Le tomó por sorpresa la condición que Regina puso mas decidió no dejarse intimidar. No cuando en realidad le intrigaba saber qué era lo que tenía planeado y si debía ser honesto, no le molestaba ponerse a merced de una mujer, mucho menos de una como Regina Mills que ya le había demostrado lo intrépida que podía llegar a ser.

—Por supuesto que sí —concedió. Acto seguido cerró los ojos, extendió el brazo derecho, el izquierdo lo cruzó por su estómago y se inclinó haciendo una reverencia—. Me pongo en sus manos y a sus pies, Majestad —dijo para luego alzarse y le miró divertido. La expresión de Regina le encantó porque pudo ver que soltó una pequeña risa falsa, como si no le hubiera gustado más no le dijo que no lo volviera a hacer.

—Desnúdate —ordenó con altivez. Se dio la vuelta y caminó hacia el vestidor de esa habitación.

Regina empezó a quitarse la ropa lo más rápido que le fue posible. Tomó un albornoz negro de finísima seda, se lo puso y lo ató a su estrecha cintura. Después se acercó a la isla en medio del lugar y de uno de los cajones sacó un cofre gris oxford con elegantes acabados plateados. Cerró el cajón con la cadera y salió del vestidor para ingresar nuevamente a la habitación.

Sonrió cuando lo vio desnudo sobre la cama. Era todo un monumento de hombre. Tenía los brazos, hombros, pecho, abdomen y piernas trabajadas. Muy trabajadas.

—Es cómoda —dijo coqueto posando la mirada en el cofre que llevaba en la mano—. ¿Vas a guardar mi corazón ahí? —preguntó sintiéndose muy listo con sus preguntas relacionadas con la supuesta identidad de Regina como la Reina Malvada.

—Tal vez —respondió alzando una ceja y sonriendo ligeramente mientras se acercaba a la cama donde dejó el cofre en una de las esquinas inferiores—. Recuéstate a lo largo y en el centro —solicitó mientras rodeaba el mueble y David hacía lo indicado. Se subió al amplio colchón de rodillas pegada a la cabecera y se movió hasta llegar a él—. Alza tus brazos —indicó mientras sacaba de detrás del colchón unas restricciones de bondage para atarle de manos las cuales le imposibilitarían el moverlas de ese lugar pues estaban amarradas a la base de la cama.

—Que hardcore, señorita Mills —dijo sugestivo, casi siseando por lo excitante de la situación.

—Apenas estoy comenzando —se inclinó para besarle con lentitud.

—Esto me va a encantar —dijo entrecortadamente muriendo ya de la anticipación y sintiendo su pene comenzar a ponerse duro.

—Creo que deberíamos establecer tu palabra segura —comentó Regina mientras se subía sobre él quedando en cuatro.

—No la necesito —le sonrió encantadoramente—. Quiero todo lo que estés dispuesta a darme, señorita Mills. —Esta vez sí siseo con deseo al decirle eso y cuando ella sonrió de medio lado so carroña, recordó algo muy importante—. Antes de comenzar. En mi chaqueta están los preservativos —le dijo para que fuera por ellos ya que, por obvias razones, él no podía hacerlo.

—No los vamos a necesitar —aseguró Regina agachándose de nuevo para volverle a besar y al sentirlo protestar en medio del beso, volvió a hablar—. Estoy usando anticonceptivos, así que no tienes de qué preocuparte. Lo último que quiero ahorita es un hijo y supongo piensas igual —le miró esperando respuesta.

—Perfecto —asintió jadeando y agradeciendo internamente por esa suerte porque sí se sentía muy distinto hacerlo sin preservativo. Por otro lado, tal parecía que lo de ir un paso adelante era una cualidad de Regina y no podía decir que le disgustaba. Le intrigaba y hacía nota mental de estar muy atento, pues eso sólo indicaba que la señorita Mills era todo un reto.

Regina le besó la mandíbula con besos provocativos que hacían que el rubio se moviera ligeramente. Empezó a descender sin prisa, besando cada porción de piel que encontraba a su paso hasta llegar al amplio pecho donde besó con mayor intensidad. Bajó otro poco, con dirección hacia el sur del escultural cuerpo a su disposición y, antes de bajar más allá del ombligo, se alzó, sentándosele en los muslos.

