Comienzo extendiendo una disculpa a quienes les decía que pronto actualizaría y nada más nada. El capítulo sufrió varias modificaciones a lo largo de un tiempo considerable y, cuando por fin ya estaba por salir (aka la semana antepasada) que me roban el celular -llora- y, a partir de ese momento, todo fue un caos.
Me ahorraré la historia en sí, pero les recomiendo que no anden con el celular en el bolsillo trasero del pantalón, que hagan respaldos constantes de información y que no le confíen al celular todas sus contraseñas.
Dicho eso, los dejó con el capítulo que espero les guste.
—Jodeeer. Me calienta que seas tan mandona —masculló con deseo, sintiéndose arder por la bella mujer que rio ante su comentario. La sujetó del precioso trasero, ella se agarró de su cuello y se levantó del sillón, caminando hasta el cuarto de juegos tal como la Reina Malvada se lo ordenó.
Regina lo besó con tanta intensidad que tuvo que detenerse un momento porque pensó que podría perder el equilibrio y no se iba a arriesgar a dejarla caer. Ella hizo una pausa momentánea en la que ambos tuvieron oportunidad de recuperar un poco el aliento y volvió a prenderse de sus labios.
David avanzó abriendo la puerta para entrar a la erótica habitación. Una vez dentro, alargó una mano hacia atrás para cerrar, pero Regina lo detuvo, sosteniendo la puerta con la mano.
—Antes de que cierres debo decir que no soy precisamente buena dominando en un cuarto de juegos —confesó sin timidez alguna porque si algo tenía muy bien aprendido era que nada de lo que hiciera a puerta cerrada con su compañero debía ser motivo de vergüenza—. Más bien a veces me gusta dominar desde abajo.
—Lo sé bien. Lo he sabido todo este tiempo. —Le dedicó una sonrisa encantadora que se ensanchó más cuando ella asintió y sonrió también, quizá aliviada o simplemente como forma de aprobación—. Sabía que serías una compañera perfecta para mí porque yo no soy buen sumiso —confesó para darle mucha más confianza a Regina con esa extraña relación que estaban forjando y que poco a poco se fortalecía—. Te darás cuenta de ello —advirtió.
Ella asintió tomando aire por la boca y exhalando de la misma forma, sintiendo su excitación incrementar por la autoridad con la que David hablaba, hacía que le entrarán unas ganas atroces de pedirle que se la follaran fuerte y duro. Él empujó la puerta y la bajó con cuidado. Se miraron a los ojos por un instante en el que Regina fue testigo del oscuro deseo que se encendió dentro del apuesto hombre.
—Dime qué quieres que haga —demandó David pegando su frente con la de ella, avanzando y obligándola a retroceder, viendo con satisfacción la expresión de excitación en el bello rostro. Las delicadas manos se colocaron contra su pecho y se detuvo, estando a nada de poderla arrojar sobre la cama como el deseo le exigía que lo hiciera. Regina sonrió con superioridad, envolviendo los brazos alrededor del cuello de David quien no dudó en tomarla por las caderas posesivamente, como si no le fuera posible controlar el impulso de dominar.
—Cuando yo esté a cargo, te vas a dirigir a mi como "mi reina". ¿Está claro? —preguntó, sonriendo, acariciándole la nuca como si le estuviera diciendo algo romántico cuando era lo contrario. Le gustó verlo asentir sin objeción alguna—. Y responderás cuando te llame pastor —murmuró con sensualidad contra los rosados labios que se curvaron en una retorcida sonrisa.
David tomó el bello rostro de Regina con ambas manos y estampó sus labios con los de ella, dándole un beso demandante, lleno de pasión y fuego, descargando la tensión que se le acumuló al escuchar que lo llamaría pastor cuando sabía perfectamente de dónde provenía el apodo.
—Sabía que te gustaría —rio por su propia travesura.
—Tengo unas ganas tremendas de ponerte sobre mi regazo y nalguearte —dijo entre dientes, conteniéndose de cumplir con esas palabras. Estaban frente a la cama, en el cuarto de juegos. Nada se lo impedía más que la razón por la cual estaban ahí de vuelta.
—Te lo tienes que ganar. —Lo retó, alzando una ceja, mirándolo con altivez—. Palabra segura —demandó saber, quitándose de su lugar y avanzando unos pasos, volviéndose hacia él que había hecho lo mismo de tal forma que se seguían viendo de frente, pero a mucha más distancia.
—No la necesito —respondió, humedeciendo sus labios, apretando las manos en puños.
—No me hagas pedirlo de nuevo —advirtió con severidad.
David tenía la respiración acelerada porque sus sentidos se encontraban alterados a pesar de que deseaba seguirle el juego.
—Roma —dijo, revelando su palabra segura, una que había usado desde siempre, aunque fuera un tanto cursi el significado.
—Bien —musitó Regina, complacida con la respuesta porque era importante que supiera la palabra segura de David—. Desnúdate despacio y mírame a los ojos mientras lo haces —ordenó esbozando una traviesa sonrisa.
