La sonrisa que David esbozó fue deslumbrante, al menos para Regina que se prohibió a sí misma soltar el maldito suspiro que le nació desde el pecho. El rubio la hipnotizaba sin la más mínima de las intenciones, ¿debía preocuparse por ello o simplemente dejarse sentir?

—Un momento —pidió, sacando de su bolso el celular para enviar un mensaje.

—¿Trabajo? —preguntó David, enarcando una ceja.

—Uno de mis custodios subirá con algunas cosas que necesito —explicó sin apartar la mirada del móvil. Envío el mensaje y volvió su atención al rubio que la veía con cara de confusión. Sonrió mientras negaba con la cabeza—. No voy a dormir maquillada y sin pijama —respondió a la silenciosa pregunta que él le hacía.

David asintió apretando los labios para no decirle que en ese lugar se pretendía que no necesitaran ropa. Sin embargo, se abstuvo. Lo hizo porque la invitación que hizo fue para quedarse y obviamente dormir.

—¿Tienes hambre? —preguntó, poniéndose de pie casi de un salto porque no se sentía capaz de seguir a un lado de ella sin brincarle encima. Regina era demasiado en todos los aspectos para él y le resultaba irresistible de una forma inimaginable. Caminó hacia la cocina—. Podemos pedirte algo —sugirió porque no la invitó para que se pusieran a cocinar y él ya había cenado.

—Ya cené —respondió poniéndose de pie, caminando hacia donde David se encontraba.

Se miraron fijamente a los ojos desde una distancia prudente, cada uno pensando algo del otro, deseándose en silencio, pero sin atreverse a actuar. No supieron cuánto tiempo pasó, pero el sonido del timbre los hizo sobresaltarse rompiendo el momento.

—Debe ser Keith —dijo Regina, dirigiéndose a la puerta con David tras ella.

El asesor se apresuró para ser él quien abriera, revelando del otro lado al custodio que hizo una leve inclinación de cabeza cuando vio a Regina, como si de una verdadera reina se tratara.

—Señorita Mills —dijo, dirigiéndose respetuosamente a ella. Le extendió la pequeña maleta que David tomó por ella.

—Gracias, Keith. Que tengan una linda noche —se despidió, notando que el custodio le lanzaba una mirada poco amigable a David antes de responderle.

—Buenas noches —correspondió al amable gesto de Regina, se dio la vuelta y la puerta se cerró tras él.

Regina no se detuvo a preguntar a David qué pasaba con Keith. Conocía al guarura lo suficiente como para saber que, por órdenes de August, tenía la encomienda de hacerle saber al rubio que lo vigilaban constantemente.

—¿De dónde consiguió todo tan rápido? —preguntó David mientras se dirigía hacia la habitación principal que era la que le daría a ella para que durmiera lo más cómoda posible.

—Siempre traigo conmigo algunas cosas que pueden serme útiles —respondió entrando a la amplia habitación que tenía un aire elegante. Lo vio colocar la pequeña maleta sobre la cama.

—Aquí dormirás —dijo mientras caminaba hacia el pequeño vestidor—. Hay más mantas y almohadas por si las necesitas —ofreció. Luego se dirigió al baño—. Hay toallas, papel higiénico, pasta dental. Creo que estarás bien —le sonrió porque la bella mujer se encontraba parada enseguida de él en el marco de la puerta.

—Es usted muy amable, señor Nolan.

—Estoy para servirle, Majestad —le sonrió ampliamente y amó con cada fibra de su ser la sonrisa que le arrancó a Regina quien negó con la cabeza mientras se alejaba de él.

—¿Dónde dormirás? —cuestionó.

—En el estudio hay un sofá cama muy cómodo —respondió porque la otra habitación, la que era realmente la principal, era la habitación de juegos.

Regina se abstuvo de reprenderlo por invitarla a dormir cuando no tenía en realidad una habitación para ofrecerle. No consideraba adecuado que durmiera en un sofá, pero sabía que si decía algo él le diría que no tenía problema para compartir la cama y no caería en esa trampa. Se preguntó brevemente por qué había aceptado entonces. Pensamiento que se vio interrumpido por la cercanía excesiva del apuesto asesor de preciosos ojos azules y sonrisa encantadora.

