Capítulo 43
Una Ciudadana Preocupada
Sara no estaba en realidad muy segura de qué debía hacer en su noche libre. No había tomado una en mucho tiempo, y definitivamente nunca a mitad de un festival. Así que, vestida con el elegante kimono negro con estampado de rosas rojas, y ni una señal de su uniforme Tenryou o siquiera de su leal arco, decidió hacer lo que haría en una noche de guardia normal: caminar por los alrededores, y verificar que todo estuviera bien.
Mezclada entre el público, comenzó a andar con paso tranquilo, recorriendo con sus ojos dorados todo su alrededor, en busca de algún altercado, una discusión, un ebrio pasándose de listo, o incluso algún criminal intentando aprovechar el bullicio de las festividades para sacar provecho. Tras media hora de caminar entre la gente y los puestos, no se cruzó con nada ni remotamente parecido a ello. Y aunque eso debería alegrarla, en realidad (contra todos sus instintos) comenzó a desear que alguna de esas cosas ocurriera. Al menos así tendría una excusa para que su "noche libre" ya no fuera tan libre.
En verdad no era buena para ese tipo de cosas…
—Srta. Kujou, ¿es usted? —escuchó de pronto que una voz cerca pronunciaba por encima de todo el bullicio.
Sara se detuvo en ese momento, y se giró hacia un lado. Justo a su derecha, se encontraba un puesto de aperitivos, en su mayoría dulces según alcanzó a ver, atendido por una mujer mayor de ropajes verdes de apariencia fina, y otros dos chicos más jóvenes apoyándola. La mujer la miraba con una amplia sonrisa de júbilo, lo que dejaba claro que el comentario sí era para ella; no era que hubiera muchas otras Señoritas Kujou por ahí esa noche.
—Ah, hola —le saludó Sara, un tanto dubitativa. La mujer le parecía conocida, pero no identificaba de momento de dónde. Pero eso no era tan inusual; en su trabajo le tocaba cruzarse con una gran variedad de personas todos los días—. Buenas noches, señora. ¿Todo está bien?
—Bastante bien, gracias —respondió la mujer, asintiendo—. Se ve muy bonita con ese atuendo —añadió, inspeccionando de arriba abajo el kimono negro, y en especial el patrón de rosas en él.
—Se lo agradezco —murmuró Sara, acompañada de una ligera reverencia de gratitud.
—Creo que nunca me había tocado verla sin su uniforme. ¿Decidió disfrutar esta noche del festival?
—Sí, bueno… —musitó ligeramente nerviosa, teniendo problemas en un inicio para darle forma a sus pensamientos—. Pensé en dar una vuelta por aquí y ver que todo esté en orden.
—Todo está de maravilla. Pero no me diga que está trabajando incluso esta noche.
—No, no precisamente. En teoría es mi noche libre, pero igual no está de más estar atenta.
—Siempre tan responsable. Pero intente divertirse un poco, ¿sí? Tenga, pruebe uno de mis dangos tricolor —propuso de pronto, tomando uno de los dulces que tenía en exhibición: tres bolas dulces de arroz glutinoso, una rosa, otra blanca y la última verde, unidas por un palillo que la atravesaba de extremo a extremo. Extendió entonces los dangos en dirección a la tengu, ofreciéndoselos con un gesto gentil.
Sara se puso particularmente nerviosa e incómoda en ese momento, e incluso instintivamente hizo su cuerpo hacia atrás en cuanto los tres dangos se le aproximaron.
—Ah, no… —respondió Sara, vacilante, alzando ambas manos delante de ella— Se lo agradezco, pero…
—Ande, tome —insistió la mujer, tomando incluso en ese momento la libertad de tomar una de las manos de Sara y colocarle el aperitivo en ella. Sara por mero reflejo cerró sus dedos en torno al palillo para que no se cayera—. Cortesía de la casa.
—No, al menos déjeme pagarlo —exclamó Sara, al parecer algo sobresaltada.
—Nada de eso. Tómelo como un agradecimiento por todo su duro trabajo protegiendo nuestra ciudad.
