Desde niña le dijeron que este debía ser el día más feliz de su vida, y claro que ella, como la ingenua que siempre fue, pensó que lo sería, después de todo, el típico final feliz de todos los cuentos que escuchó siempre fue la boda entre los protagonistas, se supone que las novias se sienten emocionadas y plenas y todo gira en torno a ellas, los demás deberían estarse desviviendo por complacer cada uno de sus caprichos por más irracionales que fueran... Así que, por favor, que alguien le explicara por qué se estaba yendo todo al carajo en aquel momento.

Intentó una vez más detener sus lágrimas porque le habían dicho que se le correría el maquillaje y seguramente se vería espantosa si eso sucediera, y eso sería la cereza que coronaría aquel tormento por el que pasaba.

-Intenta respirar profundamente, parece que estás a punto de hiperventilar- le dijo Phoebe Rodds, antes Heyerdahl, muy embarazadas mientras hacía imitaciones de un burro rebuznando como si eso fuera a calmarla o sirviera de algo.

-¡No! Lo que necesita es beber agua, está más blanca que su vestido- comentó del otro lado su amiga Sheena, que empujaba a sus labios un vaso con agua derramándolo sobre el susodicho vestido.

-¡Mira lo que hiciste! Nunca se te puede confiar nada- le reclamaba Agatha, la prima de Sheena que ahora tenía una relación con Sid, de nuevo, y que parecía muy decidida en hacerse amiga de los amigos de su actual novio, cosa que había sido un auténtico dolor de cabeza los últimos meses -Ten, sécate con esto, y no sólo el agua, estás sudando anormalmente también- replicó con una mueca disgustada que le provocó el inicio de una migraña.

-Quizás si todas se apartaran de ella y la dejaran respirar no estaría costándole tanto salir de ese ataque de pánico- reclamó Mary, ahora novia de Stinky y una de sus damas de honor, ahuyentando a las otras chicas como si se tratara de aves de rapiña. La comparación al menos la hizo sonreír para sus adentros, porque sentía el rostro acartonado y era incapaz de reflejarla en su semblante.

En cuanto se alejaron un poco intentó tomar aire, lo suficiente como para sentirse una persona funcional de nuevo, pero el nudo que se apretaba en su garganta impidió que tomara demasiado.

Empezó a tener visión de tunel.

Que alguien, por favor, le explicara por qué se estaba yendo todo al carajo.

Su madre entró a la habitación, "The Bride's Room" por el que tuvieron que pagar 10% más en la renta de aquella catedral donde se supone que tendría que estarse casando.

-Cariño, tus invitados empiezan a impacientarse, ¿dónde está el novio?- como si ella lo supiera. Si pudiera responder a esa pregunta, ¿de verdad cree su madre que estaría encerrada aquí en medio de una crisis con todas sus amigas atosigándola de esta manera?

-Helga ya fue a buscarlo señora Smith- intervino Mary, y mentalmente le agradeció por evitarle tener que lidiar ella misma con su madre.

Y, ¿los invitados estaban impacientes dijo?, le importaba un rábano.

Se estaba yendo todo al carajo.

En la camioneta de Gerald M. Johanssen reinaba un silencio incómodo. Rhonda Wellington Mota de Larrea, antes Lloyd, iba tan apachurrada contra el asiento trasero que parecía una niña regañada a la que le dijeron que no habría más dulces para ella. Lorenzo a su lado intentaba razonar con ella para que en cuanto dieran con Harold se disculpara lo mejor que pudiera de lo que sea que le dijo para hacer que el joven huyera de su propia boda, Gerald intentaba mantener su atención en el camino mientras al mismo tiempo buscaba con la mirada al futuro novio por las calles que pasaban y Helga asesinaba con la mirada a la pareja del asiento trasero. No fue hasta que llegaron al antiguo campo Gerald que alcanzaron a vislumbrarlo sentado en la banqueta.

-Ahí está, ¿lo ven? cielos, no era para montar tanto drama, él ni siquiera se alejó más de 10 calles de la iglesia- refunfuñó Rhonda, a todas luces irritada.

-Será mejor que te calles princesita si no quieres que te arranque la lengua y la use para atarte a esta camioneta- Helga pareció meditar sus propias palabras un par de segundos -aunque tampoco me quejaría si me das motivos suficientes para hacerlo, sería hacerle un favor a Patty- el moreno rodó los ojos, la joven Pataki definitivamente no maduraba con los años. Tenían 10 años sin pisar Hillwood, viviendo juntos en londres mientras ambos crecían en sus carreras profesionales, y para variar, parecía que la ciudad tenía una especie de poder sobre la chica que al estar en Hillwood volvía a sus manías de antaño.

