Capítulo tres

La gente del Capitolio estaba loca de remate. No había habido más que gritos y algún que otro desmayo a su paso y el de otros tributos, como Katniss había podido ver después en la televisión. La emoción de aquellas personas le horrorizaba, porque mostraba lo desconectados que estaban del resto del mundo. Lo que era aún peor era que ahora les pertenecían. No eran más que un mero entretenimiento para ellos, algo que celebrar y un pasatiempo en el que gastar sus fortunas, patrocinios de los que dependían totalmente. Haymitch se ocupó de recordárselo, pidiéndole entre dientes a ambos que sonrieran mientras llegaban a sus apartamentos en el Centro de Entrenamiento.

Como bien les había indicado, lo primero era dejarlos preparados para las cámaras. Los estilistas que atendieron a Katniss no parecían del todo malas personas, al final solo hacían su trabajo, pero eran igual de estrafalarios que todo el mundo que había visto en el Capitolio. Había pensado que solo la maquillarían y peinarían pero, como si eso no fuera poco, la depilaron de arriba a abajo y de una manera bastante salvaje. Tenía tan poco pelo en todas partes que parecía una niña de nuevo. Por otro lado, su diseñador, Cinna, le había causado una buena impresión. Era joven, nuevo en el trabajo y más humano que los estilistas, sin ningún retoque estético. Temía que la desnudaran, la expusieran o la cubrieran de carbón junto a Alder para la ceremonia de apertura. Sin embargo, los diseños de Cinna fueron bonitos y al probarse el traje negro de cuero que había preparado, eso la hizo sentirse poderosa. Hasta Alder parecía más esbelto a su lado y el fuego falso que les rodeó les dio una fuerza que hizo que hasta la gente coreara sus nombres. Fue una sensación extraña: Katniss no quería ser parte de aquel espectáculo tan grotesco, pero era mejor que se fijaran en ellos a que les parecieran ridículos y débiles, como pasaba todos los años con los tributos del 12.

—Me ha pasado todo el día intentado conseguiros patrocinadores —habló de repente Effie en el ascensor, haciendo que la mente de Katniss dejara de divagar—. No he podido desvelar mucho, porque Haymitch no me ha contado cuál es su plan. De todas maneras, he estado explicando cuánto habéis luchado en vuestro distrito para superar los obstáculos y cómo Katniss se ha sacrificado por su hermana.

Katniss no quiso pensar en Prim, así que lo ignoró. Se apostaba cualquier cosa a que Haymitch no tenía ninguna estrategia. Hubiera preferido que Michael Elwood estuviera allí. Aunque sus consejos hubieran sido tan inútiles como los de Haymitch este año o los años anteriores, al menos habría tenido más tacto. Parecía un hombre amable, e incluso compraba comida para la gente de la Veta todos los años desde que había ganado.

Cuando llegaron a su planta y vio a su mentor esperándolos en el sofá, a Katniss le entraron ganas de zarandearlo. ¿A qué esperaba para darles un consejo que sirviera para algo? ¿Qué tenían que hacer para conseguir patrocinadores? ¿Cómo tenían que enfrentarse a los tributos profesionales? ¿Acaso podían hacerlo?

—¿De quién fue la idea de cogeros de la mano?—les preguntó nada más llegar, con una sonrisa ladeada. Katniss no sabía si era bueno que pareciera tan animado. —Ha tenido el toque justo de rebeldía, sin pasarse. Muy adecuado. ¿Habéis visto a los demás?

Alder negó con la cabeza y se sentó a su derecha, después Katniss lo imitó. En la repetición de la presentación las otras parejas casi ni se habían mirado, como si ya estuvieran a punto de matarse. Tal vez por eso habían destacado tanto.

—Cinna nos lo pidió —explicó Alder, antes de rascarse la cara con incomodidad—. Pero es que yo...estaba nervioso.

Así seguro que no se habría notado, pensó Katniss. Ella también lo había estado, pero había aprendido a ocultar sus sentimientos hacía tiempo, muchas veces para no preocupar a su hermana. Su padre, sin embargo, decía que los que la conocían de verdad, la consideraban un libro abierto. Katniss siguió mirando a los demás tributos. También había otros vencedores, otros mentores, como Finnick Odair. Todavía parecía irreal haberle visto en persona brevemente, aunque hubiera sido a lo lejos. Como al presidente Snow, tan serio en su balcón. Él no le había impresionado tanto, sino que le cabreaba infinitamente. Solo era un hombre, unn viejo perverso y despreciable.

