Notas: Hetalia no me pertenece y todo eso que ya conocemos. Créditos a su respectivo creador y aprovecho para aclarar que yo solo juego un poco con los personajes. La historia está ambientada en la línea canónica, son países pero también hay uso de nombres humanos, ambientada en este siglo y años recientes que no tienen mucha relevancia para la historia en realidad.

No es una historia feliz. Categoría M por temas sexuales y relaciones tóxicas con Prusia y Polonia como protagonistas.


«Now there's gravel in our voices

Glasses shattered from the fight

In this tug of war you always win

Even when I'm right»

— Love the way you lie.


I

Cuando le muerde los labios hasta dejarlos hinchados, y le toma por las caderas con tanta rabia que sus dedos quedan marcados en su piel, Polonia sabe que Prusia no ha tenido un buen día.

Feliks no lo entiende. Siempre dándole vueltas al asunto, preguntándose qué es lo que tanto puede enloquecer a Gilbert para que descargue su ira con él de aquella forma, tirándole del cabello y empujando su pelvis de manera errática, hasta llegar a lo más profundo del rubio. Jodiendo y magullando su delgado cuerpo.

Suelta un jadeo cuando Prusia se entierra con furia. Polonia muerde sus labios y pega su frente al colchón, soportando el enojo del que alguna vez fue una gran nación. Su cuerpo duele y cede lentamente, pero él se niega a ser derrotado como ha ocurrido en tantas ocasiones.

¿Por qué Prusia continúa buscándolo? A él, a Polonia, a Feliks.

¿Por qué cuando afuera puede tener a quien quiera? ¿Lo hace para sentir poder? ¿Dominancia? ¿Para recordar la historia que han tenido juntos y que no se rompe por más que pasan los años? ¿Es porque Polonia nunca ha sido capaz de negarle algo?

Feliks trata de pensar en todas las opciones, aunque ninguna lo convence.

No sabe la respuesta correcta, no encuentra explicaciones aún cuando hay una gran probabilidad de motivos que orillan a Gilbert a poseer su cuerpo. Quizás se trata de todo. Quizás se trata de nada.

Solo se deja hacer mientras jadeos y gemidos ahogados salen de sus labios, tan acostumbrado a que Prusia sea de esa forma tan ruda —como una bestia, como una fiera— que ya encuentra un extraño placer en ser sometido una y otra vez.

¿Por qué Feliks sigue permitiendo que sea así su relación?

Él ya no le debe nada, nunca lo ha hecho.

Hace varios siglos no eran así, ni ellos ni sus encuentros. Siempre eran peleas físicas y verbales, no siempre fueron sexuales. Tal vez se odiaban solo por el curso mismo de la Historia que los unía. Y durante las Grandes Guerras…

Feliks tiembla ante el recuerdo para nada agradable de cuando Prusia se encargó de romperlo por completo, reducirlo a un cascarón vacío que se mantenía vivo solo porque era imposible para él morir.

Es algo que evita pensar, aunque el trauma lo atormente con pesadillas durante las noches que Prusia lo abandona.

Quizás siguen enredados en ese doloros juego por la costumbre —una rutina buena o mala, no sabe decidir pero a este punto da igual—, han estado tanto tiempo juntos que ya ni siquiera sabe si han pasado décadas o siglos desde que comenzaron con todo esto, con sus encuentros, con sus cuerpos uniéndose, con su relación sin nombre.

Quizás…

Prusia se corre en su interior y Polonia lo hace sobre las colchas blancas de la habitación que siempre comparten en Varsovia. Su encuentro ha terminado con el mismo fuego con el que ha iniciado y ambos saben que lo siguiente es marcharse y no buscarse, al menos hasta que nuevamente sea el momento para hacerlo.

Trata de poner en blanco su mente, recuperando la regularidad de su respiración y evitando ser consciente del dolor que crece en su pecho cada que Prusia acaba y lo lleva hasta su propio orgasmo, para después dejarlo con el cuerpo lleno de marcas y no dirigirle la palabra por un largo tiempo, abandonándolo como siempre.

Espera que Prusia salga de la cama, tome su ropa y cierre la habitación soltando un seco y vacío «Adiós»

Pero esta vez no, esta vez Gilbert deja de ser un bruto y por primera vez se acuesta a su lado, Feliks tiembla. Lo atrae para besarle los labios, sanando las muchas mordidas que ha dejado sobre ellos, mientras acaricia su espalda desnuda llena de chupetones y uno que otro dedo marcado por la fuerza que ha ejercido.

No para con las caricias y los besos hasta que Polonia se queda dormido entre sus brazos.

El último pensamiento de Feliks antes de caer rendido no es otro más que el miedo y la angustia que siente, porque algo ha cambiado entre ellos y no logra identificar qué es.

Teme conocer la razón de todos esos besos, caricias y las palabras dulces, incluso cuando Prusia ha tenido un mal día.