Bienvenidos/as sean a esta lectura TruMai. Creo que este shot, pese a que es un tanto corto, se convertirá en uno de mis favoritos, puesto que este treinta de marzo será el primero que viviremos sin Toriyama. Para quienes no lo sepan, el treinta de marzo es el día en que conmemoramos la creación de esta hermosa ship, debido a que es la fecha en que se estrenó la película "Dragon Ball Z: la batalla de los dioses" en Japón, y es la historia que lo empezó todo; es en ella cuando Trunks y Mai se conocen, siendo apenas unos infantes, y bueno... ya se saben el resto. Ya había dedicado una fic a Toriyama, pero me veo obligada, por amor a su obra y a la pareja que me regresó al magnífico mundo de la escritura, a hacerlo con esta también. Gracias por tanto, maestro. ¡Feliz treinta de marzo adelantado! Los tiempos de esta historia están mezclados; espero que este detalle no dificulte su lectura.

...

Los amuletos se mecían con el viento fascinante de una noche de verano. Una noche de verano de junio, el mes más caluroso en la Capital del Oeste.

El corazón cantaba, especialmente el joven. Es en los divertidos festivales de verano en que los jóvenes enamorados coinciden. Era por eso que se moría por asistir.

¿Qué había pasado con ellos dos?...

Lo cierto era que... a lo mucho tuvieron una cita; una muy rápida e incómoda. Mai se comía el helado a toda prisa; tan apurada que se manchaba el mentón y las manos una y otra vez, y en ningún momento volteó a verlo; se mantuvo con la cabeza agachada durante toda la cita. Y eso... apagó su flama... pero no su amor ni mucho menos sus ansias. Llevaba años amándola, y claro que ella lo sabía. Todos lo sabían, hasta su padre, que nunca se metía en esas cosas.

La había amado siempre, desde el primer instante en que la vio; ¿era normal amar así?... ¿tan efusivamente?... ¿No era egoísta?... No podía evitar preguntárselo. Sin embargo, cuando se trataba de Mai, el mundo entero desaparecía; solo existían ella y él... y el infinito; un universo lleno de colores, la mayoría morados y verdes, construido especialmente para ellos dos.

Después de la cita, se rindió... indefinidamente. Pero el tiempo se le estaba yendo de las manos. Estaban cada vez más grandes. Ahora él tenía quince y ella... también.

El verano instaba a actuar; a recuperarla... si era que alguna vez la tuvo, y estaba seguro de que sí. Cuando el otro Trunks se fue, ella se lo prometió. "Me gustas mucho más que él...", le dijo. Y cuando lo protegió de Beta... lo miró en sus ojos; su determinación era... puro amor. "¡Tú eres el único Trunks de este mundo!...", le planteó.

Por tanto, no podía darse por vencido; no lo haría jamás. Además, rendirse no formaba parte de su ADN. Y la sonrisa se alargó con este pensar.

Armado de valor, aun cuando se moría de miedo por el rechazo, y ya con el primer festival de verano en su mente, fue a su habitación y tocó a su puerta. El rostro, precioso, más bello que nunca, esto por gracia de la maravillosa adolescencia, asomó. —¿Qué quieres, Trunks? —le habló sin tacto alguno. No enojada, pero sí de la forma que él realmente no quería escuchar.

—Aaaah... me preguntaba si... ya sabes; saldrías conmigo... —tragó saliva y la mano, caliente, temblorosa, se pasó por la nuca—. Se avecina el festival de verano, y-ya sabes, en el centro de la Capital. Será este sábado. M-me gustaría saber si quisieras ir conmigo...

—No —le dijo secamente y cerró la puerta.

No se mentía: hubo cierta cólera en él. Estaba harto, y tocó su puerta de nuevo. —Mai... —el tono resultó decepcionado y molesto.

La chica, pese a que no pensaba hacerlo, como intuyendo el asunto, abrió otra vez la puerta y de nueva cuenta solo asomó su faz. —¿Qué?... —le preguntó ya más suavemente.

Estaba más serio, desde luego. —Por favor, no me hagas esto... Ven conmigo.

—No puedo, Trunks —se adelantó a decir, y en esa negativa su miedo se exhibió, cosa que Trunks no notó por culpa del coraje y del cansancio.

—¿Por qué no, Mai?... Estoy cansado de rogar. ¿Por qué me dices que no?... Yo sé... que te agrado —le dijo finalmente.

Mai retrocedió abochornada y bajó la cabeza. —No puedo, Trunks —dijo deprisa.

El muchacho, demasiado triste, inclinó la cabeza y las lagrimitas se le acumularon en la orilla de sus hermosos y profundos ojos azules.

