Levanto la vista para mirar a través de las rendijas de la sombrilla de brezo y admiro el más azul de los cielos, un azul veraniego, mediterráneo. Suspiro satisfecha. Regina está a mi lado, tirada en una tumbona. Mi esposa, mi sexy y guapísima esposa, tiene puesto un bikini con unos vaqueros cortados a modo de short, está leyendo un libro que predice la caída del sistema bancario occidental. Sin duda se trata de una lectura absorbente porque jamás la había visto tan quieta. Ahora mismo parece más una estudiante que la presidenta de una de las principales empresas privadas de Estados Unidos.

Son los últimos días de nuestra luna de miel y estamos haraganeando bajo el sol de la tarde en la playa del hotel Beach Plaza Monte Carlo de Mónaco, aunque en realidad no nos alojamos en él. Abro los ojos para buscar al Fair Lady, que está anclado en el puerto. Nosotras estamos en un yate de lujo, por supuesto. Construido en 1928, flota majestuosamente sobre las aguas, reinando sobre todos los demás barcos del puerto. Parece de juguete. A Regina le encanta y sospecho que tiene la tentación de comprarlo. Los niños y sus juguetes…

Me acomodo en la tumbona y me pongo a escuchar la selección de música que ha metido Regina Mills en mi nuevo iPod y me quedo medio dormida bajo el sol de última hora de la tarde recordando su proposición de matrimonio. Oh, esa maravillosa proposición que me hizo en la casita del embarcadero… Casi puedo oler el aroma de las flores del prado…

• • •

—¿Y si nos casamos mañana? —me susurra Regina al oído.

Estoy tumbada sobre su pecho bajo la pérgola llena de flores de la casita del embarcadero, más que satisfecha tras haber hecho el amor apasionadamente.

—Mmm…

—¿Eso es un sí? —Reconozco en su voz cierta sorpresa y esperanza.

—Mmm.

—¿O es un no?

—Mmm.

Siento que sonríe.

—Señorita Swan, ¿está siendo incoherente?

Yo también sonrío.

—Mmm.

Ríe y me abraza con fuerza, besándome en el pelo.

—En Las Vegas. Mañana. Está decidido.

Adormilada, levanto la cabeza.

—No creo que a mis padres les vaya a gustar mucho eso.

Recorre con las yemas de los dedos mi espalda desnuda, arriba y abajo, acariciándome con suavidad.

—¿Qué es lo que quieres, Emma? ¿Las Vegas? ¿Una boda por todo lo alto? Lo que tú me digas.

—Una gran boda no… Solo los amigos y la familia. —Alzo la vista para mirarla, emocionada por la silenciosa súplica que veo en sus brillantes ojos marrones. ¿Y qué es lo que quiere ella?

—Muy bien —asiente—. ¿Dónde?

Me encojo de hombros.

—¿Por qué no aquí? —pregunta vacilante.

—¿En casa de tus padres? ¿No les importará?

Ríe entre dientes.

—A mi madre le daríamos una alegría. Estará encantada.

—Bien, pues aquí. Seguro que mis padres también lo preferirán.

Regina me acaricia el pelo. ¿Se puede ser más feliz de lo que soy yo ahora mismo?

—Bien, ya tenemos el dónde. Ahora falta el cuándo.

—Deberías preguntarle a tu madre.

—Mmm. —La sonrisa de Regina desaparece—. Le daré un mes como mucho. Te deseo demasiado para esperar ni un segundo más.

—Regina, pero si ya me tienes. Ya me has tenido durante algún tiempo. Pero me parece bien, un mes.

Le doy un beso en el borde de los senos, un beso suave y casto, y la miro sonriéndole.

• • •

—Te vas a quemar —me susurra Regina al oído, despertándome bruscamente de mi siesta.

—Solo de deseo por ti. —Le dedico la más dulce de las sonrisas. El sol vespertino se ha desplazado y ahora estoy totalmente expuesta a sus rayos. Ella me responde con una sonrisita y tira de mi tumbona con un movimiento rápido para ponerme bajo la sombrilla.

—Mejor lejos de este sol mediterráneo, señora Mills.

—Gracias por su altruismo, señora Mills.

—Un placer, señora Mills, pero no estoy siendo altruista en absoluto. Si te quemas, no voy a poder tocarte. —Alza una ceja y sus ojos brillan divertidos. El corazón se me derrite—. Pero sospecho que ya lo sabes y que te estás riendo de mí.

—¿Tú crees? —pregunto fingiendo inocencia.

—Sí, eso creo. Lo haces a menudo. Es una de las muchas cosas que adoro de ti. —Se inclina y me da un beso, mordiéndome juguetona el labio inferior.

—Tenía la esperanza de que quisieras darme más crema solar —le digo haciendo un mohín muy cerca de sus labios.

—Señora Mills me está usted proponiendo algo sucio… pero no puedo negarme. Incorpórate —me ordena con voz ronca.

Hago lo que me pide y con movimientos lentos y meticulosos de sus dedos fuertes y flexibles me cubre el cuerpo de crema.

—Eres preciosa. Soy una mujer con suerte —murmura mientras sus dedos pasan casi rozando mis pechos para extender la crema.

—Sí, cierto. Es usted una mujer afortunada, señora Mills. —La miro a través de las pestañas con coqueta modestia.

—La modestia le sienta bien, señora Mills. Vuélvete. Voy a darte crema en la espalda.

