Si las puertas de la percepción quedaran depuradas,

todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito.

William Blake

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c2- Doors of Perception (Las Puertas de la Percepción)

Con cada parpadeo lento e intencional, Sakura esperaba que la visión frente a ella desapareciese. Los ojos le escocían, irritados con la insidiosa luz del sol de mediodía, mientras sus manos apartaban con impaciencia las lágrimas que distorsionaban las líneas de la realidad.

Sin embargo, a medida que sus ojos se reajustaban, las puertas de entrada de su amada Konoha no hacían sino volverse cada vez más nítidas, más reales, en un mundo que ella sabía, era la fantasía creada por una mente criminal.

'Vale, es una ilusión, no pierdas la calma…' se animó mentalmente mientras trataba de encontrar alguna explicación lógica al asunto. Horrores salidos del mismísimo infierno era lo que esperaba ver, no las conocidas formas de su hogar, tentándola con su familiaridad a entrar, a dejar atrás el rigor de la lucha y, simplemente, correr a casa.

Cuando las líneas y colores cobraron toda su nitidez una voz grave e incorpórea retumbó monótona dentro de su cabeza.

"Bienvenida a Tsukuyomi".

"¿Qué?" Sakura se volvió sobre sí misma alarmada, blandiendo de nuevo el kunai en contra de un enemigo invisible.

"Tus armas no sirven de nada en este lugar".

El tono condescendiente y aburrido de su captor la irritó terriblemente, más incluso que la verdad de sus palabras. Ella sabía que el kunai en su mano era más una forma de consuelo mental que una verdadera herramienta de defensa, pero Sakura no encontró en su ánimo justificarse.

"¿Qué quieres de mí, Uchiha Itachi?" escupió su nombre con desdén, girando de nuevo sobre sí misma, el kunai más apretado que antes en su puño.

"Tu tiempo".

"¿Qué significa eso?"

"En el mundo de Tsukuyomi, el espacio, tiempo y materia son controlados por mí". Su voz aterciopelada pronunciaba cada palabra con cuidado, casi con reverencia. "Setenta y dos horas en Tsukuyomi son tan sólo un segundo de tu vida, y ese tiempo, ahora, me pertenece".

Ante semejante declaración, Sakura no pudo más que abrir la boca, anonadada. Si él era capaz de hacer algo semejante, de atraparla en una técnica que tomaba un segundo en ejecutar pero que ella percibiría como tres días enteros en su mente, estaba realmente jodida. ¡Un segundo por Kami! Para cuando alguno de sus compañeros pudiera alcanzarla, ya todo habría terminado para ella.

Todo lo que había escuchado antes sobre él se quedaba corto, desde luego. Un poder semejante no era natural… ¡Realmente este hombre era un monstruo!

Paralizada por la magnitud de situación, su falta de respuesta dio pie a más explicaciones por parte de la incorpórea voz. "Usado para infligir dolor, tu espíritu no comprende que esto no es la realidad".

"¡No necesito lecciones sobre genjutsu!" replicó envalentonada, más para darse ánimos que por sentirse confiada verdaderamente. "Si lo que quieres es torturarme pues empieza de una vez. ¡Yo no voy a decirte nada!"

Largos segundos de silencio siguieron a su desafío, marcados sólo por el ritmo acelerado de su corazón martillando un agujero en su pecho. Un par de gotas de sudor resbalaban frías por sus sienes con una lentitud enloquecedora, dando cuenta de lo real que resultaban los más mínimos y mundanos detalles dentro de Tsukuyomi. Sola y asustada, Sakura tuvo entonces la absoluta certeza de que la muerte se escondía dentro de su propia mente. Preparada para lo peor, casi suspiró de alivio cuando lo que vino del infame asesino fue sólo una pregunta, aparentemente inofensiva.

"¿Sabes tú lo que es real, Haruno Sakura?"

"¡Sé bien quién eres tú y eso me basta!" gruñó de inmediato, tapando su confusión con pedantería.

