La serie de Once Upon a time y sus personas aquí mencionados no me pertenecen.

Sí, ya sé, soy pésima con los summarys. Este es mi primer AU así que véanlo con humor jaja. Se pretende que haya diversión, algo de drama y escenas porny como ya es costumbre. Bajo ninguna circunstancia este fic pretende ser un ejemplo para nadie. Es sólo una historia y ya. Algunas cosillas clichés y esas cosas, pero más que nada es para pasar un buen rato.

ADVERTENCIAS: Ya hasta me parece absurdo ponerlas. Bueno, es un fic porny (esto no sorprende a nadie), así que habrá escenas de sexo explícito, pudiera haber muerte de personajes y violencia. Si alguno de estos temas no es de su agrado será mejor que no lea.

Este fic está siendo publicado este día en conmemoración del cumpleaños de mi Parter in Crime. Mi querida autumnevil5 espero que estés pasando un muy bello día lleno de cosas lindas y de alegrías. Te mando un muy fuerte abrazo desde aquí hasta allá donde estás. Y pues, lo dije y lo cumplo, aquí está el fic.


El timbre del apartamento de Emma Swan anunció la llegada de la persona que la rubia esperaba con ansias. Corrió literalmente a la puerta y al abrirla, no pudo evitar gritar de emoción y echarse a los brazos del hombre frente a ella.

—Te extrañé —dijo mientras él daba un par de pasos buscando entrar con ella casi a rastras.

—Y yo a ti —sonrió mirando a su madre que estaba en la puerta de la cocina.

David besó la mejilla de su hermana quien le quitó la maleta de la mano y cerró la puerta mientras él avanzaba apresurado para abrazar a la mujer mayor.

—Hijo —Ruth susurró con amor y ojos cerrados cuando al fin lo tuvo entre sus brazos después de un largo tiempo.

—Mamá —la estrechó calurosamente y después se hizo un poquito hacia atrás. Ella le colocó las manos en las mejillas y le miró con ternura.

—Estás mucho más guapo que la última vez —sonrió con ojos llenos de amor por su primogénito y después, le dio un beso amoroso en la mejilla —¿Verdad, Emma? —preguntó a su hija asomándose por un lado de David para verla.

—Sí, mamá —se rio un poco al responder.

David no se apellidaba Swan, era hijo de Ruth más no del mismo padre de Emma. Su nombre era David Nolan.

Era un hombre alto y muy guapo. Cuerpo bien formado, de tez blanca, ojos azules, nariz algo afilada y cabello rubio. Tenía treinta y tres años y era un apuesto asesor financiero muy prestigiado.

Desde hacía casi cinco años residía en Inglaterra donde cursó la universidad. Cuando terminó sus estudios, regresó a Estados Unidos con su pequeña pero bella familia y no tardó en encontrar un muy buen trabajo. Pero un día, recibió una importante llamada con una propuesta laboral que no podía darse el lujo de rechazar puesto que era una excelente oportunidad.

Así que no dudó en tomarla, y a la vuelta de los años sabía bien que había hecho la mejor elección al haber tomado ese trabajo. El único problema es que vivía al otro lado del mundo, muy lejos de su madre y su hermana a quienes amaba con todo el corazón.

Cenaron entre risas y anécdotas a fin de aprovechar el momento familiar. Poco después, el padre de Emma se presentó en el apartamento de la misma. Saludó calurosamente a David y luego de algunos minutos de amena plática se retiró con Ruth.

Al verse solos, los hermanos se dispusieron a acomodar las cosas del apuesto rubio en la habitación que Emma había designado para él.

—¿Cómo va tu trabajo? —preguntó David tendiendo la cama donde dormiría.

—Fatal —respondió la rubia e hizo una mueca de fastidio.

—¿Y eso? —preguntó él extrañado.

—Te dije que el señor Henry falleció hace casi dos años y pues su hija, la señorita Regina Mills, tomó la presidencia de la empresa y… —lanzó una queja casi histérica —Es una bruja por ponerlo en palabras lindas y no insultarla —habló muy rápido.

—¿Tan mala es? —preguntó arrugando el entrecejo.

