo —. Vuelves la mirada en su dirección una vez más y no seré tan paciente. Sabes que no me quitará el sueño meterte una bala en la frente y sé que Volkov me dará las gracias porque te quite del medio. Después de todo, los hijos son solo estorbos cuando no sirven para nada.
—Estás tomándote retribuciones que no te corresponden. Un día voy a cortarte la maldita garganta y estaré feliz de servirte como cena de mis perros, maldito anciano bastardo.
Palabras que aún suenan en mi mente y están grabadas a fuego. Félix no asesinó a Hyõ, pero por su culpa él murió antes.
—Un día no serás inalcanzable chiquilla —prometió señalándome mientras se alejaba. Recuerdo que Félix me miró a los ojos y sonrió abiertamente hacia mí antes de escupir el suelo donde yo estaba y guiñar un ojo en mi dirección antes de irse. Me levanté y Hyõ me miró antes de encender el cigarrillo y preguntar:
—¿De dónde vienes? ¿Quién es tu dealer? ¿Eres drogadicta o comerciante?
—¿Por qué tendría que responder a eso? —le pregunté claramente y él sonrió dándole una calada al cigarrillo que no lo había visto encender. Cuando expulsó el aire en mi rostro me examinó y me señaló
— Porque te salvé la vida. Y porque soy un maldito adulto al que debes respeto así que no me pongas de mal humor.
Tenía razón. Él había salvado mi vida y aún tenía su arma en la mano así que le dije:
—Jane. Soy comerciante.
—Hum hum —fue lo único que escapó de sus labios antes de tomarme de la chaqueta y decir —. Bien.
Me arrastró por los callejones; intenté resistirme, pero él era fuerte y tiró de mí hasta que llegamos a la casa de Jane, quien, al abrir, me miró dos segundos antes de verlo a él y cruzarse de brazos mientras rodaba los ojos.
— Quizás ponerte los ojos de collar hará que me respetes aunque sea un poco niña estúpida de mierda.
—Déjame recordarte que no eres mi padre Hyõ. En serio ¿Vamos a jugar a esto?
—¿Por qué mierda ahora estás usando a una niña para tus negocios? ¿Cuántos años tiene ella? ¿Tienes conciencia? Joder.
Jane extendió la mano hacia mí y yo puse el dinero en sus manos; luego se giró en sus hermosos tacones y caminó dentro de la casa. La sala de estar era un lugar hermoso muy amueblado, casi ostentoso. Nadie sabía que tras las puertas de esa casa de dos plantas había gente armada cuidando de las empacadoras y las que contaban el dinero. Nadie sabía que la casa estaba llena de drogas, prostitutas y dinero. Jane se sentó cruzando sus piernas y Hyõ me obligó a sentarme a su lado ,empujándome sobre el sofá
— ¿Cuánto quieres por ella?
—¿Por qué quieres meterte en este problema? Tiene doce años y no te servirá para nada en tu casa de cartón. Además no podrías pagarme. Es una Rokudenashi no Oujo.*
No comprendí en ese momento absolutamente nada de lo que ella estaba diciendo. Porque ¿Que podían esas palabras significar para una niña de doce años?
—¿Estás segura? —Jane sonrió abiertamente y encogió un hombro —. Me debes favores. ¿Quieres que te recuerde las veces que salve tu vida cuando no tenias ni en qué caerte muerta? O ¿Quieres que hable con Didyme directamente? Ella es una niña pequeña no vas a dejarla en las calles sola, no mientras yo esté vivo.
Él suspiró largo y la mirada airada de Jane no se hizo esperar. Ella tomó un cigarrillo de su suéter y lo encendió antes de dar una gran calada y mirarme mientras expulsaba el aire por la nariz, dio otra calada más.
—Es mi mejor en todo. Pero si la quieres es tuya. Sin precio. Eso sí, que quede claro que mis deudas contigo quedan saldadas. No te la folles hasta que sea legal.
Hyõ se levantó y le puso el arma en la frente quitándole el seguro. Hombres fuertemente armados aparecieron tras ella, quien empezó de pronto a reírse. Era imposible saber si estaba preocupada o se sentía feliz de tener un arma apuntando su frente, pero ella se levantó lentamente con las manos arriba sin dejar de mirar a Hyõ.
—¿Vas a comprar tu boleto al infierno hoy, viejo amigo? Bajen las malditas armas. Él es bienvenido aquí, aunque se esté portando como un imbécil —ordenó y los hombres tras ella obedecieron. Hyõ no bajó la suya, en cambio se inclinó hacia adelante y le susurró:
—Hay cosas en esta vida que no puedes comprar con dinero, armas o tus malditas drogas Jane. Me debes más que lo que te estoy pidiendo. Y lo sabes.
—Lo sé. La rescaté porque Harry pensaba que se parecía a mi hija. Era un maldito sentimental después de todo. No puedes reclamarme porque ella quería trabajar. Hyõ baja el arma, no te condenes.
—Jamás vuelvas a insinuar que tengo una vena pervertida sobre mi. Sabes quién soy; sabes que un parpadeo tus malditos perros carroñeros estarían muertos si yo lo quisiera así, no me hagas perder el tiempo. No más niñas de doce años en las calles vendiendo tu mierda. No son cachorros. Usa gente mayor o vendré y te daré una zurra. Esa que tu padre nunca te dio ¿Bien?
