—Una habitación, por favor — le ordenó al dueño de la posada donde se hospedaría esa noche.
El murmullo incansable de afuera lo aturdía, con toda la música festiva y las voces vitoreando a cada segundo. Las luces de neón y los fuegos artificiales le indicaban que sería una noche difícil para conciliar el sueño, pero no le importaba.
Se mantuvo caminando durante horas por las calles, intentando no quedar a descubierto y tampoco solo en ningún momento. Sin embargo, no importó todo lo que hizo para mantenerse seguro, simplemente se sentía observado a cada momento, por lo que prefirió encontrar un lugar donde dormir y continuar su travesía al día siguiente.
Preguntó en varios lugares y un par de muchachos le indicaron que si continuaba su recorrido por el callejón de la izquierda hallaría un hotel bastante confiable. Era recorrer apenas una cuadra y media por ese callejón... pero la oscuridad del estrecho camino y el hecho de no sentirse acompañado por nadie lo mantuvieron en alerta, por lo que ahora se encontraba agotado y estresado.
Cuando el anciano le dio las llaves, le indicó que la única habitación que le quedó libre daba directo hacia la calle y era en un piso de arriba, por lo que seguramente lo molestarían las luces de la festividad de afuera.
—Te haré un descuento por las molestias— insistió el mayor, negándose a aceptar la totalidad del dinero antes de tiempo.
—No se preocupe, anciano. Me hará bien sentir que hay gente alrededor.
La respuesta sorprendió al anfitrión, quien se lo quedó mirando, con una ceja elevada. Pero Sanji no tenía ni quería tener tiempo para explicarle, solo tomó las llaves y se dirigió a las escaleras. Subió un buen trecho hasta que llegó al cuarto que coincidía en número con su llave, y una vez allí, se adentró.
Era una pieza pequeña, recubierta de decorados tipo madera, muy oscura pero con un gran ventanal. El rubio halló confort en esa ventana, pues apoyó su cuerpo cansado allí y volvió a prender un cigarrillo. Miraba las luces festivas con desinterés, preguntándose cuánto tiempo debía transcurrir para volver a sentirse él mismo... Para ya no abrigar ese pavor que le daba pensar en Zoro, o en lo ocurrido.
Cuando terminó de fumar, aprovechó el cuarto de baño para ducharse, y tuvo una agradable sorpresa cuando notó que el dueño le hubo dejado batas para dormir en distintos talles, por si los necesitaba.
En efecto, se midió un par hasta que dio con el tamaño exacto, y cómo lo contentó aquello, pues su ropa no era la más cómoda para echarse a dormir, sinceramente.
Una vez reconfortado, se tiró de lleno en la cama y colocó sus manos atrás de su cabeza, mirando al techo con la expresión vacía. Hacía mucho tiempo que no dormía en un lugar desconocido, y de verdad que dudaba poder dormir realmente, pues el bullicio del exterior cada vez era más intenso.
—¿Qué estarán celebrando?— se preguntó a sí mismo, echando el último vistazo a la ventana abierta.
No le importaba, la verdad. Aquel ruido incesante, sumado a los fuegos artificiales que coloreaban la noche y los carteles luminosos de la ciudad, le dieron un panorama sereno que lo ayudaba a no sentirse solo, y sin darse cuenta, sus ojos celestes fueron cayendo en el manto del sueño. Antes de darse cuenta, se había dormido profundamente.
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El sonido de un paso dado en el piso de madera despertó apenas sus sentidos, los cuales lo obligaron a despegar sus párpados y prestar atención al lugar donde se hubo producido el sonido. Al echar un vistazo furtivo hacia la ventana, observó con su visión aún borrosa la silueta expectante entrando a su habitación.
Por supuesto, eso bastó para que el sueño se le desvanezca como arena entre los dedos y se incorporara rápidamente, sentándose en la cama. Zoro, por su parte, lo miró completamente despierto, tirándole esa mirada desconcertada pero a la vez tensa, y no pudo ayudarse a no sonreír.