Sara volvió a vacilar. Miró el dulce en su mano, luego el rostro sonriente de la mujer, y una vez más el dulce. No solía comer ese tipo de cosas, ni siquiera cuando no trabajaba, pero… Esa parte de ella que le impedía decepcionar a las personas, la empujó a simplemente aceptarlo sin más. Después de todo, era un gesto amable; ¿qué motivo podría tener para rechazarlo?
—Gracias —susurró despacio, sonriendo levemente e inclinando su cuerpo en forma de una discreta reverencia.
Tras un pequeño intercambio más de palabras, Sara siguió caminando por la calle, aunque su atención estaba más fija en el pequeño regalo que le acababan de hacer, que en la gente o en los puestos a su alrededor. No sentía un deseo particular de probar aquello, pero… tampoco lo iba a tirar luego de que se lo regalaron con tanto cariño; eso sería totalmente deshonroso.
Así que, un poco a regañadientes, aproximó el dulce a su boca, y le dio una pequeña mordidita al primero de los dangos, el de color rosa. Masticó el pedazo un rato de un lado a otro, y luego lo tragó sin más. Había sobrevivido sin mucho problema.
«Sabe bien, supongo» pensó para sus adentros, y prosiguió a dar otra mordida más, esta vez con mayor confianza. «Pero no debería comer este tipo de cosas. Me distraen con facilidad»
Ese pensamiento podría resultar extraño para muchos, pero era derivado de la forma en la que Sara había sido criada y entrenada. Para ella, comer y dormir resultaban necesidades fisiológicas para recobrar energías, pero en general gastaban tiempo que podía usarse para actividades más productivas. Así que mientras más eficiente podías ser realizando cualquiera de esas dos tareas, era mejor. Y los dulces estaban hasta abajo en esa lista de eficiencia. No sólo distraían y eran tardados de comer, sino que encima ni siquiera daban el valor nutricional requerido.
Pero… bueno, para bien o para mal, no estaba trabajando esa noche. Así que no le haría daño darle una mordida más a los dangos… o quizás dos.
—¡¿Estás jugando conmigo?! —se oyó de pronto que una voz grave e intensa pronunciaba con fuerza. Era como un fuerte alarido, lleno de coraje, que de inmediato puso a Sara en tal estado de alerta que incluso llevó por reflejo su mano hacia su espalda en busca de su arco, recordando casi al instante que no lo traía consigo.
Recorrió su mirada rápidamente a su alrededor, intentando detectar de dónde había venido aquello, y si acaso era el aviso de algún peligro inminente. La gente caminaba a su alrededor, al parecer bastante despreocupados, y Sara llegó a pensar por un segundo que quizás lo había imaginado.
—¡No hay forma de que no se hubieran caído con ese último golpe! —pronunció una vez más la misma voz, justo detrás de ella—. ¡¿Me estás haciendo trampa?!
Sara se giró rápidamente, y divisó a unos cuantos metros delante de ella la figura alta y fornida de una persona, que le daba en ese momento la espalda; una espalda ancha y fuerte, sobre la cual caía una cabellera blanca de longitud media. Estaba de pie frente a uno de los puestos a un lado de la calle y, aunque no le veía el rostro, su sola postura parecía agresiva.
—¿Me estás acusando de algo, jovencito? —exclamó con dureza quien atendía el puesto, un hombre robusto de cabello oscuro y bigote poblado del mismo tono, con sus anchos brazos cruzados sobre su pecho.
—¡Por supuesto que sí! —gritó el mismo hombre alto, alzando una mano y señalando al hombre del puesto de forma acusadora—. ¡De tramposo y estafador de entrada!
—Jefe, tranquilo —susurró en voz baja un hombre joven de pie a lado de aquella persona, con actitud claramente preocupada. Sin embargo, su acompañante pareció no escucharlo, y siguió gritando de la misma forma contra el hombre del puesto, cuyo humor claramente también se estaba calentando.
