Esta historia de fanfiction es la continuación de una obra anterior del mismo autor: "Reencuentro con el futuro".

La primera parte de esta continuación (capítulos 1 a 8) son una historia independiente de "Reencuentro con el futuro", pero la segunda parte (capítulo 9 y siguientes) sólo tendrá sentido si se ha leído la obra anterior.

La segunda (capítulo 9 y siguientes) encuentra a los protagonistas de "Your Name", Taki Tachibana y Mitsuha Miyamizu, cuando ellos ya se encontraron en una escalera de Tokio el 8 de abril de 2022, recuperaron sus recuerdos y están empezando a construir su relación. Tienen ante sí el futuro soñado. Pero acontecimientos del pasado lejano traerá obstaculos en su destino que nunca antes habían previsto. ¿Están realmente destinados a estar juntos? Taki y Mitsuha tendrán que descubrir y sortear fantasmas de un pasado lejano que amenazarán no sólo su propia relación, sino también la propia supervivencia de la familia Miyamizu.

Advertencia de contenido: se describe violencia y muerte de varios personajes. También se describirán relaciones íntimas consentidas entre adultos, pero de forma natural y no sexualizada.


La luna creciente se asomaba sobre las montañas, apareciendo y desapareciendo entre oscuras nubes, rompiendo a ratos la oscuridad de la noche. El viento helado otoñal de noviembre corría por entre los árboles, causando pequeñas olas sobre la superficie del lago Itomori, que brillaban como plata cuando la luna volvía a asomar entre las nubes.

Caminando en forma lenta, una figura encapuchada se acercó con cautela al arco Tori que daba la bienvenida a las escaleras del Santuario Miyamizu. Miraba en todas direcciones, mostrando un claro nerviosismo de ser descubierto. La luz de un par de antorchas que iluminaban la entrada eran la única señal de vida, por lo que el encapuchado, después de esperar un minuto cerca de los árboles cercanos a la escalera, decidió que ningún celador estaba cerca, e inició el ascenso hacia el santuario.

Ya le faltaban unas decenas de escalones para llegar a la explanada principal, cuando la luna volvió a ocultarse entre las nubes. La súbita oscuridad ayudo a que la presencia del encapuchado pasara desapercibida al moverse con sigilo hacia los árboles del costado de la escalera, cuando se dio cuenta que uno de sirvientes del santuario se acercó al comienzo de la escalera llevando una lámpara en la mano.

El sirviente, un hombre viejo de unos 60 años, se quedó un rato mirando hacia el lago, escaleras abajo, sintiendo una intranquilidad que no podía explicar. Intentó aguzar sus gastados sentidos, pero no logró escuchar ni ver nada anormal. El grito de una mujer llamándolo a sus espaldas rompió el silencio de la noche y lo sacó de su concentración.

—¡Koba-san! La cena va a estar servida pronto.

—Iré de inmediato, comiencen sin mí —respondió el anciano, colocando una de sus manos como bocina en su boca.

Con un suspiro, el anciano celador decidió terminar su ronda y volvió a su casa, que estaba en la parte trasera del templo. Una ráfaga de viento helado hizo oscilar la llama de la lámpara. El anciano intentó cerrar el kimono en torno a su cuello, y volvió sobre sus pasos, caminando con lentitud por el centro de la explanada, apenas iluminada por lámparas de aceite colgadas en las esquinas de los edificios principales. Las voces familiares de gente preparándose para cenar se escaparon hacia la noche cuando desde uno de los pabellones cuando una mujer abrió la puerta para ir a buscar algo a la cocina.

Después de algunos minutos la figura encapuchada, que había estado quieta y oculta entre los árboles, volvió a moverse. Asomando la cabeza por sobre el nivel del suelo, oteó hasta asegurarse que ni el viejo ni nadie más observara su avance. Entonces dio una silenciosa y rápida carrera para salir de la escalera en dirección a los árboles que estaban a su izquierda, detrás de un gran edificio. Siguió avanzando por entre los árboles, hasta quedar oculta detrás del grueso tronco de un árbol katsura, a unos pocos metros del pabellón.