— ¿Qué demonios haces aquí?— exigió saber el cocinero, deslizando su cuerpo hacia atrás cuando vio a Zoro dar un paso certero hacia él—. ¿Me... estás siguiendo?
La sonrisa pérfida que tenía el espadachín en su rostro le erizaba la espina dorsal. No podía ser cierto, pensó... No podía creer que la obsesión del otro era tanta como para alcanzarlo hasta allí. Era totalmente enfermizo.
— ¿Creíste que alejándote de la tripulación te desharías de mí, cocinero?— la propia voz de Zoro se oía inyectada de maldad, mostrando su faceta más temible—. Soy muy bueno encontrando personas, sobre todo cuando quiero obtener algo de ellas.
Tras mediar esas palabras comenzó a caminar, lo cual despertó todas las alarmas en el cuerpo del rubio. Daba pasos hacia él completamente despreocupado, como si no fuera un horror lo que acababa de decir.
— ¡Ya basta, reacciona!— vociferó Sanji, levantándose de la cama y adoptando una posición de lucha. Aunque su nerviosismo estaba a flor de piel, necesitaba reunir coraje para enfrentarlo—. Aún estás bajo los efectos de aquel polen, ¡te ha hecho perder la mente, imbécil!
Zoro echó sus manos encima de él, y aunque ambos eran de igual altura, indudablemente se le estaba haciendo difícil dominar al espadachín, pues no quería lastimarlo.
Para Sanji, el otro estaba siendo manipulado por la sustancia del polen, pues ese no podía ser el Zoro que todos conocían y en el que confiaban. Luffy le hubo dicho que era un hombre de lealtad y honor, que siempre estaba dispuesto a ayudarlos cuando las cosas se ponían difíciles... Pero ahora estaba allí, intentando forzarlo para lograr quién sabía qué...
Hacía tan solo un par de semanas que se conocían, y si bien él era el miembro más nuevo de la tripulación, siempre confió en el juicio de su capitán. Además, nunca notó ninguna obsesión de Zoro hacia él antes, por lo que su mente todavía estaba siendo manejada por el polen de aquellas raras flores, pensó. Se negaba a creer otra cosa.
— ¡Déjame ayudarte!— le gritó, tirando una patada que apenas hizo trastabillar al otro. Estaba midiendo su fuerza, quería reducirlo sin lastimarlo para luego buscar la forma de deshacer los efectos dañinos de las flores.
Justo cuando pensó que le daría una patada certera que acabaría con todo eso, su pierna fue velozmente atrapada por Zoro, quien no solo detuvo el ataque sino que además le torció el tobillo con malicia y astucia. Ante el dolor, Sanji soltó un quejido lastimero y cayó al suelo, tratando de incorporarse a pesar de su pie adolorido.
Por obvias razones no lo logró a tiempo, y su agresor aprovechó inmediatamente para sostenerlo de los hombros y echar su cuerpo abruptamente hacia la cama.
Algo no estaba bien, pensó Sanji. Por más fuerza que tuviera el espadachín, jamás tendría tanta fuerza como para elevarlo de aquella manera y arrojarlo. Alzó la vista extrañada hacia Zoro y entonces notó cómo su mirada brillaba en una tonalidad rojiza de vez en cuando.
Eso solo confirmaba el hecho de que estaba siendo poseído por alguna criatura extraña que se hallaba disperso en el polvo florar que los hubo incapacitado. Pero ahora, en la situación en la que se hallaba, no estaba seguro de ser capaz de detenerlo.
El peliverde caminó hacia él y se inclinó sobre la cama, tomando las muñecas del rubio para evitar que este continuara resistiéndose.
— ¡N-no, suéltame!— la exclamación le llenaba los oídos de regocijo. El perfume de Sanji podía sentirse desde allí, lo que lo hacía retorcerse de emoción.
Sobrellevado por un instinto casi animal, apretó aquellas muñecas y las torció hacia arriba, lo cual provocó tanto dolor en el rubio como para sacarle otro alarido.
