El mar estaba tranquilo, y las olas bañaban la arena. Los gritos y risas de los niños que jugaban en la orilla sonaban por encima del arrullo rítmico del agua. Unos metros más allá, Hellen se bañaba con el agua por la cintura, mientras jugaba con Eily.
Cogía a la niña en brazos y la lanzaba al aire, para dejarla caer con cuidado sobre el agua. Eily reía y pataleaba con sus pies, salpicando a su alrededor.
Severus las observaba desde debajo de una sombrilla, sonriendo ligeramente ante la risa lejana de la niña. Había sido buena idea regresar a Hawái durante las vacaciones.
Hellen salió del agua y dejó con cuidado a Eily sobre una toalla, antes de envolver a la niña en un albornoz. La piel de la mujer había adquirido un ligero tinte bronceado en los pocos días que llevaban allí, y su pelo caía libremente por encima de sus hombros, goteando.
Él no se cansaba de mirarla, pero de repente, una molestia repentina en el brazo le hizo arrugar la cara.
–Severus ¿qué te ocurre?
–Mi brazo vuelve a escocer –él se frotó el antebrazo por encima de la camisa.
–Eso te pasa por no usar el repelente de mosquitos –Hellen agitó un bote de crema y comenzó a aplicársela por las piernas–. Siempre te confías.
–No creo que sea eso –Severus se arremangó y miró con atención la tenue mancha azulada que cubría su piel. Parecía un moratón.
–¿Cuándo te has golpeado el brazo?
–Creo que me lo hiciste tú anoche –ella le lanzó una mirada sorprendida que rápidamente se transformó en una de picardía.
–No te oí quejarte –le secó el pelo a Eily, sonriendo, pero Severus seguía mirando su brazo, preocupado. Aquella mancha alargada...
–Me recuerda a la Marca –murmuró. Hellen le miró alarmada.
–No bromees con eso.
–No lo hago. Pero la sensación es similar.
Ambos se quedaron en silencio durante unos minutos, mientras Hellen le aplicaba crema a la niña.
–¿Has hablado de esto con Dumbledore?
–Aún no. Quería descartar... Esperaba que fuese otra cosa –ella le miró asustada.
–¿Y si...? ¿Crees que él...? –no se atrevía a formular la pregunta, pero él la entendió.
–No lo sé, pero existe la posibilidad –Severus la miró–. ¿Tú no notas nada?
–Nunca le he buscado –replicó ella, nerviosa–. Si estuviese vivo, podría encontrarme –Hellen abrazó a Eily, preocupada–. ¿Y si vuelve? –susurró–. ¿Qué vamos a hacer?
Severus no respondió. De repente tenía mucho frío, a pesar del calor abrasador del sol.
OOO
–¿Cuál es el motivo de su visita?
–Queremos reunirnos con el Ministro Fudge.
–¿Tienen cita?
–No nos hace falta –sonrió Dumbledore, pero la secretaria le observó con cara de pocos amigos.
–Informaré de su llegada.
Los magos esperaron, sin muchas esperanzas. Snape estaba tenso, como si esperase un ataque sorpresa, y McGonagall miraba con disimulo a su alrededor. La Dama parecía distraída, pero en realidad estaba explorando con su mente los otros departamentos. Podía sentir a Eily, pero aún no sabía dónde estaba.
–Lo siento profesor Dumbledore, pero el señor Fudge no puede atenderle. Le ruego que se marche.
–Por favor ¿podría decirle de mi parte que...?
–Señor director –le interrumpió Snape, señalando con la cabeza hacia el otro lado del pasillo. La Dama se había alejado de repente, sin decir nada.
–Tenga un buen día –Dumbledore y McGonagall siguieron al mortífago y a la Dama de vuelta al ascensor.
–¿Qué ocurre? –preguntó Dumbledore, cuando las puertas se cerraron. Ella alzó su brazo, mostrando una pequeña serpiente enroscada en torno a su muñeca.
–Tenemos que descender todo lo posible –tradujo, tras escuchar los siseos de la serpiente–. Las niñas se encuentran en los niveles inferiores.
