CAPITULO 6: NEGAN
En el corazón de una ciudad sumida en la sombra de un cataclismo inminente, el hogar de Lucille y Negan se erigía como un faro de resistencia y amor. La enfermedad que había comenzado como un susurro de miedo en las calles ahora retumbaba a través de la ciudad como un estruendo imparable, transformando cada aspecto de la vida tal como la conocían.
Dentro de las paredes de su refugio, la luz de las velas bailaba sobre las superficies, creando un espectáculo de sombras que se movían con una gracia etérea, contrastando con la inmovilidad forzada que la crisis había impuesto. Lucille, cuya batalla contra el cáncer ya la había puesto a prueba de maneras inimaginables, encontraba un consuelo peculiar en estas sombras danzantes, un recordatorio de que incluso en la oscuridad más profunda, hay belleza y movimiento.
Negan, cuya presencia siempre había sido imponente, se movía con un propósito renovado por la habitación. Cada acción, desde revisar las cerraduras hasta asegurarse de que cada ventana estuviera firmemente sellada, era una declaración de su compromiso inquebrantable con la seguridad de Lucille. Su amor por ella era una fortaleza contra la incertidumbre que acechaba fuera, un sentimiento que lo convertía en un guerrero en su propio hogar.
—¿Crees que deberíamos intentar contactar a la Dra. Vania Wagner? —la voz de Lucille cortó el silencio, frágil pero llena de la fuerza que la caracterizaba. La Dra. Vania, había sido parte de su guía a través del laberinto del tratamiento del cáncer, ahora representaba un hilo de conexión con un mundo que parecía desmoronarse a su alrededor.
Negan se detuvo en su tarea, su figura dominante recortada contra la luz tenue. La pregunta de Lucille era válida, una reflexión sobre la necesidad de mantener esa conexión con la realidad externa, a pesar del caos que los rodeaba.
—Podemos intentarlo —respondió con su tono característico, una mezcla de pragmatismo y suavidad que reservaba solo para Lucille—. Pero las comunicaciones han sido un desastre. No sé si lograremos contactarla.
Lucille asintió, acurrucada en el sofá, la manta que la envolvía era tanto un confort físico como emocional. —La última vez que hablé con ella, mencionó algo sobre la enfermedad... sobre cómo estaba cambiando todo. —Su voz se perdía en la vastedad de la sala, llevando consigo el peso de las palabras no dichas, de las preguntas sin respuesta.
Negan se acercó, su presencia era como un ancla en la tormenta. Se sentó junto a ella, sus manos encontrando las de Lucille, un gesto de unión que iba más allá de las palabras.
—Lucille, hemos enfrentado tanto juntos... —sus palabras eran una promesa, un voto de resistencia—. Esta enfermedad, este caos, no nos va a derrotar. Estamos juntos en esto, pase lo que pase.
El sonido de las sirenas en la lejanía era un recordatorio cruel de la realidad que enfrentaban, pero en ese momento, en la intimidad de su sala de estar iluminada por velas, Lucille y Negan compartían un oasis de calma y determinación. A pesar del miedo y la incertidumbre, encontraban fuerza el uno en el otro, un recordatorio de que el amor es a menudo la respuesta, la única respuesta, en tiempos de crisis.
—Cariño, antes de que esto comenzara, ya estábamos luchando... ahora parece que estamos en guerra con algo que ni siquiera entendemos —dijo Lucille, su espíritu indomable brillando a través de su debilidad física.
Negan se inclinó hacia ella, sus ojos encontrando los suyos en la luz parpadeante. —Lucille, mi amor, tu lucha es mi lucha. No importa lo que enfrentemos, lo haremos juntos. Y saldremos adelante, como siempre lo hemos hecho.
En ese espacio seguro, rodeados por las sombras de una realidad incierta, Lucille y Negan se aferraban a la única certeza que tenían: el uno al otro. Fuera, el mundo podía estar desmoronándose, pero dentro de las paredes de su hogar, su amor era un bastión de esperanza y resistencia, un faro en la oscuridad que se negaba a ser apagado.
El amanecer se abría paso tímidamente a través de las cortinas, sus rayos dorados luchando contra la sombra de un mundo al borde del abismo. El cambio de luz marcaba el comienzo de un nuevo día, pero también era un recordatorio de que el tiempo se estaba agotando. Negan, con una expresión que revelaba la tormenta interna que lo agitaba, revisaba meticulosamente el botiquín de medicamentos de Lucille. Su mirada se detenía en cada frasco y caja, su mente calculando cuánto tiempo podrían sobrevivir con lo poco que quedaba.
