Ocho

La Cornucopia, un gigantesco cuerno dorado, brillaba en el centro de la Arena, repleta de comida, agua, armas y suministros de todo tipo, pero a Katniss solo le importaban dos cosas. La primera, que ante ellos se encontraba una simple llanera verde, rodeada de un bosque de pinos, tan familiar que casi la asustaba, y la segunda, que dentro de la Cornucopia había un arco y unas flechas. Tenían que haberlo hecho a posta, porque aunque otros tributos lo habían usado también en los entrenamientos, ninguno mostraba una habilidad especial. Sabían que iría a por él. ¿Debería hacerlo? Solo tenía un minuto para pensarlo. Si Haymitch estuviera allí le diría que no lo hiciera bajo ningún concepto. Katniss se consideraba rápida, podía llegar hasta allí antes que otros tributos, pero eso implicaría luchar y no sabía si podía empezar atacando nada más poner un pie dentro de la Arena. Mientras que los segundos iban pasando decidió que echaría a correr en dirección al centro y coger lo que pudiera, aunque no fuera el arco, y después buscaría a Alder y a Estee. En cuanto sonó el gong salió disparada, teniendo tiempo a recoger una mochila no tan cerca del centro, por la que tuvo que pelear. Nada más agarrarla por las asas uno de los chicos más pequeños, creía que el del 9, la agarró por el otro lado, y sus ojos se encontraron con el mismo terror. Su expresión de pánico ni siquiera duró, porque la chica del 2, tras de ellos, ya había tenido tiempo a coger unos cuchillos que les lanzó a ambos. Uno mató al chico y el otro le dio de pleno a la mochila. Entonces Katniss se giró hacia el bosque y volvió a echar a correr, intentando no pensar en cómo el chico se había desplomado como si fuera un muñeco. No tenía arco, pero sí una mochila que tendría algo valioso en su interior y también un cuchillo de regalo.

No paró de correr hasta que llegó al principio del bosque, solo entonces se detuvo por un segundo, con la respiración agitada, y volvió la mirada a la Cornucopia. Después de todo le había prometido a Estee que la buscaría. ¿Y dónde estaba Alder? A lo lejos, la mitad de los tributos estaban peleando en la Cornucopia y otros tantos estaban tirados por el suelo, sin vida. Al otro lado, más allá del cuerno, Katniss solo podía ver un vacío, así que sospechaba que habría una pendiente o algo parecido. Se giró de vuelta a los árboles y entonces vio a la chica que esperaba corriendo frente a ella.

—¡Katniss! —gritó, con cierto alivio en la voz.

Ella miró a ambos lados para asegurarse de que nadie más las estaba siguiendo y se acercó a ella, trotando. Cuando la chica frenó se agarró levemente a sus brazos. Casi no le dio tiempo a frenar, pero Katniss notó que tenía los ojos enrojecidos y las mejillas mojadas.

—¿Qué ha pasado?

—Robin…Robin está…—. Aunque se paró, el estómago se le hundió de todas maneras. Estee cogió aire y luego habló con la voz entrecortada—. Tienes sangre en la cara.

—No es mía. El chico del 9 —contestó Katniss, en un murmulló.

Ninguna se atrevía a decirlo, a pronunciar la palabra muerte. Robin estaba muerto, el chico del 9 estaba muerto y a saber cuántos más. Katniss tragó saliva y volvió la vista a los árboles.

—Estaremos más seguras dentro.

—Me ha parecido ver agua, como un lago —le indicó Estee, en dirección a la Cornucopia—. Al otro lado.

Eso explicaría el vacío que Katniss había visto a lo lejos, pero era el peor momento para volver a pasar por el centro de la Arena.

—Tenemos que avanzar.

Estee asintió ligeramente, se frotó los ojos y luego la siguió. Ambas echaron a correr, esquivando como podían los árboles hasta que estuvieron tan lejos que no se reconocía la pradera. La carrera se volvió poco a poco en una caminata rápida. Katniss no estaba cansada aún, pero tendrían que guardar las fuerzas por si necesitaban huir de alguno de los Profesionales. A pesar de que casi no se había fijado al verla aparecer, Estee también había sacado algo de la Cornucopia. Llevaba una bolsa colgando del hombro, algo más pequeña que su mochila.

—¿Qué tienes ahí?

—Ni idea —le contestó Estee, apoyándose contra un árbol para respirar—. No me ha dado tiempo a mirar. ¿Y tú?

—No lo sé.

—Podemos parar un momento. Creo que estamos a salvo.

