1:
Existía cierta parte dentro de él que lo despreciaba rotundamente. Su pomposidad en la manera que tenía de expresarse, de hablar, pero por sobre todo de referirse a él. No había derecho, después de todo, era el miembro más nuevo del equipo. No tenía por qué sentirse superior.
Habían pasado días, incluso semanas, y su actitud permanecía igual. Como si fuera intocable, como si nada pudiera manchar la pulcritud de su mirada, su extenuante piel blanquecina, lo claro de su mirada…
En la mañana:
Ocurrió entonces, entre tanto carcomeo emocional de cosas sin decir, que a tomar un desembarco inesperado por falta de provisiones, se vieron involucrados en un recorrido peligroso porque habían oído de parte de los lugareños que en determinada cueva existía un tesoro prohibido, y que al estar maldito nadie podía ingresar allí y demás.
Cosa que para los oídos del capitán fue demasiado provocativo de su curiosidad como para ignorarlo, lo cual quería decir también que el resto de la tripulación se vería involucrado, obviamente.
En fin, que al llegar al lugar misterioso no obtuvieron más que líos, caminos que los hicieron separarse por pasadizos peligrosos y oscuros, y varias intoxicaciones, pues resultó ser que la vegetación del sitio, aunque escasa, era altamente tóxica. Despedían leves nubecitas de olor que al instante de ser inhalados producían mareos, alucinaciones y otros síntomas poco sanos.
Finalmente, tras reunirse unos con otros, totalmente cansados y confundidos, decidieron volver a la embarcación. Llevaban dos miembros a cuestas. Uno de ellos era Usopp, quien tuvo la mala suerte de acabar cayendo por desgracia dentro de un campo de flores tóxicas que realmente lo descompusieron.
Y el otro era Sanji, quien estaba siendo acompañado por Zoro, y este, para que no le echen en cara el abandono de su compañero, aún de mala gana, se encargó de llevarlo consigo hasta el barco.
Hasta ahí todo normal, o eso creían. Pues lo que pareció ser un hecho aislado, con dificultades típicas de la profesión, acabó ocultando más de lo que se decía.
En la tarde:
Fue a media tarde, ya a horas de estar nuevamente en el barco, que Zoro comenzó a sentirse extraño. Primero aparecieron temblores en su cuerpo, esporádicos y soportables. Le atribuyó en su momento el malestar a su falta de comida, pues con Sanji aún inconsciente, se las tuvieron que arreglar para ingerir frutas y otras cosas poco elaboradas. Zoro prácticamente no hubo comido, aunque sí consumió cantidades de alcohol más allá de lo recomendado para alguien que estaba tan cansado.
Después, pasado algún tiempo más, sintió escalofríos que se paseaban directamente por su espina dorsal, y cosquilleos que recorrían el camino de sus nervios para pasar a detenerse en su ingle.
Inmediatamente, al sentir aquello, se refugió en la soledad de lo que sería su "habitación", que en realidad era un lugar sin puertas ni ventanas, pero donde tenía colgada su cama-hamaca. No había nadie allí, pero se sintió invadido por una sensación horrorosa y dulce de éxtasis que buscó dominar como pudo, siempre atento de que nadie pudiera asaltar de repente el lugar y sorprenderlo.
Perdió la cuenta de cuántas veces tuvo que auto-satisfacerse para mantener una respectiva calma, y se echó a dormir pensando en que seguramente aquello que pasaba era producto de descuidar su necesidad varonil más tiempo de lo que estipulaba. Sí, seguramente debía ser eso.
En la noche:
Los ojos se abrieron de par en par inmediatamente. No tenía idea de qué lo había despertado de esa manera tan agolpada, pero sólo sabía que tenía que ingerir agua inmediatamente.
Al incorporarse, ya sin mareos pero con un creciente malestar, notó que la oscuridad lo rodeaba como nunca, por lo que dedujo que la cantidad de horas que había pasado durmiendo eran considerables.
