A Regina le pareció una eternidad esperar por la hora a pesar de ir a comer con August y regresar puntual a la oficina donde la tarde transcurrió en aparente normalidad para todos excepto para ella.

No podía dejar de pensar en David e imaginar lo que sería ese nuevo encuentro. En ella habitaba el deseo impetuoso de volver al cuarto de juegos y ponerse en las manos del apuesto asesor. Era difícil de explicar, pero amaba someterse, ceder el control al otro hasta el punto de perder la noción del tiempo y el espacio. La hacía olvidar y al menos por ese momento, no existían responsabilidades ni dolor emocional.

Faltando un par de horas para salir decidió enviar un mensaje a David avisando que sería ella quien iría a su departamento. No consideraba buena idea que fuera visto tan seguido en el corporativo. Con seguridad las sospechas se incrementarían al punto de volverse un hecho prácticamente y ese no era el acuerdo que tenía con él.

"Sal puntual de la oficina o te estarás metiendo en un serio problema"

Una hermosa sonrisa llena de emoción se dibujó en el bello rostro de Regina al leer el mensaje que David le envió como respuesta. Apretó los muslos al sentir las pulsaciones en su intimidad de tan solo imaginar lo que pudiera suceder en caso de contradecirlo. Sin embargo, decidió que sería algo que dejaría para otra ocasión. Así que se retiró puntual de la oficina sin dar mayor explicación a Ruby quien se despidió con cordialidad de ella.

Emma envió un mensaje a David de inmediato y exclamó un triunfante "Sí" cuando su hermano le confirmó que Regina iba para su apartamento. Fue tanta la emoción que se lo comunicó a sus amigas quienes expresaron sentir alivio ante la situación pues eso les quitaba presión de encima. Mary Margaret fue la única que fingió la sonrisa y el agrado ante la situación, hecho que pasó desapercibido por las demás que apuradas recogían sus pertenencias para irse a casa.


Regina acomodó su vestido gris después de tocar el timbre del apartamento. Para su sorpresa la puerta se abrió de inmediato, evidenciando que el asesor la esperaba con ansias. Y era perfecto porque ella también moría de ganas por estar con él.

Se fundieron en un arrebatado beso que les dejó en claro el deseo y las ganas que se tenían por lo que sin demora caminaron a tropezones hasta el cuarto de juegos.

—Tengo muchas ganas de tomarme mi tiempo —dejó en claro, mientras le acomodaba el cabello tras las orejas en un gesto cariñoso que resultaba muy íntimo a la vez. Lo sabía porque los preciosos ojos de Regina reflejaban una entrega total, aunque ella no lo expresara con palabras.

Ella asintió conteniendo la emoción por el momento. Necesitaba una buena sesión para deshacerse de la tensión que se fue acumulando en ella desde que recibió su mensaje. Exhaló lentamente por la boca cuando las varoniles manos la agarraron de los brazos. Subió la mirada hasta posarla en los azules ojos que reflejaban el más puro de los deseos y Regina sintió que se deshacía ahí mismo. Para su fortuna David la hizo girar con delicadeza hasta encarar la cama que para su sorpresa se encontraba vacía. Nada había que le indicara qué era lo que David pretendía hacerle.

No tuvo tiempo de identificar si eso le causaba emoción o tensión porque su cabello fue hecho hacia un lado, dejando el cuello expuesto donde se posaron los tibios labios rosados de David que repartieron pequeños besos. Acción que consiguió el intenso palpitar de su encendida intimidad. Cerró los ojos, exhaló entrecortadamente y se estremeció apenas, casi imperceptible. Luego jadeó bajito cuando lo sintió sonreír contra su piel, haciéndole saber que, contrario a lo que pensó, no le pasó desapercibido. Con torturante lentitud bajó el cierre de su vestido gris exponiendo de a poco su ardiente piel a la temperatura de la habitación, contraste que trajo pequeños escalofríos. Le sacó las mangas y bajó ahora todo el vestido mientras que él descendía arrastrando los labios por la espina dorsal que se arqueó ante el delicado toque.

