Perdonen la tardanza de esta semana. Estoy esforzándome mucho para no alejarme mucho del canon de la historia así que tengo que ver los 4 capítulos de Teiko varias veces y leerme la wikia al derecho y al revés. Se pondrá más complicado a medida que avancemos en la historia, pero espero manejarlo bien. ¡Disfruten el capítulo de la semana!
Otro suspiro y Aomine se hundió más en el achocolatado sofá de la sala.
A penas se movió el reloj diez minutos desde que llegó a la casa de su precioso novio y sentía que estaba siendo castigado por una madre. Gracias a Dios que no era la loca de su madre porque, sino ya estaría limpiando las hojas de sus plantas con los bastoncillos para los oídos, maldita vieja loca de la plantas. En esos meses que tenían de relación Sakurai solo lo castigó una vez cuando hizo llorar a Momoi y ella no le habló por dos semanas. Ambos chicos le hicieron la ley de hielo ese tiempo y, por más que su orgullo insistía que no pidiera perdón, acabó por aparecerse en casa de ambos y hacerlo, después los llevó de compras y vaciaron su cartera. Ahí se dio cuenta que acabar yendo a la tienda de conveniencia más cercana en la madrugada a comprar más bastoncillos no estaba tan mal.
Sin embargo, estaba hecho bolita en el sofá de la casa de los Sakurai viendo el ramo de hortensias que compró en una avenida descansar en la mesa cafetera mientras su honguito preparaba un azucarado café, y es que Sakurai lo estaba matando con la mirada por haber gritado fuera de su casa a media noche. Jamás se le habría cruzado la idea de que ambos padres, trabajadores, ya se encontraban descansando un viernes por la noche después de una larga semana laboral. ¿Qué tal si fueron a pasar tiempo juntos? Él lo haría, con su novio, si su novio no estuviera molesto por sabe qué. Por eso estaba ahí, con un ramo de hortensias gritando su nombre para pedirle perdón por lo que hizo sin saber qué era exactamente. Quería hablar las cosas antes de que escalaran.
Escuchó que las cosas en la cocina dejaban de moverse y vio a Ryō moverse a la sala con una taza de café. Iba a tener el cinismo de preguntar por la suya, pero al verlo sentarse frente a él y no a su lado, darle un sorbo a la bebida y dejarla en la mesa antes de cruzar sus brazos calló. No era prudente. Se miraba lindo con su pijama beige, sexy con el ceño fruncido e imponente con esa fría mirada en sus ojos.
—Perdón, Ryō.
Sakurai alzó una ceja. Estaba molesto, muy molesto en realidad. Sus padres llegaron a casa alrededor de las 8:30, después de que terminó de hablar con Furihata. Se apresuró a prepararles una deliciosa cena que repusiera todas las horas extras que ambos habían hecho en la semana antes de que pudieran ir a dormir, el fin de semana saldrían los dos solos a un viaje en pareja y no los vería hasta el domingo en la noche que llegaran solamente a dormir e iniciar de nuevo la semana laboral. Después de todo era su aniversario de bodas y lo único que podía hacer es ayudarles con la casa y la comida, pero su estúpido y ardiente novio llegó gritando a casa pasadas las 12 gritando su nombre en la ventana. Tuvo que callarlo inmediatamente y hacer el menor ruido posible para no despertarlos.
—¿Perdón por qué?
—Por imprudente…
Un último suspiró abandonó los labios del castaño y Daiki se dio por perdonado cuando la fría mirada se calentó. La taza de café volvió a Sakurai quien ahora se la tomaba con tranquilidad. Aunque el asunto de su visita nocturna seguía inquietándole, ya que desconocía si sus padres aceptarían a su pareja en la noche y teniendo un fin de semana de casa sola, decidió dar por zanjado ese asunto y pasar a otro. Las hortensias eran lindas, pero no recibía flores desde que Aomine se había reído de la fallida cita de Momoi con Kuroko y el moreno debió compensarlos a ambos con una salida de compras. ¿Era acaso ese signo de perdón que tanto mencionaba Satsuki en los hombres? Probablemente.
