Diez
La cama se sentía fría y Finnick no podía dormir. No había parado de levantarse en toda la noche. No funcionaba nada: infusiones, paseos, ni unas cuantas flexiones para agotarse. No podía tomar pastillas, pues hacía tiempo que huía de todo lo que anulase su voluntad porque eso le traía recuerdos de momentos espantosos. Se sentó en el suelo, encima de la alfombra y se frotó la cara varias veces. Estee estaba muerta. Ya había pasado casi un día entero desde la mañana en que Katniss la había encontrado a su lado, sin vida, con medio cuerpo morado y los labios azules. Aunque hubiera sido lo suficientemente inteligente para mandarle algo para una infección y no para quemaduras tampoco hubiera podido salvarla, no sin una intervención médica de verdad. O eso llevaba pensando todo el día para consolarse. Era una muerte demasiado rápida, demasiado estúpida, cómo un simple momento, una herida que no debía de haber sido un gran obstáculo había acabado con ella en silencio.
No sabía qué hacer. Era tarde para salir del edificio y muy pronto para andar merodeando por ahí. No le apetecía verles la cara a los otros mentores, sobre todo los del 1 y el 2, que se regodearían sobre lo buenos que eran sus chicos, y tampoco se sentía preparado para mirar a Haymitch. Tenía que estar al borde de un infarto, considerando que era la primera vez que alguno de sus tributos duraba tanto como Katniss estaba haciéndolo. ¿Dónde estaría ella? Finnick no había aguantado mucho más en la sala después de verla sacudir a Estee, llamándola y quedándose en shock después, al darse cuenta de que les había dejado. Era imposible pensar en algo que no fueran los Juegos y lo cierto era que su curiosidad era igual de poderosa que su devastación, así que se dirigió al salón y buscó el resumen del día en la televisión. Lo adelantó hasta que Katniss apareció, junto a esa chiquilla del 11, que no era gran cosa, pero sí silenciosa y ágil. Eso le había servido para escapar y esconderse bien, lo cual tenía su mérito. No estaba seguro de que asociarse con ella fuera una buena idea, no porque no fueran útiles la una para la otra, sino porque le daba la impresión de que Katniss iba a ver a otra persona más morir, si no era ella quien lo hacía primero. Eso sí que no lo creía.
La niña, Rue, también era ingeniosa. Había llamado a Katniss desde lo alto de un árbol, justo encima de donde dormían los Profesionales para lanzarles un nido de rastrevíspulas que pendía de una de las ramas. La tarea pesada, la de desprender el nido, se la dejó a la chica del 12, que sin duda tenía motivos para querer ver sufrir a esos chicos como para arriesgarse a que la picaran a ella también. Aun así, la decisión significaba correr un gran riesgo.
—Mala idea —murmuró Finnick, inclinado en el sofá, para no perderse ningún detalle.
El nido sí que cayó y las avispas se volvieron locas al tocar el suelo, tanto, que dos de las chicas quedaron tan rodeadas que murieron prácticamente al instante. Como si hubiera gafado a Katniss con su comentario, ella tampoco se libró de un par de picaduras con muy mala pinta en la mano y el cuello. Aun así, no evitaron que Katniss acechara hasta que los demás Profesionales huyeron. ¿Por qué no se marchaba ya? Los cañones habían sonado, estaban muertas. La chica se bajó del árbol a duras penas, rascándose sin parar el cuello, y se arrodilló junto a la chica del 1, tan hinchada que era imposible de reconocer más allá de su pelo rubio. Finnick sintió un escalofrío, pensando en Katniss retirándole el pelo de la cara a Estee para ver qué le pasaba. Se mordió el labio con fuerza y se obligó a seguir mirando.
No sabía qué estaría buscando entre sus pertenencias que le fuera útil hasta que notó cómo el gesto se le torcía al coger las flechas y el arco que llevaba Glimmer. Ya se había echado las flechas al hombro, pero estaba inspeccionando el arma con una mueca de decepción. La cuerda estaba partida. El material parecía robusto como para que algo así pasara y era nuevo, pero sin duda se había desprendido de su sitio, tal vez al caerse el nido o puede que la chica lo hubiera golpeado mientras que trataba de zafarse de las avispas. Katniss lo tiró al suelo de un golpe, con el ceño fruncido, y farfulló algo que sonaba como un insulto. Después echó a caminar lejos de allí, aunque ya iba dando tumbos por las picaduras que había recibido. ¿Por qué se había puesto así?, pensó Finnick, recostándose en el sofá. Un arma era un arma, cierto, pero también se había mosqueado en el río al ver a la chica del 1 disparar, Estee incluso había tenido que tirar de ella…
—Mierda.
