Un día más amanecía en la siempre nublada Londres, la alarma de la cafetera sonaba en la cocina del pequeño departamento en el barrio de Barking que arrendaba una americana joven de 20 años originaria de Hillwood City, Washington.
Mientras salía de su habitación envuelta en su bata de baño rosa y secando su cabello maldecía mentalmente al clima por las bajas temperaturas que el invierno traía consigo a la capital británica.
Tomando la cafetera se sirvió una taza mirando distraídamente el reloj sobre la cocina. Ese era su primer día de vacaciones de invierno en la escuela por lo que se había despertado temprano por pura costumbre ya que no tenía realmente nada que hacer hasta las 10 de la noche que debía ir al aeropuerto.
Llevándose consigo la taza con la bebida caliente endulzada como a ella le gustaba se sentó en el asiento acojinado de la ventana, una de las razones por las que se había decantado por ese departamento en particular, y al mirar por el cristal notó la espesa niebla que abrazaba esa mañana a la ciudad limitando la usual vista de la que gozaba esa ubicación estratégica del barrio.
Suspirando y viendo cómo el vaho que salía de su nariz y boca empañaba un poco la ventana llevó la taza a su boca y dio un pequeño sorbo a la bebida, sintiendo cómo le quemaba lengua y garganta mientras la bebía.
-¡Criminal! Esto quema- espetó a nadie en particular frunciendo el ceño y escuchando el eco que su exclamación provocó en la soledad de la habitación, recordándole que ahora vivía sola y llenándola de un sentimiento de nostalgia que casi la heló más que el clima londinense.
Recordó cómo había planeado vivir con su mejor amiga Phoebe Heyerdahl durante sus años universitarios, habían hablado de ello los 3 años de bachillerato, habían escogido universidades en las mismas ciudades y visitado opciones de vivienda en línea emocionadas por la idea de compartir la experiencia de la independencia juntas.
Suspiró, la vida daba tantas vueltas y los planes terminan siendo sólo eso… planes.
Phoebe había sido aceptada, entre muchas otras universidades, en Harvard en Cambridge, Massachusetts, y ella le había pedido que rechazara su ingreso y viniera con ella a Londres. Qué egoísta había sido su primera reacción, ahora entendía que debió haber mostrado más apoyo a quien había cuidado tantos años de ella, y aquel arrebato le había costado su amistad con la oriental después de la discusión tan desagradable que habían tenido en la que se habían reprochado y echado en cara tantas cosas que guardaron todos esos años de amistad desde la infancia, muchas cosas no las recordaba y otras resonaban cada vez más fuerte en su mente.
Había tantas cosas que debió hacer distinto en esa época de su vida, y ahora, en su segundo año universitario, de nada le servía arrepentirse porque continuaba estando sola.
Sumida en esos pensamientos fue interrumpida por el tono de llamada de su celular, rodando los ojos imaginando que era su hermana mayor checando por enésima vez que ya tuviera todo listo para su viaje a casa y no se hubiera arrepentido, se levantó para tomarlo junto a su cafetera, pero se sorprendió al ver el nombre en la pantalla y se apresuró a tomar la llamada.
-Espero que no me estés marcando para sacarte de la cárcel… de nuevo- dijo en cuanto respondió la llamada.
-Muy graciosa Pataki, te recuerdo que eso fue sólo una vez hace casi un año y un completo malentendido de parte de los malditos ingleses de mierda- refunfuñó del otro lado de la línea una varonil y grave voz.
-Lenguaje, zopenco. Sólo digo que no esperes que lo vuelva a hacer… aún me debes la fianza- sin darse cuenta, el semblante de amargura que había tenido a causa de sus recuerdos, se había desvanecido al escucharle y ahora una pequeña sonrisa lo reemplazaba.
-Sí, sí. Me la has cobrado cada día desde entonces, ya te dije que no te la pagaré, más veces he tenido yo que sacarte de problemas a ti… pero no te llamo para que seas mi fantasma de las navidades pasadas- respondió con humor su interlocutor.
-Entonces a qué debo esta repentina llamada. Creí que a esta hora estarías aterrizando en Hillwood- la joven de cabellera rubia dio otro sorbo distraído a su café, volviendo a quemarse con él y maldiciendo en voz alta.
-No me digas… te quemaste con el café ¿Cuántas veces te he dicho que esperes a que entibie? Eres demasiado impaciente- había diversión en la voz al otro lado de la línea –En fin, llamaba precisamente por eso, me quedé en casa de… de alguien más y no he alcanzado mi vuelo, entonces estaba pensando en comprar un lugar en el tuyo para viajar juntos… sólo dame el número de tu asiento para poder ver si hay disponible alguno cercano-.