Sentía esos ojos azul eléctrico buscar su mirada quién huía. Seguía pensando en lo sucedido en la tarde del día anterior. Las inseguridades brotaron nuevamente al recordar como los ojos que ahora lo buscaban habían brillado cual diamantes al enfocare en el rubio de Kaijō y volvía a cuestionarse si realmente Aomine estaba enamorado de él o solamente lo usaba como herramienta para darle celos a Kise. Porque, si se ponía a cuestionarse más, su relación empezó tras la Interhigh, específicamente el partido contra Tōō y Kaijō. Había notado mucha tensión entre Aomine y Kise, muchas miradas y sonrisas que le apretaron su corazón enamorado. Wakamatsu había terminado de romperlo cuando comentó que, probablemente, seguían enamorados.
Semanas después Aomine se le declaró y él aceptó, teniendo un molesto Wakamatsu recordándole el partido cada que podía. Incluso en la Winter Cup, cuando Aomine lloró al ver el partido contra Rakuzan y el concepto de la segunda puerta. Extrañamente, Sakurai no se sentía amenazado por el jugador fantasma y lo veía como un amigo más, pero Kise era diferente. ¿Era por qué de Kuroko lo sabía todo y con Kise no se hablaba más que un "no pasó nada"? Recordar eso le hizo apretar la taza.
Aomine vio eso, pensó que el otro seguía molesto y entendió que era hora de pasar al tema por el cual piso su casa. Rápidamente se enderezó en el sofá y rebuscó en su bolsa deportiva, sacando de ella la lonchera que el chico le llevó en la tarde y dejándola en la mesa.
—Yo… Gracias, estaba deliciosa.
Sakurai le echó un vistazo al objeto y sonrió un poco, su novio siempre le halagaba la comida incluso antes de ser pareja. Sus favoritos eran aquellos pulpitos infantiles que le gustaba acompañar con salsa teriyaki, y eso le preparó. Estaba feliz de que le gustaron pese a aquella mesa de aperitivos. Cuando amargamente recordó lo que ocurrió después sorbió el café para ocultar la sonrisa que tenía. Aomine miraba al suelo nervioso, buscando las palabras correctas para empezar la conversación.
—Ryō… ¿Estás molesto conmigo? — se hubiera reído, pero la cara preocupada del otro no le dejó. Finalmente lo miró, Daiki pensó que era un ligero avance en la conversación.
—¿Por qué lo estaría?
Y hasta ahí avanzó. Sintió retroceder dos décadas al escuchar la pregunta. Eso era lo que él quería saber, ¿por qué estaba enojado con él? ¿Qué hizo? Al verlo tan dubitativo Ryō prefirió acabarse de una el templado café, tomar la lonchera y regresarse a la cocina.
No sabía ni en qué pensar. Entendía que el moreno estuviera preocupado por ellos, no era muy normal que él se molestara por cualquier cosa, pero de verdad no entendía por qué estaba así. Si de entrada era muy inseguro y duro consigo mismo, los comentarios pasivo agresivos de Wakamatsu jamás ayudaron en la relación. Él siempre estaba insinuando cosas, si no era sobre Kise era directamente de Aomine y como su egoísmo iba a terminar con ellos. ¿Y si todo era verdad?
Terminó de lavar la taza y abrió la lonchera para lavarla, encontrándose que todo se hallaba ya limpio, Daiki lo lavó antes de llegar a su casa. Aun así, dejó todo escurriendo.
Aomine se había acercado a él por detrás, tomando con delicadeza su cintura y acercando su nariz a cuello de su amado sintiendo el cacao de su champú subir por sus fosas nasales. Sakurai dio un brinco al sentirlo, disfrutando del abrazo acarició los formados músculos de sus antebrazos. Le gustaban. Cuando Aomine lo abrazaba así, lo miraba desde lejos, de cerca, lo acariciaba, lo besaba… Amaba muchísimo a Aomine, no quería que nadie se lo quitara.
—No sé qué hice mal— dijo Aomine, subiendo sus brazos para emparejarlos a los de Sakurai y acariciar por encima de estos sus suaves manos—. Ayúdame a entenderlo.
