Caminó, a paso lento y sin prisas.
Avanzó, por las largas y frías calles de la aldea que, a esa hora de la mañana, todavía no se veían tan aglomeradas.
Eligió el trayecto más largo, para permitirse ordenar las ideas y reunir el valor para dar el siguiente paso; cada pisada la acercaba a su destino: el complejo Hyuga.
No quería ir.
No quería regresar.
No quería volver al lugar desde donde la habían desechado.
—¿Estás segura de esto? —le había preguntado Shino, mientras recibía un papel con las instrucciones que ella estaba dejándole a sus empleados.
—No, no lo estoy—respondió con sinceridad, tomando una pequeña cartera de cuero y colgándosela al hombro—. Pero es algo que debo hacer.
Su amigo asintió, sin cuestionarla más.
—Yo me encargaré del café—indicó él—. Cualquier cosa, estaré atento.
—Muchas gracias.
Sin mayor retraso, al día siguiente del encuentro con el anciano Hyuga en su café, decidió presentarse en el clan. Contactó a Shino, para que le ayudara a manejar el negocio por un rato y no le comentó a Sasuke que ese sería el día en que iría, no quería preocuparlo más.
Necesitaba terminar el asunto cuanto antes, resolver lo que fuera que quedara pendiente y continuar con su vida en paz.
Quería no volver a estar frente a esa muralla blanca y limpia, ni esa gran puerta de madera con aquellos dos guardias, que en ese momento, la estudiaban con atención como si la juzgaran.
Quizás era su imaginación; tal vez, no. Eso ya no importaba tanto.
—Soy Hinata de la Arena—se presentó, mirando directamente a los ojos de los guardias que la observaban—. Vengo a ver al líder del clan, como me fue solicitado.
Los minutos fueron eternos, y a la vez, pasaron demasiado rápido como para preparar su corazón; las puertas se abrieron y se tuvo que obligar a avanzar.
Ingresar a ese lugar, después de poco más de un año, se sintió como un golpe helado en el corazón.
Nada había cambiado y, a la vez, ella ya no era la misma.
Los pisos de madera continuaban pulcros y brillantes.
El jardín interior se mantenía verde y correctamente podado.
Los pasillos, de aquel blanco inmaculado, seguían pareciendo enormes y solitarios.
Y las miradas, silenciosas, reprobadoras, pesaban en su espalda una vez más.
Cada pisada se volvía angustiante en ese lugar, pero avanzó, con la cabeza en alto, mirada al frente y expresión segura; no iba a demostrar debilidad. No, cuando en ese momento, las pesadas puertas correderas del salón de reuniones se abrían y dejaban ver a los miembros del concejo esperándola.
"Hinata, camina." se dijo " Un paso a la vez"
Ingresó, sin darle tiempo a su cuerpo de procesar la ansiedad que comenzaba a apoderarse de ella, y caminó, a paso lento, calculado y elegante, seguro, por un pasillo central entre los puestos que, en ese momento, se encontraban vacíos.
Se detuvo, con suavidad, cuando llegó a donde terminaba el pasillo y comenzaban unas escaleras hacia donde se encontraban los ancianos del concejo en sus asientos, y esperó.
No hubo reverencias, su mirada se mantuvo directa, algo desafiante, y se permitió observar con descaro a cada uno de los presentes.
—Fui llamada por el líder del clan—dijo ella con cierto tono de reproche, luego de un rato—. Si no se presentará, me retiro.
Sin hacer el menor gesto, se giró y comenzó su marcha de regreso dándole la espalda a los ancianos.
—Niña insolente—dijo uno de ellos—. No le permitan salir.
Su estómago se apretó al escuchar la orden y notar como los guardias bloqueaban la salida. Y el miedo, ese que hace un tiempo no sentía, amenazó con tomar el control.
No sabía que estaba pasando, no sabía porque la querían retener, pero no podía dejarse intimidar.
"Cálmate" se dijo.
Debía pensar rápido, debía entender la situación para saber como tenía que actuar.
