Recomendación de hoy
Tan fuerte, tan cerca (Película):
Después de encontrar una llave que pertenecía a su difunto padre, un joven con problemas de comunicación se embarca en una misión para descubrir la historia que hay detrás de él. Basada en el libro del mismo nombre escrito por Jonathan Safran Foer. Disponible en varias plataformas de Streaming.
Capítulo 27 ~ Un día en la vida de Esme y Carlisle ~ Outtake
.
Esme POV
.
Mi alarma interna me despierta a las seis de la mañana. Me doy la vuelta y veo que Carlisle ya se levantó y está en el baño. Busco mi bata, me la pongo y bajo para empezar a preparar el desayuno.
El café empieza a gotear en el mismo momento en que oigo a Carlisle abrir la ducha.
Saco huevos y tocino de la nevera y empiezo a cocinar.
A mitad de mi rutina matutina, oigo a Carlisle canturrear. Un momento después, entra con una enorme sonrisa.
—Buenos días, esposa. —Se inclina y me besa la mejilla.
—Buenos días, esposo. —Me río entre dientes y veo cómo se sirve el café. Dos de azúcar, una cucharadita de leche, lo remueve tres veces a la izquierda, tres a la derecha, lo huele y sorbe.
—Mmm, haces el café perfecto —dice con una sonrisa agradable.
—Llevo tiempo preparándolo. —Coloco el tocino en un plato y los huevos en otro, y los llevo a la mesa.
Con mi café en la mano, me siento frente a él mientras sirve primero mi plato y luego el suyo.
—Gracias —le digo cuando me lo entrega.
—De nada.
Leo el periódico mientras comemos y él juguetea con su teléfono.
—¿Pasa algo interesante en el mundo? —pregunta. Sé que no leerá el periódico; odia mancharse los dedos con la tinta negra. Optará por la computadora o el teléfono para informarse.
—Nada que no puedas encontrar en Internet, querido.
Asiente. —Es bueno saberlo.
Se come cada bocado y espera a que yo termine para levantarse. No me molesto en intentar limpiar porque a Carlisle le gusta hacerlo.
—¿Qué tal si te duchas, mientras yo termino aquí y luego podemos ir al Café a ver todas las novedades que se han hecho? —dice entusiasmado.
—De acuerdo, me parece una gran idea.
—Tengo que hacer fotos para Sebastian. Me lo pidió y no quiero decepcionar a mi socio —habla en serio, pero cualquiera pensaría que está bromeando al referirse a Sebastian como su socio.
—¡Genial!, buscaré la cámara y la meteré en el bolso. —Sonrío y subo las escaleras. Exactamente una hora después, estamos en el auto conduciendo hacia el restaurante.
—Sebastian me envió esta mañana algunos datos interesantes —dice.
—¿Alguno que quieras compartir?
Sonríe alegremente. —¿De verdad quieres saberlo?
—Por supuesto, Carlisle, si no, no te lo habría preguntado. — Me río entre dientes.
—En Japón, el amarillo es el color del coraje. Es interesante. No es demasiado complejo ni nada por el estilo. Creo que los clientes menos intelectuales lo apreciarán —dice.
—Carlisle, es imposible que sepas qué clientes van a ser inteligentes y cuáles no —le digo y le pongo una mano en el brazo—. Es de mala educación siquiera insinuárselo.
—Lo sé, pero quiero decir que no es difícil saber el intelecto de una persona con sólo mirarla. —Por supuesto que habla en serio.
—Muy bien, enséñame algo Carlisle. Dime, ¿cómo puedes saberlo? —Cedo, sabiendo que su teoría probablemente tenga sentido.
—En muchos casos, es la ropa. La gente cree que vistiendo de Gucci o Versace se es brillante. —Sacude la cabeza—. Lo único que significa es que tienen un buen gusto para la moda.
Me río entre dientes. —Tiene sentido —digo.