—Me fascina lo suave que es tu piel —dijo con voz cargada de excitación mientras subía con las manos por las esculturales piernas.

Dios, no. No. No. La voz de David sonó tan sensual que Regina sintió que se deshacía en ese instante. Mordió sus labios para no suplicar, menos cuando las manos danzaban cerca de su intimidad, jugando con la idea de tocarla, pero sin llegar a hacerlo en realidad.

El contacto físico terminó y Regina abrió los ojos manteniendo una postura estática a sabiendas que David hacía algo tras ella. La respuesta llegó en forma de tela negra que cubrió sus ojos. Le fue retirado el brassiere y las fuertes manos se apoderaron de sus senos que fueron masajeados.

—Hoy voy a gozarte a mi antojo —murmuró con sensualidad al oído de la bella mujer que esbozó una bellísima sonrisa. Tomó entre sus dedos los pezones y jugó con ellos.

—¿Vas a comportarte como el príncipe encantador que eres siempre conmigo o como el verdadero pervertido que llevas dentro? —cuestionó con el más puro descaro. Gimió bajito cuando David apretó un poco sus pezones como una pequeña llamada de atención por el atrevimiento.

—Silencio o me veré en la necesidad de amordazarte.

—¿Será que una simple mordaza hará que mantenga un buen comportamiento? —dijo a modo de burla por la propuesta y con toda la intención de provocarlo. Esta vez cerró los ojos por reflejo y gimió sorprendida cuando le fue dada una certera nalgada que resonó por toda la habitación.

—Suficiente —siseó en el oído de Regina mientras le apretaba la redonda nalga que azotó haciendo que emitiera un quejido de dolor y se alzara en puntas por un momento.

Sin decir más la levantó en brazos, la dejó caer sobre la cama y se montó a horcajadas sobre ella sosteniéndose sobre las rodillas para no ponerle su peso encima.

—Eres una chica traviesa, señorita Mills —canturreó la acusación porque, como si fuera la cereza del pastel, Regina sonreía con humor.

Incitado por las provocaciones de la bella mujer, David se sacó el grueso cinturón de cuero que llevaba en los jeans, agarró las manos de Regina y se las ató firmemente con él. Después se las alzó por encima de la cabeza, estirando hasta que los firmes brazos se tensaron. Sacó la soga negra que dejó bajo las almohadas, la enredó en el amarre del cinturón haciendo un perfecto nudo de bondage, atando el otro extremo al cabecero, tensando hasta donde era posible de tal forma que los brazos de Regina quedaron restringidos de todo movimiento.

—Ahora sí vamos a empezar.

Regina lo sintió quitarse de encima suyo y, como siempre lo hacía, probó la resistencia del amarre encontrándolo perfecto. Sus brazos se encontraban estirados al máximo en una posición que tarde o temprano los haría doler entumecer. Concentró sus sentidos en oír para intentar anticiparse a la escena, pero lo único que escuchó fue el inconfundible sonido de una bandeja. El peso de David se volvió a sentir sobre la cama y se relajó un poco a pesar de que se llenó de anticipación. El corazón le latía con fuerza en el pecho e involuntariamente soltó un par de jadeos.

Sonrió al sentir el suave cosquilleo contra su cuello mismo que bajó por entremedio de sus pechos y luego subió para rodearlos esta vez coronando en sus pezones donde se entretuvo algunos momentos, buscando estimularlos. Bajó por uno de los costados haciendo que se pusiera ligeramente de costado, después ambos intercambiaron. El plumero se remolineaba ahora en su ombligo haciendo que se retorciera por el cosquilleo que aumentaba la sensibilidad en su piel. Como si de una cruel tortura se tratara, David paseó las plumas por encima de su ropa interior, negándole el placer de sentir en su intimidad a plenitud. Eso la hizo removerse algo fastidiada y exigente. Dobló las piernas cuando las cosquillas se sintieron en su ingle, le rodearon uno de los muslos, después el otro, deslizándose con parsimonia por su rodilla, descendiendo por la pantorrilla hasta acariciarle el pie, mismo que David tomó para provocar cosquilleo en la planta del pie que besó cuando ella intentó quitarlo.