—No pueden retenerme aquí—habló, con voz fría y tranquila.
Notó como la mirada de los guardias pasaba desde ella hacia los ancianos, con un poco de duda y ella misma se giró para enfrentarlos.
—Abran la puerta—dijo ella, mirando a los ancianos—. Ahora.
Haciendo caso omiso a lo que Hinata había dicho, uno de los ancianos ordenó.
—Escóltenla a su habitación.
Uno de los guardias se acercó y ella, con las emociones a flor de piel, retrocedió inmediatamente y frunció el ceño con enfado.
¿Pretendían encerrarla?
No. No podían. Ella no tenía nada que ver con el clan.
—No pueden hacer esto—intentó razonar—. Retenerme aquí es un secuestro.
Notó como el anciano que la había abofeteado en la cafetería se cruzaba de brazos y sonreía
—¿Secuestro? eres una Hyuga, de la rama secundaria—dijo, con un tono que dejaba entrever burla—. Volverás al clan y cumplirás con tu deber.
No.
No.
¡No!
¡Ella era libre!
¡Ella era exiliada!
¡No podían reincorporarla al clan!
Sintió como la respiración se le comenzaba a acelerar por el miedo, el pánico de retroceder, de perder todo lo que había alcanzado.
¿Porqué?
¿Porqué Hiashi necesitaba que regresara?
Y lo notó, su padre no estaba en la habitación y solo el concejo de ancianos había estado dando las ordenes.
Algo estaba pasando, de lo contrario, Hiashi jamás rompería su palabra… de eso estaba segura. Podía confiar en que ese hombre la detestaba, no la quería cerca, mucho menos intentaría hacerla volver.
—¿Dónde está el líder del clan? —preguntó—Dónde está Hiashi.
Pero ninguno de los presentes respondió y el silencio se volvió aun más tenso y pesado.
No estaba, lo supo de inmediato, de lo contrario, esos ancianos no estarían dando ordenes así. El mismo Líder estaría presente en esa habitación, recordaba muy bien como funcionaban.
Sin embargo, eso no cambiaba las cosas, ella solo necesitaba salir del complejo Hyuga lo antes posible.
Frunció el ceño y evaluó la situación rápidamente.
Podía correr, intentar escapar, porque luchar no era una opción. Intentar defenderse, en su posición podría terminar en un problema peor para ella ya que era un ninja en retiro de Suna. Podrían llegar a acusarla de un ataque o de que era un espía de la arena.
Así que, si no quería darle problemas a su Kazekage, debía intentar liberarse por otros medios que no involucraran luchar.
El día avanzó.
El sol, tibio de la mañana, continuó su camino en el cielo, jugando entre las nubes y pasó su posición más alta, para avanzar con cansancio hacia el atardecer.
Y Hinata no volvía.
Notó la duda en el rostro del Aburame cuando le preguntó por ella, al presentarse en el café al medio día, y luego de una pequeña insistencia, Shino habló.
—Fue al clan—comentó—. A estas alturas, ya debería haber regresado.
Preocupados, ambos decidieron quedarse en el café vigilando el lugar, en caso de que ella apareciera o alguna noticia llegara.
Pero nada.
Hinata no volvía y las horas continuaban avanzando.
Shino se mostraba increíblemente inquieto, y a él la ansiedad comenzaba a impacientarlo.
¿Qué le estaba pasando?
Hinata no dejaría su negocio solo, por tanto tiempo, de eso estaba seguro.
—Iré a buscarla por la aldea— dijo Sasuke, dejando a un lado la taza de café que estaba intentando tomar desde hace más de una hora.
Shino negó, reteniéndolo.
—Sigue en el clan—dijo—. Mis kikaichus sintieron su presencia en ese lugar.
Sasuke asintió, sin sorprenderse y de alguna forma agradecido de que el amigo de Hinata tuviera esa habilidad y se levantó para ir al lugar.
Shino, se acercó a la encargada y le pidió que ella cerrara el negocio, para luego irse junto a Sasuke. No se atrevía a dejarlo ir solo, sabía que cualquier acción que realizaran podría emperorar la situación de su amiga.