—Mañana por la mañana es la primera sesión de entrenamiento. Nos veremos en el desayuno y charlaremos sobre vuestro comportamiento —anunció Haymitch.

—Pero...—intentó detenerle Katniss.

Ese hombre no tenía remedio. Decidió que era mejor no volver a montar una escena, además necesitaba dormir bien para entrenar como era debido al día siguiente. Por una noche, se comportó. El gimnasio del centro de entrenamiento era igual de lujoso que todo el complejo, con expertos en diferentes habilidades que les ayudarían, zonas con instruciones de uso, tácticas de supervivencia, de lucha...También les explicaron que pelearse estaba prohibido, ya tendrían tiempo de matarse. Mientras que la supervisora les explicaba las reglas, Katniss no puedo evitar observar a los otros tributos de reojo. En el desfile casi no habían tenido tiempo. El estómago le dio una vuelta. Los profesionales eran mucho más altos y fuertes que ella, incluso las chicas, y a la mayoría no les daba miedo mirarse de forma altiva, como si estuviera claro que eran las ganadores. La otra mitad de los tributos eran apenas niños y estaban igual de delgados que ella. Ni siquiera los uniformes comunes que les habían hecho ponerse les igualaba de alguna manera.

—¿Hacemos unas trampas? —le preguntó a Alder cuando les dejaron libres. El chico no había abierto la boca en toda la mañana.

—No sé cómo se hacen —murmuró, sin mirarle a los ojos.

—Pero sabes serrar, ¿verdad? —insistió, deteniendose frente a él—. Pulir y esas cosas. ¿Ayudas a tus padres con los zapatos?

—Sí.

—Entonces no te parecerá tan difícil. Venga, yo te enseño.

Como no había nadie en ese puesto ni alrededor de ellos, Katniss pudo explicar lo mejor que supo lo que su propio padre le había enseñado. No sabía si era muy buena maestra, pero al final Alder consiguió hacer una trampa sin pillarse los dedos, y eso ya era un logro. Ya casi habían terminado cuando notó que alguien les observaba unos pasos por delante. Al elevar la mirada se dio cuenta de que era la chica del 4.

—¿Cómo se llama? —preguntó en un murmullo a Alder.

Él miró un poco y volvió a su trampa con discreción.

—Creo que era Estee.

Katniss no volvió a mirarla hasta que estuvo frente a ellos. ¿Qué querría? Esperaba que no buscara problemas tan pronto.

—No está mal —comentó, sin saludar—. ¿Os interesa crear anzuelos? ¿Una red?

Por suerte, Alder asintió antes de que ella reaccionara. ¿Por qué hablaba con ellos? A juzgar por su postura incómoda, tenía los brazos cruzados y el gesto igual de serio que en la tele, juraría que no sabía qué hacer consigo misma. La siguió junto a Alder sin quitarle el ojo de encima.

—¿Por qué no estás con tu compañero?

La chica rubia no pareció reaccionar mal a su pregunta tan directa.

—Porque no va a hacer nada —contestó con una mueca torcida—. Robin está en contra de la violencia.

Katniss aguantó las ganas de reírse, ¿acaso a ella parecía gustarle el asesinato? No sabía en qué esquina estaría escondido, pero se lo imaginaba resignado a morir. Era cruel. Era injusto sacrificar a tantos niños cada año por algo que había sucedido hacia 74 años pero así los poderosos se mantenían donde estaban: a mano de represión. Cada minuto que pasaba allí se sentía un poco más como Gale. Nunca había creído que su ira sirviera para nada, porque lamentarse y quejarse no iba cambiar la pobreza en la que vivían. Se acordó de su padre que también criticaba al Capitolio siempre que podía, aunque nunca delante de Prim. Su madre solía criticarle por ello, por enseñarles que se podía plantar cara, por cantar canciones prohibidas. ¿Qué pasaría si ella no volvía a casa? ¿Seguiría su espíritu de lucha intacto? ¿Pelearía más por darle un mejor futuro a Prim o se dejaría ir? Le atormentaba que su familia tuviera que seguir adelante y ella no fuese a verlo.

