Y después de medio siglo, les traigo el nuevo capítulo de esta historia. Lamento mucho, mucho la tardanza, pero las circunstancias actuales no me permiten escribir como solía hacerlo.
Muchas gracias a todos los que me dejaron like, kudos, estrellitas, comentarios y reviews en el capítulo pasado.
Este capítulo está dedicado a todas aquellas personitas que me pidieron actualización de esta historia.
Espero les guste…
El bello momento de ego y satisfacción duró lo suficiente para que David pensara en su próximo movimiento: Haría que Regina permitiera que se quedara toda la noche con ella. Obviamente lo haría teniendo sexo para que al día siguiente no le fuera posible levantarse temprano a fin de que les dejara un tiempo libre a su hermana y los demás por la mañana.
Alejó un poco la cabeza para observar que la bella mujer entre sus brazos aun respiraba agitada, manteniendo los hermosos ojos cerrados. Metió sus dedos entre le negro cabello deslizándolos por el mismo, repitiendo la acción tan pronto como terminaba de recorrer la longitud de la sedosa cabellera. La escuchó suspirar y apretarse más contra él por lo que continuó con toda la intención de relajarla lo suficiente para que se quedara dormida.
Desde luego fue algo que no consiguió. Regina abrió los bellos ojos y lo miró con detenimiento, como tratando de descifrar sus intenciones, hasta podría decir que había desconfianza en la enigmática mirada.
Oh, la ironía…
Antes de que ella tuviera siquiera la intención de decir algo, David le alzó el bello rostro por el mentón y la besó despacio, sin prisas ni exigencias. Un acto sutil que tenía la intención de cambiar el juego, de encender la llama de la pasión y poco a poco irla avivando hasta fundirse los dos.
—Tienes que marcharte —dijo Regina tan pronto como fue capaz de escapar del encantador trance en que David la sumió. Sabía que si le permitía seguir no habría forma de frenar ese encuentro.
—Pero… —trató de debatir. Sin embargo, calló al ver que la hermosa mujer se alejaba de él. Se movió rápido para detenerla cuando trataba de abandonar la cama. La tomó de un brazo, la jaló y se posicionó sobre ella de inmediato. Le dio un beso fogoso y arrebatado que no admitía tregua alguna.
Regina no fue capaz de resistirse. Respondió al demandante beso y las intensas caricias no se hicieron esperar. David alargó una mano en dirección a la cabecera de la cama, buscando las restricciones que ella usó en él la vez anterior. Tanteaba, pero no lograba encontrar nada. Eso lo hizo distraerse un poco, dejar de besarla y fue cuando la escuchó reír.
De inmediato supo que Regina planeaba cada uno de los encuentros. Todo fríamente calculado.
—Las cosas conmigo no son tan fáciles y sencillas, Encantador.
"Pero por supuesto que no", pensó el asesor. Fue cuando de imprevisto se vio de espaldas al colchón, con la bella imagen de Regina Mills sobre él, mirándole desde esa posición, majestuosa e imponente, haciéndolo sentir como el más fiel de los súbditos.
—¿Qué piensa hacer conmigo, Majestad? —preguntó, aferrándola de las perfectas caderas con ambas manos. Ella sonrió engreída y se inclinó hasta dejar la tentadora boca a nada de la suya.
—Echarte de aquí si no te vas por tu cuenta —respondió, arqueando una ceja perfectamente perfilada.
David sintió que se quedó helado por la frialdad con la que Regina lo estaba tratando. Recibió un beso pausado en los labios. Ambos mantuvieron los ojos abiertos, mirándose.
—Pensé que nos estábamos divirtiendo —dijo David con aire dolido mientras Regina se levantaba, tomaba su albornoz negro y se lo ponía.
—Justo por eso es que debes irte —le sonrió, al tiempo que ajustaba la cinta alrededor de su estrecha cintura—. No querrás arruinarlo —amenazó con sutileza.
Él sonrió de medio lado. Se puso de pie y caminó hasta ella. La tomó por la nuca para besarla con fiereza, envolviendo el bello cuerpo con su brazo libre para aferrarla contra sí mismo. Se inclinó un poco sobre ella haciendo que tuviera que arquear la espalda.