Durante varios minutos, la figura se mantuvo en la sombra de los árboles, moviéndose cada cierto rato para evitar entumecerse, pero siempre vigilando algún movimiento en el edificio que tenía al frente. Cuando una puerta lateral se abrió de improviso, se ocultó con prisa mientras observaba como una de las sacerdotisas Miko del templo salía a paso rápido llevando unas bandejas llenas de platos y se alejaba por el pasillo lateral hacia el fondo del templo, donde estaba la cocina. La mujer, de mediana edad, pasó caminando a tiro de piedra de la figura encapuchada, sin percatarse de su presencia. Unos minutos después, la sacerdotisa volvió caminando mucho más lento trayendo una bandeja con una olla humeante, desapareciendo por la misma puerta de la que había salido minutos atrás.

La brisa fría trajo el aroma de la comida recién preparada al encapuchado, que se retorció por la repentina sensación de hambre. Pero siguió al acecho, esperando.

Después de una media hora, las voces comenzaron a sonar más fuerte, hasta que un grupo de personas, hombres y mujeres vestidos con los trajes del templo, salieron por la puerta lateral. Dos hombres mayores, vestidos con el traje shozuku de los sacerdotes Shinto, encabezaban el grupo, conversando de forma animada. Detrás de ellos los seguían una mujer de unos 40 años que llevaba de la mano a una niña de unos 10 años. La mujer caminaba con algo de dificultad debido a su abultado vientre, que mostraba un avanzado embarazo. Después de dar algunos pasos afuera, la mujer se detuvo, miró hacia atrás, y volvió hacia la puerta, hablando hacia el interior.

—¡Hanako! ¿Hanako? ¿Qué esperas? Volvamos a la casa pronto, se está poniendo muy helado acá afuera.

—Ya voy, mamá, tengo que preguntar algo a Narumi-san —respondió la voz de una chica joven desde el interior del pabellón.

—Está bien, pero no demores.

—Mamá, ¿puedo esperar a Hana-chan? —preguntó la niña a la mujer, tirando de su mano para convencerla.

—No, tú vienes conmigo ahora, Kaori. Hace demasiado frío para que te quedes afuera.

—Pero mamá…

—Ven, vamos, te dejaré usar la bañera por más tiempo. Y puedes bañarte conmigo.

—Oh, ¿en serio? ¡Vamos, vamos! —respondió la niña brillándole los ojos y comenzando a caminar tirando del brazo de su madre.

La mujer dio una hermosa sonrisa a su hija menor, y continuaron en la misma dirección que la comitiva anterior había tomado, hasta desaparecer de la vista en la esquina del pabellón.

La escena había sido observada con precaución por el encapuchado, quien se tensó al escuchar la voz de la joven desde la casa. Cuando todo volvió a la tranquilidad, se acercó hasta ocultarse detrás de un grupo de cajas apiladas cerca a la salida del salón, que lo mantenían oculto de la vista aun cuando estaba casi de pie.

Pasaron un par de minutos cuando la puerta volvió a deslizarse, y dejó salir a una chica. Era alta y delgada, y apenas estaba terminando su adolescencia, pero su figura femenina se apreciaba con claridad aún a través del amplio traje de sacerdotisa Miko.

La chica cerró la puerta y se quedó mirando a su alrededor, hacia el pasillo, luego hacia el bosque. Resintió la fría temperatura y apretó el chal que llevaba sobre su espalda alrededor de su cuello y pecho. Avanzó unos pasos, siempre mirando en todas direcciones. Se detuvo indecisa, y luego volvió sobre sus pasos, caminando con precaución, sin hacer ruido, siempre mirando en todas direcciones, buscando algo.

La figura encapuchada se quedó en máxima tensión. Miró a sus pies y vio una pequeña rama de unos veinticinco centímetros. La recogió, y la lanzó hacia los árboles que estaban a unos tres metros de la sacerdotisa, haciendo un ruido de ramas quebradas al golpear los matorrales.

—¿Hay alguien ahí? —dijo la chica con una voz disimulada, encogiéndose sobre sí misma unos segundos. Al no obtener respuesta, miró de nuevo por el pasillo en todas direcciones, indecisa.

Al final de unos largos segundos, la chica decidió a acercarse al lugar donde escuchó el ruido, en alerta. Tomó el camino de huellas que pasaba a un metro del grupo de cajas, pasando por el lado de ellas sin ver al encapuchado, quien había apegado su espalda a las cajas para no ser visto.

—¿Quién está ahí? —volvió a preguntar la chica, mirando hacia los árboles, aguzando la vista para intentar distinguir algo entre las ramas y troncos.

Entonces, el encapuchado se movió más sigiloso que nunca. Dio cuatro pasos hasta ponerse detrás de la chica, y la tomó por la espalda poniendo su mano en su boca para ahogar el grito que la chica intentó dar en cuando sintió que era abrazada en forma sorpresiva, forcejeando por quitarse el brazo y la mano de su cara.