Susurró y a Sakurai le temblaron los labios. La preocupación en su voz le hizo sentir que había exagerado de más el asunto. Era mucho el miedo de sacar el tema y escuchar que nada de importancia pasó en el pasado, que lo dejaran con dudas otra vez y sentirse menos a comparación del modelo. Debería seguir el consejo de su amigo Furihata y por fin sentarse a tener una plática seria con él, era un gran paso en su relación y necesitaba saber de su boca por que se sentía tan atormentado con la idea de que Kise seguía enamorado de Aomine y viceversa, pero el miedo de que eso fuera real lo hacía temblar.
Aomine se percató que, de hecho, el otro temblaba bajo suyo y de inmediato lo volteó buscando su mirada. La posición cabizbaja de Sakurai no le permitía ver sus ojos cristalinos, pero las lágrimas que bajaban poco a poco por sus rosadas mejillas le confirmaban que estaba llorando. Odiaba que esos achocolatados ojos de tiñeran de rojo al llorar, que sus labios temblaran agresivamente al igual que su cuerpo. Llevó sus pulgares a las comisuras de sus ojos y limpió las nuevas lágrimas que nacían.
—No llores, Ryō — suplicó, dejando a la vez pequeños besos en su frente. Las preguntas se detenían en la garganta de Sakurai, quién buscando fuerzas para hacerlas se aferró a la camisa negra de Aomine que se llenaba de lágrimas acompañando el sudor. Las palmaditas en la espalda aparecieron junto con un apretón en el corazón de Aomine, estaba enojado consigo mismo por haber hecho llorar a su querido novio sin saber la razón—, no si no es en el sexo— un leve golpe en el pecho le indicó que quizá no era el mejor momento para ese comentario. Soltó un quejido y continuó abrazándolo—. ¿Qué fue lo que hice mal?
El abrazo duró unos minutos más dándole un tiempo al castaño para tranquilizarse. Los sollozos no eran lo suficientemente fuertes para despertar a sus padres así que estaba bien que soltara todo, pese a que eso le afectara a Aomine. Sin embargo, cuando Sakurai se relajó sus lágrimas y mocos fueron limpiados por el otro bajo una mirada de incertidumbre; rogándole el decir algo, pero no queriendo decirlo para no presionar. Sakurai habló.
—¿Podemos hablarlo después?
—Pero…
Aomine abrió la boca para reclamar, pero se detuvo al ver lo hinchados que estaban sus ojos y lo roja que se encontraba su nariz. Sus hombros se relajaron para no soltar un suspiro que le indicara molestia, al contrario. No estaba enojado, solo frustrado consigo. Entendía que Sakurai necesitaba un tiempo. Asintió y dejando un beso en la frente se apartó hacia la sala a tomar sus pertenencias, pese a la hora iría caminando a casa. Ya fue muy imprudente y el día solo llevaba unos minutos, aunque quisiera quedarse ahí debía respetar la casa de sus suegros.
—Aomine-san.
Sakurai veía desde la mitad del pasillo como la morena mano tomaba la perilla de la puerta e instintivamente le llamó. ¿Estaría bien hacerlo? Pedirle que se quede esa noche a dormir sin permiso previo de sus padres… Podía refutar mañana que ya era tarde y que su casa quedaba algo lejos, podía ser peligroso incluso para el rebelde de Tōō andar en la calle a esas horas. Aomine le vio quitarle el bolso de su hombro sin siquiera mirarlo. En cambio, tuvo su cálida mano tomar la propia y guiarlo a su habitación.
—Ya es noche, quédate.
Para cuando se dio cuenta que donde estaba no era ni por asomo su habitación sino un pasillo largo con muchas mesas en los extremos también logro percatarse de sus ropas. Blanco. No le disgustaba, su mamá recalcaba mucho el hecho de que el blanco hacía resaltar el color grisáceo de sus ojos, solo que era muy complicado de mantener limpio. Esperaba no ensuciarse en ese pasillo de adoquines al aire libre. Las mesas a los extremos tenían hojas blancas encima y letreros tan blancos como su outfit pegados. Le echó un ojo al lugar y por la distribución de edificios llegó a la conclusión de que estaba en una secundaria muy especial.
