Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización
Capítulo 21
Cuando cumplí dieciséis.
"La mujer cuando niña es libélula suavísima de prodigios alabastrinos; cuando joven es flor de vida; cuando madre tórnase sustancia del universo." Luis Alberto Costales.
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16 Enero de 2001
Hay algunas fechas que odio más que otras. A mi edad creo que debería sentirme un marica, pero escribir en mi diario se a convertido en una parte importante de mi vida. Cuando cierro los ojos me convierto en aquel niño que fue secuestrado por un imbécil al que hoy en día le daría una paliza. Pero eso no es lo que recuerdo, es borroso. Los malos recuerdos lo son.
Los años se me han ido de las manos y no he podido olvidarla. No la encontraré jamás, quizás es imposible volver a verla, le debo mi vida. Le debo estar aquí siendo un imbécil quejica que lo tiene todo cuando no pude darle nada.
Quisiera verla. ¿Será hermosa? Las adolescentes no son de mi gusto. La verdad es que por alguna maldita y estúpida razón no puedo encontrar a una chica que me llame la atención. Si me gusta verlas… quiero decir no voy a ponerme explícito.
Todas son simples, pero ¿Qué pasaría si la viera? ¿Me parecería hermosa? Si estuviera viva hoy tendría dieciséis, según mis cuentas.
Voy a volver a San Francisco, tengo que cuidar de mi padre. El cáncer linfático no es una maldita broma y aunque mi madre no está de acuerdo, todo está listo. Y es quizás el hecho de estar en ese país es que me despierta mucho aquellos recuerdos. Ella es de Nueva York, son cuatro mil sesenta y un kilómetros. Tengo recuerdos de esos hermosos y valientes ojos grises que, como si fuesen el cielo nublado de Londres, me miran desatando tormentas en mis sueños.
Edward. "
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Como si fuese una rutina, en silencio después de poder dormir unas horas, Isabella se encerró en su despacho y se tomó el tiempo de ponerse al día con todos sus pendientes en la empresa. Cuando lo hubo organizado todo a la perfección se tomó el tiempo de revisar los proyectos futuros mientras también miraba los diseños de los nuevos aviones que pensaba sacar al mercado. Pidió los permisos para construir y exportar, envió correos y se ocupó de organizar las reuniones de marketing y de presupuestos antes de recostarse sobre su silla sintiendo que las horas que había trabajado habían valido mucho la pena. Aprender a volverse una mujer exitosa y poderosa no era algo que le había pasado de la noche a la mañana, pero priorizar lo que debía y lo que no, fue fácil, y su memoria siempre le ayudó. Mientras el fantasma de su padre capeaba el temporal, ella dirigía su barco.
Miró el reloj marcar las ocho de la mañana y, sin pensarlo mucho, se sirvió una copa de coñac para relajar sus hombros tensos. Rosalie le tocó la puerta; lo supo porque estaba viendo las cámaras en ese momento. Había cámaras por toda la casa por si algún curioso rondaba sin que nadie se diera cuenta.
—Estaba pensando en que podíamos desayunar y…—Rosalie se detuvo al verla con la copa en la mano y parecía asustada de verla bebiendo. Isabella quiso rodar los ojos puesto que a estás etapas de la vida Rosalie debería ya conocerla. Sin embargo era una niña, y ella tenía que recordar que parecía haber vivido en una burbuja construida por sus padres. Dió un trago a su vaso.
—Estabas pensando y luego te comió la lengua un ratón —la sacó de su ensoñación con palabras llenas de sarcasmo. Rosalie se adentró y dejó sobre su escritorio la laptop y la grabadora dejándose caer sobre la silla de una forma poco femenina antes de decir.
—Estaba pensando en que podrías decirme ¿Qué sigue?
Isabella miró su copa y bebió otro trago antes de recostarse sobre su silla y cruzar sus piernas sintiendo al tiempo arrastrarla con fuerza hacia atrás. Era como ser arrastrada por cadenas enormes y pesadas a recuerdos que, aunque eran desagradables, formaban parte de su historia y eran difíciles de narrar. Vio a Rosalie encender la grabadora y mirarla esperando expiar sus fantasmas de algún modo.