Ninguno de los dos se molestó en aparentar tranquilidad, bastó el primer pie fuera del café para que comenzaran a correr hacia su objetivo.
Algo andaba mal, estaba seguro.
En poco más de diez minutos, justo cuando el último rayo de luz se escondía en el horizonte, los dos Shinobis se presentaron en la puerta de entrada del complejo Hyuga.
Se miraron, un momento, y Sasuke se acercó a los guardias que cuidaban la entrada, que inmediatamente le bloquearon el paso.
A esas alturas, ya había olvidado como mantener las apariencias y solo habló sin preocuparse de las formalidades.
—Vengo a buscar a Hinata de la Arena.
Los dos guardias se miraron un momento, sin poder ocultar la sorpresa de ver al ex vengador ahí, pero al instante recobraron la compostura y fruncieron el ceño.
—Esa persona no se encuentra aquí—respondió uno de ellos.
Sasuke apretó los puños con rabia, supo inmediatamente que mentían, Hinata estaba ahí y, por la forma en la que se estaban comportando, era obvio que estaba ocurriendo algo. Cuando se disponía a responder Shino lo interrumpió.
No podían armar un escándalo en ese lugar; no podían revelar que habían estado espiando el clan.
Con rapidez, dio un paso al frente, quedando delante del Uchiha y habló.
—Hinata salió temprano para asistir a una cita en el clan Hyuga, y no ha regresado—dijo—. Creímos que estaría acá.
No lo dijo directamente, pero era una clara advertencia de que ellos sabían lo que estaba ocurriendo.
—Sasuke—continuó, volviéndose al Uchiha, pero asegurándose que los demás lo oyeran—, si no regresa hoy, mañana a primera hora iremos a hablar con el Hokage, la reportaremos por desaparecida. Hay que informar a Suna también.
Sasuke, que no era particularmente amigo del Aburame, pero que en ese último tiempo había compartido bastante con él, comprendió sus intenciones. Era una amenaza.
Si ellos reportaban desaparecida a Hinata, el primer lugar que se investigaría sería el clan y Suna tendría todo el derecho de intervenir en la aldea.
Retener a Hinata en contra de su voluntad no era una cuestión simple; él tampoco lo haría mucho más fácil para ellos.
Y la noche cayó profunda y oscura, increíblemente silenciosa en la Aldea de la Hoja.
Aquella habitación se sentía fría, a pesar de que estaba calefaccionada; demasiado impersonal, aun cuando lo poco que quedaba de sus antiguas cosas estaban ahí. Ese lugar parecía extraño, lejano.
Miró, de una esquina a otra, sabiendo que no había una forma de escapar de esa habitación, pero con la esperanza de encontrar algo que le indicara el porqué de toda la situación. Necesitaba pensar antes de entrar en pánico; necesitaba entender que estaba pasando, pero no había nada que le diera alguna pista al respecto.
Sintiéndose algo inquieta, se levantó e intentó caminar, pero al instante, notó como desde el pasillo, un par de pasos anunciaron que alguien se acercaba.
Ya eran pasada la media noche, estaba segura, por lo que esas pisadas solo podían dirigirse a su habitación.
Se preparó, quería mostrarse fuerte y segura a pesar de las circunstancias.
Un pequeño murmullo se escuchó, cuando las pisadas se detuvieron, y el estómago se le apretó cuando se dio cuenta de que abrían su puerta.
Se irguió, espalda derecha, postura perfecta y mirada al frente, sin mostrar emociones y los enfrentó; tres ancianos del concejo ingresaban, y las puertas se cerraron a su espalda.
Había llegado el momento, lo sabía, las verdaderas intensiones de ese secuestro saldrían a la luz en los siguientes minutos.
Ella tenía claro que no la traían de vuelta por amor a la familia, había algo más que les interesaba y que ella podía entregar.
Frunció el ceño, guardó silencio y mantuvo la mirada al frente, denuevo sin presentar ninguna muestra de respeto o sumisión.
