–Niña ¿Qué estás haciendo aquí?
Hellen abrió los ojos, parpadeando al sentir la luz del sol en su cara.
Tras un instante de confusión, recordó dónde estaba. La noche anterior no había tenido fuerzas para buscar un refugio, y a pesar de las protestas de Win, se había acurrucado en el soportal de un pequeño bar que permanecía cerrado muy cerca de la playa. Había dormido más de lo que pretendía, y aquel muggle la había encontrado.
–Ahora mismo me marcho –murmuró, recordando a tiempo que no debía utilizar la magia en público. Sabía que Win estaba cerca, pero prefería evitar una confrontación innecesaria con el muggle.
–Espera, no te estoy echando –protestó el hombre, levantando las manos. La miró de arriba abajo, fijándose en su ropa descolocada y su pelo desordenado–. Pareces muy joven para estar sola ¿cómo te llamas?
–Ya le he dicho que me marcho –insistió ella. No confiaba en él, y prefería alejarse lo antes posible. El hombre se apartó de su camino, y ella se adentró en la playa, sin rumbo fijo.
A pesar de sus planes de libertad, Hellen no sabía qué hacer. Tenía dinero muggle, pero nadie la había preparado para vivir en el mundo exterior.
Tenía hambre, y estaba sucia y sudorosa. Sintiéndose miserable, se sentó en la arena, mirando al mar. La visión seguía siendo paradisíaca, pero eso no calmaba su desazón.
–El muggle está observando a la señorita –susurró Win, invisible a su lado. Hellen miró por encima del hombro. El hombre había abierto las puertas del local, y estaba colocando unas mesas y sillas en la parte exterior. Miraba hacia ella con frecuencia, pensativo.
Hellen le ignoró. Debía pensar cómo proceder.
–Creo que debo dejar de utilizar la magia –susurró, abrazándose las rodillas–. Pueden rastrear mi rastro mágico y encontrarme. Si pretendo ser una muggle, podré esconderme de los aurores –Win no dijo nada, pero la joven sabía que la elfina sentía tanta incredulidad como ella por su plan–. No sé cómo viven los muggles, pero tengo que aprender. No puedo dejar... no puedo volver allí.
Las imágenes de la noche de Halloween volvían a su cabeza, haciendo que se estremeciera.
–Win protegerá a la señorita. No dejará que la encuentren.
–Puede que eso no sea suficiente, ellos son muchos, y tú sólo una –Hellen enterró la cara entre sus brazos, abatida.
–Señorita... Win piensa que el muggle quiere ofrecerle comida.
Hellen volvió a mirar hacia el edificio, y comprobó que, efectivamente, el hombre había dejado un plato con comida en la mesa más cercana a la playa, y había vuelto al interior del local.
Gruñó al notar la punzada en su estómago. Tenía mucha hambre.
–¿Podrás vigilarle?
–Win no se apartará de la señorita. Si el muggle intenta hacerla daño, Win lo impedirá.
Luchando contra su recelo, Hellen se acercó lentamente a la mesa. No había rastro del muggle, y sobre el plato esperaban varios trozos de fruta, pan y algo que parecía zumo. Tras obtener el visto bueno de Win, Hellen se abalanzó sobre el plato, devorando su contenido. Con disimulo, le pasó parte de la comida a su compañera.
Unos minutos más tarde, el muggle volvió con otro plato en la mano. El olor a huevos revueltos flotó en el aire.
–¿Te importa que me siente contigo? –con la vista puesta en el plato, Hellen negó con la cabeza.
Él dejó la comida al alcance de su mano, pero se sentó lejos de ella, para darle suficiente espacio. Seguía mirándola con preocupación.
–¿Te has escapado de casa? –ella se encogió de hombros, sin dejar de comer–. No eres la primera joven que lo hace. Pero no es habitual que vengáis a un sitio tan apartado. Me llamo Kapono ¿Cómo te llamas? –ella le miró con recelo, antes de responder.
El hombre era de mediana edad, y era de ascendencia hawaiana. Los tatuajes tradicionales adornaban su piel oscura, y por debajo de su pelo negro podía adivinar la presencia de diversos pendientes en sus orejas. La miraba con amabilidad y compasión en sus ojos oscuros.
–Hellen. Me llamo Hellen –respondió ella. Kapono la saludó con la cabeza.