Aquello estaba poco a poco alterando el orden, y más personas alrededor comenzaban a darse cuenta de que algo ocurría. Sara no tardó en aproximarse con paso firme hacia el epicentro de aquel escándalo, con toda la disposición de ponerle un alto antes de que escalara a peor.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —cuestionó con dureza una vez que estuvo frente al puesto, colocando ambas manos en su cintura.
Todos los involucrados se giraron en su dirección; el encargado del puesto, los tres acompañantes del hombre que gritaba, y por supuesto éste último también. Y en cuanto lo miró de frente, Sara se sorprendió un poco, en especial por ese par de cuernos carmesí que surgían de su cabeza, por esos ojos entre rojo y ámbar que la miraron con curiosidad y confusión, y sus cejas pobladas de un color más oscuro que su cabello.
«¿Un oni?» pensó para sí misma. Era un poco inusual encontrarse con otro youkai ahí en la ciudad, pero no algo imposible, en especial durante un festival como ese.
—Nada, señorita —comentó el hombre del puesto, al parecer no poniéndole demasiada importancia a lo sucedido—. Solamente este oni, que está haciendo un alboroto porque no sabe perder con dignidad.
—¡¿Perder con dignidad?! —espetó el hombre alto de cabellos claros, olvidándose por un momento de ella para girarse de nuevo hacia el encargado—. No tengo problemas con perder en un juego justo, ¡pero éste claramente no lo es!
Sara echó un vistazo rápido al puesto. Al parecer se trataba de uno con diferentes juegos, siendo el principal el que consistía en seis botellas vacías, apiladas en un triángulo al fondo del puesto, y al que evidentemente el jugador debía derribar con el lanzamiento de una serie de pelotas. Y, por la cantidad de pelotas en el suelo (que eran al menos más de veinte) y la cantidad de botellas derribadas (que era cero), Sara pudo deducir rápidamente de qué se trataba todo eso.
—¿Está acusando al señor de amañar el juego? —le preguntó al oni con tono calmado, cruzándose de brazos.
—¡Por supuesto que sí! —respondió él sin vacilación alguna.
—Es una acusación muy seria. ¿Tiene alguna prueba de ello?
—¿Eh? —exclamó el oni, volteándola a ver de nuevo con clara de completo desconcierto. Sólo hasta ese momento parecía haber comenzado a cuestionarse la presencia de esa chica en ese asunto—. ¿Y tú quién se supone que eres?
—Yo soy… —dijo Sara rápidamente con intención de responder, pero calló al instante sin completar su frase.
Estaba justo por informar que era la General Kujou de la Comisión Tenryou, pero… en realidad en ese momento no estaba trabajando, así que en realidad no estaba ahí como general. Oficialmente no debía poder realizar acciones en nombre de la Comisión Tenryou bajo esas circunstancias; no estaba del todo segura si sería algo en contra del reglamento, pero ciertamente sonaba a que podría serlo.
—Yo… soy sólo una ciudadana preocupada —respondió tras un rato, pareciéndole que era lo más cercano a la realidad en ese momento.
—¿Quién es esta mujer? —preguntó de pronto uno de los tres hombres humanos que al parecer acompañaban al oni—. Creo que la he visto en otro lado antes.
Los otros dos se encogieron de hombros. ¿Significaba eso que en verdad no sabían quién era ella? A Sara le pareció un poco peculiar que no la reconocieran, pero no le dio demasiadas vueltas. No era Kamisato Ayaka, después de todo; no era como que la mayoría de la gente debía reconocerla por algún motivo…
—Bueno, Srta. Ciudadana Preocupada —comentó de pronto el hombre de cabellera blanca, jalando de nuevo la atención de la general—. Si tanto le interesa, lo que ocurre aquí es que llevó un buen rato lanzando a esas botellas de ahí —indicó señalando a las seis botellas apiladas—, ¡y no logró tirar ni una aunque lo haga con todas mis fuerzas! ¡Es obvio que deben estar trucadas!
—Es absurdo —exclamó el hombre del puesto con tono beligerante.