Se acercaba a cada mesa a ver si las hojas tenían algo de información, llevándose una decepción al encontrarlas vacías. Así era con cada una, y de no ser por que aquel pasillo parecía infinito seguía checando las demás. Un bufido de aburrimiento salió de sus labios, ¿dónde estaba?
—¿Qué es este lugar?
Tan pronto como acabó de pronunciar palabra el pétalo de una flor pasó frente suyo. Sus ojos la observaron en cámara lenta, era la flor de sakura que caía en la primavera, normalmente al inicio de clases. Intentó atraparla con la mano, mas grande fue su sorpresa al ver como el simple pétalo le causaba frío en su palma mientras la atravesaba.
—¿Qué carajos?
Observó el pétalo caer e instantáneamente el suelo de adoquín se llenó de ellos. Esparcidos, al igual que gente empezaba a aparecer a su alrededor. No necesitaba alzar la mirada y enfocar, su vista de halcón le hacía el favor de informarle de todos aquellos estudiantes de Teikō promocionando los clubes curriculares a principio de años. De todas formas, lo hizo. Los letreros ya contenían escritos los nombres de los clubes; artes plásticas, artes marciales, videojuegos, manga y anime, ciencias, lectura y los deportivos.
¿Acaso no le veían ahí parado con cara de idiota? ¿Qué mal sueño estaba teniendo? Todos se miraban muy niños, después de todo estaban en secundaria, pero no dejaba de darle ternura. ¿En qué época estaría soñando? ¿Podría encontrarse por ahí a Shin-chan o a Ki-chan? Sonrió muy emocionado ante la idea de contarle a Kasamatsu sobre que soñó con sus novios de secundaria antes de correr entre la gente en busca del stand de baloncesto.
—¿Qué hago esquivándolos? Puedo atravesarlos sin problema.
Aunque eso le haría sentir escalofríos cada que atravesara a alguien le ahorraría muchos problemas. Lo que él creía que era un pasillo infinito se volvió en uno finito, logrando visualizar la salida de la secundaria donde estaba un enorme árbol de Sakura, quizá de él venían los pétalos. Acabó llegando a un mesa donde un chico de lentes repartía volantes, los típicos donde venían la información del club y formulario. Le recordaba a su propia secundaria y cómo se había inscrito él. ¿Lograría soñar con eso después?
Se detuvo ahí al interceptar a una cabellera celeste siendo ignorada por toda la multitud. No esperaba menos, la nula presencia de Kuroko fue lo que lo llevó a la cima después de todo, burlarse de él no estaba en su itinerario ese sueño. Pasaba tan tranquilamente, con toda la atención al libro que portaba en las manos. De no haber sido por el pequeño Midorima que estaba detrás de él habría aplaudido al chico de lentes por reconocer al chico de Seirin.
—Oye, ¿te gustan los libros? —parecía ser el líder del club quien le sostenía el formulario o eso pensó Takao al verlo extenderle la hoja, aunque quizá era un integrante más, todos se veían iguales— ¿Quieres unirte al club de literatura?
— No, esto es una guía telefónica
No dudo mucho en acercarse e inspeccionar al pequeño Midorima Shintarō y pensar que se veía exactamente igual a como lo recordaba de aquel partido en la secundaria. Su rostro era más redondo y era ligeramente más bajo que él. ¿Cuándo habrá pegado el estirón? ¿A finales de Teikō? Porque cuando lo conoció ya le sacaba casi los veinte centímetros. Las pestañas lo hacían lucir más afeminado en esa época, quizá se habría burlado de él también si tan solo su padre no hubiera insistido tanto en mudarse antes de la selección de escuelas.
—¿Por qué vas caminando con una guía en tus manos? —le preguntó el chico y Takao sonrió. Era su Lucky Item del día, seguramente. El loco del Oha Asa no nació en preparatoria.
