Durante los siguientes días David se dedicó de lleno a los negocios que fue a atender y que eran la razón primordial de que estuviera ahí.
Emma y sus colegas seguían saliendo tarde del trabajo gracias a la Reina Malvada y eso provocaba que estuvieran cansados y de un humor especial. Así que la rubia no perdía oportunidad para recordarle a su hermano que era el caballero de brillante armadura y que sus esperanzas estaban puestas en él. Le juró que en cuanto su labor comenzara a rendir frutos harían una reunión en su honor.
Por su parte Regina estaba algo estresada porque, casualmente, en esa semana se estaban teniendo las reuniones para la decisión final del proyecto por lo que estaba intentando que la compañía sacara la mayor cantidad de trabajo posible antes de iniciar con ese nuevo proyecto que afortunadamente el cliente aprobó.
Al día siguiente, hubo una reunión formal con los socios para informar y, una vez más, Regina tuvo que lidiar con ellos y sus retrógradas ideas.
El tan esperado día llegó después de incontables veces en las que David terminó masturbándose encerrado en el baño o en su habitación del apartamento de su hermana. Debía darle la razón a Emma, Regina era una Reina Malvada, mira que dejarlo así con la anticipación de volver a verla y con ganas durante ocho días, y en cada uno de ellos el deseo por ella fue incrementando.
Ruby le llamó un día antes para informarle que la señorita Mills le estaría recibiendo a las seis y media en punto en las oficinas del corporativo. David sabía por Emma que la hora oficial de salida era a las seis, por lo que se entendía que la oficina debía estar vacía. Así que serían solo ellos dos.
Descendió de su auto mientras pensaba en lo obvia que estaba siendo con todo eso. Aunque ahora que lo pensaba, Emma no le avisó que ya estuviera de regreso en casa. Subió la escalinata para llegar a la puerta, entró y de inmediato se dio cuenta que no estaba tan solo como lo esperó.
Aún había personal yendo de aquí para allá. Recorrió el conocido camino hasta que divisó a su hermana aun instalada en su lugar de trabajo.
—Hey —le saludó mientras veía que las demás personas estaban igual.
—Ni digas nada que esto es tu culpa —le miró con el entrecejo fruncido al máximo—. Es hora de ponerte en acción, Príncipe Encantador —lo último lo dijo con tintes despectivos ya que era la forma en la que la Reina Malvada lo llamaba.
—Te voy a anunciar —ofreció Ruby, caminando apresurada hasta la oficina de su jefa.
—¿Aún no se van? —preguntó David algo pensativo porque si ellos estaban ahí era seguro que no tendrán sexo, lo cual significaba que se había equivocado.
—A las siete —respondió Emma de mala gana con su atención puesta en el ordenador frente a ella.
—Pasa —dijo la asistente invitándolo con una mano a acercarse.
—Gracias. —Pasó enseguida de ella, dirigiéndose a la oficina de Regina Mills.
—Señor Nolan —saludó Regina con una bella sonrisa cuando lo vio entrar.
—Señorita Mills —hizo una leve inclinación con la cabeza mientras se acercaba y tomó la silla frente al amplio escritorio—. ¿Puedo? —preguntó señalando el asiento.
—No —respondió tajante y se puso de pie —. No hay tiempo para eso —dijo mientras comenzaba a rodear su escritorio.
—En serio te gusta correr riesgos —sonrió socarrón pues ahora sí estaba seguro que tendrían sexo con todos los empleados ahí afuera—. Intrépida —le azló las cejas un par de veces y ella rio un poco.
No se limitó de admirarla. Regina llevaba un fino, elegante y entallado vestido rojo que le llegaba a medio muslo, medias y zapatillas negras que hacían juego con el blazer que llevaba encima del vestido.
—Lamento decepcionar, pero no va a ocurrir nada —vio el apuesto rostro llenarse de confusión y un poco de desencanto —. Tengo un contratiempo —le contó, al tiempo que alargaba las manos para acomodarle el cuello de la camisa que estaba un poco desarreglado—. Ruby te dará una tarjeta con la dirección de un restaurante —se acercó hasta estar casi pegada a él y empezó a pasar sus manos con delicadeza por el amplio pecho—. Pero no irás ahí. Es sólo para hacerles creer que iremos a cenar a un lugar público, y eso incluye a Emma Swan —alzó la mirada llena de advertencia, mirándolo fijamente a los ojos—. Lo que harás en verdad es ir a mi casa a las ocho en punto —dejó sus manos sobre las caderas de David—. ¿Estamos? —preguntó.
