Muchas gracias a todos por leer, por sus likes, kudos, favs, estrellitas, reviews y comentarios. Se los agradezco mucho.

Sin mucho preámbulo los dejo con el capítulo que espero les guste.


David saltó de su asiento, se quitó los anteojos arrojándolos sobre la mesa, tomó las llaves del auto y salió corriendo como si su vida dependiera de ello.


Regina se armó de valor para salir de su oficina mientras se maldecía a sí misma por no darse cuenta de la hora. Faltaban cinco minutos para las seis de la tarde y le mataba pensar que dejaría a sus empleados solos durante ese tiempo. Rápidamente se auto convencía que eran cinco minutos nada más, que nada iba a pasar porque se ausentara por unos minutos.

Eran eso, solo minutos…

Abrió la puerta con bolso en mano. Las miradas de reojo no se hicieron esperar, pero decidió ignorar. Por nada del mundo iba a retrasarse después de haber hecho un compromiso con David… o algo así. Se acercó a su asistente a la que notó algo tensa.

—Tengo una cita. Nos vemos mañana —informó con tono de voz bajo y cuidando con la mirada que nadie estuviera atento a lo que decía.

—Ok —respondió Ruby en el mismo tono, evitando que los demás supieran algo de lo que le dijo.

Regina soltó un suspiro y se retiró al mismo paso firme y elegante con el que siempre andaba, evitando hacer evidente su urgencia por salir.

El cuerpo de seguridad se sorprendió al verla, pero de inmediato corrieron a tomar sus posiciones y abrirle la puerta del coche para que abordara, saliendo tan pronto como cerraron.


David nunca había conducido tan tenso en su vida. Iba lo más rápido que podía mientras que al mismo tiempo procuraba no subir demasiado la velocidad porque temía ser detenido y terminar en una celda en vez de en la cama de Regina Mills.

Llegó a la Mansión, se estacionó, bajó del auto y esta vez no hubo necesidad de tocar el timbre. En cuanto se acercó la gran puerta se abrió.

Entró sin demora encontrándose con Keith Traval de frente. Extendió los brazos a los lados esperando la inspección, pero el custodio solo sonrió de lado, divertido.

—Entra —indicó haciéndole un gesto con la cabeza.

David decidió ignorar la ligera burla y avanzó sin preguntar ni decir nada pues la verdad es que le importaba poco lo que pudiera pensar de él. Atravesó el jardín llegando a la entrada principal que también se abrió sin necesidad de tocar. Como lo pensó, Eugenia Lucas estaba del otro lado, mirándole por encima de las gafas.

—En la misma habitación —dijo muy amablemente mientras alguien más cerraba la puerta tras David. Vio la duda en el apuesto rostro del asesor sabiendo que el conflicto era que no recordaba con exactitud el camino. Siempre pasaba dado que la Mansión era muy grande—. Yo te llevaré —ofreció de la misma forma en que dio la indicación.

—Gracias —respondió aliviado, haciendo reír a la mujer mayor con su expresión.

Subieron las amplias y elegantes escaleras que recordaba bien, pero tan pronto como llegaron a la planta alta reconoció que no sabía por dónde ir. ¿Y cómo hacerlo si cuando fue y recorrió ese lugar iba tras la irresistible señorita Mills? Por supuesto que no puso atención a lo que sucedía a su alrededor y estaba seguro que nadie lo podía culpar por ello.

En determinado momento pensó que Eugenia no avanzaba tan rápido como él lo necesitaba y es que su pene había endurecido un poco con el solo pensamiento de llegar con Regina. Agradeció a todos los cielos cuando estuvieron frente a la puerta de la habitación. La mujer mayor se retiró sin decir nada y David tomó aire profundamente, tratando de contener las malditas ganas que lo tenía acelerado.

Alargó la mano para tomar la perilla siendo consciente del ligero temblor por la anticipación. Y es que, por fin, Regina Mills se pondría en sus manos y podría hacer con ese divino cuerpo lo que viniera en gana.

Giró la perilla, abrió la puerta para pasar y Regina se le fue encima, estampando su espalda contra la pared, tomándolo del rostro y apoderándose de su boca de una forma tan arrebatada que no tardó nada en que el aire le hiciera falta.

—¿Pero qué…? —trató de preguntar David sin aliento tan pronto como le fue posible.

—Oveja —dijo Regina mientras lo miraba seductora y empujaba la puerta con una mano para cerrarla.

—¿Qué? —preguntó confundido.

—Tu palabra segura.

Después volvió a besarlo mientras usaba las manos para abrir el cinto, bajar su cremallera, meter la mano y acariciar por encima de la ropa interior. Después dejó libre su boca, atacó su cuello agarrando con las manos sus prendas inferiores y las bajó de un jalón mientras se ponía en cuclillas, con las delicadas manos apoyadas en sus muslos, y fue entonces que tomó su pene con la boca.