Sonriendo, me doy la vuelta y ella me desata la tira trasera del biquini obscenamente caro que llevo.

—¿Qué te parecería si hiciera topless como las demás mujeres de la playa? —le pregunto.

—No me gustaría nada —me dice sin dudarlo—. Ni siquiera me gusta que lleves tan poca cosa como ahora y menos me gusta a mi llevar tan poca cosa —Se acerca a mí inclinándose y me susurra al oído—. No tientes a la suerte.

—¿Me está desafiando, señora Mills?

—No. Estoy enunciando un hecho, señora Mills.

Suspiro y sacudo la cabeza. Oh, Regina… mi posesiva y celosa obsesa del control…

Cuando termina me da un azote en el culo.

—Ya está, señorita.

Su BlackBerry, omnipresente y siempre encendida, empieza a vibrar. Frunzo el ceño y ella sonríe.

—Solo para mis ojos, señora Mills. —Levanta una ceja en una advertencia juguetona, me da otro azote y vuelve a su tumbona para contestar la llamada.

La diosa que llevo dentro ronronea. Tal vez esta noche podamos hacer algún tipo de espectáculo en el suelo solo para sus ojos. La diosa sonríe cómplice arqueando una ceja. Yo también sonrío por lo que estoy pensando y vuelvo a abandonarme a mi siesta.

• • •

—Mam'selle? Un Perrier pour moi, un Coca-Cola light pour ma femme, s'il vous plaît. Et quelque chose à manger… laissez-moi voir la carte.

Mmm… El fluido francés de de Regina me despierta. Parpadeo un par de veces a causa de la luz del sol y cuando abro los ojos le encuentro observándome mientras una chica joven con libreta se aleja con la bandeja en alto y una coleta alta y rubia oscilando provocativamente.

—¿Tienes sed? —me pregunta.

—Sí —murmuro todavía medio dormida.

—Podría pasarme todo el día mirándote. ¿Estás cansada?

Me ruborizo.

—Es que anoche no dormí mucho.

—Yo tampoco. —Sonríe, deja la BlackBerry y se levanta. Los pantalones cortos se le caen un poco, de esa forma sugerente que tanto me gusta, dejando a la vista su precioso trasero enmarcado por el biquini. Después se quita los pantalones y las chanclas y yo pierdo el hilo de mis pensamientos—. Ven a nadar conmigo. —Me tiende la mano y yo la miro un poco aturdida—. ¿Nadamos? —repite ladeando un poco la cabeza y con una expresión divertida. Como no respondo, niega lentamente con la cabeza—. Creo que necesitas algo para despertarte. —De repente se lanza sobre mí y me coge en brazos. Yo chillo, más de sorpresa que de miedo.

—¡Regina! ¡Bájame! —le grito.

Ella ríe.

—Solo cuando lleguemos al mar, nena.

Varias personas que toman el sol en la playa nos miran con ese desinterés divertido tan típico de los monegascos, según acabo de descubrir, mientras Regina me lleva hasta el mar entre risas y empieza a sortear las olas.

Le rodeo el cuello con los brazos.

—No te atreverás —le digo casi sin aliento mientras intento sofocar mis risas.

Ella sonríe.

—Oh, Emma, nena, ¿es que no has aprendido nada en el poco tiempo que hace que me conoces?

Me besa y yo aprovecho la oportunidad para deslizar los dedos entre su pelo, agarrárselo con las dos manos y devolverle el beso invadiéndole la boca con mi lengua. Ella inspira bruscamente y se aparta con la mirada ardiente pero cautelosa.

—Ya me conozco tu juego —me susurra

y se va hundiendo lentamente en el agua fresca y clara conmigo en brazos, mientras sus labios vuelven a encontrarse con los míos. El frescor del mediterráneo queda pronto olvidado cuando envuelvo a mi esposa con el cuerpo.

—Creía que te apetecía nadar —le digo junto a su boca.

—Me has distraído… —Regina me roza el labio inferior con los dientes—. Pero no sé si quiero que la buena gente de Montecarlo vea cómo mi esposa se abandona a la pasión.

Le rozo la mandíbula con los dientes, sin importarme un comino la buena gente de Montecarlo.

—Emma —gime. Se enrolla mi coleta en la muñeca y tira con suavidad para obligarme a echar la cabeza hacia atrás y tener mejor acceso a mi cuello. Después me besa la oreja y va bajando lentamente.

—¿Quieres que vayamos más adentro? —pregunta en un jadeo.

—Sí —susurro.

Regina se aparta un poco y me mira con los ojos ardientes, llenos de deseo, divertidos.

—Señora Mills, es usted una mujer insaciable y una descarada.

¿Qué clase de monstruo he creado?

—Un monstruo hecho a tu medida. ¿Me querrías de alguna otra forma?

—Te querría de cualquier forma en que pudiera tenerte, ya lo sabes. Pero ahora mismo no. No con público —dice señalando la orilla con la cabeza.

¿Qué?

Es cierto que varias personas en la playa han abandonado su indiferencia y ahora nos miran con verdadero interés. De repente Regina me coge por la cintura y me tira al aire, dejando que caiga al agua y me hunda bajo las olas hasta tocar la suave arena que hay en el fondo. Salgo a la superficie tosiendo, escupiendo y riendo.

—¡Regina! —la regaño mirándole fijamente. Creía que íbamos a hacer el amor en el agua… pero ella ha vuelto a salirse con la suya. Se muerde el labio inferior para evitar reírse. Yo la salpico y ella me responde salpicándome también.

