Gracias a todos por seguir la historia, por leer, por dejarme saber que les gusta, por hacer comentarios y reviews. Se los agradezco mucho porque así me dejan ver que la historia les gusta y/o interesa.

Este capítulo está dedicado a MakotaTaeny9 por su no tan reciente cumpleaños, pero tampoco tan pasado aún 🙈 tarde pero seguro y con cariño.

Espero les guste y puedan perdonar cualquier error.


David relamió sus labios, entreabrió la boca e inhaló profundo contra el cabello de Regina, dejándose embriagar por el exquisito perfume de la bella mujer mientras sus manos se apoderaban de las preciosas caderas.

Miró con orgullo la habitación, iluminada a la perfección con la única intención de que cada rincón fuese visible. Quería que Regina, a quien le acariciaba con sutileza las caderas, lo viera todo sin excepción. Que imaginara cada posible escenario, lo que pasaría ahí dentro entre ellos, que pudiera visualizarse con él. Le parecía erótico y excitante. Apartó con cuidado el negro cabello para exponer el delicado cuello del lado izquierdo depositando un beso ahí. Jadeó bajito al sentir el casi imperceptible estremecimiento que causó en ella.

Lo que el asesor ignoraba es que la mente de Regina era un caos. Lo podía ver todo, por supuesto que sí. La elegante cama BDSM con postes y argollas para ataduras por doquier con un espejo en el techo y otro a uno de los lados. Había un sillón largo y otro individual, ambos de color negro. Una X de madera con sus respectivas argollas, algunas bancas de bondage, una máquina de sexo y una silla tántrica. Había además una sección de cuerdas, cadenas, arneses de cuero, restricciones y collares. Otra con antifaces, fustas, látigos, paletas y mordazas de todo tipo. Una más donde se exhibían con iluminación vibradores, dildos, bolas chinas anales y vaginales, buttpugls de varios tamaños y estilos, succionadores y masajeadores de clítoris, esposas, pinzas para pezones, para el clítoris, ganchos anales y lubricantes. Al fondo de la habitación podía verse lo que con seguridad era el cuarto de baño con un jacuzzi y una regadera.

La respiración se le empezó a acelerar y no por placer, sino por el recuerdo vívido que la perturbaba cada vez que intentaba regresar a un lugar así. Fueron los segundos más largos de su vida.

—No puedo —dijo al fin, dándose la vuelta con brusquedad para salir del apartamento lo más rápido que le fue posible.

David, que se encontraba muy sorprendido por la reacción, fue tras ella. Alcanzándola del otro lado de la puerta que quedó abierta, viendo como Regina llamaba con insistencia al elevador.

—Regina, ¿qué sucede? —preguntó, haciendo un intento por detenerla y que le contara.

—Nada.

—¿Cómo nada? —insistió—. Estás huyendo como si…

—¡No me pasa nada! —exclamó entrando al ascensor tan pronto como este se abrió. Se giró para cerrar y fue cuando se encontró de frente con la azul mirada del asesor. Pasó saliva con dificultad pues él no la estaba juzgando, por el contrario, parecía realmente consternado y eso la hizo molestarse consigo misma—. No me sigas —advirtió y David negó con la cabeza mientras miraba hacia el techo con la impotencia plasmada en su apuesto rostro. Regina alcanzó a verlo darse la vuelta para caminar hacia el interior del apartamento cuando las puertas del elevador se iban cerrando.

Se abrazó a sí misma acurrucándose en una esquina del frío ascensor en espera de la planta baja. Salió apresurada del mismo y también del edificio, subiendo a la camioneta lo más pronto que le fue posible.

Y, mientras iba rumbo a su mansión, David se encontraba molesto y preocupado por igual por la situación. No era estúpido, conocía muy bien esos signos. Solía suceder entre quienes tenían ese tipo de prácticas. No necesitaba ser adivino para saber que algo había salido muy mal para ella en una habitación de juegos. Así que sí, en ese momento, bebía un poco de vino con coraje mientras maldecía al imbécil que se había atrevido a hacerle daño a Regina durante una sesión.