—Shhh, quédate quieta y en silencio, o nos descubrirán —dijo el encapuchado al oído de la chica, que al escuchar su voz se relajó y abrió los ojos con sorpresa y alegría.

—¿Goro? —exclamó la chica con alivio en un susurrado grito— ¿Por qué hiciste eso? ¡Casi me matas del susto!

El encapuchado soltó a la chica, sacando su capucha y mostrando la cara de un chico de unos 20 años, de cabello oscuro, sonriendo a la muchacha.

—Lo siento, no pude evitarlo, te veías demasiado encantadora cuando estás asustada. Pareces una gatita.

—Si vuelves a hacer eso te aseguro que te arañaré como una gata furiosa —le respondió Hanako, colocando sus brazos en jarra, como si estuviera regañando a un niño pequeño.

—Ven, salgamos de la vista o nos descubrirán.

Goro tomó la mano de la chica, y se encaminaron juntos al bosque, hasta alejarse unos 30 metros, quedando ocultos de la vista de cualquier persona en el santuario. Se acercaron a un grueso tronco caído, y se sentaron el él.

—Pensé que no ibas a venir —dijo la chica, mirando hacia arriba a la luna que acababa de asomar entre las nubes, brillando por entre las ramas de los árboles.

—Jamás podría dejar de cumplir una promesa contigo, Hanako. Sabes eso, ¿verdad?

La chica miró al muchacho, y sus ojos brillaron con alegría por unos segundos. Luego, su cara se ensombreció, y bajó la vista a sus pies.

—Lo sé. Y por eso me duele tener que vernos así. Hoy en la mañana intenté hablar con papá de nuevo, pero no quiso escucharme.

—¿Le dijiste de lo nuestro?

—Lo intenté. Le dije que quería hablar del compromiso, pero cada vez que trato, no me deja hablar. Siempre me termina diciendo que no se puede cambiar, que el honor y el destino de la familia Miyamizu está en juego, y que no hay nada que hacer.

—¿Y si yo hablara con él?

La chica lo miró a los ojos, con un dejo de tristeza. «Si mi padre pudiera verte como yo te veo», pensó. Volvió a hundir la mirada.

—No creo que te escuche, y lo más probable es que empeore las cosas. ¡Odio tener que ser la heredera del clan Miyamizu! Cuando veo a Kaori, siento que ella tiene tan pocas responsabilidades, y tan poca carga, que la envidio. Quisiera volver a ser una niña, pero sin la presión de tener que llevar la carga de la familia.

—Pero si volvieras a ser una niña no podríamos estar juntos —Goro llevó su mano a la mejilla de la chica, acariciándola con el pulgar y la palma.

Hanako cerró los ojos, y frotó su cara en su mano, sintiendo cuán cálida era. A pesar de ser una mano joven, sintió una ligera aspereza, producto del trabajo manual. «Esta es la mano de un verdadero hombre», pensó ella. Sintió deseos de sentir más que solo una caricia, y luego de un latido se hizo consciente de sus sentimientos. Se incorporó de golpe, alejándose de la mano del chico.

—Oye, de verdad que eres una verdadera gatita, ja, ja —dijo Goro, sonriendo divertido al ver como la chica se sonrojó ante la comparación.

—¡No te rías de mí! —protestó la chica, mirando a sus pies, con aire taimado.

—Perdón, perdón, es que de verdad solo quisiera verte más, no puedo dejar de sonreír cuando estoy contigo.

—Yo… —los ojos de la chica se abrieron con sorpresa cuando sintió de nuevo la mano del chico en su cara, y al volverse a él, vio como él acercaba su cara a la suya. Cerró los ojos, para recibir un beso, cuando un lejano grito hizo entrar a la pareja en pánico.

—¡HANAKO-SAMA! ¿Dónde estás? —se escuchó a lo lejos una mujer gritar desde el santuario.

—¡Es Narumi-san! ¡Se dieron cuenta que no estoy!

—Maldición, tienes que volver ahora…

—Voy a escabullirme por la parte de atrás del santuario, diré que fui a buscar algo de agua al arroyo.

—¿Vas a estar bien?

—Sí, tranquilo, espera un minuto y luego vete sin que te descubran.

La pareja se dio un apresurado pero apretado abrazo. Cerrando los ojos, ambos desearon que el tiempo se congelara, pero un nuevo grito de la chaperona los hizo tener que volver a la realidad.