-¿Has perdido tu vuelo? Justo cuando creo que ya nada en ti puede sorprenderme…- se burló de él la chica, obteniendo un gruñido de protesta como respuesta –Déjame buscar mi boleto, pero ni se te ocurra sentarte conmigo, sabes lo incómodo que me resulta viajar con alguien a lado- la joven caminó a su recámara y justo sobre su cama estaba su maleta terminada y sobre ella su pase de abordar.
-Sí, sí. Lo que digas, Pataki. Sólo quiero ubicarme cerca, tampoco es que esté dispuesto a escuchar tus ronquidos toda la noche… es por eso que no te he pedido que seamos pareja, no dejarías dormir- se quejó la voz al teléfono.
-No me pides que seamos pareja porque sabes que mi respuesta sería un reencuentro con la vieja Betsy y los cinco vengadores… ¡y yo no ronco!- fijándose en su número de asiento, la chica se lo dictó a su compañero.
-Gracias Pataki, oye… ¿Te apetece que pase a buscarte y almorcemos juntos? Sé que por las mañanas sólo toleras un par de tazas de café pero conocí un nuevo lugar en la 57 East Street, va a encantarte- la joven se sintió contagiada del ánimo de su compañero, normalmente se negaría, ya había pensado quedarse todo el día en casa a rumiar por tener que volver a una ciudad que le causaba tantas emociones encontradas para satisfacer un capricho de su hermana mayor… pero la idea de conocer un nuevo lugar se le antojaba más atrayente que sus previos planes.
Además, los planes eran sólo eso… planes.
-Está bien, pero tú pagas- respondió la rubia.
-Como siempre- se quejó el chico con una sonrisa clara en su voz.
-Como siempre- respondió en un tono de obviedad, ninguno soportó más y soltaron un par de risas.
-Entonces termino la fila para comprar mi boleto, y voy por ti, llegaría como a las once así que debe ser suficiente tiempo para que leas algo y le bajes tres rayitas a tu mal humor habitual- terminando la llamada, la rubia soltó un suspiro de nostalgia. Si pudiera llamar a su yo de hace cinco años y le dijera que terminaría siendo buena amiga de Gerald Martin Johanssen, pagaría por ver la reacción que tendría esa Helga de 15 años.
La suma de las circunstancias había llevado a ambos a entablar una relación cordial que terminó por desarrollar una buena amistad entre ellos. Después de todo no podían seguir dividiendo de esa forma a Phoebe, obligándola continuamente a elegir entre su novio y su mejor amiga de toda la vida.
Y era casi una ironía que ambos hubieran sido aceptados en la London Metropolitan University, Gerald en el programa de Periodismo en la facultad de Comunicaciones y ella en el programa de Lengua y Literatura inglesa en la facultad de Filología, Idiomas y Literatura.
Eran los únicos del grupo de amigos de la infancia que habían salido del país para estudiar sus carreras universitarias, y aunque Gerald viajaba en cada periodo vacacional para visitar a su familia, amigos y a Phoebe, sería la primera vez que Helga pisaría suelo americano desde que partió para matricularse en la universidad.
Pensar en ello le hizo recordar su infancia jugando en el campo Gerald con toda la pandilla. Habían sido buenos tiempos, tiempos felices y ella no lo sabía. Quizás era mejor así, quizás si hubiera sabido lo que viviría en los años posteriores no lo habría disfrutado igual.
Una foto en su buró le provocó que su estómago le brincara, dos rubios, una niña y un niño ambos de 12 años de edad le regresaban la mirada con un brillo alegre en sus azules ojos. Abrazados, con grandes sonrisas, creyéndose los dueños del mundo. Se apresuró a tomar el retrato entre sus manos y sentarse en la cama, su taza de café olvidada en la cocina se enfriaba mientras la chica sentía que ella ardía con el recuerdo del chico cabeza de balón de la fotografía.
Abrió el marco para retirar delicadamente la foto, detrás había un mensaje escrito con tinta azul…
"Recuerda que nunca estarás sola, siempre me tendrás a tu lado"
Leerlo, aunque seguramente era por enésima vez, le llenó de lágrimas esperando por ser derramadas. Arnold Shortman había sido la estrella alrededor de la cual todo su sistema solar había orbitado durante toda su vida. El joven cabeza de balón había abandonado Hillwood a los 12 años para vivir en San Lorenzo, Guatemala por un nuevo proyecto de sus aventureros padres, esa era la última foto que se tomaron juntos, el último día que se vieron frente a frente sin un monitor y varios kilómetros de por medio. Mantener el contacto a través de los años había resultado complicado pero se las apañaron, la rubia había bebido esos momentos como una pobre alma que vagabunda en el desierto se encontraba con un oasis.
