La niebla comenzó a disiparse frente al veterano soldado como si alguien hubiese cerrado el grifo en una bañera. La espesa capa lechosa se escurrió siguiendo el cauce natural del arroyo y lentamente las plantas que colgaban de las terrazas circundantes comenzaron a ser visibles.
Frente al Sargento Mac aparecieron las ruinas del pequeño edificio de madera que antes sirviera de cambiador y baños de los habitantes de la antigua Colonia de Recicladores, ahora reducido a una pila de maderas chamuscadas y rocas resquebrajadas. Una serie de sombras se destacaron pronto sobre aquellas ruinas a medida que la niebla se disipaba dentro del tanque de almacenamiento.
Como lo sospechaba, se había desorientado durante el combate y había terminado por alejarse del túnel de salida.
—No haga ningún movimiento brusco y suelte ese rifle. —dijo la voz desconocida tras lo cual se escuchó un gemido.
A pesar de la sangre y la hinchazón de uno de sus ojos, Mac pudo ver el reflejo del acero del enorme cuchillo de caza que sujetaba el desconocido cubierto por lo que parecía una túnica negra que le cubría parte del rostro. Pronto la niebla se disipó aún más y pudo reconocer al pobre Von Neumann, de rodillas sobre una de las rocas mientras que quien había hablado lo mantenia inmovil con el enorme cuchillo apoyado en su garganta.
El soldado apretó los dientes pero mantuvo la calma. Necesitaba información, tenía que comprender su situación allí. La desesperación solo lo llevaría a la muerte.
Escuchó un murmullo a su lado y alguien tomó su rifle, tirando con insistencia. Mac no lo soltó y no quitó la vista del hombre que amenazaba la vida de Fritz.
—Sueltala. —exigió moviendo la hoja junto al cuello del rehén.—No lo volveré a repetir.
Fritz volvió a gemir y comenzó a orinarse encima. Mac chasqueó la lengua y soltó el arma. Lo que sucedió a continuación lo llenó de asombro.
Escuchó un golpe como si alguien se hubiese caído a su lado. Giró la cabeza y vió algo increíble.
—¿Eh…? —dijo abriendo la boca.
Quien había intentado tomar su rifle era un niño de no más de 11 o 12 años. El chiquillo no había calculado bien el peso del enorme rifle y el arma casi lo había aplastado contra el piso cuando Mac la soltó de golpe.
—Oye… ¿Estás bien? —preguntó Mac confundido.
El niño apartó con dificultad el rifle de encima de su cuerpo y mirando al soldado gruñó mostrando los dientes. Mac vió los pequeños colmillos en la blanca dentadura, así como también las pequeñas orejas y la cola erizada que se agitaba violentamente de un lado a otro.
—Por los mil demonios… Tú eres… ustedes son…¿Voldorianos…? —preguntó volviéndose hacia las otras figuras sin creer lo que veía.
—Las manos arriba. —exigió la voz.
El Sargento levantó ambas manos. Para entonces ya la niebla se había disipado por completo y pudo observar con claridad los rostros de aquellos elementos hostiles, así como todo lo demás que lo rodeaba.
Unos diez metros a su derecha vió al soldado que había arrastrado entre la niebla. Uno de aquellos Voldorianos se encontraba sobre él en esos momentos. Era una joven y no tendría tampoco más de 15 o 16 años; una chiquilla delgada como una vara de mimbre quien lo miró con furia a los ojos y también le mostró los colmillos haciendo un siseo como lo haría un gato callejero. Una vez que hubo despojado al soldado de sus armas tomó una soga que colgaba de su cintura y se acercó hacia él.
—Así que fuiste tú. —dijo Mac viendo la mano de la joven con manchas de sangre… su sangre. —Ya me parecía que un oponente normal no podía ser tan escurridizo.
—Cierra el pico. —respondió ella mostrando sus largas uñas aún cubiertas de sangre como las garras de una pantera.
Mac no respondió y continuó observando lo que sucedía a su alrededor. Mientras la joven ataba sus manos firmemente detrás de su espalda vió como por la entrada del arroyo otros dos de aquellos niños-gato traían a otro de sus hombres en una improvisada camilla. No vió manchas de sangre en las ropas del soldado así que supuso que también había sido noqueado por aquellas drogas.
Sintió que alguien le daba una patada en el trasero y el impulso lo hizo trastabillar hacia delante. —Camina. —ordenó la joven.
—Así no se trata a los prisioneros de guerra, nena. —la amonestó el hombre recuperando el equilibrio, no obstante comenzó a caminar en la dirección que le indicaba hacia los restos de la pequeña cabaña. Para su alivió vió allí al Doctor Niccola y a Roco; ambos con las manos atadas y sentados en las losas de piedra con lo que parecían ser bolsas de tela en sus cabezas.
—Con que esta nave estaba deshabitada. —dijo Mac dirigiéndose hacia Fritz con tono de reproche. —¿De dónde mierda saca usted su inteligencia? —preguntó.
Von Neumann lo miró con lágrimas en los ojos y el hipo por haber llorado tanto no lo dejó responder, en cambio los dos hombres maniatados reconocieron la voz de su superior.
—¿Sargento? ¿Están todos bien? —preguntó Niccola moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Si, casi todos fuera de combate, pero nadie herido de gravedad, o eso espero. —respondió Mac. —¿Ustedes…?
—Humillados, pero relativamente intactos. —explicó Roco suspirando. —No nos quedó otra que rendirnos en cuanto nos quitaron a Fritz de las manos.
