Siete
Las primeras entrevistas avanzaron demasiado rápido para el gusto de Katniss. El público rugía con fervor, se reían, jaleaban a sus favoritos. Además, Caesar Flickerman era capaz de darle la vuelta a un comentario desacertado o poco animado con ingenio. Katniss arrugó el vestido al agarrarlo, retorciéndolo con nerviosismo. No le hacía gracia dejar que la convirtieran en un mono de feria por unos minutos, pero no le quedaba otra.
—Anímate, preciosa —le recomendó Haymitch, mientras el chico del 11, Thresh, terminaba.
Effie estaba molesta por haberle lanzado una flecha a los propios Vigilantes en su prueba individual, mientras que a Haymitch le había parecido divertidísimo. Le habían dado un 11, no sabía cómo, pero se lo habían otorgado. La convertiría en un blanco para los profesionales, sin duda. Era mejor ser precavido, tener alrededor de un 6, porque era lo pasable, y después sorprender, pero se había dejado llevar por la rabia al descubrir su indiferencia. Haymitch había dado en el clavo sin apenas conocerla: su mayor defecto era que dejaba que sus emociones la dominasen.
Cuando llegó su turno, ni siquiera tuvo tiempo de paralizarse, sino que caminó por el escenario como si estuviera flotando, dentro de un sueño. Fue una sensación similar a la de haber caminado hasta la tribuna al presentarse voluntaria. Ya casi estaba junto a Caesar cuando recordó los consejos de Effie y se obligó a sí misma a esbozar una sonrisa que esperaba no pareciese tirante. No escuchó la primera pregunta que le hizo Caesar, aunque se repuso al contestarle sobre el primer traje que Cinna les había hecho, hasta fue capaz de bromear sobre no haber salido echando humo en el desfile. El truco del vestido de ese día también ayudó, con Katniss girando y girando para enseñarlo y el público aplaudiendo como locos.
Una vez terminada la entrevista le dolían los pies por los tacones, tenía el corazón disparado y tuvo que mencionar a Prim al final, lo que le había hecho inquietarse, pero estaba hecho. Por lo menos esa parte del espectáculo había pasado, ya podía respirar y librarse de toda la tensión que se le había acumulado en el cuerpo. Tenía que agradecerle a Cinna su increíble trabajo. Alder se mostró algo más torpe y escueto con sus respuestas monosilábicas, pero él también respiró con profundidad al encontrarse a la salida del escenario.
—Bueno, chicos —pronunció Haymitch, acercándose a las dos—. El final se acerca.
Alder bajó la mirada a la vez que les rodeaba con los brazos y luego se volvió hacia Katniss.
—Lo del vestido ha molado. Yo por lo menos no me he caído.
—Gracias —murmuró Katniss, antes de sonreírle. Pobrecillo.
El pasillo que daba al vestíbulo estaba abarrotado entre los tributos, mentores y los equipos de vestuario y otros. El ambiente era casi festivo, aunque, por supuesto, solo era un acontecimiento para los que no se iban a jugar el pellejo. Se suponía que seguirían algún orden para volver al vestíbulo y hasta sus niveles, pero abriéndose paso entre otros tributos Katniss observó llegar a todo el equipo del 4, con un Finnick Odair sonriente a la cabeza.
—Mi distrito favorito —anunció antes de darle un apretón amistoso a Haymitch—. Bonito vestido, querida.
Katniss pasó la vista de él a sus propios pies, sintiendo que la cara le ardía. Ojalá no le afectara tanto que alguien como él le dedicara medio cumplido, incluso si no era real. Por suerte, Estee llegaba justo para salvarla de la vergüenza.
—Hola. Lo has hecho bien.
La chica sonrió, casi animada y miró la falda de su vestido con impresión.
—Gracias. Es precioso de verdad, ha sido de lo mejor de las entrevistas.
—Esta noche tenéis que descansar de verdad —escuchó que les decidía de repente Finnick a los cuatro—. Nada de saltarse las pastillas para dormir hoy, ¿de acuerdo?
—Hacedle caso a Odair por esta vez —coincidió Haymitch—. Mañana es el gran día.