—Tenemos toda la noche —me dice sonriendo como una tonta—. Hasta luego, nena. —Se zambulle bajo el agua y vuelve a la superficie a un metro de donde estoy. Después, con un estilo crol fluido y grácil, se aleja de la orilla. Y de mí.

¡Oh, Cincuenta! Siempre tan seductora y juguetona… Me protejo los ojos del sol con la mano mientras la veo alejarse. Cómo le gusta provocarme…

¿Qué puedo hacer para que vuelva? Mientras nado de vuelta a la orilla, sopeso las posibilidades. En la zona de las tumbonas ya han llegado nuestras bebidas. Le doy un sorbo rápido a mi Coca-Cola. Regina solo es una pequeña motita en la distancia.

Mmm… Me tumbo boca arriba y, tras pelearme un poco con los tirantes, me quito la parte de arriba del biquini y la dejo caer despreocupadamente sobre la tumbona de Regina. Para que vea lo descarada que puedo ser, señora Mills… ¡Ahora chúpate esa! Cierro los ojos y dejo que el sol me caliente la piel y los huesos… El calor me relaja mientras mis pensamientos vuelven al día de mi boda.

—Ya puedes besar a la novia —anuncia el juez Walsh.

Sonrío a mi flamante esposa.

—Al fin eres mía —me susurra tirando de mí para rodearme con los brazos y darme un beso casto en los labios.

Estoy casada. Ya soy la señora de Regina Mills. Estoy borracha de felicidad.

—Estás preciosa, Emma —murmura y sonríe con los ojos brillando de amor… y algo más, algo oscuro y lujurioso—. No dejes que nadie que no sea yo te quite ese vestido, ¿entendido? —Su sonrisa sube de temperatura mientras con las yemas de los dedos me acaricia la mejilla, haciéndome hervir la sangre.

Madre mía… ¿Cómo consigue hacerme esto, incluso aquí, con toda esta gente mirando?

Asiento en silencio. Vaya, espero que nadie nos haya oído. Por suerte el juez Walsh se ha apartado discretamente. Miro a la multitud allí reunida vestida con sus mejores galas… Mi madre, David, Bob y los Mills, todos aplaudiendo. Y también Ruby, mi dama de honor, que está genial con un vestido rojo pálido de pie junto al padrino de Regina: su hermano Graham. ¿Y quién iba a pensar que Graham podía tener tan buena pinta una vez arreglado? Todos muestran unas brillantes sonrisas de oreja a oreja… excepto Cora, que está llorando discretamente cubriéndose con un delicado pañuelo blanco.

—¿Preparada para la fiesta, señora Mills? —murmura Regina con una sonrisa tímida. Me derrito al verla. Está fabuloso con un sencillo esmoquin negro con chaleco y corbata plateados. Se la ve… muy elegante.

—Preparadísima. —La cara se me ilumina con una sonrisa bobalicona.

Un poco más tarde, la fiesta está en su apogeo… Henry y Cora se han superado. Han hecho que volvieran a colocar la carpa y la han decorado con rosa pálido, plata y marfil, dejando los lados abiertos con vistas a la bahía. Hemos tenido la suerte de tener un tiempo estupendo y ahora el sol de última hora de la tarde brilla sobre el agua. Hay una pista de baile en un extremo de la carpa y un buffet muy generoso en el otro.

David y mi madre están bailando y riéndose juntos.

Tengo una sensación agridulce al verlos así. Espero que Regina y yo duremos más; no sé qué haría si me dejara. Casamiento apresurado, arrepentimiento asegurado. Ese dicho no deja de repetirse en mi cabeza.

Ruby está a mi lado. Está guapísima con un vestido largo de seda. Me mira y frunce el ceño.

—Oye, que se supone que hoy es el día más feliz de tu vida —me regaña.

—Y lo es —le digo en voz baja.

—Oh, Emma, ¿qué te pasa? ¿Estás mirando a tu madre y a David?

Asiento con aire triste.

—Son felices.

—Sí, felices separados.

—¿Te están entrando las dudas? —me pregunta Ruby alarmada.

—No, no, claro que no. Solo es que… la quiero muchísimo. —Me quedo petrificada, sin poder o sin querer expresar mis miedos.

—Emma, es obvio que te adora. Sé que habéis tenido un comienzo muy poco convencional en vuestra relación, pero yo he visto lo felices que habéis sido durante el último mes. —Me coge y me aprieta las manos—. Además, ya es demasiado tarde —añade con una sonrisa.

Suelto una risita. Ruby siempre diciendo lo que no hace falta decir. Me atrae hacia ella para darme el Abrazo Especial de Ruby Lucas.

—Emma, vas a estar bien. Y si te hace daño alguna vez, aunque solo sea en un pelo de la cabeza, tendrá que responder ante mí. —Me suelta y le sonríe a alguien que hay detrás de mí.

—Hola, nena. —Regina me sorprende rodeándome con los brazos y me da un beso en la sien—. Ruby —saluda. Sigue mostrándose algo fría con ella, aunque ya han pasado seis semanas.

—Hola otra vez, Regina. Voy a buscar al padrino, que es tu hombre preferido y también el mío. —Con una sonrisa para ambas se aleja para ir con Graham, que está bebiendo con el hermano de Ruby, Ethan, y nuestro amigo Killian.