Los segundos pasaron en tensión sin que ninguno hablara. Al salir del ascensor, se encontraron con algunos empleados, que les miraron con desconcierto, pero la Dama avanzaba con seguridad, sin detenerse. Podía sentir la presencia de Eily más cerca.
–¡Alto! No pueden estar aquí.
–Ah, Percy, me alegro de verte –Dumbledore se adelantó, tratando de distraerle, pero el joven no se dejó engañar.
–¿Qué cree que está haciendo, profesor? No está autorizado a entrar en este pasillo –Percy miró por encima de su hombro–. Ninguno de ustedes tiene autorización.
–Estoy convencido de que se trata de un malentendido.
–¿No es esa la Dama? ¿Por qué está aquí? ¿Qué pretende?
–Percy, estoy seguro de que podemos hablar con calma en un lugar menos expuesto –Dumbledore se acercó a él, hablando con voz calmada–. Permite que me explique con detalle.
–No hay nada que explicar. Esto es una clara violación del permiso de... ¡Eh! ¿Adónde va? –gritó, al ver que la Dama seguía avanzando por el pasillo–. ¡No puede entrar ahí!
Percy trató de cerrarle el paso, pero Snape se interpuso, esbozando una mueca peligrosa.
–Ni se te ocurra acercarte a ella –siseó. La Dama se había quedado mirando fijamente a una pared, vigilada de cerca por McGonagall.
–No lo entiendo ¿tuberías? Pero ¿qué hay al otro lado? –susurró. La serpiente había ascendido por su brazo y siseaba junto a su oído.
–¡Seguridad! ¡Seguridad! –gritaba Percy–. ¡Hay intrusos en la zona protegida!
Varios magos se acercaron a la carrera, con las varitas en la mano. Dumbledore hizo un gesto, y McGonagall y Snape bajaron las suyas a regañadientes. No podían empezar una pelea contra los trabajadores del Ministerio.
–Me temo, señora, que debemos detener esta excursión –dijo el director, mirando hacia atrás. Pero la Dama había desaparecido.
OOO
Los captores habían arrastrado de vuelta a Parvatil. Ella se resistía con todas sus fuerzas, pero al igual que le había pasado a Ginny, no tuvo éxito. Los captores la inmovilizaron frente a la veela, y esta observó a la joven como quien estudia una obra de arte.
–Mucho mejor. Joven, bella y con magia. Me complace, Fretzu. Preparadla.
Vaitiare se hizo a un lado, mientras las criaturas llenaban los cubos de agua. Parvatil trataba de huir sin conseguirlo. Le rasgaron la ropa, al igual que habían hecho con Ginny, y le tiraron el agua por encima.
Entonces, siguiendo un impulso, Ginny saltó sobre la espalda de Vaitiare, tratando de derribarla y arañarla. Pero la veela era mucho más fuerte de lo que parecía, y consiguió quitársela se encima sin problemas.
–Niña idiota –gruñó, dándole una bofetada–. Tú serás la siguiente. Alimentarás a Fretzu con tu sangre.
"¿De dónde saca esa fuerza? Ni siquiera se ha tambaleado."
"Hermione, no es el momento."
Fretzu la cogió de las muñecas, inmovilizándola con su agarre de acero, y Ginny observó horrorizada cómo Vaitiare se acercaba a Parvatil con un cuchillo en la mano.
–Colgadla –ordenó. Parvatil gritó y pataleó, y Ginny trató de soltarse para ayudarla. Pero sus esfuerzos no servían de nada. No podían escapar. Iban a morir allí, desangradas.
Pero entonces, otra persona atravesó la pared.
La Dama miró a su alrededor, evaluando la situación, mientras la luz de las antorchas potenciaba de forma extraña la marca de su cicatriz.
Fretzu era el más cercano a ella, y aún sujetando a Ginny, gruñó de forma amenazadora, enseñando los colmillos. La Dama agitó una mano, y un haz de oscuridad surcó el aire, pasando junto a la cara de Ginny y decapitando a la criatura. Sin perder el tiempo, la Dama chascó los dedos, y los captores de sujetaban a Parvatil comenzaron a arder en llamas, entre gritos de dolor.
Vaitiare chilló, agitando su larga cabellera, e invocó una bomba de luz que inundó la pequeña estancia, cegando a los presentes. Automáticamente, la Dama cubrió a las chicas con un escudo, y resistió el ataque hasta que la luz menguó. Para entonces, Vaitiare había desaparecido, dejando la puerta abierta.