Lo vio mirarla serio, pero con claro deseo reflejado en los azules ojos y podía escuchar la respiración pesada. Sin dejar de mirarlo, llevó la mano derecha hasta su intimidad, metiéndola por la abertura del albornoz y empezó a tocarse mientras que, con la mano libre, buscaba uno de sus senos apretándolo en cuanto lo encontró. Cerró los ojos permitiéndose disfrutar de la situación, sabiendo bien que David la estaba observando pues es lo único que podía hacer.

Oh, por Dios. Regina se estaba masturbando frente a él que estaba imposibilitado de tocarla. Jaló tentativamente las restricciones y alzó un poco la cadera por puro instinto, fue algo involuntario, pero eso provocó que ella rotara las caderas estimulando su pene y que empezara a jadear bajito.

Lo observó con descaro sin dejar de tocarse. David se veía desesperado y muy excitado, los ojos azules estaban oscurecidos reflejando el hambre voraz que aparentemente tenía por ella. Se mordió el labio inferior aumentando las estimulaciones, buscando llevarse a sí misma al orgasmo. Quería que la viera y que sufriera por no poder hacer nada.

David se maldijo mentalmente por haber rechazado el elegir una palabra segura. Si la tuviera la usaría en ese mismo instante para que Regina se detuviera, le soltara y entonces sí tumbarla sobre el colchón y follársela con esas incontenibles ganas que le tenía. Casi se viene cuando escuchó el gemido gustoso proveniente de la tentadora garganta, mismo que no dejó escapar por la apetitosa boca. Entonces se estremeció pronunciadamente un par de veces dejándole en claro que se estaba viniendo.

Para David eso se sintió como una jodida eternidad y un verdadero castigo, para Regina fue un buen orgasmo y al mismo tiempo una clara tortura para el rubio, y eso, le traía una extraña satisfacción. Saberse en control de él en ese momento la hacía sentir poderosa.

Se alzó un poco volviendo a quedar casi en cuatro. Procedió a acariciarle el pecho ahora con una mano y con la otra, la que usó para tocarse, le empezó a acariciar los testículos.

—Oooh. —El gemido abandonó su boca en contra de su voluntad y fue cuando ella pasó su mano por todo lo largo de su erecta longitud haciéndole estremecer con el delicado toque.

—¿Ansioso? —preguntó con voz seductora y David asintió apurado—. Abre las piernas, encantador —solicitó para poderse hincar en medio de ellas. Aferró el pene con la mano derecha arrancándole un gemido ahogado, mientras que con la izquierda le acariciaba el muslo derecho.

Lamió la pequeña abertura con la punta de su lengua y después la bajó un poco para acariciar alrededor del glande. Sin despegar su lengua, alzó la mirada para verle y se quedó así por algunos instantes, solo empujando su lengua contra la punta del pene y el rubio respiraba cada vez más pesado, pero no pedía ni exigía, la observaba y dejaba.

¿Qué había hecho de malo para estar en medio de esa tortura? Es decir, era excitante, pero comenzaba a parecerle demasiado. Dios, en cuanto ella se pusiera en sus manos la iba a nalguear por la crueldad que estaba haciendo con él.

Fue entonces cuando Regina cerró los labios sobre la punta y succionó.

—¡Sí! —exclamó el rubio cerrando los ojos que inmediatamente abrió pues no quería perderse ni un segundo de ese espectáculo. La vio y sintió comenzar a bajar por su longitud y se frenó a sí mismo de empujar contra ese caliente y suave orificio en el que quería enterrarse.

Empezó a subir y a bajar la cabeza con lentitud manejando sólo la mitad de su pene procurando acariciar con la lengua. Le hacía cosquillas con el cabello en el bajo vientre y la entrepierna y eso sólo aumentaba las sensaciones del excelente trabajo que estaba haciendo con la maravillosa boca.