—Gran parte es el lenguaje corporal. Si te miran a los ojos cuando te dan su respuesta, están entre un noventa y cinco y un cien por cien seguros de que lo que dicen es cierto o factual. —Me mira para ver si sigo prestando atención. Por supuesto que sí.
»Los oradores repetitivos son los que yo llamo idiotas disfrazados.
Levanto una ceja. —¿Por qué?
—Son los que quieren hacerte creer que son listos. Cuando les haces una pregunta, repiten lo que dices, o tergiversan la pregunta para que les resulte más fácil responder. Por supuesto, rara vez responden la pregunta original.
Asiento. —De acuerdo, creo que los chicos los llaman posers (17), cariño. —Se encoge de hombros.
—Sea como sea, me parecen irritantes —dice.
—¿Y qué más?
—Cómo responden a las preguntas sencillas, por ejemplo, su nombre, edad y cumpleaños. Si llenan el silencio con 'uhh' y 'hmms' está claro que están en la niebla.
—¿Y vas a ser capaz de detectar a estas personas con sólo mirarlas? —pregunto.
—De eso se encargará la anfitriona —responde.
—Carlisle, sabes que esto es una forma de discriminación, ¿verdad?
Niega con la cabeza. —Esme, ¿te gustaría salir a comer a un sitio que te va a hacer sentir estúpida?
—Claro que no —le digo.
—No voy a hacer que una camarera se acerque a una mesa de videojugadores de dieciséis años, que no saben formar frases correctas, y obligarla a contarles datos sobre el Tratado de Versalles. Les dirá que más de dieciocho millones de personas en Estados Unidos tienen un monopatín. O les dirá que la primera encarnación de Playstation se hizo en 1991, básicamente un concepto. Pero en 1993 se empezó a trabajar en la Playstation. Se lanzó en Japón el 3 de diciembre de 1994. Se lanzó en Norteamérica el 9 de septiembre de 1995 y en Europa el 29 de septiembre de 1995. Eso les interesará.
Cuando termina su mini discurso, tomo la palabra. —Se trata más bien de adaptarse a la diversidad. ¿Banqueros, abogados y médicos separados de, jugadores, deportistas y animadoras?
—Más o menos —dice.
—Es una cuestión de intereses. Estás hablando de dar a cada cliente un dato sobre algo que le pueda interesar. Eso es hacer perfiles, querido.
Me mira y reflexiona sobre lo que digo. —Sí, hacer perfiles, eso es genial, Esme. —Se inclina y me besa la mejilla.
~BoaB~
Cuando llegamos al café, veo un grupo de hombres a un lado. Están hablando y riendo. Cuando nos acercamos, veo que uno de ellos suelta una bocanada de humo. Sólo espero que Carlisle no vea...
—¿Qué cree que está haciendo? —suelta. Supongo que lo vio.
—¿Perdone? —pregunta el trabajador desprevenido.
—¿Está fumando? —Carlisle está claramente enfadado, y sé que no hará falta mucho para llevarlo al límite.
—Eh... sí. —Mira a sus compañeros y se encoge de hombros.
—¿En mi propiedad? —Carlisle se acerca al grupo.
—Pensamos que estábamos fuera... ¿No está bien? —El obrero de la construcción parece ligeramente nervioso y confundido.
—¿Ah, sí? Bueno, cuando contraté a esta empresa de construcción, tenía una serie de normas estrictas que había que cumplir. Una de ellas era que no se podía fumar dentro, fuera o cerca de las instalaciones. Entonces, o bien su jefe no le informó de esto, en cuyo caso tendré unas palabras con él que probablemente acabarán en la rescisión de nuestro contrato; o bien, usted no tiene ningún respeto por las normas ni por el empleo de sus amigos. ¿Cuál se aplica en su caso?
Para cuando Carlisle termina, tiene la cara roja como la remolacha, las venas prácticamente le salen del cuello y respira como si acabara de correr una maratón.
—¿Querido? —Camino y me pongo a su lado. No lo toco; simplemente me aseguro de que pueda verme y oírme.
—¿Qué? —dice apretando los dientes.