La Dama liberó a Parvatil de sus ataduras, y arregló su ropa destrozada, asegurándose de que no estaba herida. Después, mirando a la temblorosa Ginny, se quitó la capa y la usó para tapar a la joven.
–Tenéis que salir de aquí –indicó, abrochando los botones de la solapa–. Salid al pasillo y llegar al ascensor. Pedid ayuda –apoyó la mano en la pared por la que había venido, haciéndola desaparecer. En su lugar se abrió un boquete que llevaba al Departamento de Misterios.
Y sin decir nada más, la Dama se encaminó hacia la puerta que llevaba a la cueva y salió por ella.
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–Dumbledore, esto es intolerable –Fudge estaba furioso, pero lo suficientemente asustado para escudarse detrás de los aurores–. Has infringido todas las normas de seguridad del Ministerio. Me encargaré personalmente de que seas expulsado de Hogwarts. Y tus aliados correrán la misma suerte –señaló a McGonagall y Snape, quienes permanecían muy tiesos y en guardia.
–Ellos no han tenido nada que ver en esto. Han venido engañados por mí –replicó Dumbledore, con calma.
–¡Albus!
–Minerva, te pido disculpas por haber abusado de tu confianza de esta manera. Debes regresar a Hogwarts. Tú también, Severus.
–¡Nadie se va a ir a ningún sitio! –gritó Fudge–. ¿Y dónde está la otra mujer?
–Seguimos buscándola, señor Ministro –respondió Percy, muy nervioso.
–Ella será enviada directamente a Azkabán.
–Esas medidas no son necesarias, Cornelius.
–Tú te unirás pronto a ella, Dumbledore –escupió Fudge.
–¡Señor Ministro! –una voz potente llamó la atención de los presentes. Kingsley Shacklebolt se acercaba por el pasillo, seguido por un grupo de aurores. Custodiadas por ellos, Ginny y Parvatil avanzaban pálidas, asustadas y manchadas de sangre. Ginny había traído con ella el peluche de la foca, sin saber por qué, y lo agarraba con fuerza.
La conmoción fue general cuando los demás magos las reconocieron.
–Las hemos encontrado en el pasillo inferior. Se ha abierto una puerta nueva que lleva a una sala desconocida. Dicen que las otras chicas se encuentran atrapadas allí.
–¿Cómo? –Fudge las miraba con los ojos como platos–. No es verdad. Mienten.
–¡No es mentira! –gritó Ginny, furiosa, agarrándose la capa contra el cuerpo–. ¡Van a matar a las demás!
–Querían beber nuestra sangre –sollozó Parvátil. McGonagall se acercó a ellas, para asegurarse de que estaban bien, y cruzó una mirada con Snape al reconocer la capa que cubría a Ginny. Él, sin embargo, tenía los ojos clavados en el peluche manchado de sangre.
–Debemos intervenir de inmediato –indicó Dumbledore–. No hay tiempo que perder.
–¡Tú no das las órdenes aquí, Dumbledore! ¡Nadie va a hacer nada! –chilló Fudge, furioso. El director le miró extrañado.
–Cornelius ¿te das cuenta de lo que estás diciendo?
–Esto es una insubordinación –el Ministro miraba a su alrededor, nervioso, mientras retrocedía–. ¡Detenedle! Detenedle ahora mismo –los aurores le miraron con incredulidad, pero McGonagall y Snape se pusieron en guardia.
–Ya habéis escuchado al señor Ministro ¿a qué estáis esperando? –insistió Percy.
–Percy ¿qué narices haces? –le gritó Ginny. Pero él la miró como si no la reconociera. Dumbledore observó a los dos hombres con atención.
–Es posible que estén hechizados.
–Yo también lo creo –asintió Shacklebolt–. ¿La maldición Imperius?
–No, es el hechizo de la veela –les corrigió Snape.
–¿Cómo se te ocurre acusarla? Ella es una trabajadora muy leal y valiosa –las palabras furiosas de Fudge confirmaron la teoría del profesor.
