Cinco
Katniss sujetó el boceto del vestido de Cinna y lo inspeccionó con la mirada, siendo consciente de que él esperaba alguna reacción. El vestido, de un rojo intenso, llevaba un hombro destapado y el otro rematado con un toque de tul. Tenía más forma en el bajo, aunque por lo general parecía que iría pegado a su cuerpo.
—¿Te gusta el color?
Era lo suficientemente llamativo como para volver a un vestido que hubiera resultado apagado en cualquier otro tono más impresionante, demasiado para alguien como ella. Tal vez la hiciera parecer más segura, más elegante o más mayor.
Katniss asintió y le sonrió levemente a Cinna. El dorado que remarcaba sus ojos la dejaba hipnotizada cada vez que lo veía. Nunca se habría esperado ver a un hombre con los ojos pintados. Antes de llegar al Capitolio, casi no había tenido ni idea de maquillaje, ni ningún motivo para hacerlo de todas formas. En el 12 había pocas chicas que pudieran permitírselo, aunque Katniss recordaba a Madge en su último cumpleaños, intentando impresionar a Gale con ello, como el resto de chicas de su clase hacía. Incluso Prim aún jugaba con unos viejos polvos de colorete de su madre que estaban casi completamente gastados.
—Le faltan algunos retoques y mañana te lo probarás para comprobar que todo esté a tu medida.
Cuando bajó la vista, Katniss notó algunos trazados naranjas y rojos sobresaliendo en la falda del vestido.
—¿Eso son…?
—Llamas, sí. No son de verdad, tranquila. Los espectadores te asociaran bien con ese elemento gracias al desfile —explicó Cinna, con tranquilidad. No le había pasado nada entonces, así que confiaba en él para la entrevista—. Que te recuerden es bueno. Puede que hasta te pongan un mote.
A Katniss se le escapó una pequeña risa. ¿Qué motivos tenían para recordar a una chica insignificante del 12? Para eso estaban los profesionales, que eran el verdadero atractivo para los espectadores. Aun así, se permitió pensar en ello por un segundo.
—¿Cómo qué? —le preguntó.
—No lo sé. Algo como…la chica en llamas.
La chica en llamas sonaba a algo pegadizo, también peligroso, más de lo que era en realidad. Sin embargo, no le pareció tan estúpido. Una vez era una coincidencia, dos, premeditación. Ayudaría a crear su personaje tanto como su propia actitud.
—Tengo una cosa que quiero llevar a la arena. Es un broche.
No lo tenía encima, pero después de un corto paseo del comedor a su habitación, dejó que Cinna lo contemplara. Agradeció que no le preguntara qué significaba para ella, ni por qué quería llevarlo a la Arena. Él tan solo lo observó por un momento, como si admirara su brillo y después asintió.
—No hay problema.
Por supuesto, no podía darle ninguna pista sobre su vestuario para los Juegos o eso le habría dado una ventaja significativa. O quizás ni siquiera lo supiera del todo. Parecía una información demasiado valiosa como para compartirla con tanta gente que diseñaba la ropa y vestía a los tributos.
—Gracias, Cinna —dijo Katniss, después de volver a tomar asiento—. Enseñar el truco del vestido me ayudará a no tener tanto de qué hablar.
Pensó en lo que Haymitch le había dicho los días anteriores. No podía parecer inaccesible, ni mucho menos enfadada, sino receptiva, incluso esperanzada. Tener que fingir una alegría que no sentía era una tortura añadida más.
—Haz como si fuera yo y no Caesar, se acabará antes de que te des cuenta, ya lo verás.
Que Cinna la intentara animar le hizo sonreír de forma genuina. Su presencia le tranquilizaba, pues al menos él no camuflaba los horrores escondidos tras una apariencia excesiva y unos asesinatos que se promocionaran como si fueran un juego de ficción.
—Nos vemos mañana.
Katniss se quedó en el sillón por un largo rato. Tenía unas ligeras agujetas en las piernas y la mayoría de la tarde hasta que llegara la cena para ella sola. Aun así, el descanso apenas duraría porque debía repasar el protocolo por la noche y al día siguiente con Effie también. Quedaban dos días para la prueba individual, otro más para la entrevista y después…después los Juegos. No lo pensó antes de que su cuerpo se dirigiera casi por sí solo al único lugar al que podía huir, como había huido cantidad de veces al bosque en el 12. Si allí era sigilosa, no podía ser muy difícil volver a repetir el recorrido de hacía unas noches.