Él inhaló profundamente y exhaló, enganchó su mirada con la de Regina comenzando a hacer lo ordenado por ella, por la bella mujer que ahora era "su reina". Se desabotonó la camisa lentamente, tal cual ella lo pidió. Se sacó la interior y procedió a desabrochar la hebilla de su cinturón sacándolo con un poco de rapidez, sosteniéndolo en una mano por un momento con total dominio, viendo la expresión desafiante en el bello rostro. Pasó saliva, arrojando hacia un lado el cinturón. Abrió sus pantalones y se los sacó, dejando a la vista el gran bulto que cargaba en el bóxer negro que tomó para bajarlo con extrema lentitud, revelando de apoco su dotado miembro que se irguió orgulloso ante ella.
Regina mordió brevemente su labio inferior al notar que David se había depilado esa área. Sintió su vagina palpitar al ver la dura erección, imaginándosela dentro de ella, deslizándose dentro y fuera con violencia. Pasó saliva, apartando de su mente el ardiente pensamiento y continuó:
—De rodillas frente a mí —indicó.
A David le tomó un momento acatar la orden, pero lo hizo, con lentitud como ella le solicitó desnudarse.
—Veo que sabes comportarte —dijo entre dientes, enardecida al verlo someterse ante ella con aparente facilidad. No era que le encantara la idea de dominar tal cual, en un cuarto de juegos, pero era importante para ella que David estuviera dispuesto a intercambiar el rol pues eso le reafirmaba que podía confiar en él.
—Solo por ti, mi reina.
Regina se acercó a él, se inclinó para poder tomarlo de la barbilla y alzarle el apuesto rostro, permitiendo que David la mirara desde ahí, desde abajo donde por voluntad estaba.
—Me gusta que te esmeres en ser el más fiel de los súbditos, pastor —dijo arrastrando las palabras con sensualidad—. Ahora quítame las medias y la ropa interior. —Se irguió, sonriendo complacida cuando él le agarró con delicadeza el pie derecho para quitarle la zapatilla.
Luego se deshizo de la otra, puso las manos sobre las estilizadas piernas y comenzó a subir con lentitud, metiéndolas debajo de la tela azul del vestido, aguantando las ganas de agarrarle las preciosas nalgas y apretarlas. Decidió entonces concentrarse en bajar las medias. Lo hizo despacio, deslizándolas con calma por las esculturales piernas hasta sacarlas por completo. Esta vez fue desde los tobillos que subió con sus manos, acariciando la suave piel que en ese momento ansiaba como nada poder besar. Se encontraba jadeando casi imperceptiblemente, frenando sus ganas de invertir los papeles, preguntándose si en el fondo Regina deseaba lo mismo. Agarró la fina tela de encaje y comenzó a bajarlas, ansiando ver el color, llenándose de excitación al notar que eran negras y que tenían un área mojada en el centro que evidenciaba la excitación de Regina. Movió un poco las caderas al no poder contener el impulso por conseguir alivio en su hinchado pene.
—Sin moverse, pastor —ordenó Regina, caminando hacia el lugar donde los juguetes e instrumentos estaban para elegir lo que usaría en él.
David llevó la ropa interior hasta su nariz e inhaló, aspirando el increíble aroma de Regina, tragando la saliva que se acumuló en su boca al llenarse de ganas por saborearla mientras que ella recorría los escaparates notando que, como buen dominante, prácticamente no había adquirido juguetes que se pudieran usar en él y que, por el contrario, había muchos para hacerle a ella hasta lo impensable.
—Enseguida vuelvo —informó, dirigiéndose a la puerta para salir de la habitación.
Él, al saberse solo, simplemente inhaló por la boca, agarró la pantaleta de Regina y comenzó a masturbarse con ella al sentirse incapaz de seguir aguantando la anticipación. La respiración se le aceleró, cerró los ojos viendo la imagen vívida de la hermosa mujer debajo de él, suplicando por más, pidiendo que la hiciera venir…
—¡Aaah! —Se quejó al sentir en la espalda el ardor del cuero de lo que sabía muy bien era una fusta.
—Nadie dijo que podías masturbarte con mi ropa interior —reprobó Regina mientras lo rodeaba hasta quedar frente a él, viendo lo hinchado que tenía el pene, cargado de ganas por venirse. Colocó la fusta en la barbilla de David. Levantó para que él alzara el rostro y la mirara—. Eres un pervertido.
—Lo soy —admitió con una sonrisa engreída, sosteniéndole la mirada a la bella mujer que se había deshecho del vestido y llevaba solo el delicado, fino y elegante sostén negro. David tuvo que controlarse a pesar que frente a él tenía una de las imágenes más bellas que jamás había visto, además, estaba en problemas. Regina recorrió su cuerpo con la punta de la fusta, pasando por su cuello, pecho, abdomen y vientre hasta llegar a su necesitado pene. "Joder", fue todo lo que pensó sabiendo bien que recibiría un azote en esa sensible parte. Apretó los ojos cuando sucedió y fue inevitable que se escuchara la queja de dolor que emitió por entre los dientes.