Se dirigió a la cocina a paso lento pero seguro. La urgencia de agua fue tanta que sólo después de que se hubo saciado lo suficiente notó que arriba de la mesada había una nota, la cual indicaba que los muchachos se habían ido a cenar y a tomar algunas provisiones, que volverían después. La nota iba dirigida a Zoro, pues sabían que supuestamente este se sentía mucho mejor que los otros dos miembros inhabilitados, y era seguro que él la vería primero.
Una vez que terminó de leerla la dejó donde estaba, con desinterés. Estaba meditando si se les unía para comer algo o si echaba un paseo —no muy lejos por su poca orientación—, cuando escuchó un sonido que provenía desde la derecha.
Caminó hasta allá, y justo cuando se iba a asomar a ver, se encontró de sorpresa con un rostro muy cercano al suyo, que se acercó a la entrada de la cocina casi al mismo tiempo que él.
— ¿Qué crees que haces?— le indicó Zoro al recién llegado, de muy malhumor por la reciente cercanía entre ellos.
— ¿Qué pasó? ¿Todos están bien?
La voz denotaba confusión, debilidad pero por sobre todo preocupación. Claro, Sanji acababa de recuperar la consciencia después de estar prácticamente un día en cama. Totalmente debilitado, aún con fiebre y sin entender cómo pasó todo, se las había apañado para caminar hasta allí y cerciorarse de que los demás estuvieran bien.
— ¿Eres estúpido o qué? Vuelve a la cama— dijo Zoro, empujándolo levemente hacia el pasillo—. Los otros están bien, preocúpate por ti, idiota.
El último empujón estuvo demasiado pasado de fuerza, por lo que el rubio chocó la espalda en el otro lado del pasillo y casi cae. Zoro notó esto justo a tiempo, y alcanzó a tomarlo de los hombros para evitar que se hiciera daño.
Con un refunfuñeo malhumorado, pasó el brazo de Sanji sobre su espalda y le dijo:
—Ven, tienes que volver a la cama.
—Pero… Nami… — alcanzó a balbucear el otro, con apenas un poco de aliento.
—Ella está mejor que tú…— le respondió entre dientes —,…estúpido— concluyó.
Caminaron juntos hasta la cama pequeña donde dormía normalmente Sanji. Zoro llegó y lo depositó allí sin mucho revuelo, dejando que el rubio se acomodara a medida que encontraba su lugar. Lo miró de soslayo antes de irse, parecía que estaba bien, sólo un poco afiebrado.
Dio otra vuelta por el barco para ver a Usopp, quien también continuaba en cama pero se lo notaba dormir apaciblemente, por lo que regresó a la cocina.
En medio del camino notó de nuevo los pequeños escalofríos de antes, y a continuación los parpadeos de sus nervios sobre su ingle. Se mantuvo unos segundos así, apoyado sobre la mesada de la cocina con una mano en la boca mientras observaba cómo se abultaban sus pantalones de un momento a otro. Eso no podía ser… Es decir, apenas unas horas atrás había sucumbido a su placer, una y otra vez, hasta el cansancio. No podía entender por qué de nuevo su cuerpo le pedía atención, cuando en un día normal no tendría más asuntos como ese en un buen par de días…
No podía creerlo, pero ahí se encontraba de nuevo. Decidió no pensarlo demasiado, tenía que desenfocar su visión del problema e ignorarlo, es lo que creyó más conveniente.
Llenó un recipiente pequeño con agua, tiró dentro un paño y se dirigió donde estaba el cocinero. La intención había sido tratar de bajar su fiebre un poco. El rubio podía sacarlo de quicio, pero tampoco quería que le ocurriera nada muy grave… Después de todo, Luffy se preocupaba mucho por todos.
Se dirigió hasta su pieza nuevamente, para encontrarlo acostado y abrazado a un pequeño cojín que nunca antes había visto. Se lo veía con el semblante serio y algo doliente, por lo que Zoro se apresuró.
Tomó asiento a su lado y lo acomodó boca arriba, a pesar de las quejas de este, que aún estando inconsciente denotaba resistencia a hacer lo que le pedía.
Con un poco de malhumor creciente, el espadachín remojó el paño en la vasija y luego colocó esta en la frente del rubio. Ante el tacto, el otro apenas apretó un poco los párpados y después volvió a su letargo incansable. Se mantuvo un rato así, observándolo con un detenimiento que nunca antes le hubiera interesado mantener.