—Está bien. Me iré. Solo porque sé muy bien que lo disfrutaste. Mucho más de lo que te gustaría admitir —jadeó sobre la entreabierta boca. Se irguió y la soltó, caminando después hacia donde su ropa estaba para vestirse—. ¿Cuándo nos veremos de nuevo?
Regina se mordió el labio inferior al verlo de espaldas a ella. Tenía una espalda fornida, hombros y brazos fuertes, bellas nalgas y piernas trabajadas. Se cuestionó brevemente por qué lo estaba corriendo, por qué no le hacía caso a sus deseos de quedarse en la cama con él y follar toda la bendita noche hasta que no pudiera más.
Y es que sí. Sí. Le encantó ese encuentro y no solo lo disfrutó, lo gozó y moría por volver a estar así con él, pero su obligación y orgullo no le permitían mandar todo al carajo y regresar a la cama con él.
—Te lo haré saber tan pronto como me sea posible —respondió, relamiendo sus labios. Acomodó un mechón de cabello tras su oreja y aclaró la garganta, cruzándose de brazos después.
—No tardes mucho —le sonrió encantador, terminando de acomodar su ropa. Le fascinó ver el leve sonrojo en las mejillas de la bella mujer frente a él—. Moriré de deseo cada segundo recordando tus excitantes gemidos, Majestad —rio divertido al verla abrir los ojos grandes. Le lanzó un beso y abandonó la habitación, cerrando tras él.
En cuanto la puerta se cerró Regina se apresuró hacia ahí. Tomó la perilla de la puerta, pero no se atrevió a girarla para salir, aunque las ganas se lo exigieran. Lo único que en ese momento sabía es que el próximo encuentro tenía que suceder lo antes posible.
Una vez más el subjefe de seguridad lo esperaba en las escaleras para acompañarlo a la salida. Estaba tan extasiado por lo que acaba de suceder que no le importó que Keith lo mirara con cara de pocos amigos. Tampoco reparó en que prácticamente fue echado de la mansión. Se apresuró a su auto, subió y manejó mientras cantaba a todo pulmón.
Llegó al apartamento de su hermana y entró, encontrándose con la rubia cenando muy relajada y contenta su parecer.
—Buenas noches, Príncipe Encantador.
—Buenas noches —sonrió divertido y extrañado de que Emma lo llamara así.
—¿Quieres cenar?
—Sí —respondió, quitándose la chaqueta que dejó sobre el sofá. Emma se puso de pie para servirle mientras él tomaba asiento en la mesa—. Se ve delicioso —comentó al ver su plato. La rubia volvió a tomar asiento quedando frente a él.
—Cuéntame. ¿Cómo lo lograste? —Lo vio atragantarse un poco con la cena, pero tenía mucha curiosidad—. ¿Qué fue lo que hiciste para conseguir que se fuera cinco minutos antes?
—Son muchas preguntas y sabes bien que no responderé ninguna.
—Es que estoy sorprendida. Estamos sorprendidos —aclaró—. Regina es difícil, es apretada. Te tengo fé, pero en verdad pensé que te llevaría más tiempo —confesó.
—Fueron solo cinco minutos, Emma.
—¡Por eso! —exclamó eufórica—. Entiende que es un gran logro —explicó riendo al ver a su hermano alzar una ceja y sonreír engreído—. Ahora dime, ¿cómo le hiciste?
—¡Que no! —David alzó la voz y rio divertido al ver a su hermana enfurruñarse.
La alarma del celular sorprendió a Regina en la habitación de encuentros. Despertó desorientada, tomando el móvil para silenciarlo y constatar la hora. Se levantó apresurada, saliendo de ese lugar para dirigirse a su habitación.
Después de que David se fue ella tomó un baño frío que ayudó a contrastar la temperatura de su ardiente piel. Se vistió con un pijama ligero y se recostó en una orilla de la cama esperando que su cabello se secara. No le gustaba usar el secador para ello, prefería dejar que sucediera natural a fin de no maltratarlo.
Mientras esperaba su mente repetía sin cesar las imágenes de lo ocurrido con David. Tenía la garganta un poco adolorida por haber llevado una y otra vez el bien proporcionado pene dentro de su boca. También por los gemidos que logró arrancarle durante el acto. Se maldijo mentalmente por ello. Le parecía que de alguna forma las cosas con David estaban sucediendo demasiado rápido, pero al mismo tiempo deseaba más encuentros y mucho, mucho más de él. Con todos esos pensamientos rondando por su mente se quedó dormida en esa habitación.