"Muchos viven todos los días de su vida atrapados dentro de ilusiones a las que llaman realidad. Viven de acuerdo a lo que creen cierto, atados a lo que aceptan como verdadero. Su realidad bien puede ser un espejismo".

Sakura quería enseñarle la realidad de sus puños, si el muy cobarde no fuese más que una voz en su cabeza.

"Yo te enseñaré la realidad de tu mundo, de tu aldea, dentro de esta ilusión".

"¡¿Oh, en serio?!" una risotada burlona y muy poco femenina se le escapó de los nervios. ¿Quién rayos se creía este tipo para hablarle así? Como si ella fuese una novata que no podía distinguir entre un senbon y una aguja de tejer. "Pues no me interesa nada de lo que quieras enseñarme, Uchiha".

"No tienes más opción que jugar este juego conmigo, Sakura-san".

La joven kunoichi tragó con dificultad, haciendo un esfuerzo consciente por disimular el pánico creciendo en su interior ante una situación sin alternativas. Era tal y como él había dicho: ella no tenía otra salida que someterse a sus planes y esperar que, en contra de todas las probabilidades, su mente y su espíritu lograsen soportar las setenta y dos horas en el infierno que, sin duda, Uchiha Itachi era capaz de desatar.

"¡Tal vez no tenga opciones, pero no por eso me voy a rendir a tus manipulaciones!" El levísimo temblor en su voz fue lo único que traicionó algo de su incertidumbre. Haciéndose entonces muy consciente de su respiración agitada y de su pulso a mil por hora, la kunoichi comenzó a concentrarse, tratando de recuperar el control de sus emociones, mientras esperaba una respuesta que no llegaba.

"¿Me escuchaste, Uchiha?" inquirió al rato, dando otra vuelta más sobre sí misma. Nada en su entorno había cambiado. Estaba sola y la voz en su cabeza parecía haberse detenido sin explicación.

'¿Qué se supone que debo hacer ahora?' pensó desconcertada, bajando por fin el kunai en su puño.

Tomando una bocanada profunda, Sakura repasó sus posibilidades. En principio, tenía que conservar la calma si quería sobrevivir. Su mente era testaruda e irreverente, nada fácil de doblegar, pero su mal carácter y su sensibilidad la hacían muy vulnerable en una batalla de voluntades. En cualquier caso, tenía que controlarse y no dejarse caer en la desesperación, por mucho que la situación pareciese imposible.

Volviendo sus ojos hacia la entrada de su hogar, la kunoichi entendió la silenciosa invitación que estaba recibiendo. 'Yo te enseñaré la realidad de tu mundo, de tu aldea, dentro de esta ilusión'. Sea lo que sea que el terrible asesino estaba preparando para ella, tendría que entrar a Konoha para averiguarlo.

Muchas cosas podían pasar en tres días, y ninguna lucía muy prometedora de momento.

Armándose de valor, la kunoichi comenzó a avanzar hacia la entrada, su puño apretado con renovada fuerza alrededor del desgastado kunai. Sin mucho éxito trataba de disipar con cada exhalación las ideas funestas que su mente conjuraba en contra de su voluntad. Imágenes horrorosas de sus compatriotas y seres queridos muertos y mutilados en un baño de sangre y entrañas, aparecían sin descanso una tras otra en anticipación a lo que tendría que enfrentar al entrar. Era estúpido, pero se estaba torturando a sí misma antes de que su infame captor siquiera empezase a hacerlo. Desde luego que, si el Tsukuyomi no la mataba, su superactiva imaginación lo iba a hacer por ella.

Entonces, la primera de una serie de cosas inesperadas sucedió. A pesar de sus elucubraciones más fatalistas, tan pronto cruzó las puertas de entrada se sintió en casa, tan bienvenida y segura como siempre; la familiaridad y el alivio que pincharon su corazón fueron innegables.