–¿Y dónde está ella ahora mismo? –preguntó McGonagall, roja de ira–. Albus, estamos perdiendo el tiempo.
–Adelantaos. Yo devolveré el sentido común a estos dos –Dumbledore no tuvo que repetirlo dos veces, puesto que Snape ya había salido a toda prisa hacia el ascensor, seguido por McGonagall.
Shacklebolt ordenó a un par de aurores que pusieran a Ginny y a Parvatil a salvo, y se llevó al resto de vuelta al pasillo inferior.
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Finalmente, decidieron volver a Escocia antes de tiempo.
Severus y Win reforzaron todos y cada uno de los hechizos protectores, y los tres pusieron aún más cuidado en no ser reconocidos. Pero tras hablar con Dumbledore y confirmar que Vóldemort estaba recuperando sus fuerzas, Severus comprendió que esconderse no era suficiente.
–Debes volver a utilizar tu magia. Tienes que recordar cómo luchar.
–Pero podrían rastrearme.
–Nadie te está buscando. El Ministerio no sabe que sigues con vida. Pero si el Señor Tenebroso regresa y te descubre, será demasiado tarde, irá a por ti. De poco servirá lo bien que te escondas y las veces que cambies de nombre, él siempre hallará la manera de encontrarte –pero ella agitaba la cabeza, negándose a ceder–. ¿Y Eily? ¿Qué pasará si la descubre? Ella también estará en peligro. No sabemos si la considerará una amenaza, un arma... o algo peor –insistió Severus.
Hellen le miró horrorizada, agarrándose las manos
–Por favor, Hellen, si viene a por vosotras... –Severus no fue capaz de continuar porque su voz se quedó atascada en su garganta. A su mente acudió el recuerdo de Lily y su asesinato, la noche de Halloween. No podía permitir que eso ocurriese de nuevo.
–Pero hace años que no uso la magia. No sé si podré... ¿Y si no soy capaz? –Hellen se miró las manos temblorosas, pero Severus las cogió entre las suyas.
–Entrenaremos. Yo te enseñaré.
–No quiero hacerte daño.
–No lo harás. Confía en mí, por favor –Hellen seguía asustada, pero terminó asintiendo. Sabía que él tenía razón.
Severus aisló el sótano, para protegerlo de hechizos y maldiciones, y fiel a su palabra, entrenó a Hellen, empezando por el principio.
Ella no había olvidado los entrenamientos del pasado, y tampoco había perdido su habilidad de hacer magia sin varita, pero debía recuperar su confianza y tomar la medida de sus fuerzas.
El poder de Hellen no había menguado con los años, al contrario, era aún más fuerte, pero la mujer había invertido tanto esfuerzo en ahogar la magia dentro de ella que ahora no sabía cómo hacerla salir. Severus la hizo entrenar, visitándola siempre que podía, incluso cuando se suponía que estaba espiando para Dumbledore. Peleaban toda la noche, sin descanso, practicando hechizos y maldiciones.
Hellen también ensayaba cómo convertirse de nuevo en la Dama, practicando cómo comportarse y hablar, y cómo reproducir la horrorosa cicatriz que había cruzado su rostro años atrás. Pero sobre todo, practicaba cómo levantar la barrera infranqueable de Oclumancia que mantendría a salvo todos sus secretos.
En ausencia de Severus, Hellen estudiaba, o practicaba con Win. La elfina también ponía todo de su parte para fortalecer a su señora.
Y entonces, Eily comenzó a dar señales de magia. La niña había visto a sus padres mientras entrenaban y le parecía divertido imitarles.
Para ellos aquel fue un momento agridulce. Como todos los padres de la comunidad mágica, les llenaba de orgullo que su hija fuese una bruja a tan tierna edad, pero también abría la posibilidad de tener accidentes mágicos que llamasen la atención sobre ella.
Para protegerla, Severus revisó a escondidas la lista de los niños autorizados para asistir a Hogwarts, y en secreto, borró el nombre de Eily. Como padre, podía elegir educar a su hija en casa, en lugar de enviarla al colegio, y aunque nada le hubiese hecho más ilusión que ver a su pequeña luciendo el uniforme de Slytherin, se le congelaba la sangre al pensar que, si el Señor Tenebroso ganaba la guerra, la pequeña Eily podría ser reclutada para el bando tenebroso.
