Cuatro
—¿Quién ha tocado mi cuchillo?
El grito de Cato hizo que el gimnasio entero se parara para mirarle. Katniss levantó los ojos del puesto de tácticas de supervivencia y paseó la mirada hasta la zona donde guardaban los cuchillos.
—¡Tú! —chilló Cato, en dirección a un chico, tal vez del 6 o el 7. Katniss no sabía ni cómo se llamaba. El pobre retrocedió a la vez que Cato se le pegaba, con un gesto amenazante.
—¿Qué? —titubeó—. No...yo no...
—¿Dónde lo has puesto? Nadie toca mis cosas, ¡joder!
Un par de agentes de la paz aparecieron para separarlos, aunque llegaban tarde, porque Cato ya había cogido al chico por el cuello de la camiseta y lo estampó contra la estructura de metal llena de lanzas. Katniss consiguió ocultar el sobresalto con un discreto paso hacia detrás. Tragó saliva a la vez que las armas caían con estruendo y un chico se abalanzaba sobre el otro. La mayoría observaba la escena con horror, en silencio, como si les estuviera recordando qué hacían allí, lo que les pasaría en escasos días. A Katniss no se le había olvidado que la muerte les estaba respirando en la nuca. Siguió con atención la intervención de los Agentes de la Paz, y al darse la vuelta para cambiarse de puesto, un ligero brillo le hizo elevar la mirada. En el techo, enganchada no sabía de qué manera a una columna, se encontraba la pequeña del 11, la que le había recordado a Prim. Tenía el cuchillo que debía "pertenecer" a Cato entre manos, con una sonrisa divertida en el rostro.
A pesar de que la pataleta de Cato había inquietado a Katniss, se le escapó una media sonrisa. Era irónico que una niña tan pequeña hubiera provocado tal caos. Sus miradas se entrecruzaron por un momento y Rue le sonrió de nuevo. ¿Cómo se habría subido tan arriba? La rabia de Cato era esperable, sin embargo, la habilidad de Rue no lo había sido. En ese momento, Katniss tomó nota: esperar la inesperado de todo el mundo. Era una suerte que nadie más hubiera reparado en Rue. Se giró para observar a Robin, el compañero de Estee, que se estaba riendo a carcajadas y parecía darle igual que la chica del 2 le estuviera asesinando con la mirada. A Katniss le apetecía gritarle a esa idiota que, por mucho que lo defendiera, Cato la mataría a ella también y eso ni le quitaría el sueño, aunque fuera su compañera de distrito.
—Una mañana movidita, ¿eh? —comentó Haymitch, sin que Katniss supiera si estaba bromeando u ocultaba el mismo horror que ella sentía bajo una capa de sarcasmo.
—Ese chico es un psicópata —repuso ella al momento—. Tiene un cuchillo favorito.
Al mirar a Alder, que estaba sentado en frente de ella, Katniss vio una fuente repleta de carne a su lado. Le llegó el rastro de un olor afrutado al volverse, que la hizo distraerse de la conversación.
—¿Qué es eso?
El chico la miró con una expresión tranquila que por alguna razón la descolocó.
—Es algún tipo de ave con salsa de naranja. Igual te gusta —contestó, con un leve movimiento de hombros, antes de empujar el recipiente hasta ella.
—Gracias, Alder.
—Tendrán tiempo de sobra para matarse ahí dentro —escuchó murmurar a Haymitch entre dientes. A Katniss le resultó inesperado que estuviera poniéndose las botas con un trozo de cordero, además de su habitual ingesta de alcohol. Toda una novedad, aunque supuso que algún momento tendría que alimentarse también—¿Cómo vais haciendo amigos? ¿Algún aliado que merezca la pena?
Aliados, pensó Katniss, casi sintiendo un escalofrío. Se lo había sugerido a ambos y casi hubiera preferido ni preguntar.
—Odio a los profesionales.
—A mí me dan miedo —añadió Alder, con la cabeza agachada en su plato.
Al menos Haymitch tuvo la decencia de no burlarse de él.
—Bueno…, ¿y el 4? Habéis pasado muchos días con esa chica.
—No suelta prenda sobre lo que sabe.
—Entonces es tan simpática como tú, preciosa.
Katniss le lanzó una mirada de advertencia en silencio y compartió lo que creía haber aprendido de ella.
—Es más rápida de lo que pensábamos, Alder la estuvo viendo correr ayer, y yo lanzar—. El chico asintió a sus palabras—. No tiene tan mala puntería, aunque no sea fuerte. Creo que sabe adaptarse.