–Encantado de conocerte, Hellen. Espero que tengas mucha suerte en tu aventura –el hombre se puso en pie, pero antes de volver al interior del local, se giró una última vez–. Si no encuentras un lugar donde dormir, puedes utilizar el ático. Encontrarás la llave escondida debajo del felpudo. La puerta puede cerrarse desde dentro.
Hellen le vio marchar, desconcertada ¿Por qué la estaba ayudando? No la conocía de nada. Pero Win no había intervenido, y eso era una buena señal ¿Podría fiarse de aquel hombre?
OOO
Amycus se recuperó y salió de la enfermería, y tal y como había prometido, Vaitiare le sedujo, controlando todos y cada uno de sus movimientos.
Alecto se enfadó mucho por ello, pero no había nada que pudiese hacer. El hechizo de la veela era muy fuerte, y en poco tiempo, ella misma estaba siendo controlada por su hermano.
Ese gesto hizo que los profesores comenzasen a confiar en ella, haciéndola partícipe de sus reuniones y planes para resistir a la Dama.
Ahora que ella estaba inconsciente, su hechizo de control mental había desaparecido, dándoles libertad para actuar como quisieran. Sin embargo, Snape seguía sin relajar la guardia, y sus esfuerzos no fueron en vano, porque la veela siguió manteniendo su extraño interés por él, llevándolo hasta límites insospechados.
Vaitiare le seguía a todas partes, incluso cuando salía de Hogwarts, y el mortífago estaba convencido de que, de alguna manera, espiaba sus clases.
Para la frustración de la veela, Snape estaba resistiendo completamente su hechizo de seducción. Una vez que comprendió que los poderes de Vaitiare eran una mezcla de Legeremancia e Imperius, el mago pudo adaptar sus dotes de oclumente para protegerse mejor, y según pasaban los días, le resultaba más fácil mantenerse inmune ante ella. Y por alguna razón, esto sólo hacía que Vaitiare pareciese más interesada, cosa que le desconcertaba y preocupaba a partes iguales.
Compartió su preocupación con Dumbledore, pero el director trató de aliviar la tensión burlándose de él.
–Eres muy terco, Severus. Esa pobre chica no sabe qué hacer para llamar la atención –el profesor bufó con desprecio, pero esperó a que la gárgola del despacho del director se hiciese a un lado para continuar con la conversación.
–Dumbledore, esto no es normal –sólo el increíble respeto que sentía hacia el director impedía que perdiese la paciencia–. Puedo sentir cómo centra su hechizo exclusivamente sobre mí. Yo no he hecho nada para...
–¿Para merecer sus atenciones? No te tengas en tan poca estima –la mirada asesina de Snape le dejó claro que no iba a tolerar más bromas a su costa–. Pero creo que tienes razón, es muy extraño. La señorita Vaitiare no pone tanto empeño en controlar a Amycus como lo hace en intentar atraerte a ti. Me pregunto qué información deseará obtener.
–Quiere saber a dónde voy cuando salgo de Hogwarts. Creo que sospecha que actúo bajo las órdenes de usted.
–¿Crees que es una espía de Vóldemort?
–No estoy seguro de ello. No lleva la Marca, y los otros mortífagos tampoco habían oído hablar de ella. El Señor Tenebroso tampoco la ha nombrado, sus planes más recientes se centran en la Dama.
–Y hablando de ella ¿hay alguna señal de mejoría?
–Su mente no está dañada, pero parece que se ha encogido sobre sí misma a modo de protección. Estoy intentando llegar hasta ella, pero se está escondiendo de mí también.
–Imagino que no tiene motivos para confiar en ti. Al fin y al cabo, no te conoce de nada, y eres un rival para ella –comentó Dumbledore–. Ten cuidado con lo que puedas mostrarle al entrar en su mente. Ya sabes que tienes el Pensadero a tu disposición –Snape asintió.
–Quería informarle de algo más –indicó, cambiando de tema–. He descubierto nuevas runas en los pasillos de las mazmorras. Han aparecido recientemente, y son muy parecidas a las que localizaron en la torre de astronomía.
–Sí, es un fenómeno muy extraño –asintió Dumbledore, pensativo–. Nunca había visto nada igual, ni ninguno de los anteriores directores. Sinistra piensa que quizá se trate de algún antiguo hechizo que reacciona ante la posición de los planetas.
–¿Y usted qué piensa?
–No lo sé, Severus –Dumbledore vaciló–. ¿Podría tratarse de la Dama?