La joven Voldoriana lo obligó a caminar hasta donde estaban sus dos camaradas y lo hizo sentarse. Mac vió que la joven llevaba su rifle y tenía el dedo puesto sobre el gatillo.
—Ten cuidado con esa cosa. —avisó algo alarmado. —No querrás que se te escape un tiro y volarte uno de esos pies o patas peludas que tienes. —dijo.
La joven no respondió y se volvió hacia quien mantenía de rehén a Fritz. —¿Puedo amordazarlo? —preguntó.
—No. —respondió quien parecía ser el único adulto allí. —Es el líder de estos hombres y tiene que responder a nuestras preguntas. —dijo. —Ve a ayudar a traer a los otros; son demasiado pesados para los demás.
La joven asintió en silencio y para alivio de Mac dejó el rifle apoyado en una de las paredes derrumbadas, bien lejos de su alcance.
—Escuché contar muy buenas cosas sobre los guerreros Voldorianos. —dijo mirando a quien supuso era el Jefe. —Si los niños pueden despachar un escuadrón de soldados completamente armados con tanta facilidad, no me imagino lo que pueden hacer los soldados profesionales. —reconoció con una sonrisa.
—No somos soldados. —respondió el hombre de la capucha sin mover el cuchillo del cuello de Fritz. —Ahora guarde silencio.
Mac asintió y decidió ahorrar sus fuerzas. Mientras tantos aquellos extraños niños-gato continuaron llevando a sus hombres inconscientes hasta las ruinas con gran dificultad. El Sargento Mac contó al menos a media docena de aquellos desconocidos, pero de seguro había más de ellos fuera del Onsen.
—No podemos bajar al que usa esa armadura voladora. —informó uno de los niños exhaustos de unos 12 o 13 años mientras se limpiaba el sudor de su fino pelaje. —Está sujeto con un arnés o algo y no podemos desengancharlo.
—Está bien, lo bajaremos más tarde. —respondió el Jefe. —¿Esos son todos? ¿No quedó nadie más en el Hangar?
—Nano dijo que la nave parece vacía. —respondió la joven. —Solo queda el otro soldado con el traje volador que huyó por las vías, pero ya debe estar dormido en algún rincón bajo los efectos del dardo. —aseguró.
Mac tragó saliva y su cabeza comenzó a trabajar a mil revoluciones por segundo. ¿Una nave? ¿Eso quiere decir que esos Voldorianos no sabían nada sobre la aeronave del Escuadrón Delta? La Teniente Hernandez y la chica Hughs deben haberse adentrado en el laberinto para buscarlos, lo que significa…
El hombre de la capucha hizo una señal y la joven se acercó para llevarse a Fritz junto al resto de los hombres. El desconocido guardó el cuchillo y se alejó mientras extraía algún tipo de objeto de entre sus ropas y se lo llevaba al rostro. Mac no pudo ver más pero sintió que el hombre hablaba en voz baja con alguien. ¿Tenían forma de comunicarse allí dentro a pesar de las interferencias?
La Voldoriana hizo sentar a Fritz junto a Mac. El joven estaba hecho un manojo de nervios, pero aparentemente no le habían hecho daño. —¿Estás bien? —preguntó el Sargento en cuanto notó que el chico se calmaba un poco.
—Cre…. creo que si. —respondió.
Mientras tanto los demás chicos se habían reunido alrededor de los cautivos y los miraban en silencio a una distancia prudencial. Mac examinó sus caras con atención; como sospechaba eran casi todos niños o adolescentes; la mayor de todos parecía ser aquella chica que le había afeitado la mejilla con tanto amor, el menor de ellos apenas llegaría a los 10 años. Un detalle le llamó la atención y era la extrema delgadez de todo ellos; también notó el brillo de los ojillos de los más chicos y aquello era señal de mala alimentación.
Quien parecía ser el Jefe y único adulto allí volvió hacia el grupo mientras guardaba algo en el bolsillo. —Llevaremos a estos cuatro a las celdas. —dijo mientras se dirigía a la joven guerrera. La chica gato se cruzó de brazos y miró a Mac con asco. —¿No podemos hacer que nos ayuden a cargar con sus compañeros? —preguntó. —Son demasiado pesados.
—Eso me ofende. —dijo Mac haciendo una mueca. —No estamos TAN gordos.
—Cierra el pico, pirata.
Mac miró a la joven a los ojos. —¿Eso es lo que crees que somos? —preguntó. —¿Piratas? No linda, somos de la NUNS, estamos aquí en una operación especial. —afirmó.
—Mientes. —respondió la chica-gato. —La NUNS no tiene presencia en la zona.
—Y esta , se supone, era una colonia abandonada. —replicó el Sargento. —Pero resulta que estaba llena de gatitos.
Aquel comentario pareció haber calado hondo en la chica. Su pelaje comenzó a erizarse y Mac vió con alarma como las uñas de la chica se alargaban como preparándose para atacar.
—Cálmate, Lynn. —la tranquilizó el hombre. —No caigas en su juego de provocación.
El hombre de la capucha se puso de cuclillas frente a Mac. —Supongo que vió el cementerio que hay en la proa de esta nave. ¿Verdad? —preguntó.
Antes que Mac pudiera responder el desconocido se echó la capucha hacia atrás revelando su arrugado rostro.
—Soy viejo. —dijo el Voldoriano mirando al soldado con ojos cansados. —Pero no idiota; allí hay tumbas de gente inocente que murió defendiendo este lugar de escorias como tú; no es la primera vez que piratas atacan esta nave, pero esta vez estamos listos para enfrentarlos.
—«Estás más cerca de lo que piensas, viejo» Pensó Mac, sin embargo no dijo nada y escuchó en silencio.