Él la escuchó atento, pero eso no impidió que también se deleitara con la cercanía de Regina. Con sus delicadas manos tocándose por encima de la ropa mientras él ansiaba sentirlas sobre su piel y tuvo que frenar el impulso que nació en sus entrañas de subirla al escritorio y follarla. Era tan, tan tentador que ni siquiera se entendía a sí mismo. En otras circunstancias lo habría hecho sin pensarlo ni un segundo. Quizás lo que le detenía es que estaba proponiendo verse en su casa en poco más de una hora
—Estamos —susurró su respuesta. Subió las manos para tomarla del bello rostro y estampar sus labios con los de ella en un beso hambriento y fogoso, lleno de pasión y de deseo.
A Regina le tomó por sorpresa el beso, pero en vez de empujarlo por el atrevimiento prefirió responder con la misma intensidad mientras lo aferraba más de las caderas porque durante esos ocho días ella también estuvo muriendo de anticipación y de deseo por tenerlo de nuevo. Y si no tuviera que irse en ese preciso instante lo llevaría hasta el amplio sillón y tendría sexo con él otra vez.
Dios, cómo lo deseaba…
La falta de aire les hizo separarse y ambos se miraron a los ojos mientras jadeaban con fuerza en búsqueda del aliento que se robaron mutuamente.
—Tienes labial en el rostro —puntualizó porque no iba a permitir que David saliera así de su oficina. Los demás se darían cuenta y quizá lo sospechaban ya, sobre todo Emma Swan, pero no iba a ser tan obvia. ¿A ellos qué les importaba su vida personal? —. En aquella puerta está el baño —señaló y él asintió caminando hacia allá.
Mientras lo hacía, David se dio cuenta de algo en lo que no reparó la vez anterior que estuvo ahí. En el escritorio de Regina había un tazón blanco repleto de manzanas rojas. Oh, la ironía. Se encerró y lo primero que hizo fue apretar un poco el bulto entre sus pantalones tratando de mitigar la erección que amenazaba con formarse. No podía salir de ese lugar con el pene parado y atrapado ahí. ¡Se notaba!
Por su parte Regina caminó hasta su escritorio, sacó su bolso y buscó un espejo el cual usó para arreglarse ella misma el labial rojo. Por Dios, el beso le había encantado y en lo único que podía pensar era en las maravillas que esa boca podría hacer en su cuerpo, especialmente en su sexo que en ese momento sentía arder gracias al beso.
Cerró su espejo cuando David Nolan salió del baño de su oficina y le miró con atención.
—Me iré —anunció sonriéndole con complicidad—. Te veo más tarde, señorita Mills —empezó a caminar hacia la salida.
—No llegues tarde —sugirió con sutileza, aunque era más bien una advertencia.
Era una regla que tenía para sí misma. Le gustaba la puntualidad y entendía que pudiera haber retrasos siempre y cuando le avisaran y no excediera de quince minutos. Pero si nunca avisaban, a los pocos minutos se ponía a hacer otras cosas y cuando se reportaban, simplemente ya no los recibía. Su tiempo era valioso.
—Jamás me atrevería —dijo sincero y salió de la oficina.
Regina soltó un largo suspiro y cerró los ojos un momento mientras pensaba en lo que sucedería en la mansión dentro de una hora y poquito más. En eso le llegó un mensaje al celular que leyó rápidamente.
Vio la hora y no respondió, regresó su atención al ordenador para terminar sus pendientes e ir a ese encuentro que sabía sería breve.
Del otro lado de la puerta Ruby Red le esperaba ya para entregarle una tarjeta con la dirección de un restaurante distinto al de la otra vez.
—Por favor, se puntual —pidió su hermana con ojos de cachorro.
—Emma, vivo en Inglaterra. Ser impuntual no es una opción allá —dijo tomándola del rostro para darle un beso en la frente—. Relájate, ¿sí? —pidió ahora él con una tierna sonrisa.
—Te quiero —dijo la rubia haciendo un pequeño puchero.
—También yo a ti —respondió. De pronto, sintió una mirada pesada, alzó la vista y se encontró con una mujer de cabello cortísimo mirándole fijamente con grandes y expresivos ojos, parecía como embobada y eso logró incomodar a David.
