Once
Katniss engulló el agua con tanta rapidez que estuvo a punto de atragantarse, lo que le hizo regañarse a sí misma. No podía desperdiciar ni una gota del agua que Haymitch le había mandado, porque no sabía si volvería al río pronto, si los Profesionales seguían allí o ya se habrían cansado. Volvió la vista hacia la derecha, donde la pequeña del 11, Rue, estaba sentada en una roca, dirigiéndole miradas con aquellos ojos tan redondos y curiosos. Todavía estaba guardando las distancias con ella, a pesar de que se habían ayudado para enfrentarse a los de los primeros distritos.
—¿Cuánto tiempo he dormido? —le preguntó Katniss. Aún le pesaba el cuerpo y le martilleaba la cabeza, así que decidió no levantarse.
—Dos días.
Katniss alzó ligeramente las cejas. Pensaba que habrían sido unas horas o como mucho un día, porque ahora parecía de día, pero, ¿dos completos? Con razón había tenido unos sueños tan largos, en los que aparecían Prim, Gale, y hasta su madre sonriéndole con cariño. Habían sido tan reales que hasta le parecía haber sentido una leve caricia en la mejilla en algún momento. Tenía que ser por culpa de las picaduras; eso o el agotamiento le estaba empezando a pasar factura.
—¿Quieres agua? —le preguntó a la niña, tendiéndole la botella.
Rue negó.
—He bebido, hay un arroyo cerca —explicó, luego se levantó y caminó hacia ella con paso vacilante—. Puedo curarte eso, si quieres.
—¿Cómo?
Katniss recordaba que su madre tenía algún remedio para las picaduras con alguna hoja, pero por más que lo pensara no le venía a la cabeza ni su nombre ni su aspecto.
—Conozco una planta, la encontré ayer —contestó.
Entonces se sentó a su lado y abrió su mochila. Katniss se preguntó a sí misma cómo habría sido capaz de coger algo tan grande sin salir herida de la Cornucopia, aunque tampoco sabía de qué se extrañaba viendo cómo le había robado el cuchillo a Cato en los entrenamientos. Dejó que Rue le envolviera las hojas en las picaduras, mientras que no podía dejar de pensar en ella el día anterior, buscando en algo que la ayudara, sin ningún motivo. Ella parecía no tener ninguna picadura. Recordó a Estee preguntándole hasta cuándo seguirían juntas, cuándo deberían separarse para no acabar matándose. No podía hacerse eso a sí misma otra vez, pero cuanto más contemplaba a Rue, más pensaba en Prim…
—¿Tienes comida? —preguntó la niña, con cierta timidez, cuando acabó—. A mí solo me quedan unas nueces y unas cuantas bayas.
Katniss le sonrió un poco, para hacerle ver que no le molestaba su pregunta.
—No tengo nada más, pero podemos cazar.
Era lo mínimo que podía hacer por ella, después de que le hubiera vigilado durante dos días y encima lo hubiese curado. Había perdido el maldito arco por culpa de aquella chica y solo tenía el cuchillo y un poco de alambre que podía reutilizar para hacer más trampas.
—¿Cómo sabes tanto de plantas? ¿Tú también trabajas en algún huerto en el 11? ¿No vas al colegio?
Rue se encogió un poco de hombros.
—Cuando puedo. En la cosecha todos tenemos que trabajar.
Por un momento, a Katniss le resultó raro escucharle hablar de su vida. No sabía nada de lo que hacían en los otros distritos, y seguramente los demás tampoco sabrían nada del 12. Los movimientos entre distritos eran muy escasos y estaba segura de que solo los vencedores y algunas personas con trabajos importantes podían viajar, e incluso ellos necesitaban permisos especiales. Eso le venía muy bien al Capitolio, tenerlos a todos separados y cegados de las realidades de sus otros compatriotas.
—¿Tú trabajas en las minas?
—No, pero mi padre sí —le contestó simplemente, porque estaba claro que no podía explicar por qué sabía cazar si habría cámaras siguiéndoles por todas partes—. Ya está lista.
Después de montar la trampa, Katniss le explicó brevemente cómo funcionaba. Podían esperar en silencio entre los arbustos a que algún conejo u otro animal pequeño picara,
—¿Cómo de lejos está ese arroyo?
—No tardé casi nada en ir y volver —le respondió Rue.
—Entonces vamos a buscar más agua mientras.
Tal vez si se marchaban lejos y ese pedazo de bosque se quedaba en silencio algo aparecería por voluntad propia. La verdad era que Katniss no solo pensaba en tener más agua para beber. No recordaba el último día que se había lavado, sin contar cómo había cruzado el río con Estee, y la verdad es que todavía estaba llena de tierra y trocitos de hoja de los dos días anteriores. Los Juegos no eran lugar alguno para relajarse, pero no quería pensar en Alder, en Estee o en lo mucho que Rue le recordaba a Prim, en cómo Prim podría haber sufrido de haber estado en su lugar. Solo le apetecía despejar la cabeza por un segundo y pararse, porque, aunque hubiese dormido dos días, habían sido dos días de pesadillas más que de descanso.
Se lavó con la ropa en el arroyo, sin las botas y la chaqueta y con los pantalones remangados. Si se mojaba tampoco pasaría nada, porque hacía sol y seguro que se secaría bien antes de que llegara la noche. Después se echó la crema de las quemaduras que se había llevado de las cosas de Estee y se trenzó el pelo en condiciones. Rue solo se había lavado un poco los brazos y la cara y, mientras tanto, había sacado las bayas. Cuando Katniss se sentó a su lado, en la orilla, la niña le sonrió. Al menos parecía que empezaba a confiar en ella de verdad.