Le fue fácil retomar su rutina matutina. Era experta en ello por lo que justo a tiempo estuvo bajando para desayunar y emprender camino hacia el corporativo llegando, como siempre, extremadamente puntual.
Otra vez gente de aquí para allá yendo a sus lugares de trabajo como si de una emergencia se tratase. Siguió andando sin prestarles la más mínima atención en sí, aunque sí hizo nota mental de la asistencia en general y, como ya era costumbre, Mary Margaret no estaba y desde luego que no se iba a molestar en preguntar.
—¿Qué hay para hoy, señorita Red? —preguntó a su asistente una vez que estuvo instalada en su oficina. Se acomodó en su silla y volteó a verla. Fue cuando se dio cuenta que su impulsivo proceder del día anterior tuvo consecuencias: Ruby parecía contenida, como si quisiera decirle algo, pero no se atreviera. Lo entendía. No era algo común en ella irse minutos antes sin tener alguna reunión de trabajo agendada. Lo más seguro es que sospecharan algo o tal vez era simplemente su propia paranoia. Regina solo rogó porque no se atreviera a preguntar ni decir nada al respecto.
—La mañana libre. Por la tarde Adam Gold solicita videoconferencia con usted, a las cuatro de la tarde.
—Confirma la reunión —indicó Regina esbozando una serena sonrisa porque siempre era grato hablar con él. Ruby asintió—. ¿Algo más? —preguntó, alzando una ceja. Era absurdo, pero tenía la leve esperanza de que David hubiera solicitado una reunión con ella.
—No —respondió la asistente, notando la leve decepción en el rostro de su jefa.
—Gracias, señorita Red.
Ruby salió apresurada de la oficina. Emma ya la esperaba con el café de Regina en la mano y un portavaso. Los tomó, regresó a colocar la taza sobre el elegante escritorio y después salió de nuevo.
—¿Y bien? ¿Cómo la viste? ¿Está diferente? —Emma la bombardeó con preguntas.
—Puedo jurar que sí —respondió Ruby con entusiasmo y ni siquiera sabía por qué. Le emocionaba pensar en que Regina tuviera un amorío. Se lo merecía. Trabajaba demasiado y tenía su vida personal echa a un lado, como si no importara. Al menos esperaba que una aventura la hiciera reflexionar al respecto y tenía la tranquilidad de que David no le iba a hacer daño.
Y, mientras Regina trabajaba algo inquieta y molesta por la falta de noticias del apuesto asesor, éste terminaba de negociar la renta del lujoso departamento para luego concentrarse en adquirir lo necesario para sus planes con la bella Regina Mills.
Las horas siguieron pasando y para Regina el tiempo pasaba lento, como una verdadera eternidad. Revisaba constantemente su celular a la espera de un mensaje de David. Por poco lo saca volando cuando llegó uno, pero era de August. Gruñó bajito, respondiendo casi de inmediato.
Soltó el celular con algo de brusquedad. Hacía mucho que no experimentaba esa frustración. En su cabeza resonaba una sola pregunta: ¿Por qué no le hablaba? ¿Era acaso que estaba esperando a que ella lo hiciera primero? Porque si era así se iba a quedar esperando.
Siguió trabajando, o al menos eso intentó porque lo único que hizo fue seguir reflexionando. Sí, quedó de decirle cuándo sería su próximo encuentro, pero una parte de ella tenía la esperanza de que él no pudiera esperar.
El aviso de la videoconferencia con Adam Gold en la pantalla la sacó de esa pequeña tormenta que nublaba su mente. Cerró los ojos, exhaló largamente por la boca y se dispuso a atender la reunión.
Las reuniones con él siempre eran amenas. Gold nunca fallaba en darle palabras de aliento, en paternarla hasta cierto punto y resaltar el excelente trabajo que estaba haciendo al frente del corporativo. La escuchaba con atención, la aconsejaba y siempre la invitaba a pasar unos días en Storybrooke para que se relajara. Una invitación que Regina siempre declinaba con la excusa de que el trabajo no se lo permitía.
Adam solo sonreía sereno mientras asentía, haciéndole ver que entendía, pero lo cierto era que el socio no aprobaba la esclavitud laboral a la que Regina se había sometido por sí misma.