La mañana encontró a Regina en vela. Por fortuna era sábado y no era día de oficina oficial por lo que en teoría no había prisa alguna, pero para ella, para Regina Mills, sí que lo era.

Se levantó como todas las mañanas, siguiendo su rutina habitual a pesar de sentirse cansada por le desvelo. Al poco rato estuvo instalada tras su escritorio, lista para trabajar. Los fines de semana en la oficina le gustaban porque el lugar se encontraba vacío. No había empleados corriendo de aquí para allá al verla, no había una agenda que seguir y no había nadie que llegara tarde. Era una experiencia diferente que le agradaba.

A pesar de que lo intentó, no le fue posible concentrarse. En su mente se repetía una y otra vez su impulsivo actuar la noche anterior por lo que volvía a reprocharse el haber huido del apartamento del rubio que con seguridad ahora se replanteaba si lo mejor era seguir con lo que tenían.

Tomó su celular y envió un mensaje a Graham Humbert, quien, además de ser su investigador cibernético personal por ser un hacker profesional, fue una de sus primeras parejas con quien experimentó mucho. Incluso en la actualidad era con quien se sacaba las ganas cuando no tenía con quién -que era muy seguido-. No confiaba en nadie más que en él con esos temas.

"Anoche me llevó a su apartamento. Creó una habitación de juegos y no pude." Escribió, enviando el mensaje segundos después, segura que no tardaría en recibir respuesta por parte del cazador cibernético como le gustaba llamarse a sí mismo.

"Vaya, vaya. Tenemos a todo un experto en la materia. Pocos como él jaja. Fuera de broma, si quieres seguir adelante tienes que hablarlo para que te sientas en confianza. Lo veo en tu rostro cada vez que estamos juntos, Regina. Tienes el deseo vehemente por volver a vivir esa experiencia. No por lo que hizo ese hijo de puta vas a privarte de esos placeres. Eres mucho más que eso", leyó y sonrió de medio lado. Graham la conocía muy bien y sabía siempre qué decirle. A pesar de que conocía su mala experiencia y que compartían la cama de vez en cuando, no la había presionado ni una sola vez para volver a una habitación de juegos.

Cerró los ojos y exhaló con fuerza. No era tonta, siempre supo que existiría la posibilidad de que David la invitara a una sesión de juegos, pero pensó que querría llevarla a un club y ella respondería que no, que no visitaba esos lugares, que volvieran a la Mansión, a su habitación de encuentros donde se sentía segura y en control. Jamás imaginó que el asesor buscaría un apartamento para crear una habitación de juegos.

Lo peor es que le causaba gracia el haberlo subestimado. ¿Cómo no lo pudo anticipar?

Apretó las manos un par de veces. Las tenía frías y buscaba templarlas. Lo cierto es que era pura ansiedad por tener frente a ella la oportunidad de volver a entregarse por completo a esos placeres. David no le había dado ni un solo motivo para desconfiar de él. Ni siquiera la juzgó con la mirada en el ascensor cuando cualquier otro lo habría hecho sin dudar. Dios, le apenaba tanto su comportamiento porque con eso no demostró seguridad, control ni poder como se suponía debía hacerlo en todo momento. No por nada era la Reina Malvada.

Un mensaje interrumpió sus pensamientos. Miró el celular y por un segundo pensó que se trataba de David. Si era él tendría que darle explicaciones y no se sentía segura de hacerlo. Hacer eso llevaría a que la confianza entre ellos se fortaleciera y no sabía si era lo correcto.

Apretó los ojos, ahuyentando el pensamiento y agarró el celular para leer.

"¡Vamos comeeeeer! Estoy en la ciudad". Soltó el aire contenido. Era Kathryn, su mejor y única amiga. Suspiró aliviada.

"Estaré ahí a mediodía", respondió sintiéndose entusiasmada puesto que tenía tiempo de no verla, estaba un tanto intranquila y una plática con ella le vendría de maravilla.