Su pecho subía y bajaba de manera pronunciada. Dejaba caer la cabeza en la cama a ratos, pero luego la volvía a alzar para mirarla. Empezó a sisear de deseo conforme ella aumentaba la velocidad. Se detenía por momentos para chupar y acariciar el glande, retomando después el ritmo.

En un punto se concentró de nuevo en la punta y, con la mano que le aferraba, le empezó a estimular, subiendo y bajando a lo largo. Volvió a tomarle de la base, bajando y subiendo su boca un par de veces mientras le acariciaba una vez más el muslo.

Luego le soltó y acarició la punta con la mano alzando la mirada para ser testigo del apuesto rostro contraído por el placer torturador del que estaba siendo presa.

—¿Quieres que te folle? —le preguntó volviendo a inclinarse sobre él para besarle con intensidad y pasión.

—Quiero verte —jadeó necesitado contra la tentadora boca de Regina Mills—. Y venirme —tragó saliva y cerró los ojos, se relamió los labios y volvió a abrirlos.

Regina le sonrió con maldad moviendo las rodillas para sacarlas de entremedio del cuerpo de él y volverlas a colocar por fuera. Se enderezó quedando sentada sin dejar de mirar a David, llevó sus manos hasta la cinta del albornoz que desató y deslizó por sus hombros para que cayera sobre él dejándola desnuda.

Los ojos del rubio se encendieron más en cuanto la vio y su respiración se aceleró más también si es que eso era posible. Tenía un cuerpo divino, senos hermosos con pezones lindos, una estrecha cintura, caderas bien definidas, piernas trabajadas y algo de vello adornándole el sexo.

—Eres una belleza —dijo casi sin aliento por la impresión que le dio el ver el divino cuerpo de Regina Mills a quien pudo ver encantó su elogio.

Se inclinó para besarlo brevemente y se separó de los rosados labios jalando con los dientes el inferior poniendo un poquito de rudeza al encuentro. Esta vez, cuando bajó, procuró acariciar con sus pezones erectos el amplio pecho, haciendo contacto directo con uno de los pezones de él y descendió de igual forma, acariciando a su paso con las erguidas protuberancias y dejando besos por el pecho, estómago y vientre del rubio.

Hizo a un lado el albornoz y, para sorpresa de David, se dio la vuelta, dándole la espalda y dejándole ver en todo esplendor su trasero.

—Oh, joder —gimió el rubio desde el fondo de la garganta al verle las preciosas nalgas que quiso agarrar, pero que las restricciones le impidieron una vez más y no pudo evitar soltar una queja.

Regina se mordió el labio inferior sabiendo bien que David luchó por liberar sus manos, se inclinó hacia adelante, se apoyó con la mano izquierda en el colchón, chupó dos de sus dedos de la derecha y los llevó hasta su intimidad donde buscó su propia entrada para meter uno. Soltó un gemido casi imperceptible. Lo movió de adentro hacia afuera un par de veces e introdujo otro.

—¡Regina, por Dios! —exclamó David sintiéndose a nada de derramarse ahí en la nada, con la espectacular vista del trasero de infarto de la bella mujer y viéndola follarse a sí misma con dos dedos.

Oh, sí que era malvada...

Desde luego que ella rio divertida al escucharlo, pero a decir verdad ya moría también por tener ese exquisito pene dentro. Así que sacó sus dedos, alargó un poco más la mano para tomar la dura y palpitante erección que posicionó contra su recién penetrada vagina.

Y entonces llevó esa mano hasta el colchón para apoyarse también y se empujó hacia abajo y atrás, empezando a tomar el grueso pene en su húmedo sexo. Frunció el ceño ligeramente y se detuvo un momento, pero casi de inmediato retomó con lentitud.

Debía de estarse ganando el cielo con eso. Regina le estaba tomando dentro pero muy, muy lentamente torturándole en el acto, y estaba haciendo gala de su autocontrol porque moría por alzar las caderas para empujar hasta el fondo de ese estrechísimo canal. Esperaba que le encontraran vivo después de ese intenso encuentro con la Reina Malvada.

—Lo tienes tan grande y grueso —siseó Regina cuando lo tuvo dentro por completo. Era verdad, pero se lo dijo sólo para excitarlo más.