—Tranquila —dijo con voz calmada tomando el otro pie para darle el mismo trato, disfrutando de verla retorcerse por el cosquilleo.

Se colocó entre medio de las esculturales piernas, tomó la ropa interior y la bajó lentamente mientras se recorría hasta sacarla por completo. Volvió a su posición anterior y esta vez sí paseó las plumas por la intimidad de Regina que arqueó un poco la espalda y soltó una pequeña risa seguida de un gemido. Se entretuvo un momento ahí, tal como lo hizo con los pezones, provocando a Regina que se agitaba y movía las caderas tratando de aminorar las atenciones porque de seguro por momentos se volvía insoportable. Decidió pasar a lo siguiente, así que subió con el plumero por una línea imaginaria en el centro del bello cuerpo, pasando por entremedio de los perfectos senos pasando por el cuello, que Regina estiró, culminando en la barbilla la cual besó al quitar el juguete. Mordisqueó un poco ahí, viendo con fascinación la apetitosa boca entreabierta que parecía rogar por un beso.

Alargó la mano hasta una bandeja de donde agarró entre los dedos un cubo de hielo que pretendía usar en ella. Se relamió los labios antes de dejarlo suspendido sobre el estómago de Regina, aguardando hasta que una gota cayó sobre la caliente piel. La escuchó jadear por la contrastante sensación y sonrió satisfecho porque con seguridad ya sabía lo que le esperaba. Colocó el frío hielo contra la piel oliva y lo deslizó hacia arriba mientras que el pecho de Regina subía y bajaba al ritmo de la respiración entrecortada. Movió el cubo sobre el seno derecho, lo paseó por la aureola viendo encantado cómo el área se arrugaba y el bonito pezón se endurecía.

—Aaah.

El más bello de los gemidos irrumpió en la habitación cuando el hielo tocó el duro pezón que no tardó mucho en entumecerse con el cruel frío al que era sometido. Se pasó al otro, dándole el mismo trato. Subió el hielo por el cuello de Regina y siguió de largo hasta llegar a los rojizos labios que se abrieron cuando los acarició con el hielo. Ella abrió dócilmente la boca permitiendo la intromisión del cubo. Lo chupó un poco y luego volvió a abrirla para que él lo tomara. David sacó el hielo, besó la fría boca disfrutando del contraste de su lengua caliente con la helada de ella. Se despegó de la dulce boca jalando el labio inferior en el proceso. Después se tomó su tiempo, entreteniéndose al dejar caer frías gotas en el ombligo de Regina hasta que se desbordó recorriendo el estómago de la bella Reina Malvada que se retorcía deliciosamente. Bajó entonces hasta alcanzar la caliente intimidad que con seguridad palpitaba de deseo y paseó el hielo por ahí. Regina siseó, jaló los brazos desesperada y agitó las caderas de la misma forma. David usó su otra mano para exponer el hinchado clítoris y con apenas tocarlo el cuerpo de Regina se sacudió como si le hubiese sido dado un latigazo.

—Oh, Dios… Oh, por Dios —repitió con voz aguda al sentir el frío contra su sensible clítoris que parecía arder por el contraste de temperatura. La piel se le erizó por completo y arqueó la espalda mientras disfrutaba de la cruel tortura que resultaba sumamente placentera.

Fueron apenas unos segundos los que David mantuvo el hielo contra el clítoris de Regina. No debía dejarlo mucho tiempo porque podía ocasionar algún daño y eso no se lo iba a permitir. Llevó el hielo a su boca con la intención de enfriar su lengua. Cuando lo consideró suficiente dejó lo que quedaba del cubo en la bandeja y se inclinó para penetrar a Regina con su entumecida lengua y oh, el grave gemido de placer que ella soltó hizo que su pene respondiera buscando liberarse de los pantalones que aún llevaba. Acomodó las estilizadas piernas sobre sus hombros y con las manos aferró la estrecha cintura mientras se aferraba a estimularla con su lengua.