David contrató a un agente que se hizo cargo de recibir las compras y adecuar una de las habitaciones del lujoso apartamento para sus juegos eróticos. Era un espacio que tendría todo lo inimaginable para hacer fantasías realidad. Sabía bien que Regina no era ajena a esas experiencias, pero tenía la esperanza de conseguir sorprenderla.
Y, hablando de la que se estaba volviendo la dueña de sus pensamientos, se preguntó cuánto tiempo le tomaría a la bella mujer decirle cuándo sería su próximo encuentro. No le importa que fuera antes de que terminaran con los arreglos de la habitación. Cualquier momento y lugar eran perfectos para estar con ella.
La tentación se apoderó de él, agarró su celular, abrió WhatsApp, buscó el contacto de Regina y abrió una conversación. Empezó a escribir, borró, volvió a escribir y al final no se decidió. De nueva cuenta para el dolor de su orgullo y sus bolas aguardaría hasta que ella se dignara a reportarse. Solo esperaba que no tardara mucho tiempo.
La puerta del apartamento se abrió de golpe, dejando pasar a una Emma furiosa que no paró hasta que la tuvo enfrente, haciéndole saber que su molestia tenía que ver con él.
—Haz. Algo —habló con dientes y puños apretados, haciendo pausa en cada palabra que brotó con el más puro de los corajes de por medio.
David con ojos grandes por la sorpresa reparó en la hora que divisó en su ordenador. Pasaban al menos cuarenta minutos de la hora habitual de llegada de Emma.
—Esa maldita bruja se cobró caro los cinco minutos —siguió vociferando mientras se dirigía a la cocina seguida de David quien, al no reparar en la hora, no preparó nada de cenar.
—Sé que estás molesta, pero no es necesario que la llames bruja. —No le gustó que su hermana se refiriera así a Regina.
—¿Y cómo quieres que le diga después de que intenta esclavizarnos?
—¿Qué no es la Reina Malvada? —tanteó haciendo una mueca.
—Sí. Regina, su real Majestad. A quien no se le da la reverenda gana ser una jefa normal, que estampa su real trasero en su silla y no lo mueve de ahí hasta que le da su real y maldita gana, ¡arrastrándonos con ella!
La mención del trasero de Regina hizo que David no pudiera evitar sonreír de medio lado.
—Estoy tan furiosa que ni siquiera quiero saber qué es en lo que estás pensando. —Se acercó a él y le apuntó con un dedo—. Haz lo que tengas qué hacer, David. Secuéstrala por unos días, amarrarla a la cama. ¡Lo que se te ocurra!, pero necesito que esto comience a cambiar ya.
Regina llegó molesta a la Mansión. Esperó lo más que pudo en la oficina, con la esperanza de que David se dignara a enviar un mensaje o a aparecer, pero ninguna de las dos cosas sucedió.
Estaba tan frustrada que ni siquiera quiso cenar. Optó por irse a su habitación, tomó un baño y mientras lo hacía lanzó un gruñido de fastidio al recordar las manos de él sobre su cuerpo, el bien proporcionado pene deslizándose en su palpitante interior que empezaba a cosquillear con el solo pensamiento.
Salió, secó su cuerpo procurando dejar su mente en blanco a fin de no pensar en él. Se puso su pijama, hizo su rutina de cuidado de la piel, agarró un libro y se metió a la cama a disfrutar del mismo, dejando que su mente volara con las maravillosas palabras escritas, muy lejos del rubio de ojos azules.
Al día siguiente Regina llegó extremadamente temprano a la oficina, dándole un buen susto a todo el empleado que llegó minutos antes y se la encontró ya instalada en su oficina. Emma salió de su apartamento dejando a su hermano bajo amenaza de actuar ese día y, al recibir un mensaje de Ruby donde decía que la Reina Malvada había madrugado, corrió como alma que llevaba el diablo para evitar llegar siquiera un minuto tarde.
La mañana transcurrió a muy buen ritmo para David. Trabajó un poco desde su portátil y salió veloz cuando le avisaron que los trabajos en el lujoso apartamento que rentó habían concluido. Al llegar quedó maravillado con los resultados, pensando en que ese espacio sería testigo de muchas sesiones llenas de diversión, adrenalina y orgasmos. Desde luego que procedió a probar todo a fin de confirmar la seguridad. Bajo ninguna circunstancia expondría a Regina a algún peligro dentro de ese lugar.