Un carraspeo por parte de Ruby hizo que la mujer despertara del aparente trance en el que se encontraba.
—Oh, lo siento. —Mary Margaret se disculpó en cuanto se vio descubierta mirando al rubio con descaro. Así que optó por esconderse detrás de su ordenador sintiendo las mejillas arder con intensidad por la vergüenza.
—Ya me voy —dijo David a Emma, frunciendo ligeramente el ceño ante el comportamiento extraño de la mujer.
—¿Llegarás a dormir? —preguntó la rubia muy bajito, buscando que sólo su hermano la escuchara.
—No lo sé —respondió igual. Le guiñó un ojo y se despidió de ambas mujeres.
Esperaron a que el rubio desapareciera y después, fue Ruby quien pidió explicaciones.
—¿Qué fue eso Mary Margaret? —preguntó a su amiga y compañera de trabajo.
—No sé —respondió algo avergonzada—. No sé qué me pasa con él —miró a ambas con culpa.
—Olvídate de David —dijo Emma—. Necesitamos que se concentre en la Reina Malvada —le recordó.
Además, Mary Margaret no era una mujer para su hermano. No se los imaginaba juntos bajo ninguna circunstancia. Simplemente no congeniaban. Y de igual forma, David no se quedaría a vivir ahí, en unos meses se iría de vuelta a Inglaterra y les dejaría de nuevo.
David se presentó en la Mansión Mills a la hora acordada. Descendió de su coche y se acercó a las enormes puertas donde identificó un timbre que presionó. Escuchó el sonido de un cerrojo y después una de las puertas se abrió para que pasara.
Lo hizo y en cuanto estuvo del otro lado fue interceptado por el cuerpo de seguridad que le impidió seguir avanzando.
—Haremos una pequeña inspección —dijo un hombre que era de su estatura y complexión, con algo de vello facial. Alzó las manos y otro guardia le pasó un detector de metales por todo el cuerpo mientras el primer hombre le miraba casi retador.
Keith Traval era el subjefe de seguridad y le había sido asignada la encomienda de inspeccionar muy bien a David Nolan que se estaría presentando en la Mansión a las ocho en punto. Debía darle el crédito al hombre, fue extremadamente puntual.
Sin dejar de mirar a David alargó la mano para tomar la chaqueta que llevaba, abrirla y buscar en los bolsillos internos donde encontró algunos preservativos. Sonrió de medio lado, se los dejó de nuevo en el bolsillo y entonces pareció satisfecho.
—Limpio —dijo el custodio que hizo la inspección y Keith asintió.
Se llevó la mano al auricular que llevaba y aparentemente presionó un botón ahí para comunicarse con alguien más. David supuso sería el jefe de todos ellos.
—Está limpio. Sólo lo esperado —comunicó soltando un suspiro sin dejar de mirar con sospecha al rubio—. Entendido —dijo Keith al recibir respuesta—. Aquella es la entrada. Puedes pasar, está abierto —le señaló la puerta para que supiera a donde dirigirse.
David volteó a ver a donde le indicaba y después se dio cuenta que estaba solo. Los guardias de seguridad se fueron tal como llegaron, sin avisar. Caminó hasta la puerta atravesando un bello jardín y entró sin tocar como le fue indicado.
Se le abrió la boca al ver el enorme y elegante lugar. Cerró con cuidado la puerta y dio un par de pasos no estando seguro a dónde debía dirigirse, por lo que se limitó a admirar la mansión.
—David Nolan —saludó de imprevisto una mujer mayor que hizo que su corazón diera un vuelco por el susto. Tal parecía que todos ahí ya sabían quién era—. Eugenia Lucas —le extendió la mano para saludarle—. Regina te está esperando en el comedor. Ven conmigo —lo invitó con amabilidad y empezó a caminar sabiendo que el apuesto rubio le seguiría.
Debía admitir que ahora sí Regina se había lucido con tremendo hombre. Era sin duda el más guapo de todos con los que su niña se había involucrado, que eran contadísimos. Era aún más guapo que el pobre novio difunto (rezó brevemente por él), y sin duda muchísimo más guapo que el patán estafador. Todavía no entendía cómo es que Regina había caído con un hombre como ese que sólo le trajo angustia y dolor. Pobrecita de su niña, había sufrido mucho por culpa de ese Robin.
Entraron a un amplio salón donde había una mesa rectangular bastante larga y, en uno de los extremos, Regina estaba sentada con una copa de vino en la mano.