–¿Cree que está haciendo magia mientras está inconsciente? –preguntó Snape, con tono de voz escéptico–. Ya ha visto cómo sus otros hechizos se han desvanecido.
–Sólo digo que es mucha casualidad que este curioso fenómeno ocurra justo cuando ella ha sido herida. Quizá sea algún hechizo de protección que desconocemos –el director se paseó por el despacho, pensativo–. Severus, no dejo de pensar en lo extraño que ha sido su regreso, dieciséis años después de su misteriosa desaparición. Ni siquiera Vóldemort se lo esperaba –Dumbledore le miró por encima de las gafas, de forma interrogante–. Tú la estuviste buscando una vez, cuando nadie más creía que siguiera con vida.
–Ya le he dicho que no encontré ningún rastro y abandoné la búsqueda. Fue una pérdida de tiempo –replicó Snape, con brusquedad. Dumbledore suspiró.
–A veces desearía que no fueses tan buen oclumente.
–Yo desearía ser mejor –murmuró él.
OOO
Draco aprovechó la hora de descanso entre las clases para ir a ver a su madre.
Narcissa apenas se movía de la enfermería, atendiendo a la Dama, y vigilando a todo aquel que se acercaba. En aquel momento, la señora Malfoy se ocupaba de flexionar con cuidado las piernas de la Dama.
Tras pasar tantos días inmóvil en la cama, corría el riesgo de desarrollar atrofia en los músculos, y Narcissa se esforzaba por evitarlo.
–¿Se sabe cuándo va a despertar? –preguntó Draco.
–Todavía no hay cambios en su estado –Narcissa cambió de pierna–. Pero me extraña que el Señor Tenebroso no haya actuado aún. Pensaba que estaba unido a ella y que buscaría venganza por su ataque.
–¿Crees que él ha enviado a Vaitiare?
–No lo creo. Las veelas no obedecen a nadie que no sean ellas mismas –la mujer miró a su hijo con seriedad–. Draco, procura no acercarte a ella. Podría ser peligrosa. Ya has visto cómo ha controlado a los Carrow.
–No te preocupes madre, de momento parece estar distraída con Snape –sonrió Draco.
–Entonces, espero que Severus sepa lo que está haciendo.
–Su cicatriz parece más clara –comentó, estudiando la cara de la mujer dormida. Efectivamente, la línea que cruzaba su cara parecía más fina y menos marcada.
–Yo la veo exactamente igual –Draco sabía que su madre estaba mintiendo, pero antes de poder insistir, algo más atrajo su atención.
–¿Eso es un tatuaje? –preguntó, señalando al tobillo izquierdo de la Dama. Unas finas líneas negras contrastaban en la pálida piel, dibujando una tobillera formada por pequeñas hojas y flores tropicales.
–Eso no es de nuestra incumbencia –le avisó Narcissa, tapando el tatuaje con la sábana con rapidez. En ese momento, la Dama suspiró, y comenzó a murmurar algo. Ambos la miraron sobresaltados–. Date prisa, Draco, avisa a Severus.
Draco obedeció y salió corriendo a toda prisa. Escondido bajo su capa invisible, Harry aprovechó para colarse entre el hueco de las cortinas.
OOO
Hellen Smith se estaba acostumbrando a vivir como una muggle. Había decidido aceptar la ayuda de Kapono y durante varias semanas había dormido en la pequeña habitación del ático.
Con la ayuda de Win inventó una historia para explicar su presencia en la isla. En realidad, no necesitó dar muchas explicaciones, pues una vez que dijo que había escapado de la casa de su padre, el hombre no quiso insistir más, y le ofreció prolongar su estancia todo lo que necesitase.
También le ofreció un trabajo, como camarera del bar, y Hellen, intuyendo que era necesario para su coartada, aceptó su oferta.
Las primeras semanas fueron duras, pues tuvo que aprender a vivir sin usar la magia, pero su torpeza quedaba justificada por su juventud e inexperiencia, y Kapono fue muy paciente con ella.
Win le proporcionó los documentos de identificación necesarios para fingir que era ciudadana estadounidense, y también camufló su cicatriz lo mejor que pudo. Era imposible hacerla desaparecer del todo, pues se requería magia muy poderosa, y no querían llamar la atención, pero Hellen explicó que era una herida producida en un accidente años atrás, y no recibió más preguntas.
Las semanas se convirtieron en meses, y ella y Kapono se hicieron amigos. Por fin, Hellen comprendió por qué el hombre había insistido tanto en ayudarla.