—Es hora de irse —murmura Regina.

—¿Ya? Es la primera fiesta a la que asisto en la que no me importa ser el centro de atención. —Me giro entre sus brazos para poder mirarla de frente.

—Mereces serlo. Estás impresionante, Emma.

—Y tú también.

Me sonríe y su expresión sube de temperatura.

—Ese vestido tan bonito te sienta bien.

—¿Este trapo viejo? —me ruborizo tímidamente y tiro un poco de ribete de fino encaje del vestido de novia sencillo y entallado que ha diseñado para mí la madre de Ruby. Me encanta que el encaje caiga justo por debajo del hombro; queda recatado, pero seductor, espero.

Se inclina y me da un beso.

—Vámonos. No quiero compartirte con toda esta gente ni un minuto más.

—¿Podemos irnos de nuestra propia boda?

—Emma, es nuestra fiesta y podemos hacer lo que queramos. Hemos cortado la tarta. Y ahora mismo lo que quiero es raptarte para tenerte toda para mí.

Suelto una risita.

—Me tiene para toda la vida, señora Mills.

—Me alegro mucho de oír eso, señora Mills.

—¡Oh, ahí estáis! Qué dos tortolitas.

Gruño en mi fuero interno… La madre de Cora nos ha encontrado.

—Regina querida… ¿Otro baile con tu abuela?

Regina frunce los labios.

—Claro, abuela.

—Y tú, preciosa Emma, ve y haz feliz a un anciano: baila con Theo.

—¿Con quién, señora Trevelyan?

—Con el abuelo Trevelyan. Y creo que ya puedes llamarme abuela. Vosotras dos tenéis que poneros cuanto antes manos a la obra en el asunto de darme bisnietos. No voy a durar mucho ya. —Nos mira con una sonrisa tontorrona.

Regina la mira parpadeando,horrorizada.

—Vamos, abuela —dice cogiéndola apresuradamente de la mano y llevándola a la pista de baile. Me mira casi haciendo un mohín y pone los ojos en blanco—. Luego, cariño.

Mientras voy de camino adonde está el abuelo Trevelyan, Killian me aborda.

—No te voy a pedir otro baile. Creo que ya te he monopolizado demasiado en la pista de baile hasta ahora… Me alegro de verte feliz, pero te lo digo en serio, Emma. Estaré aquí… si me necesitas.

—Gracias, Killian. Eres un buen amigo.

—Lo digo en serio. —Sus ojos azules brillan por la sinceridad.

—Ya lo sé. Gracias de verdad, Killian. Pero si me disculpas… Tengo una cita con un anciano.

Arruga la frente, confuso.

—El abuelo de Regina —aclaro.

Me sonríe.

—Buena suerte con eso, Emms. Y buena suerte con todo.

—Gracias, Killian.

Después de mi baile con el siempre encantador abuelo de Regina, me quedo de pie junto a las cristaleras viendo como el sol se hunde lentamente por detrás de Seattle provocando sombras de color naranja y aguamarina en la bahía.

—Vamos —me insiste Regina.

—Tengo que cambiarme. —Le cojo la mano con intención de arrastrarla hacia la cristalera y que suba las escaleras conmigo. Frunce el ceño sin comprender y tira suavemente de mi mano para detenerme—. Creía que querías ser tú la que me quitara el vestido —le explico.

Se le iluminan los ojos.

—Cierto. —Me mira con una sonrisa lasciva—. Pero no te voy a desnudar aquí. Entonces no nos iríamos hasta… no sé… —dice agitando su mano de largos dedos. Deja la frase sin terminar pero el significado está más que claro.

Me ruborizo y le suelto la mano.

—Y no te sueltes el pelo —me murmura misteriosamente.

—Pero…

—Nada de «peros», Emma. Estás preciosa. Y quiero ser yo la que te desnude.

Frunzo el ceño.

—Guarda en tu bolsa de mano la ropa que te ibas a poner —me ordena—. La vas a necesitar. Taylor ya tiene tu maleta.

—Está bien.

¿Qué habrá planeado? No me ha dicho adónde vamos. De hecho, no creo que nadie sepa nada. Ni Zelena ni Ruby han conseguido sacarle la información. Me vuelvo hacia mi madre y Ruby.

—No me voy a cambiar.

—¿Qué? —dice mi madre.

—Regina no quiere que me cambie. —Me encojo de hombros, como si eso lo explicara todo.

Ella arruga la frente.

—No has prometido obedecer —me recuerda con mucha diplomacia. Ruby intenta hacer que su risa ahogada parezca una tos. La miro entornando los ojos. Ni ella ni mi madre tienen ni idea de la pelea que Regina y yo tuvimos por eso. No quiero resucitar esa discusión. Dios, mi Cincuenta Sombras se puede poner muy furiosa a veces… y después tener pesadillas. El recuerdo me reafirma en mi decisión.

—Lo sé, mamá, pero le gusta mi vestido y quiero darle ese gusto.

Su expresión se suaviza. Ruby pone los ojos en blanco y con mucha discreción se aleja para dejarnos solas.

—Estás muy guapa, hija. —Mary Margaret me coloca con cariño uno de los rizos que se me ha soltado y me acaricia la barbilla—. Estoy tan orgullosa de ti, cielo… Vas a hacer muy feliz a Regina —me dice y me da un abrazo.