La mañana de David no distó mucho de la de Regina. Una buena parte de la noche la pasó en vela, dándole vueltas a la repentina huida de la llamada Reina Malvada. Se imaginó escenarios en los que pudo ocurrir lo que la hacía reaccionar así y, obviamente, ninguno le gustaba. Lo cierto es que se trataba de especulaciones, nada seguro hasta que ella no hablara.

El problema era que no tenía idea cómo lo iba a conseguir. Regina era complicada en ese sentido y si bien la noche anterior prácticamente huyó del apartamento, también mostró determinación al ordenarle que no la siguiera y eso, muy seguramente incluía el no llamarla. Lo meditó apenas un par de segundos, pero luego decidió que era momento de ponerse los pantalones y actuar puesto que no consideraba correcto dejarla sola. Seguro pensaría que no le importaba o que quería terminar el acuerdo.

Agarró el celular, abrió WhatsApp y se dispuso a redactar un mensaje que esperaba no sonara muy desesperado:

"Me quedé muy preocupado. Por favor, permítanme hablar contigo". Lo leyó y sí, sonaba algo desesperado, pero ahora que la idea estaba escrita la consideraba perfecta. Envío el mensaje, colocó el celular sobre su pecho y cerró los ojos.

Entonces el móvil sonó. David abrió los ojos de golpe y respondió tan pronto como se recuperó de la confusión al ver que no se trataba de su Reina Malvada.

—¡Madre! —saludó entusiasta y se estiró lo más que pudo sobre la cama mientras la escuchaba invitarlo a desayunar al apartamento de Emma—. Enseguida voy.

Colgó la llamada, se metió a bañar, optó por ponerse unos jeans oscuros, una camisa azul marino y su chamarra negra de cuero. Cuando llegó allá tuvo una calurosa bienvenida por parte de su madre y una muda llamada de atención por parte de su hermana.

Y, mientras Ruth hablaba de lo mucho que amaba estar sentada en la mesa junto a sus hijos, Emma miraba enfurruñada a David quien, en contraste, la retaba con la suya. La rubia no perdió tiempo cuando la madre de ambos se levantó al baño dándoles sin querer la oportunidad de hablar en privado.

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó entre dientes. Habló muy bajito y cerca de su hermano.

—Desayunar —obvió.

—Sí. ¡No! Me refiero a que se supone que debías amanecer con Regina en tu apartamento. ¿Qué no tuviste sexo con ella anoche?

—Nadie ha dicho que no lo hice.

—¿Entonces?

—¿Quieres detalles? —preguntó con tono de fastidio, viéndola con determinación. Ella abrió los ojos grandes y la boca, aparentemente sorprendida para mal—. ¿Quieres que te diga lo que le hago a tu jefa, Emma? —sonrió divertido al ver la cara de espanto que puso su hermana.

—¡No! —exclamó horrorizada—. Por Dios, no.

—Es lo que has estado pidiendo todo este tiempo, ¿no?

—Sí, pero no ESO. No te atrevas a decir ni media palabra. No quiero saber de lo que tú y Regina… ¡No! —Renegó frustrada cuando su hermano estalló en risas. Se tapó el rostro sin entender cómo es que no le parecía una buena idea saber ahora que él estaba dispuesto a hablar, pero es que se trataba de su hermano y su jefa, ¡teniendo sexo duro!

—Eso pensé —dijo, limpiándose la lágrima que se asomó por uno de sus ojos—. Igual no te iba a contar nada.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Ruth al entrar de nuevo al espacio donde se encontraban.

—Emma me contó un chiste —respondió el asesor y volteó a ver triunfante a su hermana.

—¿Cuál? —preguntó Ruth, mirando a su hija, esperando a que se lo contara también.

La rubia le lanzó una mirada asesina a su hermano y después volteó a ver a su madre, sonriente, pensando con rapidez algo que pudiera decirle para seguir con la mentira, mientras que él volvía a estallar en risas.


Regina llegó puntual al restaurante y se alegró al ver a su amiga quien ya se encontraba ahí, esperando por ella. Algo que no era muy común puesto que Kathryn solía pecar de impuntual. Aun así la adoraba.