En los dos siguientes días, continuaron con su trato con Estee. No hablaba demasiado, ni tampoco parecía buscar amigos, aunque cuando no estaba con ellos, Katniss siempre la veía sola. Era raro porque era del 4, pero no la había visto mirar a los de los primeros distritos ni una vez. Quizás los entrenamientos le ponían igual de nerviosa que a ella, tanto como le ponían los profesionales, que se pasaban el día intercambiando miradas tensas y comentarios bruscos, tratando de impresionar a todos con sus habilidades. Katniss ya había decidido que, durante la semana que tendrían para entrenarse, no mostraría a nadie que sabía usar un arco. Al menos por la noche estaba tan cansada que no tenía que pensar en nada para dormirse, aunque para la tercera noche, acabó harta de mirar a los fondos artificiales de su habitación sin ventanas. Seguro que habría algún lugar por el que asomarse a ver aunque fuera el cielo y estaba decidida a descubrirlo. Se suponía que no podían deambular por otros niveles, pero Haymitch no estaba allí cuando salió al salón. Ya habían cenado, seguro que estaban todos descansando, bebiendo en el caso de Haymitch o haciendo a saber qué. Cuando les habían explicado cómo estaba dividido el edificio nadie había dicho nada sobre la azotea, pero a Katniss le sonaba haber visto un saliente en las alturas. Podía probar a encontrarla. Llegar al ascensor fue sencillo, pues los pasillos estaban sumidos en el silencio, pero la cantidad de teclas que tenía el aparato no ayudaba. Solo pudo reconocer los números de cada distrito, en su respectivas plantas, así que tocó todos los botones que estaban por encima de la suya. En un golpe de suerte, fue capaz de encontrar lo que estaba buscando, tras unas cuantas escaleras en el piso más alto al que llegaba el ascensor.

La vista desde el alto del Centro de Entrenamiento le quitó las respiración. Aún había otros tantos edificios aún más altos, y demasiadas luces como para ver las estrellas. El viento le azotaba la cara con fuerza, pero no le importó. Si cerraba los ojos podía fingir que estaba en el bosque y no allí, a punto de verse obligada a luchar por su vida. Se apoyó contra el borde del saliente y observó las luces parpadear y cambiar. ¿Cuánto gente vivía allí? De todos ellos, ¿cuántos habían visto alguna vez un distrito en persona? Para ellos, que no tenían que sacrificarse, no eran más que unos críos en una pantalla, irreales, como los personajes de una historia. Pero no era ficción. La capital sí que parecía demasiado exagerada para ser de verdad. Había conseguido despejarse, pero lo que había reflexionado la intranquilizó más, así que decidió volver a su nivel, apretándose la única chaqueta de punto que había encontrado. Cuando volvió al ascensor y quiso apretar el 12 alguien ya había tocado al primer nivel y salió propulsada hacia abajo. Oh, no, pensó con el corazón subiéndosele a la garganta. No podía dejar que nadie la viera. Aguantó la bajada con nerviosismo, aunque cuando las puerta se abrieron solo la recibió el silencio. Dio un par de pasos adelante y no encontró a nadie a su alrededor. Se metió con prisa y presionó el 12 con insistencia, sin que nada ocurriera. O el panel no le obedeció o ella no supo manejarlo.

—Maldito trasto.

Katniss se bajó, después de comprobar que nadie la veía en la entrada semioscura, y esperó a otro apenas unos metros a su derecha. Tenían decenas de esas máquinas. Cualquier cosa por no caminar. Ya estaba intranquila parada allí enfrente, pero al escuchar unas voces acercándose, el pulso se le disparó. No se lo ocurrió otra cosa que esconderse en la esquina que daba a las escaleras. No podía seguir mucho más tiempo ahí abajo o la encontrarían. Para su desgracia, las dos personas que habían llegado fueron directas al ascensor. Eran un hombre y una mujer y Katniss no fue capaz a reconocer ninguna de las dos.

—Diga una cantidad —escuchó decir a la mujer.

Katniss contuvo la respiración y se asomó ligeramente desde su escondite. Solo podía ver la espalda de ella, con un peinado corto y un traje elegante, parecía de mediana edad. Sin embargo, cuando miró a su lado se encontró con el perfil de alguien que sí reconocía. Ese pelo dorado y la piel bronceada eran sin duda los de Finnick Odair. Su voz sonaba cansada, aunque estaba esbozando una sonrisa.

—No necesito dinero.

—Todo el mundo sabe a lo que se dedica, señor Odair.