—¿Gustas una copa? —preguntó con un ligero aire seductivo que no podía evitar porque Regina lo provocaba sin intención. Ella no estaba haciendo nada, solo estar ahí en su habitación, a escasos centímetros de su cama, mirándolo con elegancia mientras enarcaba con altivez una de sus perfectas cejas.

—Me encantaría —respondió, siendo ella quien abandonó primero la habitación.

David se apresuró a llegar a la cocina, servir las copas de vino para ofrecerle una a Regina. Ella la tomó con delicadeza, enganchó su mirada con la de él y bebió un trago. Aguardó hasta que él hizo lo mismo y entonces habló:

—Ruby te dijo que este es el vino que me gusta, ¿cierto? —preguntó, disfrutando de ver al rubio a punto de atragantarse con el trago que tomaba—. Podría apostar que tienes mi helado favorito en la nevera —Lo retó mientras tomaba asiento en uno de los bancos de la isla de la cocina.

—No cabe duda que eres astuta —dijo, abriendo la nevera para mostrarle que efectivamente tenía el helado.

—Más bien tú eres demasiado predecible, encantador.

—Tendré que esforzarme por no serlo entonces —habló seductor. Cerró la nevera y se acercó a Regina quien tenía una sonrisa engreída plasmada en el bellísimo rostro.

Los malditos nervios se apoderaron de Regina ante la cercanía del rubio que para su sorpresa no adoptó un porte seductor a pesar de que fue así como habló. Alzó la mirada encontrándose con la de él y por un momento se perdió en el azul profundo.

—¿Para qué quieres esforzarte? —La honesta pregunta abandonó su boca antes de que pudiera siquiera pensarlo. Se reprendió mentalmente al instante, pero ya era tarde.

—Porque lo vales, Regina —respondió con voz baja, frunciendo ligeramente el ceño al no entender cómo es que dudaba que valía la pena esforzarse por ella.

La sinceridad con la que David habló logró tocar fibras sensibles en Regina. Hacía tiempo que no experimentaba esa revoloteante sensación en el pecho que terminaba arremolinaba en su vientre. El primero en provocar eso en ella fue Daniel, su más grande amor, y el último, lamentablemente fue Robin, a quien prefería no recordar. Fue cuando razonó que no debía pensar en David así, mucho menos hacer relación con él y los hombres de los que se había enamorado. Así es que no, no podía permitir que eso entre ellos tomara otro rumbo.

—No es necesario que…

—No trato de conquistarte —se adelantó, interrumpiendo pues sabía que había tocado terreno sensible y que Regina volvería a subir las impenetrables paredes que había forjado a su alrededor—. Quedamos en que esto es temporal y que solo deseamos divertirnos, pero eso no significa que tengamos que ignorarnos. Podemos pasar ratos agradables, sin presión, como buenos compañeros de aventuras sexys y salvajes.

Regina esbozó una sonrisa, agachó momentáneamente la mirada y se acomodó un mechón de cabello tras la oreja, emocionada.

—Pero eso no quiere decir que no tenga unas ganas tremendas —hizo énfasis en esa palabra, e incluso cerró los ojos —, de llevarte a la cama, amarrarte y follarte hasta que no puedas más.

—¿Me quieres amarrar a la cama? —preguntó, enarcando una ceja, manteniendo la sonrisa divertida.

—Demasiado cliché. Lo sé —hizo un puchero—, pero, ¿qué le vamos a hacer?

—¿Eres de los incorregibles? —preguntó, volviendo a llevar la copa a sus labios para degustar un poco más del delicioso vino.

—Eso tendrás que averiguarlo por ti misma en ese cuarto —dijo, señalando con un dedo el sitio por donde la mencionada habitación estaba.

—Suena tentador.

—Es la intención —admitió, tomando por fin asiento enseguida de ella quien volvió a tomar otro trago mientras volteaba a verlo con los bellos ojos grandes y expectantes—. Tengo qué preguntar y qué saber —tomó la mano libre de Regina entre las suyas—. Sin presiones para volver a la habitación —aclaró antes de continuar—, ¿cuál era la escena cuando pasó lo del hombre ese? No quisiera ponerte en esa misma posición.

