Antes que nada: ¡Feliz Navidad! Espero de corazón que hayan pasado una muy bonita Navidad rodeados de amor y de calor de hogar.
Pasando a los que nos tiene aquí: Muchas gracias por los comentarios, reviews, likes, estrellitas y favs a esta historia que está resultando muy divertida y ágil de escribir.
Espero que el capítulo les guste jeje…y también que puedan perdonar cualquier error :)
—¡Hey! —una fuerte palmada resonó por todo el lugar haciendo que David se sacudiera un poco—. Regresa a la realidad —dijo Emma mientras se sentaba en el sillón enseguida de él subiendo los pies—. Tenías cara de idiota —se rio cuando su hermano le cuestionó con la mirada y eso lo hizo reír también—. Cuéntame —pidió con suavidad, pero mostrándose emocionada.
—Ni lo sueñes —se levantó del sillón con dirección a la cocina.
—¿Qué? —preguntó sorprendida y saltó del sillón para ir tras él. —¿Cómo que no me vas a contar? —Insistió casi renegando porque esa fue su idea y tenía muchísima curiosidad por saber cómo su hermano hizo caer a su jefa tan fácil.
—Así nada más. No te voy a contar —dijo mientras se servía un vaso con agua.
—¡Daaaavid! —ahora sí renegó en forma y hasta se retorció un poco en su lugar.
—Eeeemma —le arremedo fingiendo un poco la voz y se llevó el vaso a los labios dando un trago mientras veía a su hermana—. No —dijo haciendo una pausa y continuó bebiendo.
—Eres un aguafiestas —le acusó torciendo la boca.
—Por cierto —se quitó el vaso de los labios—. Tu jefa sabe que le dicen la Reina Malvada —informó y le alzó una ceja.
—¡¿Qué?! —sintió que se le salía el corazón. —¡¿Cómo?! —preguntó exaltada.
—No sólo eso. Sabe que somos hermanos y que… —pero su hermana le interrumpió.
—Espera, ¡¿Qué?! —preguntó con histeria esta vez —¡Quedamos en que no le diríamos! —reclamó.
—Ella lo investigó —dijo dirigiéndose al fregadero para lavar el vaso—. Me investigó antes de ir a la cena —contó todavía sorprendido—. Sabe la vida de mis socios, sabe que somos hermanos, sabe de mis conquistas, que me dices pastor —se secó las manos y volteó para encarar a su hermana que tenía cara de espanto.
—¿Cómo? —preguntó sintiéndose un tanto perturbada por la información y temiendo perder su trabajo.
—Google, redes sociales —negó un poco con la cabeza mientras daba un largo suspiro.
—¿Qué no trabaja? —preguntó frunciendo el ceño porque vaya que se podía obtener información de las redes, pero necesitabas tiempo para eso y ella tuvo sólo cuatro horas además de su trabajo. Era toda una labor aventarse una investigación tipo FBI en Facebook, Instagram, Twitter y demás —No David. ¡No! —se llevó las manos a la cabeza—. Me va a despedir —dijo angustiada.
—No lo hará —le contradijo mientras veía a su hermana yendo a la mesa a sentarse con paso apesadumbrado.
—Tú qué sabes. Esa mujer no tiene corazón —aseguró—. Por algo es la Reina Malvada —cruzó los brazos sobre la mesa y enterró ahí el rostro.
—Bueno, la Reina Malvada me dijo que no lo haría —le sobó la espalda—. Además, no me parece que sea una persona que no cumple con su palabra. Y mira que conozco mucha gente. Sé de lo que hablo —le dio dos palmadas y se sentó en la silla enseguida de ella.
—¿Me lo juras? —le preguntó alzando apenas el rostro lo suficiente para mirarle desde esa posición.
—Lo juro —aseguró sonriéndole tenuemente—. Le dije que tú no sabías nada. Así que te toca fingir demencia si te pregunta —le advirtió y ella asintió.