—Dos días antes de mi cumpleaños número dieciséis Hyõ empezó a actuar de forma extraña. Me miraba de una forma en la que me ponía nerviosa; no había picardía o algo malo, solo curiosidad. Curiosidad por algo que no supe reconocer. También empezó a toser mucho en las noches. Le dio una gripe que pareció golpearlo con fuerza contra el pavimento y adelgazó.
No lo noté. Yo seguía siendo la misma chica, menos escuálida y un poco más alta. Y demasiado inocente. Creía que él iba a ser eterno, que iba a quedarse en mi vida para siempre. No sabía que él estaba, desde hace años, peleando una batalla en contra del cáncer de pulmón.
—Tengo que hacer unas cosas estos días así que no estaré para tu cumpleaños. Vas a quedarte con Jane. Emily tiene que ir a la iglesia esos días, pero dijo que estaría al pendiente —me dijo una noche en la cena y luego dejó una caja de cartón sin colores sobre la mesa improvisada de nuestra casa. Lo hacía cada año, siempre un regalo sencillo que me tenía sonriendo por días al verlo. Se gastaba pequeñas cantidades, que me parecían fortunas, en mi y era increíble que cada regalo suyo me sorprendiera tanto. Él no sabía con exactitud mi fecha de nacimiento y yo menos, pero, en silencio, celebramos el día que él me salvó de Félix en aquel callejón cuando yo tenía doce años.
Me levanté sin abrirlo quitándole su plato y asentí hacia él sin nada que decir antes de que se aclarara la garganta.
—Abre la maldita cosa —gruñó impaciente y sonreí. Me senté para obedecerle tras dejar los platos en la pileta. Hyõ era un tonto, un viejo cabezota y grosero que jamás me dio cariño. Ese cariño estupido que los padres demuestran a sus hijos, pero cuando me daba un abrazo era como si todo fuese a ir bien, sabía que él iba a estar allí para protegerme. Y no necesitaba más porque él era como mi polo tierra.
Abrí la caja y saqué un reloj de esta. Se veía antiguo y era hermoso; de bolsillo con una cadena larga un poco descolorida que tenía una grabación dentro de la tapa. La grabación decía:
"Que el cielo brille siempre sobre tu cabeza y el alma que tienes sea siempre pura. Que el destino sea bueno y te haga feliz. Siempre."
Sonreí, lo miré y él también estaba sonriendo. Era un regaló precioso y aunque se veía viejo parecía valioso, más valioso que cualquier otra cosa que él me haya regalado jamás.
—Debió costarte una fortuna. Pero es hermoso.
—Ahora no vas a quejarte porque no sabes la hora. Y me lo dieron por arreglar unos baños la semana pasada así que no me costó nada.
Negué sabiendo que me estaba mintiendo y lo guardé en mi bolsillo. Pareció incómodo de pronto antes de poner su mano sobre la mía. Le fruncí el ceño porque estaba delgado en una forma preocupante pues la piel se pegaba a sus huesos y, maldita sea, era extraño. Pero no le dije nada pues me miró de una forma que me hizo olvidar lo que iba a decir o preguntar.
—Feliz cumpleaños Õjo. Que el cielo brille siempre sobre tu cabeza y el alma que tienes sea siempre pura. Que el destino sea bueno y te haga feliz. Siempre.
Apreté su mano y asentí y fue así como él se fue al día siguiente dejándome con Jane.
Días después de que se fuera, siendo sincera, no recuerdo esas fechas exactas, paleé las entradas de algunas casas y las limpié; luego soplé las velas de un delicioso cupcake de chocolate sola en mis dieciséis.
Paseé por las calles de San Francisco por primera vez en muchos años sola en mi cumpleaños.
Debí saberlo, al menos debí imaginarlo. El mal había dejado de entrar en mi cabeza dándole paso a la inocencia, había olvidado que mi suerte era una mierda y que el destino se empeñaba en hacerme daño. Había tanta sencillez en mi vida que no lo había notado. No había notado la forma en la que Hyõ me protegía siendo quien cuidaba mis pasos siempre. Él me encerró en una jaula impenetrable y yo no lo noté.