—Le decimos la Reina Malvada. Tú dirás —se rio un poco y su hermano la miró extrañamente —Obvio entre los que trabajamos ahí —aclaró soltando un pequeño gruñido —Amo mi trabajo, adoro lo que hago ahí, pero en verdad ella convirtió el paraíso en una pesadilla —se quejó —¿Sabes qué es lo peor? —le preguntó y David negó con la cabeza —Que se niega a autorizar el ascenso que el señor Henry ya me había prometido —comentó afligida.

—Eso no es muy bueno de su parte —reflexionó recordando lo emocionada que su hermana estaba cuando le contó que la ascenderían.

—Cuando se presentó dijo que le demostráramos por qué su padre nos había elegido para trabajar ahí y no recuerdo cuanta cosa más. El punto es que nada, absolutamente nada nunca está bien hecho para ella —se quejó —Es como un sargento. Siempre ahí, de día, de noche, de madrugada. Parece que no tiene vida —alzó las manos al aire —Y lo terrible es que a veces nos quiere también ahí —se dejó caer en la cama, con el rostro enterrado en las sábanas y soltó un reniego.

David se sentó enseguida de ella y le sobo la espalda fraternalmente.

—Ya verás que pronto todo se arreglara —le alentó y su hermana volteó a verle.

—¿Tú crees? —preguntó.

—Estoy seguro que tu jefa se dará cuenta que todos ustedes son excelentes en su trabajo y les compensará —siguió tratando de hacerla sentir mejor.

—Lo dudo mucho —dijo y dio un suspiro.

—No seas pesimista —el asesor le dio un par de palmadas en la espalda y se levantó para buscar su ropa de dormir —Recuerdo que no hace mucho eras mi patito feo —se rio al decir eso mientras tomaba su pijama.

—Cómo te odio, pastorcito —se puso de pie molesta porque sentía que su hermano se estaba burlando de ella.

David le impidió la pasada y le puso las manos sobre los hombros.

—Pero te has convertido en un bello cisne, Emma —le sonrió con cariño.

—Sí claro, un cisne que la Reina Malvada quiere tener servido en su real mesa —hizo un puchero mientras soltaba pequeños reniegos.

Él la envolvió entre sus brazos y le besó la cabeza a su hermana.

—No te va a echar —le dijo sobándole ahora los brazos —Estoy seguro que sabe que eres buen elemento —aseguró.

—Lo hará —lloriqueó echando la cabeza ligeramente hacia atrás —Nos echará porque no vamos a aguantar mucho esta vez —lo tomó ella también de los brazos —Hay un proyecto muy importante en puerta y si la empresa lo gana va a ser muy difícil trabajar con ella ahí todo el maldito tiempo viendo qué hacemos y qué no —dijo un poco alterada. Soltó a su hermano y se movió un poco de lugar.

—En algún momento se cansará y les dejará —le sonrió tratando de ser optimista. No quería llegar al grado de recomendarle renunciar. Emma llevaba varios años trabajando en esa compañía y desde que entró manifestó que era donde quería quedarse.

—Va a sonar muy feo de mi parte porque soy mujer, pero pienso que le hace falta un buen revolcón para que le cambie el humor —llevó ambas manos a su cabello.

—¿Por qué lo dices? —sonrió algo divertido y socarrón a la vez.

—Tendrías que conocerla para saber. Lo único que sabemos es que sólo ha tenido una pareja estable y estoy segura que después de eso no ha tenido sexo otra vez —empezó a contarle —Fue mucho antes de que el señor Henry falleciera. Él trabajaba en la compañía, era uno de los contadores. La relación iba en serio, pero luego resultó que el muy sinvergüenza tenía esposa e hijo —David la escuchaba con atención —Según estaba separado de la mujer, pero tuvieron un encuentro y ella quedó embarazada de nuevo —la rubia estaba entusiasmada mientras le contaba.

—Uff, debió ser muy difícil para tu jefa —dijo el rubio poniéndose un momento en el lugar de Regina Mills.

—Jefferson dice que Robin en realidad estaba robando a la compañía. De la noche a la mañana comenzó a tener muchísimo dinero y por eso la esposa quiso volver. Para amarrarlo se embarazó —siguió con la historia —El señor Henry se enteró de todo y obviamente lo despidió —sonrió satisfactoriamente al terminar.

—Eso que Jefferson te dijo, de los malos manejos ¿lo sabe alguien más? —preguntó con interés.

—No lo creo —negó con la cabeza —Me lo dijo en uno de nuestros... encuentros casuales —habló sugestiva y al ver a su hermano torcer los ojos se soltó a reír.