Sus ojos pasearon por cada detalle del rostro del otro, desde las cejas tan negras y delicadas hasta los mechones de su cabello, tan fino y tan rubio. Sus párpados cerrados dejaban ver a la perfección esas pestañas largas, que le daban a todo su rostro el toque exacto de elegancia y delicadeza.
Zoro tuvo que sacudir su cabeza más veces de las que quisiera para poder despejarse, remojar el paño nuevamente y apretarlo contra la frente del otro. No era momento para aquellos pensamientos que ni siquiera sabía de dónde habían salido tan de repente. Pero lo cierto era que no podía refrenarlos. Cada vez que veía el rostro de Sanji, se le hacía más humano, más atractivo… ¿más sensual?
Inconscientemente relamió sus labios, sin notar cuándo se hubo acercado tanto al otro, tanto que podía sentir su respiración cálida en la piel traspirada por la dolencia impropia de la excitación.
Maldijo para sus adentros, pero no pudo parar. Sus manos se movieron prácticamente solas y desabrocharon lentamente la camisa celeste que el cocinero siempre gustaba de llevar consigo. Realmente tenía que admitir que sabía vestirse, aunque eso dejaba un muy mal visto a su imagen, tendiendo en cuenta que lo hacía ver como cualquier cosa menos un luchador. Y Sanji era un luchador, uno muy bueno… Pero ahí, en ese instante, se lo veía tan frágil ante sus manos, y a la vez tan tentador.
Zoro inspeccionó lo que acababa de descubrir ante sus ojos: el pecho del rubio se mostraba ahora plenamente desnudo, pues le hizo a un lado la tela de la camisa. Era lampiño, su piel blanca y lechosa, y muy suave. Más de lo que pudo haber imaginado. El paso por su abdomen también era algo digno de admirar, pues estaban demás marcados sus músculos. Pasó su palma completa por allí hasta que llegó a sus pantalones y tocó la hebilla que ajustaba en su cadera.
A partir de ahí, no pudo ser consciente de nada más, pues su cuerpo parecía moverse por inercia, empujado por una fuerza lúgubre y lujuriosa que jamás creyó que poseía, pero lo peor era que ni siquiera se preguntó en ningún momento qué le pasaba. Simplemente actuaba, sin considerar nada.
Cuando menos se dio cuenta, se hallaba posado sobre Sanji, quien aún permanecía inconsciente —y recordemos, afiebrado también—, admirando su cuerpo semi-desnudo. Se hubo deshecho de su clásico y vistoso pantalón negro, y de sus zapatos y medias. Ahora mostraba su cuerpo sin quererlo frente al espadachín. Este lo devoraba con la vista, deleitando cada detalle antes de probarlo con su boca, de besar cada tramo desde su cuello, su pecho y parte de su abdomen. Cada centímetro de piel del rubio le pareció el sabor más divino que jamás hubo probado, y ciertamente que a partir de ese momento podía probarlo todos los días de su vida si así lo dispusiera. Eso era lo que estaba pensando internamente cuando notó que su hombría no aguantaba más, debía descargarse, necesitaba recaer aún más bajo en sus instintos o perdería totalmente la cabeza.
Y entonces lo hizo: primero se adentró en el rubio con sus dedos, lentamente, preparando y con paciencia a pesar de su presurosa lujuria. Estuvo unos minutos así, introduciendo y quitando los dedos salivados mientras observaba el semblante de Sanji detenidamente. Este arqueó las cejas en un pequeño gesto de consternación por la intrusión repentina, pero no se quejó mucho más.
Pasados los minutos, sintió que debía entregarse por completo y abandonar la razón, por lo que se situó rápidamente, clavó su vista certera en Sanji, en aquellos párpados dormidos y relajados, y finalmente dio el primer ademán para adentrar su hombría latente en él.
A pesar de la lentitud con la que había comenzado Zoro a moverse, el rubio empezó a manifestar su dolencia e incomodidad de a poco, pero de manera creciente. Le oyó un diminuto gemido de dolor, seguido por una leve sacudida de su cabeza que hizo volar algunos mechones de su frente mojada.