La había visto lanzar cinco cuchillos consecutivos en una diana, casi rozando el centro, lo que le había llevado a pensar que igual Estee no era tan inocente como aparentaba. A la vez, pensar mal de ella la hacía sentirse extrañamente culpable. Igual los demás pensaban lo mismo al mirarla. Eso era lo que conseguían en los Juegos: que todos desconfiaran del otro, que se dividieran, porque para eso estaban allí. No solo se matarían, sino que seguirían reforzando las diferencias que existían entre los distritos.
—Mmm —reflexionó Haymitch, reposando el rostro sobre una mano, escuchando, pero a la vez pareciendo que no lo hacía—. No está mal. Y si contamos con su apoyo…El 4 os atraería más patrocinadores por extensión. Finnick Odair te ha mencionado en la conversación.
Dejó caer la última frase con tanta normalidad que Katniss creyó no haberlo escuchado bien. Al menos, hasta que Haymitch se giró para mirarla. Entonces estuvo a punto de atragantarse con el bocado que estaba dando.
—¿A mí?
—Sí, a ti, preciosa.
Katniss apretó la mandíbula. Alder estaba ahí. Era como si le recordara que por él no apostarían. Haymitch sería un borracho, pero no parecía un borracho cruel.
—¿Por qué?
—Esa chica solo debe fiarse de vosotros —contestó, y a Katniss le alivió que les incluyera a los dos—. Y Odair ha dicho algo como que se nota que tienes carácter.
Sintió el sudor correrle por la espalda mientras masticaba. ¿Y si le decía que la había pillado por ahí? Seguro que estaba prohibido hablar con otros mentores.
—Una alianza con el 4 no puede descartarse así como así.
Katniss tomó un trago de agua y meneó un poco la cabeza.
—No estoy segura.
Su mentor refunfuñó:
—¿Cómo que no estás segura?
No podía cogerle cariño a nadie. Bueno, no tanto como cogerle cariño, pero creer que podían ser aliados de verdad. No podía fiarse de nadie, no aparte de Alder.
—¿A quién quieres tu?
—No sé —contestó Katniss, tras encogerse de hombros—. A Rue.
—¿La cría del 11? —preguntó Haymitch, para luego soltar un bufido.
—¿Alder?
—A mí me valen Estee y Robin. Él tiene razón, la violencia no está bien. Y ella no está pirada como los demás. Si me tiene que matar seguro que lo hace rápido, así no sufriré.
Como si no fuera con él, Katniss lo observó limpiarse con una servilleta y levantarse de la mesa. Sin embargo, lo notó temblar ligeramente al arrastrar la silla. Fue cuando reconoció la razón de la calma con la que llevaba actuando toda la tarde. Se daba por vencido.
—Eh, espera… —le intentó decir, pero el chico ya se dirigía con rapidez a su habitación—. ¡Alder!
—Deja al chico —casi suspiró Haymitch, antes de inclinarse hacia adelante—. Mira Katniss… entrenar y aprender los puntos débiles de los demás está muy bien, pero también tienes que parecer atractiva.
Ella estuvo a punto de replicarle, pero él alzó la mano antes de que pudiera rebatirle.
—No físicamente —puntualizó—, se trata de gustarle a la gente. Se acabó ser cortante. Las alianzas no son un capricho mío, chica, así que deja de tomártelo así. Una loba solitaria no va a ninguna parte, sin manada deja de ser una loba.
Katniss dirigió la mirada levemente a la puerta de Alder y volvió a mirar a Haymitch, apretando los labios. Así que estaba tratando de convencerla.
—¿Ahora te van las metáforas? ¿Por qué me cuentas esto sin él delante?
—Tú y yo sabemos que ese chico no tiene nada que hacer —murmuró.
Por un segundo, mientras que entrecruzaban las miradas, Katniss creyó notar el cansancio oculto tras la voz de su mentor.
—Sabe más de lo que parece.
Si algo había aprendido esos días era que observaba con atención y aprendía rápido. Solo estaba asustado, como todo el mundo. Como ella.
—Pero no tiene ni una pizca de maldad.
El gesto molesto de Katniss se transformó en una mueca. Puede que no le gustara cómo se comportaba Haymitch, pero por eso no tenía ningún derecho a juzgarla o a creer que la conocía. No pudo evitar que el corazón se le encogiera un poco, ¿eso creía de ella?
—¿Y yo sí?
—Eres la hija mayor de Benton Everdeen —contestó Haymitch, antes de darle un trago a su bebida.
Eso no era una respuesta, solo una distracción, pero Katniss le siguió la corriente.
—¿De qué conoces a mi padre?
Haymitch contuvo una pequeña risa amarga, como si le pareciera una pregunta estúpida. Katniss sintió que se enrojecía. A decir verdad, casi todos se conocían en el 12 de una manera u otra.