Ella ya no les debía nada y eso los enfureció, pero mantuvieron la compostura.
Uno de ellos, el que estaba al centro, estiró un documento y un lápiz hacia ella, que Hinata recibió.
Les dedicó una última mirada, con desconfianza y volvió su mirada al papel que tenía entre las manos, y leyó.
Lento, con cuidado y casi sin poder creer lo que sus ojos estaban viendo, su corazón comenzó a acelerarse con cada palabra que leía.
Imposible. No podía estar sucediendo.
Ellos no podían estarle entregando un documento donde quedaba estipulado que el exilio se terminaba, que debía retomar el apellido Hyuga, y que volvía al clan como parte de la rama secundaria a cumplir con sus obligaciones.
Parecía una mala broma que le estuvieran exigiendo que pasara todos sus bienes a nombre de Hinata Hyuga.
—Tu prometido ya está elegido—le dijo el anciano, cuando notó que Hinata llegaba al final del documento—. Tu matrimonio será en un mes.
Entendió.
El plan no podía estar más claro y habían preparado todo con antelación: querían obtener un porcentaje de las ganancias de su negocio y la habían vendido en un matrimonio por conveniencia.
Quiso gritar.
Quiso llorar con todas sus fuerzas y esconderse en un rincón.
Quiso huir, al lugar más lejano que existiera para que nunca la pudieran encontrar.
Le estaban quitando todo, la estaban exclavisando una vez más.
Se sintió diminuta, impotente y extremadamente sola en ese lugar donde las paredes se volvieron tan grandes, que afixiaban; donde el aire se volvió tan pesado, que mareaba; donde las miradas se volvieron tan frías y calculadoras, que le congelaban el corazón.
El silencio, pesado y angustiante, inundó el lugar.
Por un momento, por un instante, sintió como un profundo vacío la envolvió, una calma tensa y electrizante que muy pronto se transformó en una mescla de sentimientos que arrementió con fuerza sobre su corazón. Sus emociones, que ella siempre mantenía controladas, se arremolinaron en vientos de rabia, en olas de profunda desesperación, en lluvias de frustración.
La tormenta se desataba, con una fuerza desconocida, casi descontrolada, que la impulsaba a actuar en medio de todo el terror que le provocaba la situación.
No, no se iba a dejar vencer. No aún, esta vez ella iba a pelear.
Tiró el lápiz al suelo y rompió el papel.
Hinata Hyuga no iba a regresar.
Hinata de la Arena no iba a desaparecer.
¡Jamás!
Y el sello, en su frente, se activó.
La luna avanzó y el cielo, en una muestra de profundo cariño, despejó su camino entre las nubes, con la brisa fría de la madrugada.
Las hojas, pequeñas y tímidas, que se aventuraban a crecer con la primavera que recién llegaba, se movieron asustadas con el viento que despedía ese frío y largo invierno.
Su piel se erizó, sus orejas se sintieron congeladas entre su corto y rubio cabello y notó como su estómago rugió en protesta por la poca o nula comida que había ingerido durante el día. La misión no había sido tan agotadora, pero no había comido esperando pasar a cenar al Ichiraku luego de entregar su reporte con el Hokage, sin embargo, lo que escuchó no le permitió pensar en nada más.
Hinata había sido retenida por el clan, le había comentado Shino a Kakashi sin notar que él ingresaba a la oficina.
Intentó, con todas sus fuerzas, seguir la orden de su antiguo maestro, de no hacer nada al respecto, hasta el día siguiente, pero fue imposible. No logró comer, no logró dormir mucho menos logró sentirse tranquilo y en la madrugada, cuando ya no daba más de la ansiedad, decidió salir en su búsqueda.
No sabía que podría decir cuando llegara a las puertas del clan, pero no podía quedarse tranquilo esta vez.
No podía dejar que ella, nuevamente, cargara con todo sola cuando quizás, él podía ayudar.
