Catorce
El vestido amarillo, a pesar de su brillo y de cómo producía ondas al moverse incluso levemente, era lo más sencillo que Cinna le había diseñado. Si no fuera por el color estridente, tal vez hubiese sido hasta un vestido que podría tener. Ahora ya no tenía que llamar tanto la atención, reflexionó al mirarse al espejo, ya había ganado.
—¿Te gusta?
Katniss asintió, mirándole en el reflejo del espejo.
—Es muy cómodo.
Y más que cómodo, no le hacía sentirse como si fuera una extraña disfrazada de algo que no era.
—Te dejaremos el pelo suelto.
Cinna le recolocó la melena, peinada en unas suaves ondas que parecían su pelo casi sin tocar. El maquillaje también podía pasar por desapercibido, en colores neutros, incluso en el esmalte de uñas, y unos zapatos con un tacón diminuto. Su imagen contrastaba de una manera impresionante con la de antes de los Juegos y mucho más con cómo había estado al terminar. No había rastro alguno de la chica magullada, cansada y enfurecida que había salido de la Arena. Supuso que esa era la imagen que Haymitch quería vender al mundo también: la de una joven desfavorecida se había transformado gracias a la oportunidad para triunfar que le había concedido el Capitolio.
—Todo irá bien, Katniss —la animó Cinna, evitando que los nervios por esa noche la dominasen—. Mañana volverás a casa.
—Gracias, Cinna —murmuró, dándole un último abrazo—. Por todo.
La había apoyado en todo momento, la había hecho brillar y respetado sus deseos hasta donde había podido. Y todo ello sin tratarle con la condescendencia y la artificialidad que Katniss habría esperado de un empleado del Capitolio. El resto del equipo de preparación se había alegrado de la misma manera al verla de nuevo, con vida, pero había algo en la sonrisa comedida de Cinna que le daba a entender que lamentaba de verdad lo que había pasado.
Al salir de la sala se reunió con su mentor. Primero vendría la entrevista, después su coronación a manos del presidente Snow y, por último, la cena y fiesta en su honor. La idea de celebrar que volvía a casa habría sido motivo de alegría si no fuera porque muchos otros chicos nunca lo harían.
—Recuerda lo que debes hacer —le advirtió Haymitch en voz baja, mientras se dirigían al coche que les llevaría a la mansión presidencial—. No soportan que se rían de ellos y tú ya los has amenazado con tu flechita antes de que empezaran los Juegos, hablado sobre suicidarte en plena televisión, velado a Rue…
Katniss tragó saliva. Dicho así de seguido, nada de eso parecía sensato. Lo de las bayas solo había sido un comentario lleno de enfado que se le había escapado cuando Estee le preguntó qué harían si las dos se enfrentaran. «Podemos comernos las bayas que viste el otro día. Así no ganaría nadie», recordó. No creía que fuera tan importante como para que lo retransmitieran también. Claramente, estaba equivocada.
—Lo he hecho para honrar a mi distrito, sí. Y por mi hermana, ¿eso puedo decirlo?
—Eso gustará a la gente del Capitolio —coincidió Haymitch—. Una historia de sacrificio recompensado. Ten mucho cuidado, Katniss. No quieres enfadar a la persona equivocada y sobre todo no a Snow.
—¿Por qué?
Haymitch se detuvo, frunciendo el ceño con claridad.
—¿Cómo que por qué? Es el presidente. ¿No te parece suficiente razón?
Claro, pero había algo más que le preocupaba. Había algo que no le contaban, lo sospechaba desde que había conocido a Finnick Odair discutir no sabía qué a escondidas. Después, otras cosas le habían parecido sospechosas: el numerito de Haymitch el día de la Cosecha, sus advertencias…
—Sí, pero hay otra cosa. Uno de los primeros días, bajé a la entrada sin querer y…
—Ya sé lo que vas a decir, chica —le interrumpió—. Claramente estás loca.
—¿Te lo contó? —Haymitch asintió—. ¿De qué iba todo eso? Y no me mientas, no soy idiota.
Él miró a ambos lados del pasillo antes de contestar, con un tono serio que paralizó a Katniss.
—Tendrás que preguntárselo a él. Pero si quieres un motivo para fingir lo encantada que estás…recuerda que te quitarán todo si no te comportas como se espera. ¿Conoces a mi familia?
—No.
—¿Sabes por qué no? Porque me la quitaron —añadió en un murmullo lleno de rabia—. Por no actuar como debería, por no hacer nada de lo que me pidieron. Aquí todos somos esclavos, ganadores, perdedores…Todo el mundo tiene un dueño.