—Pregunto porque no creo que sea conveniente que andes divulgando eso. Y no me hace gracia saber de los encuentros casuales de mi pequeña hermana —le dijo alzando una ceja a modo de advertencia.

—Ni que fueras un santo —hizo una mueca de burla —Si eres todo un Don Juan —le guiñó un ojo y lo hizo reír con algo de picardía.

—Aunque no lo creas llevo un rato sin ese tipo de diversión —le contó alzando un poco los hombros.

Emma entornó los ojos y negó con la cabeza dándole a entender que no le creía nada, cuando de pronto una idea cruzó por su mente.

—Ya está —abrió los ojos grandes y también abrió los brazos mientras una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro —Tú serás nuestro caballero de brillante armadura —se echó a los brazos de su hermano quien la recibió sin la más mínima idea de lo que decía. Emma le soltó y se puso frente a él —David por favor —juntó sus manos —Te lo ruego como un favor de hermanos. Invita a Regina a salir y ten sexo con ella, por favor —pidió.

—¿Te volviste loca? —le preguntó.

—Por favor —rogó la rubia mientras su hermano caminaba hacia el otro extremo de la habitación —Toda la vida has alardeado de lo bueno que eres en la cama y las mujeres que has tenido. Una más, ¿qué te cuesta? — preguntó.

—Es tu jefa, Emma —le recordó mientras ella buscaba algo en su celular —Si algo sale mal, entonces sí te va a echar, te quedarás sin trabajo y mamá la agarrará contra mí —le dijo —Con justa razón —remató.

—Sólo mírala —le mostró su celular con una foto de Regina en pantalla —No me digas que no te gusta —presionó.

David cerró los ojos y soltó un pequeño gruñido. Los abrió y tomó el móvil de Emma para poder ver mejor la foto que le mostraba. Se sorprendió al verla. La mujer era bellísima. Era elegante con una figura envidiable. Se notaba altiva, con un porte que bien podría identificarse como de la realeza.

Tenía el cabello negro que le llegaba apenas a los hombros, unos preciosos ojos color chocolate, una hermosa piel oliva clara que se le antojaba suave y perfecta al tacto, unos labios rojizos que también se le antojaban exquisitos.

David no era un mujeriego. Nunca había sido infiel ni tenido compromisos muy serios más allá de una novia hacía algunos años con la cual duró bastante, pero que al final no funcionó. Era simplemente amante del sexo. Le gustaba disfrutar y hacer que su pareja disfrutara sin compromisos, promesas ni nada. Sólo sexo. Como decía Emma: encuentros casuales.

Y sí, Regina Mills le gustó mucho y no dudaría ni un solo segundo en llevarla a la cama siempre y cuando ella estuviera de acuerdo en todos los aspectos.

—Es… —soltó el aire de golpe, como rindiéndose —Es bellísima —aceptó regresándole el celular.

—¡Lo sabía! —dio un brinquito emocionada —Te juro que lo único que quiero es que se distraiga, que se divierta, que ¡goce! —exclamó —Para que podamos trabajar sin presión —explicó el motivo principal —Y sé que tú no le harás daño, por eso te lo estoy pidiendo a ti —le miró desde abajo, con ojos de cachorro rogando silenciosamente porque aceptara.

—Está bien —accedió sabiendo muy en el fondo que eso podría ir muy mal —No le digas que soy tu hermano —le advirtió.

—Por supuesto que no —dijo Emma —Ruby lleva su agenda, así que te pondré dentro para mañana mismo —empezó a mover cosas en su celular —La invitas a una cena de negocios y listo. La convences para ir a darle rienda suelta a la pasión. De cualquier forma eres un experto en eso —sonrió mostrándole todos los dientes a su hermano.

—Iré metiendo tu curriculum a la firma —le dijo serio, pero obviamente estaba jugando.

—¡No! —renegó Emma —No, no, todo saldrá bien. Ella tendrá sexo y se relajara. Tú disfrutarás tu estancia aquí. Nosotros podremos trabajar, y todos felices y contentos —se mordió el labio inferior —Ya está. Mañana a las cuatro de la tarde tienes una cita con la Reina Malvada —le sonrió triunfante esta vez.