Además, se dijo, siempre podía cambiar de opinión más adelante, si el dichoso Harry Potter hacía su trabajo y acababa de una vez por todas con el mago tenebroso.
Sin embargo, no podían quedarse de brazos cruzados, así que aprovechando que la niña podía hacer magia, decidieron entrenarla. Eily era tan precoz como su madre, y había heredado su habilidad de hacer magia sin varita, así que le enseñaron a hacer hechizos sencillos y a levantar escudos protectores. Lo trataron como un juego, para no asustarla, y le repitieron que no debía hacerlo delante de los muggles.
A Eily le gustaba hacer magia, y sus padres y Win la animaban a aprender, aplaudiendo sus progresos. Poco sabían que esos trucos le salvarían la vida.
OOO
La Dama irrumpió en la cueva, mirando furiosa a su alrededor. Las niñas más cercanas a la puerta retrocedieron asustadas al ver las llamas azules que iluminaban sus manos.
Vio a una figura vestida de blanco alejarse corriendo, y lanzó una llamarada sobre ella. La bola de fuego golpeó una columna, a poca distancia de la cabeza de Vaitiare.
Maldiciendo entre dientes, la Dama corrió para no perder de vista a Vaitiare. La furia hervía dentro de ella, y ardía de deseos de atraparla. Entonces, oyó un grito que le heló la sangre.
–¡Mamá!
Vaitiare había cogido a Eily, y la estaba utilizando como escudo. La veela sonrió con malicia y satisfacción al ver cómo la Dama se detenía repentinamente, con los ojos puestos sobre la niña.
–No se te ocurra acercarte o me alimentaré de ella aquí mismo –amenazó. La Dama siseó furiosa, con los puños en llamas, pero no se atrevió a moverse. Eily lloraba, sin poder soltarse–. Su poder me dará una fuerza inimaginable. Estoy deseando bañarme en su sangre –Vaitiare retrocedía poco a poco, y la Dama observaba con impotencia, sin decidirse a hacer nada.
De debajo de la ropa de la niña, una pequeña serpiente asomó la cabeza, y mordió a Vaitiare en la mano. La veela gritó de dolor, agitando la mano con violencia.
La Dama hizo un gesto con las manos, y la niña salió volando hacia sus brazos. La bruja abrazó a su hija con fuerza, besándola repetidamente en la cabeza.
–No pasa nada, estoy aquí –murmuró. Vaitiare seguía tratando de quitarse a la serpiente de encima–. Eily, tienes que hacer un escudo ¿Te acuerdas de cómo se hace? –se arrodilló frente a la niña, fingiendo tranquilidad, e hizo que esta cruzase los brazos–. Nada puede tocarme.
–Nada puede tocarme –repitió Eily. Una campana azul la envolvió de pies a cabeza.
–Bien hecho cariño –por precaución, la Dama envolvió a la niña en un segundo escudo.
Por el rabillo del ojo vio cómo Vaitiare conseguía deshacerse de la serpiente, lanzándola al suelo. Al instante, la veela lanzó una maldición sobre ellas, pero la Dama la detuvo.
Poniéndose en pie, se interpuso entre Vaitiare y Eily. Las dos mujeres se observaron con el odio pintado en la cara, y sin avisar, se lanzaron al ataque.
Las maldiciones se sucedieron con rapidez, volando entre las dos. La potencia de los hechizos era tal que el suelo se resquebrajó y el techo comenzó a temblar. Trozos de roca volaban sin control, aguijoneando a Vaitiare como un enjambre de avispas. Ella fundió los guijarros y los lanzó sobre su oponente, quien quedó engullida por un torbellino de fuego.
La Dama levantó los brazos por encima de la cabeza y los bajó con fuerza, haciendo que las llamas se concentrasen a sus pies, fundiendo el suelo. Gruñendo por el esfuerzo, transformó la roca fundida en una serpiente oscura y ardiente, quien se abalanzó sobre la veela, abrazando su cuerpo y hundiendo los colmillos en su cuello.
Vaitiare chilló de dolor y comenzó a brillar con fuerza, haciendo que la serpiente se redujera a cenizas, pero dejando la marca de una quemadura en su blanca piel.