—Manos atrás —indicó Regina, volviendo a rodearlo, tomando unas esposas de bondage que le colocó en las muñecas. Luego, agarró aquello por lo que salió de la habitación—. Abre la boca grande.
Lo hizo y de inmediato tuvo dentro algo que mordió por reflejo pues Regina comenzó a atar las correas por detrás de su cabeza. Entonces supo qué era: una mordaza con un dildo adjunto. "Mujer precavida" pensó, porque ese juguete no pertenecía a su cuarto de juegos. Eso significaba que era algo que llevaba consigo en la maleta. Ella se colocó frente a él de nuevo y se agachó un poco para poner lubricante en el negro dildo que era de menores proporciones que su pene, aunque tampoco podía considerar que era pequeño. La vio masajear el juguete para empaparlo bien de la sustancia y después, con su habitual elegancia, se sentó al borde de la cama, alzó las preciosas piernas y las abrió dejando los pies apoyados sobre el colchón.
—Ven aquí, pastor. Sabes lo que tienes que hacer —dijo Regina mientras masajeaba su intimidad con la mano que tenía lubricante. Sonrió con satisfacción al verlo acercarse sobre las rodillas hasta quedar justo frente a ella. Sin perder tiempo apoyó con firmeza la cabeza del juguete contra la entrada a su vagina y empujó, penetrándola con el dildo.
Introdujo poco más de la mitad del juguete, cerró los ojos e inhaló profundamente para llenarse de la esencia de Regina, gimiendo ante el increíble olor, gruñendo bajito al ser consciente que le estaba siendo negado el placer de probarla. Prefirió ignorar ese hecho de momento y movió su cabeza hacia atrás, extrayendo el dildo hasta que solo la cabeza estuvo dentro, volviendo a empujar de inmediato, repitiendo la acción, marcando un ritmo constante de penetración, follándosela con el juguete como ella se lo pidió.
El cuerpo de Regina se estremeció cuando David aumentó el ritmo. Sus caderas empezaron a acompañar las penetraciones que eran cada vez más intensas, duras y por ende placenteras. Y es que, si bien los dildos no se podían comprar en nada con los penes de verdad, era sumamente excitante y satisfactorio saber que era él quien la penetraba con el juguete, que se esforzaba por llevarla hasta el orgasmo. Ciertamente ese dildo en particular no tenía nada qué ver con el miembro de David que a su parecer era perfecto, pero no negaba que era placentero. Llevó una mano hasta su palpitante clítoris para estimularlo porque ya reclamaba por atención.
La vista que David tenía era sin duda alguna única. Podía ver con claridad los preciosos labios vaginales de Regina abriéndose para recibir el negro dildo, veía las caderas ondular y lo mojado que el juguete se encontraba ahora. El olor era tan excitante que la saliva se le acumulaba en la boca y su pene hinchado dolía por la necesidad de alivio. Pero, el verla frotarse el clítoris lo llevó al borde de la locura. Por un momento hizo el intento de liberarse de las esposas, pero casi al instante desistió, cambió el ángulo y siguió follándosela con el dildo, sabiendo que consiguió lo que buscaba al escuchar los agudos gemidos y, que la mano que tocaba el clítoris, aferró sus cabellos, jalando hacia ella, enterrando el dildo hasta lo más profundo posible y entonces se vino con un gemido ahogado, agitando las caderas al compás de las convulsiones del orgasmo. Él cerró los ojos y gimió ronco, sintiendo su pene tirar con fuerza.
Regina suspiró largamente cuando bajó del clímax. Movió las caderas para sacar el dildo de su interior y descendió de la cama para quitarle la mordaza a David quien jadeó energético al verse liberado.
—Quiero probarte —dijo, pasado saliva después, alzando la mirada para ver a la imponente mujer que se paró enseguida de él, que lo miró y le dedicó una sonrisa malvada. Era preciosa, pero malvada.
—No —respondió haciendo gala de su altanería, alzando la barbilla con altivez caminando de nuevo hacia los estantes con juguetes. Eligió lo necesario, regresó a la cama donde colocó todo y después volvió hasta David para liberarlo de las esposas—. Sube e híncate, contra la cabecera.
Él inhaló profundamente mientras se ponía de pie. Cuando empezó a caminar no lo hizo aprisa, se tomó su tiempo, observando con detenimiento los juguetes que Regina había seleccionado y, justo cuando se colocó como le fue indicado, ella se subió a la cama, de rodillas, agarrando la cuerda roja de bondage con la cual rodeó uno de sus brazos, atándolo a la cabecera, haciendo lo mismo con su muñeca, repitiendo el proceso con su otro brazo, de tal forma que quedó amarrado a la cabecera con los brazos estirados. David se desesperó un poco e intentó protestar, pero cualquier palabra murió en su garganta cuando Regina puso contra su boca lo que pensó era un simple pedazo de tela.