—No le voy a rogar —advirtió —Si acepta muy bien y si no, ni modo —le apuntó con un dedo y su hermana asintió con expresión seria en el rostro.

—Eres el mejor hermano del mundo mundial —le abrazó y él le abrazó por igual.

—Espero sepas lo que estás haciendo —dijo David, refiriéndose más a él mismo que a su hermana.


La alarma sonó a las cinco en punto de la mañana. Regina alargó una mano para alcanzar el celular y silenciar el ruido que irrumpió en su habitación despertándola. Dio un largo suspiro aun con los ojos cerrados, pero casi de inmediato se estiró lo más que pudo y se levantó de la cama con dirección al baño. Salió, tomó su ropa de ejercicio para hacer media hora de spinning, después de eso tomó un baño, se alistó, desayunó algo ligero, lavó sus dientes y a las siete veinte ya estaba lista para irse a trabajar.

Salió de la Mansión por la entrada que daba a la cochera donde los de seguridad ya le esperaban con la puerta abierta del lujoso coche. Se subió y arrancaron mientras ella se dedicaba a resolver pendientes en su celular en lo que llegaban a la empresa.

El trayecto era todo un espectáculo. Vivía en una zona residencial suntuosa que estaba rodeada por un tramo un tanto extenso de bosque lo que daba a los habitantes una percepción de una vida tranquila cerca de la naturaleza. Fue algo que encantó a su madre y por eso eligió ese lugar para vivir.

Regina ni siquiera levantó la vista para apreciar el paisaje y en menos de quince minutos ya estaban en medio del tráfico de la ciudad. Fue ahí donde sí la levantó impaciente pensando en que si fuera por ella viviría en la empresa para nunca correr el riesgo de llegar tarde.

Estaban por firmar un acuerdo importante que implicaría mucho trabajo y esa mañana tenía reunión con algunos de los socios que para su mala suerte eran puros hombres mayores, de la edad de su padre que seguían renuentes a que la presidencia estuviera ocupada por una mujer de veintinueve años, que si bien era joven era muchísimo más capaz de dirigir esa empresa que todos ellos juntos.

No era ninguna niña de papi que había heredado la empresa sólo por ser hija del dueño y tampoco era una improvisada. Regina tenía estudios en el extranjero. Más precisamente en Canadá donde cursó hasta el posgrado y tenía un par de especialidades. Conocía muy bien la empresa puesto que en los últimos años estuvo bajo el mando de su padre colaborando en la presidencia. Que de no haber sucedido el deceso de su padre, se estaría preparando mucho más para ese día que no pensó llegaría tan pronto.

Cuando el coche se estacionó fuera de la empresa ya había alguien esperando para abrirle la puerta. Regina descendió y caminó en sus altos tacones hacia el interior de lo que podía decirse era su imperio. Su padre había dedicado toda su vida a ese negocio y por nada del mundo Regina dejaría que algo malo le sucediera. Cuidaría de esa empresa tal cual lo hizo él.

En cuanto puso un pie dentro todo el mundo comenzó a correr de aquí para allá, yendo a sus lugares, arreglando todo para que ella no tuviera ninguna queja. Creían que no los veía, pero sabía perfectamente lo que hacían.

Puso los ojos en blanco y siguió andando sin prestarle atención a nadie hasta que llegó a las puertas de su oficina.

—Buenos días —saludó Ruby, su asistente que Regina agradecía en el alma estuviera siempre ahí a primera hora.

—Señorita Red —le regresó el saludo a su manera. Entró, se dirigió al pequeño armario donde colocó su bolso y abrigo, y luego se sentó tras el elegante escritorio de mármol.

—Enseguida le traen su café —empezó a decir Ruby —A las diez tiene reunión con Leopold Blanchard, Albert Spencer, Arthur Stone y Alexander Monnier —eran los socios de la empresa —Eso le llevará hasta medio día —tomó aire para seguir —A esa hora tiene comida con August Boots, después libre hasta las cuatro, ahí tiene cita con el asesor financiero David Nolan —sintió el corazón en la garganta por la angustia.

Por la noche Emma le envió un mensaje pidiéndole de favor que le abriera espacio al guapo rubio que quería proponerle algo a su jefa. Estaba segura que mataría a la rubia si por ese favor ella terminaba en problemas con la Reina Malvada.