La sensación fría de la lengua no duró mucho tiempo porque el centro de Regina estaba ardiendo. Gimió largamente cuando David hizo presión con las uñas recorriendo sus costados, bajando hasta las caderas y subiendo apenas por los muslos. Después se apoderó de sus pechos que apretó a su antojo sin delicadeza. Luego atacó sus duros pezones dándoles el mismo trato, pellizcando ligeramente sin llegar a dañarlos, movimientos que fueron acompañados con una certera estimulación en su clítoris que fue chupado, mordido y lamido. Carajo… David en realidad era bueno haciendo eso. Lo era tanto que apenas fue consciente que estaba por venirse. Y quiso decirle porque una vez más no sabía si podía venirse o no. Movió un poco las piernas e intentó alejarse de la feroz boca, pero una fuerte chupada a su clítoris la arrojó al orgasmo sin piedad.

Su espalda se arqueó tanto que sus brazos dolieron al estirarse de más. La boca se le abrió en una "O" perfecta mientras que ningún sonido salió de la misma porque le era imposible emitir palabra alguna por la potencia del orgasmo. Hasta que por fin hubo un momento en el que las oleadas empezaron a azotar su cuerpo y le permitían apenas soltar gemidos que bien podían ser confundidos con lloriqueos de placer.

—Te viniste sin permiso, Majestad —acusó David, viendo fascinado a la belleza de mujer retorcerse presa de un buen orgasmo. La penetró con dos dedos haciéndola lanzar un gemido ahogado pues con el pulgar presionó el sensible clítoris y los movió, como llamándola hacia él, sabiendo que golpeaba con precisión el punto G.

Regina soltó un débil "no". Se retorcía desesperada por la extrema sensibilidad en su cuerpo y, a pesar de que ella tenía el poder de detener lo que sucedía no le cruzó por la mente usar la palabra segura porque no quería parar. David sacó los dedos y le dio una palmada en la vagina que la hizo temblar por la mezcla de dolor y placer. Las varoniles manos pasaron por todo su cuerpo, estimulando su sensible piel a modo de castigo. De pronto dejó de tocarla y supo que se bajó de la cama, alejándose unos pasos para acercarse de nuevo. Escuchó que se quitaba los pantalones y esperaba que también se deshiciera de la ropa interior porque ansiaba sentirse follada por ese grueso pene.

—Para mi gusto habría usado cera caliente en tus pezones después del hielo por aquello del contraste —dijo al tiempo que volvía a pellizcarlos, buscando endurecerlos lo más posible—, pero como dijiste que eso no está permitido, voy a usar esto.

—Oh, Dios —gimió Regina cuando sus pezones fueron mordidos por el frío metal de unas pinzas. El dolor le recorrió el cuerpo y ella se retorció mientras jadeaba tratando de soportar.

—¿Demasiado apretado? —preguntó David al notar la evidente incomodidad. Se relajó al verla negar con la cabeza.

—Solo no lo esperaba —respondió, tragando con dificultad.

—Bien —aprobó, acariciando con cariño los pechos de Regina. Admirando lo lindos que se veían adorados por las pinzas y la cadena que unía las abrazaderas de la cual podía tirar para torturar—. Debo decir que no son pinzas para pezones comunes, señorita Mills —dijo con la finalidad de que se diera una idea de lo que a continuación venía.

Regina gimoteó, soltó pequeños lloros y quejidos cuando la cruel pinza abrazó su sensible clítoris. Tembló por el agudo dolor que se instaló en su mente al grado que le aceleró la respiración y ella relamió sus labios tratando de aguantar, de obligar a su cuerpo a aceptar lo que su dominante le estaba dando. La venda de los ojos le fue retirada y buscó desesperada la mirada de David que le sonrió con cariño mientras le acariciaba con ternura la sien y la frente.