—Ssssh. Silencio, pastor —dijo, hincándose justo entre las piernas abiertas de David. Sonrió cuando le introdujo su propia ropa interior en la boca—. Querías probarme. Bien, pues esto es todo lo que tendrás de mí —susurró, dejando un besito inocente en la nariz del asesor quien gruñó insatisfecho—. Mmmmhh. Estás tan duro —elogió, acariciando los muslos y caderas a su disposición, evitando hacer contacto con el erguido e hinchado pene.
Agarró el lubricante para verter un poco sobre su mano derecha bajo la penetrante mirada del asesor. Sonrió de medio lado mientras se acomodaba mejor entre las piernas abiertas de David y, justo cuando le colocó un beso en la mandíbula, agarró el pene haciendo que gimiera. Sonido que fue amortiguado por la improvisada mordaza.
Regina masajeó la dureza de David a su antojo, paseando por la hinchada cabeza, el largo mástil y los pesados testículos, procurando que cada rincón quedara bien empapado con el lubricante. Mientras lo hacía, se dedicó a darle dulces besos en el cuello pues él había echado la cabeza hacia atrás, disfrutando de la estimulación. Regina descendió, deslizando sus labios por la ardiente piel, deteniéndose en el amplio pecho donde dio algunas pequeñas mordidas suaves que lo hicieron sisear de placer a través de su ropa interior. Dejó en paz el duro pene, acariciando los fuertes muslos mientras miraba a David a los ojos quien respiraba con fuerza y la veía con intensidad, como reclamando silenciosamente el haber detenido la estimulación.
—Es muy pronto para venirse, pastor —dijo con fingida inocencia, simulando un puchero. Se dejó caer de espaldas quedando recostada sobre la cama, recogió un poco las piernas y entonces usó sus pies para masajear el pene del asesor que agitó las caderas con fuerza, demostrando con ello que eso lo excitaba.
Los movimientos de Regina eran lentos y meticulosos, procuraba tocarle los testículos, recorrer el pene y subir luego hasta el amplio pecho, para volver a descender. Los oscurecidos ojos azules se posaron sobre los suyos; fue cuando aprovechó para agarrar las copas de su brassier y bajarlas para dejar a la vista sus senos que tomó con las manos y masajeó a su antojo, jugando con sus duros pezones, viendo la desesperación del apuesto hombre que ahora luchaba contra las restricciones en un claro indicio de querer soltarse para írsele encima.
Dios… el solo pensamiento hizo que su centro pulsara con fuerza y, más por reflejo ante la necesidad que deseos de torturar a David, llevó sus manos hasta ahí para buscar alivio, comenzando tocarse frente a él que pareció enfurecer a pesar de que ella no había dejado de acariciarlo con los pies. Entreabrió la boca para dejar escapar los pequeños jadeos y gemidos conforme sentía que su orgasmo se construía. Abrió más las piernas, cerró los ojos, introdujo dos de sus dentro en su vagina para penetrarse con ellos, frotaba su clítoris con los dedos de su otra mano, escuchando con claridad la pesada respiración de David, los gruñidos amortiguados que la hicieron sonreír de satisfacción al saber lo desesperado que se encontraba de verla y no poderla tocar que, estando acostumbrado a dominar, a poseer, a tener el control, debía aguantar ser solo un espectador.
Sin embargo, sucedió algo que Regina no esperó. Abrió los ojos encontrándose con la de David que la veía con absoluto fuego, dominio y furia que se vino en ese mismo instante. Arqueando la espalda, sacudiendo las caderas, temblando y mordiéndose los labios para no gritar el nombre del apuesto asesor. Por un segundo se asustó porque fue como si él la hubiera poseído con la mirada. Pensamiento que prefirió ignorar y lo sustituyó por el deseo de seguir manteniendo el control de la sesión. Agarró un antifaz negro que colocó sobre los ojos de David como parte del juego, pero la realidad es que necesitaba escapar al menos por un momento de la dominante mirada.
—Sabes que lo que sucederá a continuación será intenso —dijo, porque él había visto lo que llevó hasta la cama para usar. Aguardó hasta que asintió y alargó una mano para tomar la rueda de wartenberg—. Lo único que espero de ti es que seas un buen súbdito, fiel, y te sepas comportar.
Pasó con gentileza la pequeña rueda por el amplio pecho provocando un pequeño cosquilleo. Sonrió ante el sonido que David emitió y siguió, pasando las púas por los hermosos pectorales, descendiendo despacio hasta el abdomen, el vientre, pasando a los muslos donde le dio la misma atención a uno y después al otro.
David se retorció ante los movimientos del metal que por momentos rayaba en lo doloroso. Apretó los ojos, concentrándose únicamente en las sensaciones que Regina causaba en su cuerpo. Jaló las ataduras cuando ejerció un poco más de presión y se acercaba a su intimidad, provocando que su pene y testículos se cargaran más con la inminente necesidad de alivio. Se arqueó cuando las púas pasearon por su ingle y se inquietó cuando ella subió de nuevo, negándose a tocar su entrepierna.