—Regina —se levantó, acercándose para abrazar con fuerza a su mejor amiga. La había extrañado—. ¿Cómo has estado? —preguntó ella tan pronto como el abrazo terminó. Quedaron tomadas de las manos.

—Muy bien, ¿y tú? —La respuesta que le dio fue automática puesto que no se encontraba tan bien como lo expresó.

—Bien —respondió, soltando las manos de Regina para tomar asiento mientras ella hacía lo mismo—. Cuéntame todo —pidió la rubia mujer al observar con detenimiento el rostro de su amiga.

Regina alzó la mirada, la fijó en Kathryn y después sonrió apenada, volteando el rostro hacia un lado por un momento. Se conocían tanto, que sabían bien cuando la otra andaba en algo.

Ordenaron sus platillos y, mientras esperaban por ellos, Regina empezó a contarle de David. Kathryn casi se ahoga con su bebida al saber que era hermano de la tal Emma Swan y estalló en risas cuando supo de la pequeña trampa que su amiga le montó al hombre.

—Eres única —la felicitó justo cuando servían los platillos.

Regina sonrió agradecida y siguió contándole mientras comían. Kathryn la escuchó atenta, riendo con cada situación donde su amiga ganaba sobre el mencionado hombre.

—Jamás pensé que encontrarías a alguien así.

—¿Así cómo? —preguntó Regina.

—Tan dispuesto —la vio sonreír de medio lado.

—Es porque no quiere desaprovechar el tiempo.

—Tú tampoco, por lo que me has contado. —Regina asintió pensativa—. ¿Crees que pueda llegar a algo más?

—¡No! Por supuesto que no. Es hermano de una de mis empleadas y vive en Inglaterra —le recordó los detalles por los cuales algo con David no podía volverse serio. Sería una locura—. Ninguno de los dos buscamos algo serio.

—Con que no sea un patán como Robin Locksley todo estará bien. —Regina torció los ojos ante la mención del indeseable hombre.

—Ni siquiera me lo recuerdes —gruñó bajito—. Y no, David no es nada como él. Empezando porque es muy apuesto, respetuoso y es muuuy bueno en la cama. Mejor de lo que esperé.

—Y ahí está el tema que nos concierne. ¿Es un señor Grey?

—Lo intenta —respondió. Se miraron unos segundos y terminaron soltando una carcajada las dos—. Lo cierto es que no va a durar mucho. Así que es perfecto para pasar un buen rato.

Kathryn asintió sin creerle nada. La conocía tan bien que podía ver la ilusión en la mirada de Regina cuando hablaba de David y el rostro llenársele de anhelo. Sabía que su amiga tenía parejas temporales de gustos especiales y exclusivos, pero algo le decía que David era diferente. Sólo que Regina no estaba lista para aceptarlo.

Le dolía porque a veces sentía que Regina pensaba que no merecía una relación buena y por eso buscaba sexo sin compromiso. La muerte de Daniel la devastó tanto que creyó que jamás se volvería a enamorar, pero la traición de Robin la llevó a no desear abrir su corazón de nuevo para nadie más y, si bien la entendía, también anhelaba que algún día se diera la oportunidad de nuevo porque sin duda merecía ser feliz.

Por su parte, Regina alargaba lo más que podía el tomar la decisión de responderle a David o no. El recibir un mensaje de él mostrándose tan preocupado e interesado logró conmoverla. Es decir, se suponía que solo tenían sexo, no que debían platicar de sus cosas o darse explicaciones. Aunque claro, lo que el rubio deseaba saber estaba ligado al sexo.

Las horas pasaron con rapidez para las dos amigas y fue Regina quien se preocupó por la hora al mirar su reloj de muñeca.

—Es tardísimo. Debo volver a la oficina.

—¿A la oficina? ¿Estás loca? Es sábado por la tarde.

—Sí, Kathryn, pero…

—Pero nada, Regina Mills —dijo poniéndose de pie. Tomó una mano de su amiga y la hizo levantarse de la silla. Avanzó, llevándola a la fuerza con ella—. Me aseguraré que no vuelvas a esa oficina por hoy.