Luego de un primer vistazo, todo parecía estar en su lugar, una réplica perfecta de su amada Konoha. Los sentimientos cotidianos que experimentaba eran una prueba más del increíble poder de la ilusión en la que estaba, manifiesta en todas sus reacciones, las cuales obedecían a estímulos absolutamente reales para su mente. Sin embargo, no tardó mucho en notar que, bajo esa primera impresión de familiaridad, se escondían sutiles diferencias, como si alguien hubiese cometido pequeños errores a propósito en la copia, y que sólo podrían ser notados por un verdadero residente.

Eran cosas realmente pequeñas, como los dos shinobi que montaban guardia en la puerta, y que ella nunca antes había visto. Ambos vestían unos chalecos jounin con un corte algo diferente al cuello. O como el color del pequeño edificio de dos plantas a la derecha, de un azul mucho más intenso del que ella recordaba, como si estuviera recién pintado. Y alguien había reparado el desgastado empedrado de la calle principal; hasta el desnivel y la grieta de la esquina que ella estaba tan acostumbrada a saltar habían desaparecido.

Así, todo era igual pero diferente. Más brillante. Más nuevo. Y a pesar de ello, Sakura sabía, sin lugar a dudas, que este era su hogar.

Luego estaban las gentes. A medida que se internaba en la aldea, tomando el camino usual hacia el centro de la ciudad, la actividad de los habitantes transcurría con aparente normalidad; shinobis y civiles pasaban a su alrededor alternativamente, cada quien ocupado en sus propios asuntos. Sakura buscó ansiosa un rostro conocido entre la multitud, pero no reconoció a nadie, lo cual resultaba muy extraño considerando que su posición y trabajo la obligaban a entrar en contacto de forma regular con muchos de los residentes. Lo más desconcertante de todo era ver muchas caras familiares, pero no poder identificar a nadie por nombre, casi como si los hubiese olvidado a todos. Eso la dejaba sintiéndose francamente insegura respecto a si la familiaridad que percibía era sólo una impresión generada por su propio deseo de ver a alguien conocido, o parte de la maldita ilusión.

Pero eso no era lo peor, sin duda. Porque más terrible que estar en casa rodeada de desconocidos, era el hecho de ver como todos a su alrededor parecían estar ignorándola, apartándose de su camino, desconociendo sus palabras, actuando como si ella, simplemente, no estuviera allí. Incluso la señora a la que trató de saludar sólo porque le recordaba a la recepcionista del hospital con veinte años menos, la esquivó rápidamente sin siquiera mirarla.

La situación era francamente ridícula y comenzaba a atacarle los nervios. Era casi como ser invisible. Como si el mundo pudiese continuar funcionando sin ella en él.

¿Y por qué rayos nadie parecía capaz de mirarla directamente a los ojos?

Estaba en casa y no tenía a donde ir, ni con quien hablar y…

'¡No, no estás en casa, estás en una ilusión, con un demonio!'

Sakura se detuvo abruptamente, retrocediendo unos pasos y recostando su espalda contra la pared del edificio más cercano, temiendo que sus rodillas no resistirían el peso de su cuerpo por mucho tiempo más. Entonces cerró los ojos y comenzó a golpear la parte de atrás de su cabeza contra el muro repetidas veces, esperando que el sentido común se pudiese imbuir a golpes, al menos. ¡Diez minutos en Tsukuyomi y ya estaba perdiendo el juicio! Confundiendo la realidad con la ilusión en medio de un ataque de estúpida nostalgia e inseguridad infantil.

¿A quién quería engañar? La verdad era que estaba muy asustada y cada paso que daba era un paso más hacia la ansiedad de lo desconocido. El hecho de estar rodeada de cosas familiares en una situación tan desesperada era su propio infierno particular, y algo le decía, que el maldito Uchiha lo había planeado así a propósito.