—Te gusta esto, ¿cierto, pastor? —preguntó. Su voz era seductora al mismo tiempo que burlesca, bajando otra vez hasta el inicio de la depilada intimidad—. Estás disfrutando de someterte a mí. —-Habló con un toque de orgullo mientras observaba fascinada cómo el pene de David goteaba con cada movimiento desesperado de cadera. Finalmente, Regina cedió al impulso y arrastró la pequeña rueda hasta la base del pene.
No ejerció presión, solo recargaba las púas contra la sensible piel. Sin embargo, la respiración de David se había vuelto agitada y entrecortada, casi desesperada por lo que Regina decidió conceder, deslizando la rueda provocadoramente alrededor del hinchado pene, subiendo una vez más a modo de tortura para volver a bajar y entonces, hacer contacto con la dura erección.
David gritó a través de la mordaza. Lo hizo con fuerza y dolor porque la sensación era muy similar a ser picado con una aguja en esa sensible área. Antes de poder razonar, Regina ya lo abordaba con una pregunta que le pareció divina en ese tortuoso momento:
—¿Te quieres venir?
Asintió furioso y por poco pierde la compostura cuando ella agarra su pene con una delicada mano.
—Te puedes venir —concedió la Reina, inclinándose para meter en su boca la dura erección, deslizándose hacia abajo, hasta que sus labios alcanzaron la base y el glande se dejó sentir en el fondo de su garganta. Se detuvo para chupar con fuerza, sintiendo el sabor del presemen floreciendo en su lengua e inundando sus sentidos haciendo su centro palpitar.
Un instante después David se vino emitiendo un gemido ahogado, empujando las caderas, adentrándose más en la cálida boca si es que eso era posible, derramándose en la garganta de Regina quien tragó instintivamente. Casi de inmediato ella se acomodó a horcajadas sobre él y se empaló en la aún dura erección, cabalgando con fuerza, buscando llevarse a sí misma al orgasmo, sonriendo con gusto al sentir que David movía las caderas, que gemía necesitado, casi desesperado y temblaba ligeramente. Con seguridad se debía a la sobre estimulación recibida.
Se agarró con la mano izquierda del respaldo de la cama, sacó la ropa interior de la boca de David para apoderarse de los rodados labios, en un beso demandante, lleno de pasión mientras que con la mano derecha frotaba su clítoris sin dejar de montarlo.
—Oh, jodeeeerrr —apretó los dientes cuando llegó. Su cuerpo entero convulsionó y gimió contra la boca de David mientras cabalgaba las oleadas de placer, escuchándolo gemir desesperado entre dientes.
Tenía los ojos cargados de lágrimas porque la estimulación a esas alturas resultaba más dolorosa que placentera. Las delicadas manos lo tomaron por las mejillas y sintió de lleno el tibio aliento de Regina.
—Sssh. Tranquilo. Lo hiciste muy bien, pastor —musitó ella con cariño, llenándole de besos tiernos el rostro mientras le quitaba el antifaz.
La voz de Regina fue como un ancla para David. Esas lindas palabras y el tierno trato consiguieron que se ubicara en tiempo y espacio, que la mente se apaciguara y que el corazón se le llenará de calidez.
—Voy a soltarte —anunció Regina moviéndose para hacer lo dicho, haciendo que el pene de David abandonara su interior en el proceso.
Lo más rápido que le fue posible desató un brazo que David de inmediato recogió por el entumecimiento y, cuando logró soltar el otro, se vio envuelta por ellos en ese mismo instante. David la besó con arrebato sin intenciones de dejarla ir. La mantuvo aferrada con el brazo izquierdo mientras usaba el derecho para masajear las bellas nalgas que en ese momento ansiaba azotar como castigo por haberle negado probarla, por la tortura y el dolor infligido. Sin embargo, decidió que lo dejaría para una próxima ocasión. Le apretó una nalga con fuerza haciéndola gemir en su boca.
—Salgamos de aquí —sugirió, moviéndose hacia la orilla de la cama, llevándola con él.
Regina bajó de la cama sin esperarlo, recogiendo su ropa que quedó esparcida por la habitación junto con la de él, protestando cuando David, sin previo aviso la levantó y se la echó al hombro para sacarla del lugar.
—¿Te volviste loco? —preguntó entre molesta y divertida por el comportamiento tan burdo que el rubio estaba mostrando. Desde luego que él no lo hizo, dejando en claro que la sesión había terminado. La dejó sobre la cama de la elegante habitación y ella de inmediato intentó salir, siendo detenida por él quien se arrojó sobre el colchón, jalándola por la estrecha cintura—. David —protestó cuando se vio de espaldas con el rubio sobre ella—. Debo volver a casa.