Robin refunfuñó por lo bajo que lo haría, antes de acercarse a Alder y Estee, mientras que Haymitch se entretuvo a hablar con el que debía de ser el mentor del 11. A su lado, Rue aparentaba menos edad aún con el vestidito de gasa que le habían puesto. A Katniss le dolía solo con mirarla, así que avanzó en silencio, sin entretenerse con más chachara. O al menos lo intentó.
—Me apuesto a que todavía no te fiarás de nuestras intenciones —escuchó decir a Finnick tras ella, en apenas un murmullo—. Pero si te queda algo de fe en la bondad de los demás…ayudaros mutuamente. Estee es una buena chica. Tengo esperanza de que tú también lo seas.
Por la manera en la que apenas giró la cabeza para mirarla, Katniss interpretó que no quería que nadie más lo escuchara. Los demás estaban demasiado entretenidos como para fijarse en ellos y, además, estaban prácticamente al final de la cola. A esas alturas la mayoría de los profesionales ya estarían en el ascensor o en sus niveles.
—Ni siquiera soy tu responsabilidad.
Finnick esbozó una sonrisa ladeada, antes de alzar la voz, como si ya pudiera olvidarse de disimular.
—Menos mal, me habrías vuelto loco —replicó, clavándole una mirada divertida—. Compadezco a Haymitch.
Katniss no dijo nada más, solo negó levemente con la cabeza y avanzó hasta volver junto a Estee. Ya iba a ser su turno en el ascensor, así que todos se detuvieron frente a la puerta.
—Te buscaremos dentro.
No hacían falta más explicaciones. No podía decir que lo prometía, pero iba a intentarlo. La chica asintió.
—Haré lo mismo.
Katniss podía sentir la mirada atenta de sus mentores mientras hablaban, en silencio. Estee extendió la mano y se le estrechó primero a ella y luego a Alder, que tardó un momento en reaccionar. La subida fue corta y pronto el ascensor llegó al cuarto nivel. Justo antes de que se detuviera Katniss comenzó a notar el pánico crecerle en la garganta, como si el vacío le hiciera consciente de la realidad: la noche terminaba y el día siguiente podía ser su último en ese mundo. Acabaría aliándose y salvando a esa chica, ignorándola o matándola.
—Buena suerte —les deseó Odair cuando las puertas se abrieron—. Nos vemos.
Nos vemos, se repitió Katniss en su mente con cierta suspicacia. Era una manera de decirlo, de bailar alrededor de la cruda realidad. Evitar pronunciar la palabra adiós no cambiaría el destino de ninguno de ellos. No pensaba contestar más allá que con un gesto educado, pero la posibilidad de que fuera la última vez la impulsaba a dejar todo lo que pudiera atado. Al fin y al cabo, les estaba haciendo un favor que no alcanzaba a comprender. El 4 era un aliado demasiado importante para desdeñarse, demasiado grande como para preocuparse por unos chiquillos escuchimizados del 12.
—Nos vemos.
Ya en su planta, a Katniss solo le quedaban un par de propósitos para su última noche: cenar todo lo que pudiera, con fresas de postre y un trozo de esa tarta que le había enseñado Finnick, y lo más importante, terminar de escribir sus cartas de despedida en casa de que no volviera con vida. La cena fue especialmente dolorosa, con las repeticiones en la pantalla como un ruido de fondo, Effie con aspecto decaído por perdernos, una tristeza que casi parecía real y Haymitch…Haymitch les estaba mirando demasiado tiempo seguido, como si le pensara que fueran a desvanecerse en cualquier momento. Katniss no lo habría tomado por alguien sentimental, ahora tenía sus dudas. Como último consejo, les aconsejó que salieron lo más rápido posible, alejándose de la Cornucopia y el posible baño de sangre del principio. Lo esencial era que encontrar una fuente de agua y cómo no, que después se mantuvieran con vida.
—Katniss —le detuvo Alder antes de que se separaran para dormir—. Si nos separamos supongo que no habrá nada que hacer pero… pero si nos vemos ahí dentro, prefiero que no seas tú.
Ella frunció un poco el ceño intentando mirarle a los ojos, pero Alder parecía negarse a que ocurriera.
—¿Qué?
—No me mates tú, por favor.
Entonces sí que le miró, medio avergonzado, medio aterrorizado, con el labio inferior temblándole de forma exagerada. Katniss le puso las manos en los hombros y se inclinó un poco, ignorando el escalofrío que le empezó en la nuca.