Oh, mamá…

—No me lo puedo creer… Pareces tan mayor ahora… Vas a empezar una nueva vida; solo tienes que recordar siempre que en cuestión de parejas las partes siempre parecemos venir de un planeta diferente. Así todo te irá bien.

Suelto una risita. Regina no es de otro planeta, es de otro universo. Si ella supiera…

—Gracias, mamá.

David se acerca a nosotras sonriéndonos dulcemente.

—Te ha salido una niña preciosa, Mary—dice con los ojos brillándole por el orgullo. Está impecable con su esmoquin negro y el chaleco rosa pálido. Me emociono y se me llenan los ojos de lágrimas. Oh, no… Hasta ahora había conseguido no llorar…

—Y tú la has ayudado a crecer y a ser lo que es, David. —La voz de mamá suena nostálgica.

—Y he adorado cada momento del tiempo que he pasado con ella. Eres una novia sensacional, Emms. —David me coloca tras la oreja el mismo rizo suelto de antes.

—Oh, papá… —Intento contener un sollozo y él me abraza brevemente, un poco incómodo.

—Y vas a ser una esposa sensacional también —me susurra con voz ronca.

Cuando me suelta, Regina está a mi lado.

David le estrecha la mano afectuosammente.

—Cuida de mi niña, Regina.

—Eso es lo que pretendo hacer, David. Mary. —Saluda a mi padrastro y a mi madre con un beso.

El resto de los invitados han creado un largo pasillo humano con un arco formado por sus brazos extendidos para que pasemos por él hacia la salida de la casa.

—¿Lista? —pregunta Regina.

—Sí.

Me coge la mano y me guía bajo esos brazos estirados mientras los invitados nos gritan felicitaciones y deseos de buena suerte y nos tiran arroz. Al final del pasillo nos esperan Cora y Henry con grandes sonrisas. Los dos nos abrazan y nos besan por turnos. Cora está emocionada de nuevo. Nos despedimos rápidamente de ellos.

Taylor nos espera junto al Audi todoterreno. Regina se queda sosteniendo la puerta del coche para que yo entre, pero antes me giro y tiro el ramo de rosas de color blanco y rosa hacia el grupo de mujeres jóvenes que se ha reunido. Zelena lo coge al vuelo y sonríe de oreja a oreja.

Cuando entro en el todoterreno riéndome por la audaz forma de atrapar el ramo de Zelena, Regina se agacha para ayudarme con el vestido. Cuando ya estoy bien acomodada dentro, se vuelve para despedirse de los invitados.

Taylor mantiene la puerta abierta para ella.

—Felicidades, señora.

—Gracias, Taylor —responde Regina mientras se sienta a mi lado.

Cuanto Taylor entra en el coche, los invitados empiezan a tirarle arroz al coche. Regina me coge la mano y me besa los nudillos.

—¿Todo bien por ahora, señora Mills?

—Por ahora todo fantástico, señora Mills. ¿Adónde vamos?

—Al aeropuerto —dice con una sonrisa enigmática.

Mmm… ¿Qué estará planeando?

Taylor no se dirige a la terminal de salidas como yo esperaba, sino que cruza una puerta de seguridad y va directamente hacia la pista. ¿Qué demonios…? Y entonces lo veo: el jet de Regina con MILLS ENTERPRISES HOLDINGS, INC. escrito en el fuselaje con grandes letras azules.

—No me digas que vas a volver a hacer un uso personal de los bienes de la empresa.

—Oh, eso espero, Emma —me sonríe Regina.

Taylor detiene el Audi al pie de la escalerilla que sube al avión y salta del coche para abrirle la puerta a Regina. Intercambian unas palabras y después Regina viene a abrirme la puerta. Y en vez de apartarse para dejarme espacio para salir, se inclina y me coge en brazos.

—¡Hey! ¿Qué haces? —chillo.

—Cogerte en brazos para cruzar el umbral —me dice.

—Oh…

Pero ¿eso no se supone que se hace al cruzar el umbral de la casa?

Me sube por la escalerilla sin esfuerzo y Taylor nos sigue llevando mi maleta. La deja a la entrada del avión y vuelve al Audi. Dentro de la cabina reconozco a Stephan, el piloto de Regina, con su uniforme.

—Bienvenidas a bordo, señoras Mills —nos saluda con una sonrisa.

Regina me baja al suelo y estrecha la mano de Stephan. De pie junto a Stephan hay una mujer de pelo oscuro de unos… ¿qué? ¿Treinta y pocos? Ella también lleva uniforme.

—Felicidades a los dos —continúa Stephan.

—Gracias, Stephan. Emma, ya conoces a Stephan. Va a ser nuestro comandante hoy. Y esta es la primera oficial Beighley.

La chica se sonroja cuando Regina la presenta y parpadea muy rápido. Tengo ganas de poner los ojos en blanco. Otra mujer que está completamente cautivada por mi esposa, que es demasiado guapa incluso para su propio bien.

—Encantada de conocerla —dice efusivamente Beighley.

Le sonrío con amabilidad.

Después de todo… ella es mía.

—¿Todo listo? —les pregunta Regina a ambos mientras yo examino la cabina. El interior es de madera de arce clara y piel de un suave color crema. Hay otra mujer joven en el otro extremo de la cabina, también vestida de uniforme; tiene el pelo castaño y es realmente guapa.

—Ya nos han dado todos los permisos. El tiempo va a ser bueno desde aquí hasta Boston.

¿Boston?

—¿Turbulencias?