—Señor Nolan —le saludó en cuanto lo vio—. Gracias, Granny —agradeció a la mujer mayor que le sonrió negando con la cabeza en un gesto de complicidad entre ambas porque era obvio que Eugenia sabía lo que Regina pretendía hacer esa noche. No era ningún secreto. De otra forma, ese apuesto hombre jamás habría puesto un pie en la Mansión Mills.
Vio a Granny retirarse mientras el rubio se acercaba a ella, lo siguió con la mirada hasta que estuvo a su lado, inclinándose para darle un casto beso en la mejilla derecha.
—¿Ahora sí puedo sentarme? —preguntó irónico.
—Por supuesto —respondió Regina invitándole con una mano a tomar asiento enseguida de ella, a su derecha precisamente—. Espero te guste la lasaña —dijo al tiempo que entraban las personas que le ayudaban para servirles la cena y llenar las copas de vino.
—Se ve deliciosa —argumentó David de manera sugestiva pues no se refería a la comida en realidad. Algo que pudo ver Regina entendió a la perfección.
—No pierdes oportunidad, ¿cierto? —le preguntó estrechando los ojos mientras la compañía se retiraba.
—La vida es muy corta para andar con rodeos —tomó la servilleta, la extendió y la colocó sobre su regazo.
—Estoy de acuerdo —rio un poco mientras agarraba el tenedor y el cuchillo para partir un trozo de lasaña. Vio a David hacer lo mismo.
Se dedicaron a cenar mientras mantenían una amena plática de varios temas que a ambos les resultaba de interés. Los dos podían darse cuenta que ambos eran inteligentes y astutos, que en cierta manera eran bastante afines en cuestión de gustos y cada uno por su lado esperaba que el otro aceptara la forma en la que querían llevar esa extraña relación que iban a empezar.
—Todos creen que la despedí porque no entregó a tiempo su trabajo —dijo Regina mientras veía con atención la copa que sostenía en su mano derecha—. Pero lo cierto es que trató de pasarse de lista y la envidia que confesó tenerme le jugó en contra —terminó de contar la anécdota que decidió compartir con David después de que él hiciera lo mismo.
—¿No se puso verde de casualidad? —preguntó el rubio bromeando y riendo, provocando que ella riera también al entender la clara referencia.
—Un poco —siguió la broma alzando una ceja y arrugando brevemente la nariz—. Y por eso y otras cosas más me dicen la Reina Malvada —explicó irónica.
—¿Por qué no dijiste lo que hizo? —preguntó con curiosidad y ella le miró directo a los ojos.
—Porque eso la habría arruinado de por vida profesionalmente hablando —se llevó la copa a la boca para beber un poco de vino—. Además, no vale la pena. Prefiero que piensen que soy malvada —le sonrió coqueta.
Dejó la copa sobre la mesa, levantó la servilleta de su regazo y limpió con elegancia la comisura de su boca.
Eso dejó realmente sorprendido a David porque no había nada de malvado en lo que hizo. Al contrario, le hizo un favor a la mujer a pesar de que no estaba obligada a hacerlo y habría sido más fácil decir la verdad, pero no, prefirió seguir alimentando la mala percepción que los empleados tenían de ella.
—Me supongo que no esperaste ocho días solo para charlar conmigo —dijo Regina sacando al rubio de sus pensamientos quien la miró un instante y después sonrió asintiendo.
—Pretendo mucho más que una charla esta noche —admitió bebiendo de su vino—. Ambos estamos de acuerdo en que no queremos nada serio —empezó a decir.
—Es correcto —dijo ella asintiendo con la cabeza.
—Seré directo entonces —tomó aire—. Me gusta ser exclusivo mientras esto dure lo que tenga que durar —expuso—. Si bien me gusta ser dominante eres tú la que tendrá el control siempre. Imagino que sabes a lo que me refiero —dijo al ver que Regina no se inmutaba en lo más mínimo ante lo que decía, por lo general solían sorprenderse y espantarse—. Es necesario que tengas una palabra segura que apuesto sabes bien para qué sirve —le sonrió al concluir.
—¿Es todo? —preguntó ella estrechando los ojos de nuevo.
—No te voy a lastimar físicamente. Nunca —aclaró—. Tampoco te humillare ni te haré sentir avergonzada de tus deseos —la miró fijamente y con sinceridad—. Nada de eso está a discusión —expuso con advertencia pues no se veía de ninguna forma causando daño físico o verbal durante el sexo y si eso era lo que ella buscaba simplemente era imposible que tuvieran algo.
