Nueve
La bola de fuego acabó arrasando con los árboles a su lado derecho, incendiando las copas de un plumazo. El primer impulso de Katniss fue apartarse, pero todavía tenía que desatarse. Estee, como ella, estaba tirando de las cuerdas con desesperación.
—¡Vamos! —la escuchó gritar, alterada.
Cuando Katniss se deshizo de sus ataduras no tuvo tiempo de pensar, ni recoger, solo se ajustó la mochila a la espalda y saltó. El saco se cayó con ella y ahí lo tuvo que abandonar. Ya poco importaba lo que pudiera salvar o no. Estee, por otro lado, cayó de lado, se golpeó y mientras que Katniss la ayudaba a levantarse, ahogó un gemido lleno de dolor. Solo la pudo mirar de reojo, pero le pareció que tenía algo clavado en el hombro.
—Hay que correr —farfulló Katniss, casi sin fuerzas.
A su alrededor, las ramas caían prendidas en llamas, el humo las rodeaba y si no se daban prisa no solo las achicharrarían, sino que morirían ahogadas. ¿Por qué matarlas de esa manera? ¿Por qué atacarlas directamente y no dejar que otros Tributos diesen el espectáculo de capturar a dos chicas? Igual estaban demasiado lejos de los demás, igual estaban aburridos porque nadie había muerto el día anterior.
Se hicieron paso con más lentitud de la que deberían, intentando esquivar las siguientes ráfagas de fuego, aunque Katniss ni siquiera estaba segura de a dónde se dirigían porque apenas se distinguía nada entre tanto humo. Estee estaba tosiendo sin parar, a pesar de tener casi la cara entera tapada con parte de su chaqueta. Fueron dando tumbos por todo el bosque, agarrándose la una a otra, obligándose a caminar hasta que la barrera de árboles terminó. El cambio fue tan abrupto que casi cayeron por la pequeña ladera a la que dieron. Estee cayó de rodillas, como Katniss a su lado, dándose cuenta de que la pierna le ardía más de lo que pensaba, igual que la garganta y los ojos. Si alguien apareciera en ese momento serían la presa más fácil.
—¿Estás bien? —le preguntó Katniss, cuando pudo dejar de toser y empezó a respirar.
Su herida en la pierna no tenía buena pinta, estaba algo chamuscada, pero al menos podía caminar. El hombro de Estee, sin embargo, estaba peor, con la sangre de un rojo tan brillante brotando como las llamas que habían dejado atrás.
—No sé —la escuchó murmurar. Después inhaló y respiró varias veces hasta mirar al frente. Extendió la mano para indicarle algo y después lo dejó caer—. ¿No queríamos agua? Aquí está.
Katniss levantó la mirada. El rumor del agua bajando por el río era inconfundible. Bajando la ladera, apenas unos metros por delante de ellas, el río bajaba con toda su fuerza. Ver el agua brilla le dio ganas de llorar. Gracias al cielo aún conservaba la botella. Sentía las piernas débiles, sobre todo la que se había quemado y si a Estee le dolía el hombro no dijo nada mientras corrían en dirección al agua. Estaba fresca y era tan apetecible que bebieron de sus manos antes de pensar si quiera en rellenar la botella. Fue al disponerse a abrir la mochila cuando se escucharon unos chillidos en la orilla contraria.
—Oh, no —escuchó a Estee lamentarse.
Justo frente a ellas, aparecía el grupo de los profesionales, sonriendo y trotando como si estuvieran de excursión en el bosque y no peleándose a muerte. Lo peor no es que estuvieran tan cerca de ellas, que las hubieran encontrado y pudieran atacarlas desde el otro lado. Lo peor era que una de las chicas llevaba colgado del hombro arco y flechas. Tenían su arco, pensó Katniss con la rabia creciéndole en el pecho, el arco que era para ella. Esa chica ni siquiera sabría usarlo. Para cuando apartó la vista de ellos, sin que hubiera movido ni un pie, Estee ya estaba en la orilla, agachada.
—¿Qué haces, Katniss? ¡Tírate ya! —le gritó la chica.