Furiosa, echando chispas por los ojos, Vaitiare encogió las manos y arañó el aire. Unos discos de luz surcaron el aire en dirección a su rival, brillando cada vez con más potencia.
La Dama creó un escudo frente a ella, cruzando los brazos, pero la fuerza del impacto la arrastró hacia atrás, haciendo que golpease con su espalda el escudo de Eily.
La Dama aguantó todo lo que pudo, hasta que pudo desviar la fuerza del hechizo hacia un lado. Sabiendo que su posición era precaria, y que su hija corría peligro, decidió aparecerse justo detrás de Vaitiare para atacarla por la espalda.
Pero Vaitiare la estaba esperando, y desvió su maldición. Tratando de sorprenderla, la Dama usó la aparición para transportarse repetidamente de un lado a otro, buscando una apertura en las defensas de la veela, sin éxito. Vaitiare se rio de ella, sin dejar de desviar sus ataques con facilidad.
–Peleas como una niña –se burló–. Tanto poder y tan poco control sobre él. Pensaba que sabías luchar.
La Dama la rodeó con una campana de energía, pero Vaitiare la rompió sin esfuerzo. Desesperada, la bruja la asaeteó con dardos hechos de oscuridad, pero la veela se limitó a mover sus manos, haciéndolos explosionar en polvo brillante.
Y entonces, Vaitiare lanzó una maldición sobre su rival, dejándola momentáneamente ciega, y haciéndola trastabillar. Y antes de que la Dama pudiera reaccionar, Vaitiare se había aparecido frente a ella y le había sujetado por las muñecas.
La bruja intentó soltarse, pero la fuerza de la veela era terrible. La Dama trató de quemarla, pero parecía que sus llamas azules no podían herirla, sino que resbalaban sin hacer mayor daño sobre su piel lechosa. Era como si Vaitiare absorbiese la magia que salía de ella.
–Estúpida, todo lo que haces sólo sirve para fortalecerme –la veela clavó sus uñas en su carne, haciendo que unas finas líneas de sangre brotasen de la piel de la Dama–. Tu magia será mía.
La Dama notó cómo la invadía una súbita debilidad. La veela comenzó a brillar, mientras absorbía su poder a través del contacto con su sangre. Su largo pelo plateado flotaba a su espalda, y sus ojos verdes brillaban con fuerza.
La Dama cayó de rodillas, gritando de dolor. Trató de luchar, pero de nada servía. Vaitiare la estaba vaciando de su magia, y cada hechizo que lanzaba tan sólo servía para fortalecer a su rival. Aterrada, comprendió que no tenía escapatoria.
–Cuando acabe contigo, iré a por tu hija. Ella será el postre perfecto –Vaitiare sonreía, hermosa, brillante, perfecta. La Dama no tenía escapatoria, sería suya hasta la última gota de magia y sangre.
Pero la mujer no iba a rendirse sin luchar hasta el final. Con un grito de desafío, la Dama concentró toda su rabia y todo su poder en un solo hechizo, y lo lanzó fuera de su cuerpo, hacia la veela.
Vaitiare se tambaleó, sorprendida por la fuerza del ataque. Mechones de su pelo plateado flotaron en el aire, ligeros como plumas. La Dama jadeó y se derrumbó en el suelo, agotada y vacía. No se podía mover.
–¡Mi pelo! –la voz de Vaitiare había cambiado, volviéndose chillona y rasposa, parecida al chillido de una bestia. Su larga melena, fuente de su belleza, había sido cortada.
Sus manos comenzaron a encorvarse, asumiendo la forma de unas zarpas con largas uñas. Su piel perdió su brillo nacarado. Largas plumas comenzaron a salir de sus hombros. Su cabeza comenzó a alargarse, pareciéndose a la de un ave. Su cara, deformada por la presencia de un pico, expresaba ira y odio.
Otro chillido atronador llenó el aire, como un lamento por la belleza perdida. Pero los ojos de la veela se clavaron furiosos en la figura inerte de la Dama, y unas llamas surgieron de sus garras.
Iba a vengarse, la carbonizaría allí mismo, delante de su hija, y luego se alimentaría de la pequeña.