—Es mi amuleto de hoy, de Oha Asa— confirmó Midorima.
Takao se echó a reír con la expresión que puso el chico de lentes y lo visiblemente molesto que se puso el pequeño Midorima como siempre cada que alguien se reía de sus creencias. Sí, probablemente le hubiera hecho bullying desde temprano, lamentó no haber tenido esa posibilidad.
Pudo darle un último vistazo al adorable Shin-chan antes de que el ambiente comenzará a cambiar y se convirtiera en un gimnasio. Las líneas en el suelo y las canastas en los extremos indicaban que era el lugar donde la generación de los milagros comenzó a entrenar. Era algo grande comparada con la de su secundaria, pero tenía sentido, Teikō tenía a uno de los mejores equipos de baloncesto incluso antes de que Midorima y los demás entraran.
Como antes, los estudiantes aparecieron poco a poco, ahora portaban uniformes deportivos personales para los entrenamientos. A un lado suyo apareció lo que creyó ser el entrenador principal y atrás de ambos los entrenadores de apoyo. Frente a él y formados por números de inscripción estaban los estudiantes. Sus ojos lograron identificar a Kuroko en el medio de todos.
—Anunciaré a los integrantes del grupo 3.
Cierto, Teikō dividía a sus practicantes en grupos dependiendo de sus habilidades físicas, por ello no le sorprendía que Kuroko fuera el último en entrar al grupo 3. Después de todo antes de convertirse en el mejor apoyo del equipo debió pasar por mucho esfuerzo, cuando lo conoció notó lo débil que era su cuerpo, aunque lo compensaba con esos maravillosos pases. Lo vio correr al grupo 3 con dificultad, por ello estaba en ese grupo.
Nombraron a los integrantes del grupo 2, no les prestó mucha atención. Sabía que en cuanto acabaran nombrarían a los del grupo 1 y todos se sorprenderían. Midorima le comentó en alguna ocasión que era muy raro nombrar a un nuevo ingreso para el grupo 1, era casi como nombrar CEO a un empleado recién egresado. Él, desde retrospectiva, comprendía las decisiones de los entrenadores a nombrar a Aomine Daiki, Murasakibara Atsushi, Akashi Seijūrō y a su querido Midorima Shintarō.
—Podrías verte algo feliz, Shin-chan.
Su rostro era más tierno, pero no dejaba de tener la misma expresión de asco de siempre aún después de ser nombrado casi titular. Los demás milagros yacían junto con Midorima escuchando atentamente a su entrenador. Era divertido verlos tan obedientes, nada que ver con sus versiones actuales rebeldes y arrogantes. El entrenador los hizo presentarse por el orden de sus números y el primero fue Aomine. Cuando las crías de panteras nacen sus ojos son redondos y a medida que van creciendo se vuelven afilados y amenazantes. Aomine era como una pantera bebé, emocionado y juguetón se presentó. Murasakibara se le hacía igual, solo que con el cabello más corto y con unas dos palabras más en su vocabulario. Shin-chan se presentó con muy pocas palabras, pero a diferencia de Shōtoku no acomodó sus lentes como si le molestara hablar o desvió la mirada sintiéndose superior.
Akashi se presentó después. Su nombre y un "trabajemos todos juntos" fue lo que alcanzó a oír Takao antes de arrugar su frente. Ese no era el Akashi que Takao repudiaba, era un Akashi sencillo y con un aura de humildad a su alrededor. La última vez que lo vio lo recordaba como el niño rico que humilló a su equipo y que, por celos diría Kasamatsu, no podía ver ni en pintura. Sí, tenía una ligera aura de humildad debajo de esa postura elegante y ya no miraba hacia abajo con asco, pero el pelirrojo que sonreía puramente no se le acercaba ni por asomo al Akashi actual.
Por un momento se sintió mal de pensar así del niño que pedía llevarse bien con sus compañeros, pero eso desapareció cuando por el rabillo del ojo pudo notar que Midorima subía sus lentes y desviaba la mirada al mismo tiempo. Era un gesto que Takao conocía bien, el de un Midorima avergonzado cuando le pedía un beso o simplemente le sonreía. El voltearse a verlo era solo una confirmación de que su Shin-chan estaba apenado, y no le gustaba el pensar por qué.