Casi a regañadientes, la imitó y se hundió en el agua. La corriente iba rápido, aunque no tanto como para no poder flotar apoyadas en las piedras y ramas caídas por las orillas. Estee no dejaba de mirar atrás, hacia la otra orilla, aunque de vez en cuando le dirigía una mirada de soslayo a ella, como si no entendiera como fuera posible que no se hubiera hundido ya. Katniss agradeció que no preguntara si sabía nadar. No tenía por qué saber en absoluto. Mientras que ellas se preocupaban por no salir arrastradas y ahogarse, los otros tributos les seguían el paso desde la orilla. Uno de ellos hasta les había intentado alcanzar con su lanza, pero apenas había pasado de la mitad del río. Los Vigilantes les habían ofrecido un regalo, sí, uno envenado. Agua a cambio de una pelea. Si no paraban de seguirlas, eso es lo que ocurriría y ellas solo tenían un mísero cuchillo, uno bastante bueno, pero uno. ¿Se darían por vencidos o tendrían la paciencia suficiente para esperar a que se cansaran de luchar contra la corriente del río?
Un poco delante de ella, Estee se agarró de repente a una rama más ancha que las demás, deteniendo su paso. Mientras que Katniss llegaba, siguió con la vista a Cato y los demás. El estómago se le revolvió con intranquilidad. No parecían de los que se rendían y si Estee se estaba rindiendo ya, no tendrían nada que hacer.
—No te puedes parar a…
—¿Qué es eso? —le interrumpió Estee.
Katniss se dio la vuelta a la vez que el sonido del cañón sonó con un estruendo que le aceleró el corazón. Estee estaba bien, estaba a su lado, y los Profesionales seguían con sus estúpidas carreras al otro lado, como si fuera un juego de verdad. ¿Por qué el cañón había sonado tan cerca entonces?
—¡Eres la siguiente después de tu amigo! —gritó Cato a lo lejos, para después soltar una risotada—. ¡Hablo de ti, doce!
No entendió a qué se refería él ni qué había hecho detenerse a Estee hasta que todas las señales se fueron juntando en su mente. Había un bulto flotando en el río abajo, acercándose a ellas. Un bulto no. Era más grande que un animal y tenía la complexión de…El cañón, el comentario de Cato. Tu amigo, se repitió Katniss. Escuchó a Estee tratar de frenarla antes si quiera de empezar a dar una brazada. La pierna le quemaba y le dolían los brazos de nadar con el peso añadido de su mochila, pero no podía parar.
Alder. El bulto era Alder. Su nombre se escapó con un grito desgarrado sin que pudiera evitarlo. Solo quería llegar hasta él, evitar que su cuerpo siguiera vagando sin rumbo por el río, verlo una última vez antes de que el aerodeslizador se lo llevara. Estaba decidida a llegar a la orilla y enfrentarse a ellos si debía. ¿Cómo se atrevían a alegrarse de ser unos monstruos? ¿Cómo se atrevían a quitarle la vida a un chico con la inocencia de Alder?
Aunque supiera defenderse en el agua, Estee era más rápida, por supuesto. Sabía lo que era nadar contra las olas, seguro. Ella solo había conocido las aguas paradas del lago.
—¡Katniss, para! —le pidió, a apenas un par de brazadas de ella—. Solo quiere provocarte.
Fue tan eficiente, incluso herida, que llegó, la sujetó por detrás y tiró de ella hasta volver al otro lado. Katniss intentó forcejear con ella varias veces, consumida por la furia que le producía ver el cuerpo de Alder alejarse, hasta que pensó que si le pegaba en el hombro le haría daño. Eso fue lo único que la convenció de que frenara. Los siguientes minutos se pasaron en una neblina que después Katniss ni recordaría: las dos saliendo del agua, tiritando por el frío, intentando refugiarse de nuevo en el bosque, antes de que los Profesionales dieran con la manera de cruzar el río. Luego haría otras cosas de las que se arrepentiría de hacer en público, porque cualquier cámara podía enfocarlas, como desmoronarse, llorar por un largo rato mientras Estee la abrazaba y lloraba también, no sabía si por Alder, Robin, o por ellas mismas también.
En algún momento entre la tarde y el caer de la noche, cuando eligieron su árbol para pasar la noche, aparecieron dos pequeños paracaídas, sus dos primeros regalos, lo único que consiguió que Katniss sintiera que se le cerraba un poco el agujero en el estómago. Finnick le había mandado un tubo de crema para las quemaduras a Estee, y aunque no estaba segura de que fuera muy útil con la herida que tenía en el hombro, le serviría para una que tenía en la cara y también para su propia pierna. Haymitch, por su parte se había estirado con una botella de dos litros de agua. Cuando la vio a Katniss le apeteció pegarse a sí misma. Se había alterado tanto que ni había llenado la suya en el río.
—¿Cómo tienes el hombro? —le preguntó a Estee.
—Mal. No lo siento, la verdad. Tengo el brazo como dormido.