—Te buscaré en el pozo a medio día —dijo Goro, apartándola de él con suavidad—. No dejes que te atrapen saliendo del bosque, vete. ¡Te quiero!

—Yo también te quiero.

Hanako comenzó a alejarse entre los árboles, con cuidado, intentando no hacer ruido y no tropezar, ya que la luna se había ocultado de nuevo tras las nubes, haciendo más difícil caminar entre los árboles por la oscuridad.

Goro caminó algunos pasos hacia el santuario y se agachó. Por entre los árboles vio la luz de al menos un par de antorchas o lámparas moviéndose cerca de los edificios. «Mierda, están en alerta, tengo que salir de aquí de inmediato», se lamentó, comenzando a caminar en la dirección opuesta a la que tomó Hanako, encaminándose hacia donde debían estar las escaleras.


§

—¿Por qué esa chiquilla siempre está metiéndose en problemas? —protestó Hiroshi Miyamizu—. Ha estado muy rebelde el último tiempo, y ahora esto.

—Tranquilo, debe haber salido a caminar, tiene que aparecer, cariño —dijo Kyomi, recostada en un diván entre cojines. Su respiración era algo agitada; su embarazo no era compatible con el estado de nervios de la situación, aunque ella intentaba mantener la calma.

—Mami, ¿la puedo ir a buscar también? ¡Ya soy grande y puedo ayudar! —dijo Kaori, con los ojos algo llorosos, y preocupada.

—No, por ningún motivo, lo que menos necesitamos es que te vayas a perder tú ahora —respondió con algo de dureza Hiroshi.

—Cariño, respira, Kaori no tiene culpa en esto.

—Lo sé, lo sé… pero…

Unos pasos se escucharon por el pasillo del corredor. Los tres se volvieron al unísono hacia la puerta, que se desplazó dejando asomar a una mujer mayor muy compungida. Dio un par de pasos al interior del salón y se puso de rodillas, dando un saludo de reverencia hasta tocar el suelo con su cabeza.

—Hiroshi-sama, ya le avisé a mi esposo y mis hijos, todos están buscando a Hanako-san. Su hermano también se unió a la búsqueda alrededor del santuario.

—Gracias, Narumi-san. No se sienta mal, si usted no hubiera venido a hablar con nosotros recién, hubiéramos pensado que Hanako aún seguía con usted y no hubiéramos podido reaccionar ¿Y hay alguna novedad?

—No, nada aún, yo también la estuve llamando, pero no pude encontrarla.

—Entiendo, iré también a ayudar entonces. No puede estar lejos —el padre de Hanako se puso de pie—. Kyomi, voy a ir a cambiarme el traje por algo más abrigado y apto para andar entre los árboles, y saldré de inmediato. Kaori, hija, cuida a tu madre. Y usted, Narumi-san, por favor siga ayudando a buscarla.

La mujer hizo una profunda reverencia, y se puso de pie con rapidez saliendo de la habitación. No pasaron ni diez segundos cuando escucharon gritar a la señora Narumi desde el pasillo.

—¡Hanako-sama! ¿Está usted bien?

Hiroshi salió a la carrera de la habitación, encontrándose con la señora Narumi abrazando a una sorprendida Hanako que venía desde el exterior.

—¡Hanako! ¿Estás bien? ¿Dónde estabas? —inquirió Hiroshi, caminando hacia su hija.

—Pa-papá, sí, estoy bien ¿qué pasa? —respondió con suavidad Hanako.

Ella estaba muy nerviosa, pero intentaba disimularlo. Había logrado esquivar a uno de los hijos de la señora Narumi que la buscaba, y había logrado colarse a la casa, para intentar entrar como si nada ocurriera, pero la reacción de la señora Narumi y de su padre la desconcertó.

—¿Qué te ocurrió? Narumi-san vino a casa y nos contó que tú te habías quedado hablando con ella, pero luego desapareciste y no podíamos encontrarte.

—Oh, eso… bueno, salí del pabellón y tenía algo de sed y… tenía ganas de caminar, así que fui al arrollo detrás del santuario.

—¿A esta hora y de noche? Hanako, por todos los dioses, ¡no vuelva a hacer ese tipo de locuras! Ven, entra a la habitación. Narumi-san, por favor avise a todos que ella apareció, le pido disculpas por hacer que todos se alarmaran en forma innecesaria —el padre de Hanako hizo una pequeña reverencia.