— Tienes razón, Sanji— comenzó a hablar entonces, inclinándose sobre el rostro del cautivo, quien al verlo acercarse llevó su cabeza hacia un lado para evitar tenerlo de frente—... estoy envenenado. El polen recorre mi cuerpo y lo hace moverse a su voluntad— le susurró al oído, deleitándose por el ligero temblor que notó en el semblante debajo de él—. Necesito sacar este veneno de mi interior. Solo si le doy lo que quiere me veré libre de esta pesadilla y volveré a ser yo mismo.
Tras decir aquello, llevó su boca hacia el cuello descubierto de Sanji, comenzando un besuqueo constante que lo inundó de urgencia romántica. Por su parte, su víctima no podía hacer más que retorcerse ante el toque que no deseaba y que le ungía el pecho de un asqueroso pánico.
Ciertamente, Zoro poseía una fuerza descomunal, no era digna de un ser humano. Estaba siendo utilizado para ahondar un deseo nefasto, que por alguna razón había decidido cobrarse con el rubio. Debía hacer algo, pensó Sanji... Si la fuerza no servía con él, utilizaría el razonamiento lo más que pudiese.
— ¡E-escucha, este no eres tú! ¡Puedes controlarlo!— intentó, aún forcejeando con sus manos y piernas, aunque fuera inútil.
Zoro se separó de él un poco, y ambos pudieron encontrar sus miradas y sus respiraciones agitadas. Sanji observó las pupilas dilatadas que destellaban una necesidad egoísta de poseerlo, aunque fuera contra su voluntad, digna de un depredador.
— ¿Me escuchas...? ¡Puedes controlarlo, tienes que resistir!— volvió a intentar, mirándolo a los ojos con preocupación. No notó ningún cambio en el otro, pero debía continuar esforzándose, ya que era lo único que podía hacer.
— Eres hermoso— las palabras de Zoro lo congelaron. No solo había hecho caso omiso a lo que le decía, sino que estaba lejos de parar.
Sin decir más, soltó las muñecas que sostenía antes para agarrar el rostro del rubio y posar sus labios en los suyos. Este era un acto medido para que no pudiera separar ni interrumpir el beso, claro estaba.
Entre tanto, Sanji cerró los ojos al sentir el tacto de Zoro, quien reclamaba sus labios con una pasión devoradora. Echó un par de quejidos, negándose a abrir su boca y torciéndola en un gesto de desagrado creciente, mientras que aprovechaba que sus manos estaban libres nuevamente para tomar el pelo del espadachín y jalarlo lo más fuerte que podía, en un intento de separarse.
Nada de lo que pudo hacer logró librarlo del beso, por lo que se vio obligado a morderlo, acto que sí tuvo éxito. Zoro echó un sonido muy parecido a un gruñido y separó su boca de la del otro, observándolo con una mezcla de enojo y deseo que latían muy fuertemente en su pecho.
— Estaba tratando de ser gentil porque pensé que lo preferías así— le dijo, limpiando con el reverso de su mano el hilo de sangre que le sacó la mordida recibida antes. Echó un vistazo al líquido carmesí y dijo, sonriéndose—: ... pero los planes cambiaron.
Dicho eso, utilizó su fuerza sobre-humana para darle la vuelta al rubio en tan solo un segundo. Este, mareado por la velocidad con que escalaba el atraco, se inundó de un espanto que le aprisionaba el corazón de latidos demasiado rápidos para soportarlos.
Quiso recomponerse, incorporarse y darse la vuelta para enfrentar a Zoro una vez más, pero su atacante lo tomó de los cabellos y le hundió la cabeza en la almohada, incapacitándolo por la falta de aire.
Un par de quejidos enmudecidos privaban el cuarto de sonidos mientras el espadachín abría sus pantalones con la mano que le quedaba libre, sin quitar la sonrisa de su rostro. La visión que tenía ante él podía hacerlo correrse sin necesidad de tocar al otro, pero tuvo que contenerse. Sanji era demasiado perfecto, pensó. Sus caderas estaban elevadas, quedando a la altura perfecta y a la par de la entrepierna de Zoro, y la bata que se hubo puesto para dormir no alcanzaba a cubrir del todo la redondez de su trasero, por lo que podía ver su ropa interior.