David cerró los ojos, abrió la boca sin poder emitir sonido alguno y se aferró como pudo a la pared tras él. Regina empezó a moverse de atrás hacia adelante, procurando acariciar su longitud con la lengua, succionando al punto en que las preciosas mejillas se le ahuecaban. Gimió gustoso cuando la bella Reina Malvada emitió un "Mmmmhhh" dándole deliciosas vibraciones a su sensible pene que ya había endurecido por completo.

Regina sacó la erección de su boca, jadeó un par de veces jalando aire y volvió a tomar el glande. Le paseó la lengua y succionó, provocando que el apuesto asesor se retorciera e intentara contenerse. Alzó la mirada, haciendo contacto visual con él. Pudo ver lo excitado que estaba, confirmando también lo mucho que se estaba conteniendo, pero lo que más la encendió fue ver el brillo en los azules ojos que se veían oscurecidos. Sintió en su vientre el deseo por pedirle que le follara la boca, pero el autocontrol que aún poseía la frenó. No era esa la noche en que le dejaría descubrir todo eso de ella.

A David le rodaron los ojos hacia atrás al sentir la estrechez de la ardiente garganta y es que, sin previo aviso, Regina se introdujo su pene en la boca, hasta el fondo. Encajó las uñas en la pared para evitarse a sí mismo llevar las manos hasta el negro cabello y sostenerla para follarle la preciosa boca.

—Regina, espera… —llamó desesperado, pero ella no se detuvo ni bajo el ritmo, por el contrario, se esmeró más. No pudo evitar mirarla de nuevo para llenarse con esa indescriptible imagen de la bella y enigmática señorita Mills haciéndole sexo oral. Los rojizos labios ensanchados alrededor de su circunferencia. La deliciosa estimulación cuando alcanzaba la parte posterior de la estrecha garganta. Lo mucho que parecía que ella lo gozaba también—. Oh, oh. Voy a… —intentó avisar, sin embargo, a Regina pareció no importarle porque le seguía llevando hasta lo más profundo de su preciosa boca.

Sintió el pene de David convulsionar en su boca varias veces por lo que sabía que estaba por venirse. Siguió, porque quería que se viniera ahí y el hecho de que no usara la palabra segura la incitaba a no parar.

—¡Aaah! Mmgghh —gimió el asesor, con dientes y ojos apretados mientras eyaculaba.

Regina enterró el pene de David en su boca, dejando que se derramara hasta lo más profundo y gimió con algo de sorpresa al sentirlo empujar mientras lo oía gruñir. Cerró los ojos al inhalar, percibiendo con claridad el masculino aroma que le resultaba embriagante. Los vellos rubios le hacían cosquillas en la nariz mientras se dedicaba a tragar el semen depositado en su boca.

Cuando terminó, Regina se puso de pie, haciendo que el grueso pene saliera de su boca por la misma acción.

—¿T-te lo tragaste? —preguntó David agitado y al ver la hermosa sonrisa engreída se sintió a punto de perder el control—. Te lo tragaste —afirmó gimiendo desde el fondo de su garganta—. Joder —se deslizó por la pared mientras llevaba las manos a su rostro para cubrirlo. Y es que no lo podía creer y el peligroso pensamiento de que Regina Mills terminaría siendo su perdición comenzaba a rondar por su cabeza.

—¿Tan pronto estás fuera de juego? —preguntó Regina, sentada en la orilla de la cama.

David alzó la cabeza para encontrarse con que ella estaba cruzada de piernas, ligeramente recargada hacia atrás, apoyándose en las manos mientras movía una de sus piernas y le miraba con coquetería.

Hasta ese momento fue consciente que Regina solo llevaba ropa interior. Un precioso bralette de encaje azul oscuro con bragas a juego. Aclaró la garganta, mientras la bella mujer, alzando una ceja perfectamente perfilada, lo miraba con atención.

Se puso de pie empezando a desnudarse, pensando en qué juego era el que Regina estaba jugando en ese momento. No sabía si lo llamó para ponerse en sus manos, ser ella quien controlara la situación -porque le dio una palabra segura-, o para tener sexo desenfrenado.

Regina se deleitó con la imagen del apuesto asesor quitándose la ropa y después, su sexo palpitó necesitado al verlo desnudo, acercándose a ella con un andar seguro, casi imponente, luciendo un pene semi erecto que acababa de descargarse. Contrario a ella que muy seguramente ya tenía algo mojadas las bragas. Y es que le encantaba tener un pene en la boca, sentirlo deslizarse por su garganta y escuchar los gemidos de su pareja mientras lo hace.

El asesor la tomó firmemente por la nuca con la mano derecha, le alzó el rostro y la besó al tiempo que con la izquierda la sostenía por la mandíbula. Le introdujo la lengua hasta lo más profundo que le fue posible llegar, procurando acariciar cada rincón del interior de la cálida boca que hacía apenas unos minutos había hecho maravillas con su pene.