—Puedes hacerlo. Eres traviesa y disfrutas de tener un mal comportamiento, pero en el fondo sé que amas ser una buena chica y que te esmeras por demostrarlo.

Joder… Cerró los ojos que por alguna maldita y extraña razón se le llenaron de lágrimas cuando una sensación de calidez le inundó el pecho. Sí, llevaba una vida entera esforzándose por ser buena y nada la hacía más feliz que ser reconocida como tal por el compañero en turno.

Todo pensamiento desapareció cuando David tomó la jodida cadena con un dedo y la alzó de la forma más delicada posible. Esa era la gracia de las pinzas, que con el más mínimo cambio era capaz de causar mayor o menor dolor. El cuerpo se le tensó y ella contuvo la respiración apretando también los dientes en un intento por aguantar. Casi de inmediato dejó descansar la fría cadena sobre su cuerpo de nuevo.

—Es hora de ser buena y venirse, Majestad —dijo David mientras se colocaba entremedio de las bellas piernas que subió a sus brazos. Acercó su caliente pene a la ardiente intimidad de Regina quien lo miró algo confundida y le cruzó por la mente que quizá nunca había llegado al orgasmo teniendo pinzas sobre el cuerpo—. Sí, vas a venirte así. Con tu clítoris dolorosamente apretado mientras te follo a mi antojo.

La penetró de una, disfrutando de la momentánea incomodidad que Regina manifestó con tensión en el cuerpo y una queja acompañada de un gesto de dolor. Estaba muy mojada y lista para recibirlo, lo sintió cuando la penetró con sus dedos, pero lo estrecha que era no cedía en lo absoluto y su pene no era precisamente pequeño en proporciones.

La vagina de Regina se apretó con fuerza alrededor de la gruesa circunferencia de David. Estaba muy duro, caliente e hinchado, podía sentir las marcadas venas a la perfección y, de no ser por las abrazaderas que torturaban sus pezones y clítoris, le habría resultado tremendamente placentero a pesar de la incomodidad por su jodida estrechez. Un jadeo entrecortado abandonó sus labios cuando el pene se deslizó fuera de ella solo para entrar de nuevo de la misma forma que la primera vez, empujando su cuerpo con violencia, haciendo que las malditas pinzas se sacudieran aumentando el dolor agudo.

Agonizante. Era la palabra con la que Regina podía describir el placer que recibía en ese momento. Jamás se la habían follado con una pinza en el clítoris. Era una sensación tan desesperante que por momentos sentía que perdía la cordura porque ni el placer ni el dolor le daban tregua, confundiendo su cuerpo. Soltó un gruñido desesperado tratando de aclarar su mente. No quería caer en el subspace, era muy pronto para eso, pero la forma tan despiadada con la que David se la estaba follando la empujaba insistentemente hacia ese punto porque el placer era innegable, pero oh, el dolor era insistente en sus pezones y clítoris al agitarse con la fuerza que era follada por el apuesto asesor. Sintió el orgasmo acercándose, tensando su vientre bajo, obligando a apretar con más fuerza alrededor del caliente pene que ahora la embestía fuerte y duro, buscando hacerla llegar sin mayor estimulación placentera que esa.

Y le estaba funcionando. La mente de Regina se deshacía al confundirse con las sensaciones de dolor y placer que atacaban por igual. Hubo un pequeño momento en el que la pinza del clítoris se soltó ya que no se encontraba tan apretada. Ella gimió aliviada, aunque dolió cuando la sangre volvió a correr con normalidad por su clítoris que fue frotado por David, enviando una oleada tan placentera que el orgasmo se disparó como si de un arma se tratara.