—¿Y qué harás ahora? —preguntó con curiosidad alzándose por completo ahora sí—. ¿Cuándo se volverán a ver? Porque eso tiene que durar al menos un tiempo —le dijo denotando obviedad—. Sobre todo, si se acepta el proyecto —le recordó.
—Déjame eso a mí, Emma —le tomó de una mano—. Tú dedícate a hacer tu trabajo y no te preocupes por lo demás —apretó suavemente la mano de la rubia.
—En verdad eres el caballero en brillante armadura que está destinado a salvarnos —llevó su mano libre a donde estaban la otra suya y la del rubio.
—Para que lo sepas Regina dice que soy un Príncipe Encantador —presumió mostrándose engreído y su hermana puso cara de asombro mezclada con burla—. Me lo dijo así, que era el Príncipe Encantador que ustedes habían enviado a derrotar a la Reina Malvada —le contó puntual.
—¿De verdad dijo eso? —Emma preguntó extrañada y ligeramente divertida.
—Tal cual —respondió asintiendo.
—¿A poco Regina Mills cree en los cuentos de hadas? —siguió la rubia.
—No tengo idea, pero prometo averiguar —se soltaron de las manos y David se recargó en su asiento.
—Claro, eso sí me lo vas a contar, pero lo del sexo no —le reprochó cruzándose de brazos.
—Obvio, y ya no insistas que de mi boca no escucharás nada referente a eso y lo sabes bien —le apuntó con el dedo a modo de advertencia.
—Ay sí, el señor discreto —le hizo una mueca al hablar.
La Mansión Mills en esa ciudad era enorme y Regina vivía prácticamente sola ahí desde la muerte de su padre. Aunque claro, estaba la gente de servicio que ella apreciaba como compañía. Amaba el silencio y la soledad, pero tampoco era su máximo estar todo el tiempo sola.
—Niña —la voz de la mujer mayor se escuchó en el corredor que daba a la habitación de Regina.
—¿Sí, Granny? —respondió ella asomándose desde la puerta de su cuarto, encontrándose con el rostro acusador de Eugenia Lucas.
La mujer mayor había trabajado para la familia Mills desde que Henry y Cora conformaran un matrimonio, así que se podría decir que era como una verdadera abuela para Regina. Tenía ya tiempo de haber dejado de estar día y noche en la Mansión, pero desde la muerte del señor Henry, Eugenia no tuvo corazón para dejar a Regina completamente sola.
Había gente que se encargaba de la cocina y el aseo, así que lo único que Granny hacía era estar ahí como una especie de figura materna para la joven.
—August llamó molesto, dice que apagaste tu celular. Otra vez —le miró por encima de las gafas como si la estuviera reprendiendo con la mirada.
Regina soltó una exclamación de sorpresa, murmuró un gracias y se apresuró por su bolso para tomar su celular y encenderlo. Lo había olvidado por completo.
11 mensajes en Whatsapp.
5 mensajes en Instagram.
Todos de August.
Marcó el número y esperó algo ansiosa a que respondiera, lo cual no llevó mucho tiempo. Cerró los ojos cuando éste comenzó con el reclamo.
—Ya sé —dijo y dio un suspiro mientras le seguía escuchando. Siempre era la misma historia con él—. Sí, pero no fue intencional —se defendió frunciendo el ceño y es que en verdad se le olvidó encenderlo de nuevo—. Lo sé. No quería preocuparte —se justificó y se mordió brevemente el labio inferior con culpa—. Sí —dijo con seriedad—. Buenas noches —se despidió.
Aventó el celular a la cama, se quitó el vestido negro dejándolo en el suelo. Mientras caminaba hacia su cuarto de baño se deshizo del brassiere y al estar dentro se deshizo de sus bragas quedando desnuda. Entró a la ducha, abrió la llave y emitió un gemidito gustoso cuando el agua fría colisionó con su piel que aún estaba sensible por la reciente actividad.
Cerró los ojos llevando las manos hasta su cabello por donde las pasó para mojarlo bien, después las deslizó por su cuerpo y mientras lo hacía pensaba en el apuesto rubio que se acababa de follar.