Sin dejar de besarla bajó la mano con la que la sostenía del rostro, le acarició el cuello, por entre medio de los sensuales pechos, el plano vientre y la metió por debajo de la ropa interior.

—Señorita Mills —jadeó gustoso—. Está usted mojada —dijo acariciando con sus dedos. Regina le besó y sonrió en medio del beso por las atenciones.

David dejó los bellos labios rojizos para concentrarse en el exquisito cuello. Le dio besos húmedos y ardientes ahí mientras hurgaba con sus dedos la caliente intimidad de Regina a quien se le escuchaba la respiración pronunciada y rotaba apenas las perfectas caderas, como si no quisiera que él lo notara.

De pronto, Regina se hizo hacia atrás evitando así que los labios de David siguieran besándole el cuello, quedando apoyada en sus manos.

—Por supuesto que estoy mojada. Si no fuera así ¿para qué te habría llamado? —preguntó mirándole con frialdad y esbozando una media sonrisa engreída. Después usó un pie para empujarlo del estómago a fin de alejarlo, haciendo que sacara la mano de su ropa interior.

David alzó ambas cejas asintiendo con lentitud, pero eso no lo frenó de querer entrar en el juego. Así que se llevó sus dedos húmedos a la boca, los chupó probando por primera vez el sabor de Regina y reprimió el gemido involuntario que amenazó con abandonar su garganta. Y es que esa mujer, además de ser bellísima, intrépida, inteligente, tenaz, interesante y una completa Diosa resultó ser sumamente exquisita, como nada que había probado en su vida. Su pene reaccionó al saborear y su vientre se contrajo al tragar. Era un sentimiento profundo, poderoso e intenso que muy pocas veces había experimentado.

—Eres exquisita, Majestad —pudo decir al fin.

Acto seguido, Regina alzó las piernas, las abrió doblándolas hasta apoyar sus pies sobre el colchón, dejando a la vista del asesor su intimidad aun cubierta por las mojadas bragas.

—¿Y qué esperas para arrodillarte frente a mí y probarme en serio?

—¿Es una invitación? —reviró con la boca haciéndole agua ante la anticipación de enterrar el rostro en la intimidad de la bella mujer.

—Siento que te estás viendo lento, encantador —dijo con fingido lamento.

David soltó el aire por la boca y esbozó una sonrisa, haciendo después lo que ella solicitó: se acercó y arrodilló frente a ella. La miró desde esa posición constatando que Regina se veía llena de anticipación, pero sobre todo impaciente. La excitación era perceptible en el hermoso cuerpo e inclusive en el bello rostro. Así que decidió jugar un poco.

—Lo haremos a mi manera —informó el asesor.

—Palabras, palabras —torció los ojos. David sonrió asintiendo apenas.

—No te vas a arrepentir —dijo viéndola con una mirada tan prometedora que hizo que Regina mordiera su labio inferior. Fue apenas un segundo y algo muy ligero, pero que no pasó desapercibido.

Colocó las manos en los tobillos de Regina que movió la cabeza acomodando su cabello, preparándose para lo que vendría. Empezó a recorrer las esculturales piernas con lentitud, palpando la suavidad de la tersa piel. Bajó después por la cara externa de los muslos al tiempo que se inclinaba para besarle el estómago, descendiendo de a poco, cambiando las caricias hacia los muslos internos que acarició un par de veces mientras se entretenía besándole el vientre.

Usó los pulgares para acariciarle la ingle, justo por fuera de la tela que le cubría el sexo. Regina soltó un largo suspiro que evidenció la impaciencia que la embargaba. Internó uno de sus pulgares y alzó el rostro para poder verla, acariciando la caliente vulva desde abajo hasta arriba. Gozó como nada el estremecimiento que causó en ella con ese ligero toque que repitió un par de veces sintiendo su pulgar humedecerse con el fluido de Regina.

Le calentaba sentirla mojada. Sin ningún tipo de aviso agarró la sexy tela azul oscuro y se la empezó a bajar, Regina cooperó alzando las caderas y moviendo las piernas para permitirle sacar la prenda que dejó caer al suelo sin más mientras ella retomaba su antigua posición.

David sorbió la boca al ver la suculenta vulva frente a él, y es que recordar el sabor lo hacía vibrar, llenarse de deseo, de anticipación e incluso salivar. Se apresuró a tragar acercando su rostro al ardiente sexo. Jaló aire hasta llenar sus pulmones, su pene dio un tirón y esta vez sí gimió porque el olor era excitante.

Dios… moría por probarla, se lo quería decir, pero no sería en ese momento. Prefería seguirse manteniendo en control el mayor tiempo que le fuera posible. Sabía que Regina no estaba en plan de ponerse en sus manos. Le quedó muy claro cuando entró a la habitación: Regina quería un encuentro sexual y es lo que le iba a dar.