—Es de hecho una acusación muy grave, señor —le informó Sara con tono calmado—. ¿Qué puede usted decir al respecto?
El hombre resopló con indiferencia, claramente restándole por completo el peso a tal denuncia.
—¿Qué puedo yo decir? Sólo qué es obvio que este estúpido youkai no sabe cómo comportarse entre personas civilizadas.
Aquellas palabras fueron como un golpe directo, que no hicieron más que encender aún más los ánimos del oni.
—¡¿Qué dijo…?! —exclamó furioso, avanzando hasta que sus piernas chocaron contra el puesto de madera. El hombre al otro lado se mantuvo apacible en su lugar.
—Estúpido youkai, eso dije —repitió con sequedad—. No sé por qué permiten que criaturas como tú pongan un pie en eventos tan ilustres como éste. Deberían prohibirles dejar sus bosques y montañas; lo único que hacen es alterar la paz de personas buenas y civilizadas como nosotros.
Sara había permanecido en silencio todo ese rato, escuchando anonadada todo lo que aquel hombre decía. No recordaba nunca haber escuchado a alguien referirse de esa forma tan despectiva hacia los youkai; definitivamente no en su presencia… pero eso era quizás porque todo el mundo sabía que ella era la hija adoptiva del clan Kujou, y no se atreverían a hablar mal de los youkai frente a ella…
Siendo ella misma uno.
Aunque en su caso, su procedencia no era tan evidente como los dos cuernos que adornaban la cabeza de aquel hombre. Así que bien o mal, la mayor parte del tiempo se las arreglaba para pasar desapercibida como una humana más. Quizás por eso, y por su posición dentro de la Comisión Tenryou, nunca había tenido que lidiar con personas que pensaran de esa forma hacia las especies como la suya. Algo que claramente no era el caso de aquel oni…
Su rostro se había puesto colorado, y algunas venas sobresalían de su frente. Apretaba sus puños con fuerza, y era claro que todo su cuerpo estaba en tensión, listo a la primera excusa para simplemente estallar.
—Así que mejor retírense —insistió el hombre del puesto, agitando sus manos como si espantara a un grupo de perros callejeros—, o llamaré en ese instante a la Guardia Tenryou para que los echen a patadas del festival.
—¡Quiero ver que lo intenten! —declaró el oni con agresividad—. ¡No me moveré de aquí hasta que me dé el premio que me merezco…!
Sara dio un paso al frente en ese instante, parándose justo frente al puesto. Su presencia inevitablemente captó la atención de los dos hombres, cortando de tajo su discusión. Sara rebuscó en los bolsillos internos del kimono, extrayendo unas cuantas moras de estos, para colocarlas justo después con algo de fuerza sobre la mesa de madera frente a ella.
—Deme tres tiros —pidió con tono frío.
—Oye, yo aún no termino —dijo el oni con molestia. El encargado del puesto, más que feliz por ignorar a aquel hombre tan gritón y enfocarse en otro cliente, se giró de lleno hacia ella con una amplia y gentil sonrisa, muy contrastante con su actitud de hace unos momentos.
—Como usted diga, señorita —pronunció el hombre con elocuencia, al tiempo que colocaba sobre la mesa tres pelotas redondas de color verde—. Es evidente que usted sí es una persona decente de buena familia.
Sara no respondió a su aparente halago. Centró su atención en su lugar en las tres pelotas, y tomó firmemente una de ellas entre sus dedos. La apretó un poco, y luego la lanzó al aire para atraparla y poder sentir su peso. Era de hecho bastante más ligera de lo que parecía a simple vista. Ese primer indicio causaba cierta desconfianza, pero por sí solo no era suficiente para indicar que ocurría algo fuera de lo normal.
Fijó entonces la mirada en las botellas apiladas, jaló su mano hacia atrás, y apuntó con precisión antes de arrojar la pelota con fuerza hacia el frente. Tirar con arco y lanzar una pelota no eran lo mismo, pero había principios similares que Sara conocía bien, por lo que en cuanto la pelota dejó su mano estaba segura de que golpearía las botellas justo en el centro de la pirámide. Y así lo hizo, pero la pelota en cuanto pegó con una de las botellas, rebotó y salió disparada hacia un lado, y éstas apenas y se tambalearon en su sitio.