Mai lo percibió, y sintiéndose terrible, le dijo: —Está bien, ¡iré!

Trunks, lloroso pero repleto de dicha, sin importarle el mundo ya, lanzó la puerta y se adentró a la recámara femenina para abrazarla. —¡Trunks!... —gritó Mai avergonzada. No obstante, se dejó querer. La mano fuerte, tosca, acariciaba su cabeza.

—Gracias, Mai, mil gracias —decía oculto entre sus largos y sedosos cabellos negros, cuyo aroma aspiró hasta las entrañas. En verdad la amaba.

—Bueno, está bien —dijo Mai con tono de regaño tras separarse de él de golpe y apuntarlo con el índice derecho al tiempo que sus mejillas ardían.

Trunks nada más rio.

—Ahora tendré que conseguir un yukata... —pronunció Mai pensativa, mirando al suelo.

—Si quieres yo... —dijo Trunks aproximándose a ella, asaz animado. Mai lo paró en seco posicionando el índice frente a él.

—Nada de eso —dijo con los ojos cerrados. Ya sabía que le ofrecería dinero para comprarlo, y ella no estaba dispuesta a aceptarlo—. Le pediré a tu mamá que me adelante mi paga y me lleve a comprar uno; ella sabe más de esto que yo.

Trunks sonrió; sentía el corazón henchido. Quiso aprovechar el momento para besarla, pero Mai lo esquivó al agacharse y cruzar al otro lado por debajo de sus brazos que se abrieron para tomarla.

—Ya es suficiente. Ya te puedes ir. Nos veremos el sábado.

—Vendré aquí directamente por ti, así que no podrás escaparte.

Mai exhaló rendida. —Lo sé...

La muchacha se paró enseguida de la puerta y colocó la mano encima de la perilla como señal para el jovencito peliazul de que ya era hora de marcharse. Trunks lo atendió, y antes de abandonar por entero el cuarto, le dirigió una sonrisa coqueta. —Te quie...

Mai no lo dejó concluir, pues cerró la puerta bruscamente.

Aguardó a que se fuera. Conocía a la perfección el sonido de sus pasos, y se quedó pegada a la puerta hasta que ya no los escuchó.

Con él fuera del radar, se tapó la boca repentinamente, y con la cara toda roja, y gritando en silencio, se lanzó a la cama. ¡No podía ser...! ¡Le había aceptado la invitación! Le dio lástima. Fue una tonta. Se dejó engatusar por un mocoso de prepa... porque lo amaba.

El juego se había terminado; ya no podría huir; él no se lo permitiría. Le pertenecía, y aunque esa realidad la hacía rabiar, también la encantaba. Y lloró de puro coraje, porque la maldita familia Brief se creía su dueña, y con derecho sobre su vida, sobre su destino. Ya no desierto, ya no libertad, ya no travesuras. "Maldita Bulma...". Y lloraba... porque al mismo tiempo estaba feliz. Se odiaba, ya que esa vida le estaba gustando, y porque pertenecer a Trunks Brief... era lo mejor que podía pasarle.

Y aquí estaba, en tanto el viento movía los amuletos. ¿Le traerían suerte?...

Llegó la noche del sábado con su embrujo. Había hecho bastante calor durante el día; treinta y un grados centígrados, nada más... La piel quemaba, pero el calor relajaba, y las oleadas de aire fresco que rodeaban los tobillos al hacer contacto estos descalzos con el suelo fresco de la mansión lo llevaban a otro estado, a uno casi meditativo. Quizá era el amor... Fuera lo que fuera... Trunks se sentía eufórico; tan feliz que creyó estar drogado.

La noche cayó y el viento se tornó algo frío; sumamente agradable.

Mai terminó de maquillarse y por fin se puso el yukata, de color azul fuerte, como el de sus ojos. El hanhaba obi era morado, igual que el pelo de Trunks. ¿Lo había preparado todo pensando en él?... En gran parte. Estaba enamorada, eso no podía negárselo. ¿Desde cuándo lo quería?... Tal como él... desde que lo vio. Ella no era de piedra, como todos lo creían; por el contrario, era su sensibilidad extrema la que la hacía actuar indiferente. Él tenía el control —siempre lo tuvo—; podía hacer con ella lo que quisiera, y no quería permitírselo. No era bueno amar tanto; él podía destrozarla y ella no estaba preparada para ello. Pero... había finalizado de conocerlo. Era bueno y noble... Tenía mucho de Bulma y mucho de su padre Vegeta. Era un tonto a veces, un pervertido y un maleducado, pero poseía un corazón enorme... y con eso le bastaba para quererlo más que a nada; más que a nadie. Obvio, eso sin contar que gozaba del físico y del porte de un príncipe... cosa que por sí sola la enamoraba y seducía de manera loca.