Akashi regresó a su lugar junto con Midorima quien, sin dirigirle la mirada, acomodó la vendas de su mano izquierda. Un tic nervioso. Lo vio una vez, cuando él se le declaró al peliverde después de clases.
Era un mal sueño en verdad. ¿Cuál era el punto de que se cerebro le haga imaginarse esas cosas? Midorima le contó hasta la selección de grupos, no la parte de las miraditas entre ellos. Porque Takao no era idiota, sabía que su novio estaba enamorado de emperador loco, en el partido contra Rakuzan donde parecían ex novios dolidos por su fallida relación fue que lo confirmó. No le gustó ver llorar a su tsundere compañero. Era uno de los motivos por el cual no le agradaba Akashi.
Se acercó hasta estar frente al pelirrojo. Era más bajo que él por unos 18 centímetros, apenas podía verle los ojos por tener la mirada fija a su entrenador. Nadie lo notaba, ¿por qué Akashi sí le miraría? Podía parecer inocente y tranquilo, pero Takao sabía que en el futuro haría cosas terribles hacia su equipo, en especial a Shin-chan. Le molestaba mucho, ¿por qué tenía que ser su amigo?
—Te odio.
Al fin y al cabo, ¿quién lo escucharía? Era un simple sueño.
Furihata nunca puso un pie en Teikō. Ni siquiera una vez que su hermano le propuso visitar la secundaria una vez que visitaron a un tío en ese vecindario y, por curiosidad, quiso ver la escuela a la que quería ir. Furihata le había dicho que tenía hambre y quería llegar rápido a casa para comer el almuerzo con su madre, así que Kōsuke tuvo que conformarse que la fachada de la entrada antes de continuar su camino a la estación. Lo único que recordaba era el gran árbol sin florecer que estaba en la pura entrada principal, el cual se vería hermoso en plena primavera y sería el escenario perfecto para una declaración de amor como en las novelas que solía hojear en sus tiempos libres. Le gustaría que Seirin tuviera un árbol así.
Sin embargo, ahora se encontraba de pie en la entrada de un Teikō completamente blanco, como si el color del mundo se hubiera perdido luego de haberse quedado dormido. Y es que lo último que recordaba antes de estar en ese lugar era estar mensajeando con Sei sobre el día y qué planes los esperaban la mañana siguiente, sus ojos se habrían cerrado poco a poco y no se dio cuenta en qué momento cayó rendido. Menos mal que dejó cargando el celular mientras estudiaba.
Le echó un vistazo a la placa de metal colocada en la pared de adoquines, llevaba escrito Escuela Secundaria Teikō. A la izquierda, del otro lado de la puerta, estaba el gran árbol de sakura detrás de la pared, sus ramas se asomaban a la calle y, aunque estuviera todo blanco, podía notar que estaban floreciendo las flores. Gracias a que la puerta principal estaba abierta llegaba a ver varias mesas con letreros en blanco acomodadas y algunos carteles igual de vacíos pegados en ellas y en las paredes. Incluso, si veía un poco más lejos de la placa de metal a su derecha estaba un cartel recargado en la pared.
Desvió su atención a los pétalos rosas que empezaban a caer a su alrededor. Hace unos segundos el lugar era calmado y limpio, ahora caían flores; pero el piso ya estaba lleno de ellas, era imposible que apenas cayeran y el suelo dijera otra cosa. Más raro era que todo siguiera blanco a excepción de los pétalos a su alrededor. Se agachó con la intención de tomar uno del suelo notando que sus zapatillas eral del mismo color que el ambiente. Eso le daba igual, ¿por qué tenía en su anular izquierdo un anillo dorado? De compromiso no era, pese a que el rubí incrustado lo hiciera parecer así. Parecía costoso, se sentía costoso. Intentó quitárselo, pero el anillo no cedía; podría seguir jalando de no ser porque ya le dolía la piel.