Esta vez no tuvo que dudar, aunque sí estar alerta, e incluso teniendo suerte, el resultado no fue satisfactorio. La ciudad era diferente de día. Aunque pronto caería el atardecer, sin las luces de la noche parecía un bloque de hormigón horrendo, bien diseñado, rico e impactante, pero poco natural de todas formas. Lo único que rompía la monotonía era una enorme fuente con unos chorros que no paraban de subir y bajar que Katniss distinguía a duras penas desde arriba. Con lo que derrocharían en apenas una hora toda la Veta podría bañarse y beber, sin exageraciones. Pensar en su hogar le encogía el estómago, porque si volvía lo haría sola, y si lo hacía, eso implicaría haber dejado a 23 personas, no simples cuerpos, atrás. ¿Tenía la fuerza suficiente para soportar vivir con ese peso?
La vista se le desvió hacia abajo al apoyarse en el saliente de la terraza. Había algo que se le escapaba, algo en lo que no había reparado la otra noche. El muro ni siquiera le llegaba a la cintura, tampoco había cristal ni ninguna protección. Tuvo que inspirar con profundidad, tratando de que el miedo que crecía en su garganta no la abrumara, a la vez que era consciente de la distancia que había hasta el suelo. El pensamiento se deslizó en su mente en silencio, de forma sigilosa: ¿cuánto tiempo caería una persona desde ahí arriba? ¿Llegaría siquiera a sentirlo cuando chocara? Era una solución poco placentera, valiente o cobarde, depende de a quién le preguntaras.
—No puedes hacerlo, si es que te lo estás planteando.
Escuchar otra voz tras de ella fue tan inesperado que Katniss dio un pequeño salto en el sitio, alejando las manos del muro. Le resultó ligeramente familiar, aunque no tanto como para ponerle nombre, pero sí para preocuparse. Al darse la vuelta sus sospechas se confirmaron. Claro que le conocía. Otra vez, pensó con fastidio. Otra vez él.
—Hay un campo de fuerza —explicó Finnick, avanzando con lentitud hasta donde se encontraba ella.
—¿Cómo lo sabes?
Le costaba imaginárselo pensando en acabar con todo, si es que era eso a lo que se refería.
—Lo han intentado varias veces —contestó simplemente, como si fuera lo normal—. Así que…otra vez tú.
Katniss le clavó la mirada, intuyendo una acusación.
—Igual eres tú quien me está siguiendo. He llegado antes.
Al momento de decirlo, notó que la cara se le calentaba. Eso había sonado a la réplica de una niña petulante.
—Hay sitio de sobra para los dos, ¿no te parece? —inquirió Finnick, pasando la vista a su alrededor—. Tampoco tienes el monopolio del silencio, Everdeen. ¿Cómo has dado con esto?
Por su tono de voz, parecía un poco sorprendido, en realidad. Escapando, se calló ella. Como tú. Pero, ¿de qué tenía que escapar Finnick Odair?
—Buscaba…una ventana de verdad. Un poco de aire.
—Ya veo. Eso es lo que hacías la otra noche, ¿no?
Katniss decidió no contestar. Lo observó en silencio caminando hasta sentarse en el borde, unos metros más allá de ella, como si la altura no fuese intimidante, mientras que ella aún podía saborear el miedo creciéndole en la garganta. Llevaba una especie de bolsa, del que sacó un recipiente cuadrado que abrió después de acomodarse. Nada más ver lo que traía, Katniss no pudo evitar negar con la cabeza.
—¿Te vas a poner a comer una maldita tarta? ¿No tenéis mesas en el nivel 4?
A Finnick se le escapó la risa, después de mirarla de reojo, en un gesto que reveló un par de hoyuelos en los que Katniss ni había reparado antes.
—Tengo hambre. ¿Qué pasa, quieres probarla?
A diferencia de Cinna, él no se maquillaba y si lo hacía no lo parecía. Igual se creía que no lo necesitaba, parecía suficientemente vanidoso como para ser la razón. Lo que debería de haber sido un pensamiento se deslizó por los labios de Katniss sin meditarlo:
—¿No tendrías que estar con tus tributos?
Él se encogió de hombros.
—Estee está descansado. Robin no ha querido ver a nadie en todo el día. Ahora mismo no me necesitan.
—Así que como aquí no hay nada…nadie vendrá a buscarte. ¿Es eso?