David lo supo porque sintió la vagina que penetraba contraerse un par de veces anunciando el clímax por lo que se apresuró a colocar la pinza de nuevo en el clítoris de Regina quien gimió tan alto que con seguridad se escuchó en todo el apartamento. El perfecto cuerpo de la bella Reina Malvada se agitó con fuerza, tanto que su pene salió de ella cuando onduló las caderas con desenfreno y convulsionaba de pies a cabeza presa del orgasmo. Se masturbó mientras la veía expulsar un poco de líquido con cada oleada de placer hasta que poco a poco cesó, dejando a Regina rendida sobre las negras sábanas.

—Se siente bien, ¿cierto? —preguntó al quitar la pinza del clítoris de Regina, viendo con satisfacción cómo se retorcía de nuevo. Y, como ella no atendió su llamado, jaló un poco la cadena para infligir dolor en los tiernos pezones—. Responde —demandó, dejando de jalar casi al instante.

Regina le clavó una desafiante mirada que lo hizo alzar una ceja. Por supuesto que se sintió bien a pesar de todo. De hecho, le molestaba que le estuviera hablando porque no quería pensar en nada más que disfrutar del adormecimiento postográsmico y que él le dijera lo bien que lo había hecho. Porque sí, a ella le encantaba ser una buena chica en las habitaciones de juego, pero, tal como David lo había dicho, también gozaba de provocar a sus dominantes para obligarlos a tener mano dura con ella. Así que no encontró mejor respuesta que la que le dio:

—Yo lo sabía. Eres un maldito pastor pervertido.

La expresión en el rostro de David por poco la hace estallar a carcajadas, mismas que murieron en su garganta cuando él le tomó de la pierna izquierda y la hizo colocar de lado para darle un par de nalgadas.

Oh, pero por supuesto que lo iba a llamar como le diera su regaladísima gana aun cuando estuviera en el rol de sumisa. Dios… Regina sí qué era todo un enigma. Intrépida, terca, obstinada y desafiante. Y, en vez de enojarse como cualquier dominante lo haría y castigarla por el atrevimiento, decidió preguntarse qué era lo que Regina necesitaba en realidad.

—¿Te gusta desafiar a tus dom? —preguntó quitando las pinzas de los pezones viéndola tensar y luego relajar. Se los masajeó para aliviar el dolor.

—A-a veces —respondió viendo que se montaba sobre ella apoyándose en las rodillas de nuevo.

La agarró por la mandíbula con fuerza sin llegar a lastimarla en realidad y la besó con demanda, apoderándose de su boca, obligándola a responder al introducir la lengua hasta la garganta y sin darle oportunidad de respirar hasta que fue evidente que lo necesitaba. Jadeó desesperada cuando liberó su boca, algo que no duró mucho pues David se acercó hasta que el glande le acarició los labios, incitando una reacción de su parte. Regina abrió dócilmente la boca permitiendo la entrada. Lo hizo solo hasta la mitad y David se la folló un poquito así mientras soltaba sus manos del amarre y después del cinturón.

Se le quitó de encima y la giró sin previo aviso. Le colocó una almohada debajo de las caderas para elevar su trasero, juntó las torneadas piernas y se colocó encima. Regina emitió una queja de sorpresa cuando el cinturón se estrelló sobre sus nalgas con la suficiente fuerza como para dejar dolorida el área. Recibió menos de diez azotes que tomó sin quejarse a pesar de la punzante sensación que no hizo más que excitarla.

—Eres tan única, Regina, que he decidido que decirte Majestad te queda muy corto —dijo admirando el dulce color rosado que adquirieron las bellas nalgas con sus azotes. Le agarró las manos y usó el cinturón para atarlas por detrás. Luego se inclinó hasta quedar suspendido sobre ella. Llevó sus manos al sur del bello cuerpo y pegó su boca al oído derecho—. De ahora en adelante vas a ser mi reinita —sentenció mientras que, con toda la ternura del mundo le acariciaba el clítoris haciéndola estremecer y gemir de placer—. ¿Te gusta?

Oh, joder sí… ¿Cómo no iba a amar que su dom la llamara de esa forma tan cariñosa y dulce? Apretó los dientes porque su raciocinio le decía que no era prudente ceder y dejarse llevar, pero ya no quería no complacerlo. Se moría porque la elogiara y la hiciera sentir como la más buena de las chicas.