Regina apretó los labios, cerró los ojos y asintió mientras exhalaba largamente antes de responder:

—Suspensión con inmovilización total y bloqueo sensorial visual y auditivo. No estaba amordazada —aclaró, aunque fuera obvio pues le contó que usó la palabra segura.

David asintió dándole un suave apretón en la mano. Tenía el ceño ligeramente fruncido, luciendo muy atento y comprensivo, casi como si se preocupara por ella en realidad.

—¿Por qué no lo pusiste en tu lista de cosas no permitidas? —preguntó con interés.

—Porque contrario a lo que te he dicho no eres tan predecible, encantador —respondió, mirándolo directo a los ojos—. Jamás pensé que crearías una habitación de juegos. No estaba en los planes pisar una contigo más allá de la de la mansión.

—Con un ambiente bastante relajado y en control —dijo, recordando bien que eso fue lo que pensó en su momento cuando conoció el lugar.

—Exacto. —Exhaló por la nariz, fastidiada consigo misma. Le costaba trabajo exponerse tanto, era muy incómodo y las alertas en ella se encendían porque eso volvía todo más íntimo entre ellos, pero al mismo tiempo era la única forma para conseguir la confianza necesaria con él para entrar a la habitación—. Y no lo puse como algo no permitido porque no estoy en contra de la suspensión, la inmovilización o los bloqueos sensoriales —aclaró.

—¿Fue la combinación? —preguntó y ella negó con la cabeza.

—En un punto toda la escena se volvió insegura. Me asusté, pedí parar y él no lo hizo.

—¿Te estaba… ?

—Tortura consensuada —respondió antes de que pudiera terminar la pregunta pues podía notar lo incómodo que le resultaba al apuesto asesor tocar ese tema—. Baron se perdió por un momento y quiso seguir a pesar de que yo ya no.

—Qué hijo de puta —dijo entre dientes mientras se llenaba la copa de vino y bebía un buen trago. Regina acercó su copa que con gusto llenó.

La observó detenidamente cuando ella bebió otro poco con suma elegancia. Tenía un semblante sereno, no el altivo habitual, parecía dispuesta a sumergirse en la atmósfera agradable y de confianza que se estaba creando.

—¿Y tú? —preguntó rompiendo el extrañamente cómodo silencio que de pronto surgió entre ellos.

—Nunca me ha pasado algo así. A lo mucho que he llegado es que usen la palabra segura y yo mismo la he usado, pero nada más.

—¿Qué hiciste para que la usaran?

—Se arrepintió de último momento. No fue precisamente que yo hiciera algo —contó con orgullo porque si de algo podía presumir era de ser muy cuidadoso cuando dominaba.

—¿Y qué sucedió para que tú la usaras? —continuó con su pequeño, pero interesante interrogatorio. David hizo una mueca, como si el recordar no fuese agradable.

—Humillación verbal —respondió, apretó los labios y continuó—. Iba empezando en este mundo. Yo lo pedí. Pensé que me gustaría, pero no fue así.

—Es por eso que está en tu lista de lo no permitido —afirmó Regina, entendiendo un poco más al rubio y el porqué de sus límites.

—Sí y no. Lo probé porque quería ver qué se sentía. Sin embargo, no me veo humillando de ninguna forma a mi compañera. Acaba por completo con mi entusiasmo y excitación.

Regina apretó las piernas que tenía cruzadas para calmar el cosquilleo en su intimidad. No sabía por qué, pero el escuchar que se esforzaba por ser prácticamente un príncipe en las habitaciones de juegos, la prendía y hacía que naciera en ella las ganas por meterse a ese cuarto con él.

Bebió el resto de su copa de un solo trago cuando se impidió a sí misma preguntarle cómo fue que inició con ese tipo de prácticas. Lo hizo porque era obvio que si preguntaba él haría lo mismo y no estaba segura de querer compartir eso con él. No veía la necesidad, mucho menos cuando al final él se iría y quizá no lo volvería a ver en la vida.