Distinto fue para Regina que pasó una mañana ajetreada, llena de contratiempos con el proyecto. Una reunión de imprevisto con los socios y el coraje atravesado porque David no daba señales de vida. Mientras los hombres mayores hablaban y hablaban, ella no dejaba de pensar en enviarle un mensaje al asesor. Sería muy fácil entregarse al arrebatado impulso y hacerlo, pero era tan orgullosa que no se lo iba a permitir a sí misma. Si su estrategia era hacerse el importante se iba a joder. Dejó el celular sobre la mesa y, por primera vez después de casi veinte minutos, se dignó a ponerles atención.
David tuvo la oportunidad de comer con Emma en el apartamento y decidió que era el momento de compartirle las nuevas noticias.
—Rente un apartamento.
—¿Para qué?
—¿Cómo que para qué, Emma? —preguntó haciendo notar que la respuesta era obvia.
—¿Ahí es donde vas a llevar a Regina una vez que la secuestres?
—Sí, ahí la voy a llevar y no, no la voy a secuestrar —aclaró. La rubia soltó una carcajada, pero después se puso muy feliz.
—No me importa tener que compartirte con ella. Lo único que quiero es que ya se le quite lo apretada.
David solo negó con la cabeza y torció los ojos. A los pocos minutos Emma regresó a trabajar. Así que él optó por comprar algunos suministros para su apartamento. Necesitaba lo básico para desayunar y cenar al menos. Colocó las cosas en la nevera, en la alacena y donde correspondía, procurando así que el lugar fuera habitable, que se sintiera como un apartamento de soltero y no como el lugar de encuentros eróticos que realmente era.
El reloj marcó las cuatro de la tarde de ese viernes. Regina redactaba algunos correos electrónicos. Estaba cansada, el día resultó realmente agotador y aún faltaban dos horas para salir. Su plan para esa noche incluía una cena tranquila, un baño relajante, una película que fuera sencilla de ver y, si tenía ánimos, jugar consigo misma. Su celular indicó la entrada de un mensaje. Contuvo la respiración, revisó el móvil y, el sentimiento de satisfacción que la inundó, fue indescriptible. Era David con un lindo mensaje que reforzaba la idea de que era ella quien tenía el control.
"No se olvide que estoy esperando por usted, Majestad. Tenga un poco de piedad"
Inhaló profundamente, disfrutando de su pequeño triunfo. Leyó de nueva cuenta el mensaje, mordiendo su labio inferior mientras pensaba.
"Lo veo a las ocho en mi oficina" respondió y se sorprendió con la rapidez que recibió una respuesta.
"Ahí estaré".
Se leía como una promesa que Regina esperaba fuera cumplida. Así es que poco antes de la hora de salida, llamó a Ruby.
—Dile a todos que pueden retirarse tan pronto como sea hora —indicó—. Me quedaré al menos una hora más y no quiero ver a nadie cuando salga, ¿entendido? —preguntó, mirando a su asistente con recelo, haciéndole ver que era una orden tal cual y no algo opcional.
—Sí, señorita Mills.
—Gracias —espetó, volviendo de inmediato la atención a los papeles que leía, escuchando a su asistente salir apresurada.
"Por favor dime que vas a verla" leyó David. Era un mensaje de Emma.
"Sí" respondió.
"Eres el mejor"
El asesor sonrió. Su hermana sí que exageraba, aunque la entendía. No era divertido ni sano que Regina los obligara a cumplir con más tiempo del oficial. Dudaba mucho que consiguiera algo tan pronto, pero no perdía nada con intentarlo. Ya tenía muy en claro que las cosas con Regina serían graduales. La bella mujer estaba resultando ser todo un reto y eso, lejos de molestarle, le parecía emocionante.
Cuando las ocho de la noche se acercaban emprendió rumbo hacia la corporación Mills. Por la hora en que lo citó intuía que, ahora sí, estarían solos en la oficina. No podía esperar por ese encuentro. Regina debía estar verdaderamente desesperada y deseosa como para haberlo hecho ir hasta ahí.
