Un toque de puerta avisó que alguien estaba de visita en la casa. El agente le pidió a un muy ansioso esposo que se quedara en la patrulla, y mantuviera alguna semblanza de calma, algo imposible para Albert cuando se trataba de su amada Candy. La casa de Eleanor, aunque grande, ya no era siquiera lo que se esperaba de una actriz cotizada, sino más bien, de una actriz en decadencia, obligada a retirarse por la edad. Había polvo por todos lados, los muebles antiguos estaban cubiertos con sábanas, y una vieja vitrola tocaba los éxitos del ayer. Sonaba todo como ecos del pasado.
Eleanor no esperaba a nadie, y había tomado la decisión de irse al sótano en ese momento con Terry, a una estancia conjunta a la de Candy. Cuando la mucama abrió la puerta, polvero en mano, dio la impresión de que estaba limpiando en espera de los habitantes de esa casa. Los agentes entraron y rebuscaron, haciendo a un lado a la mucama. Se introdujeron en las habitaciones tanto de Terry como de Eleanor, y no encontraron nada. Las maletas muy hábilmente fueron colocadas en los vehículos de la cochera que la policía no se dignó siquiera a visitar.
"Hay ropa y zapatos en los armarios", comentó uno de los agentes.
"Los señores siempre tienen equipaje en su vehículo por si hay que viajar de improviso. Como pueden ver, las camas están hechas, y todo está arreglado", comentó la mucama.
"Pero la casa está algo sucia".
La mucama respiró profundo y gotas de sudor bajaron, de pronto, por su frente. El agente sabía que ella estaba muy nerviosa.
"Los señores entran y salen de la casa, pero no me han llamado en más de un mes. Yo vengo entonces, si no me llaman antes. Hacía más de un mes que no venía, y por eso la casa está tan sucia", les mintió.
El agente la miró, incrédulo, y le entregó un papelito de información.
"Dígale a su señora, cuando se comunique con usted, que más le vale llamarnos, de otro modo, tomaremos acción. No tengo que decirle lo que ocurre, siendo que está en todos los diarios de Europa y Estados Unidos. Ah, y por si le puede decir, que diga lo que sabe del secuestro de la Sra. Ardlay, de otro modo, ella y su hijo pagarán con cárcel. ¿Entendido? Y a usted tampoco le irá mejor si no dice lo que sabe".
La mucama asintió, aunque realmente, por el encierro de días que llevaba en esa casa, no había oído nada de lo que era noticia nacional e internacional. De hecho, sí sabía, porque la señora Candy había hablado y requete-hablado con ella del asunto, mientras que sus jefes le decían que ella estaba mal de la mente o imaginando cosas. Ahora sabía que nada era lo que parecía. Bueno, realmente, nunca le pareció, pero ahora, que estaba entre la espada y la pared, ella también secuestrada de algún modo, era poco lo que podía hacer, aunque quizás debía trazar un plan. Quizás debía idear la forma de comunicarse con el esposo de la señora, pero lamentablemente, la habitación con el teléfono estaba cerrada con llave. Y escapar era, en ese momento, dejar sola a la señora. Quizás debía hablarlo con ella, pero cómo lo haría sin delatarse delante de los jefes.
También pensó en hablar con el hijo. Él muchas veces parecía como que no le agradaba lo que estaban haciendo, pero era algo que no podía saber realmente. Lo había visto callado, mientras que la madre era la que le decía lo que tenía que hacer.
"Oblígala y ten relaciones con ella", le decía muchas veces. "Ella se acordará de tus caricias muy pronto".
Muchas veces él le dijo que nunca hubo tales caricias. Sólo con las prostitutas con las que se había relacionado antes de conocerla las hubo. El día que intentó besarla a los 15 años, ella le dio un golpe que aún le dolía.
"Ella lo recuerda como otra cosa", la madre le aseguraba.
Y así acallaba toda duda de su parte. Candy sencillamente era un objeto para satisfacer una parte de su ego, y el hijo no tenía pantalones para hacer lo correcto en ese momento. Por eso, en todo ese tiempo, no hacía ni decía nada. Por otro lado, el embarazo de la señora no podía disimularse. Y ahí la señora Eleanor era aún más inmisericorde. Es más, estaba ideando un plan para que lo perdiera, y así comenzar de cero. Cómo esa señora era tan cruel.