—No, no lo harás —aseguró mientras colocaba un dedo justo sobre los labios de Regina para callarlos. Empezó a deslizarlo hacia el sur del bello cuerpo justo por en medio hasta llegar al ombligo que bordeó con cuidado, siguiendo su trayecto, alzándole una ceja con advertencia cuando ella le agarró la muñeca con brusquedad justo cuando estaba por internarse entre sus piernas—. Quédate conmigo un poco más —pidió con voz dulce, alargando los dedos para acariciar justo donde la intimidad de Regina comenzaba mientras enterraba el rostro en el estilizado cuello—. Te deseo —susurró con sensualidad, dejando un pronunciado beso contra la suave piel. Sonriendo ahí mismo cuando la sintió ondular las caderas, aflojando un poco el agarre que tenía en su muñeca, permitiéndole ir más allá.
—David… —jadeó sin aliento, con las ganas a punto de acabar con la poca voluntad que le quedaba con cada palpitación de su vagina. Pasó saliva, con la mirada muy fija en él cuando los dedos se pasaron a lo largo de sus labios vaginales—. También te deseo —gimió ahogado cuando estimuló su clítoris, haciendo que sus piernas temblaran.
Su habitación se llenó de los hermosos gemidos de Regina quien no dejaba de verlo a los ojos mientras él la masturbaba. Se veía preciosa con las mejillas encendidas, los ojos acuosos, la vena de la frente saltada y la apetitosa boca entreabierta. Le metió dos dedos, ella se le aferró al cuello con fuerza, pegando su frente con la de él mientras abría más las piernas para dejarlo follársela así.
—Síií… Justo ahí —dijo con la voz estrangulada. Le encajó las uñas en los hombros, jadeando con fuerza, ondulando las caderas para aumentar la estimulación en su punto g. Él movió los dedos con más rapidez, Regina apretó los ojos, se arqueó y comenzó a venirse.
David gruñó al sentir las uñas, al verla arquearse y abrir la bella boca en una "o" perfecta sin sonido alguno saliendo por la misma. Podía ver la increíble tensión en el precioso cuerpo, la caliente vagina se apretaba con fuerza alrededor de sus dedos que él no dejó de mover hasta que Regina por fin soltó un grito que se convirtió en un lloriqueo al tiempo que convulsionaba presa de las oleadas del potente orgasmo.
—Te ves tan hermosa cuando te vienes —murmuró, embelesado por el bello rostro de la Reina Malvada contorsionado por el placer. No dejó de mover los dedos, ayudándola a obtener el mayor placer posible durante el orgasmo que consideró acabó cuando Regina dejó escapar un suspiro, quedándose totalmente rendida y agotada entre sus brazos.
Gimió bajito cuando David sacó los dedos dejándola con una extraña sensación de vacío que la inquietó. Se acurrucó contra él, perdiéndose en las maravillas del post orgasmo, con la firme convicción de levantarse e irse antes de que fuera más tarde en varios aspectos.
El rubio acarició el negro cabello con cariño esmerándose en mantenerla dormitando. Sabía que estaba mal lo que hacía pues eso ayudaba a Emma y perjudicaba a Regina, pero no lo podía evitar, en realidad era lo que deseaba hacer porque una parte de él podía ver que era precisamente eso lo que ella anhelaba.
—Necesito irme —murmuró de pronto, frunciendo el ceño y moviendo el rostro de lado a lado, luchando por salir del delicioso sopor que la envolvía.
Esta vez David accedió por el simple gusto de hacerlo, confiado en que tenía el poder para hacer que Regina se quedara, sin embargo, no lo usaría tan pronto. La dejó ir robándole un prometedor beso en el ascensor, diciéndole que ya no habría más distancia entre ellos, viéndola sonreír involuntariamente mientras negaba con la cabeza y se acomodaba un mechón de cabello tras la oreja, resistiéndose a aceptar lo que era más que evidente.
La vio subir a la camioneta que partió tan pronto como cerraron la puerta y volvió a su apartamento a ordenar la habitación de juegos.
Regina llegó a la mansión yendo a su habitación sin hablar con nadie. Fue directo a tomar una larga ducha bien fría, haciéndose a la idea de que a partir de ese día sería casi imposible sacarle a David de la mente, teniendo segundos pensamientos al cuestionarse si debía seguir adelante o no. Se envolvió en su larga toalla, atando las gruesas cintas a su cintura, se sentó frente al tocador y empezó a cepillarse el cabello, torciendo los ojos cuando vio que August entraba por la puerta sin anunciarse.
—Ojalá tuvieras la delicadeza de tocar. —Lo regañó, dándole un golpecito en un brazo con el cepillo cuando fue a abrazarlo.
—No exageres. Siempre cierras con llave cuando no quieres que entre.
Regina arrugó la nariz, negándose a darle la razón cuando sabía que la tenía.
—Cámbiate para que bajes a cenar conmigo —dijo entusiasmado porque adoraba la compañía de su hermana cuando estaba en la ciudad.
Ella asintió, metiéndose al vestidor para ponerse ropa interior y un pijama de seda negra.
—¿Qué tal el fin de semana con el asesor?