Entonces era eso, se dio cuenta, lo que dominaba en secreto era el arco y se había quedado sin su mejor forma de defenderse. Al fin y al cabo, Finnick sabía muy bien la diferencia que marcaba poder atacar con el arma que te resultaba familiar. Su tridente había sido el regalo más caro de la historia de los Juegos. Había merecido la pena entonces, porque vivió, pero las consecuencias que le había traído no las merecía. Hubiera preferido morir a tener que entregarse a extraños como lo había hecho hasta hacía poco.
En cuanto la repetición terminó, Finnick volvió a la cama. El día que acababa de ver ya había pasado, pero esperaba que estuvieran a salvo. Apretó la mandíbula al pensar en ello. ¿Qué más daba? Robin ni siquiera había pasado del primer minuto y Estee, que sí había tenido posibilidades, ya no estaba. Ya no tenía tributos, no tenía que preocuparse por Katniss, ni por ninguno de los demás porque no era su trabajo, ¿no? Por el resto del día no se molestó en volver a moverse, a pesar de que casi ni durmió, tan solo esperó hasta la noche para volver a encender la tele. Ni Rue ni Katniss volvieron a aparecer en todo el día, solo en una ocasión en la que Katniss protestaba en sueños, seguramente indispuesta por las picaduras que había recibido. Por otro lado, los Profesionales estaban haciendo de la Cornucopia su refugio y su almacén de recursos. Para cuando la mañana llegó, Finnick decidió que ya se había lamentado lo suficiente.
Presentarse en la sala con los otros mentores después de perder a sus chicos no era nada nuevo. Había tenido que soportarlo muchas veces, ¿entonces por qué le dolía tanto en esta ocasión? ¿Qué narices iba a hacer ahora? No pudo evitar pensar en Haymitch y en cómo le había dicho que necesitaba salvar a alguien, aunque solo fuera uno. A él ya no le quedaban tributos, aunque…igual había algo que podía hacer al respecto. A pesar de que la idea conllevaba su riesgo, ¿por qué engañarse a sí mismo? No le importaba si lo era, qué más daba lo que le pasase si no tenía nada que perder. Solo se tenía a sí mismo y su dignidad había quedado atrás hacía años. Cuando llegó a la sala de reuniones actuar fue sencillo, después de todo esa la única facetada que conocían de él, el perfecto Finnick Odair, a pesar de que cada paso le cerraba un poco más la garganta. Solo tuvo que mostrar una sonrisa comedida aquí y allí, dejar que le dijeran que era una pena lo que había pasado, pero solo llegaban al final los mejores, y llegar hasta Haymitch como quien no quería la cosa. Aunque no estaba solo, nadie le estaba prestando especial atención.
—Odair —pronunció, sorprendido de verlo aparecer—. Lo siento, chico.
Finnick se hizo paso entre un par de mujeres con un guiño de ojo que les encantó, pero cuando se sentó junto al mentor del 12 la sonrisa ya se había desvanecido de su rostro.
—Katniss está siendo muy lista. ¿Algo nuevo?
Haymitch negó con la cabeza, antes de mirarle.
—Tu chica también lo fue. Hasta le hizo entrar en razón a ella, con lo cabezota que es.
Finnick sonrió ligeramente. Al menos su presencia había servido para algo y Katniss le había escuchado a él también, porque se había aliado con Estee sin titubear.
—Reúnete conmigo en mi habitación cuando se acabe la retransmisión, ¿vale? —le murmuró a Haymitch, para luego carraspear con disimulo.
Él puso cara rara, pero asintió. Finnick se quedó allí un rato, interesándose por cómo iban las apuestas, hablando con gente que le sonaba y bebiendo un par de copas, aunque sin pasarse. La información nunca venía mal, estuvieras o no dentro del juego, y tampoco quería resultar demasiado sospechoso al no dejarse ver durante tantos días seguidos. Terminó de ver ese día arriba, solo, y cuando el himno sonó, sin ningún caído que lamentar, un par de toques sonaron en su entró sin ni siquiera saludar, aunque no parecía tan enfadado como de costumbre, ni apestaba a alcohol.
—Qué puntual —comentó Finnick.
—Es que tengo prisa, chico. Me apetece dormir —protestó, antes de seguirle al salón—. ¿De qué va esto, Odair? ¿Otra reunión super secreta? Van a empezar a pensar que te gusto.
Finnick se rio, sin ofenderse. Sabía que Haymitch lo entendía, porque le habían hecho lo mismo que a él, o al menos lo habían intentado con distintos resultados. La lista de la gente de la que se fiaba era corta: Johanna Mason, Maggs, él…poco más.