Regina solo río por lo ocurrente que era su amiga. No puso objeción, lo cierto era que el trabajo no urgía, podía esperar para el lunes, pero solía irse a la oficina como pretexto para no estar sola en la inmensidad de su Mansión llenándose de pensamientos que lo único que hacían era perturbarla.

Fueron de compras a la plaza más exclusiva de la ciudad, o al menos Kathryn lo hizo porque Regina se dedicó a procrastinar en su celular, evitando responder el mensaje. Veía a su amiga entrar a cuanta tienda se le puso enfrente mientras pensaba en lo que habló con ella, de no desaprovechar el tiempo, también en el mensaje de Graham. Quizá él tenía razón y debía abrirse con David, dejarlo saber cuál era la causa de su indisposición y saber si había forma de seguir adelante a pesar de ello. Suspiró largamente, no convencida de hacerlo. Abrió WhatsApp y leyó de nuevo el mensaje, insegura de nueva cuenta.

—¿Es un mensaje de él? —preguntó Kathryn. Regina, que se encontraba sentada en una banca, alzó la mirada encontrándose con la suya.

—¿Cómo sabes?

—Porque se te iluminó el rostro —respondió casi con burla.

—No es verdad —dijo poniéndose de pie. Ambas comenzaron a caminar por la plaza con dirección al estacionamiento.

—Responde que vas para allá y corre a los brazos de tu FSS.

—¿Mi qué?

—Tu Fuente de Sexo Segura.

—¡Kathryn! —volteó a constatar que el guarura, que parecía pegado como goma de mascar a su zapatilla, no hubiera escuchado. Keith Traval las seguía apenas uno o dos metros tras ellas mirando a los alrededores y a sus demás compañeros que los seguían de más lejos, cuidando cada paso que ella daba. El hombre tenía una sonrisa en el rostro que intentaba disimular revelando que por supuesto escuchó. Regina soltó el aire con fastidio. A veces le exasperaba la excesiva seguridad que su hermano ordenaba para ella.

—Ay, no te hagas la difícil. Si no me aseguras que vas con él no te dejaré ir —advirtió, aferrándola bien de un brazo.

Regina sonrió e intentó zafarse sin éxito. Miró a su amiga quien le alzó una ceja. Ella negó con la cabeza volviendo a sonreír, sin poder creer lo que Kathryn hacía en público. Por supuesto que sabía que odiaba las escenitas en público y que por nada del mundo se rebajaría a discutir con ella ahí.

La rubia la miró con una enorme sonrisa mientras daba pequeños saltitos, incapaz de contener la emoción. Si tan solo Kathryn supiera lo difícil que era para ella. No era solo el tener que confesarle a David su situación, sino que tenía que mostrarse vulnerable ante él para poder hacerlo.

—No pierdas el tiempo —sugirió su amiga con tono suplicante.

Regina la vio a los ojos sabiendo que Kathryn tenía razón. No tenía sentido huir y dejar pasar los días. David no estaría por siempre en Estados Unidos, debía volver a Inglaterra en algún moemnto y, desde ese punto de vista, el asesor se iría con lo que ella le contara y, una vez del otro lado del mundo, Regina podría fingir que no existía y ya. Iba a ser fácil seguir con su vida como si nada hubiera sucedido.


El nivel de frustración que David experimentaba era intolerable. No era posible que Regina fuera tan cerrada como para ni siquiera responderle un mensaje que mostraba su preocupación y sincero interés por ella. Dios, esa mujer sí que podía llegar a ser malvada cuando se lo proponía.

Deseaba terriblemente ponerla sobre su regazo y darle unas merecidas nalgadas para que no volviera a dejarlo así.

El pensamiento de que, hacer eso con ella podía no ser lo correcto, cruzó su mente. Es decir, ya no sabía qué tan dispuesta estaba Regina realmente. Su mente volvió a la plática que tuvieron la primera vez que estuvieron en la Mansión y recordaba que ella expresó que casi todo estaba permitido. Había algunos límites, lo cual era normal, pero no expresó nada que le hiciera pensar que no había disposición para una sesión de sexo duro en serio.