—Gracias, señorita Red —dijo tecleando en el computador ya completamente absorta en el trabajo. Confiaba en lo que Ruby hacía. No era necesario cuestionar las citas que le agendaba y eso le facilitaba mucho el trabajo.

Un minuto después ponían su café sobre un portavasos en el escritorio y entonces sí, escuchó pasos, la puerta cerrarse y el silencio reinar.


—¿Cómo te fue? —preguntó Emma a Ruby con voz bajita.

—Bien —respondió —No preguntó nada, así que podemos estar seguras de que lo recibirá. De lo demás se tendrá que encargar tu hermano —.

—Créeme que lo más difícil era esto —le sonrió con complicidad. Estaba segura que David no fallaría en la misión —Es el caballero de brillante armadura que nos salvará de la Reina Malvada —fingió angustia al hablar y su amiga se soltó a reír.

—Hablando de Blanca Nieves y los siete enanos. Ahí viene llegando Mary Margaret —negó un poco con la cabeza.

—Tarde como siempre —dijo la rubia dando un suspiro cansino.

La única razón por la cual Mary Margaret seguía trabajando ahí era porque Leopold Blanchard, uno de los socios, era su padre, y desde luego que el señor Henry no dudó en darle trabajo a la joven y por eso mismo Regina no podía despedirla. El problema es que la mujer dejaba mucho que desear en algunos aspectos.

—¿Ahora qué sucedió? —Emma se había acercado a la recién llegada.

—¿Ya llegó? ¿Preguntó por mí? —habló angustiada.

—Sí y no, pero sabes que sabe que llegaste tarde —le dijo.

—Lo sé, ya lo sé —se escuchaba afligida —Terminé con Florian anoche —contó.

—¿Qué? —preguntaron al unísono Emma y Ruby. El aludido era el novio de Mary Margaret de años y se suponía que se iban a casar, o al menos estaba dentro de sus planes

—Es que no siento que lo amo realmente, ¿saben? No siento que sea amor verdadero —explicó apesadumbrada.

—Bueno Blanca Nieves, sólo te recuerdo que ésto es la vida real y que ningún príncipe azul va a llegar a despertarte con un beso de amor verdadero para que sepas que es el indicado —le recordó Ruby y Mary Margaret asintió con una sonrisa divertida en los labios, pero casi de inmediato se borró para dar paso a la expresión afligida con la que llegó.

—Lo peor de todo es que mi padre está furioso porque, ya saben, excelente partido, mucho dinero, etcétera, etcétera —dijo eso último con fastidio —Discutí con él por eso y pues, llegué tarde —.

—Fueron apenas diez minutos —comentó Emma buscando que su amiga se relajara un poco.

—Sí, pero esa mujer es como un reloj suizo —les recordó —Siempre perfecta y puntual como si fuera de la realeza inglesa —hizo una mueca de fastidio.

—Hablando de ingleses —, la rubia miró a Mary Margaret con entusiasmo —Tengo algo que contarte —susurró en complicidad y soltó una risita alegre cuando la otra le miró con interés. —Pero tienes que prometerme que guardarás el secreto —le advirtió.

—Sí —asintió Mary Margaret ansiosa por saber.

—No quiero que luego andes de chismosa porque entonces sí todos nos meteríamos en serios problemas —siguió con su advertencia por delante.

—Lo prometo —asintió la otra.


La reunión con los socios fue, como siempre, un fastidio. Los hombres hablaban todo el tiempo de cómo se hacían las cosas antes y expresaban su desaprobación por la forma en que los jóvenes llevaban ahora los negocios.

Regina tenía que lidiar con ello y al mismo tiempo mediar, tratando de convencerles que no todo era malo. Debía aguantar además las miradas que Leopold Blanchard le lanzaba de vez en cuando, pero siempre era cuando creía que no le veía. El hombre en realidad se dirigía a ella con respeto, pero siempre con una mirada pesada e insistente que nunca fallaba en hacerla sentir incómoda. Lo peor de todo es que lo conocía desde pequeña.

Afortunadamente esas reuniones no eran tan seguidas y Regina siempre procuraba que hubiera un socio más además de Leopold. No le gustaba reunirse a solas con él.

El único socio que la veía con ojos paternales no estaba presente y era raro cuando podía asistir a una reunión. Se llamaba Adam Gold y era abogado, confiaba en ella plenamente y Regina lo agradecía.