Una maldición golpeó a Vaitiare en el costado, lanzándola hacia un lado. Antes de que pudiese recuperarse, una segunda maldición le dio de lleno en el pecho, atenazándola con un abrazo de hierro.
La veela arañó el arnés mágico con sus uñas afiladas, y clavó sus ojos enrojecidos en su nuevo atacante.
Frente a ella, Snape blandía su varita, furioso, con su cara arrugada en una mueca de rabia. Movió la varita como si fuera un látigo, y un tajo carmesí surgió del cuerpo de la veela. Ella comenzó a sangrar copiosamente, pero aún era muy fuerte, y de un potente salto se alejó de él, escondiéndose detrás de una columna para escapar se sus maldiciones.
McGonagall frenó su escape, atacándola por el otro lado e invocando una pared invisible contra el que Vaitiare se golpeó, cayendo al suelo. Pero la veela estaba lejos de querer rendirse, y saltó de un lado a otro, atacando a los magos con bolas de fuego. Su agilidad y fuerzas eran sorprendentes.
Ellos la acosaron a maldiciones, evitando las llamaradas. Se cubrían mutuamente, y aprovechaban sus diferentes posiciones para abrirse camino y producir más daño.
Entre los dos consiguieron acorralar a Vaitiare contra la pared, herida y agotada. Snape la inmovilizó contra la piedra, y McGonagall hechizó a la roca para que envolviese a la veela, atrapándola en un agarre inquebrantable.
–No dejes que escape –gruñó Snape, dándose la vuelta, sin detenerse a escuchar las protestas de su colega.
Corrió los escasos metros que le separaban de la Dama y se arrodilló junto a ella. La mujer no se había movido del sitio, y estaba pálida y fría, con los ojos cerrados. Eily, liberada de sus escudos protectores, estaba arrodillada a su lado, llorando mientras sacudía a su madre.
–Mamá, mamá, despierta mamá...
Snape cogió a la niña entre sus brazos y la estrechó con fuerza contra su pecho, comprobando que no estuviese herida. Una ola de alivio le inundó, aunque inmediatamente fue sustituida por la preocupación.
Sin soltar a su hija, Snape puso a la Dama boca arriba, y tocó su piel fría, buscando rastros de su pulso y su respiración. Apenas fue capaz de encontrarlos. El ataque vampírico de Vaitiare le había arrebatado todo rastro de magia, incluyendo la cicatriz falsa que había formado parte de su disfraz, y también le había arrancado toda su energía.
Pero no podía llorar por ella ahora. Dumbledore acababa de entrar en la cueva, seguido de un grupo de aurores y miembros de la Orden del Fénix. Aún estaban evaluando la situación, pero no tardarían en verles. Debía proteger a Eily y evitar que la descubriesen.
Tratando de ganar tiempo, Snape agitó su varita, liberando a Vaitiare de su prisión, y aprovechó el repentino caos para coger a Eily en brazos y ocultarla tras una columna.
–Eily, escúchame, tienes que coger esto –Snape hizo una floritura con su varita, haciendo que el Señor Foca apareciese ante ellos. El peluche estaba limpio de sangre, y parecía recién comprado. Eily lo abrazó con fuerza, sin dejar de mirar a su padre–. Te llevará a casa. Allí estarás a salvo. Quédate en tu habitación y espera a que vaya a por ti.
–Papá, no quiero ir. Quiero estar contigo.
–Iré a por ti, te lo prometo –le resultaba muy duro resistirse a aquella mirada suplicante, más aún sabiendo lo asustada y confundida que ella estaba. Pero Snape no podía venirse abajo ahora, así que forzándose a ignorar las gruesas lágrimas que surcaban la cara de la niña, agitó la varita, murmurando unas palabras. El peluche brilló y la niña desapareció.
Snape regresó junto al cuerpo de la Dama, pensando a toda prisa. Debía actuar rápido, antes de que alguien la viera. En silencio, hizo aparecer de nuevo la famosa cicatriz que la caracterizaba, y luchó por mantener sus emociones bajo control. Aquel no era el momento de derrumbarse. Ya pensaría en ello más tarde.
