Trece
Cuando a Katniss se le cayó la cabeza hacia delante por segunda vez se dio cuenta de que se estaba adormilando sin pretenderlo. No podía descansar más que sentada contra el árbol, no podía permitirse ni cerrar los ojos. Se los frotó con fuerza y decidió que, aunque abajo estaba más expuesta, al menos se mantendría alerta. Bajó del árbol agarrada por el tronco y luego saltó. Katniss aguardó después del salto, por si Cato estaba allí para encontrarla, aunque no se escuchó nada, ni siquiera a un mísero pájaro salir volando con su ruido. No estaba segura de a dónde debería dirigirse. Lo único que sabía era que Thresh estaba muerto, había escuchado el cañón aquella misma tarde, así que solo quedaban ellos dos. Con un poco de suerte podría intentar matar a Cato desde lo lejos, sin tener que pelear de verdad, a pesar de que no parecía probable. Ese chico no hacía más que dar problemas.
Katniss puso rumbo hacia la Cornucopia, con lentitud y el arco siempre preparado. Lo más seguro era que Cato se estuviera refugiando allí. Lo mejor era pillarle desprevenido, pero ¿y si conseguía defenderse de alguna manera? ¿Y si tenía más bombas o sus patrocinadores le habían mandado algún regalo que le fuera útil para matarla? Sus suposiciones dejaron de importar cuando un rugido quebrantó el silencio. Katniss se quedó parada en el sitio, sintiendo cómo un escalofrío le recorría la columna. No sonaba a ningún animal que pudiera reconocer, pero no iba a quedarse a averiguar si estaba en lo cierto o no. Empezó a correr de inmediato, aunque después de unos cuantos minutos cuando los rugidos no dejaban sino de aumentar, otra figura salió de los árboles. Katniss frenó en seco y preparó el arco. Era Cato, corriendo como si le persiguiera el diablo, jadeando incluso a lo lejos. Era su oportunidad. No pensó nada mientras que sacaba la flecha y disparaba, pero el estómago se le hundió al ver que, aunque le dio de pleno en el pecho, la flecha rebotó como si nada.
A Katniss no le dio tiempo a cabrearse, pues Cato seguía corriendo frente a ella y si no frenaba se acabarían chocando. El choque nunca ocurrió porque la criatura que estaba persiguiéndole apareció de un salto en plena llanura junto a la Cornucopia. Katniss volvió a echar a correr, con Cato por delante de ella. Llevaba algún tipo de armadura que lo protegía, repeliendo sus flechas, y ahora encima una manada de seres extraños la acechaba. Solo miró atrás una vez, con eso le bastó para ver el horrible ser que seguramente el Capitolio había inventado para atormentarlos a ellos en concreto.
Eran una especie de lobos enormes, mezclados con algún otro animal y unos ojos tan extraños que casi brillaban. Katniss no volvió a girarse, ni a pensar en disparar a Cato, solo quería salvar el pellejo, pero no había donde resguardarse en la llanura y las bestias no se detendrían por nada. Mientras que intentaba seguir respirando, pensó que no aguantaría mucho más. Ya la habían quemado, atacado, picado y aterrorizado con las muertes de sus amigos. O moría o vivía, pero que terminara ya.
Uno de los bichos aceleró tanto el paso que Katniss notó su respiración desenfrenada casi en la nuca, tan cerca que el animal le mordió el bajo de los pantalones. Por suerte, las botas eran demasiado gruesas y Katniss aumentó el ritmo también para esquivar el mordisco. Tenía miedo a perder el arco en su carrera, pero el miedo a morir era mayor. Quizás fue eso lo que le ayudó a llegar hasta la Cornucopia. Apenas unos segundos antes Cato se había puesto a escalarla y casi estaba arriba. La garganta se le cerró de la emoción mientras subía. Si tenía que enfrentarse a él sería mejor que a aquellas bestias que no quería ni mirar.
Ni siquiera le dio tiempo a ponerse en pie en el techo de la Cornucopia cuando Cato se abalanzó sobre ella. Ella tenía una ventaja, su arma, porque Cato llevaba las manos vacías. Aun así, él era mucho más fuerte. Con un solo empujón la dejó en el suelo y ambos rodaron varias veces después hasta que él logró ponerse encima. Su cuerpo le aplastaba, y lo hizo más todavía cuando le rodeó el cuello con las manos. Lo único que pudo pensar entonces es que si seguía así la ahogaría con facilidad. Ya había pasado por demasiadas cosas para perder ahora, así, de forma tan agónica. No podía salvar a su hermana y no volver nunca a casa. En un último arrebato de fuerza, Katniss logró soltar una de sus piernas para pegarle y levantarle el pie, lo suficientemente fuerte para que la soltara un momento. Entonces lo empujó hacia delante. La primera vez solo lo tiró hacia un lado, aunque cuando consiguió respirar, vio a uno de los mutos acercarse peligrosamente al borde, donde se encontraban. Katniss vio su oportunidad. Se levantó casi sin aliento y empujó a Cato, que ya se había levantado, por el borde.
Temblando por el miedo y por lo débil que Cato la había dejado, casi sin aliento, Katniss se asomó para mirar el prado. Los mutos no paraban de arañar la superficie de la Cornucopia, aunque algunos de ellos se estaban ensañando con el chico. Sus gritos desgarradores le hicieron taparse los oídos. Katniss se sentó sobre la superficie, cerró los ojos y se tapó la cabeza, intentado reprimir el ruido, pero le resultó imposible. Cuando salió del shock se dio cuenta de que solo le quedaban dos flechas. Los mutos matarían a Cato, pero ella podía acabar con una muerte tan horrible en ese mismo momento. La primera flecha dio a una de las bestias. La segunda impactó en su cabeza. Cuando el cañón sonó fue como si el tiempo se detuviera, Katniss se dejó caer contra el metal, con la trenza prácticamente desecha y el pulso disparado. No podía ni inspirar, tan solo cerró los ojos y escuchó anunciar:
—Damas y Caballeros, la ganadora de los Septuagésimos Cuartos Juegos del Hambre. ¡Katniss Everdeen!