—¿De verdad aquí le parece bien?
Escuchó a lo lejos, era un señor de unos cuarenta o casi cincuenta años abrir la puerta de un elegante automóvil negro estacionado a distancia de la puerta principal. Era obvio que su objetivo era no llamar la atención de los estudiantes, si tan solo los hubiera. Bajó del auto un chico de 1.58 metros, con el uniforme propiamente arreglado e igual o más elegante que el mismo auto, hacía ver recién levantado al que pensó era el chófer.
— Sí, y a partir de mañana no hace falta que vengas más.
El cabello carmesí delataba la identidad de Akashi Seijūrō. Bueno, no se equivocó al pensar que ese auto era de alguien con mucho dinero. Un pasos y ya se encontraba a un costado del chico, notando la diferencia de altura lo inspeccionó. Sus facciones eran más infantiles, lo normal de un recién egresado de primaria. Su cabello bien cuidado y perfume amaderado dejaban ver la clase de cuidados que llevaba Akashi. ¿Desde niño usaba ese perfume? Era su favorito, le encantaba cuando Sei lo usaba en sus citas. Muchos decían que era un aroma a viejo, pero las notas de frutos rojos que Furihata alcanzaba a percibir lo volvían loco. Recordó que lo olió por primera vez en su primera cita y Akashi le confesó que desde la secundaria cambió de perfume, después de eso no dejó de ponérselo cada que salía con él.
Buscó sus ojos y los encontró, hermosos y cálidos como una hoguera recién encendida que lo hizo sonrojar. El Akashi frente a él hacía lucir el amoroso e inocente tono rojo de su cabello. Era tierno, nada que ver con el gran Akashi Seijūrō que conoció.
—Pero su padre…
—Mi padre no tiene nada qué ver en esto.
Interrumpió Akashi el vano intento de chófer. Furihata entendió que era una orden de Masaomi que su hijo fuera acompañado todos los días por el personal de su hogar como medida de seguridad, o control paterno. La relación de padre e hijo era muy delicada, Masaomi siempre fue un hombro muy controlador y estricto, Akashi solo podía ser él mismo cuando se trataba de baloncesto gracias a su madre. Era todo lo que Akashi le contó una vez, omitió por completo como se volvió tan sádico rayando a lo psicópata, y Furihata no quería indagar más si el otro no quería contarlo.
—A este paso la gente se reirá de mí —confesó —, al menos en la escuela dame algo de libertad.
Su chófer relajó sus hombros y entendió los infantiles deseos del joven amo. Kōki también comprendió que lejos de ser visto como un niño rico y que sus relaciones se basaran en la posición económica quería ser un niño normal y ser tratado como uno más de los estudiantes. El hombre se despidió con una reverencia y se fue. Furihata seguía contemplando la suave sonrisa que el pelirrojo le había dado junto con su petición, sonrisa que se adornaba románticamente con los rosados pétalos que caían alrededor de ambos.
Akashi y el chófer no lo notaron, así como él no notó que el ambiente se había coloreado dando paso al verde de los jardines y los grises de la calle. Su uniforme blanco y azul celeste contrastaban dulcemente con la escuela a medida que el menor entraba en ella.
La silueta de Akashi se transformó. Sin dejar de caminar sus ropas se volvieron en ropas para entrenar y el edificio se cerró en un gimnasio, ahora sí, lleno de más estudiantes vestidos igual.
—Eso es todo.
Una voz adulta hizo voltear al castaño. Atrás de él permanecía serio un adulto en traje sosteniendo unos documentos. Al parecer acababa de terminar su trabajo ya que terminó yéndose del recinto. Sus ojos divagaron por el lugar y encontró a tres grupos de personas divididas por la cancha. Un grupo bastante grande a la izquierda, un grupo mediano en medio y un grupo de tal solo 4 chicos a su derecha; cada uno escuchando atentamente a un entrenador. En el grupo de la derecha estaba Akashi, sonriendo plenamente mientras escuchaba las órdenes del entrenador más viejo, pero no menos experimentado.
—Bueno, no los conozco así que van a presentarse en orden.