Kapono había perdido a una hija adolescente años atrás, y guiado por su recuerdo había decidido ofrecer ayuda a cualquier joven que lo necesitase.
Hellen no era la única joven a la que el muggle había ayudado. Alice y Jane, las otras camareras que trabajaban en el bar tenían historias similares a la de Hellen, y ellas también habían recibido ayuda de aquel hombre con corazón de oro.
Kapono y las otras camareras fueron sus primeros amigos, y poco a poco, se convirtieron en su familia. Había veces en las que Hellen olvidaba sus años de juventud en Inglaterra, y conseguía ser feliz.
Completamente decidida a integrarse en su nuevo hogar, hizo todo lo posible por actuar como una muggle.
Aprendió a cocinar, y a bailar las danzas tradicionales. Trabajaba sin descanso en el bar, aunque no necesitase el dinero, sirviendo comida, cócteles y combinados. Se compró varios bikinis y se tumbó en la playa a tomar el sol. Se dejó guiar por sus nuevas amigas, salió de fiesta como hacían ellas, vistió como ellas, e hizo las mismas bromas y tonterías que las demás.
También comenzó a interesarse por los chicos que acudían a la isla. Su primera conquista fue un turista australiano que había llegado para disfrutar de las olas, y fue lo suficientemente amable como para enseñarle a nadar y darle su primera clase de surf. Su pelo rubio, su curioso acento y su amplia sonrisa la atrajeron lo suficiente como para obligarla a romper su timidez.
Con él compartió su primer beso, explorando un nuevo mundo de sensaciones, y dejándose llevar por la curiosidad y el deseo, se entregó a él.
Cuando las vacaciones llegaron a su fin, Hellen supo que no le volvería a ver, pero guardaría en su memoria los momentos vividos con él y el recuerdo de lo divertido y excitante que podía ser hacer el amor.
OOO
Snape entró en su despacho, y ante su sorpresa, se encontró cara a cara con Vaitiare.
La veela le esperaba sentada sobre su escritorio, con las piernas cruzadas, en una pose muy sensual. Tal y como era su costumbre, iba vestida con un vestido claro y vaporoso que se pegaba a su piel y brillaba tenuemente. El aura de su hechizo la rodeaba, agitando levemente su cabello.
–¿Qué haces aquí? –gruñó él. Se le había secado la boca al verla, puesto que no se había preparado para ese encuentro y el hechizo le había golpeado de lleno.
–Quería verte a solas –susurró ella. Una luz de alarma se encendió dentro de la cabeza de Snape, al comprobar que la Oclumancia no funcionaba tan bien como otras veces. Algo había cambiado en el hechizo de la veela.
Ella sonreía y agitaba las pestañas de forma sugerente, pero Snape procuró mantener la cabeza fría y pensar con cuidado en sus próximas palabras.
–¿Qué es lo que quieres?
–Creo que es obvio –sonrió ella–. Últimamente, resulta muy complicado encontrarte. Siempre estas ocupado, o lejos de aquí ¿Por qué pasas tanto tiempo fuera de Hogwarts?
–Debes marcharte –él se sentía muy estúpido, al no poder controlar la Oclumancia como tantas otras veces ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Cómo había conseguido superar sus defensas? Vaitiare hizo un mohín, fingiendo estar apenada.
–¿Por qué huyes de mí? –se bajó del escritorio y se acercó lentamente a él. Con su cercanía, el olor de su perfume se volvió mucho más fuerte–. Podríamos llevarnos bien. No tengo nada contra ti. Al contrario, me fascina tu historia –Snape retrocedía, tratando de mantener la distancia. El olor dulzón del perfume le taladraba las fosas nasales, y era imposible desprenderse de él. Alarmado, comprendió que esa era la nueva arma que Vaitiare había añadido a su arsenal. Y pese a sus esfuerzos por mantener la Oclumancia, su voluntad iba derrumbándose poco a poco–. Siento absoluta fascinación hacia ti. Eres el espía más habilidoso y el más valiente –su voz arrulladora era música que se derramaba en sus oídos–. Siento tanta curiosidad... ¿Por qué no me cuentas más? –una luz dorada parecía llenar todo el despacho. Él dejó de retroceder, hipnotizado por su voz–. Puedes confiar en mí. Todo el mundo lo hace. Dumbledore lo hace –añadió, sabiendo lo mucho que le importaba la opinión del director. Él vaciló ¿por qué no? se preguntó ¿Por qué no bajaba las defensas? Podía decirle la verdad. Alguien tan maravilloso no podría estar mintiendo–. Cuéntamelo todo, soy toda oídos –Vaitiare se acercó más a él, apoyando una mano delicada sobre su pecho–. Nadie tiene que enterarse. Ni siquiera tu Dama.