—Antes de llegar a Boston no.

Pero hay un frente sobre Shannon que puede que nos dé algún sobresalto.

¿Shannon, Irlanda?

—Ya veo. Bien, espero dormir durante el trayecto —dice Regina sin preocuparse lo más mínimo.

¿Dormir?

—Bien, vamos a prepararnos para despegar, señora —anuncia Stephan—. Les dejo en las capaces manos de Natalia, nuestra azafata. —Regina mira en su dirección y frunce el ceño, pero después se vuelve hacia Stephan con una sonrisa.

—Excelente. — Me coge la mano y me lleva hasta uno de los lujosos asientos de piel. Debe de haber unos doce en total—. Siéntate —dice mientras se quita la chaqueta y se desabrocha el chaleco de fino brocado. Nos sentamos en dos asientos individuales situados el uno frente al otro con una mesita reluciente entre ambos.

—Bienvenidas a bordo señoras. Y felicidades. —Natalia ha aparecido junto a nosotras para ofrecernos una copa de champán rosado.

—Gracias —dice Regina. Ella nos sonríe educadamente y se retira a la cocina.

—Por una feliz vida de casadas, Emma. —Regina levanta su copa y brindamos. El champán está delicioso.

—¿Bollinger? —pregunto.

—El mismo.

—La primera vez que lo probé lo bebí en tazas de té. —Sonrío.

—Recuerdo perfectamente ese día. Tu graduación.

—¿Adónde vamos? —Ya no soy capaz de contener mi curiosidad ni un segundo más.

—A Shannon —dice Regina con los ojos iluminados por el entusiasmo. Parece una niña pequeño.

—¿Irlanda? —¡Vamos a Irlanda!

—Para repostar combustible —añade juguetona.

—¿Y después? —la animo.

Su sonrisa se hace más amplia y niega con la cabeza.

—¡Regina!

—A Londres —dice mirándome fijamente para ver mi reacción.

Doy un respingo. Madre mía… Pensaba que iríamos a algún sitio como Nueva York o Aspen, o incluso al Caribe.

Casi no me lo puedo creer. La ilusión de mi vida siempre ha sido ir a Inglaterra. Siento que una luz se enciende en mi interior: la luz incandescente de la felicidad.

—Después París.

¿Qué?

—Y finalmente el sur de Francia.

¡Uau!

—Sé que siempre has soñado con ir a Europa —me dice en voz baja—. Quiero hacer que tus sueños se conviertan en realidad, Emma.

—Tú eres mi sueño hecho realidad, Regina.

—Lo mismo digo, señora Mills —me susurra.

Oh, Dios mío…

—Abróchate el cinturón.

Le sonrío y hago lo que me ha dicho.

Mientras el avión se encamina a la pista, nos bebemos el champán sonriéndonos bobaliconamente.

No me lo puedo creer. Con veintidós años por fin voy a salir de Estados Unidos para ir a Europa, a Londres para ser más exactos.

Después de despegar Natalia nos sirve más champán y nos prepara el banquete nupcial. Y menudo banquete: salmón ahumado seguido de perdiz asada con ensalada de judías verdes y patatas dauphinoise, todo cocinado y servido por la tremendamente eficiente Natalia.

—¿Quiere postre, señora Mills? —le pregunta.

Niega con la cabeza y se pasa un dedo por el labio inferior mientras me mira inquisitivamente con una expresión oscura e inescrutable.

—No, gracias —murmura sin romper el contacto visual conmigo.

Cuando Natalia se retira, sus labios se curvan en una sonrisita secreta.

—La verdad —vuelve a murmurar— es que había planeado que el postre fueras tú.

Oh… ¿aquí?

—Vamos —me dice levantándose y tendiéndome la mano. Me guía hasta el fondo de la cabina.

—Hay un baño ahí —dice señalando una puertecita, pero sigue por un corto pasillo hasta cruzar una puerta que hay al final.

Vaya… un dormitorio. Esta habitación también es de madera de arce y está decorada con colores crema. La cama de matrimonio está cubierta de cojines de color dorado y marrón. Parece muy cómoda.

Regina se gira y me rodea con sus brazos sin dejar de mirarme.

—Vamos a pasar nuestra noche de bodas a diez mil metros de altitud. Es algo que no he hecho nunca.

Otra primera vez. Me quedo mirándola con la boca abierta y el corazón martilleándome en el pecho… el club de la milla. He oído hablar de él.

—Pero primero tengo que quitarte ese vestido tan fabuloso.

Le brillan los ojos de amor y de algo más oscuro, algo que me encanta y que despierta a la diosa que llevo dentro. Empiezo a quedarme sin aliento.

—Vuélvete. —Su voz es baja, autoritaria y tremendamente sexy.

¿Cómo puede una sola palabra encerrar tantas promesas? Obedezco de buen grado y sus manos suben hasta mi pelo. Me va quitando las horquillas, una tras otra. Sus dedos expertos acaban con la tarea en un santiamén. El pelo me va cayendo sobre los hombros, rizo tras rizo, cubriéndome la espalda y sobre los pechos. Intento quedarme muy quieta, pero deseo con todas mis fuerzas su contacto. Después de este día tan excitante, aunque largo y agotador, la deseo, deseo todo su cuerpo.

—Tienes un pelo precioso, Emma. —Tiene la boca junto a mi oído y siento su aliento aunque no me toca con los labios. Cuando ya no me quedan horquillas, me peina un poco con los dedos y me masajea suavemente la cabeza.