La kunoichi apretó los dientes enseguida. Uchiha Itachi estaba tratando de confundirla, debilitarla y manipularla para sus propios fines y sólo en mantener la calma y la cordura se encontraba su única posibilidad de sobrevivir. Unos golpes más contra el muro y un par de maldiciones después, Sakura sintió que recuperó algo de control sobre su propia ansiedad.

Justo cuando comenzaba a sentirse mejor, la vio. Una mujer pasó delante de ella por la otra acera, con un niño pequeño en brazos y fue como si el mundo a su alrededor se detuviese por unos segundos para enfocarse solamente en aquella desconocida.

Era casi como ver una postal en movimiento. Los cálidos verdes y azules que pintaban la ciudad contrastaban bellamente con la elegante palidez de los que eran, evidentemente, madre e hijo dando un paseo por la aldea. Sus movimientos naturales, sus sonrisas alegres, irradiaban amor y una calidez que renovaron la nostalgia de la kunoichi por su propia familia de inmediato. Los cabellos negro azabache y la belleza etérea de ambos tenían un magnetismo especial que resultaba casi imposible de resistir.

Un magnetismo que Sakura conocía muy bien, habiendo sido víctima de sus estragos desde los doce años de edad.

La kunichi parpadeó varias veces tratando de romper el trance, pero sus pies estaban ya en movimiento, cruzando la calle para seguir a aquellos dos extraños que, sin duda alguna, eran parte del desaparecido Clan Uchiha.

"¡Imposible!" murmuró para sí misma. "Todos los Uchiha están muertos… bueno, lo están en el mundo real, claro". Enmendó al final, recordando que Itachi podía mostrarle lo que quisiera dentro de la ilusión, y esto era algo que él quería enseñarle, de eso al menos estaba segura. Acelerando su marcha se acercó cada vez más a la pareja, escuchando la voz melodiosa de la mujer y las risas divertidas del pequeño. Al igual que el resto de la ciudad ellos también parecían ignorar su presencia, por lo que pronto abandonó toda pretensión de sigilo, siguiéndoles con total descaro.

Cuando les dio alcance, Sakura por fin pudo ver de cerca el rostro del pequeño y casi se fue de bruces de la impresión.

¡No había duda! Ese perfil, esos ojos… el cabello desordenado e imposiblemente rebelde en la nuca… aun si aquella sonrisa en sus labios le resultaba tan ajena respecto a los recuerdos que tenía de él…

Ese niño de tres años, balanceándose divertido en los brazos de su madre, era Uchiha Sasuke.

Sakura sintió que las entrañas se le volvieron de piedra, una mezcla de compasión y rabia ahogándola sin remedio. ¿Por qué estaba viendo esto? Muchas veces se había preguntado qué clase de niño había sido Sasuke, y si al menos su infancia había sido más feliz que los años en los que compartieron juntos en la academia y como compañeros de equipo.

Pero verlo ahora, riendo risueño en los brazos amorosos de su madre, sabiendo que luego se perdería tal vez para siempre en el odio de una venganza inútil, era demasiado para ella.

¿Qué clase de sádico era Itachi para mostrarle todo esto, cuando él era responsable de…?

Entonces todo encajó de golpe en su mente. Las pequeñas diferencias en la aldea, las renovaciones sutiles, la impresión de familiaridad en un mar de gentes desconocidas…

¡Realmente se encontraba en Konoha, pero en la Konoha de Uchiha Itachi, tal y como era unos trece años atrás! Antes de la masacre. Antes de que el mundo del pequeño niño delante de ella se volviese una auténtica pesadilla a manos de su propio hermano.

Confundida a más no poder por sus emociones en conflicto y perdida en sus pensamientos, la kunoichi se sobresaltó de nuevo al darse cuenta de que su andar les había llevado a entrar por las puertas del infame Complejo Uchiha.

Este era un lugar que, en su tiempo, estaba prácticamente abandonado, y que ella sólo había visto desde fuera. Los altos muros que le rodeaban y el imponente arco de entrada los había memorizado durante las miles de veces en que se empeñaba en acompañar a un renuente Sasuke bajo cualquier pretexto, después de los entrenamientos. También les solía acompañar Naruto –para su mayor fastidio en aquel entonces– obligando a la kunoichi a repartirse entre regaños para uno y suspiros para el otro.

