Quince

Su nueva casa, más que una casa, parecía un palacio. Para empezar, estaba hecha de piedra, revestida con algún material resistente, como si fuese una versión reducida de la mansión presidencial. Era igual que la de Haymitch, de hecho, estaba frente a ella, justo al lado de la de Michael Elwood y rodeada del resto que permanecían vacías. Su antigua casa era una choza en comparación con esta. Ahora hasta podría tener su propio cuarto, sin compartir más con Prim. No más suelos que crujían, habitaciones sin apenas separación, goteras y un porche que apenas se sostenía. Era una buena noticia, pero eso no evitaba que se le abriera un agujero en el estómago al pensar en cómo la había conseguido. Katniss retiró la cortina de la ventana y se asomó para observar el camino hasta su casa, sin notar ni un movimiento.

—¿A quién esperas? —escuchó a su padre preguntar tras sus espaldas.

—Haymitch tiene algunas de mis cosas.

Y a saber si las había guardado o no…Tan solo eran las cartas que había escrito por si no volvía a casa, ahora ya ni importaban, pero entre ellas esperaba que estuviera la que Alder le había escrito a su familia. No los había visto en el recibimiento que le habían hecho tan solo dos días antes y era mejor así. Solo pensar en llegar a su casa a darle las últimas palabras de su hijo le producía escalofríos, pero era lo que debía hacer, era lo que Alder le había pedido y no pensaba faltar a su promesa.

Katniss se dio la vuelta y miró primero a su padre rebuscando entre un par de cajas, luego a Prim acurrucada con Buttercup en un sillón de su nuevo y amplio salón. Ni siquiera era el único, pues la casa contaba con otro comedor además de la cocina y otra salita en la planta de arriba que parecía un despacho. Era mucho más de lo que jamás necesitarían para vivir, tal vez hasta mayor que la casa de Madge. La prueba de ello eran las escasas pertenencias que se habían llevado de su casa: el gato, la ropa y algunas fotos y objetos de su madre. Para cuando quiso sentarse junto a su hermana, se escuchó un par de golpes en la puerta. Por el momento, Haymitch no parecía estar ni un poco borracho, solo cansado. Tal vez fuera porque era muy pronto, o tal vez haber traído a alguien de vuelta con vida lo había contentado lo suficiente como para no tener que ahogar sus penas.

—Hola, preciosa —la saludó—. Benton.

—Buenos días.

De inmediato le tendió una pequeña pila de sobres que Katniss tomó con alivio al reconocer. Se desharía de ellos pronto, cuando encontrara la carta de Alder.

—Bueno, ¿qué os parece la casa?

—Un poco vacía —dijo su padre.

—Enorme —añadió Katniss.

Les habían dejado un catálogo para decorarla y amueblarla a su gusto, seguro que lo miraría con Prim para distraerla, aunque no quisiera pedir nada. Había llorado como una niña pequeña al reencontrarse con ella y la primera noche habían acabado en la misma cama, como acostumbraban a dormir en casa. No todo dolía tanto como Katniss se había imaginado. Podían invitar a los Hawthorne a comer cuando les diera la gana, le habían dado mucho más dinero del que se esperaba y provisiones durante todo el año para su Distrito. Al menos la gente de la Veta no tendría que pedir tantas teselas y así habría menos oportunidades de que murieran en los Juegos. Todos iban a beneficiarse de lo que había hecho, estuviera mal o no. Eso si tenía cuidado con cómo actuaba, claro...

—¿Y si pasamos a la cocina? —preguntó de repente Haymitch—. ¿Tenéis algo de beber?

Su padre se giró extrañado hacia ella mientras que Katniss le dedicó una mirada severa a su mentor.

—Nada de alcohol.

Él puso los ojos en blanco.

—Estaba pensando en un café. Benton, ¿puedo preguntarte algo?

Antes de que su padre pudiera reaccionar, Haymitch ya estaba inclinado hacia su oído. ¿Y ahora qué le pasaba?

—Sí, claro. Tenemos café —contestó su padre, aunque Katniss estaba segura de que no le había hablado sobre eso.

Se dirigieron a la cocina blanca impoluta y las dudas de Katniss se disiparon al ver a su padre sacar unas hojas y lápiz para que Haymitch escribiera.

"Cuidado con lo que decís. Tenéis micros en la casa y hay que buscarlos YA."