¿Qué se suponía que significaba eso? ¿Que los habían matado por su culpa? Katniss estaba tan entumecida que no sabía ni qué decir. ¿Entonces para qué servía ganar unos Juegos?
—¿Y que pueden pedirme?
—Esperemos que nada. ¿Me has entendido?
La manera en la que la agarró del brazo, junto al miedo que reconoció en su mirada la asustó tanto que solo pudo asentir varias veces con la cabeza. Solo quería que pasara la noche, montarse al tren y volver a casa, aunque si Haymitch tenía razón, entonces daba igual que hubiera ganado: ya era una captiva más de Snow para el resto de su vida. En realidad, siempre lo eran. Al fin y al cabo, estaban sometidos a los Juegos, o uno mismo o sus seres queridos, en un ciclo que nunca acababa. Sin embargo, la que pensaba que era su escapatoria: la victoria, no era sino una ilusión.
Lo único que tuvo presente al llegar al escenario que habían dispuesto en la mansión presidencial, eran el tono grave de Haymitch apremiándole para que mintiera. Caesar Flickerman saludó a la audiencia mientras que el himno retumbaba con fuerza a su alrededor. Cada paso que Katniss dio hasta el asiento a su lado se sintió como una tortura. No solo tenía qué pensar en qué diría, si es que se le ocurría algo que evitara quedarse con cara mustia en un silencio incómodo, ahora también en sus gestos, una sonrisa que no existía…Todo mientras le daba vueltas a si algo de lo que hacía repercutiría en los que la esperaban en casa. La audiencia estaba repleta, con una multitud que no dejó de aplaudir desde que la vieron aparecer. Antes de comenzar, presentaron también a su equipo, a Haymitch y a Effie.
—Enhorabuena, Katniss —le deseó Caesar—, ¿cómo te sientes?
—Un poco nerviosa por la entrevista—contestó, con una sonrisa tímida que al menos parecería inocente.
—No te preocupes, lo vamos a pasar de maravilla esta noche —dijo mirando a la audiencia, haciendo que gritaran con emoción—. No podemos comenzar sin ver tus mejores momentos en la Arena. ¡Adelante!
Antes de que pudiera procesarlo, porque, siendo sincera, ¿qué psicópata querría revivir algo así?, ya estaban retransmitiendo imágenes de los Juegos en la pantalla gigante. Empezaron con su salida, ella en el bosque con Estee, después con Rue, ella atravesando el río, ella sufriendo y matando a Cato al final, entre otros momentos. Aunque lo hubiera vivido, al observarlo desde fuera parecía como si fuera otra persona, otra vida, algo ajena a ella. A pesar de que lo único que le apetecía era gritarles que no tenían ni idea de lo que había hecho para que ellos disfrutaran, optó por mostrarse seria, sin estar demasiado afligida.
—Katniss, sé que has sufrido mucho para ganar, ¿verdad? —preguntó Caesar, agarrándole la mano.
—Ha sido duro —reconoció, bajando la mirada.
—Cuándo estabas ahí dentro, ¿te imaginabas aquí, a punto de coronarte como vencedora?
Ella sonrió ligeramente.
—Siempre. ¿No es lo que todos queremos?
Algunas personas gritaron desde la audiencia con emoción.
—Por supuesto. Tengo que preguntártelo. Has perdido a algunos de tus aliados de formas tan dolorosas…¿qué se te pasaba por la cabeza entonces? ¿Cómo decidiste seguir adelante?
Katniss se paró antes de responder, no podía meter la pata ahora.
—Yo solo quería…solo quería salvar a Prim —contestó después, con un tono triste que no era fingido—. Espero que se sienta orgullosa de su hermana. Tengo muchas ganas de verla.
—Seguro que sí, igual que todos nosotros ¿verdad, amigos?
Tras otro rugido de la audiencia, el himno sonó de nuevo. Se levantaron, acompañados por las cámaras, pues debían seguirla mientras salían al exterior. Desde el balcón de la mansión todo el mundo la vería ser coronada por el presidente. Si le había parecido que había demasiado gente en el plató, en el resto de la mansión y en el jardín, donde luego festejarían, abundaban más invitados. Todo estaba recargado, con la decoración por todas partes, las luces, los flashes y los gritos de la gente que no se quería perder ni uno de sus movimientos. Para cuando llegó al balcón y reconoció el rostro del presidente Snow bajo los focos, Katniss sentía que se caería en cualquier momento por culpa de la presión, pero eso no podía mostrarlo, ni quería hacerlo. Caminó con decisión y se puso en el lugar exacto que le habían indicado. Miró al frente con seriedad y esperó a que el presidente llegara, acompañado de una niña que portaba la corona.