Recorrer las calles de la aldea a esas horas de la madrugada era fácil, no había más que algunos ninjas vigilando las calles, por lo que divisar la pequeña y frágil figura de Hinata que se movía irregularmente entre las calles fue simple… e inesperado.
¿La habían liberado?
Descendió, inmediatamente, desde el tejado cercano y aterrizó frente a ella, deteniendo su carrera y sorprendiéndola.
—¡Hinata! —llamó—Supe lo que pasó… ¿Cómo estás?
Esos ojos claros, que últimamente se mostraban alegres y nuevamente amables, esta vez lo observaron con algo parecido al temor.
—Na...Naruto—respondió al observarlo y en su voz se pudo notar algo de duda.
El asintió, dándose cuenta de que ella estaba confundida y que probablemente recién lo había reconocido.
Algo le estaba pasando, estaba seguro.
Hinata no estaba bien.
Ella, sin responder nada más, se tambaleó un poco y antes de que él lograra tomarla para estabilizarla se irguió y llevó su mirada al frente para avanzar; como si su mente estuviera en otro lugar.
Notó como al dar el primer paso, sus piernas se doblaron, pero ella nuevamente no se dejó ayudar y continuó avanzando.
Y él, sin saber como actuar, la siguió preocupado. Se veía, evidentemente, débil; como si en cualquier momento se fuera a desmayar.
—Hinata—Intentó llamarla otra vez—. No sé qué te ocurre, pero no estás bien. Déjame ayudarte, vamos al hospital.
Ella negó, y continuó, a pesar de que su cuerpo se sentía demasiado pesado y su cabeza no paraba de girar. No tenía tiempo para perder en el hospital.
—El Hokage—susurró mientras continuaba avanzando en una ligera y temblorosa carrera—, necesito llegar con el Hokage.
Esta vez, al ver la insistencia de ella en seguir, él tomó su brazo sin brusquedad y la detuvo.
—Es muy tarde, Kakashi no está—explicó—. Vamos a que te revisen primero y después iremos con él.
¿No estaba?
La confusión en su mirada fue evidente, una vez más, y Naruto lo notó.
Hinata estaba asustada, evidentemente en mal estado y trataba, de todas las formas posibles, de ocultarlo frente a él.
¡Joder!
¿Qué le estaba ocurriendo?
¿Qué le había hecho el clan para que ella estuviera así, a esas horas de la noche?
Intentó acercarse una vez más, pero ella, como un animal asustadizo dio un pequeño salto y se soltó.
Estaba desorientada y lo único que tenía claro era que debía llegar a la torre del Hokage.
Tenía que impedir que el clan la reincorporara oficialmente; debía averiguar con Kakashi que opciones tenía.
Debía encontrar algún lugar seguro donde ellos no la pudieran alcanzar.
Y corrió.
Consciente de que su cuerpo estaba al límite, sintiendo cada pisada como una estaca que se clavaba en su cabeza y segura de que no podía perderse en la oscuridad hasta que cumpliera su objetivo, avanzó sin detenerse por las calles.
La voz de Naruto no la alcanzó.
El sello, ardiente en su frente no la derrumbó.
El miedo a perderlo todo, una vez más, era la fuerza que la impulsaba a continuar.
—¡Hinata!
Pero esa voz, esos ojos intensos y ese rostro preocupado fue todo lo que necesitó para detener de golpe la marcha al verlo aterrizar frente a ella.
Sasuke estaba ahí.
Y el mundo, el cielo y las estrellas, de pronto, se volvieron diminutos ante esa presencia que lo envolvió todo; que arrasó con ese desesperante sentimiento de sentirse completamente sola y desamparada. Que, en solo un instante, derrumbó la última de las murallas que mantenían presos los sentimientos que ocultaba en su corazón.
Porque él estaba ahí y sus brazos que, de un momento a otro, la sujetaron con fuerza eran todo lo que ella necesitaba para volver a respirar.
Tembló, liberando esas emociones que mantenía contenidas, cuando sintió la tibieza de su cuerpo invadir el suyo.
—Tranquila—le dijo.