—¿Vas a… —intentó preguntar Regina, porque ya no aguantaba más y si no se iba a poner en acción era mejor que no le estorbara.

Sin embargo, su pregunta murió antes de ser terminada porque la lengua de David hizo contacto con su intimidad. Apretó los labios, pero las piernas se le estremecieron en contra de su voluntad. También hizo una mueca por el intenso placer. Y es que su vulva estaba siendo lamida, chupada e incluso mordisqueada con ligereza. Las manos del asesor sobre sus muslos la mantenían abierta para él.

Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás cuando se concentró en su palpitante clítoris. Lo lengüeteaba, hacía círculos alrededor, luego cerraba los labios sobre el mismo y succionaba. Fue cuando sintió sus piernas temblar, su vientre tensarse y su orgasmo a construirse. David, que muy probablemente lo sabía, le enterró la lengua en el orificio vaginal.

Por reflejo apretó la colcha bajo ella con sus manos y sintió que no podría sostener la posición por demasiado tiempo pues estaba suspendida en el aire así que no tardó en apoyarse en los antebrazos. David pasó las manos por detrás de sus muslos para aferrarla mejor.

Fue cuando empezó a devorarla, Regina sintió su cuerpo vibrar con las penetraciones intensas, la constante estimulación en su clítoris con la afilada nariz. Lo escuchaba y sentía gemir contra su sexo. Pensó que podría aguantar más, pero su boca se entreabrió, apretó los ojos contrayendo el bello rostro por el intenso placer. Sabía que no aguantaría mucho pues su vientre temblaba y no se equivocó. Llevó las manos hasta el rubio cabello que aferró con fuerza, sus piernas se elevaron un poco y los dedos de sus pies se retorcieron mientras se venía en la boca del asesor.

David gimió gustoso, lo hizo con fuerza y casi siente que se viene de nuevo cuando escuchó un hermoso gemido proveniente de la bella mujer. Impulsado por la excitación que sentía se alzó, inclinándose sobre ella. Se apoderó de la hermosa y jadeante boca, usó una mano para bajar el bralette que aún portaba, dejando los hermosos senos al aire. Los acarició y jugó con ellos mientras que, con la mano derecha, la penetraba con dos dedos sintiendo la perfecta estrechez alrededor de los mismos. Regina lo sostuvo por el rostro con ambas manos, gimió en su boca y meneó las caderas, desesperada por más placer. Llevó la mano izquierda hasta la nuca de Regina, la alzó un poco e intensificó las penetraciones con sus dedos. Se podía escuchar lo mojada que estaba.

—Vas a venirte, Majestad —siseó entre dientes con evidente excitación y presionó con su pulgar el hinchado clítoris.

Regina soltó un pequeño grito ahogado. Buscó los ojos azules con los suyos, grandes y sorprendidos porque de un momento a otro estuvo en las puertas del orgasmo que llegó como un golpe seco que la dejó sin respiración por un par de segundos.

David vio la sorpresa reflejada en los bellos ojos castaños y de pronto, la hermosa Reina Malvada se tensó y arqueó entre sus manos. Sonrió fascinado escuchando el gemido estrangulado, sintió en su mano algo de fluido líquido y juró que su pene dejó escapar algo de líquido preseminal también.

No quiso darle tregua. La dejó sobre la cama con cuidado, le sacó los dedos y volvió a posicionarse sobre las piernas abiertas que aferró una vez más por los muslos. Enterró de nuevo el rostro en la intimidad de Regina que se retorció e intentó por un instante quitarlo, pero luego desistió, como si se rindiera y le permitió beber la evidencia de su orgasmo a pesar de la sobre estimulación que seguramente sentía.

El asesor no se limitó. Degustó a su antojo siendo consciente de los estremecimientos que causaba en el cuerpo de Regina que debía estar sensible. Hasta que se fue sobre el botón de placer y fue cuando ella lo aferró de los cabellos, jalándolo hacia arriba para besarlo.

Ambos gimieron en medio del beso que era ardiente y pasional. David se acomodó sobre ella. Se movieron hacia arriba para posicionarse mejor encima de la cama. Regina le envolvió la gruesa cintura con las estilizadas piernas mientras le acariciaba la espalda y, tomándolo desprevenido, usó todo su cuerpo para invertir sus posiciones.

David quiso reaccionar, decirle que le gustaba la manera tan desenfrenada que se estaba comportando, pero lo único que pudo articular fue un gemido largo cuando Regina se empaló sola en su pene.

—Por Dios —gimió cuando empezó a cabalgarlo con fuerza e intensidad. Movía las caderas como una bella amazona. Intentó alzarse, pero Regina estampó sus manos sobre su pecho para detenerlo y tener mejor balance. No le quedó de otra más que dejarla porque sus ojos rodaron hacia atrás pues Regina apretaba su pene de pronto con fuerza.