Katniss no estaba tan segura, pero sí que parecían estar tan lejos de todos los demás. No se escuchaba más que la tierra al crujir con sus propias pisadas y las hojas de los árboles sacudiéndose. Asintió un poco y se apoyó junto a Estee para quitarse la mochila. La chica abrió su bolsa primero.

—Tengo algo de pan —dijo, mientras revolvía—, un plástico para resguardarse y…una manta.

La mostró con una ligera sonrisa triste. Bueno, al menos no se morirían de frío la primera noche, igual sí de sed. Era lo que Katniss más deseaba, lo primordial y otro consejo que Haymitch les había dado. Aunque la comida era necesaria se podía pasar días sin ella, pero no sin agua. Katniss abrió su mochila. Aparte del cuchillo que casi la había atravesado, dentro tenía un paquete diminuto de galletas, unas tiras de carne seca, unas cerillas, unas cuerdas, lo que parecía un saco de dormir enrollado y una botella. Las dos se miraron, pero una vez que Katniss desenroscó la tapa a toda prisa, sintió la decepción inundarle. Estaba vacía. Estee dejó escapar una exhalación a su lado.

—Vaya —se lamentó—. ¿Qué hacemos? ¿Caminamos algo más? Tal vez haya un río por alguna parte.

—Estará cerca del lago, pero vale —respondió Katniss, para luego retomar su paso, aunque con más calma—. Nos esconderemos por esta noche. Lo mejor será…por ahí arriba.

Estee alzó las cejas a la vez que subía la mirada.

—¿En las ramas?

Katniss echó un vistazo a su alrededor. Ya habían pasado de pinos a árboles más fuertes, algunos familiares y otros que no reconocía.

—En uno que sea robusto, no te preocupes. Podemos atarnos con mis cuerdas para dormir.

—Claro.

Caminaron hasta que casi empezó a hacerse de noche. Entonces siguieron el plan de Katniss, buscaron un buen árbol que soportara su peso y se sentaron con la espalda apoyada en el tronco en un par de ramas que ofrecían más seguridad. Estee le pasó un bollo de pan y Katniss repartió alguna de sus tiras de carne. La comida no estaba tan mal, pero ya notaba los labios agrietados.

—Mañana tendremos que encontrar agua —le murmuró.

—Ya. Y si encontramos el lago… ¿qué pasa si los Profesionales ya están allí?

Katniss la miró de reojo, en silencio, a pesar de que ya estaba tan oscuro que apenas distinguía nada más allá que el perfil de su rostro. Sabía a lo que se refería. Si de verdad estaban allí, porque era la decisión más razonable, entonces tendrían que luchar. O las seguirían si las veían o a saber qué. Los nervios que le despertaron en el estómago al pensarlo se hicieron peores al escuchar el himno del capitolio y ver las caras de los fallecidos. Ocho menos, solo uno que conocieran, el pobre Robin, pero Alder no estaba entre ellos. Katniss se mordió el labio. ¿Dónde se habría metido? Seguro que estaba muerto de miedo.

—Estee —llamó en voz baja a la chica—. ¿Qué pasó con Robin?

Al principio, no dijo nada, aunque la escuchó mover la manta. El saco de Katniss tenía pinta de abrigar más, pero no cabían las dos.

—Casi no corrió al salir. Se quedó parado, ahí en medio. Y después…apareció ese chico, Cato —pronunció con desprecio—. Le partió el cuello como si fuera un muñeco.

¿Qué podía responder Katniss a eso? Nada podría reemplazarlo, nada podría justificarlo, ninguna palabra. Deseó haber podido darle la mano a Estee aunque fuera, y consolarla, pero estaba un poco más alta que ella.

—Lo siento.

—Murió a su manera, ¿no? —replicó la chica, con la voz temblándole—. No quería hacerle daño a nadie.

Ofrecía cierto consuelo, que no hubiera dejado de ser quien era. Después de estar de acuerdo en que intentarían buscar a Alder también al día siguiente, Katniss intentó conciliar el sueño, olvidar la cara de los caídos iluminando el cielo y fingir que estaba en su casa, en el bosque que conocía como la palma de su mano. Aunque se despertó en dos ocasiones, con alguna rugosidad del tronco clavándosele en la espalda, descansó más de lo esperado. Estee, por otro lado, parecía cansada a juzgar por su paso, además de muy callada. Era normal, porque seguro que estaba dándole vueltas a la muerte de Robin. Mientras que caminaba a su lado, Katniss recordó a Finnick diciéndole que se fiara de ella. Bueno, había pasado una noche y ninguna de las dos se había matado, tampoco había intentado atacarla ni quitarle el cuchillo. Suponía que podía hacerlo.

