CAPITULO 7: SAVANNAH
Tras el estridente sonido de la alarma, la conexión se cortó, dejando a Liam envuelto en un silencio que resonaba con la ausencia de la voz de Vania. La preocupación por su hermana, atrapada en el epicentro de la infección, se mezclaba con el temor por la seguridad de su esposa e hija, creando una tormenta interna que amenazaba con desbordarse. La oscuridad de la noche, apenas rota por las luces intermitentes de la base militar, parecía cobrar una dimensión más densa, reflejo de la incertidumbre que lo asfixiaba.
En el helipuerto, bajo el manto de una noche que parecía cobijar bajo su ala a un mundo al borde del abismo, el viento helado azotaba el rostro de Liam con una ferocidad que cortaba hasta el hueso. Llevaba consigo el olor a desinfectante y metal, un aroma impregnado en el aire, que se había convertido en el siniestro perfume de la crisis. A su alrededor, la base militar bullía con una actividad frenética, un hormiguero de humanidad en la lucha contra el caos. Los sonidos de la base, el murmullo de voces y el eco de pasos apresurados, eran como fantasmas en la bruma de sus pensamientos, evocando la persistencia de un mundo que, a pesar de todo, seguía adelante.
El comandante Rogers, una figura imponente cuya presencia demandaba atención, se acercó a Liam con pasos decididos. Su mirada, endurecida por las incontables batallas contra el tiempo y la desesperanza, encontró la de Liam, transmitiendo una urgencia que no necesitaba palabras.
— Wagner — comenzó el comandante, su voz era el sonido rudo del mando mezclado con una pizca de comprensión. — Necesitamos que alistes todo para el traslado de tropas a Savannah. La situación allí es crítica, y cada segundo cuenta.
La instrucción cayó sobre Liam como un peso, cada palabra un recordatorio de la gravedad de su misión. Mientras asentía, su mente corría, procesando las implicaciones de su tarea. El aire gélido que lo rodeaba parecía cargar sus pulmones con el frío de la responsabilidad, el olor a desinfectante y metal ahora era un recordatorio constante del entorno esterilizado al que se aferraban en un intento desesperado por mantener a raya al enemigo invisible.
— Sí, señor. Haré el inventario de los suministros médicos y verificaré el estado de los helicópteros. No dejaremos nada al azar — respondió Liam, su voz firme, aunque en su interior, la incertidumbre tejía una red de dudas y temores.
El comandante Rogers asintió, la severidad de su mirada suavizándose por un momento en una muestra de confianza hacia Liam. — Confío en ti, Wagner. Sabes mejor que nadie lo que está en juego. No solo es una cuestión de logística, es una lucha por la humanidad misma.
La interacción entre ambos hombres, marcada por la gravedad de su conversación, resonaba en el helipuerto. A su alrededor, el viento continuaba su danza salvaje, los sonidos de la base se entrelazaban en una sinfonía de desafío ante la adversidad. Liam, ahora imbuido de un propósito renovado, se movía con determinación, cada paso un eco de la promesa hecha a su comandante y a sí mismo.
Con la mirada perdida en el horizonte oscurecido por la desesperación, luchaba contra la parálisis que el miedo a lo desconocido imponía. La imagen de Hailey, con su sonrisa inocente y su curiosidad infinita, era un faro en la tormenta de sus emociones. La posibilidad de perderla, de que el mundo que ella apenas comenzaba a explorar se desmoronara, era un peso insoportable.
La decisión de volar hacia Savannah, tomada en el helipuerto bajo el intenso escrutinio del comandante Rogers y el viento helado que parecía cortar hasta el alma, se presentaba ahora a Liam como una obligación ineludible. Sin embargo, con cada kilómetro que el helicóptero lo alejaba de su familia, sentía cómo una cadena invisible tiraba de su corazón hacia la oscuridad, un recordatorio constante de lo que dejaba atrás. La preocupación por Vania, Hailey, y Hanna tejía una red de ansiedad y miedo que amenazaba con consumirlo desde dentro.
El ruido ensordecedor de las aspas del helicóptero y el frío metálico de la cabina eran un eco lejano comparado con el tumulto de sus pensamientos. La idea de desertar, de abandonar la misión y volver a asegurarse de que su familia estuviera a salvo, cruzaba su mente como un susurro tentador. Esta posibilidad, atractiva y aterradora a la vez, chocaba frontalmente con su sentido del deber y su compromiso con sus compañeros. Era una lucha interna entre el deseo de proteger a los suyos y la responsabilidad de enfrentar la amenaza que se cernía sobre Savannah y, por extensión, sobre el mundo entero.
A pesar de la tormenta emocional que lo azotaba, Liam sabía que su lugar, por ahora, estaba en esa misión. Recordó las palabras del comandante Rogers, su firmeza y confianza, y cómo, en el helipuerto, había aceptado la tarea con una determinación que ahora parecía flaquear. Pero no era solo la confianza de su comandante lo que lo mantenía en curso; era el recuerdo de Vania, su fuerza y dedicación, lo que le recordaba la importancia de su propia labor.