Escuchó que August preguntaba. Regina salió envuelta en un fino albornoz, tratando de esconder la emoción que sentía al pensar en su fin de semana con David. Se paró frente a su hermano, cruzándose de brazos, alzando un poquito uno de sus hombros, fingiendo que fue algo normal, poco sobresaliente.
August, que la conocía muy bien y sabía lo que hacía, la tomó de los brazos y besó su frente.
—Todo lo que quiero es que seas muy feliz, Regina —dijo con los ojos cerrados, abrazando con fuerza a su hermana cuando la sintió arrojarse a su pecho.
Los ojos se le llenaron de lágrimas contra las que luchó por no derramar, profundamente conmovida por las palabras de su hermano mayor quien representaba ahora la única figura importante en su vida. Pasó saliva, tratando de deshacerse del nudo que se le formó en la garganta y, para liberar su propia tensión, se le ocurrió decirle una tontería:
—Si algún día te contara podrías incursionar en la literatura erótica —rio divertida al sentirlo tensarse y luego alejarla un poco para mirarla a los ojos.
—Puedo vivir sin ello —comentó, comenzando a caminar hacia la puerta, llevándola con él de la mano mientras le hablaba del nuevo libro de suspenso que escribía.
David llegó al apartamento de Emma quien lo recibió entusiasmada con la cena lista y que sirvió tan pronto como se instaló en la mesa. Poco después de asear el apartamento, su hermana le envió mensajes y, en cuanto supo que Regina ya no estaba con él, lo urgió a ir a su sitio.
—Extraño que estés aquí conmigo —dijo Emma, sabiendo bien que, si David ya no estaba ahí, era porque ella misma de alguna forma lo propició—. ¿Me vas a llevar a conocer la habitación de juegos? —preguntó, intentando pasarse de lista.
—Si ya sabes que no, no entiendo para qué preguntas —respondió llevándose un trozo de lasaña a la boca, degustando el platillo.
—Pero sí estuviste con ella todo el fin de semana, ¿verdad? —preguntó insistente.
—Creo que la pregunta está de más —respondió pues era un tanto lógico ya que le confirmó el viernes que la vería y no se reportó con ella hasta ese día. Cerró los ojos al escuchar la exclamación de triunfo de su hermana.
—Lástima que no se quedó contigo también hoy. Tenía la esperanza de que llegara tarde mañana. —Lamentó.
—El que se quede conmigo no es garantía de que llegará tarde al trabajo.
—Te tienes que encargar de eso. Es tu misión como el Príncipe Encantador valeroso que debe vencer a la Reina Malvada por el bienestar de nosotros.
David hizo una mueca de desagrado al escuchar a Emma porque seguía con esa tonta idea en la cabeza. Para él no se trataba de vencer a Regina, sino de hacerle ver que debía disfrutar más la vida en general.
—Dijiste que me querías preguntar algo —le recordó la rubia al verlo quedarse tan serio.
—Tengo curiosidad por los escoltas que tiene, el cómo actúan —comenzó a decirle, omitiendo que tuvo una plática un tanto personal con Regina. No consideraba correcto contarle eso a su hermana—. Me parece una seguridad excesiva. Busqué en internet, algún atentado o algo, pero como siempre con ella, no hay mucho. Solo que la madre murió en un accidente y ya. Sin detalles —explicó, notando que el semblante de Emma cambió—. ¿Tú sabes algo más?
—Cuando entré a trabajar tenía poco de haber sucedido. Sé que la señora Cora murió en un accidente automovilístico bastante feo. Iba en carretera y perdió el control del volante. Fue un evento muy traumático para ellos y por eso nunca lo hablan —le contó lo que sus compañeros le dijeron cuando llegó a la empresa.
David asintió frunciendo los labios mientras razonaba que no había nada de extraño entonces. Que no hubiera información no era raro porque los Mills lo ocultaban todo, que Regina reaccionara así tampoco lo era considerando que la muerte fue accidental y violenta, entendía que le doliera recordarlo. También entendía que August cuidara así a Regina tomando en cuenta que a la bella mujer le gustaba escaparse de las escoltas y la velocidad al volante.
Regina despertó de golpe cuando la alarma sonó. Hizo lo que nunca hacía, aplazar la alarma diez minutos más, cubriéndose por completo con las sábanas para dormir otro ratito. Repitió la acción un par de veces hasta que ya no pudo hacerlo más. Se dio un baño rápido, se cambió de la misma forma, se maquilló y bajó a desayunar, omitiendo su sesión de spinning. Algo que no debió suceder, haciéndola consciente del impacto de David en su vida.
—Un café cargado para la princesa. Por favor, Eugenia —pidió August, mirando con ojos grandes a la mujer mayor que sonrió enternecida al escucharlo llamarla por el cariñoso apodo que el señor Henry le puso cuando nació.
—Enseguida, mi niño —concedió, dándole un beso en la cabeza.
—¿Tan mal me veo? —preguntó, tapándose la cara con ambas manos.