No hasta que estuve sola. Jane no podía estar tras de mí cuidándome como un perro guardián todo el tiempo, ella tenía su vida. Mis pensamientos eran diferentes hasta cierto punto. Me perdía en mis deseos, en mi imaginación que corría un maratón de cosas que yo podría lograr. Estaba tan perdida, tanto que terminé en un callejón y para cuando lo noté alguien me estaba siguiendo.
Sentí sus pasos así que apreté los míos. Sabía que me estaba siguiendo, pero como te digo Hyõ me había metido en una jaula y yo no lo había notado. Escuché el silbido y quise sollozar porque lo reconocí.
Felix había crecido, cambiado si quieres verlo de esa forma porque él ya era un adulto cuando lo conocí. Más tarde descubrí que él tenía dieciocho años cuando me atrapó en el callejón la primera vez, cuando yo tenía doce. Decían que él se había convertido en su padre, muchos decían que era un hombre malo, dueño del tráfico de drogas y armas de San Francisco, un hombre poderoso en la zona baja y conocido en la zona alta como un sicario. Había escuchado comentarios de varios amigos de Hyõ quienes evitaban hablar de él a mi alrededor así que no sabía que en secreto él guardaba una obsesión insana por mi. Pretencioso es pensar que él aún me recordaba, pero lo hacía. No lo habría visto venir y él estaba en la oscuridad esperando su momento.
Grité cuando golpeó mi espalda contra la pared oscura de aquel callejón sucio y olvidado. Quise quitármelo de encima pero él chasqueó su lengua mientras me olía y corría sus manos por todo mi cuerpo. Me paralicé.
—tsk, tsk, tsk.
Mis ojos se nublaron de miedo y él sonrió abiertamente girandome antes de deslizar una navaja sobre mi mejilla, sin lastimarme, pero demostrando que él era quien mandaba porque estaba armado mientras su otra mano se deslizaba por mi cuerpo tocándome y apretando mis pechos y estómago buscando descubrir piel. Tenía los ojos brillantes de excitación sucia y su boca olía a como si no se hubiese lavado nunca los dientes.
—Parece que tú y yo… —susurró poniendo una mano en mi boca soltando la navaja dejándola caer en el suelo y pegando su entrepierna a mi cintura enfatizando cada palabra mientras movía de una forma sucia su pene entre mis piernas con la maldita ropa puesta —. Tú y yo tenemos algo pendiente, niña. Y nos involucra a ti, a mi, y una cama. O puede ser aquí ¿Qué dices? El viejo no está hoy para protegerte.
Lo sabía, sabía que de alguna manera el verme había despertado algo sucio en él, pero no entendía cuán lejos estaría dispuesto a llegar por tener lo que por propia voluntad no iba a darle jamás.
Mis ojos se llenaron de lágrimas de impotencia y me removí entre sus brazos luchando. Eso lo enojó porque él dio un paso hacia atrás y, sin dejarme avanzar, me golpeó varias veces el rostro contra el basurero que yo ni siquiera había visto antes de soltarme. Intenté con todas mis fuerzas detenerlo, pero él era más grande y fuerte. Y aunque metí mis manos para cubrir mi rostro cuando me golpeó una y otra vez, mi rostro se estrelló contra la lata dejándome aturdida casi inconsciente.
—Deja de moverte chiquilla. O voy a tener que matarte, y la necrofilia se escucha bien si es contigo.
Saboreé la sangre en mi boca y me deslice hacia el suelo sin fuerzas cuando me soltó antes de sentir sus manos en mi cabello y mi ropa. Escuché cuando esta se rasgó porque era así como se estaba rasgando mi alma. Sentí sus manos en mis pechos y mis piernas de nuevo, estaba buscando entre mi piel. Acercó su rostro al mío y me olió y pensé "Se acabó. Va a lastimarme. Voy a morir. Aunque no estaba del todo desnuda pero me sentía así"
Un nudo se atoró en mi garganta cuando Felix deslizó su nariz sobre mi cuello y las ganas de vomitar me hicieron soltar arcadas que lo hicieron reírse histérico con una de sus manos en mi coño. Sentí su peso sobre mí y sentí su erección. Sin detenerse de tocarme haciéndome sentir sucia.