Era tan perfecto que sus paredes vaginales sufrían espasmos alrededor de la palpitante erección y sabía que el rubio lo sentía con claridad pues se retorcía ligeramente debajo de ella. Empezó a moverse de adelante hacia atrás, vaciando y llenando su sexo con ese delicioso pene en cada ir y venir.

Por su lado, David estaba extasiado sintiendo la increíble y deliciosa estrechez alrededor de su pene, con la imagen de Regina tomándolo desde atrás y moría por liberarse para follársela así en cuatro, con las preciosas nalgas a su entera disposición.

Su pene comenzaba a hincharse y su cuerpo a tensarse, anunciando con ello que se vendría muy pronto por lo que empezó a gruñir por el increíble placer. Dejó caer su cabeza y cerró los ojos dejándose ir, pero entonces la ardiente y estrecha vagina abandonó su pene.

—¡No! —gimió desesperado y luchó con más fuerza por liberarse mientras Regina se daba la vuelta inclinándose de nueva cuenta sobre él.

—¿Quieres venirte? —le preguntó sobre la boca.

—Sí —respondió con entrega y necesidad. La demandante boca de Regina se apoderó de la suya introduciendo la lengua hasta lo más profundo que le fue posible llegar, procurando acariciar cada rincón de su boca.

Después se bajó de encima de él, se alargó un poco para alcanzar el cofre, lo abrió y sacó un vibrador largo que encendió mientras se colocaba sobre el rubio de nuevo. Lo llevó hasta el pene paseando por toda la longitud.

—¡Ooohhh! —gimió David retorciéndose por la intensa estimulación que decidió aguantar lo más que le fue posible.

Regina no dejaba de hacer contacto con el vibrador contra la sensible piel. Mientras lo hacía, y lo escuchaba jadear y gemir pesado, admiraba el pene de David. Se podría decir que era lindo, es decir, los penes en sí no eran algo bonito, pero había unos más agraciados que otros y ese definitivamente lo era.

Sonrió con satisfacción cuando algo de gotas de líquido preseminal comenzaron a brotar de la pequeña abertura. De pronto, el rubio se tensó, se arqueó y jaló las restricciones al máximo.

—Si sigues me voy a venir —jadeó pesado y el vibrador abandonó su sensible erección por lo que se dejó caer sobre la cama con una extraña sensación de ligero hormigueo en el pene.

Entonces Regina, le tomó con su mano para introducirlo dentro de su sexo. Volvió a estremecerse al sentirlo abarcando todo de ella, pero casi de inmediato llevó el vibrador hasta su clítoris.

—Aaaahhh —gimió gustosa, pero procurando reprimir el sonido en medida de lo posible.

Empezó entonces a cabalgarlo con intensidad, echando la cabeza hacia atrás y encajando un poco las uñas en el pecho del rubio con su mano libre. Estuvo así quizá un par de minutos, regresó la cabeza y se miraron fijamente mientras ambos jadeaban pesado sabiendo que se acercaban al orgasmo.

La imagen de Regina era sumamente erótica y se le antojaba hasta irreal. Tenía una hermosa expresión de placer abrasante y se movía como una Diosa sobre él. Los preciosos senos rebotaban alegres y libres, tenía las mejillas algo encendidas y el hermoso cabello un poquito alborotado.

—¡Te ves tan hermosa! —le dijo cuando la vio echar la cabeza hacia atrás —Así, Majestad —le alentó —Móntame con fuerza. —No pudo evitar alzar un poco las caderas buscando acompañarla en el ritmo que estaba imponiendo.

Y Regina gimió muy alto con dientes apretados mientras el cuerpo se le tensaba y después le temblaba incontrolablemente presa del orgasmo. Dejó caer el vibrador y se apoyó ambas manos en el pecho de David encajando las uñas.

El rubio gruñó y jadeó con fuerza mientras empezaba a venirse cuando el ardiente sexo se apretó con excesiva fuerza a su alrededor proporcionándole la estimulación que necesitaba para alcanzar el orgasmo.