David sonrió haciendo gala de su encanto y decidió platicarle a Regina sobre su vida en Inglaterra. Siguieron bebiendo de la copa mientras le platicaba algunas anécdotas que hicieron reír a la hermosa mujer con despreocupación. El asesor suspiró porque la risa natural de Regina era lo más hermoso que había escuchado en su vida y Dios… la forma en que se le iluminaba el rostro la hacía lucir bellísima.

La cantidad de alcohol no era demasiada, pero fue suficiente para desinhibir a Regina quien, sintiéndose más en confianza, se quitó las altas zapatillas, sacó el helado de la nevera, tomó la cuchara que David puso frente a ella y comenzó a consumir directo del bote dejando sorprendido al rubio que jamás pensó que ella sería capaz de algo así con lo elegante y refinada que era.

El turno de Regina llegó y le contó a David cómo era estar al frente de la compañía con esa bola de socios de la vieja escuela que lo único que hacían a veces era entorpecer la operación. Le platicó además de August, de los negocios qué tenía, de los libros que escribía y de lo mucho que la cuidaba mientras ambos comían helado del bote.

—¿Sucedió algo que lo pusiera tan paranoico? —preguntó con una media sonrisa por la exageración del hermano de Regina. Se llevó otra cucharada a la boca.

—La muerte de mi madre —respondió, volteando hacia el techo mientras cerraba los ojos y soltaba un largo suspiro—. Pero no es algo de lo que desee hablar —aclaró, dejando la cuchara sobre la isla—. Es mejor irnos a descansar.

David, al notar el cambio en Regina quien ese momento recogía sus zapatillas del suelo, supo que tocó un tema por demás sensible.

—Fue una linda velada, encantador. Te lo agradezco —dijo mientras caminaba hacia la habitación que le fue designada.

Cuando escuchó la puerta cerrarse, David entendió que efectivamente, no habría acción. Metió el resto del helado a la nevera y llevó las cucharas junto con las copas al fregadero para lavarlas. Lo cierto es que él nunca tuvo la intención de hacer un primer movimiento esa noche. Cuando le propuso beber lo dejó todo al criterio de Regina. Si ella quería desde luego que aceptaría, pero no sería él quien insistiría y lo cumplió a pesar de que, en varios momentos, tuvo el deseo de besarla hasta dejarla sin aliento.

Secó sus manos cuando terminó, se dirigió al estudio donde dormiría, cerró la puerta, encendió su contador portátil y se dispuso a investigar.


Horas más tarde Regina daba vueltas en la cama sin poder dormir. Después de entrar en la habitación se cambió de ropa, se desmaquilló y se puso su elegante pijama gris oscuro de dos piezas. Se acomodó para conciliar el sueño, pero nunca lo consiguió.

Miró la hora en su celular, sorprendiéndose al ver que eran casi las tres de la mañana. Dejó el celular sobre su estómago y gruñó bajito, pues eso significaba que había arruinado su ciclo de sueño oficialmente. Ya podía verse el lunes con ojeras monumentales y un humor de los mil demonios por no dormir bien. Lo cierto es que no lo lograba porque le sentaba mal dormir en camas ajenas, aunque debía admitir que esa era bastante cómoda. No le molestaría en lo absoluto tener sexo desenfrenado sobre ese colchón.

Y ahí estaba de nuevo, el pensamiento que no la dejaba conciliar el sueño, y es que ¿quién podía hacerlo cuando en otra de las habitaciones estaba el increíble rubio que follaba como los dioses?

Se sentó de golpe, ¿en verdad había pensado eso? Arrugó el gesto, tratando de ahuyentar el pensamiento que por supuesto se negaba a abandonar su mente al recordar que David le dijo que podía demostrarle de lo que era capaz en la habitación de juegos. O al menos eso fue lo que su cerebro registró.