Lucille, desde el sofá, observaba cada movimiento de Negan. A pesar de su estado debilitado por el cáncer, su percepción seguía siendo aguda. Podía sentir la tensión emanando de él, un presagio de malas noticias que estaba a punto de recibir.
—¿Qué pasa, cielo? —preguntó, su voz era suave pero firme, cortando el pesado silencio que se había asentado en la habitación.
Negan se giró hacia ella, sus ojos encontrando los de Lucille en una conexión que trascendía palabras. Era un hombre forjado en la resolución y el amor, un faro para Lucille en las pruebas más difíciles que habían enfrentado juntos.
—Se nos está acabando tu medicina, Lucille —confesó, su voz era un eco de la preocupación que lo consumía. —Y con lo que está pasando afuera, conseguir más... no será fácil.
Lucille asintió lentamente, procesando la gravedad de su situación. Sabía que las reservas de medicamentos eran limitadas, pero la confirmación de Negan la enfrentaba a una realidad que había estado intentando ignorar.
—Negan, es peligroso ahí afuera. Con la enfermedad, los disturbios... —la preocupación por él era evidente en su voz, quebrada por la emoción.
Negan se sentó a su lado, su rostro endurecido por la determinación. —Te prometí protegerte, cariño. Y eso significa hacer todo lo necesario para asegurarme de que tengas lo que necesitas. No voy a dejar que nada te pase.
Mientras Negan preparaba su mochila con lo esencial para la misión que se había impuesto, Lucille observaba con una mezcla de admiración y miedo. Antes de partir, Negan se acercó a Lucille, su rostro suavizándose en una muestra de amor y ternura. La besó en la frente, un gesto de despedida lleno de promesas tácitas.
—Volveré antes de que te des cuenta —dijo, intentando inyectar un tono de ligereza a la situación.
Lucille le sonrió, amor y ansiedad reflejados en sus ojos. —Ten cuidado, cielo. Te necesito aquí, conmigo.
Negan asintió, una última mirada llena de amor y determinación antes de abrir la puerta y adentrarse en el incierto mundo exterior.
—Cariño, espera —su llamado detuvo el avance de Negan hacia lo desconocido. Su mirada, impregnada de una mezcla de firmeza y vulnerabilidad, se encontró con la de él. —Antes de ir a cualquier otro lugar, busca a la Dra. Wagner. El hospital... si todavía está en pie, ella podría ayudarnos.
La mención de la Dra. Vania Wagner, una figura emblemática de compasión y dedicación en sus vidas, encendió una chispa de posibilidad en el corazón de Negan. La doctora representaba un faro de humanidad en un mundo sumido en la oscuridad, su compromiso con sus pacientes, una brújula moral en tiempos de desesperación.
—Tienes razón, cariño. Si crees que ella puede ayudarnos y sabe qué hacer, iré con ella —concilió Negan, su determinación redirigiéndose hacia un nuevo objetivo. Su decisión de ir primero al hospital era un testimonio del valor que encontraba en las palabras de Lucille, un curso de acción forjado en la confianza y la esperanza.
—Prométeme que tendrás cuidado —la voz de Lucille, cargada de una preocupación evidente, tejió un velo de temor por la seguridad de Negan. Su mano encontró la de él en un gesto de conexión profunda, un lazo que se extendía más allá de las palabras, uniendo sus destinos.
—Siempre lo hago —respondió Negan, una sonrisa forzada adornando su rostro en un intento por disipar la gravedad del momento. Su pulgar acarició la mano de Lucille con suavidad, un gesto de confort y promesa, un recordatorio silencioso de su inquebrantable voluntad de regresar.
Al cruzar el umbral de su hogar, dejando atrás la seguridad y el calor que Lucille representaba, Negan sintió cómo el peso del mundo se asentaba sobre sus hombros. La ciudad que una vez fue un lugar familiar ahora se presentaba como un escenario de desolación y peligro. La quietud de las calles, interrumpida ocasionalmente por el distante eco de sirenas o el caótico vuelo de los cuervos, era un recordatorio constante de la rápida descomposición de la sociedad.
Negan, a pesar de su exterior duro y su actitud desafiante, se enfrentaba internamente con un mar de incertidumbre. La preocupación por Lucille, su amor y su razón de ser, se mezclaba con la ansiedad por lo que encontraría en el hospital. ¿Estaría la Dra. Wagner allí? ¿Podría proporcionar la ayuda que tanto necesitaban? Estas preguntas giraban en su mente, impulsándolo hacia adelante.
Sin embargo, en medio de la incertidumbre, había una chispa de algo más en Negan: una resolución inquebrantable.