—No sé qué podemos hacer —reconoció Katniss.
—Al menos tenemos algo para las quemaduras. Lo siento, Katniss —añadió en un murmullo, al tiempo que la tapaba con su manta, aún algo fría.
Habían perdido la mitad de sus cosas en el incendio, como su saco y la poca comida que les quedaba y lo que les quedaba estaba medio mojado por su chapuzón. Al día siguiente no les quedó más remedio que hacer una trampa con unas ramas y unos pedazos de alambre que Katniss encontró en un bolsillo de la mochila. Despellejarlo no le bastó para calmar la ira que aún sentía por culpa de los Profesionales y también consigo misma, por haber dejado nublarse de aquella manera. Aun así, si los patrocinadores las estaban viendo, igual se les olvidaba la manera en la que se había desmoronado el día anterior.
—¿Cuántos quedamos?
Había perdido la cuenta, porque se había negado a ver el rostro de Alder iluminando el cielo junto a los demás caídos la otra noche.
—Creo que la mitad —respondió Estee, mientras trataba de que el conejo se cocinara con el diminuto fuego que habían prendido. Las cerillas habían quedado inservibles.
Conque 12… Haber sobrevivido tanto ya era todo un logro, pero eso no sería suficiente. No era suficiente para volver a casa. Tenía que ser la última.
—¿Cuándo vamos a parar? —La pregunta hizo que Katniss se frenara en seco—. ¿En qué momento se supone que deberíamos dejar de ayudarnos? Porque si solo quedamos tú y yo… ¿Qué haríamos entonces? Porque yo no voy a matarte.
Un escalofrío le puso la piel de gallina mientras miraba a Estee a los ojos. La había arrastrado en medio de su shock y si no fuera por ella seguro que Cato la habría terminado matando también. Tal vez fuera su pelo rubio como la hierba seca o su forma de insistir en ayudarla sin querer nada a cambio, pero cuando la miraba se acordaba un poco de su hermana y luego de Madge. No podía volver a ver a nadie morir, mucho menos a ella. Se negaba a hacerlo.
—Podemos comernos las bayas que viste el otro día —casi escupió Katniss—. Así no ganaría nadie.
Estee soltó una risa amarga, pero ella lo decía en serio.
—Ojalá esa fuera una opción —repuso.
Se comieron todo el conejo que pudieron aprovechar y decidieron que al día siguiente volverían a seguir el río. Era arriesgado, pero no tenían casi ningún suministro y necesitaban algún arma con el que defenderse. Katniss tenía alguna idea al respecto, como robarle a la chica que llevaba el arco lo que debería ser suyo. Hasta pensaba como Cato con su maldito cuchillo, pensó de repente, con rechazo.
—Me quedaré despierta —le informó a Estee, antes de acomodarse en el mismo lugar que habían dormido la noche anterior—, por si vuelven a por nosotras.
—¿Seguro?
Ella asintió varias veces. Tenía que pensar, trazar algún plan. A pesar de que Estee insistió en que la despertara para revelarla, Katniss no llegó a dormir más que un par de cabezadas. Cuando se dio cuenta de que lo había hecho ya era de día. Se estiró un poco con cuidado de no empujarla y susurró su nombre para que se despertara ya.
—Estee.
Tenía la cabezada ladeada, apoyada en el árbol y con todo el pelo por delante de la cara. Como Katniss no podía verle el rostro la sacudió un poco hasta que se volvió. Tenía los ojos entornados, como si estuviera medio dormida, pero no contestaba. Lo que le asustó fue que su brazo se resbaló hacia un lado y ella ni respondió. A la vez la chaqueta se le resbaló del hombro, revelando un pedazo de piel de un color sospechoso, oscuro, como el de un moratón enorme. El terror se le subió a la garganta. Katniss alargó el brazo y tiró de la manga hasta darse cuenta de que tenía el brazo entero morado y su piel estaba congelada. Se quedó paralizada en el sitio hasta que se dio cuenta de lo que estaba viendo. La herida ya no era solo eso o una quemadura superficial, lo que le hubiera atravesado el hombro le había provocado una infección de las grandes. Una de las que mata, le susurró su subconsciente. Estee no se movía, no hablaba, no respondía. Lo inevitable ocurrió aunque Katniss aún no había sido capaz de soltarle el brazo, porque eso lo haría real, el cañón indicando la muerte resonó a su alrededor y la chica sintió que su propio corazón también se detenía: Robin, Alder, Estee. De los cuatro solo quedaba ella y era la siguiente.