Eso la sorprendió lo suficiente para que su ceja derecha se arquera en una expresión de intriga.
—¡¿Lo ves?! —exclamó el oni a su lado con fuerza, señalando a las botellas—. ¿Te das cuenta de la trampa?
Sara no respondió. En efecto era extraño que no hubiera al menos logrado derribar una de ellas con ese tiro, pero aún no era suficiente. El que la pelota fuera un poco más ligera, y las botellas quizás un poco más pesadas, sólo daba un poco más de dificultad al juego. Sin embargo, había una línea delgada entre ponerle dificultad al asunto, y hacer imposible que cualquier pueda ganar. Y le correspondía a ella decidir en qué lado se encontraba.
Tomó otra pelota, y de nuevo se puso en posición de lanzamiento. En esta ocasión aplicaría bastante más potencia a su lanzamiento, haciendo uso de toda la fuerza muscular que su arduo entrenamiento le había brindado todos esos años, y que en teoría debería ser mayor a la media de la fuerza de un ciudadano común. La pelota salió disparada como una flecha de sus dedos y se dirigió directo a las botellas, golpeando justo en el mismo sitio que antes.
Mismo resultado: la pelota rebotó, y aunque las botellas se tambalearon un poco más que la primera vez, rápidamente volvieron a quedar en su posición original.
Sara arrugó su entrecejo, molesta y confundida, y miró con cierta fiereza al encargado del puesto. Éste sonreía con una molesta presunción difícil de ocultar.
—Lo siento, señorita —comentó el hombre con voz risueña, encogiéndose de hombros—. Pero quizás sus manos tan delicadas y finas no tienen la fuerza que se necesita.
Ese sólo comentario hiriente le bastó a Sara para dejar la prudencia de lado, aunque fuera un poco.
Tomó la última pelota firmemente entre sus dedos, y adoptó rápidamente la posición de lanzamiento. En esa ocasión lo haría con todas las fuerzas de su cuerpo, pero además aplicaría un adicional: una pequeña dosis de energía Electro; no la suficiente para ser apreciable a simple vista, pero sí para que cuando lanzó la pelota, ésta saliera de sus dedos como un relámpago, cortando el aire a su paso e incluso despeinando el abultado bigote del encargado del puesto en cuanto pasó a centímetros de su cara.
La pelota siguió de largo y sin obstáculo hacia las botellas, no sólo derribándolas así, sino que incluso haciendo explotar una de ellas en pedazos en cuanto la pelota la atravesó, y siguiendo de largo hasta atravesar la tienda detrás de ellas y dejar un agujero en éstas. Las botellas restantes se precipitaron al suelo, y fue claro que no eran de vidrio en realidad pues ninguna se rompió ni un poco al chocar con éste.
El encargado del puesto, así como el oni y sus tres acompañantes, se quedaron en silencio, mirando con los ojos grandes y casi desorbitados el agujero en la tienda, como si esperaran ver en algún momento la pelota regresar por él.
—¿Pe… pe… pero cómo…? —tartamudeó el encargado, claramente atónito ante lo ocurrido.
Sara se paró de nuevo derecha, y clavó de nuevo su mirada en aquel hombre. Y con voz firme y dura exclamó en alto:
—Lo que este hombre dice es cierto: usted tiene amañadas las botellas para que no sea posible derribarlas con fuerza convencional.
—¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no! —espetó el encargado con tono defensivo.
—No mienta —sentenció Sara, señalándolo con un dedo acusador—. Debería avergonzarse de su comportamiento, señor. A usted se le dio la oportunidad de participar en este festival para traer alegría y diversión a las personas de Inazuma, pero en su lugar dejó que su avaricia lo hiciera obrar de mala fe.
—¡Esto es absurdo! —exclamó el encargado en alto, agitando sus brazos furiosos en el aire—. No voy a permitir que una niña tonta que no sabe nada me acuse sin pruebas.
