El día más caluroso en lo que iba de verano llegaba a su fin, y un silencio amodorrante se extendía sobre las grandes y cuadradas casas de Privet Drive. Los coches, normalmente relucientes, que había aparcados en las entradas de las casas estaban cubiertos de polvo, y las extensiones de césped, que solían ser de un verde esmeralda, estaban resecas y amarillentas porque se había prohibido el uso de mangueras debido a la sequía. Privados de los habituales pasatiempos de lavar el coche y de cortar el césped, los habitantes de Privet Drive se habían refugiado en el fresco interior de las casas, con las ventanas abiertas de par en par, en el vano intento de atraer una inexistente brisa. El único que se había quedado fuera era un muchacho que estaba tumbado boca arriba en un parterre de flores, frente al número 4.

Era un chico delgado, con el pelo negro y con gafas, que tenía el aspecto enclenque y ligeramente enfermizo de quien ha crecido mucho en poco tiempo. Llevaba unos vaqueros rotos y sucios, una camiseta ancha y desteñida, y las suelas de sus zapatillas de deporte estaban desprendiéndose por la parte superior. El aspecto de Harry Potter no le granjeaba el cariño de sus vecinos, quienes eran de esa clase de gente que cree que el desaliño debería estar castigado por la ley; pero como el chico se había escondido detrás de una enorme mata de hortensias, esa noche los transeúntes no podían verlo. De hecho, sólo habrían podido descubrirlo su tío Vernon o su tía Petunia, si hubieran asomado la cabeza por la ventana del salón y hubieran mirado hacia el parterre que había debajo.

En general, Harry creía que debía felicitarse por haber tenido la idea de esconderse allí. Quizá no estuviera muy cómodo tumbado sobre la dura y recalentada tierra, pero al menos en aquel lugar nadie le lanzaba miradas desafiantes ni hacía rechinar los dientes hasta tal punto que no podía oír las noticias, ni lo acribillaba a desagradables preguntas, como había ocurrido cada vez que había intentado sentarse en el salón para ver la televisión con sus tíos. De pronto, como si aquel pensamiento hubiera entrado revoloteando por la ventana abierta, se oyó la voz de Vernon Dursley, el tío de Harry.

—Me alegro de comprobar que el chico ha dejado de intentar meterse donde no lo llaman. Pero ¿dónde andará?

—No lo sé —contestó tía Petunia con indiferencia—. En casa no está.

Tío Vernon soltó un gruñido.

—«Ver las noticias»... —dijo en tono mordaz—. Me gustaría saber qué es lo que se trae entre manos. Como si a los chicos normales les importara lo que dicen en el telediario. Dudley no tiene ni idea de lo que pasa en el mundo, ¡dudo que sepa siquiera cómo se llama el Primer Ministro! Además, ni que fueran a decir algo sobre su gente en nuestras noticias...

—¡Vernon! ¡Chissst! —le advirtió tía Petunia—. ¡La ventana está abierta!

—¡Ah, sí!... Lo siento, querida.

Los Dursley se quedaron callados. Harry oyó la cancioncilla publicitaria que anunciaba los cereales Fruit 'n' Bran mientras observaba a la señora Figg, una anciana chiflada amante de los gatos que vivía en el cercano paseo Glicinia y que en ese momento caminaba sin ninguna prisa por la acera. Iba con el entrecejo fruncido y refunfuñaba, y Harry se alegró de estar escondido detrás de las hortensias, pues últimamente a la señora Figg le había dado por invitarlo a tomar el té cada vez que se lo encontraba en la calle. Ya había doblado la esquina y se había perdido de vista cuando la voz de tío Vernon volvió a salir flotando por la ventana.

—¿Y Dudders? ¿Ha ido a tomar el té?

—Sí, a casa de los Polkiss —respondió tía Petunia con ingenuidad—. Tiene tantos amiguitos, es tan popular...

Harry hizo un esfuerzo y contuvo un bufido. Los Dursley estaban en la inopia respecto a su hijo Dudley. Se habían tragado todas esas absurdas mentiras de que durante las vacaciones de verano cada tarde iba a tomar el té con diferentes miembros de su pandilla. Harry sabía muy bien que Dudley no había ido a tomar el té a ninguna parte: todas las noches él y sus amigos se dedicaban a destrozar el parque, fumaban en las esquinas y lanzaban piedras a los coches en marcha y a los niños que pasaban por la calle. Harry los había visto en acción durante sus paseos nocturnos por Little Whinging, pues había pasado la mayor parte de las vacaciones deambulando por las calles y hurgando en los cubos de basura en busca de periódicos. Las primeras notas de la sintonía que anunciaba el telediario de las siete llegaron a los oídos de Harry, y se le contrajo el estómago. Quizá esa noche, por fin, tras un mes de espera...

-Un número récord de turistas en apuros llena los aeropuertos, ya que la huelga de los empleados españoles del servicio de equipajes alcanza su segunda semana...

-Ponerlos a dormir la siesta el resto de su vida, eso es lo que haría yo con ellos -gruñó tío Vernon cuando el locutor todavía no había terminado la frase, pero daba igual lo que dijera: fuera, en el parterre, Harry se relajó. Si hubiera pasado algo, era evidente que lo habrían contado al inicio del telediario; la muerte y la destrucción son más importantes que los turistas en apuros.