Y entonces llegó de nuevo, cerrando las piernas y moviendo las caderas de atrás hacia adelante para perpetuar el placer. Se mordió el labio inferior e hizo aquello que sabía le daría un inigualable placer a ambos. Contrajo la zona perineal de su vagina.

—Joooodeeer —gruñó David y se estremeció al sentir una "lamida" en su pene.

Regina rotó las caderas repitiendo la acción, viendo la mueca de placer en el apuesto rostro. Él la aferró por las caderas, jalándola más hacía abajo, enterrándole el pene por completo y después, sonrió gustosa al sentirlo eyacular hasta lo más profundo en ella. Rotó las caderas y mordió su labio inferior encantada con los estremecimientos pronunciados de David que aún la aferraba contra él.

Cuando terminó soltó un largo suspiro y cerró los ojos. Así que Regina se balanceó sobre el aún duro pene, disfrutando al ver la mueca de placer en el apuesto rostro y el sonido del ronco gemido que soltó. Y, tan pronto como las manos dejaron sus caderas para acariciarle los muslos, Regina se levantó de golpe provocando que David se quejara. Caminó por la cama, bajó y se dirigió al baño sin decir palabra.

—Demonios —maldijo el asesor con una mano en puño sobre su estómago y un brazo cubriéndome los ojos, respirando profundo a fin de normalizar su agitada respiración. Apretó los labios reprimiendo las ganas de ir por ella, regresarla a la cama y follarla hasta que no pudiera más.

Soltó el aire largamente, luego se movió hacia la orilla de la cama donde se sentó. Prestó atención intentando captar algún sonido proveniente del baño, pero no escuchó nada. Se puso de pie con la intención de ir hacia esa puerta, sin embargo, la idea de husmear en el vestidor le pareció más tentadora.

El lugar no tenía puerta así que consideró el hecho como una invitación y en su defensa Regina lo dejó solo, por lo cual tenía derecho a explorar. Las luces se encendieron tan pronto como percibieron movimiento revelando el vestidor.

Entreabrió la boca por lo visualmente elegante del sitio. Había compartimientos donde se podía apreciar albornoces y camisones sensuales para dormir. Cajones que con seguridad estaban llenos de pijamas y ropa interior sexys. Se apreciaban también varios pares de zapatillas altas y de piso. Recordó el cofre y buscó con rapidez con la mirada hasta que se encontró con la isla llena de cajones. De inmediato estuvo seguro de que estaba ahí.

—¿Se te perdió algo, encantador?

La voz seductora de Regina lo hizo voltear encontrándose con que la bella mujer estaba cruzada de brazos, una elegante ceja alzada, mirada cuestionante, peso recargado en la cadera derecha. Iba envuelta en un albornoz negro.

—Me atrapaste —alzó las manos en señal de paz y ella torció la boca mientras asentía—. Es que no solo tú me intrigas, sino que desde nuestra vez anterior aquí estoy interesado en saber qué hay dentro del cofre donde pretendes guardar mi corazón, Majestad —bromeó al final.

Regina soltó una pequeña risa. Después ladeó la cabeza, observándolo por algunos segundos en lo que se decidía. Con seguridad David quería jugar, ser él quien dispusiera. Lo podía ver en la azul mirada clavada sobre ella.

Alzó el rostro mostrándose altiva y se acercó a la isla, al otro lado de donde estaba el asesor que no se perdió ni uno solo de sus movimientos. Después rodeó la isla, tocando con su dedos la superficie y se detuvo antes de llegar con él. Abrió el cajón, sacó el cofre y lo colocó sobre la isla. Lo abrió, revisando el contenido. Volteó a ver a David que la miraba expectante.

—Debo confesar que yo también estoy intrigada. ¿Qué esperas encontrar? —preguntó astuta.

—No sé. Quizá descifrar alguno de sus gustos, o tal vez algún secreto, señorita Mills.

Regina esbozó una sonrisa con los labios cerrados, pensando en lo ingenuo que era al creer que con algunos juguetes podía descifrarla. Volvió a mirar el cofre y uso una mano para girarlo hacia él.

El asesor se sorprendió al ver el contenido del cofre tan de golpe pues esperó que Regina dudara más antes de permitirle entrar en ese pequeño baúl. Las cajas de juguetes eran algo especial para David. Para él eran como una caja de Pandora, capaz de revelar los deseos más oscuros de su dueño.

Inspeccionó con rapidez notando el vibrador que usó en él la vez anterior. Había lubricante, un succionador de clítoris, unas bolas chinas vaginales de silicona y un vibrador inalámbrico con control remoto. Nada fuera de lo común.

—¿Son todos tus juguetes? —preguntó volteando a verla, seguro que había más.

Regina sonrió con autosuficiencia. David no estaba decepcionado, pero se notaba inconforme con lo que había dentro del cofre.