La lucha contra los infectados en Savannah era crítica, no solo para la seguridad de la ciudad sino como un bastión contra la expansión de la infección. Cada acción, cada decisión que tomaban, era un golpe contra la marea oscura que amenazaba con engullir lo que quedaba de la humanidad. En ese momento, volando hacia el corazón de la crisis, Liam comprendía que su lucha era parte de algo mucho mayor, un esfuerzo colectivo por preservar el futuro, no solo para su familia sino para todos aquellos que aún se aferraban a la esperanza.
Mientras el helicóptero surcaba el cielo nocturno, dejando atrás la seguridad relativa del helipuerto, Liam se permitió un momento de reflexión. La imagen de Vania, trabajando incansablemente en el hospital, la de Hailey, cuya inocencia era un faro en la oscuridad, y la de su amada esposa Hanna, que su amor incondicional lo hacía sentir vivo, llenaban su mente. Era por ellas, y por todas las familias que luchaban por mantenerse unidas en este nuevo y aterrador mundo, que debía seguir adelante. Con un suspiro, relegó la tentación de desertar a un rincón oscuro de su mente, enfocando toda su atención en la misión que tenía por delante.
Al aterrizar en Savannah, el escenario que se desplegó ante Liam y su escuadrón era uno de desolación absoluta. El olor a muerte y decadencia saturaba el aire, un recordatorio palpable de la tragedia que se había desatado sobre la ciudad. Mientras avanzaban con precaución, los gritos angustiados de los supervivientes y los aullidos de los infectados se entrelazaban en un coro de desesperación.
El dilema moral de enfrentarse a los infectados se hacía cada vez más agudo. En este mundo nuevo y brutal, la distinción entre amigo y enemigo, entre vivos y muertos, se había difuminado hasta desaparecer. A medida que se adentraban en el caos, el sargento Dawson, líder del escuadrón y figura de autoridad y experiencia, se detuvo abruptamente, señalando hacia adelante donde un grupo de civiles estaba siendo acorralado por un pequeño número de infectados.
— ¡Alto! — ordenó Dawson, su voz firme cortando el aire tenso. El equipo se detuvo en seco, mirando en dirección a los civiles en peligro. Entre los infectados, había claros signos de agresividad, pero no había certeza sobre su estado real.
— ¿Qué hacemos, sargento? No podemos... no sabemos si... — empezó Liam, la incertidumbre marcando cada palabra. La pregunta quedó suspendida en el aire, un eco de la duda que todos compartían.
Dawson miró a su equipo, la gravedad de la situación reflejada en su rostro. — Nuestra misión es proteger a los vivos — dijo finalmente, su decisión teñida de la pesadez de la responsabilidad. — No estamos aquí para juzgar quién está vivo o muerto, pero sí para contener la amenaza. Usaremos fuerza no letal siempre que sea posible.
Dawson miró a su equipo, la gravedad de la situación reflejada en su rostro, reiterando la importancia de proteger a los vivos por sobre todas las cosas. Sin embargo, el plan de utilizar fuerza no letal pronto demostraría su insuficiencia ante la implacable realidad de la crisis que enfrentaban.
Dawson había impartido sus órdenes con la claridad de un hombre que sabía demasiado bien el peso de cada decisión en este nuevo mundo desgarrado. "Usaremos fuerza no letal siempre que sea posible," había dicho, pero las palabras se disiparon en el aire, casi tan rápidamente como la frágil esperanza que intentaban sostener.
El plan de contención comenzó según lo planeado, con el equipo avanzando con cautela, intentando crear un corredor seguro para los civiles aterrorizados. Sin embargo, el caos inherente a la situación pronto se desató, desmoronando cualquier ilusión de control. Los infectados, impulsados por un hambre incomprensible, rompieron las barreras imaginarias que los separaban de su presa.
La situación se precipitó al límite cuando uno de los infectados agresivamente, con una velocidad que desafiaba su estado de frenesís, se lanzó hacia una mujer con su bebé. La escena, que se desenvolvió ante los ojos de Liam, era un lienzo grotesco de terror. El ataque del infectado a la mujer, un acto que trastocaba los límites de la realidad y la pesadilla, se grabó en la retina de Liam como un recordatorio brutal de la nueva ley del mundo.
En ese momento crítico, bajo un cielo que parecía llorar por la humanidad perdida, Dawson se enfrentó a la decisión más dura de su carrera. Con su voz resonando en el crepúsculo del caos, su orden de "¡Fuego!" fue un eco de desesperación y determinación. Este comando, cargado de un pesar profundo, era una admisión de la pérdida de control, un reconocimiento de que la batalla que enfrentaban había cambiado irrevocablemente.