Ordenó el entrenador. Furihata observó entretenido como los pequeños milagros hacían sus presentaciones, recordando que Kuroko les contó sobre la selección de grupos en Teikō. Estaba soñando con ese momento entonces. Los grupos que vio hace un momento eran los grupos 3 y 2, con los que estaba ahora era el 1. Quizá Kuroko estaba en el grupo más grande, pero fue incapaz de encontrarlo al estar más atento de Akashi.
—Soy Akashi Seijūrō —dijo el susodicho. Rio al verlo totalmente recto, con las manos a sus costados y dando una reverencia. Si intenta ocultar su posición lo estaba haciendo horriblemente mal—, espero trabajar con ustedes y llevarnos bien.
No iba a mentir, se llenó se ternura al ver que estaba nervioso. Lo supo cuando lo vio regresar su lugar y alzar el mentón dos veces. A veces lo hacía, descubrió ese tic en su primera cita. El perfecto Akashi Seijūrō alzaba el mentón una vez, pero al estar nervioso dudaba si lo alzó lo suficiente, entonces lo hacía por segunda ocasión. Es algo de secundaria por lo visto.
Cuando regresó la mirada al pequeño Sei se topó con una figura extraña parado frente a él. Tenía forma humana y se veía borrosa. Una figura hecha de agua brillante, como si llenaras un guante transparente de líquido y lo ponías frente al sol que lo hacía reflejar varios colores, esa era una mejor explicación. Esa figura no tenía rasgos, a las manos no se le distinguían los dedos y no tenía cabello; era como un muñeco vudú de vidrío. Miraba atentamente al pelirrojo quién ignorante mantenía su leve sonrisa, de fondo aún escuchaba al entrenador dando indicaciones.
Nunca había visto un ser similar, la curiosidad lo llevó a encaminarse a la entidad y tratar de tocarla. ¿Se desharía en un charco en el suelo o lo traspasaría como un cuerpo de agua más? La mano ansiosa de Furihata no lo sabía, pero aún así se alzó en un intento de alcanzar la cristalina figura. Dicho intento se volvió vano tras escuchar, entre murmullos y el rechinar de las zapatillas en el suelo, una voz llena de resentimiento hacerse presente en su rostro.
—Te odio.
Sus achocolatados ojos vieron los reflejos del agua volverse rojos, no a tal punto de parecer sangre o confundir el cabello de Akashi en el reflejo, sino como si el rubí de su mano izquierda chocara con la luz de un sol inexistente en el gimnasio y alumbrara la extraña masa. No era así, era su mano derecha la que titubeaba con tocar la, ahora, persona llena de odio.
El ambiente se sentía muy pesado, el ruido muy ajeno. Estático seguía con la mirada fija en la rojiza persona que no dejaba de ver al pequeño Akashi sonreír y Furihata sintió miedo. Miedo de que le hiciera algo a esa sonrisa, le hiciera daño a Sei y él. ¿O acaso no lo veía? De hecho, ¿los demás lo veían o eran ignorantes a una masa humanoide y a un chico de preparatoria vestido de blanco? Sei no lo notó cuando se puso a su lado, ni era visto ahora que se encontraba en medio de los alumnos y el entrenador. Era muy raro.
Empezaba a calmarse y pensar que no le harían daño cuando la persona de cristal giró lentamente lo que era su cabeza. Sintió el frío establecerse en su espalda y la piel de gallina subir por sus brazos antes de que el lugar volviera a cambiar.
Me gusta ver el AoSaku como una relación de desconstrucción. Aomine ha sido muy egoísta en el anime y siento que con Sakurai se replantearía el manejo de las relaciones humanas y pensaría más en el otro.
Siempre tuve la espina de que Takao no le caía bien Akashi y me encanta la idea de que en algún momento se dio cuenta de lo manipulado y bajo el ambiente de estrés que vivía Akashi lo comprendió y por ello en el Extra Game ya no lo odia tanto. xd
Y, pues, el AkaFuri es mi ship favorito después del KiKasa, tengo muchos Daddy Issues pensados para ellos. :p