—Explora la isla. Te espero en la cama —indicó y después caminó hacia la salida del vestidor.

El asesor no perdió tiempo. Abrió los cajones y puertas encontrando de todo. Juguetes vaginales, anales, bondage, bdsm. Era una galería excitante que no le pedía nada a las tiendas eróticas. Tenía desde lo más básico hasta lo más sofisticado.

No quiso verse ambicioso, tenía muchos planes para Regina y no pensaba usar todo en un mismo encuentro así que optó por tomar el succionador de clítoris.

Salió del vestidor encontrándose con Regina usando el celular en medio de la habitación y no en la cama como le dijo.

—Te alcanzo en un momento —murmuró sin apartar la vista de la pantalla, moviendo los elegantes dedos respondiendo mensajes.

David se sentó al borde de la cama y aguardó paciente a que la hermosa reina terminara. Mejor se dedicó a devorarla con la mirada, pensando en lo que haría a continuación, ansioso por ver la reacción que tendría Regina.

La vio aventar el celular en un sillón individual que había ahí. Caminó hasta quedar frente a él. Se miraron a los ojos con determinación sin la más mínima intención de ceder.

—Sobre mi regazo —indicó David y ella soltó una suave risa.

—Oblígame —lo retó porque si quería tenerla de esa forma no se la iba a poner tan fácil. Lo vio ponerse de pie sin titubear y eso la hizo llenarse de expectación, pero también encendió en ella el deseo.

Llegó hasta ella, tomó las cintas que amarraban el negro albornoz a la estrecha cintura, desató el nudo y, con delicadeza, usó sus manos para deslizarlo por los brazos sin dejaba de maravillarse con la suavidad de la piel en el proceso.

—Eres hermosa —susurró con sensualidad porque Regina ya no llevaba prenda alguna sobre el cuerpo. Estaba desnuda al igual que él. La tomó por la nuca y la acercó a él para besarla con arrebato.

Regina respondió al demandante beso de la misma forma. Las manos de uno acariciaban el cuerpo del otro con intensidad. El asesor retrocedió llevándola con él. Se sentó y ella de inmediato se subió a su regazo, pegando su bello cuerpo al suyo. Le acarició la espalda bajando con sutileza hasta el precioso trasero. Agarró las nalgas, las masajeó y apretó con Regina agitando las caderas con fuerza, rozándole el pene con el ardiente sexo.

—¡Ah! —se quejó con sorpresa por la firme nalgada que David le dio. No es que no la esperara pues no había otro motivo por el cual él la quisiera sobre el regazo. Era solo que pensó que la colocaría recostada sobre él para darle nalgadas y no así. Recibió otra y lo miró a los ojos con la boca entreabierta.

Amaba las nalgadas, eran una de sus debilidades. Era algo simple pues no se necesitaba nada más que la mano y disposición, pero había algo en ese juego que hacía sus entrañas vibrar.

No pasó desapercibida la fugaz súplica que se dejó ver en los bellos ojos castaños. Regina quería más a pesar de la forma en que lo miraba. Simulaba advertencia, pero David sabía reconocer cuando el orgullo era el impedimento. Le constaba que había ganas y deseo.

Se abalanzó sobre el cuello de Regina que de inmediato lo expuso para permitirle la acción. Luego se movió para mordisquear el lóbulo derecho.

—No olvides tu palabra segura.

El cuerpo de Regina se estremeció por la ronca voz y la sensación fue a parar directo a su intimidad que apretó un par de veces buscando estimulación sobre la nada. Lo sintió acariciarle las nalgas y se mordió los labios para no dejar escapar el "por favor" que amenazaba con abandonar su boca contra su voluntad. Era muy pronto para ello.

—¡Mmhg! —apretó los labios, los ojos e incluso los hombros de David de donde estaba aferrada. La nalgada resonó por toda la habitación encendiendo el interruptor en ellos.

—Esto es por no decirme de la existencia de tu hermano, señorita Mills.

Entonces empezó a nalguear en forma. Le soltó una y después otra, tras otra. Cada nalgada hacía vibrar el cuerpo de Regina de una forma inimaginable. Era como si algo en ella se desatara y la llevara al borde de la cordura. Estaba ahora abrazada a él, le mordía el hombro izquierdo y le encajaba las uñas donde podía.

David moría de excitación escuchando los gemidos ahogados de Regina, sintiendo las sensuales mordidas que añadían la medida justa de dolor volviendo todo más erótico, profundo e intenso. Fue cuando agarró el succionador de clítoris, lo encendió y lo llevó hasta el pequeño e hinchado botón de placer de la hermosa mujer sobre él.

Regina se retorció cuando sintió la poderosa succión sobre su sensible y duro clítoris.

—Espera, espera —trató de frenarlo, pero él la aferró más deteniendo las nalgadas por un momento.