El anciano Voldoriano se incorporó con dificultad y la joven se puso rápidamente a su lado para servirle de apoyo. —No dejaremos que se salgan con la suya. —dijo señalándole con un dedo. —No se que han venido a buscar a este lugar, pero no lo tendrán y tampoco saldrán con vida de aquí.
Mac suspiró profundamente; ya estaba cansándose de eso. —Si no nos cree revise nuestras ID's. —dijo con tono hastiado. —Todos mis hombres las tienen.
El hombre se acercó e inclinándose tomó la pequeña cadena que colgaba del cuello del Sargento Mac, en donde las pequeñas chapas de identificación conocidas como "DogTags" llevaban inscritos los datos del soldado.
—Esto no prueba nada. —dijo el hombre. —O tal vez si; que ustedes asesinaron a un soldado de la NUNS y robaron hasta su identidad. —respondió.
Mac volvió a suspirar. —Si claro, todos nosotros matamos un soldado y llevamos sus chapitas de identificación como muestras de hombría…—bromeó. —Hey Doc ¿Podría ayudarme a parlamentar con estos nativos? Estoy perdiendo la paciencia.
El Doctor Niccola sacudió la cabeza. —Si no tuviera la cabeza dentro de un saco, Sargento, con gusto lo ayudaría en sus esfuerzos diplomáticos.
El anciano Voldoriano miró al soldado con sorpresa y luego se volvió hacia Mac. —¿Ha dicho "Doc"? Ese hombre… ¿Es un Doctor? —preguntó.
—El Cabo Niccola Failacce es el médico de combate de nuestro escuadrón. —explicó Mac. —Puede revisar su chapa de identificación si no me cree.
Los Voldorianos se miraron entre sí, indecisos. Tras unos momentos de vacilación el anciano hizo un ademán con la cabeza y la joven retiró la bolsa de la cabeza de Niccola.
—Es un progreso. —dijo aliviado Mac mientras su compañero intentaba descifrar los extraños rostros que aparecieron de pronto frente a él y las poderosas luces que lo cegaron después de haber tenido los ojos vendados. —Escuche. —dijo tratando de ganar tiempo. —Hay una fragata de la NUNS ahí afuera llena de soldados; dos pelotones completos y van a ponerse nerviosos si no nos comunicamos pronto con ellos. ¿Podemos ser razonables y arreglar este malentendido? —preguntó.
El hombre mayor parecía realmente confundido y Mac pensó que tal vez lo estaba presionando demasiado. Los minutos pasaron y los murmullos de los niños alrededor crecieron. Al cabo de lo que pareció una eternidad, el hombre se volvió hacia la chica-gato y apoyó su mano en su hombro. —Lleva a ese hombre hasta el campamento. —dijo señalando a Niccola. —Ve si puede ayudar a Margarita.
—Pero… —se quejó la joven.
—Hazlo, por el amor al bosque. —pidió el anciano.
Mac vió que la joven apretaba los dientes, como si luchara internamente con algo muy pesado. —Lo haré. —dijo de pronto desenfundando su propio cuchillo del cinturón que llevaba en la cintura.
La joven caminó hasta ponerse detrás del médico y cortó las cuerdas de un solo movimiento. —De pié. —ordenó.
Niccola se incorporó con dificultad y miró a su Sargento. Mac hizo un ademán con la cabeza. —Ayudalos en lo que puedas. —pidió.
—A la orden. —respondió el soldado.
El médico partió seguido de cerca por la joven y, para alivio de Mac, no se llevó el rifle (No obstante mantenía una mano cerca del cuchillo en su cintura)
—¿Tienen a alguien enfermo en su colonia? —preguntó el Sargento. El hombre lo miró largamente y finalmente bajó la mirada al piso. —Es una de las niñas, desarrolló una fiebre hace unos días y a pesar de tener las hierbas adecuadas no podemos hacer que baje. —dijo, tras lo cual volvió a levantar la vista hacia el soldado. —¿Que han venido a hacer aquí? —preguntó.
—A escoltarlo a él. —respondió Mac haciendo un gesto con la cabeza hacia Fritz. —El Profesor Von Neumann vino a estudiar unas ruinas en lo que, se suponía, era una vieja colonia abandonada… nunca se nos ocurrió que podía haber una mald… es decir, una selva completa con Voldorianos incluidos.
El anciano se volvió hacia Fritz. —Eso que buscas. —dijo mirándolo con dureza. —Es un Kadun.
Fritz miró al hombre con sorpresa. —¿Kadun? —repitió.
—¿Kadun? —repitió Mac. —¿Qué es eso? ¿Zentradi? ¿Voldoriano?
—En realidad es Protocultura. —respondió Fritz.
—¿Tu conoces esa palabra? —preguntó asombrado el anciano al ver que Fritz movía la cabeza en forma afirmativa.
—Cuando la sonda de la Protocultura realizó su intervención en La Tierra, su interacción con los nativos del área donde aterrizó produjo el intercambio de ciertas palabras… una de ellas es, justamente «Kadun». —explicó.
—¿Y qué significa? —preguntó Mac.
—Sería algo así como un "espíritu del conflicto" —respondió el joven. —Pero también se lo asocia a espíritus malignos o violentos… o directamente "monstruos". También se lo puede usar para referirse a cualquier arma u objeto para ejercer violencia.
El anciano lo miró con gravedad. —Y si sabes lo que es… ¿Por qué vienes a perturbar sus huesos? —preguntó visiblemente enojado.
—Porque parece ser la clave para detener a los Zentradis. —respondió Mac. —En estos momentos la NUNS ha lanzado un ataque a gran escala para detener su avance, pero tal vez no lo logren y puede que nuestra última esperanza sea, justamente, aquella cosa. —explicó.