—Sumo sacerdote, no se preocupe, es nuestra obligación cuidar de todo acá. Iré a avisar…

Pero la frase de la señora Narumi quedó truncada cuando, a lo lejos, se escuchó un grito, seguido de varios más. Todos se quedaron en silencio, intentando escuchar y entender la causa de tales gritos. Unos segundos después se escucharon algo más cercanos otra serie de gritos y ruidos de carreras: "Atrápenlo…!", "¡Va para allá!", "No dejen que escape".

Hanako dio un gritillo de temor que no pudo contener al pensar en la identidad de quién estaba siendo perseguido. Su madre justo se asomó a la puerta junto a Kaori.

—¿Cariño?, ¿Hanako? ¿están bien? ¿Qué son esos gritos?

—No lo sé, pero iré a averiguarlo. Narumo-san, lleve a Hanako a la sala y quédense las cuatro acá hasta que yo vuelva —ordenó Hiroshi, saliendo a la carrera al exterior.


§

Hanako estuvo por largos minutos encerrada con su madre y su hermana en la habitación. La señora Narumi intentó atenderlas, y preparó un poco de té para todas. Mientras lo bebían volvieron a escuchar gritos de los hombres en un par de ocasiones; por el sonido parecía que intentaban ponerse de acuerdo entre ellos, aun persiguiendo a alguien en la oscuridad.

De pronto, después de un largo silencio, se escucharon vítores ¿Lo habían capturado? Hanako no pudo contenerse más.

—Mamá, ¡tengo que salir!

—No lo hagas, tú padre nos pidió que nos quedáramos…

—Tú… ¡tú no lo entiendes!

La chica salió a la carrera, aunque ni su hermana pequeña ni las dos mujeres mayores hubieran podido hacer nada para detenerla. Sin mediar palabras, solo atinaron a seguir sus pasos de lejos, preocupadas porque volviera a perderse.

Hanako corrió siguiendo las voces de los hombres. A medida que se acercaba, comenzó a entender la causa de las risas y animadas charlas de los hombres que describían sus peripecias atrapando al intruso, como si se hubiera tratado de un encuentro deportivo.

Al girar en uno de los pasillos, se encontró de frente con la explanada central del santuario. Vio a su padre junto a su tío, ambos aún vestidos con sus trajes de sacerdotes, conversando, acompañados de dos de los hijos del señor Koba. Uno llevaba una lámpara de aceite y el otro una pértiga terminada en una lanza, que ella reconoció como las armas del santuario usadas para defenderse de los bandoleros. Su corazón se comenzó a acelerar y no pudo evitar que una ruidosa exclamación de miedo saliera de su boca.

El grupo de hombres se giró hacia la muchacha, sorprendidos por su presencia. Su padre dio un par de pasos hacia ella enfadado.

—Hanako ¿qué haces aquí? Les ordené que se quedaran en la casa.

—Papá, ¿qué ocurrió?

—Atrapamos a un delincuente que estaba merodeando el santuario. Ya está todo seguro.

El corazón de Hanako de pronto se detuvo. Miró en todas direcciones, sin ver a nadie más. El miedo comenzó a llenarla ¿habían atrapado a Goro? ¿Qué le habían hecho?

—P-pero ¿qué pasó?… ¿Dónde está…?

El padre dio un paso más hacia ella, mirándola extrañado. De pronto una idea preocupante se le pasó por la cabeza. Sintió que tenía que descubrir qué estaba ocurriendo.

—Atrapamos a un delincuente que estaba merodeando nuestro santuario. Intentó escapar, pero lo atrapamos cerca del arroyo. Koba-san y sus hijos pudieron capturarlo, lo deberían traer pronto —Hiroshi entrecerró los ojos un segundo, pensando sus palabras. Cuando miró de nuevo, vio a su esposa y su hija menor llegando con lentitud detrás de Hanako—. Lo que va a suceder ahora no va a ser un espectáculo agradable para mujeres, así que es mejor que se retiren.

—¡No! —gritó la chica sin pensar sus palabras.

—¿No qué?

En ese momento, desde el fondo del santuario se escucharon voces. Todos los que estaban en el patio se giraron a mirar, viendo a tres hombres acercarse, uno de ellos llevando una antorcha, y los otros dos arrastrando una especie de bulto entre ellos. Cuando se acercaron más, se pudo distinguir que el bulto era una persona que iba desvanecida, tomada por los brazos entre los hombres, maniatado de pies y manos, arrastrando los pies en el suelo.