Ahora que estaba dentro, su confusión fue cediendo ante una irrefrenable curiosidad que anuló toda determinación previa de no caer en el juego de Itachi. ¡Tenía que saber! ¡Tenía que ver con sus propios ojos lo que muchas veces había imaginado en sus desvelos! El lugar era enorme y ciertamente hacía honor a su fama. Casas y comercios construidos y decorados al estilo tradicional japonés flanqueaban la calle central, el símbolo del abanico rojo y blanco prominente en todas partes, señal de orgullo por el legado del famoso Clan. La impresión que daban sus calles y sus gentes era de rigor y orden, pero también de cuidado y respeto por el pasado. Era un contraste increíble con el resto de la aldea, bulliciosa e impredecible, que desafiaba la rutina en cada esquina.

Pero lo más impresionante para Sakura era ver que el lugar estaba realmente vivo, lleno de la actividad cotidiana de sus gentes. Niños corriendo por las calles, personas trabajando, charlando, sonriendo. Nada más alejado de la deprimente tumba en la que se había convertido luego, ocasionando que todos los habitantes de Konoha, excepto uno, evitasen el lugar a toda costa. Entonces, la kunoichi no pudo sino preguntarse con remordimiento, si estos eran los fantasmas que veía Sasuke todos los días mientras vivió allí, completamente sólo y aislado del resto de la aldea.

No podía culparlo por haberse marchado de ser así.

Doblando por una calle secundaria, pronto llegaron a lo que era, sin duda, la casa del líder del Clan, descendiente directo de los padres fundadores de la aldea. Solemne y elegante, con muros de piedra pulida y banderas blancas y rojas en la amplia entrada, el lugar era una perfecta representación del rol que cumplía la principal familia del Clan y su importancia en la política interna de la aldea. Allí, las puertas dobles de madera tallada con el perenne símbolo Uchiha se deslizaron de golpe antes de que la mujer llegase a ellas, y Sakura recibió con ello otro susto que la paralizó en el sitio, el kunai hasta entonces en su mano, cayendo al suelo con un golpe sordo.

Saliendo a recibirles, un niño de no más de ocho años hizo una breve reverencia, solemne pero evidentemente afectuosa.

"Bienvenida a casa, Okaa-san".

Enseguida el pequeño Sasuke se lanzó con temeridad fuera de los brazos de su madre y, tambaleándose graciosamente sobre sus piernitas, corrió sin reparo hacia su hermano mayor.

"¡Ta-chiii!" balbuceó, al tiempo que le abrazaba torpemente.

"Ah, Itachi, ¡qué bueno que ya estás en casa!" Contestó la mujer evidentemente complacida. "¿Puedes encargarte de tu hermano mientras preparo la comida?"

Asintiendo por toda respuesta, el niño se ocupó enseguida de su hermanito tratando de controlar su frenética energía y el balbuceo incesante acerca de lo que iban a jugar juntos durante toda la tarde. La sonrisa de Sasuke era contagiosa y no tardó en reflejarse en el rostro de su hermano, si bien la respuesta era mucho más estoica y comedida, no era por ello menos sincera.

Siguiendo a su madre al interior de la casa con la mano de su hermanito firmemente sujetada en la suya, el mayor de los Uchiha se detuvo por un momento en el umbral, volviéndose para cerrar la puerta.

Entonces, por primera vez desde que empezó la ilusión, alguien miró a Sakura directamente a los ojos.

Un par de segundos después, Itachi continuó su camino, dejando la puerta abierta tras de sí.

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NDA: Creo que al planear esta historia no estaba realmente consciente de lo que me iba a costar escribir el bromance…

"¡Ta-chiii!" balbuceó al tiempo que le abrazaba torpemente.

Kill me nao! ;_;