Era más bajo de lo que parecía en las pantallas, pero su mirada era mucho más cruel. Apenas se había detenido frente a ella, pero Katniss notó el fuerte olor a rosas que desprendía al caminar.
—Señorita Everdeen —la saludó con solemnidad—, enhorabuena.
—Gracias, señor —murmuró, sin dejar de mirarle a los ojos.
Posó la corona sobre su cabello y le sonrió de una manera que casi la congeló.
—Una victoria inesperada. Toda una sorpresa para una joven como usted. Tienen que sentirse muy orgullosos en su distrito.
Cuando se apartó de su lado y saludó a la multitud, entre gritos hacia él y la chica en llamas, Katniss siguió hablando, casi sin despegar los labios.
—Eso espero, señor —dijo, tratando de sonar convincente—. Es lo único que deseo.
El presidente la miró por última vez, con un diminuto gesto que se parecía a una sonrisa altiva, y salió del balcón delante de ella. Lo siguió sin poder casi ni moverse, pues la corona pesaba, y se encontró de frente a Haymitch.
—¿Cómo he estado?
—Muy bien, preciosa. Bien jugado. Vamos a cenar algo, no te pases con las copas, ¿de acuerdo? —le aconsejó, mientras bajaban las escaleras.
Hasta llegar a las mesas con la comida decenas de desconocidos la pararon para darle la enhorabuena, otros intentaron tocarla, a lo que Haymitch reaccionó apartando manos a su paso. Solo fue capaz de dar unos cuantos bocados a los canapés, porque después de enterarse que comían y se obligaban a vomitar para poder probarlo todo, perdió el apetito. Al menos ya no podía ver al presidente por ninguna parte, entre los invitados, la música alta y las risas estridentes. Estaba intentando deshacerse de algunos amigos de Effie, cuando una voz conocida apareció tras ella.
—Enhorabuena —dijo la voz inconfundible de Finnick Odair en su oído—. Sonríe un poco, Katniss. Sigues viva.
Gracias a ti, pensó antes de volverse. Allí estaba, con su clásica sonrisa y una camisa blanca impoluta que resaltaba aún más su bronceado, y el dorado en su pelo. Era increíble pensar que alguien asó hubiera cambiado la dirección de su vida.
—¡Una bebida para la ganadora! —gritó de pronto, para que inmediatamente alguien apareciera con algo de champán. Cuando se la entregó, se inclinó hacia ella—. Sígueme por detrás dentro de un par de minutos.
Ni siquiera sabía por dónde se iba a la parte de atrás del jardín, pero estaría bien alejarse del ruido por un momento. Además, lo mínimo que podía hacer era agradecérselo de verdad. De alguna manera, logró escabullirse sin que la siguieran, tal vez ya estaban demasiado borrachos como para que les importara a dónde iba. El jardín estaba perfectamente podado, y después de pasar un par de bancos de piedra, se encontró con él esperando sentado.
—Hola, Finnick.
—La ganadora, por fin. Todavía queda mucha noche por delante, te aconsejo que te animes un poco.
¿Tenía algún motivo para hacerlo? Katniss se sentó a su lado, dejando la copa que ni había tocado.
—Haymitch ya me ha dado la charla sobre cómo comportarme, no necesito que me lo repitan.
En la oscuridad, Finnick dio un trago a su copa y la miró de reojo, con el rostro más serio que hacia un segundo.
—Hay muchas cosas en juego, ¿sabes? No es lo que te pueda ocurrir a ti. Es por tu familia, hasta tus amigos.
Katniss sintió que el estómago se le encogía. No sabía si quería escucharlo.
—Lo siento es que…estoy agotada. Solo quiero irme a casa —suspiró, eso seguro que podía entenderlo. Él ya había pasado por lo mismo—. Eso es lo que le ocurrió a Haymitch, lo de su familia, ¿no? No me ha contado mucho, en realidad.
Finnick se quedó en silencio por tanto tiempo después de que Katniss hablara que temió haber metido la pata.
—Sí, bueno. A mí también —dijo en voz baja, sin mirarla—. Porque me negué muchas veces.
—¿Te negaste a qué?
—A que me vendieran.
Le notó respirar con pesadez a su lado, aunque ella seguía desconcertada.
—No te entiendo.
—Y espero que nunca lo hagas, Katniss. Mira, solo quiero advertirte, no asustarte, ¿de acuerdo? Cuando…cuando te consideran deseable, te ofrecen al mejor postor. Tu opinión no vale ni una mierda, tampoco que hayas ganado.