—El electricista está aquí, ¿qué tal si vas a hablar con él mientras yo me encargo de este problema?
Me mira; su ira se desintegra y es reemplazada por calidez. —De acuerdo, querida.
Vuelve a mirar a los hombres, les lanza una mirada de advertencia y se apresura a entrar en la cafetería para hablar con el electricista.
Una vez dentro, hablo con los hombres. —Por favor, no fumen más. Siente un gran odio por la nicotina. La próxima vez, no intervendré —les digo con severidad.
—Sí, señora —dicen al unísono.
~BoaB~
Carlisle está de mal humor el resto del día. Intento bromear con él, lanzarle datos e incluso ofrecerme a hacerle panini de pollo a la parmesana para almorzar, pero nada funciona.
Tan discretamente como puedo, saco el móvil y le envío un mensaje a Bella.
Carlisle está teniendo un mal día. ¿Alguna sugerencia? ~ Esme
No tarda mucho en responder.
¿Qué tal si cenamos? Pueden venir cuando quieran. A Seb le encantaría verlos en cuanto baje del autobús ~ Bella
Miro a Carlisle que está sentado en el sofá con su portátil. —¿Querido? —digo, y él levanta la vista.
—¿Te gustaría ir a cenar a casa de Bella? Quizá si salimos dentro de unos minutos podamos llegar antes de que Sebastian se baje del autobús y darle una sorpresa.
—¿Sorprenderlo? —pregunta—. ¿Crees que le gustará?
—Creo que en cuanto te vea, no le importará que no le hayan avisado. —Sonrío cuando su cara de tensión se funde en una feliz aceptación.
—Me encantaría —dice y empieza a apagar el portátil. Le hago saber a Bella que no tardaremos en llegar.
~BoaB~
Cuando llegamos a la entrada, vemos a Bella decorando el exterior. Se gira cuando cerramos las puertas del auto.
—¡Hola! —dice con una sonrisa. Deja una bola de luces en el suelo y se acerca a nosotros.
—Buenas tardes, Bella —la saluda Carlisle con expresión tensa.
—Seb llegará en cualquier momento. ¿Les apetece un café? —pregunta.
Miro hacia Carlisle y puedo ver que su mirada está fija en las luces a medio hacer que cuelgan a lo largo de la casa.
—Me encantaría, Bella, gracias. ¿Carlisle?
Se encoge de hombros. —¿Podemos tomarlo aquí fuera? No podría relajarme sabiendo que estas luces están aquí colgando.
Bella asiente. —Bueno, me encantaría algo de asistencia si puedes ayudarme, Carlisle —dice ella, y a él se le iluminan los ojos.
—¿En serio? —Parece sorprendido.
—Por favor, odio colgar estas luces, me ayudarías mucho.
—Estupendo, me encantaría. —Empieza a inspeccionar el trabajo de Bella, y yo me siento en los escalones.
—Ya traigo el café, ¿puedes estar pendiente del autobús de Seb? —me pregunta.
—Por supuesto, querida.
En cuanto Bella entra, veo llegar el autobús.
Baja los escalones de un salto y se queda inmóvil cuando me ve saludarlo con la mano. —Hola, Seb —le digo con una leve sonrisa.
—Hola. —Se muestra aprensivo—. ¿Está mi mamá?— Sus ojos se dirigen a Carlisle, que está subiendo una escalera.
—Nos está trayendo café, ¿quieres sentarte? —Palmeo el escalón vacío a mi lado.
Se encoge de hombros. —De acuerdo.
—¿Qué tal el día? —le pregunto.
—Bien, supongo. —Mira hacia abajo, y no me pierdo el pequeño suspiro que escapa de su boca.
—Un mal día, ¿eh?
—¿Qué? —oigo decir a Carlisle mientras desciende de la escalera.
—Parece que Seb ha tenido uno duro, querido. —Le pongo suavemente la mano en el hombro para mostrarle consuelo y apoyo. No quiero agobiarlo.
—Hmm. —Carlisle se arrodilla frente a Seb y le mira a los ojos—. ¿Quién te molestó? —pregunta.