Estaba perdido en sus pensamientos cuando notó que ya llevaba un rato largo sosteniendo la cabeza del cocinero contra la almohada, por lo que lo soltó inmediatamente. Sanji, al verse aliviado por el aire que se volcó de lleno en sus pulmones, respiró tan desesperadamente que se provocó tos seca.
Se disculpó en medio de una risa burlona y sin mediar más palabras se puso en marcha: llevó sus manos a la prenda que le impedía divisar por completo el lado más íntimo del objeto de su deseo, y de un solo tirón la bajó totalmente.
El sentido de urgencia invadió el cuerpo desprotegido de Sanji, quien inició de nuevo un intento de lucha que le fue totalmente en vano, pues la fuerza descomunal que controlaba a Zoro lo redujo sin mucho problema. De repente quería comenzar a llorar, pero las lágrimas no le salían, y no quería mostrarse más débil ante el espadachín... Con un nudo latente en su garganta, debatió un par de insultos mientras retorcía su cuerpo debajo de su atacante.
Ignorando los reproches que oía, Zoro tomó sus muñecas y las torció hacia atrás, aprisionando sus brazos detrás de su espalda, apretando esas muñecas con tan solo usar una de sus manos. Así de monstruosa era la diferencia de fuerzas, tanto que Sanji no podía creer la aberración de aquel hecho. Sin importar cuánto se resistiera, no era capaz de impedir nada de lo que estaba pasando.
— Ahora quédate quieto— oyó que le ordenó el peliverde. El sonido brusco de su voz le congeló los nervios—. Esto lo hago solo para que no lo sufras tanto, así que coopera conmigo.
Sin darle tiempo a reaccionar o siquiera razonar lo que acababa de escuchar, sintió un dedo mojado adentrándose en su entrada. La intromisión le ardía... Apenas hubo comenzado su tortura y ya no podía soportarlo.
Por su parte, Zoro esperó a que la entrada dejara de resistirse un poco para introducir el segundo dedo, igual de súbito que el primero. Comenzó un vaivén pausado que además buscaba el punto exacto de placer del cocinero, divirtiéndose mientras hurgaba en su interior. Aquella voz que se quejaba temblorosa debajo de él lo extasiaba en demasía. Había valido la pena esperar ese momento, tan solo para poder tenerlo de aquella manera.
Repentinamente, sus dedos tocaron el puñado de nervios que tanto estaba buscando, y pudo notarlo porque la espalda de Sanji —tan bien formada por músculos marcados— se tensionó, al tiempo que su boca soltó un sonido diferente... No era como los otros, este denotó más bien sorpresa y balbuceo, como un gemido extenso pero inmediato al mismo tiempo. Inconscientemente, las piernas del rubio comenzaron a temblar, lo cual causó una amplia sonrisa en el rostro del espadachín.
— Siéntelo conmigo, cocinero— le dijo, acariciando aquella zona tan sensible lentamente—. Compartamos este placer.
— ¡¿Qué- — Sanji no podía continuar hablando; su voz se atoró en su garganta, y las lágrimas le empaparon los ojos.
Cada movimiento que el otro daba en su interior le mandaba sensaciones electrizantes y perversas que acariciaban todo su cuerpo hasta concentrarse en su entrepierna. No entendía nada, sinceramente. No estaba para nada de acuerdo con lo que ocurría, pero su cuerpo no podía reaccionar, estaba sumergido en un acto placentero del cual no deseaba formar parte.
— ¡P-para, por favor!— suplicó, cerrando sus párpados tan fuertemente que le dolían. Era completamente inexperto en el sexo, demasiado inocente para comprender lo que le estaba pasando o qué despertaba su hombría de aquella forma tan descarada, por lo que la experiencia estaba lejos de ser disfrutable, más bien se sentía humillado—. ¡No quiero...! ¡No sigas!