Y su voz suave en su oído, tan baja como un susurro, tan segura, fueron suficientes para que ella supiera que él no la iba a soltar.
—El clan…—murmuró ella, con un hilo de voz que a penas salía de su garganta apretada.
Sasuke, al escucharla, se alejó de su oido y llevó su rostro hacia ella, sin soltarla, para poder mirarla y vio aquello que nunca debería haber vuelto a presenciar.
El sello ardía, rojo como la sangre, violento como una cicatriz reciente, entre medio de su flequillo.
¡No!
No podía ser.
Con rabia, llevó sus manos al rostro de Hinata y notó que sus mejillas se sentían calientes, afiebradas, y sus ojos no lograban enfocar fijamente mientras luchaba por mantenerse despierta.
Lucía cansada, abatida… y asustada.
Se enfureció.
Ellos habían activado el sello, la habían atacado y él…
Él…
Él no había logrado protegerla.
¡Maldición!
La sangre le hervía de solo imaginarlo, el fuego lo consumía de solo traer de regreso el recuerdo de como la habían dejado hace poco más de un año atrás; la ira explotaba en su interior de solo verla en ese estado.
¿Cuánto más debía soportar?
—Ellos… quieren llevarme de vuelta—intentó decirle.
—No, no lo harán—respondió, conteniendo las emociones que amenazaban con explotar.
Hinata abrió sus ojos un poco más, con sorpresa y él acunó su rostro con sus manos mientras su mirada se volvía dura y determinada.
Porque no, él no permitiría que le hicieran algo más.
—No les dejaré.
Y el temor, ese que comenzaba a apoderarse de ella en medio de todo el caos que sentía en su cabeza, se reflejó en sus expresiones sin que ella lo pudiera controlar.
No era que no le creyera, no era que no confiara en sus palabras, era que, simplemente, a su lado podía mostrarse vulnerable.
Y aun cuando sabía que, si el clan lo quería, podrían alcanzarla a pesar de los intentos del Uchiha, ella quería creerle.
Sasuke jamás la había abandonado; siempre había estado acompañándola.
Así que, inconsciente de lo débil que se veía, llevó sus manos a la chaqueta de él y se aferró.
Estaba al límite.
—Llévame—le susurró—… llévame con el Hokage.
Sasuke soltó su rostro y la abrazó, sujetándola, cuando notó que las piernas de Hinata cedieron, y ella, en respuesta, se acurrucó en él.
—Lo haré—respondió—, a primera hora en la mañana. Por ahora necesito que vengas conmigo.
Notó como ella apretó sus puños y asintió.
Naruto, al ver que Hinata finalmente cedía y se dejaba cargar por Sasuke, se acercó.
—Me adelantaré al hospital—dijo—, Sakura podrá atenderla…
—No—interrumpió el Uchiha—, ella no estará tranquila en ese lugar y el clan podría buscarla. Trae a Sakura a mi casa.
Por un momento, la mirada de Naruto mostró sorpresa, su amigo nunca había dejado que alguien entrara a su casa, pero ni permitió que eso lo distrajera del objetivo principal y asintió. No era el momento de analizar la relación que Sasuke estaba teniendo con Hinata.
Con prisa, corrió con la ex Hyuga en sus brazos, por las calles de la aldea, alerta y vigilante, en caso de que alguien del clan los siguiera y agradecido de que ella se hubiera desmayado. Al menos, de esa forma, lograría descansar un poco.
A pocos metros de su casa, apareció Shino, visiblemente agitado y Sasuke supo que él tampoco había logrado descanzar, había estado buscándola. Probablemente Kiba estaría acompañandolo si no fuera porque estaba de misión.
Con ayuda del Aburame, abrió la puerta de su casa y la acomodó en la habitación que tenía para ella. Y mientras él terminaba de arroparla, Shino salió hacia el departamento de Hinata en busca de algunas de sus cosas esenciales.