Ella pensaba que no era crueldad, sino algo de locura. La señora Eleanor muchas veces actuaba como si tuviera alguna enfermedad mental. A veces, salía por las noches, en bata de dormir, y comenzaba a gritarle a un ente invisible frente al viejo portón de entrada. Su hijo me decía que le estaba hablando al duque de Granchester, diciéndole que, por su culpa, había perdido a su hijo, como si este fuera un niño aún, no un hombre que rondaba los 40. Eso le hacía mella.
Era la fan número 1 de su hijo, y por eso era necesario que su último sueño fuera realidad. La señorita Candy nunca le expresó nada sobre un romance con el joven. Es más, le había contado cómo primero había amado al sobrino de su esposo y luego a él. Eran muy parecidos, según parece, y el tío no era demasiado mayor que el sobrino. Nunca mencionó a otro, a menos de que fuera un joven que, según ella, fue una transición entre sobrino y tío. Si era el joven Terry, realmente ella no sentía nada por él. Pero no le iba a decir eso. Podía ser peligroso contrariarla, arriesgarse, pero lo último que le había dicho el agente de la policía, que era todo o nada, le hizo reflexionar aún más sobre la necesidad de disimular delante de sus captores y de la señora, y actuar para salvarse las dos.
…
Yo andaba algo nervioso en el sótano. Con las luces apagadas, y pasos y más pasos sobre el tejado, me imaginaba que algo pasaría, y que se descubriría todo. Eleanor estaba tranquila, o eso aparentaba. Se había sentado en el sillón y entre mecida y mecida, se reía sola. Yo le veía la blanca dentadura en la oscuridad. Yo le señalaba que hiciera silencio, pero mis palabras en secreto le parecían graciosas y seguía riendo en medio de más mecidas.
Al rato, se hizo silencio. La mucama, en cambio, parece que había esperado un rato más aparentemente para asegurarse de que los agentes de ley y orden hubieran abandonado la propiedad. Era una suerte, por cierto, que la casa estuviera tan deteriorada. Pero el hecho de que nos hubieran descubierto, eso nos colocaba en peligro. Tampoco sabíamos que el Albert (más adelante nos enteramos), nos tenía vigilados. Pero la primera idea era dejar NY e irnos a California, donde Eleanor y yo habíamos alquilado un apartamento cerca de la playa. Además de que estaba próxima a la meca del cine, nos daba algo de tranquilidad sentarnos allí, frente al mar, en silencio y sin mirarnos muchas veces. Lo hice tanto, tanto cuando murió Susanna, y me sentía débil y cansado.
Así mismo, le comenté a ella lo que estaba pensando. A Eleanor le pareció bien, más porque había que alejar a ese hombre de Candy. Según ella, el Sr. William no tenía buenas intenciones con ella, y se había aprovechado de esa deuda supuesta de gratitud que Candy tenía con él para engatusarla. La palabra engatusarla me parecía exagerada en su momento, más aún porque yo tendría que engatusarla, y ya sabíamos cómo estaban las cosas con ella y nosotros.
Ya Candy nos había visto y sabía que éramos los que la habíamos…rescatado. Su reacción fue la esperada para una persona que estaba plenamente convencida de que lo que vivía era una historia de amor con su esposo. La verdad, aunque muchas veces sentí deseos de llamar a Albert para que la buscara, fue en ese momento en que me miró casi se podría decir que con indiferencia mezclada con desprecio, que me convencí de que mi madre tenía razón, y que Candy y yo merecíamos una oportunidad, pero para eso, tendríamos que convencerla, o engatusarla, lo que fuera primero.
Yo la comencé a visitar, luego de ese susto, a Candy casi a diario. Amarrada de las patas de la cama y con mirada desafiante, no podía menos que sentir cosquillas. Yo le decía que la conquistaría, y que estaba seguro de que llegaría a amarme como una vez lo hizo. Sus palabras eran como darlos, pero aún así, no les daba crédito:
"Primero muerta, Terence. Jamás te amé como para volver a hacerlo y en lo concerniente al secuestro, te diré que, si no me dejas salir de aquí, vas para la cárcel con tu madre".