—¿Cómo sabes que alguien me molestó? —pregunta Seb. Carlisle se ríe entre dientes.
—Conozco esa mirada.
—Es esa chica, Jane, de mi clase. Me molesta cuando nadie la ve. Se lo digo a la profesora, pero nunca para. —Apoya las manos en las mejillas.
—¿La molestas tú en venganza? —pregunta Carlisle.
—No, me metería en problemas. Y se supone que no debes pegarles a las chicas, Carlisle —responde Seb.
—Buena observación, Sebastian. —Carlisle se rasca la barbilla. Veo que está sumido en sus pensamientos.
—¿Qué harías tú? —le pregunta Seb.
—Bueno, si hubiera tenido una madre tan buena como la tuya mientras crecía, probablemente se lo diría. Apuesto a que ella lo puede arreglar.
Con eso, Bella sale llevando una bandeja con cuatro tazas y algunos brownies. —Hola, amigo, me pareció oír tu autobús. Te traje chocolate caliente y galletas para todos. —Ella le sonríe, y me calienta el corazón ver que Sebastian se calma inmediatamente ante su madre.
—Gracias, mamá. —Coge su taza y dos galletas. Luego se aleja y se sienta bajo un árbol.
—Ha tenido un mal día, ¿eh? —pregunta Bella.
—Él debe decírtelo, Bella, pero nos ha informado a Esme y a mí de que una niñita diabólica llamada Jane lo estuvo molestando —dice Carlisle, y Bella suelta una risita.
—¿Niña diabólica? —Continúa riendo entre dientes.
—Mira, yo he estado donde está Seb, Bella, sé lo irritado que se siente por dentro.
—Rayos —dice ella—. Entonces me encargaré de la escuela, y tú puedes ir a relacionarte con Seb.
Carlisle la mira con los ojos muy abiertos. —¿Qué?
—Soy su madre, no puedo hacer mucho. No puedo saber cómo se siente Seb, pero tú sí. —Ella sonríe—. ¿Por favor?
—Adelante, amor. Desenredaré las luces mientras te sientas con él. —Le hago un gesto para que vaya.
Se rasca la cabeza. —¿Y si lo empeoro? —pregunta.
—Ni hablar —dice Bella sin dudar—. Te ama.
Carlisle jadea. —¿Me ama?
Bella asiente.
»De acuerdo, lo haré. —Con la taza de café en la mano, se acerca a Seb y se sienta a su lado. Seb le ofrece inmediatamente una galleta a Carlisle, que acepta.
Me acerco a las luces y empiezo a desenredarlas. En un principio no tenía intención de escuchar a escondidas, pero por la forma en que sopla la brisa, soy capaz de oírlos.
»Cuando tenía tu edad, Seb, había un chico, Matthew Herbert. Le gustaba atarme los cordones de los zapatos. Yo me sentaba en clase de biblioteca, y él se metía debajo de la mesa y me los ataba. Cuando la clase terminaba, me levantaba, empezaba a caminar y luego, ¡pumba!. Me caía de bruces.
—Ay no, eso es terrible, ¿qué hiciste? —pregunta Seb.
—Lloraba y corría al baño.
—¿No podías decírselo a tu madre y a tu padre?
—Mis padres no eran como los tuyos, Seb, a veces eran peores que los bravucones —dice Carlisle.
Siento que se me saltan las lágrimas al mencionar a sus horribles padres.
»De todos modos, más tarde descubrí que Matthew tenía un trastorno obsesivo compulsivo. Le encantaba atar cosas y cerrar puertas. A menudo pienso que, si lo hubiera sabido entonces lo que sé ahora, quizá Matthew y yo podríamos haber sido grandes amigos.
—¿Lo piensas? —pregunta Seb en tono de asombro.
—Porque no era culpa suya que tuviera rarezas. Los adultos que lo rodeaban deberían haberlo ayudado. Pero creo que él y yo habríamos tenido mucho en común.
—Como Jane —casi susurra Sebs.