-Me gustaría verte intentar eso, cuñadita- por una fracción de segundo el pensamiento de que quizás se equivocaba y no era Hillwood sino las personas de Hillwood quienes orillaban a su novia a volver a ser esa feroz e impulsiva niña que no se dejaba de nada ni de nadie pasó por su mente, una fracción de segundo después, tuvo que moverse rápido para alcanzar a frenar a su Helga antes de que le sacara los ojos a Rhonda por llamarla así.

-Rhonda, amor, deja de tocarle los cojones a todo el mundo y ve a traer a Harold, ¿quieres?- Gerald, Helga y la aludida miraron a Lorenzo como si le hubiera salido una segunda cabeza de la nada, el joven nunca decía ese tipo de expresiones.

-Viejo... de verdad no creo que eso sea una buena idea- habló Gerald, el primero en recuperar sus funciones neuronales normales.

-Es lo de menos- desestimó su opinión el medio hermano de su novia- Rhonda causó este problema, ella debe solucionarlo, ¿cierto querida?- a la pelinegra le recorrió un escalofrío al ver el brillo iracundo que se ocultaba en las pupilas de Lorenzo mientras le sonreía con ánimo y esperaba a que saliera del auto a cumplir con lo que se le había pedido.

Con toda la dignidad que pudo reunir, que sinceramente fue bastante, Rhonda bajó de la camioneta y anduvo el camino hasta donde Harold estaba sentado.

-Viejo... de verdad no creo que esto sea una buena idea- repitió Gerald mientras veía como un alterado Harold se ponía de pie al ver a Rhonda y comenzaba a gesticular mucho con las manos en una especie de discusión con la esposa de Lorenzo.

-Yo tampoco- aportó Helga, poniendo su total atención en la escena frente a ellos, lista para intervenir en favor de su amigo si era necesario. Porque, por más que hubieran pasado los años y viviera en la misma ciudad que su hermano y su esposa, Rhonda era Rhonda y Harold, Harold. Cualquier día de la semana derribaría a su cuñada en beneficio de su amigo. O por cualquier otra razón, la verdad sólo necesitaba una excusa para arrojarla al suelo.

Harold hizo una pausa a mitad del reclamo que le estaba haciendo a su antigua novia cuando se dio cuenta que la camioneta del Johanssen estaba a unos metros de ellos. Suspiró. Claro que sus amigos eran incapaces de darle espacio, él era igual con ellos después de todo.

-¿Tu esposo está con Gerald y Helga?- le preguntó en un tono hosco. Le costó tiempo superar el hecho de que Rhonda desapareció unos días después de haber recibido el alta del hospital luego de aquella horrenda navidad 10 años atrás, y que lo siguiente que supo un par de años después de no saber nada de ella es que llevaba 2 años casada con Lorenzo Mota de Larrea.

-Por supuesto que sí ¿Quién crees que me obligó a venir a disculparme contigo?- preguntó con ironía Rhonda. Harold soltó una risa sin humor, sintiéndose estúpido por creer que la joven había ido a buscarlo por iniciativa propia.

-No quiero una disculpa- bufó el novio prófugo -lo único que quiero es entender lo que ocurrió entonces y lo que está ocurriendo ahora- aquello salió más parecido a una súplica de lo que Harold habría pretendido nunca.

-Ya te lo dije en la iglesia Harold. Entonces y ahora. Lorenzo y yo íbamos a casarnos tarde o temprano, yo sólo dejé que pasara más temprano- Rhonda se cruzó de brazos, repentinamente incómoda con la conversación, odiaba sentirse vulnerable frente a su ex.

-Teníamos una semana de haber terminado nuestra relación cuando te casaste, eso no es sólo "dejar que pasara"- Harold comenzaba a sentirse miserable de verdad, como solía sentirse en presencia de Rhonda cuando eran sólo unos niños, como si no valiera más que el suelo que pisaba.

-Harold, sólo estamos yendo en círculos. Hoy vas a casarte, ¿qué importa que yo me haya casado hace 10 años?- ahora la mujer era incapaz de sostenerle la mirada a su antigua pareja -lo que importa es que ambos encontramos nuestro camino- el sentimiento de miseria sólo creció -y esos caminos no se cruzan ni van en paralelo ni llegan al mismo lugar, ¿entiendes? Este es tu día feliz, pero sobre todo, es el día feliz de Patty, a quien por cierto abandonaste en la iglesia sólo porque no te gustó la respuesta que te di- ante la mención de Patty, algo pareció hacer una conexión en la mente de Harold.