—Alder, escúchame. Jamás te haría eso.
El chico se estrelló contra su cuerpo en busco de un consuelo que ella misma también necesitaba. En ese momento no importó, porque estaba llorando desconsolado, estaba lejos de su familia y tenía la certeza de que moriría. Para ella era igual, aunque tenía una chispa de esperanza, la encontraba pensando en Prim y en su padre, en todo lo que había aprendido gracias a ellos y a la vida tan dura que les había tocado vivir. Si se le acababa la esperanza no le quedaría nada.
—No quiero morir —murmuró Alder, con la cara apretada contra su hombro.
—Yo tampoco. Lo siento mucho, Alder —le respondió Katniss, como si así pudiera hacerle saber que al menos no era el único con el mismo miedo. Dejó que se desahogara un poco y después se separó—. Eh, escucha. Finnick Odair tiene algo de razón. Será mejor que no pienses. Descansa.
El chico se separó poco a poco, asintiendo.
—Sí, debería hacerlo. Solo…si vuelves dile a mis padres y a mis hermanos que les quiero.
—Lo haré Alder, te lo prometo.
No llegó a saber si él le hizo caso o no, porque por la mañana Katniss se encontró sola con Cinna y Haymitch. Sabía que la llevarían a algún lado ya sin su mentor, antes de entrar a la arena, así que aprovechó el momento para el único favor que esperaba que cumpliera.
—He escrito cartas— le informó, dándole la pequeña pila—. Para mi familia, mis amigos y una para Alder, si él gana. También hay una para Cinna y para Odair.
La última era muy corta, más bien una nota que una carta, pero quería agradecerle su ayuda. Ser agradecido era algo que le habían enseñado sus padres.
—Eso son muchas cartas. No sabía que fueras una poeta, Everdeen.
Katniss le clavó la mirada, pero en realidad le reconfortó que Haymitch siguiera tratándola como los días anteriores y no como si fuera un corderillo de camino al matadero.
—Dáselas.
—Lo haré, aunque no te van a hacer falta —dijo, con una convicción que hizo que Katniss entreabierta la boca—. Haz lo que mejor se te da y sobrevive. Puede que seas la primera ganadora del distrito 12, preciosa.
—Gracias, Haymitch.
Los nervios se le empezaron a acumular en el estómago. Eso era todo, la temida despedida. De camino al aerodeslizador y ya en el camino, después de que le pusieran el despositivo de rastreamiento, Katniss no podía parar de pensar en las posibilidades una y otra vez. ¿Cómo sería la Arena? ¿Un desierto, un conjunto de islas? ¿O tal vez un bosque? El pensamiento de poder encontrarse con algo familiar la hacía sentirse con cierta ventaja.
Después, que Cinna le dejase peinarla con su simple y usual trenza la relajó en cierta manera. También que el traje que les hubiera asignado fuera tan parecido a un uniforme, con pantalones largos y una chaqueta negra, con el pin de Madge guardado tras una solapa, un cinturón robusto. La ropa no era demasiado fina ni demasiado gruesa como para morirse de frío. El punto intermedio tenía que significar buenas noticias. Las botas marrones se parecían a las que tenía en casa, aunque eran más cómodas. Así podría correr en condiciones.
No era capaz de hablar más, pero Katniss se permitió darle la mano a Cinna por un momento. Mientras tanto, él le recordó que hiciera caso de Haymitch y se alejara de la Cornucopia, y que, si pudiera, habría apostado por ella. Cuando una voz femenina sonó por toda la estancia, Katniss caminó con indecisión hasta la plataforma que le subiría a la Arena. Lo último que vio antes de que el cilindro transparente la moviese fue a Cinna dándose unos golpes en la barbilla, como si quisiera decirle que mantuviese la cabeza alta. El tubo la propulsó hacia arriba, envuelta en una oscuridad profunda, pero poco después una intensa luz casi la cegó. El viento le azotaba la cara con fuerza, casi como en la pradera del 12. El aire transportaba también la misma frescura que en la pradera. Justo en ese momento, la voz del presentador Claudius Templesmith resonó a su alrededor:
—Damas y caballeros, ¡que empiecen los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre!