—No soy mucho más joven que él y sé lo que hace, o lo que hacía. Lo que haces tú ahora. Tu padre es un superviviente y no lo digo porque escapara de la mina en su accidente —. En su boca, eso sonaba a un elogio, porque apenas lo había escuchado dirigirle un cumplido a nadie—. Tú también lo eres. Tienes lo que se necesita.
Desde el accidente, desde que su padre tuvo que dejar todo trabajo pesado por su pierna, habían tenido que hacer malabares para sobrevivir. Su madre era una curandera decente y con el trabajo de su padre en las minas llevaban una vida humilde, pero suficiente, porque se tenían los unos a los otros. No había lujos, pero eran felices. Su padre se quedó cojo, pero vivió, a diferencia de muchos otros, y poco después el corazón de su madre falló. La inocencia se terminó. Las huidas al bosque en secreto pasaron de ser una aventura infantil o un escape, a un sustento.
—Para matar a un pavo o un ciervo sí —le contradijo Katniss—. Las personas no somos bestias.
—¿Estás segura? Para unos cuantos de tus compañeros solo eres un número. No se lo pensarán dos veces —. Eso no lo dudaba, pero quería pensar que ella no sería igual—. ¿Sabes cuál es tu problema? Que quieres proteger a todo el mundo.
Katniss escuchó en silencio, sin darle la satisfacción de reaccionar.
—Tu hermana, cómo no ibas a hacerlo, eso no te lo voy a negar —admitió Haymitch—. Alder, porque es de casa. Ahora esa cría. Porque es muy pequeña para morir, ¿no es eso?
Quería gritarle que no la conocía, que hacía menos de una semana eran dos extraños que ni se habían cruzado por el Distrito, que no tenía derecho a analizarla a ella o a su familia. En su lugar, se mordió el labio y le miró con dureza.
—¿Y qué más te da si es por eso?
Si ya la habían empujado a ser voluntaria, a ser un tributo sin querer serlo, al menos que no le quitaran ninguna decisión más. ¿Qué motivos tenía para actuar como actuaba, para proteger a los demás? Solo podía pensar en la sonrisa honesta de Prim, en la manera en la que su madre habría llorado sin remedio si la hubiera visto, pero también en cómo habría estado orgullosa por su valentía. Pensaba también en los esfuerzos de su padre por mantenerlos a flote, aunque ya no pudiera bajar a las minas. Había bondad en todas partes, incluso en gente que creía desconocida. Estaba Estee acompañándola a ella y Alder en silencio, tal vez movida por el instinto humano que les impulsaba a todos a no quedarse solos. Pensó en Gale y ella, cómo compartían todo lo que tenían, en la amistad de Madge, que no pedía nada a cambio. En el fondo, Haymitch tenía razón. Sus deseos eran imposibles, porque solo quedaría uno, daba igual lo mucho que quisiera cambiar el mundo. No solo conseguían deshumanizarlos, sino que acabarían con toda su esperanza también.
—Tienes que ir más allá —escuchó que Haymitch le decía—. Olvidarte de tu moralidad si hace falta.
Katniss meneó la cabeza y carraspeó, para evitar que se le cerrara la garganta. No le importaba llorar, pero no quería hacerlo delante de él.
—¿Y por qué me dices que haga aliados entonces? Ni siquiera tú te pones de acuerdo—. En ese momento, se levantó, dispuesta a imitar a Alder. Sin embargo, terminó a medio camino, trazando un círculo con sus pasos, delante del televisor, como si así pudiera tranquilizarse. Para una vez que Haymitch tenía más de dos frases coherentes que dedicarle, tendría que aprovecharlo—. ¿Me preocupo demasiado o me quedo sola?
Él no se levantó de la silla, sino que se inclinó hacia atrás en un gesto despreocupado.
—Los aliados son un instrumento, una protección. Te quitas a unos cuantos tributos de encima si podéis ayudaros entre vosotros unos días. Si no os han matado ya, os separáis y rezáis por no tener que veros las caras. Mientras tanto, los patrocinadores ven que sois capaces de desenvolveros, van decidiendo quién es su favorito…—explicó, gesticulando con las manos—. Nadie apuesta por una chica con mal humor que no tiene nada que ofrecer a sus compañeros porque eso no da juego. Esto es televisión.
Katniss no levantó la vista, porque no quería verle esbozar una media sonrisa, ni que le dijera lo simpática que tendría que parecer. Su razonamiento tenía cierto sentido. ¿Eso era lo que había hecho él? La verdad era que no sabía nada de sus Juegos, ni cómo había sido capaz de ganar.
—Lo pensaré —se rindió, provocando que Haymitch la mirara con el triunfo escrito en el rostro. Si creía que era por su bien, tendría que escucharlo.
—El día que digas algo bonito se acabará el mundo, preciosa.
—Y tú algo útil —masculló Katniss, antes de escabullirse al silencio de su habitación.