—Sí, tiene rarezas, ¿has pensado que quizá es impulsiva, como si no pudiera evitarlo? —pregunta Carlisle.
Supongo que Seb niega con la cabeza, ya que no oigo su respuesta. Las siguientes palabras de Carlisle lo confirman.
»Tal vez si lo piensas de esa manera, hasta que ella pueda controlarlo, puedas tolerarla un poco.
—De acuerdo, Carlisle, lo intentaré —dice Seb.
Poco después de su charla, se levantan y terminan de colgar todas las luces y adornos.
Me uno a Bella en la cocina y la ayudo a terminar de preparar la cena. Edward se acerca cuando estamos poniendo la cena en la mesa. —¡Hola, cariño! —le digo.
Me besa la mejilla y me abraza. —¡Hola, mamá!, me alegro mucho de verte.
—¡Hola, amor! —dice Bella mientras entra en el comedor con una ensalada en la mano.
La tomo justo antes de que Edward la sujete en un cariñoso abrazo y le dé un respetuoso beso, seguramente por mi presencia.
—Veo que la casa está toda decorada —dice mientras me mira con complicidad.
—Ya conoces a tu padre. No podía dejarlo así. —Me río entre dientes.
—Sí, ¿dónde está?
—Estoy aquí mismo —responde Carlisle mientras le da unas palmaditas en la espalda a Edward.
—¡Hola, papá!
—¡Hola, Edward! —Seb corre hacia él y Edward lo agarra y le da un abrazo.
Bromean y es estupendo oír cómo la casa se llena de risas.
Cuando todos se calman, nos lavamos y nos sentamos a la mesa.
Bella ha cocinado un rollo de carne hawaiano, maíz con piña y puré de papas. Sonrío cuando saca un pequeño tazón de pasta para Carlisle, recordando su odio por la textura de la papa.
Para cuando terminamos de cenar, todo rastro de la angustia que envolvía a Carlisle ha desaparecido. Se está riendo con Seb y Edward mientras hablan de datos tontos que pueden utilizar en el café.
—¿Qué te parece el hecho de que el corazón de una gamba está en su cabeza? —dice Edward.
—Oh, esa es buena, y para los teleadictos, ¿qué tal el hecho de que en cada episodio de Seinfeld, hay un Superman en alguna parte? —responde Carlisle.
—¿En serio? —le pregunto.
—Sí. —Sonríe.
—El año pasado, cuando hice un anuncio para Maybelline, descubrí que la mayoría de las barras de labios contienen escamas de pescado —Edward se ríe. Hago una mueca.
—Eso es inquietante —dice Bella con una risita.
—Anoche vi Jeopardy y descubrí que la silla eléctrica la inventó un dentista —Bella añade con orgullo.
—Muy bien —la felicita Carlisle.
Y así media hora más. Finalmente, con un bostezo, Carlisle nos dice a todos que tenemos que irnos.
Acordamos vernos el domingo e ir juntos al café. Esto, por supuesto, hace que Carlisle y Seb salten de emoción.
~BoaB~
Esa noche, mientras Carlisle y yo nos acostamos en la cama, me vuelvo hacia él y le sonrío.
—Me alegro mucho de tener a Sebastian y a Bella en nuestra vida —susurra.
—Son maravillosos, ¿verdad?
Él asiente. —Son milagros —dice suavemente mientras se le cierran los ojos—. Buenas noches, amor. —Es lo último que dice antes de que el sueño se apodere de él.
Me inclino hacia él y le beso con ternura los labios perfectamente hinchados. —Buenas noches, mi todo, te amo —le digo y me duermo plácidamente.
~BoaB~
(17) En la jerga de internet y las redes sociales, así como en el de las tribus urbanas, un poser es un individuo que finge ser lo que no es, o sea, que asume una pose o una apariencia con la cual hacerse pasar por un miembro de una tribu urbana o una contracultura, sin profesar ninguno de sus valores ni de sus filosofías ni conductas sociales. A esta actividad se le conoce también como postureo.