–¿Qué? –una especie de corriente eléctrica había recorrido su mente, como un latigazo, arrasando de inmediato con el efecto del perfume. Snape volvía a tener la mente lúcida y libre, y por fin pudo mirar a Vaitiare a la cara, sin asomo de su anterior hipnotismo.
Ella parecía desconcertada, pero su confusión duró un segundo. Al instante, su sonrisa seductora volvió, y su cabello se agitó, esparciendo aquel olor dulzón que lo inundaba todo.
Antes de que Snape pudiese reaccionar, la puerta se abrió de golpe, y Draco asomó la cabeza.
–Profesor, tiene que ir a la enfermería. Es urgente. La Dama se está despertando.
Snape no le dio tiempo a decir nada más. Aliviado, furioso y avergonzado, apartó las manos de Vaitiare de un manotazo, empujó a Draco y salió corriendo por el pasillo, rumbo a la enfermería.
OOO
Cuando pasaron dos años, Hellen decidió usar su dinero para comprarse una casa. Por mucho que Kapono insistiese en que podía usar el ático todo lo que quisiese, ella deseaba ser independiente, y dejar aquella habitación para la siguiente joven en problemas que apareciese.
Su nueva casa era pequeña y sencilla, pero estaba situada a pocos metros de la playa, muy cerca de su lugar de trabajo. Era su pequeño refugio y paraíso, y por primera vez se sintió absolutamente libre.
Quizá debido a eso, decidió liberar a Win. La elfina había permanecido fielmente a su lado durante todo ese tiempo, siempre silenciosa e invisible, sin pedir nada a cambio, pero Hellen pensaba que era egoísta alargar esa situación.
–No te estoy echando. No te ordeno que desaparezcas. Esto es una muestra de agradecimiento, no un castigo –insistió, cogiendo a la elfina de las manos. Win lloraba, desconsolada. Para ella, recibir la prenda era un acto humillante–. Win, deseo que seas libre, como lo soy yo. Quiero que puedas decidir lo que quieres hacer, y cómo vivir tu vida. No necesitas estar atada a mí.
–Win quiere quedarse junto a la señorita. Win es feliz junto a la señorita –sollozó, mientras gruesas lágrimas caían por su cara.
–Puedes quedarte. Pero será tu decisión, no tu obligación –pero la elfina no dejaba de llorar. Hellen comenzó a arrepentirse de lo que había hecho–. Win, lo siento mucho, no quería hacerte daño. Sólo quiero que seas feliz.
–Win es feliz.
–¿Lo eres? ¿Lo eres de verdad? ¿Siempre escondiéndote? ¿Siempre invisible? ¿Sin poder moverte de aquí?
–Win nunca ha deseado otra cosa.
–¿Quieres que recupere la prenda? –la pregunta hizo que Win dejase de llorar y la mirase con los ojos muy abiertos–. Lo haré sin problemas. Pero antes... debes vivir como una elfina libre –añadió–. Viaja, conoce otros sitios, prueba a hacer cosas nuevas. Si después de hacer todo eso aún deseas volver a pertenecerme, te pondré a mi servicio de nuevo.
–¿La señorita habla en serio?
–Te lo prometo, Win.
La elfina la miraba con desconfianza, pero finalmente desapareció. Y por primera vez en toda su vida, Hellen se quedó completamente sola.
OOO
Harry no sabía por qué estaba allí, ni qué pretendía averiguar, pero ya no podía dar marcha atrás.
La Dama se agitaba en sueños, murmurando incoherencias y Narcissa le humedecía la frente.
Harry notó cómo su cicatriz comenzaba a cosquillear, pero este no era el dolor punzante que le atravesaba cada ver que Vóldemort se unía a él. Esta sensación era más suave, como el cosquilleo de una mano dormida.
Snape apartó las cortinas de forma brusca, y miró a ambas mujeres.
–Tu hijo está con la veela –le dijo a Narcissa. La mujer abrió los ojos asustada y salió corriendo de la enfermería. Snape cerró las cortinas, y sacó su varita, murmurando algo. Tenía su atención puesta sobre la Dama, ignorando la presencia de Harry.