Lo cierto era que la dejó encantada. Le gustó cómo reaccionó y cómo la trató durante el acto. Nunca intentó imponerse, ni detenerla, mucho menos decirle qué hacer o cómo hacerlo. Eso llamó mucho su atención pues según su investigador personal cibernético, que le ayudó a averiguar todo sobre el rubio en un par de horas, aseguró que David Nolan era todo un conquistador y de esos tipos dominantes en el sexo.
Había tenido sólo una pareja duradera, una francesa de nombre Abigail White, pero terminaron por un tal Frederik. ¿Qué clase de nombre era ese?
El punto era que sí, estaba más que decidida a darse una oportunidad con el apuesto rubio de tener sexo sin compromiso. Le inquietaba saber de lo que David Nolan era capaz.
A la mañana siguiente Emma Swan corría de aquí para allá en su apartamento alistándose para ir al trabajo. Le gustaba llegar antes que la Reina Malvada quien afortunadamente era puntual a morir. Así que sabía la hora justa a la que debía llegar, a no ser claro que hubiera alguna actividad extemporánea antes de la entrada, pero para eso estaba su gran amiga Ruby Red quien les avisaba cuando algo así pasaba.
Mientras eso sucedía David estaba instalado en la mesa con un computador portátil. Tenía puestos sus anteojos y bebía un poco de café mientras buscaba en Internet.
—Gracias —exhaló la rubia dejándose caer en la silla golpe y comenzó a engullir lo que su hermano había preparado de desayuno.
—Más que un cisne pareces un ganso cuando comes así. Al menos mastica bien —le dijo el rubio sin apartar su mirada de la pantalla frente a él.
—Déjame comer a gusto, pastor. Te pareces a mamá cuando me dices esas cosas —dijo reprobando el comentario de David quien aparentemente la ignoró porque no volteó a verla ni le dijo media palabra—. ¿Qué haces? —preguntó mordiendo un pan tostado con mantequilla de maní.
—Nada —respondió David—. No hay nada —empujó un poco el portátil y se recargó en el asiento cruzándose de brazos.
—¿De qué hablas? —preguntó después de tragar lo que tenía en la boca.
—No hay nada de Regina Mills en la red más allá de información sobre el corporativo, algo de sus estudios académicos. Un par de notas donde se habla de los padres, pero nada más. Ni siquiera redes sociales —expuso con descontento.
—Te estoy diciendo que esa mujer es la Reina Malvada. Mueve hilos aquí y allá para que cosas como esas sucedan —se llevó a la boca otro trozo de pan y lo tragó casi de inmediato—. Es todo un misterio, ¿cierto? —le preguntó con una amplia sonrisa pues sabía que Regina le intrigaba a su hermano.
—Eso me gusta —admitió soltando una larga exhalación—. Me encanta que sea enigmática, misteriosa e intrépida —se pasó la lengua por el labio inferior mientras pensaba en la bellísima mujer.
—¿Intrépida? —preguntó Emma irguiéndose lo más que pudo. No le parecía que Regina Mills fuera una mujer que corría riesgos.
—Esa mujer no se anda con rodeos y sabe lo que quiere —aseguró el rubio recordando lo excitante que fue tenerla sobre él de imprevisto y después cabalgando su pene con maestría en un lugar un tanto reducido como el coche que rentaba. ¿Qué podía decir? Regina le fascinó completa.
—De eso estoy segura, pero ¿intrépida? —repitió con extrañeza.
—Que no te voy a contar —alzó las cejas al decirle eso y la rubia renegó para luego continuar con su desayuno.
Regina llegó puntual a la oficina como siempre. El mismo alboroto todas las mañanas por su llegada y una vez más la mimada de Mary Margaret no estaba en su lugar. Torció los ojos con fastidio al notarlo.
Trabajó concentrada durante la mañana y a la una en punto salió de la oficina informando a Ruby que tenía una cita y que no regresaría hasta después de la comida.
Subió a su coche y se dirigió hacia el consultorio de su ginecólogo que la recibió muy amable, como siempre.