Estacionó su coche, caminó hacia la entrada y las puertas le fueron abiertas en una clara señal de que lo esperaban. Nadie le dirigió la palabra, pero no le pasó desapercibido que quienes lo estaban recibiendo era la gente de seguridad personal de Regina. Frunció el ceño al reparar en que esa escolta siempre los acompañaría a todos lados y se preguntó entonces si ella estaría dispuesta a ir al apartamento con él. Es decir, esos hombres los iban a seguir y esperarían por ella hasta que se fuera de ahí.
El lugar estaba vacío. No había nadie rondando por lo que no tardó mucho en llegar hasta la oficina de la señorita Mills. La puerta se encontraba abierta, así que entró sin anunciarse.
—Llegaste —puntualizó Regina desde su asiento tras el escritorio. Tenía una pluma en la mano y le sonreía engreída.
—Buenas noches, señorita Mills —saludó con cordialidad. Ella dejó el bolígrafo sobre los papeles. Se puso de pie, se acercó quedando a tan solo uno o dos pasos de él. El afrodisiaco aroma de la enigmática mujer llenó sus sentidos. No pudo evitar escudriñarla de los pies a la cabeza. Llevaba una falda negra pegada que le ayudaba a lucir las espectaculares piernas, zapatillas con medias negras y una blusa gris de satín que se abotonaba por el medio. El cabello impecable al igual que el maquillaje.
Sonrió satisfecho con la bella imagen, alargó las manos para alcanzarla, pero recibió un pequeño manotazo que resonó por la oficina. Pasó de largo hacia la pequeña mesa circular.
—Cierra la puerta —indicó mientras tomaba asiento sobre la superficie.
David hizo lo indicado. Volteó y sintió su cuerpo entero llenarse de emoción al verla con mirada seductora dirigida a él. Caminó despacio, sin prisa hasta llegar a ella. Se acomodó entre las tentadoras piernas, apoyó ambas manos a cada lado del hermoso cuerpo y se apoderó de los tersos labios.
El beso pasó de algo simple a algo intenso en cuestión de nada. Regina lo sujetaba de la chaqueta jalándolo hacia ella mientras se empujaba hacia él que se había apoderado del perfecto trasero, también jalándola hacia él y empujándose hacia ella.
—Estás ardiendo, Majestad —siseó David besando pronunciadamente el suculento cuello que le era ofrecido.
—Mucho —respondió Regina sin aliento, disfrutando de los ardientes besos. Sus manos fueron rápidas y, en un par de segundos, ya tenía una de ellas metida entre las ropas del asesor, masajeando el semi erecto pene. El gemido que David emitió hizo su cuerpo vibrar y su sexo palpitar de puro deseo.
Las manos del rubio abrieron sin delicadeza los primeros botones de la blusa gris, lo suficiente para dejarle una vista el pecho de Regina. Bajó las copas negras que jugaron el papel de soporte para los preciosos senos. Atacó el izquierdo, mordisqueando, chupando y estimulando con la lengua, sintiendo como se iba endureciendo. Ella soltó su pene y alzó el pecho, dándole un mejor acceso. Se pasó al pezón derecho dándole el mismo trato y, usó la mano derecha para internarla entre los muslos, bajo la falda negra. Sintió calor tan pronto como la introdujo y gimió con ardor al sentir que la ropa interior estaba húmeda.
—Estás mojada —gimió desde el fondo de la garganta. Su pene dio un tirón ante la anticipación de estar dentro de ella, envuelto en la palpitante y estrecha vagina.
—Es la idea —comentó a pesar de que se estremeció cuando los dedos la tocaron ahí donde el deseo se había acumulado—. Rápido —urgió.
A David no le importaba la razón de la prisa que Regina tenía. Él también quería follar ya. Así que, preso de la excitación, le arrancó la ropa interior, obteniendo una queja sorpresiva de la bella mujer entre sus brazos.
El reclamo murió en la garganta de Regina porque dos dedos la penetraron de imprevisto y se movieron con rapidez en su interior. Se mordió el labio inferior para no gemir por el increíble placer que la embargó al sentirlos deslizándose dentro y fuera de ella. Su vagina se apretaba con fuerza alrededor de los dedos que la estimulaban con precisión.