La puerta fue tocada. La gloriosa señorita la abrió lentamente, y el adolescente se enamoró una vez más. El joven, portando un yukata gris y un look en general bastante relajado, propio de su edad, quedó hipnotizado por la hermosura como de otro tiempo. El cabello sutilmente recogido, el maquillaje un tanto cargado y un yukata de tonos llamativos lo llevaron a otro mundo. Poco le faltaba a Mai para parecer una geisha; una dama prohibida para la sociedad, no obstante, disponible para él, solo para él.

Mai igualmente se quedó enganchada a él. El cabello revuelto y la indumentaria tradicional... Toda esa combinación le calentó el rostro y también el cuerpo. La muchacha, sonrojada, mejor se volteó y comenzó a abanicarse. —T-te ves muy guapo... —le dijo sin mirarlo.

—Y tú estás preciosa —le hizo saber en un suspiro, con las manos en la cintura por los nervios—. ¿Nos vamos?... —la invitó con una sonrisa.

Mai finalmente lo miró y frenó su abanico que hacía tan buen juego con su flamante vestimenta.

Trunks estiró el brazo y abrió la mano para recibir la suya. Mai, nerviosa y anhelante, boquiabierta, posó su delicada mano alba sobre la masculina, y Trunks la cerró, y así, tomados de la mano, salieron con tranquilidad del dormitorio. Tenían toda la noche para hablar... y toda una vida para vivirla juntos.

El viento fresco, amable, comparado con el del día, los recibió y abrazó. No eran conscientes de que no se habían soltado ni siquiera por un segundo. Tomados de la mano recorrían las calles adornadas magníficamente por las linternas blancas de papel que pendían muy en lo alto y también de los puestos de comida.

Trunks se portó como el caballero que era —cuando se trataba de Mai— y le compró todo platillo, tantos que Mai se hartó, y los que no alcanzó a terminarse, como era de esperarse, acabaron en el estómago jamás satisfecho del saiyajin.

Tenían tanto que decirse... que poco se hablaban; solo lo indispensable, y de cierta forma, no era necesario; los corazones se conectaban por medio del silencio, del apretón de manos y del viento pacífico del verano. Las luciérnagas aparecieron detrás de los incontables puestos de comida, y Mai alucinó con su mágica presencia. Trunks disfrutó de su sonrisa, de su risa tan femenina, tan encantadora, y de su belleza diferente, sinigual. Su corazón se regocijó y se apretó, igual que su mano que ceñía la de ella, como temiendo perderla.

A Mai se le abrió el apetito otra vez. Ahora pidió una brocheta de pollo, que comió de poquito a poquito, admirando la noche.

Se habían detenido en una colina, a espaldas de los puestos. Trunks no soltaba su mano. Era ahora o nunca. Era decirlo todo. Probablemente ella desde cuando que lo sabía, pero... gritarlo era necesario; se lo exigía el pecho, el alma, y se lo exigía su ser interior... que rogaba por ella. Quería tenerla... por fin.

—Oye, Mai... —y él también, para no perder el ritmo, también llevó la mirada al cielo estrellado— yo... —guardó silencio y centró la mirada momentáneamente en el césped—. Hemos estado juntos... toda la vida. Bueno, así se siente —rio—. Te conocí cuando tenía once años y...

Mai seguía comiendo. Los bocados pasaban difícilmente. Se hacía la que ignoraba, ¡pero claro que estaba escuchando!

—Me enamoré de ti. Perdidamente de ti... Y ya me cansé. Quiero... formalizar. Quiero... que seas mi novia... para toda la vida —la miró, y esos ojos azules, como el cielo de mediodía, le robaron el alma a la mujer más complicada de todas—. Y-y quiero que nos casemos después... y que tengamos hijos y...

Y paró, puesto que las miradas se encontraron. Los ojos añiles se tornaron acuosos.

—¿Verdad que me acompañarás toda la vida, mi amor de infancia?... —le preguntó sonriente, directo del alma.

Una lágrima se deslizó por la mejilla femenil, y Mai asintió cuantiosas veces con la cabeza. —Para siempre —confirmó.

Los fuegos artificiales decoraron la noche, y justo en ese instante se besaron.

"Para toda la vida, mi amor...", se prometieron tomados de la mano. Porque así debía ser.

Nota de autor: Espero que se la hayan pasado bonito leyendo este shot.

Nos vemos pronto.