Ella se mordió el labio inferior y frunció el ceño al sentir el ardiente semen derramándose en su interior. Oh Dios, era exquisito poderlo sentir y no dejó de mover las caderas de adelante hacia atrás mientras ambos disfrutaban del orgasmo que acababan de obtener.

Regina soltó un largo suspiro satisfecho cuando todo cesó y se inclinó para besar la boca jadeante del rubio alzando las caderas para que el pene saliera de su interior.

—Eso fue alucinante —sonrió cuando Regina dejó de besarle y la bella sonrisa que se dibujó en el hermoso rostro le llenó de satisfacción.

—Fue una pequeña muestra —alardeó mientras se le sentaba en el vientre alargando las manos hacia el frente para comenzar a desatarlo de las restricciones.

En cuanto se vio libre, se alzó envolviéndola entre sus brazos para dejarla sobre la cama haciéndola dar un grito sorpresivo y atrapó los rojizos labios antes de que pudiera protestar.

—Que intrépida suenas. Ansío como nada saber qué más tienes guardado para mí, señorita Mills —le besó la mandíbula cariñosamente.

—Será en otra ocasión, señor Nolan —le dio un toquecito con el dedo índice en la nariz.

—Es una verdadera lástima porque muero por demostrarte lo bueno que es estar conmigo —le acarició una pierna maravillándose con la sedosidad de la preciosa piel oliva.

—Por mucho que suene tentador mañana es día de trabajo —le dio un par de golpecitos en el brazo izquierdo con la mano derecha para indicarle que se quitara de encima de ella.

—Está bien —accedió dejándola libre y moviéndose para bajarse de la cama. Aún no era momento de imponerse, pero ya llegaría. Mientras tanto, no le pesaba cederle el absoluto control.

Se dirigió por su ropa que dejó en una silla y Regina, que estaba recostada apoyando su cabeza en la mano derecha no se limitó de deleitarse con el cuerpo desnudo de David. Los brazos, los muslos, el pecho, los hombros, las nalgas y piernas, era toda una escultura y le parecía una verdadera lástima que se estuviera vistiendo.

Se movió hasta quedar cerca de la orilla y tomó su albornoz para envolverse en él.

—¿Ya te pondrás en mis manos o no pasé la prueba? —preguntó acercándose a donde estaba Regina. Se apoyó en una rodilla y manos sobre el colchón para poderla besar en los labios.

—Debo reconocer que fuiste muy valiente al aceptar entrar en juego sin palabra segura— le tomó del rostro con ambas manos correspondiendo al beso—. Fuiste todo un héroe. Un verdadero Príncipe Encantador dispuesto a derrotar a la Reina Malvada —le dejó otro beso pronunciado en los labios—. Y admito que me intriga saber qué tienes pensado hacer conmigo —alzó una ceja con elegancia y lo vio sonreír ampliamente.

—Prometo que no te arrepentirás —se relamió los labios y le fue imposible quitar la sonrisa.

—Eso espero —asintió pensativa y le soltó—. ¿Te apetece ir a comer mañana? —preguntó.

—Comerte, desayunarte y cenarte —dijo soltando un pequeño gruñido, presionado la nariz contra la mejilla izquierda de Regina.

—Hablo en serio —rio divertida, no lo pudo evitar y se acomodó un mechón de cabello tras la oreja.

Ay por Dios, se veía terriblemente linda haciendo eso. ¿Cómo podía pasar de una imagen tan imponente y altiva a una tan… tan real y transparente?

—Nada me haría más feliz que ir a comer contigo —respondió por fin dando un pequeño suspiro.

—Entonces te espero mañana a mediodía en la oficina —se inclinó para volverle a besar apasionadamente haciendo nota mental que los besos de David eran los mejores que había recibido en muchísimo tiempo—. Keith, el subjefe de seguridad —aclaró porque seguramente el antipático hombre no se presentó—, te está esperando en las escaleras para acompañarte a la puerta —le dijo mostrando un poco de incomodidad ante lo expuesto.

Algo que no pasó desapercibido para David, era como si dejara entrever que no estaba del todo de acuerdo con el nivel de seguridad a su alrededor, lo cual era extraño pues era ella misma quien los mandaba.