Fue algo que duró casi nada. Los dedos abandonaron su interior. Sus piernas fueron abiertas con algo de rudeza obligándola a aferrarse con ambas manos a la orilla de la mesa para tener algo de balance. Le alzó la falda, dejando al descubierto sus sexys medias que llegaban hasta los muslos. La atrajo hacia él, colocando el glande húmedo y caliente contra la entrada a su cuerpo.
David la tomó por la mandíbula y habló justo sobre los labios rojizos que se encontraban entreabiertos.
—Lo que su Majestad ordene —jadeó David. Estampó sus labios con los de ella y le introdujo la lengua hasta casi la garganta mientras entraba introducía su pene de un solo empujón, haciéndola gemir con fuerza en medio del dominante beso.
Las embestidas no se hicieron esperar. La mesa se estremecía con el rudo vaivén. Regina se sentía incapaz de emitir sonido alguno y es que el ritmo que David imponía la tenía en el más puro estado de dicha. Se sentía maravilloso. Sus senos rebotaban con la misma fuerza en que era penetrada y era tanta la facilidad con que el pene se deslizaba en su interior que era un hecho que se encontraba obscenamente mojada.
Ansiaba como nada abandonarse al placer, dejarlo hacer lo que le placiera con ella, pero aun sentía la molestia de su falta de atención durante el día anterior. La hizo esperar mucho por él y no se lo iba a perdonar tan fácil.
—P-para… pa—¡ah!-ra —pidió, haciéndose hacia atrás para que el pene saliera de su interior.
—¿Qué ocurre? —preguntó David, un tanto confundido.
—Siéntate —ordenó Regina haciendo un gesto con el rostro para que entendiera que quería que se sentara en una de las sillas.
—Oh, con que quieres jugar —dijo bajando sus pantalones y ropa interior para luego tomar asiento—. Ven a sentarte en tu trono, Majestad. —Palmeó esa parte de su anatomía mientras que pene se erguía orgulloso y brillante gracias a la lubricación de Regina.
La bella mujer sonrió de medio lado mientras se subía sobre él. Lo agarró del cabello y jaló hacia abajo, obligando al rubio a alzar el rostro. Apresó la varonil mandíbula y le dio un hambriento beso. Movió sus caderas con fuerza, restregando su cuerpo caliente contra el duro e hinchado pene. Las manos masculinas la sujetaron por los muslos, pero no se atrevieron a detenerla.
—Regina —la llamó en medio de un jadeo pesado cuando ella rompió el demandante beso—. Creo que voy a… —No pudo terminar la frase porque Regina volvió a besarlo con arrebato y, sin aflojar el agarre al que lo sometía por los rubios cabellos, usó la otra mano para colocar el pene justo contra la entrada a su interior y, sin perder tiempo, se empaló sola en él.
—Eres mío —sentenció a media voz y los ojos de David se oscurecieron al instante. Fue algo mágico, excitante que propició una extraña atmósfera que los envolvió a los dos.
Dios… Nunca en su vida se había sentido tan poseído como en ese momento. Los bellos ojos marrones brillaban con intensidad. La mirada era fuerte, dominante, poderosa que hizo a su cuerpo vibrar de emoción ante esas palabras.
¿Qué carajos estaba pasando? Se preguntó brevemente, pero le fue imposible seguir reflexionando porque Regina empezó a mecerse sobre él con fuerza y rapidez. Apretó los ojos y entreabrió la boca porque el placer era indescriptible. Los dientes de Regina se encajaron en su cuello justo en el punto donde éste se unía con el hombro, arrancando un doloroso y placentero gemido que resonó por toda la oficina.
Los muslos y las manos le temblaban por la casi insoportable sensación. Regina se hizo hacia atrás, cambiando el ángulo de penetración, usando sus manos para sostenerse de sus hombros que apretó con fuerza. Los hipnotizantes senos rebotaban con fuerza ante sus ojos, invitando a tomarlos con su boca, pero no podía, no podía hacerlo porque se encontraba atrapado por el bello rostro de la que llamaban la Reina Malvada.
Parpadeó un par de veces, siendo consciente que su respiración era excesivamente pronunciada, que su pecho subía y baja con irregularidad, que sus gemidos guturales escapan de su boca y que Regina llegaba al clímax, encajando las uñas en su pecho por encima de la ropa.