-¡Oh, cielos! La ceremonia debió haber iniciado hace veinte minutos, los Smith van a matarme- se lamentó el joven en esmoquin y volvió a dejarse caer en la banqueta con la cabeza entre las manos. Rhonda lo miró incrédula, esperaba que se echara a correr de regreso a la iglesia en ese momento y no que volviera al estado en el que lo había encontrado unos minutos atrás.

-¡Harold, por dios! Debes estar enloqueciendo si estás aquí el día de tu boda, qué bueno que no te estás casando conmigo porque definitivamente yo no te perdonaría que me hicieras pasar por una humillación así, no quiero ni imaginar por lo que la gran Patty está pasando ahora- se quejó la pelinegra, poniendo sus manos en sus caderas y adoptando un tono mandón.

Harold la miró por un breve instante, mirarla de verdad, inicialmente cuando la vio en la catedral no pudo evitar el pensamiento de que no había envejecido un solo día desde la última vez que la vio, pero ahora veía claramente su error, Rhonda tenía líneas en los bordes de sus ojos y pómulos más marcados, habían más líneas en la piel de su cuello y pecas que antes no estaban adornaban su nariz y mejillas, apenas visibles bajo su maquillaje, su cabello tenía el mismo largo, seguía cortándolo así, pero ahora lo tenía pintado de un negro con tonos búrdeos evidentes bajo los rayos del sol, seguramente porque habían aparecido sus primeras canas. Esa no era más la Rhonda que solía conocer, y él no era más el Harold que la adoraba con cada fibra de su ser, al verla ahora sólo podía desear volver junto a Patty, porque él y Rhonda ya no tenían nada en común o algo más que decirse. Sintió que tenía el cierre que quiso durante todos esos años, o que si aún no lo tenía ya no lo quería más.

-Tienes razón. Será mejor que Gerald consiga llevarme a la iglesia en menos de lo que tardo en atarme de nuevo esta cosa que llevo en el cuello- habló mientras se paraba y empezaba a andar a la camioneta, con Rhonda tras él.

-Se llama corbata de moño, Harold- le corrigió exasperada, a su esposo seguramente le habría dado un aneurisma intentando comprender que alguien no sabía el nombre de la pajarita que llevas al usar esmoquin y sólo lo llama "esta cosa que llevo en el cuello". Sonrió pensando en ello, con el paso de los años se había ido enamorando poco a poco de su atractivo e inteligente esposo al que ahora adoraba en silencio, porque claro que no debía enterarse que era correspondido o se le subiría a la cabeza.

Cuando finalmente el cura los declaró marido y mujer, Patty pudo admitirlo, éste era el día más feliz de su vida hasta ese momento.

-Recuérdame nunca someterme voluntariamente a esta tortura, Geraldo- suplicó la rubia luego de ver cómo uno a uno los invitados iban a dar sus mejores deseos y felicitaciones a la pareja recién casada.

-Descuida, te recordaré cuando te pida que te cases conmigo que no estarás aceptando voluntariamente sino bajo coacción y coerción- la rubia rio entonces obsequiando a su ocurrente novio con un largo beso. La vida era difícil muchas veces, injusta otras tantas, aterradora en sus momentos más oscuros, pero si Helga era capaz de vivir en paz con un padre biológico desconocido, un padre adoptivo huraño, un medio hermano casado con su némesis, una hermana mayor melosa casada con el hermano de su pareja, una sobrina traviesa y un primo insoportable, era precisamente porque Gerald también era su familia ahora.

Me pidieron que les escribiera sobre las personas que han tenido un fuerte impacto en mi vida, y me imagino que todos tienen una historia propia que contar, después de todo, la suma de nuestras experiencias es lo que nos define como individuos.

Mi historia no sólo es mía para contar, es también de mi madre, de mi tía y de mi abuelo.

Mi familia no es convencional en el convencional sentido de la palabra. Nací en junio, durante el verano, y aún después de 18 años no sé decir si mi madre me esperaba con ilusión o aterrada de lo que le depararía el futuro, pero sé que aún antes de nacer siempre he contado con su amor incondicional, uno de los pilares en mi vida ciertamente. Mi abuelo enviudó en diciembre, siete meses antes de mi nacimiento. Me habría gustado conocer cómo era mi abuela, mamá casi no me habla sobre ella.