La Dama seguía agitándose, y la cicatriz le volvió a doler. El chico tuvo un presentimiento ¿y si también estuviese unido a la Dama? Al fin y al cabo, ella también compartía un vínculo de sangre con Vóldemort. Cuanto más se agitaba la mujer, más fuerte era el cosquilleo de la cicatriz.
Sintiendo un impulso, Harry se acercó a la camilla, con cuidado de no ser visto, y apoyó una mano en el hombro de la Dama.
OOO
El mar. Podía ver el mar. Era de color azul eléctrico, y permanecía tranquilo, bajo la brillante luz del sol. Las olas acariciaban perezosas la arena blanca y suave que se hundía bajo sus pies.
Había una mujer delante de él, mirando el mar. Su pelo negro y ondulado le llegaba por debajo de los hombros, y su piel estaba dorada por el sol. Ella se giró, apartándose el pelo de sus brillantes ojos azules. Parecía sorprendida de verle.
–Has logrado entrar. No deberías estar aquí.
–¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?
–En mi paraíso. Mi refugio privado. Pero debemos irnos. Si él siente tu presencia, nos encontrará.
–¿De quién hablas?
"Hellen"
La voz flotó, llevada por el viento. La mujer se estremeció, cerrando los ojos. El mar cambió de color, volviéndose gris, y las olas comenzaron a agitarse, cada vez más violentas.
–¿Qué ocurre? –gritó Harry, tratando de hacerse oír por encima del repentino viento.
"Hellen"
–Vamos a despertar –le dijo ella–. Ten cuidado cuando regreses. Procura que no te vean.
OOO
Harry sintió como si sacase la cabeza de debajo del agua. Estuvo a punto de caer al suelo, con las piernas repentinamente temblorosas, pero se recompuso a tiempo. En silencio, retrocedió hacia un rincón, con el corazón en la boca y la respiración agitada.
Pero Snape no le había visto. Seguía con la vista clavada en la cara de la mujer, y le agitaba suavemente el hombro.
–Hellen, despierta –Harry recordó el nombre que había visto en el mapa del merodeador, Hellen Smith ¿Era ese el nombre de la Dama? ¿Y Snape lo sabía?–. Sigue mi voz. Despierta –ella por fin abrió los ojos, y miró a su alrededor, con aspecto confundido–. Estás en la enfermería –ella trató de decir algo, pero no le salía la voz. Levantó una mano, y él se la cogió–. Te pusieron una trampa en la habitación. Has estado una semana inconsciente.
–¿Va todo bien? –logró susurrar ella.
–Te lo contaré mañana.
–No, ahora.
–No, aún estás cansada ¿Quieres que llame a Win? –ella negó con la cabeza.
–No va a hacer nada que no puedas hacer tú –sonrió débilmente–. ¿Y Narcissa?
–Histérica. Cree que morirá por haber dejado que te ataquen.
–Eso no ocurrirá –susurró, con voz cansada. Entonces cerró los ojos, quedándose dormida, pero él no le soltó la mano.
Harry se movió en silencio, y salió de allí de puntillas, más confuso que antes. No vio cómo Snape apuntaba con su varita a la cicatriz de la Dama, haciendo que recuperase su color oscuro.
OOO
Draco, al contrario de lo que su madre creía, no se había quedado junto a Vaitiare, sino que había puesto tierra de por medio, regresando a la sala común de Slytherin.
Por el pasillo, se cruzó con varias runas de brillantes colores que adornaban los muros. Había más que esa mañana, y nadie sabía qué significaban.
Draco se paró delante de una, de color verde, que estaba expandiéndose como si alguien la estuviese dibujando.
Con mucha cautela, apoyó la punta de su varita sobre la marca brillante, apretando ligeramente. En respuesta, la runa lanzó un destello, y comenzó a fundirse con la pared. Un óvalo brillante se formó ante sus ojos, abriéndose cada vez más, como si fuese una ventana que llevaba a otra parte.
Draco no había visto nunca nada igual, y no se atrevió a tocarlo. Por alguna razón, su instinto le gritaba que debía alejarse de allí.
Retrocedió un par de pasos, y el óvalo se cerró, dejando en su lugar a la inofensiva runa verde.
Draco se alejó de allí a toda prisa. Por nada del mundo volvería a acercarse a una de esas malditas cosas.