Katniss vio cómo tensaba la mandíbula, antes de clavarle la mirada a su acompañante. Parecía más molesto, de repente.

—Está equivocada.

—El presidente Snow…

Odair dejó escapar una risa amarga que le hizo sorprenderse, igual que a la mujer.

—Dígale lo que quiera.

Después le tocó ligeramente el brazo, e inclinándose en su oído, dijo algo que Katniss no llegó a descifrar. La mujer, sin embargo, se apartó tan rápido como si la hubieran quemado.

—¿Cómo sabe…?

Estaba pálida. Incluso desde allí Katniss notó que temblaba. ¿Qué le habría dicho?

—Buenas noches, querida —concluyó Finnick, con una sonrisa con las que acostumbraba a deslumbrar cada vez que una cámara le enfocaba.

La mujer no tuvo más remedio que marcharse, con los tacones tintineando en el frío mármol, con el gesto descompuesto. Katniss dio un paso hacia adelante, casi inperceptible. El gesto no se le escapó a Finncik, que giró la cabeza en su dirección al mismo tiempo que el ascensor llegó con un pitido.

—¿Vas a pasar?

Katniss avanzó en silencio, rehuyendo su mirada.

—¿Te conozco?

Ella meneó la cabeza y se quedó a su lado, todo lo lejos que le permitió la anchura del ascensor, deseando que al menos el pelo le tapara las facciones. Igual sí que no la reconocía. Sin embargo, notó la mirada del vencedor observándola con cuidado.

—Eres esa chica, sí —. Sonaba satisfecho de haberse dado cuenta—. La del Distrito 12.

No sabia si era buena idea decirlo…pero, ¿qué más daba? Ya estaba muerta.

—No estaba escuchando —murmulló.

Katniss lo miró de reojo y reconoció una mueca que Finnick disimuló con rapidez. En su rostro había más inquietud. Parecía que le temblaba el párpado.

—Vas a tener que mentir mucho mejor, cariño. Bienvenida al Capitolio —le deseó, apoyándose contra la barandilla del ascensor—. ¿Qué haces por ahí? ¿Dándote una vuelta?

Ella se notó enrojecer sin quererlo. No parecía que le sacara tantos años a ella o a los otros tributos más mayores. Claro que había sido el vencedor más joven de la historia de los juegos con solo 14 años. Tuvo que admitirse a sí misma con rabia que era cierto que era atractivo. Era alto, tenía una sonrisa perfecta, facciones proporcionadas y una mirada clara. Eso solo lo hacia más fastidioso.

—No sé cómo funcionan estos cacharros, ¿de acuerdo? —contestó, cruzándose de brazos—. Ya me voy a mi nivel.

—Ni que fuera un agente de la paz —repuso él, dejando escapar una ligera risa—. No te preocupes, ya te acostumbrarás a la tecnología.

Katniss miró fijamente al suelo. ¿Y si le contaba a alguien que la había visto? Aunque, a decir verdad, ¿qué era lo peor que podían hacerle si se enteraban? ¿Matarla? ¿Y por qué estaba durando tanto el trayecto hacia arriba?

—¿Te ha enseñado Estee algo útil?

—¿Perdón? —tuvo que preguntar, ya que no lo había escuchado.

—Estee. Le han gustado vuestras trampas.

Katniss tuvo que reprimirse para no mostrar la sorpresa. Así que los tributos que tenían mentores en sus cabales hablaban más que ellos con Haymitch... Seguro que Finnick Odair tenía más consejos aparte del «manteneos con vida» del suyo.

—Ella...hace buenos anzuelos.

—Ya. También me ha dicho que se te daban bien —. Katniss se giró para mirarle, un poco fastidiada. ¿Es que no se cansaba de hablar?—. Me pregunto como sabrá una chica del 12 pescar. Es algo inusual.

Ella le mantuvo la mirada, aunque notó el tono divertido en su voz, como si fuera gracioso de verdad.

—¿Quién ha dicho que sepa? —replicó.

Finnick le dedicó una última sonrisa, antes de que las puertas se abrieran en su planta.

—Que descanses, señorita Everdeen.

El joven miró atrás, pero Katniss no le respondió, tan solo apretó las cejas. El ascensor continuó hasta el 12, dejándole con una sensación extraña en el estómago. No estaba segura de si había ganado un amigo o a su primer enemigo, pero sí que sabía que no debería haber escuchado lo que fuera que hubiese presenciado.