En silencio, evitando sus propios pensamientos que se arremolinaban cargados de una rabia que, a ratos, parecía casi incontrolable, buscó con torpeza una toalla chica en el baño y la humedeció. La estrujó y volvió con ella, sintiendo como los brazos le tiritaban de las emociones mientras intentaba borrar aquella imagen que parecía irreal, de cuando Hinata había sido recién exiliada y se encontraba herida y casi inconsciente mientras Kiba le daba los primeros auxilios.
No podía volver al pasado, se había prometido que ella no volvería a pasar por lo mismo.
La frescura de aquella toalla mojada en su frente la despertó, haciendole abrir los ojos de golpe y notando como la luz aumentaba el dolor de cabeza.
—Cierra los ojos—dijo él, al verla despertar y notar como ella intentó reprimir un quejido.
—Sasuke—susurró, al reconocer su voz—, dónde…
Él, cuidando no elevar mucho la voz, se inclinó, acercandose a ella.
—En mi casa. Supuse que no querrías que te llevara al hospital.
Ella guardó silencio un momento, sin ser capaz de mover la cabeza para asentir, pero tranquila.
Y en el silencio, en ese pequeño instante en el que ella comenzaba a procesar todo lo que le estaba ocurriendo, la compostura de Sasuke finalmente se quebró.
–Fallé… —susurró— Te fallé.
Aquel doloroso murmullo, aquellas palabras llenas de remordimiento, dolieron en su corazón más que el mismo sello.
Abrió los ojos rápidamente, olvidando el malestar que le producía esa sola acción, y buscó al Uchiha con la mirada, encontrándolo sentado a su lado en la cama, con los puños cerrados sobre el cobertor y con la mirada perdida en sus manos.
—Yo… no fui capaz de protegerte.
No…no… ella no quería eso.
Ella no quería que él sufriera, Sasuke no era responsable de lo que estaba pasando.
Hinata jamás había querido involucrarlo.
—Sasuke—llamó.
Pero al ver que él se negaba a mirarla por cargar una culpa que no le correspondía, ella, en su preocupación, elevó su mano hacia su rostro mientras se sentaba.
—Sasuke—volvió a llamar, intentando alcanzarlo.
—No pude cuidarte.
No podía soportarlo, no podía verlo sufrir por algo así.
Tomó, con determinación, su rostro entre sus manos, sorprendiendolo, y lo guió para elevar su mirada y encontrarlo.
Sus blancos y cristalinos ojos lo atravezaron, en un instante que se volvió infinito, obligandolo a olvidar las palabras y quitandole el aliento con esa expresión de preocupación.
¿Cómo, aquella mujer, podía desarmarlo tan rápidamente? ¿Tan fácilmente?
¿Cómo, después de todo lo que le estaba pasando, ella era capaz de pensar en lo que él estaba sintiendo antes que en ella misma?
¡Joder!
No había forma en que no la quisiera; no había manera en que pudiera dejar de amarla tanto. No había ninguna posibilidad en la que él pudiera dejar de sentirse culpable por no haberla salvado.
Ella lo había ayudado de tantas formas en el pasado, ella le había entregado tanto sin siquiera saberlo…Y él, no había sido capaz de protegerla.
—No pude salvart...
—Sasuke —habló, interrumpiéndolo—, estoy asustada… pero no necesito un héroe.
No, no lo necesitaba. Ella no buscaba que alguien más se hiciera cargo de sus problemas.
Ella solo necesitaba recuperar las fuerzas para volver a luchar.
Así que se acercó, y juntó su frente afiebrada con la de él para que su voz finalmente lo alcanzara.
—No quiero que me salves—le dijo, y su voz se volvió tan suave, tan baja, que parecía un secreto que se perdía en el silencio del lugar.
Sus miradas, distintas, de colores violentamente contradictorios, se encontraron por un eterno momento en el que existieron solo los dos.
—Yo…—continuó ella, cerrando sus ojos del cansancio y su malestar, y con sus dedos acarició sus mejillas con suavidad intentando tranquilizarlo—quiero sentir tu compañía.
Y sus puños, que habían estado cerrados con la rabia, con la pena, con los sentimientos de culpa que lo embargaban, se abrieron al escuchar su voz.