El hombre volvió su vista hacia los restos del núcleo. —La que cuentas es una historia difícil de creer. —dijo pensativo. —Pero que este joven conozca una palabra tan antigua me llena de dudas. ¿Qué vas a hacer con él? —preguntó.
El joven lo miró confundido. —¿Con los restos? Absolutamente nada. —aseguró. —Mi tarea consiste en decodificar el lenguaje de la Bio-Computadora.
—Quiere… ¿Tu quieres aprender la lengua de los Kadun? —preguntó asombrado el anciano.
—Algo así. —respondió Fritz.
El Sargento Mac se removió en su sitio. —El Alto Mando cree que vale la pena explorar ese camino. —dijo. —Por eso nos mandó a explorar esa antigua colonia donde había rumores de la existencia de esa cosa.
—Eso que quieren hacer es muy peligroso —dijo el Voldoriano —Pero conociendo la amenaza Zentradi, comprendo que hayan tomado un riesgo semejante; Fueron los humanos quienes nos alertaron de la presencia de esa raza de guerreros que recorre la galaxia destruyendo todo lo que encuentran a su paso y también aprendimos sobre la Protocultura, nuestros creadores.
El hombre mayor suspiró y miró hacia las aguas del estanque, que ya habían recuperado su color claro. —Tal vez hubiera sido mejor que la humanidad nunca nos encontrara. —dijo. —La vida en nuestra civilización pre-industrial era dura, es cierto… pero las maravillas de la ciencia y tecnología que la NUNS nos ofreció no desterraron la violencia o el conflicto; sólo aumentaron el tamaño del escenario en donde el drama se desarrollaba.
Mac lo miró interesado. —Ustedes…son refugiados. ¿Verdad?
El hombre asintió. —¿Cómo lo supo?
—Por la forma en que habla de la guerra y el conflicto… es evidente que han intentado dejar eso atrás, de escapar de la violencia y aún así….
—Aún así la violencia nos alcanza, o mejor dicho está inscrita en nuestros genes. —respondió el anciano mirándose las manos. —Huimos de Voldor cuando el Reino de Windermere invadió nuestro planeta. —explicó.
—Eso fué en el año 2067. —recordó el Sargento Mac. —La Rebelión de Windermere y la conquista de los principales sistemas colonizados del Cúmulo de Brisingr.
El anciano asintió. —Éramos un grupo de civiles que huyó de la guerra. Pagamos a un contrabandista para que nos llevara a un lugar lejos del conflicto, un lugar para comenzar desde cero…
—Y los trajeron aquí, a la Periferia del Brazo de Perseo. —respondió Mac. —¿Fueron engañados?
—Más de la mitad de nosotros murió durante el viaje. —explicó el hombre con dolor. —Pensábamos que al final nos venderian como esclavos o algo peor… pero un día, tras meses y meses de viajar encerrados en una bodega junto con las provisiones y los cadáveres de nuestros camaradas, finalmente nos arrojaron al hangar de esta extraña nave y se fueron sin dejarnos comida o agua. Solo éramos un puñado de niños pequeños y un viejo… no pensamos que sobreviviriamos por mucho tiempo. —suspiró recordando con angustia aquellos duros momentos.
—Debió haber sido una experiencia terrible. —observó el soldado. —¿Han sobrevivido de la selva desde entonces? —preguntó.
—Encontrar este paraíso aquí fué nuestra salvación. —explicó. —Traíamos semillas con nosotros, suficientes para desarrollar una nueva Colonia… aquí descubrimos que la selva crece desde este sitio. —dijo señalando el Onsen. —Y desde entonces comenzamos a extenderla por el interior de la nave usando nuestros conocimientos y las pocas herramientas que encontramos, pero…
—No es suficiente.
—No es suficiente. —repitió el anciano. —Esta selva artificial no puede aportar todo lo que nuestro pueblo necesita, especialmente las proteínas que nuestros cuerpos requieren para funcionar como corresponde.
Mac comprendió que había tenido razón; aquel pueblo de Voldorianos no podría sobrevivir mucho tiempo allí; necesitaban urgentemente provisiones y medicinas o comenzarian a morir irremediablemente.
—Hablaré con el Capitán para que pida al Alto Mando un Convoy de ayuda humanitaria. —dijo mirando al hombre. —La NUNS podrá suministrar ayuda para estabilizar la situación alimenticia y sanitaria de esta Colonia… eso claro, si sobrevivimos a los Zentradis.
El anciano iba a responder cuando una explosión hizo temblar la cubierta. Los niños comenzaron a gritar asustados mientras el anciano miraba confundido a su alrededor.
—Oh mierda… es Ximena. —exclamó Mac luchando por incorporarse. —¡Rápido! ¡Quiteme estas ataduras!
El hombre lo ignoró y salió corriendo a calmar a los niños. Mac comprendió que no tenía mucho tiempo.
—¡Sargento! —gritó Roco sacudiendo la cabeza aún con la bolsa puesta. —¿Qué está pasando?
—El VF-171. —dijo Mac mirando en todas direcciones. —Creo que ha llegado a la cubierta… Tenemos que comunicarnos de inmediato con ellos antes que causen una tragedia. —gritó mientras corría por entre las ruinas. Pronto encontró lo que buscaba; unos tirantes destrozados tenían aún los clavos salientes entre las astillas. Mac colocó sus manos atadas entre la madera y comenzó a desgarrar las cuerdas vegetales. Por suerte la cuerda era delgada y Mac extremadamente fuerte, tras solo un par de tirones logró liberar sus manos.