—Ssshh —buscó calmarla y se apoderó los tersos labios. Regina gimió dentro de su boca con desespero—. Eso es, solo vente. Déjate ir. Vente para mí.

Ella negó con la cabeza, apretó los labios con fuerza, pero luego los abrió para dejar escapar un hermoso gemido cuando le dio otra nalgada.

—J-jodeeeer —alcanzó a decir antes de empezarse a venir con fuerza. Aferró el cabello de David y lo obligó a alzar el rostro mientras se venía, permitiéndole ser testigo de su mueca de placer absoluto.

David, apoderado por completo por la lujuria, los giró dejando recostada a Regina sobre la cama que se quejó un poco, seguramente por el escozor en las nalgas dados los recientes azotes.

Se colocó sobre ella y entre sus piernas mientras que la veía luchar por recuperar el aliento después del fuerte orgasmo. Movió las caderas tanteando con su pene constatando lo mojada que Regina estaba. Eso le fascinó y lo calentó.

—Con que a la Reina Malvada le gustan las nalgadas —comentó con deseo impregnado en la voz. Ella no respondió, pero no lo necesitaba. Lo sabía y era suficiente.

En el justo momento que encontró el estrecho orificio vaginal se introdujo de una sola estocada haciendo que Regina arqueara la espalda. Fue hermoso verse envuelto así de pronto por esa exquisita estrechez.

Aguardó sin moverse, queriendo darle tiempo a acostumbrarse a tenerlo dentro, pero para su sorpresa, fue ella misma quien empezó a mover las caderas a fin de penetrarse sola con su pene. Era erótico verla, no lo podía negar, pero nuevamente era Regina quien estaba tomando el control y no estaba dispuesto. Necesitaba demostrarle lo bueno que era en la cama.

Regina cerró los ojos mientras usaba el pene de David otra vez. No le importaba estar debajo, de esa forma también podía tomar el control sobre todo si él no se movía. Sonrió cuando se vio aferrada por la cintura y jalada contra él, pero frunció el ceño al tenerlo todo dentro. Si bien no tenía un tamaño descomunal era bien proporcionado y lograba llegar hasta lo más profundo en ella dada la longitud.

Abrió los ojos justo cuando David se abalanzaba sobre ella para empezar a besarla una vez más. Llevó sus manos, que hasta ese momento mantenía apoyadas en los muslos de él, al apuesto rostro que sostuvo con firmeza para intensificar el pasional y fogoso beso que se estaban dando.

Pero entonces, David la tomó de las muñecas y las estampó contra la cama para luego subirlas por encima de su cabeza. Regina no puso objeción, se lo permitió. Sin dejar de besarla, usó una sola mano para sostener ambas de ella.

—Quiero escucharte gemir, Majestad —jadeó sobre los tersos labios y después cerró los ojos acariciando con ternura la nariz de Regina quien suspiró—. No creas que no lo he notado —susurró con voz ronca.

Regina abrió los ojos dispuesta a decirle que no lo haría solo porque él lo pedía, pero no pudo. No pudo porque el asesor se retiró y se enterró en ella empezando a embestirla con firmeza, haciendo que soltara gemidos por la intensa penetración. La otra mano jugaba con sus pezones, los apretaba y jalaba cuidando de no hacerle doler.

Esa mano pronto abandonó sus pezones y lo siguiente que supo fue que el succionador estaba de nuevo en su clítoris por lo que giró el rostro hacia su brazo izquierdo el cual ella misma mordió para no gemir.

Al notarlo, David aumentó el ritmo de sus estocadas. La escuchó gemir casi lloriquear, la sintió apretarse con fuerza a su pene, tensarse y entonces paró todo. Quitó el succionador y sacó su erección.

—¿Qué?... ¡No! —se quejó Regina porque estaba muy cerca del orgasmo. Al verlo sonreír con malicia se desesperó e intentó liberar—. David —pronunció el nombre del asesor con vulnerabilidad, todo lo contrario a lo que era su intención, pero es que sentía que no podía más, estaba en las puertas del éxtasis y necesitaba llegar.

—Lo sé —asintió llevando la mano libre hasta la intimidad de Regina y se atrevió a acariciarle el clítoris con el pulgar un par de veces disfrutando del pronunciado estremecimiento del bello cuerpo, la desesperación que podía percibir.

Siguió con la confianza de que Regina podía parar todo en el momento que quisiera y si no lo hacía era simplemente porque quería continuar.

—David —volvió a llamarlo—. ¡Oh! Joder —se quejó con dientes apretados cuando fue penetrada con dos dedos. Abrió la boca grande cuando se curvaron y presionaron su punto G. Después salieron y entraron estimulándolo con precisión. Los ojos se le llenaron de lágrimas por el placer y le fue imposible no soltar un lloriqueo por el intenso placer. Apoyó los pies sobre la cama y alzó las caderas—. Voy a… Voy —terminó con hilo de voz, pero una vez más todo cesó.