Oh, Dios mío… Cierro los ojos mientras disfruto de la sensación. Sus dedos siguen recorriendo mi pelo y después me lo agarra y me tira un poco para obligarme a echar atrás la cabeza y exponer la garganta.

—Eres mía —suspira. Me tira del lóbulo de la oreja con los dientes.

Yo dejo escapar un gemido.

—Silencio —me ordena.

Me aparta el pelo y, siguiendo con un dedo el borde de encaje del vestido, recorre la parte alta de mi espalda de un hombro a otro. Me estremezco por la anticipación. Me da un beso tierno en la espalda justo encima del primer botón del vestido.

—Eres tan guapa… —dice mientras me desabrocha con destreza el primer botón—. Hoy me has hecho la mujer más feliz del mundo. —Con una lentitud infinita me va desabrochando los botones uno a uno, bajando por toda la espalda—. Te quiero muchísimo. —Va encadenando besos desde mi nuca hasta el extremo del hombro. Después de cada beso murmura una palabra—: Te. Deseo. Mucho. Quiero. Estar. Dentro. De. Ti. Eres. Mía.

Las palabras me resultan embriagadoras. Cierro los ojos y ladeo el cuello para facilitarle el acceso y voy cayendo cada vez más profundamente bajo el hechizo de Regina Mills, mi esposa.

—Mía —repite en un susurro. Me va deslizando el vestido por los brazos hasta que cae a mis pies en una nube de seda marfil y encaje—. Vuélvete —me pide de nuevo con la voz ronca.

Lo hago y ella da un respingo.

Llevo puesto un corsé ajustado de seda de un tono rosáceo con liguero, bragas de encaje a juego y medias de seda blancas. Los ojos de Regina me recorren el cuerpo ávidamente, pero no dice nada. Se limita a mirarme con los ojos muy abiertos por el deseo.

—¿Te gusta? —le pregunto en un susurro, consciente del tímido rubor que me está apareciendo en las mejillas.

—Más que eso, nena. Estás sensacional. Ven. —Me tiende la mano para ayudarme a desprenderme del vestido—. No te muevas —murmura, y sin apartar sus ojos cada vez más oscuros de los míos, recorre con el dedo corazón la línea del corsé que bordea mis pechos. Mi respiración se acelera y ella repite el recorrido sobre mis pechos. Ese dedo travieso está provocándome escalofríos por toda la espalda. Se detiene y gira el dedo índice en el aire indicándome que dé una vuelta.

Ahora mismo haría cualquier cosa que me pidiera.

—Para —dice. Estoy de espaldas a ella, mirando a la cama. Me rodea la cintura con el brazo, apretándome contra ella y me acaricia el cuello. Muy suavemente me cubre los pechos con las manos y juguetea con ellos mientras hace círculos sobre mis pezones con los pulgares hasta que logra que presionen y tensen la tela del corsé—. Mía —me susurra.

—Tuya —jadeo yo.

Abandona mis pechos y recorre con las manos mi estómago, mi vientre y después sigue bajando por los muslos y pasa casi rozándome el sexo. Ahogo un gemido. Mete los dedos por debajo de las tiras del liguero y, con su destreza habitual, suelta las dos medias a la vez. Ahora sus manos se dirigen a mi culo.

—Mía —repite con las manos extendidas sobre mis nalgas y las puntas de los dedos rozándome el sexo.

—Ah.

—Chis. —Las manos descienden por la parte posterior de mis muslos y sueltan las presillas del liguero.

Se inclina y aparta la colcha de la cama.

—Siéntate.

Lo hago totalmente hipnotizada por sus palabras. Regina se arrodilla a mis pies y me quita con suavidad los zapatos de novia de Jimmy Choo. Agarra la parte superior de mi media izquierda y la va deslizando por mi pierna lentamente, recorriendo la piel con el pulgar. Repite el proceso con la otra media.

—Esto es como desenvolver los regalos de Navidad. —Me sonríe y me mira a través de sus largas pestañas oscuras.

—Un regalo que ya tenías…

Frunce el ceño contrariada.

—Oh no, nena. Ahora eres mía de verdad.

—Regina, he sido tuya desde que te dije que sí. —Me inclino hacia ella y le rodeo con las manos esa cara que tanto amo—. Soy tuya. Siempre seré tuya, esposa mío. Pero ahora mismo creo que llevas demasiada ropa. —Me agacho todavía más para besarla y ella viene a mi encuentro, me besa en los labios y me coge la cabeza mientras enreda los dedos en mi pelo.

—Emma —jadea—. Mi Emma. —Sus exigentes labios se unen con los míos una vez más. Su lengua es invasivamente persuasiva.

—La ropa —susurro.

Nuestras respiraciones se mezclan mientras tiro del chaleco. A ella le cuesta quitárselo, así que tiene que liberarme un momento. Se detiene y me mira con los ojos muy abiertos, llenos de deseo.

—Déjame, por favor. —Mi voz suena suave y sensual. Quiero desnudar a mi esposa, a mi Cincuenta.

Se sienta sobre los talones y yo me acerco para cogerle la corbata (la corbata gris plateada, mi favorita), suelto el nudo lentamente y se la quito. Levanta la barbilla para dejarme desabrochar el botón superior de la camisa blanca. Cuando lo consigo, paso a los gemelos. Lleva unos gemelos de platino grabados con una E y una R entrelazadas: mi regalo de boda. Cuando se los quito, me los coge de la mano y cierra la suya sobre ellos. Le da un beso a esa mano y después se los guarda en el bolsillo de los pantalones.