—Ve con los Voldorianos y evita que salgan a la cubierta. —ordenó Mac quitando la bolsa de la cabeza de su compañera a la vez que usaba el pequeño cuchillo que había sacado de dentro de su bota para cortar las ligaduras del hombre. —No tenemos tiempo.
Roco quedó cegado momentáneamente por la fuerte luz pero asintió y tambaleándose salió en dirección hacia el anciano.
Fritz se puso también de pie. —Yo… ¿Qué hago yo? —preguntó.
—Tu tirate al suelo y…. respira. —gritó Mac. —No hagas otra cosa. ¿Entendido? —exclamó mientras corría hacia el sitio en donde había luchado con la joven.
No le costó encontrar el camino ya que siguió el rastro que los niños habían dejado al arrastrar el cuerpo del soldado entre la hierba. En cuanto llegó al lugar comenzó a buscar frenéticamente su intercomunicador, que había salido volando de su oreja al recibir el terrible golpe de la chica-gato.
Cada tanto escuchaba enormes truenos, como poderosos golpes que hacían temblar incluso aquel enorme tanque de almacenamiento. Las aguas de la laguna se agitaban y golpeaban contra las rocas de la orilla mientras los ecos de las explosiones volvían imposible el oír otra cosa que el estruendo del metal contra el metal. Entonces para su desesperación, oyó los disparos de un GunPod por sobre el ruido de los golpes.
—¡Ahí estás! —exclamó cuando vió el intercomunicador sobre la hierba. Sin dejar de correr lo levantó y comenzó a colocarlo en su oreja mientras corría a toda velocidad en dirección al túnel de salida.
«Que no sea demasiado tarde» —pensaba mientras sus botas lanzaban espuma al correr sobre el riachuelo que salía por el túnel. Casi jadeando por el esfuerzo y la sangre perdida por su herida, el Sargento Mac salió del túnel y se encontró presenciando una escena aterradora.
El VF-171 pilotado por Ximena y Camila se encontraba en aquel momento suspendido a varias docenas de metros de altura sobre la cubierta, trabado en lucha con lo que parecía ser una gigantesca mano de hierro que amenazaba aplastarlo. Mac no necesitó mucho para comprender que aquella aeronave había sido atrapada por una de las monstruosas grúas que colgaban del techo de aquella cubierta y eran las que, por su enorme y descomunal tamaño, se usaban para ensamblar y mover aquellos enormes tanques de almacenamiento.
Mac se lanzó desde la cascada y aterrizó entre la chatarra incluso corriendo el riesgo de torcerse un tobillo; no podía perder tiempo alguno y debía llamar la atención inmediata de ambas chicas.
El VF-171 estaba transformado en modo Battroid y era evidente que quien manejaba aquella grúa no sabía bien lo que estaba haciendo, ya que enorme pinza apenas sujetaba al robot de las extremidades en forma bastante precaria, no obstante la fuerza que estaba ejerciendo sobre el mecha era enorme. Mac vió que el brazo del VF que portaba el Gunpod estaba libre y Ximena hacía lo posible para intentar usarlo contra su adversario, pero el movimiento de aquel brazo enorme era tan frenético y poderoso que la joven no podía llegar a apuntar correctamente.
—¡Delta Uno! ¡Deténgase! ¡Hay civiles en la zona! ¡Cese el fuego! ¡CESE EL FUEGO! —gritó con desesperación sin dejar de correr.
Los indicadores de la cabina del VF-171 alertaban sobre la terrible situación a todo volumen, pero la joven piloto los ignoraba por completo, concentrada en tratar de controlar su Battroid para apuntar su arma hacia el enorme brazo de la grúa que en aquellos momentos la sacudía como un niño haría con un pequeño robot de juguete.
—¡Busca…. busca la cabina de esa grúa…! —gritó Ximena mientras luchaba contra los controles.
Camila usó con desesperación las cámaras de monitoreo mientras las sacudidas la hacían golpear uno y otra vez contra los paneles laterales de su nave. La grúa era enorme y colgaba del techo de la cubierta como un monstruoso andamiaje anclado en 4 poderosas patas, cada una equipadas con un sistema de enormes rieles que la ayudaban a desplazarse a lo largo de todo aquel enorme espacio.
—La cabina tiene que estar justo debajo del riel central… ¡Allí! —gritó cuando al aplicar uno de los filtros de actividad infrarroja vió la pequeña firma de calor que emanaba de lo que parecía ser un pequeño cubículo que colgaba bajo una plataforma fijada a uno de los soportes.
—¡Tres en punto, elevación treinta y cuatro!
Ximena oyó las indicaciones y apuntó el enorme Gunpod hacia donde había informada su compañera. La retícula del arma comenzó a centrarse en el punto "caliente" mientras la joven trataba de contrarrestar el movimiento de la garra.
—Oh mierda. —gritó Mac cuando vió hacia donde apuntaba el Gunpod. —¡DELTA UNO NO DISPARE! ¡ES UN NIÑO! ¡ALTO EL FUEGO! ¡ALTO EL FUEGOOO!
Pero el sonido era atronador y Ximena no podía oírlo.
El VF-171 volvió a sufrir otra sacudida y Ximena alineó el brazo libre del robot para tener una posición clara de disparo; solo tenía una oportunidad.
—Te tengo. —dijo cuando el arma se estabilizó por un solo segundo. —entonces apretó el gatillo.