Mi tía tampoco.

La hermana menor de mamá vive en Londres, Inglaterra. Es una escritora de poesía publicada bajo el seudónimo de Geraldine. Aunque la vea poco, le agradezco la oportunidad de haber pasado tiempo en esa ciudad, salir del país en el que creciste siempre te da perspectiva, conocer otras culturas expande no sólo la mente, también el alma. Supongo que por eso mis tíos Arnold y Marcy disfrutan tanto su vida de trotamundos. Ellos son amigos de la familia, una pareja o eso parece a veces, a la que mi tía Helga conoce desde su infancia.

El abuelo Bob falleció cuando tenía 13 años. Extraño las tardes en las que se sentaba en el piano conmigo a escucharme tocar, y luego se quejaba de lo mal que lo hacía en comparación con mi madre a mi edad. Fortaleció mi carácter. Entonces me enteré de que no era mi abuelo biológico, y que tenía un tío, el medio hermano menor de mi madre, y conocí a su padre biológico, Jesús Mota de Larrea.

Ni siquiera fue lo más difícil de creer que me pasó en la vida.

A mis 6 años entendí que Jamie O. Johanssen no era mi padre, sólo era un amigo de mi mamá. Lloré demasiado, creo que por días. Y entonces se casaron. No quiero decir que esté directamente relacionado con el hecho de que tenerlo en mi vida como mi figura paterna era mi mayor deseo en esos momentos, pero así fue como sucedió. Jamie ha vivido con nosotras desde entonces, somos lo que podría llamarse una familia feliz, aunque aún es extraño que sea el hermano mayor de mi tío Gerald.

La hermana de mi madre, Helga G. Pataki y el hermano de mi padre, Gerald M. Johanssen, han estado juntos desde antes de que yo fuera traída al mundo. Y sé lo que se están preguntando, ¿hablo acaso del mismo Gerald M. Johanssen comentarista deportivo de la NBA para ESPN, antes periodista deportivo? La respuesta es que sí, tengo una tía que es una exitosa escritora, un tío que es un exitoso periodista, y un medio tío llamado Lorenzo que es el dueño del emporio logístico más grande en américa del norte. Así que no me siento para nada presionada al escribirles mi ensayo como parte de mi solicitud de ingreso a su universidad. Soy una Pataki, y soy una Johanssen, y aparentemente también soy una Mota de Larrea, y me han dicho que eso significa tener la determinación y la disciplina para cumplir mis metas.

-Creo que deberías editar ese último párrafo cariño- Yvette puso los ojos en blanco. Por supuesto que su madre encontraría algo que criticar a su redacción, dejaría de ser Olga Johanssen si no lo hiciera.

-Yo creo que así está bien mamá, voy a enviarlo- Jamie O. se acercó para asomarse sobre su hombro izquierdo, el que su madre no ocupaba, y leyó el párrafo al cual hizo referencia su esposa.

-Tiene demasiadas veces la conjunción y, ¿no? -Yvette negó con la cabeza, pensando en lo afortunada que era de que esos dos fueran sus padres, pero también en lo mucho que la enloquecían cuando se proponían ayudarla.

- ¿Por qué no se lo mandas a tu tío Gerald, cariño? Él tiene un título en periodismo, podría revisar tu ensayo y corregirlo- sugirió su madre, enderezándose y continuando con la limpieza del jarrón que sostenía.

- En ese caso, mejor que se lo mande a Helga, ella tiene un título en letras después de todo y es una escritora, creo que lo haría mejor que mi tonto hermano menor- Olga sonrió y sólo dijo a su hija que hiciera lo que considerara mejor para que la admitieran en la universidad a la que ella quería asistir, que además no les había dicho cuál era -Tú termina tus pendientes, que iremos a casa de los abuelos Johanssen a pasar las fiestas navideñas y digamos que eso no tiene nerviosa a tu madre- Jamie le guiñó un ojo, haciéndola sonreír, los abuelos ya tenían casi 70 años, aún así, continuaban organizando a la familia para que se reuniera en su casa y a Kendra le encantaba incordiar a su madre, era un inocente hobbie suyo, quién podría culparla, a veces la personalidad de Olga Johanssen era demasiado brillante para su propio bien.