La maldita y tentadora habitación de juegos a la que podía sentir desde las entrañas que ansiaba volver. Lo meditó un poco y se decidió. Se puso de pie y salió con cuidado de la habitación. Era entrada la madrugada así que de seguro David estaba en su quinto sueño. Detuvo su andar cuando estuvo frente a la puerta, colocó la palma izquierda sobre la madera y tomó con la derecha la perilla que giró mientras rogaba porque estuviera abierta. Pensaba que sí pues no era como que alguien pudiera entrar y ver algo que no debía. Solo estaban David y ella. Sonrió con satisfacción cuando la puerta cedió y no demoró en entrar cuidando ser silenciosa. Inhaló profundamente, exhalando de la misma forma al verse dentro de la habitación de juegos.

La sensación que recorrió su cuerpo fue electrizante al contemplar el lugar. Los gustos de David eran exquisitos, desde la cama hasta el jacuzzi, los detalles bien cuidados, la correcta iluminación y la exhibición de los juguetes creaban un ambiente perfecto para jugar. Se podía imaginar claramente ahí en cada uno de los rincones del increíble lugar.

—Se antoja, ¿cierto?

La voz de David provocó un sobresalto en ella que se dio la media vuelta para encararlo. El apuesto rubio vestía solo un pantalón de dormir y exhibía sin pudor alguno el bien formado torso que por alguna extraña razón deseaba acariciar en ese momento.

Por su parte David estaba maravillado. Regina, la bella, enigmática y sensual mujer estaba frente a él, vestida en un pijama de finísima tela, descalza, sin gota de maquillaje y no podía creer lo increíblemente hermosa que se veía al natural.

—¿Sueles asustar así a tus visitas? —preguntó, cruzándose de brazos y apoyando el peso en su pierna derecha.

—No —sonrió, alzando los hombros—. Pero no todos los días una bella reina se escabulle por las habitaciones a mitad de la noche.

Regina no pudo evitar sonreír de medio lado e incluso negar un poco con la cabeza mientras fijaba la mirada en los dildos y vibradores, posándola después en los paletas, fustas y látigos, sintiendo el despertar de eso que había en ella que no deseaba otra cosa más que dejar que el apuesto hombre frente a ella le hiciera lo que quisiera.

¿Qué le impedía hacerlo?: Nada, lo sabía bien y aun así no entendía por qué no se soltaba.

—Te dejaré sola para que disfrutes la experiencia —ofreció David porque había una razón por la cual Regina entró ahí y no la iba a privar de ese deseo.

La confusión se apoderó de ella al verlo dar media vuelta para salir. David estaba siendo demasiado caballeroso y comprensivo, cualquier otro en su lugar la habría tomado entre sus brazos y besado hasta convencerla, pero el rubio no. Él estaba decidiendo dejarla, darle su espacio y decidir por su cuenta.

Dios, ¿qué clase de hombre era David? Con un jodido demonio, parecía un maldito príncipe encantador y pervertido sacado de un retorcido cuento de hadas.

Y ella, lo estaba dejando ir…

—Encantador. —Lo detuvo cuando estaba por perderse en el apartamento. Aguardó hasta que él regresó, quedándose justo en el marco de la puerta, ni adentro ni afuera. El corazón le latía en la garganta, lo podía sentir con claridad porque iba rapidísimo—. Si vas a hacerlo, hazlo ya —demandó, mirando al rubio con el ceño fruncido.

Él alzó una ceja con interés al no dar crédito al nivel de orgullo de Regina. ¿Qué buscaba, que la doblegara? ¿Era tan difícil decirle que quería una sesión? Meditó brevemente su próximo movimiento porque podía notar el nerviosismo en ella y no estaba seguro de que eso fuera lo correcto.

—Si lo hago será porque tú quieres que lo haga. Y para eso, deberás ser muy específica —aclaró con firmeza.

Un delicioso escalofrío la recorrió por completo al escucharlo hablar así y pudo sentir su cuerpo empezar a arder por él.

—Lo quiero —habló segura de su deseo, alegrándose al verlo asentir y cerrar la puerta.

David se acercó hasta ella, le tomó el bello rostro, se lo alzó y la besó con calma. Regina colocó las delicadas manos en sus brazos cuando el beso se intensificó.