Él fue quien la llenó de palabras de aliento cuando su padre murió y ella heredó automáticamente la presidencia de la empresa. Estaba segura que no podría con ese trabajo, pero Adam se encargó de darle la confianza que necesitaba para afrontar la adversidad y la estuvo asesorando durante los primeros meses. Ese hombre había sido un mentor en su vida y además, fue la pareja sentimental de su madre luego de que dejara a su padre.

Regina era una preadolescente en ese entonces y fue muy duro para ella vivir la separación de sus padres. Su madre insistió en que debía tener la mejor educación y la envió a los mejores colegios aunque eso significaba no verla mas que en periodos vacacionales. Eso le ayudó un poco porque, al no vivir con alguno de sus padres, le resultaba fácil de pronto olvidarse de lo que sucedía en realidad con ellos.

—Muchas gracias, señorita Mills —los socios comenzaron a despedirse cuando la reunión terminó.

—Ya saben, cualquier cosa estoy aquí para lo que se ofrezca —les recordó cordialmente y con una bella sonrisa en los labios. Miró de reojo la expresión que Leopold hizo y para su mala suerte, el hombre aguardó a que los demás se retiraran.

—Tu padre estaría muy orgulloso de ti —dijo el hombre mayor y Regina le odió con toda el alma. Le enfurecía que metiera a su padre en sus intentos por acercarse a ella.

—Gracias, señor Blanchard —respondió, tratándole lo más formal posible para que no sintiera confianza.

—Sería bueno que fueras un día a casa a cenar para platicar más a gusto de algunas cosas que me gustaría hablar contigo —le dijo buscando convencerla.

—Me es imposible. Como lo comentamos hace unos minutos estamos por tomar un proyecto que nos mantendrá a todos muy ocupados y prácticamente sin tiempo. Incluyendo a su hija —explicó lo más en calma que le fue posible y tuvo lástima por Mary Margaret porque aunque no tuviera nada qué hacer, la mantendría ahí hasta muy noche para que Leopold viera que era verdad.

El hombre mayor asintió desistiendo esta vez de su intento porque Regina Mills llegara un día a tener algo con él. Sería maravilloso porque así él se convertiría en socio mayoritario de la empresa y además tendría a esa irresistible mujer a su lado.

Regina, la pequeña Regina Mills, a la que se podría decir vio crecer y convertirse en toda una mujer. Jamás pensó que una joven que era de la edad de su hija podría llamarle la atención hasta que la vio a ella hecha mujer.

Y aunque no quisiera nada con él, estaba empeñado en hacerle ver que lo mejor era que le dejara la presidencia. Ella de seguro pronto querría casarse, tener hijos, un perro, o tal vez un gato y ya no tendría tiempo para la compañía. Además, si era honesto, no entendía cómo es que hasta ese momento las cosas le habían salido tan bien. Las mujeres no estaban hechas para ese tipo de puestos. Ellas pertenecían a la casa donde debía atender el hogar, al marido y a los hijos.

Su amada Eva fue perfecta en ese aspecto hasta que, lamentablemente, murió al poco tiempo que su nievecita nació. Entonces su hija se convirtió en su mundo entero y ahora estaba desaprovechando la oportunidad de casarse con un hombre rico como Florian Prince que podía mantenerla fácilmente. No entendía el afán de Mary Margaret por trabajar y ni siquiera entendía cómo es que él accedió a que estudiara. Aunque claro, él pensaba que su hija estudiaba mientras se casaba. En las universidades se agarraban buenos partidos y así fue con ella, pero ahora estaba encaprichada en que ya no quería a Florian después de tantos años de relación.

Y estaba también Regina Mills que parecía que nada era más importante en su vida que la empresa a la cual estaba dedicada. No podía culparla después de la muerte del primer novio y del otro novio mentiroso, estafador y sinvergüenza. Cualquiera en su lugar, la pensaría mucho para volver a estar en una relación.

—De cualquier forma siempre es un placer verte, Reginita —le tomó de una mano y la llevó a sus labios para besarla. Ella se la quitó de inmediato.

—El placer es mío —mintió con una falsa sonrisa en los labios, esperando con ansia a que se fuera. En cuanto el despreciable hombre salió, Regina corrió al pequeño baño de la sala de reuniones a lavarse las manos.