Al llegar a unos metros del grupo del sumo sacerdote, dejaron el cuerpo sobre las losas de piedra, inmóvil. Hanako pudo ver sus ropas y su rostro ensangrentado. Era Goro.

Un grito de angustia salió de la garganta de Hanako, quien en un primer impulso quiso correr hacia él, pero no pudo más de los nervios, y cayó sobre sus rodillas, con las manos en su boca, sin poder dejar de mirarlo, pero sin poder moverse tampoco.

Su padre la había estado observando. Sus sospechas parecían confirmarse, pero necesitaba estar seguro.

—Este maleante dio bastante pelea, pero no pudo con los chicos, ja, ja —dijo el señor Koba, quien se sentía rejuvenecido con la aventura—. ¿Qué hacemos ahora con él, Hiroshi-sama, Keitaro-sama?

El segundo aludido, el otro hombre vestido de sacerdote, se acercó al cuerpo en el suelo, y lo empujó con suavidad con el pie, sin ver ninguna reacción en él.

—¿Sigue vivo?

—Sí, solo está aturdido, pues se resistía a ser apresado —respondió el muchacho que portaba la antorcha.

Hanako sintió una ola de alivio al escuchar esas palabras. No podía dejar traicionar sus sentimientos delante de su padre, pero tenía que pensar como salvar a Goro. Al final, él había venido porque ella se lo había pedido la tarde anterior, y la culpa la estaba corroyendo.

—Hermano, ¿qué quieres que hagamos ahora?

—Pues, debiéramos llevar a este delincuente a los hombres del Shogun, para que sea juzgado, aunque… —Hiroshi se giró dándole por completo la espalda a Hanako, y comenzó a hablar en alta voz—. Este delincuente se atrevió a profanar nuestro templo, y seguro que quería robar nuestras reliquias. De acuerdo a nuestras antiguas leyes, eso es penado con la muerte. Así que, ¡llévenselo para que sea ejecutado de inmediato!

La cara de Keitaro no pudo evitar la sorpresa de tal orden.

—¿Qué…?

Hiroshi lo miró con severidad, y le hizo una señal con los dedos: «sigue la corriente».

—Pues que debe ser ejecutado ahora mismo. ¡Eso ordeno!

Hiroshi se acercó al hijo del señor Koba que portaba la lanza, y se la pidió extendiendo la mano. El muchacho dudo un segundo, confundido, pero se la entregó. Tomó la lanza, y la apuntó al cuerpo del muchacho, qué seguía aún inconsciente en el suelo.

—¡Nooooo! —se escuchó el grito de Hanako, quien ya no pudo contener más su miedo, y su desesperación. Todos en el patio se volvieron sobresaltados a verla. La chica se paró de un salto y corrió los metros que la separaban del desvanecido muchacho, hasta caer sobre él cubriéndolo con su cuerpo, protegiéndolo con su espalda de la lanza que padre apuntaba hacia él.

—¡No lo toques, no lo mates, por favor, no lo hagas! —gritó desesperada la muchacha—. ¡Goro, por favor despierta, Goro!

Hiroshi suspiró, y se quedó mirando a su hermano, que estaba boquiabierto sin entender qué estaba pasando. Dejó caer la lanza, que dio un fuerte sonido al golpear la parte metálica contra el empedrado del patio. El sonido sobresaltó a Hanako, quien solo atinó a acurrucarse aún más sobre el chico caído, sollozando con aún más intensidad.

—Hanako, ¿quién es ese muchacho?

La chica no quería moverse ni responder. Solo acariciaba el pelo ensangrentado de Goro, sin poder parar de llorar.

—¿Hanako?

Al no obtener respuesta, le hizo un gesto a Keitaro.

—Ven, ayúdame a separarla de él.

Los dos hombres se acercaron a la muchacha. Su padre se agachó y la tomó pasando sus brazos por debajo de sus brazos y asiéndola por los hombros, separándola del muchacho, y la levantó.

Hanako fue tomada por sorpresa, y no alcanzó a aferrarse al muchacho, por lo que comenzó a patear y a berrear luchando por separarse de su padre. Su tío intentó con dificultad tomarle los pies para intentar controlarla.

—¡Noo! ¡Suéltenme! ¡No le hagan nada a Goro! ¡Él no tiene la culpa! ¡No lo maten! ¡No lo maten!

—¡Hanako! Tranquilízate, no le haremos nada, siempre y cuando tú nos digas todo lo que quiero saber —le dijo con firmeza Hiroshi—. ¡Hanako!