— No te retengas. Deja salir... tu instinto— le habló Zoro en lo que era casi un susurro, aflojando la fuerza con la que sostenía sus manos en pura inercia mientras se recostaba sobre su espalda. Al segundo, quitó sus dedos de la entrada de su víctima y utilizó esa mano libre para comenzar a tocar el miembro hinchado del rubio.
Un sentido de alarma, asco y pavor, untado apenas con placer, recorrió la piel de Sanji cuando sintió cómo lo masturbaba. Utilizó sus piernas para buscar espacio y alejarse pero no lo consiguió. Estaba demasiado cerca del clímax, lo cual no le parecía para nada correcto.
Echó un quejido bastante audible y con un tirón lleno de euforia debilitada, logró zafar sus manos apretadas contra su espalda, sintiendo al fin algo de libertad. Sin embargo, el sentido de alivio le duraría poco, pues automáticamente recibió la primera estocada en su entrada apretada por la tensión.
Instantáneamente echó un grito más perceptible que los anteriores. La intromisión inesperada no solo lo tomó por sorpresa, asustado, sino que además le dolía horrores. No recordaba haber sentido tanto dolor anteriormente, hasta ese día... El hecho era mucho peor a lo antes experimentado porque se entremezclaba con el sometimiento animal al que era arrastrado por quien creyó que era un compañero.
De sus ojos claros se despidieron lágrimas enormes que mojaban sus mejillas y caían en la almohada, inundando su rostro además de irreparable rubor por la vergüenza y la rabia.
Pero todo aquello era un espectáculo para Zoro, quien había comenzado con movimientos lentos para luego tomar ritmo gradualmente. Su miembro hinchado buscaba arremeter con violencia el cuerpo doblegado del rubio, por lo que tuvo que retenerse a sí mismo para no acabar tan rápido.
Echando soplidos de vez en cuando, lograba calmar su ansiedad lujuriosa lo suficiente para no aumentar demasiado el ritmo y disfrutar un poco más del momento.
De pronto, notó que los temblores de Sanji se hacían más notorios, casi llegando a jadeos repetitivos, como si le costase respirar. Lo observó con detenimiento y se limitó a escuchar los sonidos que este despedía. En efecto, reconoció el llanto entre sus expresiones quejumbrosas.
— ¿Por qué estás llorando?— le preguntó, con un tono de fingida ingenuidad tan natural que casi parecía que desconocía la razón—. Siempre te veo lanzándote a las mujeres, mirándolas descaradamente, pensando oscuramente sobre sus voluptuosidades mientras caminan a tu alrededor... Imaginándote tenerlas como yo te tengo a ti ahora, ¿no es así?
Tras decir eso, aumentó la velocidad de las embestidas. Era completamente cierto desde su punto de vista, aquello que hubo declarado era lo que más le molestaba del cocinero. El descaro con que se mostraba a las féminas... sin ocultar lo mucho que le gustaban. Le producía aversión, y a la vez, un profundo resentimiento.
— ¡N-no!— oyó contradecir a su víctima, haciendo lo posible por retorcerse debajo de él, en un intento absurdo por escapar de su agarre—. N-nunca... le haría esto... ¡a nadie!— culminó, entre sollozos.
— Eres un mentiroso.
Y al terminar la frase, despegó su cuerpo del de Sanji abruptamente, para luego darlo vuelta de un solo ademán. Aprovechando el impulso, deslizó del todo la ropa interior de su víctima, que aún permanecía caída entre sus piernas, hasta quitarla del medio totalmente.
El veneno del polen estaba concentrándose en su mente, otorgándole mucha más fuerza que antes, apoderándose por completo de su subconsciente. Aflorando desde lo más oscuro de su pecho los sentimientos y emociones que por tanto tiempo mantuvo ocultos en su interior.
En ese preciso momento, no había barrera alguna que recubriera su lado putrefacto de Sanji, quien ahora lo miraba a la cara con profundo pavor de verlo tan desfigurado por el deseo más cruel.