Por alguna razón, eso no detuvo a Zoro de su cometido, sino que lo animó aún más. Estaba sintiéndose bastante bien dentro del otro, realmente. Pero oír ese gemido, ese hilo de voz debilitada pero excitante… Fue todo lo que necesitó para aumentar el ritmo de su éxtasis.
Con un ligero movimiento, sintió su miembro atravesando de lleno todo el camino para colocarse enteramente en Sanji, quien soltó otro quejido mucho más audible ahora. Lo miró de soslayo para detectar que sus cejas ahora permanecían más arqueadas que antes, con un gesto completo de malestar en su cara.
No era algo que Zoro quisiera ver ni deseaba poner mucha atención en ello, por lo que se inclinó hacia adelante con la mirada fija en el punto exacto donde su cuerpo se conectaba con el del rubio; tomó las piernas de este y las elevó lo más que pudo, descubriendo la ventaja de que Sanji fuera tan flexible, pues el arco de sus piernas estaba tan divinamente cerca del pecho de este que dejaba a la vista prácticamente todo, al mismo tiempo que permitía a Zoro una movilidad más certera y cómoda para continuar con lo que hacía.
En cierto punto, cuando las embestidas continuaban, y esta vez más frenéticas que antes, —pues el miembro del espadachín ya se hallaba hinchado y completamente preparado para acabar—, Sanji recobró algo de consciencia y llevó ambas manos al pecho del otro, queriendo empujarlo y detener su asalto. Esto, obviamente fue notable para su agresor, ya que se contuvo por un instante.
—D-Detente…— habló en rubio, con apenas un hilo de voz—. ¿Qué haces?— inquirió al final, ligeramente temblando y con los ojos entrecerrados.
Zoro no respondió; en su lugar, continuó el movimiento rápido y repetitivo, echándose de lleno sobre el cuerpo del cocinero. Sanji soltó otro quejido, incapaz de defenderse a sí mismo de lo que ocurría. Confundido, afiebrado y débil. No sabía qué pensar o qué era real y qué no.
Con una última embestida, el espadachín llegó al clímax sin emitir sonido alguno, simplemente lo liberó como quien se deshace del veneno punzante en la herida. Porque eso era lo que sentía, no podía lidiar más con aquello. Y por alguna razón, haber recurrido a eso lo llevó a un estado de paz.
Uno que no duraría mucho.
Sanji abrió los ojos, totalmente pasmado por alguna sensación horrible de ahogo. Sus ojos galoparon alrededor, inspeccionando su habitación de arriba abajo. No sabía bien qué quería encontrar, pero estaba asustado y sorprendido.
Una vez que su respiración se calmó, volvió de nuevo en sí. Estaba solo. Se sentía medianamente bien, su ropa estaba bien, todo estaba tal cual lo recordaba antes de caer inconsciente de nuevo anoche…
Anoche… Pensó. Recordó lo último que hizo antes de rendirse al cansancio. Zoro estaba con él, le había explicado brevemente que todos los demás se hallaban bien… De acuerdo, con eso en la mente, se incorporó de a poco.
Su cuerpo se sentía bastante débil, a pesar de que ya estaba mejor, puesto que le costó mucho reunir fuerzas para estirar sus piernas y ponerse de pie. También sintió una leve dolencia en su cadera, y… Su mano se posó automáticamente más abajo, paseándose por sus glúteos… De pronto se sintió tonto y quitó su atención de allí, sonriendo de incomodidad.
No sabía por qué había pensado en eso… No era como si se hubiese hallado en peligro anoche, mucho menos en un peligro semejante. Es decir, ¿a quién se le ocurriría hacerle eso? Debía estar delirando.
Caminó hasta la cocina para encontrarse en soledad. A lo lejos escuchaba el murmullo de los demás, que seguramente aprovechaban para tomar algo de sol y reponer energías. Sanji sonrió al oírlos, pues significaba que efectivamente todos estaban más que bien.
Sin embargo, algo en su interior había cambiado. Estaba como fatigado emocionalmente, además del malestar físico. Nunca lo hubo sentido antes, no así de fuerte. Se llevó una mano al pecho, sintiendo sus propios latidos acelerados. Las palpitaciones no eran corrientes en él, que siempre prefirió vivir un poco más despreocupado… ¿Qué le pasaba?