Harry suspiró lenta y profundamente y miró hacia el cielo, de un azul intenso. Aquel verano había experimentado lo mismo todos los días: la tensión, las expectativas, el alivio pasajero, y luego otra vez la tensión... Y siempre, cada vez más insistente, la pregunta de por qué no había pasado nada todavía. Siguió escuchando por si descubría alguna pequeña pista que pudiera haber pasado desapercibida a los muggles: una desaparición sin resolver, quizá, o algún extraño accidente... Pero después de la noticia de la huelga de empleados del servicio de equipajes, dieron otra sobre la sequía que asolaba el sudeste del país («¡Espero que el vecino de al lado esté escuchando! —bramó tío Vernon—. ¡Ya sé que pone los aspersores en marcha a las tres de la madrugada!»); luego, otra de un helicóptero que había estado a punto de estrellarse en un campo de Surrey; y, a continuación, la del divorcio de una actriz famosa de su famoso marido («Como si nos interesaran sus sórdidos asuntos privados», comentó con desdén tía Petunia, que había seguido el caso obsesivamente en todas las revistas del corazón a las que había podido echar mano). Harry cerró los ojos al intenso y resplandeciente azul del anochecer y oyó que el locutor decía:

—Y por último, el periquito Bungy ha descubierto una novedosa manera de refrescarse este verano. ¡Bungy, que vive en el Cinco Plumas de Barnsley, ha aprendido a hacer esquí acuático! Mary Dorkins se ha desplazado hasta allí para darnos más detalles...

Harry abrió los ojos. Si habían llegado a la noticia de los periquitos que practicaban esquí acuático, no podía haber nada más que valiera la pena escuchar. Rodó con cuidado hasta quedar boca abajo y se puso a cuatro patas, preparado para salir gateando de su refugio bajo la ventana.

Se había movido unos cuantos centímetros cuando vio a un grupo de personas con túnicas oscuras de mago cruzó la calle. No era posible, después de semanas esperando noticias sobre las acciones de Voldemort, parecía increíble lo que estaba viendo. ¿Estaban planeando atacar Privet Drive? ¿Sabría Voldemort que él vivía aquí durante el verano y había ido para terminar el trabajo que no había podido realizar en junio? Se acercó sigilosamente al seto, sabiendo que este cubría perfectamente la visión de los encapuchados sobre él, pero que no serviria de nada si hacía ruido o si estos decidían ir a merodear más cerca de las casas.

Recordo las palabras de Sirius, en las pequeñas y cortas cartas que le había enviado, diciendo que debía ser precavido, no arriesgarse. Le parecía un poco hipócrita, viniendo de alguien que había pasado 12 años en prisión, pero decidió que era mejor esperar a que se alejaran un poco para poder seguirlos y saber a donde iban.

-¿Estamos seguros de que ocurrirá hoy, esta noche? Parece todo muy tranquilo. Alomejor nos hemos confundido al venir y es mañana.- Dijo uno el encapuchado de la derecha. Había 4 encapuchados allí. Eso, penso Harry, complicaria las cosas si necesitaba huir, pero no tenia pensado hacerlo. Estaba arto de estar encerrado con sus recuerdos y sus pesadillas, quería luchar contra Voldemort y si se le presentaba la oportunidad, aunque había prometido a su padrino no ser imprudente, la aprovecharía.

-Sí, llevamos semanas planeando esto. Además, fue un día muy impactante, estoy seguro de que no me he confundido. - Dijo uno de los encapuchados del medio. Harry encontraba esa voz muy familiar, como si la hubiera oïdo cientos de veces.- Además, ya no tenemos otra opción, el conjuro está hecho. Si nos hemos equivocado habrá que asumir las consecuencias de interferir un día diferente al planeado.

- Pero...- hablo una voz femenina. Se oïa mucho más suave y Harry se dio cuenta que ya se estaban alejando. Muy despacio se levanto y camino unos pocos metros, lo suficiente como para oírlos pero asegurándose todavía de que no lo veían. Que mal había hecho en dejar la capa de invisibilidad, heredada de su padre, en la habitación. No creyó que pudiera ocurrir nada grave hoy, pero estaba claro que se había equivocado. - Si realmente nos hemos equivocado cambiarían mucho las cosas. Cualquier modificación que no hayamos previsto podría generar una onda de cambios que alterarían todo sin ninguna pauta llegando a desmontar no solo todo lo que hemos planeado, sino todo lo que ya hemos conseguido. Es muy grave y debemos ir con mucho cuidado.

- Lo sabemos cielo, tranquila- volvió a hablar el mago de la derecha. - Estoy seguro que todo saldrá bien, pero ahora hay que asegurarse de que Harry oye la desaparición de Mundungus - Dio un pequeño respingo al oir a aquel mago decir su nombre. Su ira y impotencia, que lo habían estado acompañando durante todo el verano, dieron lugar a la preocupación per aquel hombre llamado Mundungus. No le conocía, pero si aquellos seguidores de Voldemort le buscaban estaria en graves problemas. Se estaban acercando al seto del jardín de la señora Figg, por lo que podria esconderse debajo sin que lo viera nadie. - De esta manera saldrá a la calle y - Pero antes de que el muchacho pudiera acabar su comentario y justo cuando Harry había conseguido esconderse bien, se oyó una fuerte detonación, parecida al ruido de un disparo, que rompió el perezoso silencio; un gato salió disparado de debajo de un coche aparcado y desapareció; del salón de los Dursley llegaron un chillido, un juramento y el ruido de porcelana rota y Harry, muy precavido y con la varita en la mano desde que había visto a los misteriosos encapuchados dio un giro enorme para observar el lugar de donde provenía el ruido, sin preocuparse demasiado por ser visto.

El sonido, muy parecido al que Dobby había realizado tres años antes al marcharse de Privet Drive parecía indicar que alguien se había materializado a pocos metros de Harry. Tal fue su sorpresa que no se dio cuenta que los encapuchados, alertados también por el prominente sonido, se habían dado la vuelta y lo estaban viendo. No le dio tiempo a defenderse cuando diversos desmaius, enviados desde diversos puntos, lo golpearon en el pecho.