Los gritos de Hanako se redujeron, y volvió un poco más a sus cabales, aunque sin poder parar de llorar y jadear, dándose cuenta que todos la miraban descompuestos. Su tío la soltó de los pies y su padre aflojó un poco la presión que tenía sobre sus hombros, pero sin soltarla.

—Hanako, ¿quién es ese muchacho?

—Es… es… Goro, es mi amigo, es…

De pronto un quejido brotó del muchacho en el suelo, quien recuperó un poco la consciencia y comenzó a moverse intentando llevarse las manos a la cabeza, pero sin éxito a causa de las amarras en sus muñecas. Abrió apenas los ojos, y vio a Hanako llorando frente a él, rodeada de personas.

—Ha-… Hana-ko, y-o… per-dóna-me, perdóna-me —pudo decir con voz débil.

—¡No! Goro, ¡Goro!, ¡suéltenme, ayúdenlo! ¡Por favor, madre, por favor que lo ayuden!

—¡Suficiente! —dijo Hiroshi, haciendo un gesto a su hermano para que se hiciera cargo de su hija—. Keitaro, lleva a Hanako y a las mujeres a la casa.

—No, ¿qué le vas a hacer? ¡Qué le vas a hacer! —volvió a gritar desesperada Hanako.

—Depende de tus próximas palabras, Hanako. ¿Quién es este Goro, y de dónde lo conoces?

—¡Es Goro, es Mayugorô Goro! Es mi amigo, ¡no le hagas nada, por favor papá, no le hagas nada!

—¿Mayugorô? —el nombre salió de la boca de Hiroshi como un mal presentimiento.

Kyomi dio grito de sorpresa al escuchar ese nombre. Hiroshi la escuchó y se volvió hacia ella, extrañado de que ella mirara al muchacho con temor, fijamente. Hiroshi no pudo entender por qué ella reaccionó así, pero no le dio importancia. Su interés estaba en el chico caído frente a él.

Hiroshi le hizo una seña al sirviente que tenía más cerca y que tenía una lámpara en su mano, pidiéndosela. El sirviente se la entregó, y entonces Hiroshi la acercó a la cara del muchacho para verlo mejor.

Goro reaccionó con debilidad intentando tapar sus ojos de la fuerte luz.

—Koba-san, ¿lo reconoces? —inquirió Hiroshi.

El señor Koba se acercó y agachó cerca del muchacho, mirándolo con atención.

—Oh, sí, ya lo veo… debe ser uno de los hijos menores de Mayugorô-san. Uhm, creo que he visto a este muchacho en el mercado un par de veces. Su padre es el artesano que fabrica sandalias y zapatos. Yamazaki Mayugorô es su nombre, si no recuerdo mal.

—¿Y qué rayos está haciendo aquí este muchacho? ¿Por qué…?

La idea que de pronto se cruzó por la mente de Hiroshi lo dejó helado. Alejó la lampara de la cara del muchacho, se incorporó y encaró a su hija.

—Tú hace un rato te desapareciste y nadie podía encontrarte. ¿Te estabas viendo en secreto con este muchacho? Él te… ¿Él te hizo algo?... ¡Responde, Hanako!

La chica sintió que le faltaba el aire. Todo su plan para mantener en secreto su relación con Goro había fallado de la forma más catastrófica. Tenía que intentar calmar a su padre, y evitar que sus amenazas iniciales hacia Goro se cumplieran.

—¡No me ha hecho nada!, papá, ¡Te lo juro! Él me vino a ver porque yo lo llamé, perdóname, por favor perdóname, pero él no me ha hecho nada malo...

—¡Tú estás comprometida, Hanako! ¿Cómo puedes estar coqueteando con un… con el hijo de un artesano?

—Él no es un mal hombre, papá, es mucho más honorable que muchos que otros que he visto, y él…

—¡Suficiente, Hanako! Keitaro, llévate a Hanako y las mujeres a la casa, y por favor asegúrate que ella no salga de su habitación. Yo voy a ver qué hago con este hijo de artesano.

—Papá, por favor déjalo, déjalo… —continuó gritando Hanako mientras era arrastrada por su tío, seguida por su madre y su hermana, que intentaban calmarla sin éxito de vuelta a su casa.

Una vez que el grupo de mujeres se alejó lo suficiente, el ambiente en el patio se mantuvo en un tenso silencio.

—Hiroshi-sama, ¿qué hacemos entonces? —preguntó después de un rato el señor Koba—. Por suerte no matamos al muchacho cuando lo capturamos, pero igual tendremos que responder ante su padre.