De pronto, una imagen blanca y negra volvió a su memoria, resquebrajada y humedecida por la fiebre. Eran sus propias manos apoyadas sobre el pecho de alguien más, intentando empujar a ese alguien que estaba sobre él… No sabía qué estaba haciendo, pero se sentía profanado, traicionado. Ese cuerpo no se le hacía familiar, porque la situación entera no era común y corriente.
Al recordarlo, Sanji se tapó la boca de impresión. ¿Qué había sido eso? ¿Era un sueño… o algo más?
— ¡Hey, Sanji! Ya despertaste.
La voz de su capitán lo sacó de su pensamiento, y tuvo que sobre-exigirse para no sobresaltarse. Le sonrió ampliamente, mostrándose de buen humor.
— ¿Estás mejor? Porque anoche parecías afiebrado.
— Sí, ya me encuentro mucho mejor— mintió el rubio—. Algo adolorido aún en mis extremidades, parece que va a tardar en quitarse ese efecto, pero estoy bien.
— ¡Qué bueno! Lo importante es que estés recuperado. No podemos quedarnos sin un camarada y menos aún si es nuestro cocinero.
Ese simple comentario valió para que Sanji se diera cuenta de que todos en general debían de tener hambre en su ausencia tan larga. Después de todo, ya parecía ser mediodía.
— Hablando de eso, me pondré a cocinarles algo— dijo, sonriente.
— ¿Seguro que te sientes en condiciones? Sería mejor que descanses unos días, ¿no?
— No te preocupes, enseguida tendré todo listo.
No le dio más tregua para preguntas, y se colocó su delantal blanco, dándole a entender que comenzaría con su tarea.
Luffy prefirió reunirse con los otros y dejarlo hacer libremente, respetando su decisión de trabajar en lo que amaba hacer.
En eso se encontraba cuando una voz lo sacó de su concentración.
— ¿Necesitas ayuda con eso?
Sanji se dio vuelta a mirarlo. Era Zoro, quien se había declarado su enemigo público número uno, puesto que siempre le daba la contra en todo… sospechosamente amable.
— ¿De repente tan servicial?— inquirió el rubio, dándole la espalda para continuar con lo suyo.
— No creo que debas ponerte a hacer todo esto solo, anoche te veías muy mal.
Mientras hablaba, el espadachín se fue acercando a él, y al tenerlo a una distancia prudente, Sanji olfateó lo que parecía ser un perfume que le resultaba demasiado familiar. Era una colonia masculina, cabe decir, pero en su nariz quemaba con una impotencia tal que no soportaba tenerlo cerca.
Se dio la vuelta y lo miró. Este solo lo observaba con ese semblante impasible de siempre, no había nada más que eso en su mirada…
Bajó la vista hasta su pecho, y por alguna razón la imagen coincidía con el fragmento de imagen que tuvo hacía unos minutos antes de que llegara Luffy… Podía ver sus manos apoyadas en ese pecho, aunque estuviera descubierto. Entonces, si todo encajaba —el perfume, el color de la tela que llevaba puesto, la visión del pecho—, eso significaba…
Sintió un puntazo en el estómago, aferrándose a sus entrañas y sus nervios, y de repente tuvo que alejarse por las nauseas. Alcanzó a correr hasta el basurero presente siempre en la cocina y vomitó allí, doblándose sobre su propio cuerpo.
Unas manos se apoyaron sobre su espalda, erizándole la piel y dándole un escalofrío a toda su espina dorsal.
—No me siento bien, perdón— se disculpó con Zoro, quien todavía lo observaba con un gesto vacío —. Dile a los otros, debo ir a recostarme un momento.
Y se marchó lo más rápido que pudo para alejarse de él. No sabía qué le hubo pasado de repente, pero necesitaba huir. No quería entender lo que su mente le advertía, nada parecía coincidir con nada: ni su manera de comportarse ni de sentirse, y tampoco la forma tan amable con la que Zoro lo trataba de repente.
No quería entenderlo. No podía ser cierto.