La habitación que tenía en la Mansión estaba equipada, pero distaba mucho de una habitación de juegos como tal. Era un ambiente controlado y pacifico que pasaba desapercibido con facilidad. Lo cual no era malo, era una muy buena opción e idea, pero era demasiado "ligth" a su parecer y no es que tuviera problema con ello, es que le parecía algo a considerar.

El timbre de su apartamento indicó la llegada de alguien. Frunció el ceño pues no se suponía que debía entrar cualquier persona al edificio y él no había llevado a nadie más que a Regina, y no, no podía ser ella.

Se dirigió a la puerta, la abrió y se quedó paralizado cuando la bella mujer entró sin siquiera pedir permiso. Lo hizo con una seguridad impresionante, se giró hacia él cuando consideró que había llegado lo bastante dentro del apartamento, haciéndole un gesto con la cabeza y mirada para que cerrara la puerta. Fue cuando se dio cuenta que se quedó como idiota, ahí parado nada más.

Se detuvo un momento para observarla. Estaba bellísima, como solo ella podía estar, llevaba un vestido entallado de color morado, con un escote sexy en V, medias transparentes negras y zapatillas altas del mismo color. Se veía tensa a pesar de la seguridad que aparentaba.

—Siento presentarme sin anunciar —dijo Regina, sobando sus manos, moviendo su peso muy apenitas de una pierna a otra buscando sobrellevar el nerviosismo que sentía. Lo vio cerrar la puerta.

—Esta es tu casa y puedes venir cuando quieras sin avisarme —dijo David, dando un par de pasos hacia ella—. ¿Gustas algo de tomar? —ofreció.

—No, gracias.

Él asintió y se acercó más, pasando de largo enseguida de ella para llegar hasta la sala donde, con un gesto, la invitó a sentarse.

Regina tomó asiento en uno de los sillones y David lo hizo en otro, asegurando el espacio entre ellos algo que solo consiguió que ella se sintiera expuesta, aunque su lado racional le decía que era normal, que el gesto era lindo dado su comportamiento. No podía esperar que él la abrazara cuando fue ella misma quien puso distancia.

—También lamento el haberme ido así anoche. Fue grosero de mi parte y lo siento —se disculpó. El rubio asintió sereno y Regina pasó saliva, rogando porque fuera él quien hiciera las preguntas para solo responder y no tener que contar.

David se estaba esforzando por darle su espacio a Regina, pero lo cierto es que tenía el impulso de sentarse a su lado, envolverla entre sus brazos, llenarla de besos para transmitirle seguridad y escuchar lo que tuviera que decir.

—No tienes que disculparte —dijo una vez que se dio cuenta que ella no parecía dispuesta a hablar tan fácil. Sin embargo, no había duda que a eso había ido ahí—. Solo me gustaría entender —la bella mujer asintió acomodándose en su lugar, delatando sin querer su nerviosismo—. Sabes que, como alguien que tiene este estilo de vida, imagino lo que pudo sucederte.

—Sí. Mi intención no es mentirte.

—¿Qué fue lo que sucedió, Regina? ¿Y qué pasa realmente?

—Una mala experiencia.

—Lo sé —dijo asintiendo.

—Sucedió en una habitación de juegos y eso hace que me sea imposible volver a una.

David inhaló profundamente, tratando de contener su enojo. Cómo odiaba a las personas que abusaban de los escenarios para satisfacer sus necesidades sin importarles dañar a su compañero.

—¿Qué te hizo? —preguntó directo, haciendo evidente la molestia que sentía. Regina pareció indecisa de hablar—. Necesito saberlo para no repetirlo.

—Dudo que lo hagas —dijo ella, esbozando una pequeña sonrisa—. Fue algo tan simple como que no respetó mi palabra segura durante un juego —tragó pesado y agachó la mirada hacia sus manos que tenía sobre el regazo.