—¿Estás segura de que se pueden comer?
Rue asintió con energía.
—Las tenemos en casa.
Por su aspecto, parecían inofensivas, o al menos no eran ningunas que Katniss pudiera reconocer como peligrosas. Rue era una niña muy lista. Como ella, sabía esconderse y distinguir lo que podía recolectar de lo que no. Se merecía tanto como ella o cualquier otro volver a casa. Sí, claro que Haymitch llevaba razón con Katniss, le importaban los demás. Le importaba lo que era justo, y esto no lo era. Le dio un mordisco de prueba a una baya y sabía igual de bien que las moras que Katniss recolectaba en el 12. Entonces dejó que sus hombros se relajaran por fin. Rue había sacado todas sus cosas para que vieran qué les podía ser de utilidad. Tenía una especie de herramienta, entre un tirachinas o una honda hecha con cuerda, unos calcetines de recambio y un recipiente pequeño para guardar agua. Además, llevaba una roca picuda que podía utilizar para cortar.
—Sé que no es mucho —dijo, como si se avergonzara—, pero tenía que salir de la Cornucopia.
—Buena elección —murmuró Katniss, impresionada con lo bien que se las había apañado por sí sola a su edad—. Está muy bien, Rue.
—Los Profesionales se han atrincherado allí, les he estado espiando —dijo de pronto—. Están acumulando todo lo que tienen, incluida la comida.
Katniss frunció el ceño, antes de ponerse en pie.
—¿En serio?
—No se han movido de allí desde que les lanzamos el nido.
Era una decisión inteligente, pues si tenían todo lo que necesitaban no tenían que salir de allí a no ser que les interesara cazar a algún tributo. Igual por eso ninguno había ido a por ellas para vengarse.
—Creo que ya podemos volver.
—¿Estás demasiado cansada? Podemos sentarnos otro rato.
Katniss miró a Rue y la sonrisa se le escapó. Tan solo era una cría, ella debería preguntárselo, no al revés.
—Estoy bien, vamos.
Se sentía algo mejor, más limpia y menos cansada, aunque no notaba que tuviera tanta fuerza. Ni atiborrándose a comida del Capitolio en las semanas anteriores le había servido para paliar los kilos de menos que ya traía del 12. Allí, cada vez se le marcaban más los huesos, hasta los de la cadera. Además, tenía las piernas llenas de pequeños moratones, cortes, las picaduras y las quemaduras que le quedaban, siendo la peor la de la pierna. Casi nada. En el camino a donde habían dejado la trampa consiguieron derribar un pájaro que andaba algo despistado con la honda de Rue y una piedra cualquiera, así, si no conseguían nada, por lo menos tendrían algo con que saciar el hambre por un día. Tendrían que encender un fuego para cocinarlo, pero se lo podrían permitir si de verdad los Profesionales seguían lejos.
Acababan de volver justo al lugar donde habían estado antes, al pie del árbol donde habían dormido, o eso creía recordar Katniss, cuando un leve pitido se hizo paso a través de los árboles. Cuando elevó la vista, el paracaídas que se precipitaba hacia ellas le pareció tan grande que tuvieron que dar unos pasos atrás para que hubiera espacio suficiente en el suelo para que cayera.
—¿A ti te mandan cosas? —oyó a Rue preguntar, maravillada.
Katniss estaba tan impactada que no fue capaz de darse la vuelta para contestarle que aquello no era normal. Había tenido una única cosa en toda la semana: la botella de Haymitch, y la crema se la habían dado a Estee, no a ella.
El bulto era una caja alargada, de color oscuro, estaba rígida y no sabía qué podía encontrarse dentro. No había pedido nada, ni estaba tan desesperada como le había pasado con el agua. ¿Podían haberse equivocado? No creía que el Capitolio fuese capaz de cometer errores, pero aquello no parecía digno de una chica del 12. Al destapar la caja, el aliento se le atascó en la garganta. Dentro, le aguardaba lo que no se hubiera esperado ni en sus mejores sueños: había un arco y un carcaj repleto de flechas, de color oscuro, con un diseño tan elegante que hasta brillaba. Katniss lo sacó con las manos temblorosas y Rue se acercó con la boca entreabierta. ¿Cómo se habría podido permitir Haymitch comprarle algo así? O se estaba volviendo más popular de lo que creía o se había vuelto loco.
Katniss se dio cuenta de que junto al arco había una pequeña tarjeta con algo escrito. Con la botella Haymitch solo le había puesto: «sigue viva» y su inicial, pero esto parecía una frase completa. Cuando recogió la tarjeta el pulso le siguió flaqueando. Esta decía: «Sé que no es una Selva Negra, pero puede que te guste». No llevaba ningún nombre, pero sabía de quién era. Por algún motivo, se le escapó la risa, aunque sintió que los ojos se le humedecían. Maldito Finnick Odair y sus tartas y su manera de empeñarse en salvarle la vida.
Se metió la tarjeta en un bolsillo de la chaqueta, se echó las flechas al hombro, acarició el arco y sonrió con determinación. Había pasado la primera semana en los Juegos, seguía viva y, lo más importante, ahora tenía un arma.