Cuando salió de la sala, Ruby ya le esperaba con abrigo y bolso en mano que le dio en cuanto la vio.

—Tiene comida con August Boots —le recordó el siguiente pendiente en su agenda.

—Gracias, señorita Red —tomó sus cosas y se dirigió a la salida de la empresa donde ya la esperaba su coche personal. Se subió al asiento del piloto, le cerraron la puerta y se fue con la camioneta en la que llegó tras ella donde se trasladaba la gente de seguridad.


No entendía por qué se sentía algo nervioso. Flirtear era su especialidad. Era un experto en ello. No era un casanova propiamente, pero la verdad es que donde ponía el ojo ponía la bala y nunca fallaba. Quizá el nerviosismo se debía a que había una línea delgada en ese juego y esa era el trabajo de Emma. Que si algo salía mal y Regina Mills era tal cual una Reina Malvada no iba a dudar en despedirla.

Pasó por los cubículos que estaban de paso hacia la oficina de la señorita Mills. Miró uno de los relojes de pared; dos minutos para las cuatro. Emma le pidió que fuera extremadamente puntual porque, según ella, Regina amaba la puntualidad y ese no era ningún problema para él puesto que residía en Londres.

—¿Señor Nolan? —una joven de largo cabello castaño le saludó y le tendió la mano —Soy Ruby Red —se presentó sola.

—Encantado —respondió David dándole un suave y firme apretón de manos.

—¿Listo? —preguntó Emma llegando por detrás de él.

—Nací listo para esto —respondió engreído.

—Ay sí, que presumido —se burló la rubia, pero luego le tomó de un brazo y pegó sus labios ahí —Gracias —murmuró con agradecimiento sincero.

—Te aprovechas porque sabes que te adoro —susurró bajito y se abstuvo de dejarle un beso en la rubia cabellera.

Emma se separó de él asintiendo feliz.

—Ven conmigo. Te voy a anunciar —le invitó Ruby y David la siguió.

—Tu hermano está hecho un bombón —suspiró Mary Margaret tras Emma.

—¡Shhh! —la silenció de inmediato la rubia. La tomó de un brazo y la jaló lejos de la oficina de la jefa.

—Lo siento —se disculpó —Ay Emma. Prométeme que aunque se esté acostando con Regina por compromiso le hablarás de mí —habló con ensoñación.

—¡Que te calles! —le llamó la atención —No hagas que me arrepienta de haberte contado —advirtió de nuevo viendo a Mary Margaret mirar la puerta de la oficina de la Reina Malvada con una sonrisa estúpida en el rostro.


—Que pase —solicitó Regina a su asistente cuando ésta anunció que la persona agendada había llegado.

La escuchó indicarle al hombre que entrara. La puerta se cerró y él se acercó hasta que estuvo parado frente a su escritorio. Fue ahí cuando Regina alzó la mirada para encontrarse con un rubio sumamente apuesto de bellísimos ojos azules y sonrisa encantadora. Si no tuviera el autocontrol que tenía y que la había salvado de muchas, estaba segura que habría abierto la boca totalmente embelesada porque no todos los días llegaba a tu oficina un hombre tan apuesto y bien parecido como el que tenía enfrente.

—Encantado de conocerla, señorita Mills —le tendió la mano manteniendo la sonrisa natural en su rostro.

Por fin pudo respirar porque estuvo conteniendo el aliento desde que entró hasta que ella se dignó a mirarle y no podía describir lo fascinante que fue ese momento. La bella mujer tenía una mirada enigmática, elegante y estudiada que sólo le hacía desear más que aceptara compartir algunos días de aventura con él.

Con el simple hecho de verle la mirada sabía bien que Regina Mills no era vainilla para nada y eso garantizaba sexo del bueno y momentos de mucha diversión. Claro, si ella estaba de acuerdo

—El gusto es mío, señor Nolan —le sonrió tenuemente dándole la mano y le agradó el apretón que le dio. No confiaba en aquellos que apretaban muy fuerte o que parecía que no querían darte la mano.

No había nada como un firme y suave apretón a la vez…

—Tome asiento, por favor —le invitó —¿En qué puedo ayudarle? —preguntó cuando el otro estuvo sentado y a su altura.