Los dedos salieron de ella haciéndola gemir frustrada por la pérdida. Bajó las caderas, pero de inmediato los dedos fueron sustituidos por el pene de David.

—Sí, sí, por f…D-dios —gimió con voz aguda cuando el asesor retomó las estocadas, fuertes y duras llevando todo a un intenso nivel en el cual era difícil negarse o resistirse. Empezó a gemir abiertamente, llenando la habitación con los mismos y alimentando sin saber el oscuro deseo en David.

—Eso es Regina —dijo con dientes apretados al escucharla y ser consciente que abría más las piernas. Los gemidos eran como hermosos cantos para sus oídos pues eran la confirmación de que Regina lo gozaba, sin mencionar que eran sumamente sensuales y eróticos.

Apretó las manos en puños cuando el vientre le tembló y el cuerpo se le tensó. Sus pezones se endurecieron al máximo al igual que su clítoris que palpitaba reclamando por la atención que le fue negada. Sentía con claridad el escozor en sus nalgas y ni hablar de lo delicioso que se sentía ser embestida de esa forma tan arrebatada y pasional.

Era una extraña mezcla como cuando experimentaba el placer y el dolor. Se podría decir que David la estaba poseyendo a su antojo, pero había algo en la manera en que lo hacía que no se sentía como si la estuviera dominando por el simple placer de hacerlo.

Los gemidos iniciales se convirtieron en fuertes lloriqueos, jadeos pesados y gemidos estrangulados.

—Vente, Majestad. Vente para tu Príncipe Encantador —gruñó deseoso sin dejar de ver el bello rostro surcado por el placer, la vena de la frente saltada por el esfuerzo, las mejillas sonrojadas, los hermosos labios abiertos permitiendo el paso de los irresistibles sonidos que Regina emitía.

—Mmmggh, ¡ah! —apretó los ojos provocando que las lágrimas de placer corrieran por su rostro y entonces llegó—. ¡AAAAHH! —Se vino con un grito placentero mientras se arqueaba sobre la cama para luego temblar sin control.

—Joder, Regina. Cómo aprietas —gimió con ardor al tiempo que se contenía para no venirse de una vez. Disfrutó el sentir los fuertes apretones en lo que Regina estaba en medio del orgasmo. Y una vez que la vio relajarse y respirar entrecortadamente emprendió las embestidas de nuevo.

—Joder —gimió ronca, girando el torso hacia la izquierda, sintiéndose sin fuerza para entrar en el juego. Era lógico que David lo hacía para venirse y esperaba que no pretendiera que ella volviera a venirse. No creía que fuera capaz de hacerlo.

David la sujetaba aún por las muñecas y con la otra mano la sostenía de la cadera, luego la movió hasta el sensible clítoris. Regina gimió suplicante, pero no se quejó ni le pidió detenerse. Lo estimuló lo mejor que pudo dada la velocidad con la que la embestía.

Regina no tardó nada en volver a gemir con fuerza, sorprendida por la rapidez con que su orgasmo se construía sin darle tregua a recuperarse. Estaba segura que estaría fuera de juego si volvía a venirse. Sin embargo la idea era tentadora, pues para ella no había nada mejor en el mundo que dejarse a merced de un hombre que supiera exactamente cómo manejarla en la cama.

Fue testigo de la mirada llena de deseo, de los gemidos suplicantes y entregados, de las ardientes ganas por venirse de la enigmática Reina Malvada.

—Voy a venirme muy dentro de ti —empezó a decirle viendo lo mucho que ese tipo de plática durante el sexo era del agrado de Regina que se apretó con excesiva fuerza sobre su pene—. Sí. Te voy a llenar —dijo con lujuria recordando que minutos, o quizá una hora antes, se había tragado su semen—. Voy a darte más —sentenció y fue cuando Regina sollozó alto, empezando a venirse—. ¡Carajo! —gimió David desde el fondo de su garganta al ser consciente que el orgasmo de Regina había sido líquido, mojando su vientre, su intimidad y con seguridad la cama.

Se abalanzó sobre ella, la tomó del rostro con la mano libre y la besó con fiereza mientras sus embestidas se tornaron erráticas hasta que llegó. Gimiendo y gruñendo en medio del demandante beso mientras se derramaba en lo más profundo de ella que también gimió ante la acción.

En cuanto terminó, soltó las muñecas de Regina que luchaba por recuperar el aliento. Se recostó jalándola con él, envolviéndola entre sus brazos, acariciándole la espalda, el cabello y dejándole pequeños besos en la sudorosa frente. Disfrutando de al fin haber logrado que Regina se pusiera en sus manos y satisfecho de haberla hecho venir tantas veces que perdió la cuenta. Estaba seguro que, a partir de ese momento, Regina sería incapaz de resistirse.