—He dormido con tipos peores que tú—. Haymitch le dirigió una mirada de lado cuando se sentó y a él se le escapó la risa de nuevo—. Perdón. Escucha…he estado pensando en algo.
—¿Por eso llevas dos días sin aparecer? Pensaba que estarías…
¿Deprimido? ¿Devastado? Haymitch no llegó a concretarlo. Parecía duro ahora, pero cuando volviera a casa y tuviera que enfrentarse a las familias de Robin y Estee, entonces sería todavía peor. No podía pensar en ello sin estremecerse.
—Sí, bueno, aparte de eso… ¿Qué te parece una alianza de verdad?
—¿Qué estás diciendo? No tienes tributos.
—Como si tú no hubieras hecho ningún chanchullo con Chaff para que un niño del 11 tuviera al menos un bollo de pan en su último día en la tierra —replicó Finnick, tal vez con demasiada dureza, porque Haymitch se le quedó mirando, en silencio. Finnick suspiró—. Aquí nadie nos va a escuchar. ¿No estás cansando de ver a críos morir? Los tuyos, los míos…todos.
Haymitch frunció el ceño.
—¿Por qué te crees que bebo, chico? ¿A dónde quieres llegar?
Finnick se movió un poco, con nerviosismo. ¿Cómo podía convencerle?
—Lo que Katniss dijo el otro día de las bayas, que así nadie tendría que ganar…Me parece que su valentía va a ser peligrosa.
—Ya. ¿A quién se lo ocurre? Ya le dije que se callara lo que pensaba.
—Además, creo que se huele algo.
Entonces Haymitch sí que pareció más interesado.
—¿Por qué?
—Tienes muy bien controlados a tus chicos, ¿eh? Me pilló hablando con quien no debía uno de los primeros días, estaba andando por ahí.
—¿Con quién te vio?
—Una jueza. Una antigua clienta —añadió Finnick, en un murmullo.
—Joder. ¿Snow te ha vuelto a llamar?
La preocupación en su voz fue latente, tanto que a Finnick casi le conmovió.
—No, hace dos años que no. —Lo cual era todo un milagro, pensó—. Si tu chica gana y es la primera en hacerlo en el 12, eso va a ser una bomba. Y está cabreada.
—Y tanto —coincidió Haymitch.
—Se me ha ocurrido que si lo que necesitara viniera de nosotros dos y no de un depravado...
—No le deberá nada a nadie cuando salga, ¿no? —aventuró Haymitch—. Si lo hace. ¿Qué crees que necesita para ganar?
Muchas cosas: valentía, que ya tenía, no tener ningún escrúpulo, lo cual era casi imposible y…una buena arma. Eso era lo único que podía obtenerse con dinero.
—He visto la cara que ha puesto al ver el arco de la chica del 1. No aceptes el dinero de nadie, Haymitch. Tengo muchos amigos que me deben favores. Sé demasiado, nadie se enterará.
Esa era su oferta, ayudar a Katniss de verdad, aunque no le quedara nadie dentro. Se lo había dicho a ella en la azotea, que debía volver a casa solo por su valentía y su sacrificio por su hermana. La cara de Haymitch era un poema.
—¿Lo harás tú? —preguntó, estupefacto.
—¿Por qué no? Quiero que gane alguien que merezca la pena.
Haymitch se paseó por un momento por la habitación, rascándose la frente, como si se lo estuviera planteando, hasta que paró frente a Finnick y le dio una palmada en la espalda.
—Deberíamos hacer esto más a menudo, Odair.
La sonrisa volvió a hacerse paso en su cara, a la vez que el alivio le recorría el cuerpo. Aunque fuera peligroso, hacía mucho tiempo que Finnick no se sentía tan decidido, ni tampoco tan revivido. Necesitaba un propósito y si el suyo ya había muerto con Estee, entonces crearía uno nuevo. Si Katniss ganaba su vida no sería como la suya, nadie tenía que volver a vivir lo mismo.
—Tal vez, si bebieras menos se te ocurrirían estas cosas.
—Ni en tus sueños, chico —bromeó, aunque después le apretó el hombro con fuerza, en un gesto de afecto—. Eh, te lo agradezco, pero… ¿estás seguro, Finnick? Si Snow se entera de algo de esto, podemos meternos en un buen lío.
Finnick negó ligeramente. Llevaba mucho tiempo callando, sabiendo demasiado como para no hacer algo. Algún día tenía que usar lo que sabía para algo y este era un buen comienzo, una buena acción.
—Estoy seguro si tú estás dispuesto.
Haymitch asintió, convencido.
—Claro que sí. Vamos a joder un poco a ese vejestorio.