—Me presento, soy asesor financiero. Soy socio de una prestigiosa firma en Inglaterra y he venido a Estados Unidos para atender un negocio y aprovechar para visitar a mi madre —sabía que tenía toda la atención de Regina Mills —He estado investigando un poco y me gustaría proponerle que trabajemos juntos para el bienestar de su empresa —la vio sonreír de medio lado y asentir con lentitud —No se apresure —le extendió una carpeta —Aquí está mi currículum y el portafolio de la firma. Si gusta tómese el tiempo de revisarlo y podríamos vernos hoy o mañana en un algún lugar para cenar independientemente de su respuesta. Déjeme invitarla, por favor —se apresuró a decir antes de que se negara —Permítame agradecerle la amabilidad de recibirme sin saber siquiera quién soy —ofreció poniendo cara de seriedad, que sí estaba hablando en serio, pero vamos, no estaba siendo sincero del todo en realidad.

Aunque debía admitir que si Emma no le hubiera pedido ese favor y esa mujer se hubiera cruzado en su camino por azares del destino estaría haciendo exactamente lo mismo.

Regina miró la carpeta y después le miró a él con sutileza mientras la tomaba.

—Hoy a las ocho —le dijo sin más —La señorita Red le dará la tarjeta con la dirección del restaurante —esta vez le miró fijamente —Que tenga buena tarde, señor Nolan —se despidió dando por terminada la reunión.

—Muchísimas gracias, señorita Mills —se puso de pie, se dieron la mano de nuevo y después salió de la oficina.

Regina abrió la carpeta y echó un vistazo rápido impresionada por el historial de David. La verdad es que no necesitaba un asesor financiero, para eso tenían a Jefferson Hat, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de volver a ver a ese apuesto hombre.

Se puso de pie y se acercó a la pequeña barra donde se sirvió un poco de sidra. Bebió un trago, jugando con el líquido en su boca para que sus papilas gustativas se impregnaran del sabor y poderlo percibir a la perfección mientras pensaba que David le gustó seriamente.

—Si sucede algo más, le daré un aumento a Ruby —murmuró para ella misma. Regresó a su escritorio y continuó leyendo.


David llegó minutos antes de las ocho al lujosísimo restaurante que le encantó. Si hubiera dependido de él la habría invitado ahí sin lugar a dudas. Lo trasladaron a la mesa reservada y pidió agua mientras esperaba a que la belleza de mujer que le acompañaría esa noche llegara.

Miró el reloj que marcaba las ocho en punto y entonces, la vio a lo lejos, acercándose con un elegante y sensual andar en compañía de un mesero. Llevaba un vestido negro, corto y muy entallado, con un escote en V, unas zapatillas stiletto, un pequeño bolso de mano y cabello y maquillaje perfectos.

Tenía que darle la razón a Emma: Regina Mills era una reina en toda la extensión de la palabra y le importaba un carajo si era malvada o no. Era una reina y punto.

—Señorita Mills —se puso de pie e inclinó la cabeza un poquito cuando ella llegó y el mesero le ayudaba a sentarse —El restaurante es divino —dijo al sentarse de nuevo mientras admiraba el lugar para luego volver su atención a ella.

—Es mi favorito —respondió Regina tomando la carta que el mesero le extendió. Vio a David hacer lo mismo.

Ordenaron y hablaron un poco de trivialidades hasta que los alimentos y el buen vino llegaron. Comenzaron a cenar mientras entablaban una conversación más seria sobre el trabajo de David y lo que ofrecía al Corporativo Mills.

—Entonces, Regina —ya habían entrado en un poco de confianza —¿Vas a aceptar? —habló lo más seductor que le fue posible pero sin llegar a ser tan obvio, era como unos tintes de seducción lo que estaba imprimiendo.

Regina asintió mientras bebía otro trago del exquisito vino. Se pasó la lengua por los dientes por debajo de los labios al tiempo que entornaba los ojos mirando al apuesto hombre frente a ella.

—Dejemos la farsa, David —dejó la copa y lo vio alertarse un poco. —Sé que eres hermano de Emma Swan y que no es casualidad que hayas pedido una cita conmigo —sonrió ligeramente triunfante. —¿Qué es lo que buscas? —preguntó volviendo a entornar los ojos. —¿Quieres el ascenso de tu hermana? ¿Por eso estás siendo amable conmigo y me invitas a cenar? —preguntó astuta y directa mientras le retaba con la mirada.

David sintió que el corazón se le detenía por completo.