Yo no podía más que decirle que si se atrevía a desafiarme, su bebé no vería la luz del mañana. Eso la aterraba más que nada. Lo que no sé es cómo era que habíamos llegado a esto. Todo estaba fuera de control, con la única fe, la única, de convencer a Candy de, al menos, ceder.
…
"A dónde vas con esa charola", preguntó desafiante Eleanor.
La mucama abrió los ojos de par en par, como esperando que la regañáramos por simplemente llevarle algo de comer a la presa, días después de esa visita inesperada de la policía.
"La, la señora debe alimentarse por dos. Yo…yo sólo cumplo con cuidarla".
"Madre, deja que Dora haga su trabajo. Ya es bastante que estemos con estos cuatro ojos día, tarde y noche".
Eleanor miró a la mujer con cierto desdén.
"Está bien", y en ese momento se puso de pie y se colocó frente a la nerviosa dama. "Nada de trucos, Dora. Si me entero de que has hecho algo que nos perjudique, pagarás con la vida", le decía mientras rebuscaba en la charola cualquier cosa que ayudara a Candy a escapar.
"Ssssiii, señora", contestó nerviosa la dama. "Ahora mismo me retiro", dijo a punto de que se le cayera el contenido de la charola, pero rescatándola a tiempo.
Así, Dora se alejó del salón de estar, y siguió camino a la puerta del sótano, creo que asegurándose de que no la siguieran hasta allá.
En la distancia, parecía como curiosa de que realmente no lo hubiéramos hecho, pero no tan interesada como en ayudar a Candy.
"Madre, qué es lo que te sucede".
Eleanor caminó desde el sofá a la chimenea, encendida por el frío de otoño que se colaba por las persianas del salón.
"No me gusta la expresión de la mucama desde que habló con la policía".
"Eleanor, ella sólo está algo nerviosa. Ya sabes que debieron haberla amenazado con cárcel. De hecho, debíamos aprovechar y decirles que se preparen para el viaje de la semana próxima. Y no debes contrariarla, porque es el peor testigo contra nosotros".
"Y esa tonta de Candy también. No sé cuándo saldrá de ese ensueño que tiene con ese señor que la engañó. Parecería por ratos que no reniega de la deuda".
"No, Eleanor, Candy no reniega. Ella realmente ama a su esposo", eso lo dije bajito, como para tratar de que no oyera esa última parte.
"Pamplinas. Ella te ama a ti. Yo lo sé".
"Cómo lo sabes".
"Porque fue a buscarte a Rockstown. Nadie hace eso si no es por amor".
"No, madre, a mí no era al que buscaba".
"Eso es porque estaba engañada".
"Y parece que aún lo está. Si no, no estaría tan furibunda con nosotros"
Eleanor se giró de frente a la chimenea, y por primera vez vi dudas en su rostro.
"Candy se casará contigo quiéralo o no. A mí no me importa a quien diga amar. Eso lo decidimos nosotros".
"¿Y si no?"
"Jamás verá con vida a su hijo".
…..
Sí, lo dijo con tanta frialdad. Se notaba que tenía odio e ira por lo que había pasado con mi padre. Yo no puedo negar que esos últimos días, había sentido ese calor en mi corazón por Candy, pero ella no me miraba como antes. Ella simplemente quería ver a su esposo, y eso era lo que expresaba. Yo estaba dividido en dos con el asunto.
A veces, me sentaba junto a ella en una silla al lado de la cama, e intentaba convencerla de que accediera a experimentar eso nuevo que mi madre y yo le ofrecíamos. Ella simplemente no contestaba, con mirada retadora, otras con lástima. Nunca, por cierto, quise su lástima, así que salía de ese sótano con el corazón roto. Otras veces, la ira no me permitía siquiera tratar de entender su situación. Era una prisionera con dos extraños que la habían secuestrado contra su voluntad. Eso sí estaba más que claro.
Continuará...