—Qué romántica, señora Mills.

—Para usted, señora Mills, solo corazones y flores. Siempre.

Le cojo la mano y la miro a través de las pestañas mientras le doy un beso a su sencilla alianza de platino. Gime y cierra los ojos.

—Emma —susurra, y mi nombre es como una oración.

Alzo las manos para ocuparme del segundo botón y, repitiendo lo que él me ha hecho a mí hace unos minutos, le doy un suave beso en el pecho después de desabrochar cada botón y quitarle el brasier que se abrocha pro delante. Entre los besos voy intercalando palabras.

—Tú. Me. Haces. Muy. Feliz. Te. Quiero.

Vuelve a gemir y en un movimiento rapidísimo me agarra por la cintura y me sube a la cama. Ella me acompaña un segundo después. Sus labios encuentran los míos y me rodea la cara con las manos para mantenerme quieta mientras nuestras lenguas se regodean la una de la otra. De repente Regina se aparta y se queda de rodillas, dejándome sin aliento y deseando más.

—Eres tan preciosa… esposa mía. —Me recorre las piernas con las manos y me agarra el pie izquierdo—. Tienes unas piernas espectaculares. Quiero besar cada centímetro de ellas. Empezando por aquí. —Me da un beso en el dedo gordo y después me araña la yema de ese dedo con los dientes.

Todo lo que hay por debajo de mi cintura se estremece. Desliza la lengua por el arco del pie. Después empieza a morderme en el talón y va subiendo hasta el tobillo. Recorre el interior de mi pantorrilla dándome besos, unos besos suaves y húmedos. Me retuerzo bajo su cuerpo.

—Quieta, señora Grey —me advierte, y sin previo aviso me gira para dejarme boca abajo y continúa su viaje de placer recorriendo con la boca la parte posterior de las piernas, los muslos, el culo… y entonces se detiene. Gimo.

—Por favor…

—Te quiero desnuda —murmura, y me va soltando lentamente el corsé, desabrochando los corchetes uno a uno. Cuando la prenda queda plana sobre la cama debajo de mi cuerpo, ella desliza la lengua por toda la longitud de mi espalda.

—Gina, por favor.

—¿Qué quiere, señora Mills? —Sus palabras son dulces y las oigo muy cerca de mi oído.

Está casi tumbada sobre mí. Puedo sentir su erección contra mis nalgas, el peso de sus pechos sobre mi espalda.

—A ti.

—Y yo a ti, mi amor, mi vida… —me susurra, y antes de darme cuenta ha vuelto a girarme y a ponerme boca arriba.

Se coloca de pie rápidamente y en un movimiento de lo más eficiente se quita a la vez los pantalones y los bóxer y se queda gloriosamente desnuda, su oscuros cabellos cayendo sobre sus oechos y ella cerniéndose sobre mí, lista para lo que va a venir. La pequeña cabina queda eclipsada por su impresionante belleza, su deseo y su necesidad de tenerme. Se inclina y me quita las bragas. Después me mira.

—Mía —pronuncia.

—Por favor —le suplico.

Ella me sonríe; una sonrisa lasciva, perversa y tentadora. Una sonrisa muy propia de mi Cincuenta Sombras.

Sube a cuatro patas a la cama y va recorriendo mi pierna derecha esta vez, llenándola de besos… Hasta que llega al vértice entre mis muslos. Me abre bien las piernas.

—Ah… esposa mía —susurra antes de poner la boca sobre mi piel. Cierro los ojos y me rindo a esa lengua mucho más que hábil. Le agarro el pelo con las manos mientras mis caderas oscilan y se balancean. Me las sujeta para que me quede quieta, pero no detiene esa deliciosa tortura. Estoy cerca, muy cerca.

—Regina… —gimo con fuerza.

—Todavía no —jadea y asciende por mi cuerpo para hundirme la lengua en el ombligo.

—¡No! —¡Maldita sea! Siento su sonrisa contra mi vientre pero no interrumpe su viaje hacia el norte.

—Qué impaciente, señora Mills. Tenemos hasta que aterricemos en la isla Esmeralda. —Me va besando reverencialmente los pechos. Me coge el pezón izquierdo entre los labios y tira de él. No deja de mirarme mientras me martiriza y sus ojos están tan oscuros como una tormenta tropical.

Oh, madre mía… Se me había olvidado. Europa…

—Te deseo, esposa. Por favor.

Se coloca sobre mí, cubriéndome con su cuerpo y descansando el peso en los codos. Me acaricia la nariz con la suya y yo recorro con las manos su espalda fuerte y flexible hasta llegar a su culo extraordinario.

—Señora Mills… esposa. Estoy aquí para complacerla. —Me roza con los labios—. Te quiero.

—Yo también te quiero.

—Abre los ojos. Quiero verte.

—Regina… ah… —grito cuando entra lentamente en mi interior.

—Emma, oh, Emma… —jadea Regina y empieza a moverse.

...

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —grita Regina, despertándome de ese sueño tan placentero. Está de pie, mojada y hermosa, a los pies de mi tumbona mirándome fijamente.

¿Qué he hecho? Oh, no… Estoy boca arriba. No, no, no. Y ella está furiosa. Mierda. Está hecha una verdadera furia.