—Soy conocido en todas partes por saberlo todo y ser un fantasma ¿Crees que olvidaría un rostro? Y más uno como el tuyo. ¿Sabes que despiertas los sueños más sucios de los hombres como yo? Voy a beber la sangre de tu coño porque todavía eres virgen, puedo olerlo.
Me obligó a mirarlo y me dolió mucho el hecho de hacerlo pues me estaba casi arrancando el cabello ya que se agarró de este como si no estuviera pegado a mi. Me había lastimado el rostro de una forma cruel con sus golpes, pero lo escupí con despreció cuando se acercó a intentar besarme y con las últimas fuerzas que me quedaban le golpeé la nariz con todo el impulso que pude encontrar en mis fuerzas, tirándolo hacia atrás ya que no iba a dejarlo. Primero muerta antes de dejarlo tocarme. Como pude me lo quité de encima y no se como, pero me deslicé de su agarre y corriendo me alejé de ese callejón sin saber cómo hasta que la puerta de Jane estuvo frente a mí y cuando ella abrió y me miró maldijo por lo bajo antes de que yo cayera en sus brazos rota del miedo llorando.
Algo se quebró en mí ese día. Felix lo rompió de una forma sucia y fea. No me violó, pero rompió mi inocencia de una forma cruel alimentando a mis demonios, dándoles vida.
Había visto a la muerte a los ojos de muchas maneras. La vi en los ojos de mi madre al morir a manos de ratas sucias que cobraban las deudas de otros. La vi en los ojos de Malik Maroto apuntándome con un arma de fuego a la frente; la maldita estaba en ese bosque por el que corrí por horas y horas. La vi con Félix apretando mi cuello, pero nunca la había visto golpearme el rostro de la manera en la que lo había hecho en mi cumpleaños.
Jane me dejó llorar y como un maldito deja vu limpió mis heridas una a una dejándome curar mis alas rotas. Cuando Hyõ regresó porque de alguna manera Jane había logrado localizarlo él estaba tan molesto. Recuerdo que Jane trató de detenerlo llamándolo por su nombre, interponiéndose en su camino, tratando de alejarlo de mí porque yo no era yo misma. Porque ella me había mirado a los ojos mientras me limpiaba el rostro. Ella sabía que estaba rota, que los trozos que Hyõ había logrado rescatar de mi ahora estaban hechos pedazos. Estaba dañada a un nivel irreparable.
—Hyõ ella no…
Recuerdo estar entre dormida y despierta cuando él entró en la habitación casi tirando abajo la puerta y cuando me miró yo sollocé porque cada vez que cerraba mis ojos veía los de Felix y no podía soportar que nadie me tocará. La mirada dura que Hyõ tenía cambió a una de lástima o quizás dolor. Creo que algo se rompió en él también ese día. Jane me ayudó a levantarme de la cama y él se sentó en una esquina sin tocarme viéndome temblar con la aprehensión y la duda marcada en su rostro. Parecía no saber qué hacer, enfrentarse a cómo yo me veía debió suponer demasiado para él.
—El té… ¿Abus…
No lo dejé terminar y juntando mis pedazos, abrazando mis brazos negué, aunque la acción de mover mi rostro así dolió. Tenía una mejilla abierta que tuvieron que coser; ocho puntadas sin anestesia, una de mis cejas y mi labio también estaban rotos, diez puntadas más y estaba segura que mis ojos estaban apenas abiertos de la hinchazón aunque no podía asegurarlo. Jane, ella se había encargado de quitar los espejos en la habitación y esta tenía miles de instrumentos médicos que un doctor había usado para arreglar mi rostro sin dejarme ver en lo que ese maldito bastardo me había convertido. No habían usado anestesia porque tenía una contusión cerebral y tenían que mantenerme alerta.
—No —susurré apretando más mis brazos. Tenía frío y dolor en el rostro, pero Hyõ parecía aún más dolido que yo porque el se levanto y salió de la habitación y Jane lo siguió. Me bajé de la cama en cuanto escuché varias cosas quebrarse en pedazos y cuando salí del cuarto vi a mi padre, al hombre que me crió y me enseñó sobre la vida, a ese hombre que me había alejado del mundo oscuro y sucio y salvado mi vida miles de veces, romperse.