Las manos del asesor bajaron para abrazarla. Las de ella le acariciaron los hombros, el cuello y la nuca. Después él agarró la parte de arriba del pijama de Regina y lo subió hasta sacárselo por los brazos que ella alzó sin protesta. Volvieron a prenderse en un beso que era ahora ardiente, apasionado y que David decidió terminar, agarrándole de los brazos y haciéndola quedar de espaldas a él.

—Aquí no eres mi esclava, ni mi sumisa —le dijo con voz grave y agitada al oído—. Eres mi compañera —aclaró, agarrando ahora el pantalón del pijama para bajarlo junto con la ropa interior, dejándola desnuda.

Regina abrió los ojos al sentir que caía al punto sin retorno cuando eso ni siquiera comenzaba. Se preguntó brevemente si eran las ansias que tenía por vivir la experiencia de nuevo o porque David tenía el poder de joderle la mente. Si era lo segundo, realmente estaba en problemas.

Sus pensamientos se fueron al carajo cuando las manos subieron con lentitud por sus piernas, pasaron por sus caderas, la cintura, los costados y siguieron por su torso, acariciándole los pechos donde los pezones ya habían endurecido.

—Arrodíllate en medio de la cama, viendo hacia el frente y espera por mí —le habló con sensualidad y se abstuvo de darle una nalgada.

La dejó para ir a elegir lo que iba a utilizar para ella en esa sesión. No quería ser muy duro, pero tampoco suave ya que podía notar que lo que Regina requería era de mano firme y era lo que le iba a dar.

Regina avanzó tan pronto como dejó de sentir a David. Se subió de rodillas a la cama, que tenía suaves sábanas color negro, colocándose en el centro, mirando hacia el frente, aguardando por él como lo pidió. La habitación no estaba fría, el clima era agradable, pero sentía un poco de escalofrío en el cuerpo por el nerviosismo de volver a estar así: desnuda, en una habitación de juegos, muriendo de deseo y ansias por saber qué es lo que David haría.

Contuvo el aliento cuando lo escuchó caminar tras ella, miró hacia un lado de reojo y sin moverse, viendo que colocaba una jarra con agua en la pequeña mesa a un lado de la cama. Se movió de nuevo y Regina regresó su mirada al frente donde solo estaba el respaldo. Miró hacia sus manos que se encontraban sobre su regazo mientras intentaba analizar el comportamiento de David. No había hecho mucho, solo desnudarla por sí mismo, darle una orden, aunque la disfrazó de petición y dejarle en claro que no la trataría como esclava. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el apuesto rubio que se subió a la cama detrás de ella, haciéndola presa de la anticipación y el deseo en ese mismo instante.

—¿Palabra segura? —preguntó él.

—Manzana —respondió Regina. Jugaría con esa palabra de momento porque fue la que se le ocurrió a David y sentía que era lo más seguro.

—Muy bien, Majestad —elogió mientras agarraba entre sus manos la fina tela de la venda para los ojos y se la colocaba con cuidado a Regina a quien pudo ver estremecer mientras eso sucedía.

—¿Vas a llamarme así cuando estemos aquí? —preguntó sin saber si David quería que hablara o no, pero ponerse de acuerdo en eso era algo importante.

—Así es. Majestad o señorita Mills, según sienta el humor. Y tú, me llamarás señor Nolan o príncipe Encantador —estableció pues no quería que ella lo llamara solo señor, maestro o amo.

—Prefiero pastor —dijo con su habitual descaro y soltó una pequeña exclamación al recibir una nalgada.

—Me llamarás así o como te venga en gana cuando tú estés a cargo, no cuando lo esté yo —le dijo al oído mientras apretaba un poco la perfecta nalga que acababa de azotar.

Regina asintió mientras apretaba los muslos porque oh Dios, esa nalgada la sintió en su sexo que comenzó a palpitar de deseo.

—Sugiero que te comportes. A no ser que desees que te sea imposible posar tu precioso trasero en la silla de tu oficina.

Cualquiera que escuchara a David pensaría que la estaba amenazando, pero para Regina, esa era una promesa de una muy buena nalgueada que en algún momento haría que cumpliera. Lo siguiente que ocurrió fue que el rubio bajó de la cama y le colocó muñequeras de bondage. Las ajustó lo suficiente para que no pudiera liberarse, pero no las apretó al punto de hacerle daño dejándole en claro que sabía lo que hacía. Eso consiguió que Regina se relajara un poco más.