—Quiero alguien con quien compartir lo que estoy sintiendo.
Elevó sus manos, rápidamente, y atrapó los dedos con los que ella acariciaba sus mejillas, reteniendola. Manteniendo ese contacto dulce, tibio, tranquilizador.
Porque si ella necesitaba compañía, él se mantendría a su lado.
—Quiero un lugar donde me pueda sentir segura cuando necesite descanzar.
Necesitaba unos brazos firmes que la acurrucaran cuando ella perdiera las fuerzas para continuar.
Necesitaba palabras dulces que la acariciaran cuando ella ya no pudiera dejar de llorar.
Necesitaba unas manos seguras que la acompañaran cuando el camino se viera demasiado oscuro para avanzar.
Del resto, ella se podía encargar.
Y eso fue todo lo que Hinata necesitó decir, para que él entendiera y se rindiera una vez más. Porque Sasuke sabía, porque él ya la conocía lo suficiente como para entender lo que realmente le estaba diciendo.
Ella nunca necesitó a Naruto, él héroe de la aldea; ella solo quería que el Uzumaki, ese aspirante a ninja travieso y divertido, le amara.
Ella nunca necesitó a Sasuke, el vengador, el héroe de la aldea; ella solo necesitaba a Sasuke, ese Uchiha imperfecto, torpe y, a veces, tímido chico que siempre le acompañaba.
—Si no quieres un héroe—respondió— si no necesitas ser salvada… entonces, permíteme ser el lugar seguro.
Él podía ser todo, él podía transformarse en cualquier cosa que ella necesitara, si eso servía para mantener esa alegre y suave sonrisa que siempre la caracterizaba.
Su voz lo calmaba.
Sus gestos lo domaban.
Sus palabras lo impulsaban.
Su presencia sacaba a flote aquella parte de él que siempre se había mantenido oculta en lo más profundo de su ser. Ese Sasuke Uchiha que jamás se había permitido ser emergía cada vez que la tenía a su lado.
—Seré tu refugio. —continuó.
Entrelazó sus dedos con los de ella, y se acercó un poco más, rozando sus narices, en un pequeño beso esquimal.
Y en su cansancio, en el temor que aun sentía, en ese último esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse despierta, Hinata fue capaz de aceptar parte de eso que todavía intentaba negar; Sasuke era ese lugar seguro.
Ver a Sasuke culparse le había hecho decir esa verdad que a ella le había costado aceptar.
No era correcto, no podía desarrollar sentimientos hacia el hombre que su mejor amiga amaba. Pero en ese momento, el agotamiento pudo más que su conciencia y se rindió, entregandose a la oscuridad; ya tendría tiempo para solucionar esa situación.
Con cuidado, volvió a recostar a Hinata en la cama y le puso el paño frio en la frente mientras ella dormia. Y salió a recibir a Sakura, que recién llegaba.
—¿Qué fue lo que hizo el clan? —preguntó Naruto, mientras esperaban a tener noticias de Sakura, que había entrado a revisar a Hinata —¿te dijo algo?
Sasuke caminó hacia el salón principal, para abrir la puerta a Shino, mientras Naruto lo seguía.
—Solo sé que le activaron el sello—respondió—, y que están intentando que vuelva al clan.
Shino, que había ingresado mientras Sasuke le respondía a Naruto, interrumpió.
—Enviaron la solicitud de reinserción al Hokage—dijo—, y están coordinando un matrimonio para ella.
Naruto y Sasuke inmediatamente volvieron su mirada hacia el Aburame, que se había detenido y miraba el suelo con rabia, y se mantuvieron en silencio por unos segundos mientras procesaban la información.
Parecía irreal, pero Shino jamás diría algo así como broma, menos en un momento como ese.
—¿Cómo… lo sabes? —se atrevió a preguntar Naruto.
Shino llevó la mirada al frente y pasó su mirada desde Naruto hacia Sasuke, y respondió.
—Porque es mi prometida.