—Honestamente te ves radiante —respondió y su hermana descubrió su rostro, mirándolo sorprendida—. Con ese brillo especial que conoces muy bien —concluyó, sonriéndole empático.
Regina negó con la cabeza sabiendo bien que sus mejillas se encendieron ligeramente, agradeciendo mentalmente cuando Eugenia apareció de nuevo con su café pues era la oportunidad perfecta para no pensar en lo que August acababa de decirle.
—Gracias, Granny —agradeció, llevándose la taza a los labios para probar el oscuro líquido, rindiéndose ante el maravilloso y adictivo sabor—. Está riquísimo —dijo, sonriéndole a la noble mujer que besó su frente con cariño.
Terminó de desayunar con algo de prisa porque la hora se acercaba. Salió apresurada con August tras ella pues insistió en acompañarla al corporativo. Durante todo el trayecto se mostró ansiosa porque sentía que no avanzaban lo suficientemente rápido, estremeciéndose cuando su hermano tomó su mano izquierda, llevándosela a los labios para besarla y después bajarlas sin soltarla.
Prefirió no decirle nada porque ya conocía a Regina muy bien con sus ideas de perfeccionismo y puntualidad. Si insinuaba que no pasaba nada ella le diría que él no tenía idea lo que era estar al frente de un corporativo y no tendría más que darle la razón, como había sucedido en incontables ocasiones. Inhaló profundamente, anhelando que esto que Regina tenía con el asesor lograra cambiar, aunque fuera un poco su visión de la vida, lo suficiente para que ella fuera feliz.
Llegaron justo a la hora de tal forma que Regina cruzó la puerta un minuto tarde. Se quedó parada mirando el reloj sin poderlo creer, inhalando profundamente para empezar a caminar con su habitual elegancia por el piso del corporativo con su hermano tras ella, tratando de ignorar las miradas e intento de comentarios discretos. Pasó de largo frente a los cubículos que eran la antesala de su oficina sin molestarse en ver si Mary Margaret ya estaba sentada o no. Le dio un escueto saludo a Ruby y se metió a su oficina, cerrando tras ella.
—Buenos días —saludó cordialmente August.
—Buenos días —respondieron Ruby y Emma, esta última con una peculiar sonrisa.
Voltearon a ver a Mary Margaret quien venía corriendo hasta dejarse caer aparatosamente en la silla que le correspondía.
—¿Le podemos ofrecer algo, señor Boots? —preguntó Ruby con actitud servicial.
—August. Soy August —insistió como siempre lo hacía—. Y no, no se me ofrece nada —sonrió, dándoles la espada para entrar a la oficina de Regina.
—Es su hermano. No te preocupes —dijo Emma a su amiga al verle cara de angustia porque alguien entró a la oficina sin anunciarse.
—¿Te gusta August? —preguntó la asistente de Regina, volteando a ver a Emma con ojos inquisitivos.
—Es guapo. —Se defendió, encogiéndose de hombros.
—No más que tu hermano.
Ambas se sobresaltaron cuando escucharon a Mary Margaret quien se había puesto enseguida de ellas sin que lo notaran.
—Nos asustaste —reclamó Ruby con molestia por lo entrometida que era.
—Hablando de él, ¿ya logró vencer a la bruja? —preguntó con interés.
—En eso está, ¡oowww! —Se quejó Emma cuando Ruby le sacó el aire con un codazo en el estómago.
—Sssshhh. —Ruby calló a ambas, molesta con la forma en que Mary Margaret se refirió a Regina y con Emma por seguirle el juego—. Se supone que no debemos hablar de eso. —Las regañó y las dos asintieron.
—Acaba de llegar —contó la rubia sobándose el estómago —. Pasaron casi todo el fin de semana juntos —susurró, riendo divertida cuando Mary Margaret frunció el ceño con desagrado, quedándose con las ganas de decirle que ella no era el tipo de su hermano y que dudaba mucho que algún día pudiera llegar a serlo.
—Deja de discutir conmigo. Llegué tarde porque ellos no condujeron más rápido y lo sabes bien —dijo Regina, sintiéndose frustrada consigo misma por su propio empeño en que ese asunto la molestara cuando sabía bien que no tenía nada de malo.
—Veníamos a buena velocidad —aclaró, viéndola hacer un gesto de desagrado como ya era costumbre porque eso de la velocidad era todo un tema con ella—. Llegaste tarde porque te divertiste el fin de semana y ya. No tiene nada de malo.
Regina asintió frunciendo los labios con evidente molestia, misma que se transformó en algo parecido a la emoción cuando un mensaje de David llegó a su celular, el cual, leyó de inmediato.
"Sigo firme en que no haya más distancia entre nosotros. Iré por ti a tu hora de salida"
August la observó con detenimiento, siendo testigo mudo de cómo ese brillo en ella aumentaba mientras leía algo en el celular, seguro que se trataba de él. No pudo hacer otra cosa mas que soltar un suspiro, comenzando a creer que Regina se estaba enamorando del rubio asesor y que ella no tenía ni la más mínima idea de ello.