Su padre abrió los ojos con pánico por un segundo y la sorpresa se transformó con rapidez en un ceño fruncido idéntico al suyo.

—Una taza y después te enseñaremos el resto, ¿te apetece? —habló Katniss. Necesitaban alguna excusa si de verdad estaban escuchando.

Siguieron las instrucciones de Haymitch, escritas en garabatos: que miraran en las lámparas, por las estanterías y bajo las mesas hasta que encontraron un par de micrófonos diminutos en cada planta, además de otro en el despacho. "Dejad dos. Que no sospechen", les aconsejó. Al final, se decidieron por uno en el pasillo de la planta de arriba y otro en el despacho, donde era menos posible que hablaran de nada sospechoso o comprometido, pero siempre escucharían algo moviéndose arriba y abajo y no dudarían si el resto no funcionaba cómo debía. Por lo menos en la habitación que ahora sería de Katniss no había ninguno, o no fueron capaces a encontrarlo. Todavía no había ordenado nada de sus pocas cajas, ni siquiera la ropa. Estaban a punto de dejar la habitación cuando vio que Haymitch se acercaba a la mesilla de noche, observando el pin del sinsajo, que por suerte había podido traer de vuelta a casa intacto. Casi como ella.

—No pude preguntarte. ¿De dónde sacaste eso?

—Me lo dio Madge. Es la hija del alcalde.

—Eso ya lo sé —le contestó Haymitch—. El broche en realidad era de su tía, ¿sabes?

No, eso no lo sabía, pensó Katniss.

—La madre de Madge y ella eran gemelas —recordó—. Mamá era amiga de las dos.

—Se llamaba Maysilee —apuntó su padre—. Yo sí que la recuerdo.

—Estuvo en los Juegos conmigo, era suyo —habló de pronto Haymitch, después de acariciar el broche con un cuidado que no era muy propio de él. Katniss y su padre se miraron en silencio.

—¿Qué le paso?

—Éramos el doble de tributos, por el Vasallaje. Se podría decir que fue mi…Estee, mi Rue. La mató una bandada de pájaros.

Con horror, Katniss observó el sinsajo y después a su padre. Qué formas más crueles e irónicas tenía el destino de arrebatarte la vida.

—Por dios.

Haymitch posó el pin de nuevo en la mesita, exhaló con rapidez y se dirigió a la puerta.

—Tengo que otra cosa para ti —anunció, mientras que lo seguían escaleras abajo—. Está en la entrada, no estaba seguro de que quisieras conservarlo.

¿A qué se refería? No podía imaginarse de qué hablaba hasta que distinguió la caja negra alargada que tanto le había dado apoyada contra la fachada de la casa. Le había ofrecido esperanza, sobre todo, y también la oportunidad de vivir, para ser honestos.

—Sí —contestó casi sin pensarlo—. Sí que lo quiero.

—Ya no tienes que cazar —murmuró su mentor.

Ambos entrecruzaron una mirada, mientras su padre aún les alcanzaba. Ese no era el motivo para conservarlo y los dos lo sabían perfectamente.

—No sabía que lo habías traído.

—Y esto —le indicó.

Katniss tomó el papel tratando de no reaccionar al darse cuenta de que se trataba de la nota que Finnick le había enviado junto al arco. La dobló a toda prisa y se la guardó en el bolsillo. Agradeció que Haymitch no se riera, ni se burlara por lo que había significado para ella, sin duda eso lo comprendía.

—Nos vemos.

—Gracias, Haymitch.

Él no dijo nada más, tan solo les hizo un gesto con la mano mientras se marchaba a ambos. Su padre cerró la puerta tras los dos y Katniss pasó cargando con la caja.

—Ya no tenemos que tener tanto cuidado. Puedes decirlo.

Su padre se apoyó en el bastón hasta llegar a la cocina.

—¿El qué?

—Que no debería quedármelo.

Él le miró por un momento, negando un poco con la cabeza.

Katniss se ocupó de abrir la caja y desenvolver el arco, tan elegante y brillante como el primer día que lo había visto para dejar que lo sostuviera.

—No se parece en nada al mío —comentó su padre.

En absoluto, y eso también la hacía sentirse dividida.

—Lo odio y aun así me recordará que…

—Te salvó la vida —completó él.

—Sí.

—¿Sabes quién fue el patrocinador que te lo envió? Esa nota no es de Haymitch, ¿no?