Los disparos que siguieron llenaron el aire con un estruendo ensordecedor, cada detonación una nota discordante en la sinfonía del crepúsculo. El olor acre de la pólvora se mezclaba con el hedor penetrante de la muerte, creando una atmósfera opresiva que se adhería a la piel y penetraba en los pulmones de cada soldado y civil presente.
A pesar de la lluvia de balas, los infectados no cedían. Se movían con una determinación ciega, su avance implacable una macabra demostración de su naturaleza transformada. La visión de estos seres, que alguna vez fueron humanos, avanzando a pesar de las heridas mortales, era una tortura para los sentidos y la psique de los que aún retenían su humanidad.
Liam, al presenciar el ataque a la mujer y su pequeño e inocente bebe , sintió cómo su corazón se congelaba, atrapado en un vórtice de emociones que iban desde la incredulidad hasta un profundo horror. La impotencia de no poder llegar a tiempo, la agonía de la decisión que debía tomar, se reflejaba en cada fibra de su ser. En ese momento, el mundo se redujo al espacio entre él, el sonido de los disparos, el gatillo de su arma y el infectado que amenazaba con extinguir otra vida inocente.
La decisión de disparar, de terminar con la amenaza de la manera más definitiva posible, fue un punto de quiebre no solo en la batalla, sino en la psique de Liam. El sonido del disparo, la materia gris que aquel infectado dejo tras un tiro certero en la cabeza, amortiguado y distante, marcó el fin de una era de inocencia, el momento en que la realidad de su nueva existencia se solidificó en una verdad ineludible: en este mundo, la supervivencia exigía sacrificios que ninguno de ellos había imaginado jamás tener que enfrentar.
Los gruñidos de los infectados, un coro de agonía y hambre insaciable, se entrelazaban con los gritos de terror y las súplicas de los civiles. El aire vibraba con el sonido de la desesperación, mientras el sabor metálico del miedo llenaba la boca de cada sobreviviente. Las sombras se alargaban, distorsionadas por las luces intermitentes, creando figuras grotescas que danzaban alrededor de los combatientes, como si la misma noche tomara forma para unirse a la batalla.
Dawson, parado firme a pesar del caos que lo rodeaba, sentía el peso de cada vida perdida, tanto infectada como no infectada, presionando sobre sus hombros. Su decisión de ordenar fuego, aunque tomada con la intención de proteger, lo sumergía en un mar de dudas y recriminaciones. La lucha interna que enfrentaba, el conflicto entre su deber como líder y su moralidad como ser humano, se reflejaba en la rigidez de su postura y la intensidad de su mirada.
Los ojos de Liam, reflejando un tumulto de emociones, se encontraron con los de Dawson. — Un disparo certero en la cabeza — dijo con voz temblorosa, dando a entender que era la única manera de acabar con aquellos "infectados" que ya no parecían tener pizca alguna de humanidad, y mucho menos, vida. Sus palabras flotando en el aire, llevando consigo la carga de su conflicto interno.
Dawson, enfrentando el vacío que se extendía más allá de la batalla física, hacia el terreno tumultuoso de la moralidad y la ética en un mundo transformado, escuchó las palabras de Liam. Su rostro, habitualmente una máscara de autoridad y decisión, revelaba ahora la tormenta interna provocada por la realidad de su comando y las consecuencias de sus acciones.
Tras un momento que pareció extenderse, donde cada segundo era una eternidad cargada de significado, Dawson finalmente respondió. Su voz, aunque firme, llevaba el peso de la responsabilidad y el dolor de las decisiones que había tenido que tomar. — Entendido, Liam — dijo, sus palabras cargadas de una resignación sombría. — Pero esto no cambia nuestro deber. Protegeremos a los vivos a toda costa, incluso si eso significa tomar las decisiones más difíciles.
El sargento se giró hacia el resto del equipo, su figura recortada contra la luz de los faros que iluminaban la oscuridad de la noche. — Escuchen todos— comenzó, asegurándose de captar la atención de cada soldado y civil presente. — La única manera de detener a estos... infectados, es un disparo en la cabeza. Es una medida extrema, pero necesaria. Nuestra supervivencia depende de nuestra capacidad para tomar estas decisiones difíciles.
La decisión estaba tomada, y con ella, una línea había sido cruzada. No había vuelta atrás. La lucha por la supervivencia en este nuevo mundo exigía sacrificios que ninguno de ellos había previsto, y ahora, en la oscuridad que los envolvía, cada uno enfrentaba el desafío de adaptarse a esta dura realidad.
Dawson y Liam, unidos por la gravedad de su misión y la carga de sus decisiones, lideraban el camino. A pesar de las dudas y el miedo, había una comprensión tácita entre ellos: la lucha por la supervivencia en este nuevo mundo era una lucha por preservar lo que quedaba de su humanidad. Y en ese momento crítico, bajo un cielo que lloraba por la humanidad perdida, se comprometieron a hacer todo lo necesario para proteger a aquellos que aún podían llamarse vivos, aun cuando eso significara enfrentarse a las sombras más oscuras de su propia alma.