—Eso y los micrófonos —dijo, ladeando la cabeza y dando el primer bocado de su tentempié—. No hay.
Katniss apartó la mirada por un momento. Se imaginaba que los espiaban, los seguían con cámaras a todas partes, pero, ¿escucharlos también? Se le secó la boca.
—¿En todas partes?
—En muchas.
—¿Hasta en los ascensores?
—A veces. En ninguno en que tú hayas estado.
Sabía en lo que estaba pensando, en su encuentro fortuito.
—¿Seguro que no quieres probarla? —insistió, mirándola. Katniss arrugó un poco la nariz, en silencio—. No me mires así, no voy a pegarte nada.
En cualquier otra circunstancia le habría dado asco siquiera tocar esa cuchara, aunque, ¿qué importaba ya? Dentro muy poco alguien estaría persiguiéndole sin descanso para matarla. De todas formas, había probado cosas peores. Como el estofado de Sae, que era mejor no saber ni de qué estaba hecho. Se acercó a su lado, aún no muy convencida de lo que estaba haciendo. Habría sido mejor haberse marchado en cuanto lo había visto.
—¿Qué es?
El pedazo estaba cubierto de chocolate, con alguna capa blanca por el medio y algo encima que debía de ser nata.
—La llaman Selva negra.
Cuando le pasó la cuchara con un bocado, Katniss no le miró a la cara. Tenía buena pinta y sabía mejor aún. Si no estuviera tan preocupada por su destino se habría permitido probar cada ridículo plato que ofrecían en el Capitolio. Después se alejó un par de pasos, relamiéndose los labios, antes de volver a interponer una distancia prudencial entre los dos.
—El chocolate está…muy bueno —acabó por decir, antes de darse cuenta del regusto dulce pero amargo que le quedó en la lengua—. ¿Qué es eso que lleva?
Debió de darse cuenta de la cara que puso, ya que sonrió levemente.
—Es por las capas del bizcocho. Las remojan en kirsh.
—¿Qué eso?
—Un licor de cereza. ¿Lo habías probado antes? No el kirsh, el chocolate en general.
Le asombró notar que no se estaba burlando. Tampoco había rastro de una sonrisa de autosuficiencia en su rostro. Sonaba a una pregunta de verdad.
—Como bebida no —respondió—. La probé en el tren por primera vez.
—A mí la comida no me sorprendió, pero la gente… —Finnick reprimió una risa y terminó su pedazo, para luego frotarse las manos—. En mi Tour de la Victoria lo mejor fueron los árboles. En el 6, el 11. Nunca había visto un sitio tan salvaje como el 12.
Katniss entrecruzó la mirada con él por un momento. No entendía qué hacía allí, por qué hablaba con él, no tenía sentido y tampoco llegaba a ningún lado y aun así…Resultaba interesante pensar en lo diferentes que habían sido sus vidas. Era también determinante, nacer en un distrito u otro, eso condicionaba tu vida y hasta cómo pensabas. Era cierto que había movimientos entre distritos y algunos trabajadores que realojar de vez en cuando, pero eran muy escasos. Aparte de ellos, solo le sonaban los desplazamientos que tenían permitidos los vencedores.
—Yo nunca he visto el mar —reconoció, volviendo la vista al cielo que empezaba a despuntar en destellos naranjas.
Casi se sorprendió a sí misma el escucharse, porque estaba siendo sincera con él y ni siquiera era su propio mentor. Podía utilizar cualquier cosa que le contara en su contra. Cuando volvió a mirarle, le dio la impresión de que había cierta empatía en su mirada.
—Tal vez algún día.
Sabía que eso nunca pasaría, pero Katniss intentó relajarse y soltar la presión que había acumulado en el cuerpo desde que le vio llegar. Sí que había algo que podía preguntarle, ahora que le tenía delante.
—¿Por qué crees que aliarnos es una buena idea?
Finnick se bajó de un pequeño salto del asiento y se apoyó en el muro, a poco más de un brazo de distancia de ella, aunque miró al horizonte.
—Estee podría aprender algo de ti. Algo de coraje —añadió en un murmullo—. Y Robin, sin duda, aunque ha dicho que no, claro.
Estee no la necesitaba. Era buena con las manos, seria y no se dejaba distraer por tonterías. En eso se parecían. ¿Y coraje? El pecho de Katniss se encogió, no sabía si por lo inesperado que resultaba que alguien pensara que había sido valiente, o por el simple hecho de que se la considerara valiosa de alguna manera. Ella, que solo quería salvar a Prim y no creía que tuviera una posibilidad real de volver con vida.