—¿Qué te trae de imprevisto? —preguntó pues Regina no tenía programada una revisión próximamente.
—Necesito la inyección anticonceptiva —le dijo sin mucho preámbulo.
Víctor Whale abrió los ojos grandes con sorpresa. Estaba acostumbrado a la forma tan directa de ser de Regina, pero hacía un par de años que no usaba un método anticonceptivo. Lo hizo durante un tiempo, pero dejó de usarlo después de que el tal Robin Locksley saliera con su gracia y desde entonces, si usaba algo era preservativo porque ese tema no se había vuelto a tocar en su consultorio con ella, hasta ese día.
—Bueno —asintió—. ¿Cuándo fue la última vez de tu periodo? —preguntó.
—Hace una semana —respondió.
—Entonces tienes que inyectarte ya —dijo y ella asintió pues ambos sabían que se acercaban sus días de ovulación.
El médico se la administró y antes de que Regina se retirara le hizo las recomendaciones que, para ella, eran más bien un recordatorio.
—No te olvides de usar preservativo en los próximos siete días y ya después serás libre de ellos. Te veo en tres meses —le sonrió amable.
Tenían años de conocerse y el doctor Whale en verdad apreciaba a Regina Mills.
—Gracias, Víctor —se despidió con cordialidad, como siempre y se retiró del consultorio.
Ya eran más de las cinco de la tarde y Emma cargaba un humor de los mil demonios. Regina les aventó una montaña de trabajo a ella, a Mary Margaret y a Ashley de último momento. Le molestaba que, a su parecer, su hermano no había hecho bien su trabajo de distraer a su jefa. Era un mal caballero en brillante armadura o príncipe encantador según la Reina Malvada.
—Oficina de Regina Mills —Ruby respondía una llamada —¡David! —dijo alegre y le hizo señas a Emma quien cerró los ojos aliviada porque al fin, al fin el rubio se reportaba—. Permíteme un momento —puso en silencio el teléfono—. Quiere hablar con ella —informó emocionada y presionó otro botón que la comunicaba con su jefa—. Señorita Mills. Tiene una llamada de David Nolan —se mordió el labio inferior y cruzó los dedos esperando por respuesta—. La comunico —presionó ahora el botón transfiriendo la llamada y colgó sonriendo mientras le alzaba ambos pulgares a su rubia amiga que le sonrió en complicidad.
—Señor Nolan —saludó una vez que estuvieron comunicados directamente.
—Señorita Mills, qué gusto saludarte —regresó el saludo—. Llamo para decirte que lo de anoche me dejó verdaderamente intrigado. No dejo de pensar en lo intrépida que eres —dijo con voz un tanto seductora.
Una sonrisa hermosa cruzó el bello rostro de Regina. Sí, le gustaba ese juego de seducción.
—Así que soy una de las elegidas de David Nolan. —Oh sí, ser directa era su especialidad. Lo escuchó soltar una pequeña risa.
—Más bien diría que tú me elegiste a mí —era claro que estaba sonriendo al otro lado de la línea y Regina podía imaginarlo claramente.
—No soy yo quien está llamando —argumentó astuta.
—Precisamente. Me dejaste tan enganchado que ha sido imposible dejar de pensar en ti desde ayer. — Y eso, no era una mentira. Sí tal vez estaba actuando por hacerle un favor a su hermana, pero lo cierto era que Regina Mills le gustaba y mucho, así que eso no estaba implicando ningún esfuerzo. Quería conseguir que ella aceptara estar con él bajo las condiciones que ambos pusieran—. Por cierto, internet no tiene mucho qué decir de ti —no perdería la oportunidad de hacerle ver lo interesado que estaba.
—Estuviste investigando —afirmó sonriendo divertida.
—Por supuesto —se escuchó muy orgulloso de sí mismo.
—No estoy buscando una relación seria —aclaró porque si eso era lo que pretendía debía desistir en ese momento.