¿Por qué nunca se le escapaba nada? Katniss posó el arco en la encimera y miró la caja de reojo. Aún no había tenido tiempo de anotar el número de Finnick pero lo conservaba bien guardado y sí tenía un teléfono, justo en esa habitación.

Solo tenía dos opciones: mentirle o ser sincera. La mentira le protegería, pero ¿quién deseaba proteger más a quién? No podía ocultarle tanto a su padre y estaba segura de que solo preguntaba porque la preocupación le estaría matando. Lo demás llegaría a su debido tiempo, cuando estuviera preparada para hablar de ello, ahora solo quería descansar junto a los dos.

—Sí, sé quién es.

—Tuvo que ser muy costoso.

Ella se encogió un poco de hombros.

—Supongo.

—¿Y qué quería a cambio? Nadie hace un regalo así sin esperar algo.

—No quiere nada, papá —contestó, bajando la voz, pues no quería que Prim escuchara nada de aquella conversación—. Te lo aseguro.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque si alguien lo supiera…las cosas se pondrían muy feas para él.

—Él —recalcó su padre, mirándola.

—Sí, él.

Su padre la observó por un momento y después su mirada se volvió más tranquila. Probablemente pensaría en Cinna, lo había visto en los Juegos y Katniss le había hablado de él al llegar, la persona más mundana que había conocido en el Capitolio, porque le habría tranquilizado saber que estaba bien cuidada. Era mejor así.

—¿Qué significa todo esto, Katniss? —preguntó, con el cansancio latente en la voz—. ¿Ahora tenemos micrófonos en nuestra casa? Aunque ni siquiera me extraña tanto que desde el Capitolio sean capaces de algo así.

En realidad, no deseaba saber de qué eran capaces y ella tampoco. Si volvía a pensar en lo que Finnick le había contado se le retorcía el estómago.

—Allí es igual. No, mucho peor —se corrigió, después de suspirar—. La gente es tan...extraña, como si vivieran en un mundo distinto. ¿Sabes qué hacen en las fiestas? Se atiborran y luego vomitan para seguir probando de todo.

—Y mientras los demás nos morimos de hambre —murmuró su padre entre dientes.

—Resulta que todo eso no importa, hay que hacer como si nada. Tenemos que estar agradecidos por…una nueva vida.

—Ya lo veo, Katniss —. Por su contestación le pareció que entendía su advertencia—. Escucha, solo quiero que mis hijas estén bien. Como siempre he hecho.

Le estrechó un poco la mano y luego le hizo un gesto para señalarse el oído.

—¿Te duele?

—No, ya no.

—¿Cómo dormiste hoy?

—No muy bien, tampoco mucho. Prim no puede quedarse más conmigo o la acabaré tirando de la cama.

—Le has pegado unas buenas patadas, sí.

Katniss esbozó una sonrisa triste y bajó la mirada.

—Tengo pesadillas.

—Me preocupa que las tengas y también me preocuparía que no las tuvieras —confesó su padre, con delicadeza—. Hiciste todo lo que debías, estás de vuelta. No podemos estar más orgullosos de ti. De ti, no de la gloria, ni la victoria. Todos hemos visto cómo protegías a...a todos tus amigos. Conozco a mi hija. Siempre has sido una luchadora porque lo llevas dentro. Ahora puedes dejar de luchar, ¿de acuerdo?

Katniss le dio un pequeño abrazo que sirvió para relajar un poco la tensión que sentía en el cuerpo y justo cuando se separó de él, Prim apareció en la puerta.

—Podríamos comprarle una cama a Buttercup.

—Ay, Prim —se rio Katniss—. Piensa en algo para ti.

—Es para mí, es lo que quiero.

Su padre sonrió, encantado.

—¿Y un papel pintado de flores para el salón? —sugirió después su hermana—. A mamá le hubiera gustado. Todo es tan blanco.

—Sí, buena idea, cariño— dijo su padre, y después le dio un beso en la frente.

—Una mesa grande para que los Hawthorne vengan a comer todos los fines de semana.

A cada ocurrencia Katniss sonrió un poco más. Era toda esa empatía y bondad lo que le había hecho salir en defensa de su hermana sin meditarlo. Solo por eso había merecido la pena. Le rodeó los hombros y la apretó con fuerza:

—Eso está más que hecho.