Se inclinó sobre el rubio, presionando su hombría nuevamente en su entrada hasta colarse dentro dolorosamente; después tomó ambas piernas de este y las subió separadas hasta que las rodillas pálidas casi rozaban esos mechones amarillos.
La posición le resultaba mucho más dolorosa a Sanji, a pesar de su flexibilidad, puesto que el espadachín ahora podía empalarlo mucho más hondo y con mayor libertad. Ya no encontró escapatoria, todo su cuerpo estaba debilitado y al borde del colapso, por lo que, rendido a su suerte totalmente, se limitó a cubrirse la cara con el antebrazo y rogar por que ese escenario escabroso terminara pronto.
— Mírate. Aún conservas la erección— le echó en cara su verdugo, sin detener las estocadas—. Después de todo el llanto y el rechazo que dices sentir, ¿te niegas a creer que eres diferente a mí?
No escuchó respuesta alguna. Solo notó cómo el otro apretaba más duramente sus párpados y despedía más lágrimas.
— Te da pena tu naturaleza pero no puedes reprimirla... Mira hasta dónde me ha llevado a mí tratar de ocultar lo mucho que me obsesionas.
Se movía más arduamente en el interior, casi pisando el clímax. Tan próximo que ya podía saborearlo latiendo en la punta de su miembro.
— Voy a... soltarlo dentro de ti, ¿de acuerdo?— habló entre la dificultad expresiva propia del éxtasis que concebía. Estaba en la cúspide de la lujuria, una que jamás hubo sentido antes—. ¡Eso, así! Tómalo todo... bien profundo— balbuceó, logrando sentir cada gota de semen que viajaba por su hombría y salía disparada hacia fuera, dándole punzadas electrizantes a los músculos de su abdomen, contrayéndolos.
Oyó un último quejido de Sanji tras sentir la humedad de su anillo, ahora ya libre de él, cuando se incorporó de la cama. Estaba agitado, pues el esfuerzo que ocupó al acabar gastó mucho de su energía. Después de todo, durante esos días no hubo comido mucho ni tampoco dormido. Ahora estaba pagando las consecuencias.
Sentía que estaba a punto de desmayarse pero no quería entregarse a eso allí. Algo dentro de su mente lo forzó a salir, por lo que se subió los pantalones mientras respiraba con dificultad, y echó un salto por la ventana, sin intercambiar palabras finales con el cocinero, quien aún permanecía temblando y sollozando entre las sábanas desacomodadas.
Aterrizó sus pies que trastabillaron contra el suelo, sintiendo que sus músculos se iban a caer por partes si no descansaba. Sin importarle el dolor de su propio cuerpo, continuó caminando. Afuera la gente continuaba con los festejos de una larga noche que nadie olvidaría. Tras su paso, todos lo esquivaban creyéndolo borracho, a veces empujándolo de un lado a otro.
Finalmente, cuando se halló alejado en un callejón más desierto, cayó al piso frío de la ciudad, en un rincón tan olvidado y oscuro como su propio corazón.
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Luffy miraba el lugar, con sus ojos recorriendo todos los rostros de las personas que tenían rasgos familiares al individuo que esperaba ver. Nami y Usopp permanecían de pie detrás de él, sin mucho ánimo para inspirarle, dado que ya daban por supuesto que Sanji no se presentaría.
— Ya deberíamos irnos— le dijo la chica, colocándole una mano sobre el hombro en señal de apoyo—. Llevas días esperándolo, anduvimos por todos los lugares más concurridos preguntando por él... No va a volver.
— Es extraño— respondió el ingenuo líder, rascándose la cabeza y mostrándose desanimado—. Creí realmente que volvería a nosotros en una semana... como lo prometimos.
Dieron pasos lentos hacia el barco, conversando entre ellos sobre lo que pudo haberle ocurrido, y otras cosas sobre el destino y la suerte de que quizás volvieran a encontrarse. Pero Zoro —que se llamaba al silencio, recostado en uno de los bancos del interior del barco, fingiendo que dormía—, sabía de sobra que no, que Sanji no volvería. Que sería incapaz de volver a colocar un pie dentro del Going Merry.
FIN