—Tampoco yo —dijo satisfecho de saber que buscaban lo mismo—. Estaré unos meses en Estados Unidos y después debo regresar a Inglaterra —le contó, aunque seguramente eso ya lo sabía—. Pero el tiempo que esté aquí me encantaría pasarlo contigo. Así como anoche —volvió a sonar seductivo.
—¿Te gustó lo de anoche, encantador? —preguntó con toda la intención del mundo de empezar la complicidad entre ellos.
—Mucho —respondió sincero y divertido a la vez por la forma en que la supuesta Reina Malvada insistía en llamarle.
—Entonces te veo dentro de ocho días —revisó brevemente su aplicación en el celular. Sí, era el plazo que necesitaba para que su método anticonceptivo hiciera efecto y sería al menos una semana antes de su periodo, además, el hecho de hacerlo esperar por un nuevo encuentro dictaba que ella estaba en control. Las cosas se harían como ella quería o no habría nada—. La señorita Red se pondrá en contacto contigo para los detalles —informó como si eso fuera un asunto de negocios.
Ocho días… ¡Eso era más de una semana! Dios, no iba a poder aguantar las ganas durante ocho largos días. Estaba seguro que terminaría desfogándose él mismo porque la sola anticipación de volverla a ver le pondría caliente.
—Está bien —acordó con todo el dolor de sus bolas, es decir, de su orgullo. Bueno, de ambos. Pero estaba seguro que insistir o contradecirla la haría desistir.
—Tenga una excelente tarde, señor Nolan —se despidió con cordialidad.
—También usted, señorita Mills —Regina cerró los ojos al escucharlo, recordando brevemente lo excitante que fue tener sexo con él.
Colgó la llamada sin darle oportunidad de decirle nada más. Cruzó sus piernas y apretó sus muslos frenando a sí misma de dejar que el deseo aumentara y continuó con su labor.
La puerta del apartamento de Emma se abrió a eso de las ocho y media de la noche dando paso a una rubia que caminaba apesadumbrada.
—Al fin llegas —dijo David—. Mamá se acaba de ir. Te dejo algo de cenar —se puso de pie para comenzar a calentar.
—Es una bruja —fue lo único que dijo antes de dejarse caer acostada al sillón con el rostro enterrado en el mismo.
—Sí está mal que les retenga tanto tiempo después de su hora de salida. — Puso algunos segundos en el microondas mientras pensaba en que, si Regina Mills se ponía en sus manos, esa sería una de las razones por las cuales la pondría sobre su regazo y le daría unas buenas nalgadas.
Sería maravilloso, porque la Reina Malvada tenía un trasero divino que adoraría azotar con su mano…
—Nosotras nos fuimos y ella todavía se quedó —se levantó acercándose a la cocina—. Tú no deberías estar aquí. Deberías estar con ella en una cama, dándole fuerte hasta que se le olvide que puede quedarse más horas en la oficina y retenernos junto con ella —cerró los ojos y soltó un lloriqueo.
—Lamento comunicarte que no la veré hasta dentro de ocho días —le contó un tanto decepcionado porque si por él fuera ya la tendría otra vez montando lo.
—No —soltó otro lloriqueo—. Ve a la oficina ahora mismo y llévatela a follar —dijo casi con histeria.
—Eso no será posible —le puso el plato de la cena sobre la mesa para que ya se sentara—. No es mi estilo aparecer de imprevisto de buenas a primeras —caminó al refrigerador mientras ella se sentaba—, eso suele fastidiar a mujeres como Regina que claramente quieren su espacio —expuso sacando el jugo de manzana y después buscó un vaso.
—La cena está deliciosa —dijo mientras seguía saboreando lo que su mamá dejó para ella.
—Así que lo siento —puso el vaso de jugo frente a la rubia—. Tendrán que esperar toda una semana y un día para que comience la verdadera acción —apretó los labios en descontento.
—¿Por qué ese tiempo tan específico? ¿No te parece extraño? —preguntó con sospecha y agarró su vaso para beber un poco mientras meditaba la situación.
—No lo sé, pero dudo que esté planeando envenenarme con una manzana —Emma casi se ahoga con el jugo y David se soltó a reír.