Contempló contactar a su tía Helga para pedirle ayuda como lo sugirió su papá, era una buena idea salvo por el hecho de que Helga Pataki no hacía favores gratuitos, ni siquiera a su única sobrina.

Así es, mientras su mamá pasó a ser Olga Johanssen cuando se casó con Jamie O. Helga y Gerald vivían juntos desde hace décadas, pero nunca contrajeron nupcias, y seguía siendo Helga Pataki.

Yvette suspiró al pensar en la relación de sus tíos, a sus 18 años había tenido algunas citas que habían sido más bien mediocres, siendo amables en la elección de palabras, y observar a las relaciones que sostenían los adultos en su vida siempre la deprimía. No podía imaginarse siquiera a sí misma encontrando a alguien que la entendiera y quisiera tanto como esos dos adoraban a las rubias con las que compartían su vida. Y no eran sólo ellos… Su tío Lorenzo estaba casado con su tía Rhonda, y era obviamente el centro de su universo, claro, además de su hijo Salvador, pero esa cosita linda de 2 años se podía convertir en el centro del universo de cualquiera que lo mirara, era un bodoquito adorable… y también estaban Arnold y Marcy, llevaban menos tiempo juntos, pero parecían compartir una sinergia que daba miedo, casi adivinaban lo que el otro pensaba antes de hablar entre ellos… Ni hablar de los padrinos de su primo Salvador, Lila y Brian, esos dos sorprendía que pudieran caminar sin quedarse pegados al suelo con toda la miel que derramaban. Tenían a una niña de 5 años llamada Pippa, bueno, Philippa en realidad, pero nadie en la familia le decía así. Su tío Nikolay, el primo de su mamá, se había casado con Mary, la amiga de su tía Helga, que un tiempo intentó algo con Stinky… tenían unos mellizos rubios muy lindos, iban a preescolar y ya sabían deletrear sus nombres "Ian" y "Nia", aunque si ella no se llamara Yvette, también habría podido aprender más pronto a escribirlo. Patty y Harold tuvieron una segunda oportunidad de su historia de amor, en enero tendrían sus bodas de estaño por su décimo aniversario, aunque no han podido concebir, se ven muy felices y tranquilos juntos. Su tía Timberly y su tía Sasha eran sus favoritas.

Aunque si se deprimía mucho, también podría ponerse a pensar en los desafortunados en el amor como ella. Sid por ejemplo, no le iba muy bien como sugar daddy. Y Sheena y Stinky lo intentaron un tiempo pero no funcionó, y luego Agatha y Stinky salieron unos meses, terrible idea. Phoebe y Park no tuvieron oportunidad de averiguar si hubieran podido ser algo, ambos vivían muy lejos, Phoebe en Kentucky y Park en Tokyo. Y Rex y Eugene, aunque eran adorables juntos, no pudieron superar el hecho de que Rex no quiso presentarlo con sus padres y terminaron luego de 4 años de relación. De Rex no sabía mucho, pero Eugene salía a veces con su tío Gerald y sus amigos, no perdían el contacto.

Quizás ella era uno de ellos, de esas almas que no encuentran a su otra mitad porque siendo realistas el mundo es demasiado basto para poder correr con esa buena fortuna de manera tan sencilla. Ellos eran las excepciones a la regla, quienes encontraban en otra persona algo que vale la pena para soportar las penas de la vida y para compartir sus alegrías, y que, además, la otra persona ve lo mismo en ti.

Sí… definitivamente, su vida amorosa no era nada interesante. Eso no era un problema para ella. Tenía muchas personas a su alrededor que la querían demasiado… de verdad, a veces era demasiado, como ahora que podía ver desde la ventana de su habitación a su mamá en el jardín cosechando las manzanas del huerto para hacerle su favorito de estas fechas, un pay de manzana casero. Quizás ese era el problema, creció rodeada de tanto amor que ahora lo que sus pretendientes le ofrecían le parecía migajas en comparación. Suspiró. Sería mejor que se apresurara a ayudar a poner la mesa a su padre si no quería que su madre se volviera loca de nuevo porque Jamie olvidó de qué lado iba la cuchara del postre, sonrió sinceramente, no le importaba si la aceptaban o no en su primera opción, podría estudiar en la estatal y permanecer cerca de su familia, los tenía incondicionalmente y eso era suficiente, su historia apenas iniciaba a escribirse y un rechazo o muchos no la detendrían en encontrar un final feliz para ella. Después de todo era Yvette Johanssen-Pataki-Mota de Larrea por algo.