—¡Cuidado con esa lengua! —le amenazó de pronto el oni de cabellos blancos, colocándose entre Sara y el encargado—. Si se cree un verdadero hombre, debería aceptar su culpa sin chistar.
El escándalo provocado por sus gritos, y claro también por la pelota que había salido disparada y atravesando la manta, había captado ya la atención de varias de las personas cercanas. Y no tardó en llamar también a un par de guardias de la Comisión Tenryou, que en cuanto se percataron de que algo ocurría se aproximaron rápidamente hacia ellos con sus lanzas en mano.
—¿Qué sucede aquí? —cuestionó uno de ellos con severidad.
—¡Guardias!, ¡esta mujer me atacó! —acusó el encargado de inmediato, señalando el agujero en su puesto, y luego a Sara directamente—. ¡Arrestenla!
Los dos guardias centraron su atención en la mujer de cabellos oscuros y ojos dorados. Y aunque no estuviera usando su uniforme actual, ambos no tardaron en reconocerla, y pararse con seguridad ante ella.
—¡Señorita!, ¿se encuentra bien? —preguntó uno de ellos con voz firme.
Sara asintió lentamente con la cabeza, y luego añadió con un tono duro y autoritario:
—Este hombre usa trucos sucios para estafar a las buenas personas de la ciudad y quedarse con su dinero. Es una falta grave a la confianza de los ciudadanos. Una noche tras las rejas quizás lo haga recapacitar. Y reporten lo sucedido a la Comisión Yashiro.
—De inmediato —respondieron los dos soldados al unísono, y sin espera se dirigieron hacia el hombre del puesto, tomándolo con firmeza cada uno de un brazo para arrastrarlo fuera de éste.
—¡No! Esperen —exclamaba el hombre mientras los dos soldados lo arrastraban y él forcejeaba con desesperación sin poder zafarse de su agarre—. ¡Es una confusión! ¡Ella fue la que me atacó! ¿No la van a arrestar?
—Silencio —le advirtió uno de los guardias—. No sabe de quién está hablando. Mejor cállese antes de que me empeore las cosas.
Aún claramente confundido sin, en efecto, comprender del todo lo que ocurría, el hombre fue llevado por los dos guardias, y desapareció rápidamente de sus vistas. Sara respiró hondo, y pasó una mano por su cuello. Quizás había exagerado un poco su reacción, pero por algún motivo las palabras y la actitud de ese sujeto la habían alterado más de lo debido. No era profesional dejarse llevar de esa forma por las emociones, y ella lo sabía. Tendría que recapacitar al respecto mientras llenaba el informe del incidente.
Comenzó a caminar por mero reflejo con intención de dirigirse a la jefatura. Sin embargo, no avanzó mucho antes de que…
—Oye, amiga tengu —pronunció una voz detrás de ella, y eso la hizo detenerse en seco—. Espera un momento, ¿quieres?
Sara se giró con cuidado, y visualizó a menos de un metro de ella a aquel oni alto de cuernos rojos y cabello blanco. Su actitud parecía haberse suavizado considerablemente, tanto que incluso en los labios dibujaba una amplia sonrisa astuta. Sara por un momento se había olvidado de él, sin considerar por un momento que quizás requeriría su declaración, aunque tampoco deseaba importunar de más su noche.
Pero lo que en realidad la hizo detenerse y girarse a mirarlo, fue como la había llamado: "amiga tengu". ¿Cómo se había dado cuenta?
—¿Qué ocurre? —preguntó Sara con tono serio.
—Se ve que eres realmente buena en los juegos de festival, ¿eh? —comentó el oni con tono ladino, cruzándose de brazos.
Sara parpadeó un par de veces, confundida.
—No particularmente.
—Oh, vamos. Ese lanzamiento estuvo increíble, amiga tengu —añadió aquel hombre, señalando con un dedo al agujero que había hecho en la tienda del puesto.
—No me llame así, por favor —masculló Sara, incapaz de apaciguar demasiado la ligera dureza que acompañaba a sus palabras—. Mi nombre es Sara.