—Pero…¿por qué? —preguntó, demasiado confundida con el rumbo que la conversación estaba tomando. ¿Podía fiarse de él? ¿Hasta qué punto?
—Saltaste por tu hermana sin dudarlo, Everdeen y eso no se puede fingir. Aquí no hay nada auténtico, los que vencen…muchos nunca saben lo que es el sacrificio. Tú sí, ¿verdad? —preguntó, con más delicadeza—. Solo por eso deberías volver a casa. Joder, os mandaría a los 24 de vuelta si pudiera.
Katniss le vio menear levemente la cabeza después, con la vista perdida, como si no se creyera que hubiera dicho tal cosa. Ni ella misma podía creer lo que estaba escuchando. En cualquier otro lugar que no fuera ese, si lo que Finnick había dicho era cierto, hablar de esa manera no hubiera sido lo más inteligente. No parecía compatible hablar así de los Juegos con la versión de vencedor dorado que ofrecían en las pantallas a todas horas. O tal vez fuese solo eso, pensó de pronto, como si se tratara de una revelación. Tal vez era la misma actuación que Haymitch les quería inculcar tanto a Alder y a ella. Pero si Finnick ya había ganado, ¿por qué importaba tanto lo que hiciera o dejara de hacer?
—No me considero un buen partido —habló Katniss, haciendo que Finnick volviera a mirarla. Effie la habría matado de escucharla, se suponía que tenía que convencerle, no todo lo contrario—. Me da igual lo que pase porque ya he conseguido lo que quería.
—¿Ah sí?
—Prim está viva.
—¿Tu hermana?
Ella asintió antes de volver la vista al suelo.
—¿Entonces no quieres que aumenten tus posibilidades de volver a casa?
—No quiero que nadie me dé falsas ilusiones. ¿No quiere Estee volver también? No vale de nada que seamos aliadas si vamos a acabar matándonos.
—Así funciona el mundo, Everdeen.
Estaba cansada de que todos le dijeran lo mismo, primero Haymitch y ahora él. Esa era la dura realidad a la que se enfrentaban, como bien le había advertido su mentor, los aliados no eran más que instrumentos, aunque no dejaran de ser personas.
—Los conocimientos son importantes, así que compartirlos es beneficioso para todos. No te mentiré —pronunció con seriedad—, las decisiones que tomareis no serán fáciles. Al final...al final todo se reduce al miedo. El miedo te hace paralizarte, y entonces no importará cuánto sepa cualquiera de vosotros. Créeme, lo digo por experiencia.
Katniss no recordaba sus Juegos, ya había pasado un tiempo y entonces no era más que una niña. Aun así, estaba claro que Finnick no era el ganador más joven de la historia de los Juegos por nada. Cuando hablaban de él, solían recalcar cómo había matado a muchos otros, casi sin esfuerzo. No sonaba a un chico de catorce años asustado, sino a uno entrenado. Katniss tuvo que tragar saliva antes de mirarle.
—¿Y cómo lo haces?
—¿El qué?
—Matar a alguien —se lo puso la carne de gallina solo con pronunciarlo—. No me refiero a…no el acto de matar. ¿Cómo haces para no pensar en ello?
¿Cómo podría vivir consigo misma después? Si volvía, ¿cómo la verían los demás? Su padre, Prim. ¿Quedaría algo de la chica que conocían? Katniss esperaba cualquier respuesta, tal vez deseaba que hubiera algo de esperanza a la que aferrarse, pero él pareció igual de desconcertado.
—Si encuentras la respuesta, Everdeen, me gustaría conocerla. Parece que tienes mucho que reflexionar. Piensa en ello y díselo a Haymitch, ¿de acuerdo?
Su actitud no había hecho más que desconcertarla. El carisma que mostraba era el mismo que volvía locas a las cámaras, aunque esa tarde había algo más humano detrás de la superficie. Se volvió para verle antes de que abriera la puerta de vuelta al pasillo.
—Finnick —le detuvo—. Gracias por... la tarta.
En realidad, por la información, la ayuda, de alguna manera, que podía extraer de sus palabras. Él solo asintió levemente con la cabeza, antes de desaparecer en la luz artificial del interior.
—Nos vemos, Everdeen.