Ximena estaba acostumbrada a tomar decisiones en apenas una fracción de segundo, su supervivencia en el campo de batalla dependía enteramente de las reacciones que, a esas increíbles velocidades de combate, podían ser la diferencia entre la vida y la muerte. Por eso cuando el tiempo pareció detenerse por completo se sintió, por un instante, casi como desnuda.
Su dedo continuaba apretando el gatillo, pero ningún disparo salió del enorme cañón de energía. Todo parecía haberse detenido por completo.
Frente a ella, la pantalla de designación de blancos continuaba enfocada en el pequeño habitáculo de la grúa, pero la imagen termal había sido reemplazada por una transmisión de vídeo optimizada a color que mostraba en esos momentos un pequeño rostro asomado en una de las ventanas de cristal.
El corazón de Ximena se había detenido por completo cuando vió los pequeños ojos del niño abrirse como platos.
—¡No! —gritó.
Hubo un flash de luz y la imagén de video de pronto quedó cruzada por una enorme «Equis» de color blanco; el marcador de la Interfaz de Combate indicando que el control maestro del armamento habia sido desactivado, recién entonces oyó los gritos de Camila y Mac por la radio.
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Cuando el Cabo Niccola llegó trotando a la cubierta llevando en andas a la niña pequeña, se encontró con una escena increíble.
Un enorme brazo robótico de casi cien metros de altura estaba apoyado en medio de la cubierta a la sombra del gigantesco tanque de almacenamiento en donde se encontraba el Onsen. En el extremo del mismo se encontraba, casi como si fuera un juguete, el VF-171 del Escuadrón Delta sentado sobre las fauces de metal oxidado.
El hombre había escuchado los disparos y golpes desde el poblado y había temido lo peor. Asegurándose que la niña enferma estaba bien sujeta, corrió los últimos metros hasta la multitud reunida a los pies de aquellos colosos metálicos. La joven guerrera Voldoriense lo seguía de cerca, pero no quitaba los ojos de la niña dormida a espaldas del médico de combate.
—¡Sargento! —gritó una vez que estuvo cerca. Todos los que estaban allí giraron las cabezas en su dirección y Mac se incorporó de inmediato para salir a su encuentro.
—¿Cómo está? —fué lo primero que preguntó el veterano soldado.
—Mal. —dijo Niccola sin intentar suavizar las noticias. —Su apéndice está perforado y sufrió una infección generalizada en su cavidad abdominal; tenemos que ir a la Bramante lo más rápido posible para ingresarla al Quirófano o morirá.
Aquello hizo que varios de los niños lanzaran gritos de angustia y comenzaran a llorar. El anciano se acercó a los dos hombres y vieron que estaba temblando. —Temía que fuera eso. —dijo con voz apesadumbrada. —Le suministré ciertas hierbas con propiedades antibióticas, pero no fueron suficientes.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó Niccola. —Escuché disparos desde el poblado.
—La Oficial Hughs salvó el día desactivando el armamento del VF a último momento. —respondió el Sargento señalando a las dos pilotos que se encontraban sentadas junto a la turbina de su aeronave. El Doctor Von Neumann estaba junto a ellas, pero parecía ser ajeno a la conversación y se limitaba a examinar su pantalla holográfica personal en su propio mundo —Por suerte las cosas no pasaron a mayores; todos los civiles están bien.
Mac se volvió entonces hacia el viejo Voldoriano. —Tenemos que evacuar de inmediato a esa niña a nuestra Fragata. —dijo. —Pero ustedes tienen que venir también con nosotros, este lugar es demasiado peligroso para la salud de esos niños.
El anciano asintió en silencio para sorpresa de Mac, quien pensaba que tendría que lidiar con la resistencia de esa gente a abandonar su selva.
El único de aquellos Voldorianos que pareció estar en contra de la evacuación fué, para sorpresa de nadie, la chica-gato llamada Lynn. No obstante su resistencia cesó por completo al saber que la niña sería llevada de inmediato a la nave de los humanos y que su vida dependía de ello.
—Teniente. —dijo Mac acercándose hacia las dos jóvenes. —Vamos a evacuar a los civiles hacia la Bramante. —dijo.
Tanto Ximena como Camila se incorporaron de inmediato. Las dos chicas se habían quitado su casco de vuelo y habían estado discutiendo entre ellas todo lo que había sucedido desde que aquella grúa las capturara.
—¿Cómo está su aeronave? —preguntó el Sargento. —¿En condiciones de vuelo?
—No lo sabemos. —respondió la Teniente Hernandez. —Las articulaciones de babor recibieron todo el peso de la grúa y hemos visto daños de deformación en el blindaje.
El hombre miró el robot que descansaba en posición sentada sobre la garra de la enorme pieza de maquinaria. —¿Pueden pasar a modo caza de forma segura? —preguntó.
—No lo sabremos hasta intentarlo. —respondió Camila. —Pero La Teniente dice que será mejor hacerlo en cero-g, para prevenir daños a la estructura.
—Comprendo. —respondió Mac. —Usaremos el túnel secundario que ustedes descubrieron para llegar al hangar… esa "Ruta de Ralph" o como se llame.
—Entendido. —respondió Ximena.
—¿Cómo llevaremos a los heridos? —preguntó Camila viendo al doctor Niccola poner a la niña enferma en una camilla junto a los soldados inconscientes. Había cinco hombres allí, tendidos en la hierba aún bajos los efectos de las drogas usadas por los Voldorianos; Habían podido desenganchar al pobre Miguel del Ex-Gear y lo habían bajado hasta la hierba con la ayuda de los niños y varias cuerdas vegetales.