—Deseable —repitió Katniss, que empezaba a sentir que hablaban en un idioma diferente—. ¿De qué…de qué estás hablando?
Sumidos en un profundo silencio, la incomodidad le subió por la espalda. Cuando miró a Finnick, lo vio apretar los labios de una forma muy rara.
—De tu cuerpo —respondió, con gravedad—. De eso hablo.
—¿Tu…cuerpo?
Se escuchó a alguien pasar cerca, lo que provocó que Finnick se levantara con rapidez. Luego se dio la vuelta, tapándola, y bebió de nuevo. Katniss supuso que lo último que necesitaba era que los reconocieran hablando solos, pero estaba tan aturdida que ni pensó en ello.
—Mi tridente fue el regalo más caro que han hecho jamás, lo sigue siendo —explicó, una vez que las personas se alejaron—. Tuvo un precio a cambio y no fue dinero lo que di en su lugar.
Algo en la mente de Katniss encajó al escucharlo y se transportó de vuelta al 12. Conocía a muchas chicas, por desgracia, algunas aún unas crías, que se vendían al viejo guarda Cray para sacarse algo de dinero para comer. Finnick, al que no paraban de anunciar como un rompecorazones…¿era eso lo que le obligaban a hacer? No podía ser por necesidad.
—Finnick… Eso es…es repugnante —balbuceó—. Lo siento. Lo siento mucho.
No supo otra cosa qué hacer que apretarle un poco la mano, muerta de vergüenza, hasta que él le devolvió el gesto. ¿Qué podía decir ante algo así? ¿Era esto lo que Haymitch tanto temía que le ocurriera?
—Para mí ya se acabó —dijo, exhalando con profundidad. Es asqueroso, pero le gustaba más a la gente cuando era menor.
Katniss tuvo que agarrarse con fuerza al banco. De pronto, el vestido amarillo le parecía demasiado fino y le dio un escalofrío.
—Creo que voy a vomitar —murmuró.
—No va a ocurrirte a ti, Katniss
Lo dijo con tanta confianza que le apeteció replicarle, preguntarle cómo estaba tan seguro, pero cerró la boca. Seguro que había pasado un horror...y le había salvado la vida sin motivo.
—Tienes que ser una vencedora modélica. Sé agradecida, actúa todo lo que puedas —le aconsejó—. Haymitch dará con la manera de que no se te presente como a alguien como yo, alguien familiar, el orgullo del 12, su primera vencedora o algo así.
El aliento se le atascó en la garganta. ¿Qué significaba todo eso? ¿Que estaban planeando protegerla de un peligro del que no había sido consciente hasta ese mismo momento? Apenas le conocían, mucho menos Finnick.
—No tienes por qué. ¿Por qué has hecho todo esto…por qué me lo cuentas? Ya me has salvado.
Por un momento, Katniss vislumbró una sonrisa en su cara.
—Me hubiera gustado salvarme. Me hubiera gustado llevar a Estee y Robin de vuelta a su casa. Es imposible, pero sí podemos salvarte a ti.
—Ese arco me salvó —reconoció. Esa era toda la verdad—. Ya tengo una deuda contigo, para toda la vida.
—¿No me has oído? No tienes una deuda con nadie porque Haymitch se ha esforzado por estar ahí y yo logré apoyarle, ¿de acuerdo? Además, ¿cómo que para toda la vida? ¿Tanto te gusto, Everdeen?
A Katniss se le escapó una ligera sonrisa. Prefería verle así, bromeando, aunque fuera a su costa.
—Cállate —protestó, intentando contenerse—. Estoy hablando en serio.
—Yo también, no me debes nada, de verdad—. Después se puso en pie y metió la mano en el bolsillo del pantalón—. Tengo otra cosa para ti. Las cartas no son nada seguras, los teléfonos tampoco, así que nunca digas nada que pudiera sonar sospechoso. Aun así…si quieres hablar, o si se te ocurre como pagarme por esa deuda tan grande que tienes conmigo…
Le tendió un papel diminuto que Katniss tomó sin dudarlo. La serie de números no le decía nada.
—Pero si no tengo teléfono.
—Lo tendrás. Volvamos antes de que alguien te eche de menos.
Dejó que él se adelantara un poco para luego seguirle, pero a la vuelta de la esquina, cuando ya volvía a escucharse la música, decidió que no había dicho todo lo que debía y echó una carrerilla.
—Finnick —le detuvo, intentando no alzar demasiado la voz—. No eres como pensaba.
—Menos mal —repuso él, sonriente—. Feliz vuelta a casa, Katniss.
Era la primera vez que la llamaba por su nombre.