—Bien —respondió ella de mala gana. Hyõ bajo el arma y la guardo. Luego se giró hacia mí y me tomó el brazo llevándome fuera con él. No me rehuse. Él estaba armado y aunque yo estaba asustada acepté mi destino. Estaba tan acostumbrada a perder que para mi conocer a Hyõ no me pareció ganancia en ese momento.
La casa de Hyõ estaba en un callejón sucio y olvidado, era realmente de cartón y habían dos catres viejos y cobijas roídas. Tenía una cocina llena con carbón y comida guardada en una caja. Recuerdo que me sentó en un rincón y preparó una sopa mientras fumaba sin parar, luego de servirla me obligó a lavarme las manos con agua helada.
—No voy a tocarte, no soy pendejo ni soy un enfermo. Quiero dejar eso claro. Solo tengo una opinión sobre niños en las calles y hay algunos que aún pueden ser rescatados —asentí sin decir nada y él continuó —. Corto la hierba de los jardines y arreglo podadoras de césped. Da para la comida. Cuando llega la lluvia duermo en la casa de una amiga que siempre va a ver a sus padres para esas épocas. Tendrás que acostumbrarte a bañarte en servicios públicos, a diario. No soporto oler mal y no quiero malos olores. ¿Cómo te llamas?
—Isabella —le dije y él inclinó su plato de sopa para beber. Yo aún no había probado el mío aunque moría de ganas de hacerlo.
—¿Tienes padres? —negué —. Bueno eso evita que quieran cortarme los huevos por tenerte conmigo. ¿Puedes leer?
Asentí, aunque sabía muy poco de las letras conocía lo básico, no es como si una niña que vendía drogas en las calles tuviera tiempo para agarrar un libro pero no era una tonta después de todo.
—Quiero que me leas el periódico, si no eres rápida aprenderás a serlo. Me gustan los crucigramas. Son mierda de gente inteligente y yo lo soy. Quiero que tú lo seas. Y aprendas a resolverlos.
—¿Por qué? —la pregunta dejó mis labios de forma automática y Hyõ me miró por un largo rato antes de rascarse la nariz.
—La vida da oportunidades pequeñas Isabella. Te estoy ofreciendo un hogar, dejar de vender drogas en callejones en los que un ruso puede violarte y matarte sin piedad. Así que toma una decisión. ¿Quieres la oportunidad de cambiar tu vida o quieres seguir trabajando para Jane Vulturi?
No fue una mala decisión. No quería más la vida de las drogas, las detestaba, y Hyõ parecía un hombre honrado.
—Quiero el catre de la esquina.
Hyõ sonrió suavemente antes de levantar los platos y dejarlos sobre un recipiente con jabón.
—Lavarás los platos mañana. El agua estará caliente para entonces. Irás conmigo a arreglar unas máquinas de césped y te enseñaré cómo hacerlo. La cocina es una chimenea, siempre está encendida para calentarnos. Sacude tu cama. Siempre. Y no importa lo que escuches fuera no salgas de noche ¿entiendes?
Asentí y sacudí el catre. Hyõ se acercó y con una cinta de zapatos amarró una larga manta cubriendo mi cama para darme privacidad luego sacó una mochila bajo su cama y de ella sacó ropa lanzándomela. Era ropa de hombre.
—Cambiate. Iré por un cigarro —Tras decir eso salió de la casa de cartón. Mi vida cambió en adelante. Pase un año aprendiendo a leer de forma fluida, aprendí sumar, restar, multiplicar y dividir, Hyõ me enseñó álgebra, geometría y física. En poco tiempo supere sus expectativas y me volví su igual. Le gustaba jugar conmigo a quien resolvía un crucigrama más rápido o quien reparaba máquinas de césped.
Cuando lo había aprendido todo, fue cuando se tomó el tiempo de enseñarme sobre aviones. Félix me rondaba muchísimo, pero nunca se me acercó. Le temía a Hyõ y no supe por qué un día antes de morir él mismo Hyõ me lo dijo.
—¿Qué te dijo? —preguntó Rosalie interrumpiendo.
—Un asesino reconoce a otro. Le teme. Le respeta. Y no le dispara por la espalda. Lo mira a los ojos para que se vaya a esperarlo directo al infierno.
Rokudenashi no Oujo. O Rokudenashi no Õjo: Princesa bastarda.
Dealer: Vendedor minorista de drogas ilegales.
Menudo el capítulo de hoy. Hemos tenido la introducción de dos personajes muy importantes en esta historia que han hecho que Isabella sea como es, pero todavía queda mucho, pero que mucho y las emociones siempre estarán a flor de piel.
Muchas gracias a todas las personas que estáis siguiendo la historia. Estamos leyendo todos los reviews con mucho cariño y los agradecemos mucho.
Pero hoy quisiera usar este medio que me da la oportunidad de darle las gracias a la propia escritora, a ANN (soy la beta :P ). Sin ti, tu cabeza loca y tus historias disparatadas no tendríamos esta gran historia y yo no tendría la oportunidad de disfrutar con ella, diciéndote que se te ha ido la cabeza o que maravilla habías escrito.
Nos leemos la semana que viene.
Jpv