Hasta allí llegaban las buenas noticias, porque el segundo día fue a peor. Se acabaron todas las galletas, aunque estaban demasiado saladas y no encontraron el camino al lago por ninguna parte. No había nada más que bosque, pequeñas laderas y prado y piedras. Katniss estaba segura de que se acordaba de cómo ir a la Cornucopia. Aun así, no lo hicieron. Lo lógico era bordear el bosque y esquivar salir a la pradera, donde serían un blanco fácil.

—¿Y si probamos con algún fruto? —escuchó decir a Estee, unos pasos por detrás—. Tienen líquido. No es agua, pero…

Katniss frunció el ceño antes de darse la vuelta. Cuando vio los frutos que Estee estaba mirando, agachada junto a un arbusto, casi echó a correr contra ella.

—No toques eso.

Estee dio un brinco al escucharla, pero tiró las bayas, de un morado tan oscuro como peligrosas eran.

—Esas bayas son tóxicas, créeme.

La chica se limpió las manos con nerviosismo varias veces, como si le diera miedo a intoxicarse por si quiera rozarlas. Seguro que la había asustado demasiado, porque no se paró a mirar a su alrededor mucho más, pero eso estaba bien. Con solo un bocado estaría sin aliento en el suelo, mejor que se asustara. Como no encontraron la salida hasta ningún rio ni al lago, tuvieron que dormir de nuevo encaramadas en un árbol. Esa noche no hubo ninguna muerte que lamentar, tal vez por eso Katniss sintió que podían relajarse por un momento, después de un día sin ningún beneficio.

—¿Cómo es el 4? —le preguntó a Estee, cuando el horizonte ya comenzaba a iluminarse la mañana siguiente.

Sabía que estaba despierta porque la había visto frotándose los ojos hacía ya un rato.

—Muy diferente al Capitolio —susurró, con la cabeza apoyada hacia atrás y la vista elevada. Parecía cansada e igual también le dolía la cabeza, como a Katniss. Casi no podía sentir los labios de la sed que tenía—. Se puede ver el mar casi desde cualquier parte, y si no, podrás seguir oliéndolo por todos lados igualmente.

Katniss asintió, aunque no tenía ni idea de cómo era esa sensación. Lo más parecido al mar que había conocido era el lago del 12 que le había descubierto su padre, donde le había enseñado a nadar.

—¿Tus padres son pescadores?

—Maestros. Mi hermano mayor sí —. Entonces Estee sonrió un poco, como si su recuerdo le diera fuerzas. Era lo único que hacía a Katniss empeñarse en caminar a cada momento también, su familia—. ¿Y los tuyos?

—Mi madre murió hace unos años. Mi padre es minero, pero tuvo un accidente, así que ya no trabaja ahí —explicó.

No podía decir que se las arreglaban con la caza, sus conocimientos sobre plantas y frutos y algunos remedios caseros que había aprendido de la madre de Katniss y podía vender.

—Oh. Lo siento. Te he visto el broche —dijo haciendo un gesto a su pecho—. ¿Qué es?

Katniss lo palpó bajo la ropa.

—Mi amiga me lo dio. Es un Sinsajo.

—No sé qué es eso, pero…yo no tengo nada tan bonito.

Katniss reprimió las ganas de decir que podría tenerlo si ganaba. No le hubiera gustado que nadie fuera tan hipócrita con ella.

—Es un pájaro que repite lo que oye. A veces, si les cantas, pueden llevar tu canción a cualquier parte.

Eso pareció contentar a Estee.

—Es una pena que no podamos hacer ruido, entonces. Me habría gustado escucharte cantarle a uno, nunca los he visto.

—¿Cantar? —Katniss casi se rio—. No, no se me da bien.

Su padre decía que sí, pero seguro que lo decía solo porque era su padre. Katniss empezó a desatarse. Ahora que era de día tenían que encontrar agua como fuera, no podían pasar un momento más así o perderían la poca fuerza que les quedaba. No confiaba mucho en que Haymitch se la pudiera mandar, pero igual Finnick sí. No dejaría que Estee se muriera de sed en su tercer día. Se giró para decirselo a ella cuando intuyó un destello a lo lejos que le hizo fruncir el ceño.

—¿Estás viendo eso? —preguntó en voz alta, haciendo que la chica se girara.

Mientras que le habló, la luz se volvió más fuerte, más brillante, cada vez más cerca. No le hizo falta terminar de ver la expresión horrorizada de Estee para darse cuenta de que la luz no era una luz, sino una bola de fuego que volaba directa a ellas.