—Con qué Sara, ¿eh?
Ella asintió.
—¿Sería tan amable de compartirme su nombre también, Sr. Oni?
La sonrisa en los labios de aquel individuo, y el peculiar brillo de sus ojos, se acrecentaron ante tal pregunta, que Sara había considerado hasta hace un momento inofensiva.
—Ja, así que finges no tener idea de quién soy, ¿eh? —exclamó el oni con jactancia, señalando su propio pecho con su pulgar—. Como si mi fama no me precediera hasta en los rincones más escondidos de Inazuma. Pero ya que insistes, te lo diré.
Antes de que Sara pudiera replicar o decir cualquier cosa, aquel individuo se dio media vuelta, dándole la espalda, con sus brazos cruzados en una posición dramática bastante estilizada que, por coincidencia o no, fue acompañada por una ligera brisa que hizo ondear su cabello y su largo saco oscuro, haciendo volar además algunos pétalos de cerezo entre ambos.
—Soy el que trae la paz y la justicia para los oprimidos —exclamó con voz grave y profunda—. Soy el guardián de los más débiles, y el campeón de los que no pueden defenderse solos. —Giró entonces por completo de regreso hacia Sara, pero a mitad de su giro saltó en el aire unos centímetros, y luego cayó con los pies separados, pero bien plantados en la tierra hasta hacer que ésta temblara un poco debajo de ellos. Extendió entonces su mano izquierda al frente, en dirección a Sara, y la derecha hacia atrás, adoptando una pose bastante teatral—. ¡Soy el líder de la ilustre Banda Arataki y el Héroe de Hanamizaka! ¡El Gran Arataki Itto!
Y culminó su presentación con una fuerte y estridente risa que retumbó entre todo el bullicio. Y cuando su risa se extinguió, y aunque los demás sonidos del festival seguían, todo pareció quedar en un inusual silencio. Por su parte, los tres acompañantes del oni parecían un poco avergonzados, y preferían mirar a cualquier otro sitio en esos momentos.
Sara lo observaba con expresión estoica, como si esperara que dijera algo más (si es que acaso todo aquello no había sido suficiente). Ciertamente era una forma memorable de presentarse, debía aceptar Sara. Aunque bastante ruidosa, e innecesariamente elaborada para su gusto. Cuando fue claro que eso era todo, se permitió meditar un poco más en las pocas palabras que aquel individuo había pronunciado.
—¿Arataki? —susurró despacio, tomando su barbilla con una mano en pose reflexiva. Alzó su mirada al cielo, y recorrió rápidamente su banco de memoria en busca de dónde había escuchado aquel nombre antes. Tras unos segundos, la respuesta vino a ella—. Ah, ya sé quiénes son ustedes.
Itto sonrió satisfecho al oír eso.
—Ja, te dije que nuestra fama…
—Son ese grupo de vagos buscapleitos que se la pasan causando alborotos y destrozos en Hanamizaka, ¿no es así? —señaló Sara de forma cortante.
—Exacto… ¡¿Qué?! —exclamó Itto con exaltación al escuchar aquello—. ¡No!, ¡nada de eso!
—¿Ah, no? —murmuró Sara, escéptica—. Lo último que me enteré es que causaron destrozos en un restaurante hace unos días, incluso destruyendo un muro de éste. Y el dueño no presentó cargos únicamente porque accedieron a pagar y reparar los daños ustedes mismos.
—Oh, rayos, sabe de eso —exclamó sorprendido, y un poco asustado, uno de los amigos de Itto. Éste, sin embargo, no se dejó amedrentar por la acusación.
—¡Lo hicimos para prevenir un asalto! ¡¿Qué eso no lo escuchaste?!
Sara volvió a mirar al cielo en busca del detalle adicional del incidente. Y sí, le parecía haber leído una declaración en el informe que se refería a un grupo de asaltantes que había amenazado al dueño, y que había sido la causa de todo lo ocurrido.