Tenía las manos hechas puño y parecía que un tornado había pasado por su alrededor porque todo estaba en el piso y él aún parecía furioso. Parecía dispuesto a abrir el infierno y gritarle al diablo para acabar con Félix y vengar mi inocencia, pero yo había escuchado a Jane hablar con sus hombres.
Felix era intocable y no había manera de llegar a él sin morir. Yo era egoísta, no quería ver a lo único bueno de mi vida morir en manos de ese bastardo. Así que a pesar de la mirada aterrada de que Jane me dirigió, a pesar de los vidrios rotos en la habitación, a pesar del miedo y el maldito dolor en mi rostro me acerqué a Hyõ y le puse una mano sobre la suya trayéndolo de vuelta a mi porque en cuanto me vio, solo puso una mano en mi cabello y esa, esa fue la primera vez que el me abrazó de verdad. No era un abrazo común como los que teníamos a veces, cuando él sólo pasaba su brazo por mis hombros y apretaba con su mano uno de mis brazos antes de soltarme y fingir tener las manos ocupadas. No. Él me atrajo a su pecho y tocó mis hombros sin apretar lo suficiente para no lastimarme porque siempre me estaba cuidando y luego me levanto en sus brazos y yo seguí sin notar que él estaba demasiado delgado que algo le estaba pasando. Sin saberlo Hyõ recogió mis pedazos rotos y el desastre que yo era y a su manera los unió despacio. Así, conmigo en sus brazos, caminó por la habitación y me dejó en la cama y me cuido por días en silencio solo mirándome dormir siendo mi guardián. Siendo mi padre.
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Isabella se detuvo cuando Rosalie se sorbió la nariz. Había estado tan ensimismada en sus recuerdos como para notarlo, pero entonces la vio. Rosalie estaba llorando por ella y eso la hizo sentirse mal. Abrió la gaveta de su escritorio y sacó una caja de kleenex extendiéndola hacia la chica a la que le estaba robando la inocencia al hablarle de su pasado.
—No lo hagas —le dijo llamándole la atención —. No me subas en ese altar Rosalie. No soy la buena de esta historia.
—Isabella ¿Has escuchado tu historia?
—Me la sé de memoria.
—No —puntualizó Rosalie limpiándose los ojos furiosa —. Quieres hacerme creer que eres la mala, pero te he visto. Das sin pedir…
—Cometes un error al creer que yo no gano nada cuando doy algo Rosalie. La vida me enseñó que todo tiene un precio. Y que todos pagamos por lo que pedimos de formas distintas —se levantó de la silla y tomó su copa y la llenó antes de señalarla—. Te lo dije una vez y voy a repetirlo porque quiero que se te grabe. No metas las manos al fuego por mí, no me conoces. No soy buena. No soy la víctima. Lo fui. Pero deje de serlo a las malas y no te gustará nada saber lo que hice para convertirme en quien soy.
—Ella tiene razón.
Isabella se giró al escuchar a Sienna en la puerta del estudio y Rosalie saltó en su asiento asustada.
—Isabella no es una buena mujer, niña. Nadie en esa historia lo es. Me incluyo.
—Rosalie vete —ordenó Isabella y Rosalie se levantó de la habitación con la laptop y la grabadora en sus manos. Estaba tan nerviosa que no miraba por donde iba y cuando se cerró la puerta del estudio terminó con su rostro pegado en el pecho de Emmett quien le puso las manos en sus brazos estabilizándola.
Solo entonces ella se permitió llorar como realmente había querido hacerlo en un principio. Con dolor, con agonía, y con un sentimiento que no pudo describir con ninguna palabra. Aunque sorprendentemente ella quizás lo reduciría a furia, impotencia y desdicha.
Cuando escribí este capítulo lloré, porque este marca un antes y un después de la joven Isabella a la nueva Isabella. Félix está obsesionado con ella de una forma enfermiza. Tenemos a Edward listo para ir a San Francisco. En el próximo capítulo el mundo de ambos choca, no se lo pierdan. Gracias a todos por leer. Joana sin ti está historia sería un borrador en mis manos, eres la mejor!
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