—Este muchacho no debería estar aquí en primer lugar, y ¡no debería estar poniendo en riesgo el honor de mi hija! Debería matarlo yo mismo… pero… —Hiroshi cerró los ojos, y tomó varias bocanadas de aire hasta lograr calmarse—. Pero no podemos tomar su vida en nuestras manos. Somos sacerdotes Shinto, no samuráis ni asesinos. Y hasta donde parece este estúpido no estaba robando nada... Koba-san, por favor envía a dos de tus hijos a informar a Yamazaki Mayugorô que tenemos a su hijo prisionero porque se coló al santuario como un delincuente. Que le digan que lo apresamos, que está con vida, pero que lo llevaremos mañana de vuelta a su casa, y que iré personalmente a hablar con él.

—De inmediato, Hiroshi-sama —el señor Koba se giró, mirando entre sus hijos presentes, hasta encontrar a quienes necesitaba —. Jiro, Masaru, ya escucharon las órdenes del sumo sacerdote.

—Sí padre, iremos de inmediato.

—Asegúrense de dar el mensaje solo al padre de este muchacho —enfatizó Hiroshi—. Esto debe escucharlo directamente Yamazaki Mayugorô. Explíquenle que por ahora su hijo está a salvo. No queremos que haya una disputa o más problemas entre las familias ¿les queda claro?

—Sí, Hiroshi-sama —respondió el mayor, Jiro—. Masaru, vámonos.

—Ustedes, el resto, ayúdenme a parar a este muchacho del suelo, y curémosle la herida de la cabeza. Llevémoslo adentro —dijo Hiroshi apuntando a una de las salas del templo—. Koba-san, pídale a su esposa que hierva agua y traiga tela limpia y que ella nos ayude a curarlo. Pero no suelten sus amarras, que se quede vigilado por alguien todo el tiempo. No quiero que se escape o vaya a causarnos más dolores de cabeza. Y además quiero interrogarlo antes de devolverlo a su familia.

—Como usted ordene, Hiroshi-sama.

—Y todo el resto que está mirando, vuelvan a sus casas o sus tareas, ¡ahora! —ordenó el sumo sacerdote a cerca de las veinte personas, entre sirvientes, sacerdotisas y doncellas del santuario que se habían reunido en torno al patio producto de todo el revuelo que se había formado.

El señor Koba se acercó a los otros hombres en el patio, a algunas de las mujeres, y les repartió las tareas, mientras dos hombres tomaban a Goro Mayugorô de hombros y pies y lo llevaban dentro del edificio. Luego el anciano se acercó de vuelta al sumo sacerdote, que seguía de pie en medio del patio, pensativo.

—Sumo sacerdote, sé que no es de mi incumbencia, pero… parece que su hija está realmente enamorada de ese hijo de artesano ¿Qué quiere que hagamos con ese muchacho?

—El honor de la familia Miyamizu está en juego aquí, Koba-san. Hanako es la heredera del clan Miyamizu, y el matrimonio que estamos arreglando con la venia del señor feudal es necesario para el bien de nuestra casa. Necesito que usted hable con toda la gente del santuario, y que sepan que todo lo que escucharon decir a mi hija, o las razones por las que este cretino se vino a meter al santuario, deben quedar en completo secreto. Nada de esto debe salir del santuario.

—Entiendo, Hiroshi-sama. Instruiré a todos al respecto. Con su permiso, iré a buscar a mi esposa para pedirle ayuda con las curaciones para el muchacho.

El anciano hizo una corta reverencia y se alejó con un paso lento. Fue notorio como el cansancio y la presión de los eventos de la noche cayeron de golpe sobre el hombre.

Hiroshi lo siguió con la vista mientras el anciano se alejaba, hasta que él fue el único que quedó en la explanada del santuario. Miró a la luna que volvía a aparecer entre las nubes. El viento frío de noviembre volvió a soplar, hiriendo su cara y sus manos descubiertas. Cerró los ojos y apretó los puños, sintiendo como la frustración por la situación en ciernes lo ahogaba. Pensó en Hanako, y le dolió pensar que iba a tener que ser responsable de su infelicidad presente y futura, en el nombre de la familia.

—Oh, Shitori-no-Kami, ¿por qué permites que pasen estas cosas? Tú sabes que el clan Miyamizu tiene un pacto contigo desde hace tantas generaciones ¿Qué vamos a hacer si nuestro linaje se pierde?