—Mucho, señor —respondió y recordó que David no deseaba que lo llamara así por lo que se apresuró a corregir—. Señor Nolan.

—Muy bien, reinita.

Regina enterró el rostro en la cama por la emoción que le abrasaba el corazón a pesar de que su cuerpo era sometido a la placentera estimulación de su intimidad. Había un efecto muy poderoso y profundo en ella cada vez que era elogiada. Mordió su labio inferior y cerró los ojos, decidida a perderse en el placer que David le daba. La estimulación en su clítoris paró, sus azotadas nalgas fueron abiertas y el tibio aliento del apuesto hombre se sintió en su caliente intimidad que palpitaba de deseo. La lengua le recorrió por completo, subiendo lentamente hasta llegar hasta su apretado anillo de músculos al que dio una larga lamida que la hizo gemir bajito. Después le mordió una de las nalgas con cariño mientras apretaba la otra.

—Vamos a acabar contigo —dijo colocando su pene contra la entrada de Regina, empujando con calma y firmeza, adentrándose de a poco en el estrecho interior que se ensanchaba a su alrededor. Se sentía tan bien abrirla. No paró hasta que colisionó contra las bellas nalgas y sonrió divertido, negando con la cabeza cuando sintió que las delicadas manos atadas le acariciaban el vientre bajo. Seguro estuvo que Regina se moría por tocarlo y por supuesto que no le iba a dar ese gusto. Le agarró las manos del amarre, subiéndolas hasta dejarlas contra la perfecta curvatura de la espalda. Con la otra mano le aferró una de las carnosas nalgas y comenzó a embestirla desde esa posición, arremetiendo con fuerza contra el bello cuerpo que se movía al compás de su ritmo castigador.

Regina no pudo evitar gritar de placer mientras se encontraba ahí, tumbada sobre la cama, recibiendo el pene de David sin descanso con las piernas juntas, posición que hacía que se sintiera mucho más grande e intenso. Era simplemente maravilloso y la sometía a un estado de pura dicha porque justo en ese momento no existía nada más que el miembro turgente entrando y saliendo de ella, acrecentando sus ganas de venirse, de sentirlo llenarla.

—Por favor —susurró sin aliento, tragando la saliva que se acumuló en su boca sin darse cuenta.

—¿Por favor qué, reinita? —cuestionó deteniéndose un momento solo para escucharla.

—Por favor vente. Quiero sentirte —respondió con la más vulnerable de las voces. Renegó y empujó su trasero hacia arriba cuando él abandonó su interior.

—Que vista tan maravillosa tengo —se jactó el apuesto asesor al ver la mojada intimidad de Regina.

Paseó sus dedos por los hinchados pliegues haciéndola descansar, dándole la confianza suficiente para reposar de nuevo sobre la cama. Los metió despacio adorando la estrechez, la calidez y la humedad encontrada. Los sacó al tiempo que con su otra mano abría las perfectas nalgas para exponer el orificio anal de la llamada Reina Malvada. Metió su pene de nuevo dentro de ella y acarició el apretado anillo con sus mojados dedos procurando humedecerlo. Volvió a sujetarle las manos, presionándolas contra la curvada espalda, comenzó a mover las caderas retomando la penetración y empujó su dedo pulgar contra la entrada posterior.

—Oh. Ooooh —gimió Regina gustosa cuando el dedo entró en ella por ese orificio. Adoraba la estimulación anal. La enloquecía de placer por lo que sabía que se vendría en cualquier momento.