El rubio apretó los labios para no soltar groserías al aire. La persona en cuestión era un perfecto imbécil. La palabra segura debía existir, pero existía para no ser utilizada nunca. Jamás debió llevar a Regina al punto de necesitarla y lo peor era que no paró cuando la escuchó. No quería ni imaginarse la escena, la desesperación que ella debió sentir a merced de un jodido hijo de puta.

—Entiendo —expuso levantándose de su asiento para ponerse junto a ella. La tomó de las manos que tenía frías y las llevó hasta sus manos para besarlas—. No tienes que seguirme contando si no quieres. No tenemos que usar la habitación de juegos. No lo necesito —ofreció, acomodándole un mechón de cabello tras la oreja.

—S-sí me gustaría volver —confesó Regina sintiendo el corazón en la garganta, latiendo con tanta fuerza que le retumbaban los oídos al grado de aturdirla.

—Cuando te sientas segura y lista —asintió, sonriendo por la disposición que estaba mostrando. Le colocó una mano sobre la mejilla y le dio un tierno beso en los labios—. Solo quiero que sepas que conmigo estarás segura en todo momento, que voy a respetar tus decisiones ahí dentro y que nunca considerarás siquiera usar tu palabra segura.

—Manzana —sonrió Regina, alzando una ceja con altivez por la simpleza de la palabra que David eligió.

—Ya sé —rio apenado, pero es que fue lo primero que se le ocurrió aquella vez. Debía ser algo que incluso ella recordara con facilidad.

—Mi palabra siempre ha sido Beetlejuice —le contó y aguardó por la reacción de David quien soltó una pequeña risa.

—Eso me hará reír sin duda —dijo, pensando en lo divertido que sería estar en medio de una sesión excitante y escuchar el nombre de ese personaje. Aunque claro, si llegaba a escucharla era porque algo andaba mal, pero lo cierto es que no era algo que podía pasar desapercibido.

—Era la idea, pero a Baron Samdi no le importó cuando la escuchó. Se rió y no se detuvo, siguió, haciendo que la experiencia fuera una de las más espantosas de mi vida.

David la envolvió entre sus brazos y la aferró contra su pecho mientras le acariciaba la espalda con ambas manos.

—Lo siento tanto, Regina. Nadie debería pasar por eso durante una sesión de juegos.

Ella asintió aferrándose a la camisa azul marino de David con ambas manos. Recordando la crueldad con la que, al hombre que le gustaba ser llamado Doctor Facilier durante el sexo, la ignoró y siguió, disfrutando de su sufrimiento y desesperación.

—Gracias. Por si te lo preguntas, el desgraciado está en la cárcel. No iba a permitir que siguiera abusando de nadie más —expresó con coraje hacia el despreciable hombre.

El asesor buscó el bello rostro de Regina, se lo sostuvo con las dos manos y ella colocó las suyas sobre sus muñecas, la besó despacio y sin descanso, dejando que los segundos pasaran en calma. Al final, le depositó un beso en la frente, sorprendiéndose cuando ella volvió a abrazarse a él en una muda muestra de confianza.

—Quédate a dormir esta noche —propuso después de unos minutos donde no hizo más que disfrutar de ese abrazo que la supuesta Reina Malvada le daba. Ella se irguió, separándose de él, mirándolo fijo a los ojos—. Solo a dormir —aclaró acariciándole el rostro con una mano.

Regina mordió levemente su labio inferior. Estaba indecisa, quedarse a dormir era íntimo. Preferiría que la invitara a tener sexo durante toda la noche, pero dormir, eran palabras mayores. Sin embargo, algo dentro de ella la urgía a aceptar. No le apetecía irse sola a casa, no deseaba perder el tiempo con él pues, además del acuerdo que tenían, le gustaba la confianza que se estaba creando entre ellos. Si se iba solo se atormentaría con los pensamientos sobre lo que David pensaría de ella después de lo que le contó, pero si se quedaba se sentiría más segura en ese aspecto. Así es que, en contra de lo que su instinto de supervivencia le dictaba, se decidió.

—Está bien.