Al otro lado de la cueva, Dumbledore había inmovilizado a Vaitiare, rodeándola con unas cuerdas doradas. McGonagall apagaba las pequeñas llamas de su túnica, sin separarse de ellos. Los aurores se habían dividido en varios grupos, algunos vigilando a la veela y otros haciéndose cargo de las niñas atrapadas.
Fudge también había hecho acto de presencia. Parecía un poco confuso, tras haber sido liberado del hechizo de seducción de la veela, pero se mostraba envalentonado al ver que la situación parecía controlada.
–Ten cuidado, Dumbledore, podría volver a escapar.
–No es necesario que me lo digas, Cornelius –Dumbledore se fijó en la figura que se acercaba a ellos, con cara seria–. Severus ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la Dama?
–Muerta. Vaitiare ha absorbido su magia y su fuerza vital –la cara del mortífago era una máscara sin emociones, pero las comisuras de sus labios temblaban ligeramente. El director le miró sorprendido, pero Fudge envió a los aurores a comprobarlo. Pocos minutos después, recibieron la confirmación de que Snape decía la verdad.
–Un problema menos –suspiró el Ministro, visiblemente aliviado. Dumbledore no dejaba de mirar con detenimiento a Snape, como si quisiera preguntar algo más, pero agitó la cabeza, pensándoselo mejor.
–Cornelius, deberíamos comprobar que las chicas estén bien, y devolverlas a sus familias. También hay que averiguar cuántas han sido asesinadas.
–No pensábamos hacer otra cosa. Y esta veela será sometida a juicio, aunque es muy probable que acabe encerrada de por vida en Azkabán.
Los aurores fueron sacando a las niñas poco a poco. También se llevaron a Vaitiare, atada y amordazada como estaba. Los profesores de Hogwarts y los miembros de la Orden del Fénix se quedaron atrás, inspeccionando la cueva.
Dumbledore estudió las dos habitaciones que comunicaban con la cueva, destruyendo las runas que comunicaban con Hogwarts. Mientras tanto, McGonagall se quedó custodiando el cuerpo de la Dama.
La actitud fría y hermética de Snape le parecía sospechosa, dadas las circunstancias, pero no vio nada en el cadáver fuera de lo normal. Él se mantenía imperturbable junto al cuerpo de la Dama, sin mirarlo siquiera, y no dijo ni una sola palabra hasta que el director se reunió con ellos poco después.
–¿Has encontrado a tu hija?
–No hay rastro de ella –respondió Snape, muy serio–. Pero es posible que haya más escondites.
–En tal caso, no dejaremos de buscar otras salas –Dumbledore miró con lástima al cuerpo de la mujer–. ¿Qué vas a hacer con ella, Severus?
–Debo llevarla ante el Señor Tenebroso. Él debe ser informado de que la Dama ha muerto.
–¿Qué le dirás?
–La verdad. Que Vaitiare le arrebató la magia y la vida, al igual que hizo con las niñas.
–¿Crees que se enfadará?
–Es difícil de prever, pero de poco sirve ocultárselo; al estar unido a ella, ya habrá notado su fallecimiento. Además, las serpientes lo han visto todo.
–Está bien, lo dejo en tus manos –concedió Dumbledore–. Y Severus... tómate el tiempo que necesites para buscar a tu hija –añadió en voz baja–. Si puedo hacer algo para facilitarte la tarea, no dudes en decírmelo.
Snape asintió sin decir nada, aún tratando de ocultar cualquier rastro de emoción en su rostro, y cubrió el cuerpo de la mujer con una tela blanca, antes de hacerla levitar.
Juntos salieron de la cueva, y se encontraron con el más absoluto caos en el pasillo. Los aurores gritaban airados y corrían de un lado a otro.
–¡Dumbledore! Fudge lo ha vuelto a hacer –Shacklebolt estaba muy enfadado–. Ha traído a los dementores para su protección, y estos se han tirado sobre la veela nada más verla.
McGonagall se cubrió los ojos con una mano, murmurando un insulto, y Dumbledore se dirigió al Ministro, muy airado.
–Cornelius ¿por qué? Ahora nunca sabremos la totalidad de sus crímenes. No podremos encontrar a todas sus víctimas.
–No me lo puedo creer, menudo idiota –murmuró la profesora, girándose hacia Snape. Pero el profesor había desaparecido.