David se la folló con todas lo que tenía, arremetiendo fuerte y duro contra ella, fascinado con los gemidos y quejidos de dolor que soltaba, sabiendo que se encontraba cerca de venirse porque se apretó deliciosamente sobre su pene y su dedo volviendo todo tan ajustado que sintió no tardaría mucho en llegar al orgasmo. Regina gimió ahogado, el cuerpo se le tensó, David empujó lo más dentro que le fue posible y la sintió venirse. Temblaba sin control y se contraría sobre su pene con fuerza, invitándolo a llenarla con su semen. No quiso darle tregua. Sacó su dedo, agarró con esa mano el amarre en las muñecas de Regina y con la otra le agarró el cabello para tirar de él obligándola a echar la cabeza hacia atrás. Se empujó de nuevo dentro de ella con fuerza mientras se derramaba, aflojando y volviendo a empujar con cada bombeo de su ardiente semilla que Regina recibió como recompensa. Él gruñó de placer conforme se descargaba, sintiendo que la poseía por completo en ese momento.

Cuando acabó, soltó el posesivo agarre al que la sometió y le dio un beso sonoro en la sonrojada mejilla mientras se movía despacio aun dentro de ella.

—Eres tan buena, reinita —la elogió—. Lo hiciste tan bien. Eres perfecta —murmuró besándole la mandíbula.

Salió de ella, le desató las manos y se sorprendió cuando Regina se arrojó a sus brazos. La aferró contra su pecho, le besó el negro cabello y gustoso recibió el apasionado beso que ella le daba. Después se recostaron, ella enterró el bello rostro en su pecho y él se dedicó a acariciarla con ternura hasta que Regina se relajó lo suficiente como para quedarse dormida.

David dormitaba porque la noche ya estaba entrada cuando de pronto el sonido del celular de Regina se escuchó a lo lejos pues se había quedado fuera de la habitación. El sonido la despertó y salió apresurada del lugar en toda su gloriosa desnudez. Soltó un largo suspiro pensando en que Regina era realmente bella y no se refería al físico en particular. Se sentía muy afortunado y lo último que quería era echarlo a perder así que, como sabía que ella diría que se tenía que ir, optó por no llevarle la contraria y simplemente dejarla. Recogió el vestido y la ropa interior de Regina. Salió de la habitación justo cuando ella estaba por entrar.

—Gracias —dijo con una tenue sonrisa en los labios al tomar la ropa que David le tendió.

Giró sobre sus talones con lentitud para ir al dormitorio principal donde se aseó lo mejor que pudo, se vistió y salió encontrándose con que David sostenía un vaso con agua que le ofreció tan pronto como cruzó el umbral de la puerta.

—Es importante que te hidrates después de una sesión —expresó con suavidad, evitando que sonara a una orden, solo quería hacerse cargo de ella como buen dom.

Le habría encantado negarse a hacer lo que le pedía, pero desafortunadamente no había tiempo para ello. Además, adoraba lo mucho que David se esmeraba por cuidarla cuando tenían una sesión. El vaso le fue retirado de la mano y puesto sobre la mesa. La azul mirada se clavó en ella, Regina acomodó un mechón de cabello tras su oreja con algo de nerviosismo, mismo que se esfumó tan pronto como David la apresó entre sus brazos plantándole el beso más apasionado y descarado que le había dado jamás.

—Estuviste maravillosa. —Le acarició las mejillas con ambas manos. Gozó verla entrecerrar los ojos al sentir su tibio aliento sobre el bello rostro.

—Pensé que te enfadarías por lo que sucedió.

—Eres como un desafió, señorita Mills. Eres todo un reto que me arriesgo a tomar. No voy a dejarte ir solo porque eres terca y desobediente cuando estás abajo. Me gusta la adrenalina que eso le inyecta a la sesión. —Acunó el bello rostro y besó los tersos labios que se curvaron en una media sonrisa.

—Te excita someterme, ¿cierto? —preguntó perspicaz.

—Por supuesto —aceptó apretando los labios en un gesto gracioso—. Me excita tanto como tú amas someterte y convertirte en la más buena de las chicas cuando estás en una habitación de juegos.

Se apoderó de los rojizos labios de nuevo. Está vez en un beso posesivo, ejerciendo su dominio sobre ella, adorando la entrega con la que fue correspondido como una prueba que reafirmaba lo que acababa de decir.