Respiró profundamente para intentar que las lágrimas no rodaran por sus mejillas. Había llorado tanto por ese chico que tenía que obligarse a sí misma a no hacerlo más. ¿De qué servía de todas formas? Durante su segundo año de bachillerato, a sus 17 años, luego de un par de meses sin llamadas entre ellos ni mensajes, Arnold la había contactado. Quería la oportunidad de hacer una videollamada. Helga había estado extasiada, se sentía en la novena nube, pero quien vuela así de alto, sufre más por la caída.
La intención del rubio había sido contarle de su nueva novia.
Esa fue la última vez que supo del rubio, había salido corriendo de su casa luego de cortar esa llamada, ni siquiera notó que afuera llovía, nada le importaba, tenía el corazón roto y la perspectiva de enfermarse ni siquiera cruzó por su cabeza. Sin darse cuenta había llegado a la casa de los Heyerdahl y tocó el timbre desesperadamente. No se fijó quien abrió la puerta antes de lanzarse a sus brazos sorprendiendo a un moreno que no pudo evitar recibirla de buena gana al notar el llanto desgarrador que no la dejaba hablar.
Cuando se calmó un poco, Phoebe le había preparado un té y los novios se sentaron al sillón con ella en medio esperando pacientemente a que explicara su actuar. Había sido la noche más larga de su vida, pero Phoebe y Gerald la acompañaron, escucharon y consolaron.
Entendió duramente que había perdido su infancia, pubertad y adolescencia sumergida en una ilusión unilateral. Para Arnold los besos inocentes compartidos durante sus últimos años en primaria no habían sido otra cosa que un lindo recuerdo mientras que para Helga seguían siendo su presente y muchos años creyó fervientemente que serían su futuro.
Dejando de lado la foto que conservaba para encontrar inspiración en sus ratos libres y escribir un poco, se obligó a levantarse y estirarse un poco, deshaciéndose de esa aura melancólica que la había acompañado toda la mañana.
-Cuánta razón tiene Brian, a los escritores nos gusta sufrir- al pensar en su mejor amigo, algo cálido le llenó el pecho. Otra inesperada sorpresa en su vida había sido precisamente el leal Brainny… quién diría que terminaría queriendo tanto a ese chico raro que se aparecía en momentos inoportunos de la nada y le respiraba en la nuca… pero había sido otro pilar en su vida adolescente sin el cual se habría derrumbado luego de la desilusión que vivió con su rubio tormento. Tomó su teléfono de nuevo y abrió la aplicación de Messenger, entre sus últimas conversaciones figuraban Brian, su hermana y Gerald, no había hecho amigos Londres, cuando salía era con el grupo de amigos del segundo hijo del matrimonio Johanssen y no había hablado mucho con sus compañeros de clases. Abrió la burbuja de conversación de Brian y le mandó un sticker de un perrito estirándose. Casi de inmediato recibió otro sticker de un Gato que se acicalaba. Helga se rió, ese sticker era nuevo. Lo añadió a sus favoritos y entonces recibió un mensaje de Brian.
"Gerald no perdió su vuelo. Sólo no quería que viajaras sola"
La habilidad de Brian para intuir lo que sucedía era sorprendente, la rubia continuaba asombrándose cada vez que el castaño de lentes respondía justo la pregunta que iba a formular o le decía algo que no sabía que quería saber hasta que él se lo decía.
Sonrió enternecida. Ya sospechaba que todo había sido un show, Gerald no perdería así un vuelo y además no podría pasar a las once por ella si en verdad estuviera en el aeropuerto cuando le llamó. Pero la confirmación de Brian sólo terminaba por aclarar dos cosas, la primera que era tan abiertamente patética que el moreno había notado lo difícil que volver a su ciudad natal era para ella y la segunda que tenía un par de excelentes amigos, mejores de lo que cualquiera pudiera desear.
"Anotado. ¿Pasarás por nosotros?" – Respondió el mensaje de Brian.
"Claro que sí. ¿Pijamada?" – Tardó un par de segundos en llegar la continuación de la conversación.
"Sólo si incluye hacer smoores" – la rubia sonrió al pensar en su golosina favorita.
Después de un minuto, Brian mandó otro sticker de un gato enseñando el pulgar en señal de aprobación. Lo que le sacó una risita.
De mejor humor, abrió su clóset para elegir la ropa que usaría en su almuerzo improvisado. Un par de jeans, unas botas negras, y un maxi suéter negro. Su bufanda, gorro y guantes eran rosa pálido y su abrigo era también negro.
No quedaba de otra que continuar su vida… A veces, al crecer se perdían amigos, pero también se ganaban y ella no podía decir que estaba sola. Cierto que el mensaje que Arnold Shortman le escribió a sus 12 años resultaron palabras vacías, pero la primera mitad era muy cierta…
"Recuerda que nunca estarás sola"
Ya era suficiente de auto compadecerse, la Gran Helga G. Pataki no iba a ir por la vida dando lástima. Y con esa idea en mente, empezó a arreglarse para su almuerzo con Gerald…