Fue un orgasmo tan fuerte el que Regina consiguió que David no pudo evitar venirse. La envolvió entre sus brazos y la jaló hacia abajo mientras alzaba las caderas para alcanzar el punto más profundo de ella y justo ahí se descargó, bombeando ardiente y espeso semen en estrecho interior que parecía estarlo ordeñando.
Gimió fuertísimo. No lo pudo evitar y, la bella risa que Regina emitió, lo habría hecho reír también si no estuviera en medio de su orgasmo.
—Se siente tan bien cuando te vienes adentro, Encantador —dijo Regina envolviendo el cuello de David con sus brazos y besándolo con pasión. Después de eso se levantó del regazo del asesor y entró al baño.
David aún jadeaba y se sentía incapaz de moverse en ese momento. Sin embargo, tuvo que obligarse a hacerlo. Metió su pene dentro de los pantalones y arregló lo poco que su camisa estaba desordenada. Mientras lo hacía, ella salió del baño.
—Estropeaste mis pantaletas —observó Regina al levantar la prenda gris de encaje, rota. Una mano le arrebató la tela.
—No las necesitas —dijo mientras la tomaba por la estrecha cintura y la besaba con deseo—. Ven conmigo. Voy a llevarte a un lugar especial.
—Imposible.
—Te va a encantar. No es público —puntualizó para que no pensara que correrían el riesgo de ser vistos.
—Dime donde —solicitó con firmeza, apoyando las manos en el amplio pecho para hacerse un poco hacia atrás y mirarlo a los ojos.
—Es una sorpresa. —Le alzó las cejas un par de veces.
—No soy fanática de las sorpresas.
—No involucra a nadie más. Solo tú y yo.
La curiosidad se apoderó de Regina y, tomando en cuenta que era viernes, no veía problema en aventurarse unas horas más y ver lo que el rubio había preparado. Dudaba mucho que la fuera a llevar al apartamento de Emma, así que no podía negar que le intrigaba.
—Voy a acceder a su petición, señor Nolan.
David asintió emocionado. Regina tomó su bolso y salió de su oficina sin esperar por él por lo que no tuvo más opción que seguirla. Les abrieron la puerta cuando llegaron a la salida.
—Acá está mi coche —colocó una mano en la espalda baja de Regina e intentó guiarla, pero ella se quitó evitando el contacto físico y caminó por su cuenta. David se apresuró para abrirle la puerta y ella asintió agradecida mientras entraba al auto—. Me supongo que tus custodios vienen con nosotros —comentó una vez que estuvo dentro en el asiento del piloto. Habló mientras se ponía el cinturón de seguridad.
—Estás en lo correcto. No es de mi agrado como te habrás dado cuenta, pero suelo elegir mis batallas con ellos.
El rubio sonrió divertido arrancando el coche. Condujo con calma por las calles mientras era seguido por la oscura camioneta que no se le despegaba para nada.
—Por cierto, lo de la oficina fue espectacular —dijo David.
—Lo sé —respondió Regina sin voltear a verlo, parecía absorta en la ciudad.
A los pocos minutos estuvieron justo frente al apartamento. El asesor estacionó el coche, bajó y lo rodeó para abrirle la puerta a Regina, pero esta no esperó por él. Descendió por su propia cuenta.
—Vamos —la invitó y ella avanzó. Entraron al lujoso edificio, tomaron el ascensor que los dejó en la puerta del apartamento—. Bienvenida —dijo David abriendo la puerta para que pasara.
Regina se sorprendió de verdad. El lugar era amplio, lujoso y elegante, tanto que llegaba a incomodar de primera instancia, pero no era nada que ella no hubiera visto cientos de veces ya. Incluso la mansión era odiosamente elegante.
David la tomó de una mano. Regina volteó a ver ese punto y después alzó la mirada hacia él que le sonrió alzando las manos de ambos para depositar un cálido beso en la de ella. Fue un gesto gentil y caballeroso que, absurdamente, le gustó. Se sentía algo tonta cuando dejaba que ese tipo de cosas influyeran en ella.
La llevó hasta una puerta que no demoró en abrir revelando su interior. Se quedó congelada en su sitio, entendiendo a la perfección lo que eso significaba.
—Ahora sí empieza la diversión, Majestad —le dijo al oído provocando que un escalofrío le recorriera toda la espina dorsal.