Mac no tuvo que responder. En ese momento escucharon un claxxon y un transporte de tipo eléctrico de seis ruedas apareció por detrás del enorme tanque de almacenamiento. Era conducido por uno de los niños de no más de 13 años y a su lado en el asiento del copiloto se encontraba Roco, el técnico en demoliciones.
—Ese chico parece tener un Don con las máquinas. —observó Mac —No me extraña que haya podido usar esa cosa en contra de ustedes de forma tan eficiente. —dijo mirando al robot.
Ximena y Camila intercambiaron miradas en silencio por un instante justo cuando el vehículo se detuvo a su lado.
El transporte estaba diseñado para llevar solo a media docena de pasajeros y un pequeño espacio adicional de carga en la parte trasera. Mac ayudó a Roco a desmontar los asientos y crear un espacio amplio para acomodar a los cinco hombres que aún estaban bajo los efectos de las hierbas y venenos.
Una vez finalizados los preparativos tanto Camila como Ximena abordaron el VF-171 y tras revisar los sistemas una vez más, hicieron que el robot se pusiera de pie. Por los crujidos y sonidos que las articulaciones hacian al moverse, era evidente que aquella máquina había sufrido bastante castigo a manos de aquel niño aficionado a las máquinas, pero tras dar varios pasos y realizar algunos movimientos de prueba, Ximena dió el OK para iniciar la travesía.
Roco conducía el vehículo de transporte con el anciano sentado a su lado. En la parte de atrás viajaría Niccola cuidando a la niña enferma que había sido colocada en el centro de la improvisada ambulancia rodeada de los soldados inconscientes. El resto de los niños (8 en total) viajaban colgados en la parte trasera del vehículo.
Ximena hizo que el robot se inclinase y extendió la mano derecha hasta dejarla a la altura del piso. El Sargento Mac llamó a Fritz y le indicó la palma abierta del robot. —usted Profesor viene conmigo. —dijo.
Fritz miró la mano de metal con temor. —¿Ahí? —preguntó.
—Si quiere puede trotar detrás del transporte. —dijo suspirando. —Pero lo prefiero cerca mio; si, La Teniente Hernandez nos llevará así hasta el hangar principal.
Mac no esperó a oír las quejas del científico y tomando la pesada mochila del mismo la ubico en el centro de la enorme mano. Una vez que ambos hombres se hubiesen ubicado allí, Ximena movió el dedo pulgar ligeramente hacia dentro para que sus pasajeros pudieran sujetarse de algo.
—Agarrense bien. —dijo la Teniente Hernandez por la radio mientras Camila suprimia la risa al ver al pobre Fritz temblando como hoja a medida que el robot se incorporaba en toda su altura.
—Adelante. —dijo Mac. —Los minutos cuentan.
—¿Pero que-? —se sobresaltó de pronto Camila al examinar una de las cámaras de vigilancia. —¿Puedes creer esto? —exclamó indignada.
—¿Qué sucede? —preguntó alarmada Ximena.
—Mira a tus 9 arriba. —respondió Camila.
Sobre el hombro izquierdo del VF-171 estaba sentada la chica-gato Lynn. Como había llegado hasta allí, ninguna de las jóvenes podía decirlo con seguridad.
—Como un maldito gato. —dijo Ximena sonriendo.
El robot comenzó a caminar seguido de cerca por el transporte. Detrás del enorme tanque de almacenamiento vieron una escotilla que comunicaba con una rampa descendente y hacia allí se dirigieron a toda velocidad mientras dejaban atrás la selva y la enorme cubierta, ahora envuelta en completo silencio.
Descendieron hasta localizar el túnel principal que usaba el obrero gigante para recorrer la enorme nave y avanzaron con rapidez hacia la Proa de la Rainbow, sabiendo que no tenian de que preocuparse, salvo por los crujidos del metal retorcido de las articulaciones del caza.
—Al menos no tenemos que perder tiempo buscando a Ron. —dijo Mac usando la radio. —Es un alivio saber que pudieron reducirlo a tiempo y meterlo a la nave.
—¿Pudieron localizar al objetivo? —preguntó Camila.
—Afirmativo, Von Neumann recolectó varios fragmentos de esa cosa Zentradi. —respondió el Sargento. —Cuando los civiles estén seguros dentro de la Bramante volveremos a organizar otra incursión para finalizar el trabajo. —dijo mientras Fritz asentía.
—Deben quedar muchos fragmentos aún. —explicó el joven. —Solo hemos juntado los mas grandes. —dijo. De pronto notó que la extraña chica-gato que estaba sentada sobre el hombro del robot lo miraba con atención y apartó la mirada con rapidez.
Pronto llegaron al enorme puente que atravesaba el abismo bajo el cual estaba la estación de transferencia. Sin dejar de avanzar, cruzaron el abismo y se internaron en las cubiertas de proa, ya casi al alcance de la entrada del enorme hangar.
—Tengo conexión con la nave de transporte. —informó Camila al revisar el Datalink del caza. —Parece que han llegado nuevos paquetes de datos de la Bramante mientras estábamos dentro del laberinto y… oh. —exclamó.
—¿Qué sucede? —preguntó Ximena.
—Han activado el protocolo de Silencio Total. —dijo Camila con voz tensa. —Radiocomunicaciones y Emisiones.
—Mierda. —exclamó Mac. —Eso no me gusta nada.
Mientras Camila configuraba los sistemas del VF-171 para cesar todas las emisiones según las órdenes recibidas, Ximena corrió los últimos centenares metros del túnel y localizó la entrada al acceso subterráneo del hangar. El robot subió la rampa seguido del pequeño vehículo de transporte y salieron al enorme espacio iluminado por las poderosas luces del techo.