David agarró las restricciones que llevó hasta ahí, las enganchó a las argollas del respaldo de la cama y, del otro extremo, lo hizo a las muñequeras que Regina portaba. Ajustó de tal forma que la hermosa mujer quedó cómodamente atada a la cabecera. Lo siguiente que hizo fue subirse a la cama detrás de ella de nuevo, acercarse hasta quedar prácticamente pegado a la esbelta espalda. La abrazó desde ese ángulo, acariciando con sutileza la suave piel del torso.

—Está sesión es para saciar mis ganas contigo y para divertirme. Y a ti, señorita Mills, te va a encantar, porque vas a ser buena y lo vas a disfrutar —sentenció, separándose de ella.

Las palabras de David provocaron que el cuerpo de Regina se estremeciera, que su centro se apretara varias veces y que se mojara. El rubio no lo sabía, pero si seguía por ese rumbo muy pronto la tendría entre sus manos hecha un verdadero desastre. El frío que sintió cuando él se alejó hizo que jalara un poco las restricciones, acción que la ubicó en la realidad. Relamió sus labios, acomodándose mejor sobre las rodillas y fue cuando de sus labios brotó un jadeo ahogado porque dos dedos comenzaron a tocar sus labios vaginales.

David se contuvo de gemir al sentir la humedad de Regina en sus dedos. No había pasado mucho y la llamada Reina Malvada ya estaba mojada, como la buena chica en la que al parecer se convertía en las habitaciones de juegos.

Frunció el ceño ligeramente mientras apresaba un precioso seno con su mano libre. Regina era todo menos predecible y esperaba no estarla leyendo mal porque ella era tan terca y orgullosa, que con seguridad cualquier paso en falso la haría parar todo. Cerró los ojos e inhaló por la boca al escuchar los primeros gemidos, al escucharla jalar las restricciones y ver que movía las perfectas caderas buscando más de lo que le estaba dando.

Regina agitaba las caderas sin mucha fuerza, solo quería que David aumentara la estimulación pues iba por el camino correcto, pero necesitaba mucho más. Gimió bajito cuando el rubio depositó tiernos besos en su espalda y después gimió desde la garganta cuando dos dedos entraron en ella sin previo aviso.

—¿Te gusta? —preguntó con voz ronca y los labios pegados a la exquisita piel que se encontraba ardiente. La vio asentir con rapidez y eso fue suficiente para él de momento. No la iba a presionar, era muy pronto para ello. Se agachó un poco para besarle las preciosas nalgas mientras movía los dedos en el estrecho y caliente interior y, con su mano izquierda, comenzó a estimular el endurecido clítoris.

—Oh, p-por Dios —el gemido fue ahogado y agitado, porque la palabra por favor amenazaba con abandonar sus labios y eso era algo que Regina no quería permitir sucediera tan pronto. Sin embargo, el apuesto asesor sabía lo que hacía porque la estaba llevando al orgasmo con increíble rapidez. Trató de cerrar las piernas, contrajo todo el cuerpo y su mente amenazó con entrar en un punto de desesperación porque no sabía si tenía permitido venirse.

David lo notó de inmediato, la bella mujer se estaba conteniendo pues los hermosos gemidos se mezclaban ahora con pequeños lloriqueos y jadeos desesperados.

—Puedes venirte todo lo que quieras —concedió David, sonriendo al escucharla gemir mucho más alto y agitar las caderas con fuerza, montando ella misma sus dedos que estaban empapados por el exceso de fluido—. Voy a cuidarte mucho —prometió, dándole un tierno beso en la sien derecha y fue cuando Regina alcanzó el orgasmo, contrayendo el estrecho interior sobre sus dedos, sacando y metiendo el trasero, jalando con fuerza las restricciones mientras el bello cuerpo le temblaba con cada oleada de placer—. Eso es, Majestad —la elogió sin dejar de estimularle el clítoris.