Para cuando el aerodeslizador la recogió, Katniss ya se había desmayado. Al despertarse, no sabía cuánto tiempo después, el techo brillaba con una suave luz azulada. Tenía un par de tubos conectados a los brazos y aunque no llevaba más que un camisón no tenía nada de frío. Se sentía limpia, y hasta olía bien, por primera vez en semanas. Al levantar la cabeza notó que estaba en una sala medio vacía, encima de una camilla.
—Tranquila —escuchó de pronto.
La voz hizo que se incorporara en el sitio, aunque se calmó al ver que tan solo se trataba de Haymitch.
—Sé que estás en shock. No hace falta que hables.
Katniss se sentó y observó la sonrisa que su mentor empezaba a esbozar. ¿De verdad había ganado? ¿De verdad volvía a casa? Las lágrimas amenazaron con nublarle los ojos.
—Te lo dije, preciosa. Eres una superviviente y los supervivientes siempre ganan.
Aunque se limitó a agarrarle el hombro con cariño, Katniss se inclinó y le dio algo parecido a un abrazo.
—Gracias por el agua —murmuró, sintiendo que la voz aún le fallaba—. Y todo lo demás…el arco…
Haymitch asintió en silencio, como si supiera muy bien que no solo tenía que agradecérselo a él.
—¿Quieres levantarte?
Katniss le tomó del brazo y se puso en pie con cuidado. Al caminar se notó con más fuerzas, aunque en seguida se detuvieran frente a un espejo. Cuando se miró quedó impresionada con lo cambiada que se veía a pesar de llevar ni sabía cuánto tiempo en la Arena.
—¿Cuántos días han pasado? —le preguntó a Haymitch.
—Casi veinte.
Veinte. Veinte días que habían parecido durar otra vida. Tener a Haymitch de nuevo delante la hacía creer que nadie había ocurrido, pero no era así. 23 chicos habían muerto, 2 que había matado ella misma y otras tantas personas que podrían haber sido sus amigos nunca crecerían. Solo ella. Tragó saliva y siguió observando su estado. Le habían curado la herida de la pierna en condiciones, apenas tenía marcas alrededor del cuello o picaduras que se notaran, ni siquiera moratones. Sin embargo, cuando se llevó la mano a la oreja notó que llevaba algo metido dentro.
—¿Qué es esto?
Era un pequeño aparato, minúsculo, pero dentro de su oreja de todas formas.
—Un audífono —le explicó Haymitch—. Al parecer, perdiste la audición en la explosión. Ya habían pasado demasiados días para que te pudieran reconstruir el oído, lo siento.
Bueno, eso era mejor que quedarse sin ella. Por el momento, ni siquiera notaba que escuchara mejor que antes. Le dolía un poco la cabeza, pero por lo demás estaba casi perfecta, al menos físicamente. En cuanto a lo que sentía…eso era otra historia. Debería sentirse contenta de volver a casa, y lo estaba, pero tenía la horrible sensación de que su vida nunca sería la misma, lo quisiera o no. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Convertirse en mentora y viajar con Haymitch cada año? ¿Soportaría acaso lo que había hecho? ¿La verían de la misma forma en el 12? Al fin y al cabo, ella era la única que regresaba.
—Haymitch…Alder, ¿cómo fue? —preguntó, dándose la vuelta—. Ni siquiera pude verlo dentro.
Su mentor se sentó unos metros a su lado e inspiró con fuerza.
—Corrió como le dije y dio con el río muy pronto. Se escondió unos días, no estuvo mal —reconoció—. Cuando escuchó a los profesionales llegar aquel día, se puso nervioso, intentó escapar y no fue capaz. Cato le lanzó un cuchillo en cuanto lo vio y aunque intentó levantarse y huir…se cayó al río.
—¿Dónde le dio?
Haymitch puso una mueca, como si creyera que ya eran suficientes detalles. El daño ya estaba hecho, así que a Katniss no le importaba, solo quería saberlo.
—En el estómago —respondió al final.
—¿Entonces se ahogó?
Eso era peor, se imaginaba la angustia que habría pasado al no poder defenderse, no poder hacer nada mientras se hundía y encima le dolía. Su mentor pareció rendirse.
—No, no se ahogó. Ya estaba muerto poco después de caer al agua. Y tú, ¿cómo narices sabes nadar?
Katniss se encogió un poco de hombros y después lo reconsideró. Si le preguntaba, era porque nadie estaba escuchando.
—Hay un lago en el bosque —murmuró, de todas maneras.
—Por lo menos lo disimulaste bien.
Katniss volvió a sentarse en la camilla y esbozó una sonrisa diminuta. Se sintió orgullosa. Le había hecho caso a Haymitch, más o menos, él también tenía su mérito y mientras tanto, Prim seguía a salvo. Eso era lo único que importaba.
—¿Y ahora qué?
—Mañana es la fiesta en tu honor. Prepárate para ser la chica más simpática del planeta. Luego, todos volveremos a casa.
No todos, pensó Katniss, pero haría todo lo posible para que su recuerdo nunca muriera también.