—Me parece muy bien, encantador —sonrió leve ante esas palabras porque compartían los mismos gustos al respecto.
—¿Hay algo que no quieras que haga? —preguntó con genuino interés.
—Lo de la humillación y golpes tampoco me va. Ni la asfixia —aclaró con advertencia porque eso era algo común que los hombres dominantes gustaban hacer—. El sexo anal está dentro de lo permitido y podría decir que cualquier juego y juguete —meditó un poco sus propias palabras.
—¿Vas a extenderme un contrato como en Cincuenta Sombras? —sonrió divertido ante su propia insinuación.
—Claro que no. —Regina arrugó la nariz haciendo un gesto despectivo—. Tampoco soy fan de la cera caliente ni la sangre —agregó.
—¿Sexo oral? —preguntó curioso de los gustos de la bella Reina Malvada.
—Oh, encantador. Qué aburrido sería todo si no lo tuviera permitido —dijo con aires de superioridad.
—No te vas a arrepentir —prometió al imaginarse con el rostro enterrado en el ardiente sexo de Regina Mills. Aclaró la garganta y prosiguió: —Debo preguntar, ¿algo de dolor está permitido? —se aventuró a indagar.
—Un poco nunca viene mal —respondió en calma y luego sonrió de medio lado.
—Para mí igual —sonrió entusiasmado.
—Entonces está todo claro —dijo poniéndose de pie—. Sígueme —le invitó comenzando a andar hacia una de las salidas del comedor.
David tomó aire profundamente y lo soltó por la boca. Se puso de pie, se empino el resto del vino que quedaba en su copa y se apresuró tras ella.
—La casa es espectacular —dijo sin dejar de admirar cada rincón conforme avanzaban.
—Es odiosamente grande —Regina empezó a subir las escaleras.
—Tienes un trasero de infarto, señorita Mills —ronroneó el rubio al ver esas bellas nalgas moverse con cada escalón que subía.
Una bella sonrisa se dibujó en el rostro de Regina, pero no volteó a verle, siguió subiendo hasta estar en la planta alta donde hizo una breve pausa a la espera de que David le alcanzara.
—¿Te gusta mi trasero, encantador? —preguntó alzando una ceja.
—Mucho —respondió agarrándola de las caderas y jalándola hacia él para besarla con ardor.
—Sigamos —jadeó Regina después del tremendo beso que le dio. Se dio la vuelta empezando a caminar mientras se relamía los labios.
—¿Tienes un cuarto rojo? —preguntó volviendo a su anterior broma y Regina torció los ojos.
—David, ¿leíste Cincuenta Sombras? —preguntó con algo de fastidio.
—¡Claro! —respondió ofendido—. Lo leí antes de que se convirtiera en libro. Era un fanfic del insufrible Crepúsculo —le contó y Regina se detuvo para mirarle extrañada, pidiendo silenciosamente una explicación—. En la adolescencia tuve una novia que leía fanfics —comenzó a explicar—. Le gustaba que me sentara a leerlos con ella y fue ahí donde comprendí que las mujeres escriben todo aquello que quieren que un hombre les haga —alzó las cejas un par de veces.
—¿Aprendiste a satisfacer a las mujeres con los fanfics? —preguntó incrédula y riendo ligeramente.
—No, eso sólo me ha dado ideas. La experiencia la tengo por momentos vividos —aclaró.
—Ah, entiendo —dijo Regina mirándole con sospecha. Aunque a decir verdad no podía decirle nada. Ella también había leído fanfics y tenía razón en lo que decía.
Se detuvo y abrió la puerta de una de las habitaciones de la Mansión que por supuesto no era la suya.
—Bonita habitación, señorita Mills —dijo admirando el lugar que era amplio, con una enorme cama y una gran ventana con un balcón al parecer. Fuera de eso, no tenía nada fuera de lo común. Así que no, Regina no tenía un cuarto especial para el sexo como lo pensó—. ¿Lista para ponerte en mis manos? —preguntó extendiendo los brazos para que se acercara a él.
Regina se cruzó de brazos y se recargó en su pierna izquierda para inclinarse hacia David.
—Para que eso suceda tú te tendrás que poner en las mías primero —le miró con intensidad—. ¿Aceptas, encantador? —preguntó retadora y con ligeros tintes de seducción.