—Algo parecido, sí —asintió Sara—. Quizás sus intenciones fueran buenas, pero en el futuro será mejor que dejen ese tipo de acciones a la Guardia Tenryou, en lugar de ponerse en peligro a ustedes mismos y a los demás ciudadanos.
—Ja, la Guardia Tenryou —soltó Itto con actitud irónica, cruzándose de brazos—. Sí, ¿cómo no? Como si esos idiotas pudieran hacer algo por nosotros.
Sara arqueó una ceja, confundida, molesta, pero en especial intrigada con ese repentino comentario.
—Jefe, mejor ya no diga más —le susurró uno de sus amigos, más que dispuesto a convencerlo para que se fueran en ese momento.
—No, espere —indicó Sara con severidad, y entonces se aproximó hacia el Oni, parándose firme delante de él, aunque tuviera que alzar la mirada para poder mirarlo directo a los ojos debido a la altura de ésta—. ¿Tiene alguna queja con respecto a la Comisión Tenryou, Sr. Arataki?
—¿Qué si tengo alguna queja? —exclamó Itto, sarcástico—. ¿Tienes tiempo para escuchar toda la lista completa de ellas?
—Sorprendentemente, sí.
Itto la miró un tanto perplejo; era claro que no se esperaba esa respuesta.
—Bueno, ya que tienes tanto interés… —comentó, volviendo a sonreír confiado como hace un rato—. Hagamos esto. Acompáñanos a los juegos, y te diré todo lo que quieres saber.
Al tiempo que hacía ese comentario, señaló con un dedo a los demás puestos calle arriba. Sara miró en esa dirección, un tanto perdida pues no entendía cómo aquello se relacionaba con el tema que estaban tocando.
—¿Juegos?
—¡Sí! —exclamó Itto, asintiendo con rapidez—. Es obvio que tienes buen ojo para este tipo de cosas; además de un buen brazo. Si recorremos juntos cada juego, podremos descubrir cuales están amañados y cuáles no. Además de, claro, ganar algunos premios. Ayúdanos, y además de cumplir con tu deber como ciudadana preocupada, te compartiré todos mis comentarios sobre la Comisión Tenryou, con lujo de detalles.
Sara lo volvió a mirar con una ceja arqueada, esperando que le dijera que era algún tipo de broma. Sin embargo, la sonrisa y confianza en el rostro de aquel hombre, le dejó claro rápidamente de que hablaba en serio.
—Qué trato tan extraño me está proponiendo, Sr. Arataki —comentó con tono reflexivo—. Pero… de acuerdo —respondió de pronto, tomándose por sorpresa hasta a sí misma—. Supongo que no tengo algo mejor que hacer esta noche, en realidad. Así que hacer algo de mediano provecho estaría bien.
—¡Perfecto! —exclamó Itto, visiblemente entusiasmado con la idea—. Entonces, por esta noche, serás miembro honorario de la Banda Arataki, Sarita.
—Yo no dije tal cosa… —comenzó a decir Sara como defensa, pero él no pareció escucharla.
—¡Andando entonces que la noche es joven! —indicó con ahínco, señalando al frente y comenzando a caminar con paso decidido. Sus tres amigos lo siguieron de cerca sin mucho titubeo y Sara, evidentemente, no tenía de otra más que hacer lo mismo.
—¿Puedo hacerle una pregunta? —comentó de pronto la tengu mientras caminaba detrás de Itto, y éste la volteó a ver curioso sobre su hombro—. ¿Cómo se dio cuenta de que soy un tengu?
—¿Qué?, ¿era un secreto? —exclamó Itto, con cierta indiferencia—. Sólo digamos que tengo buen olfato para eso. Nada se me escapa —le respondió con suficiencia, guiñandole además un ojo al final.
Sara se sobresaltó un poco.
—¿Olfato? —susurró despacio para sí misma. Por mero reflejó acercó su brazo derecho a su rostro y se olfateó discretamente sobre la tela de su kimono. No le pareció que oliera a nada en particular, así que desconocía qué quería decir con aquello.
Quizás no era algo literal…