—¿El guarura? —preguntó y ella asintió torciendo un poco la boca en descontento.

—Será mejor que te vayas —le dijo acariciándole una mejilla y él, volteó el rostro para poderle besar la mano.

—Te veo mañana. Buenas noches —se despidió mirándola con intensidad y luego se bajó de la cama, dándose la vuelta para empezar a caminar hacia la salida.

—Buenas noches —respondió ella viéndole caminar hacia la puerta principal de la habitación y desaparecer.

Dio un largo suspiro, agarró el vibrador, lo apagó, se bajó de la cama y caminó hacia el baño para darse una ducha.


Mientras caminaba por donde estaba seguro de haber llegado, David revisó la hora en su celular: once de la noche. Perfecto, pensó. Era una buena hora para asegurar que Regina estaba rompiendo su rutina de sueño, o al menos eso esperaba porque no conocía los hábitos de la bella mujer, pero era una posibilidad.

De pronto se dio cuenta que se fue por un lado que no debía así que regresó y no tardó en encontrar las escaleras donde el tal Keith le estaba esperando.

—Apresúrate, galán. No tengo toda la noche —le dijo comenzando a bajar los escalones con algo de prisa que David tuvo que imitar. Era obvio que le urgía sacarlo del lugar.

Salieron por la puerta principal, recorrieron el jardín, después llegaron a la puerta que daba a la acera y en cuanto estuvo fuera le cerraron de un portazo. Negó con la cabeza y decidió no prestarle atención a ello pues tenía una cita al día siguiente con la bella Regina Mills.

Se subió a su coche, arrancó el motor y se fue de la Mansión Mills.


En cuanto despertó, Emma fue a verle a su cuarto para que le contara lo que había sucedido la noche anterior pues ya estaba dormida cuando su hermano llegó. David, firme en su posición, le negó cualquier detalle referente a lo que hacía con Regina en la cama, pero sí le aseguró que llegaron a un acuerdo y que pasaron un buen rato. El humor de la rubia cambió como por arte de magia al saber eso. ¿Y qué podía decir de sí mismo? Se sentía emocionado por volverla a ver y ahora sí tenerla en sus manos. Desayunaron alegres, cada uno por su propio motivo, y después se fueron a cumplir con sus deberes.

El rubio se desocupo mucho más temprano de lo que esperó de la reunión que tenía, así que decidió ir a dar unas vueltas para comprar algunas cosas que en definitiva ocuparía en los próximos días, pero al ver que faltaba poco para el mediodía, decidió irse al corporativo a esperar la hora indicada para evitar ser impuntual.

Estacionó el coche un poquito alejado, pero con plena vista de la entrada principal. Se mordió el labio inferior un poco imaginando lo que podría pasar porque después de lo ocurrido en las dos veces que había conseguido estar con ella era seguro que, con Regina Mills, no se sabía qué esperar.

De pronto divisó algo que llamó su atención. La bellísima mujer con la que se vería minutos más tarde estaba en la entrada del edificio con un hombre alto, cabello y lentes oscuros, gabardina negra y bastante vello facial.

Lo que le dejó un tanto confundido fue ver que el hombre abrazaba a Regina con mucho cariño, casi con melosidad y ¿se estaban besando? Bueno, no, o sea sí, pero estaba casi seguro que el beso fue en la mejilla o al menos eso esperaba. Se despidieron de manera extraña, mirándose a los ojos y separándose lentamente sin soltar sus manos hasta que la distancia les obligó a dejar de tener contacto.

Vio que ella entraba al edificio y sin pensarlo se bajó del auto, apresurando el paso hasta alcanzar al hombre que se estaba retirando y que, al verlo acercarse, sonrió engreído.

—Buenas tardes —saludó al hombre que sabía bien quién era, aunque nunca pensó que aparecería en ese justo momento. Se quitó los lentes oscuros.

—Buenas tardes —el rubio regresó el saludo a regañadientes.

—Tú debes ser David Nolan. Soy August, August Boots —le extendió la mano para saludarlo y David le miró con recelo, indeciso de corresponder el saludo.

Y fue ahí donde se dio cuenta que estaba celoso.