—Allí está el otro niño. —dijo Mac señalando una pequeña figura junto a la nave de transporte de tropas estacionada en el medio de la cubierta.
El pequeño Voldoriano llamado Nano casi se desmaya al ver el enorme robot que venía corriendo en su dirección. Rápidamente se ocultó detrás del tren de aterrizaje del transporte sin saber qué hacer. Pronto los gritos de sus compañeros que lo saludaban desde el vehículo que seguía de cerca al robot hicieron que perdiera el miedo y saliera de debajo de la nave.
—Déjanos aquí. —ordenó Mac.
Ximena hizo que el robot se agachara con cuidado y depositó a los dos hombres junto a la nave mientras el vehículo con los demás aparcaba frente a la rampa.
—Aprisa. —dijo el Sargento mientras abría el acceso al compartimiento de tropas. —Tenemos que llevar a esa niña a la Bramante lo antes posible.
Mientras decía eso la chica-gato descendió del robot con un par de acrobacias dignas de un artista de circo. Hasta Roco dió un silbido de admiración al ver las piruetas de la joven.
Rápidamente descargaron a los heridos del vehículo y los subieron por la rampa hasta la bodega del transporte. Era un alivio que no hubieran traído el vehículo de reconocimiento que generalmente era desplegado junto con las tropas y podía llevarse en la bodega de carga de la nave; tenían todo ese espacio disponible y lo aprovecharon al máximo. Dispusieron a los hombres inconscientes en el piso y los niños se sentaron en los asientos ubicados a cada lado asegurados a los mismos con los arneses de seguridad. La niña gravemente enferma fué colocada en una camilla especial y asegurada a un anclaje especial para transportar heridos de gravedad que contaba con su propia estación de monitoreo. Niccola miró con gravedad las lecturas del aparato, pero no dijo una sola palabra y procedió a arropar bien a la paciente para que estuviese protegida durante el traslado.
Mac y Fritz fueron los últimos en quedarse fuera y una vez que Roco hubiese apartado el vehículo con el que habian llegado, el Sargento dió la orden de salida.
—Todo listo, Teniente. —avisó Mac por el intercomunicador. —Esta será nuestra última comunicación por radio, allí afuera tendremos que usar las luces de navegación si queremos transmitir algún mensaje entre nosotros.
—Entendido. —respondió la joven. —Iremos directamente hacia el punto de reunión lo más rápido posible.
—Arriba, Profesor. —apremió el Sargento Mac haciendo un gesto con la mano.
Fritz asintió y subió por la rampa llevando su pesada mochila. Mac lo siguió de inmediato mientras la rampa se cerraba a sus espaldas. Miró a los niños sentados en los asientos y se preguntó si realmente estaba haciendo lo correcto. —Llegaremos pronto a nuestra Fragata. —dijo en cambio rascándose la parte de atrás de la cabeza.
Los niños lo miraron con miedo pero no respondieron y Mac se dirigió hacia el anciano. —Procure que no griten o hagan mucho ruido… tenemos que guardar silencio de ahora en más.
—¿Pasa algo malo? —preguntó el anciano preocupado.
—No lo creo… pero son las órdenes que me dieron. Intentaremos llegar lo más pronto posible. —prometió.
Fritz ya había ocupado su sitio en la cabina de la nave y miró al veterano soldado cuando entró al pequeño espacio. —¿No debería al menos vendarse esa herida en la cara? —preguntó mirando la sangre seca en el rostro del Sargento.
—Más tarde. —respondió Mac. —Ahora tenemos problemas más graves de que preocuparnos. —afirmó mientras desactivaba todos los enlaces de comunicaciones. —Tenemos que suprimir cualquier tipo de emisión de esta nave. —dijo apagando las luces de navegación.
Fritz se ajustó el arnés de su silla y apagó su Pad, así como las terminales de datos que tenía en una especie de pulsera sujeta a su muñeca.
Ximena hizo que el VF-171 en modo robot caminara por el hangar en dirección a la enorme compuerta de entrada. Cuando estaba a pocos metros de ella activó los propulsores principales y se elevó hasta la plataforma por encima de la entrada mientras esperaba la llegada del transporte. Mac despegó de inmediato y alineó la nave con las luces de la pista de rodaje mientras activaba el modo de despegue automático.
Las enormes compuertas comenzaron a abrirse en respuesta a las intenciones de la nave que había iniciado el proceso de salida y Ximena entró a la esclusa caminando en cuanto la abertura fué lo suficientemente ancha para dejarla pasar.
Camila miró preocupada los indicadores de estado del caza y los avisos del panel de advertencias. —¿Crees que estaremos bien? —preguntó.
—Lo sabremos pronto. —respondió la Teniente Hernandez.
La nave de transporte entró a la escotilla y voló por encima de ellos, deteniéndose unos metros antes de la compuerta que los separaba del espacio. Mientras las compuertas del lado del hangar comenzaban a cerrarse, hicieron una última comprobación de los sistemas.
—No te desarmes, preciosa. —dijo Ximena en cuanto el indicador de gravedad mostró que estaban fuera del campo artificial de la Colonia. —Cruza los dedos.
Camila cruzó los dedos en ambas manos mientras el caza pasaba a modo Gerwalk. Hubo un crujido y el robot pareció vacilar un poco, pero finalmente el fuselaje se dobló en las articulaciones y los brazos se plegaron dentro de la estructura. Con alivio comprobaron que hasta las alas se habían desplegado correctamente.
—Temía lo peor. —suspiró aliviada Ximena mientras las enormes puertas comenzaban a abrirse lentamente y el espacio lleno de estrellas aparecia frente a ellos.
Entonces vieron a los Zentradis.
