OBLIGACIONES DE PRINCESA
De Siddharta Creed
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Capítulo 5
Desde lo alto de la cúpula principal del palacio, Pan observaba la ciudad que tiempo atrás le llegó a cautivar cada que visitaba ese planeta. Ahora se lamentaba por haber dejado su querida Tierra dos años atrás, con el motivo de visitar a su familia paterna.
Le parecía injusto el peso que debía cargar sobre sus hombros a tan temprana edad. Tener que renunciar a sus sueños para preservar la vida de sus padres, sometida a reglas que no lograba entender, obligada a pertenecer a un círculo social que sentía tan ajeno a su naturaleza.
Le rompía el corazón saber que no conocería el amor, que nunca pasaría por el proceso natural del cortejo con algún joven de su edad, compartiendo tímidos besos a hurtadillas, caminando tomados de la mano por algún parque terrícola. Sintió que llegaba el fin de las risotadas y bromas juveniles, las tardes con sus amigas, las noches ilusionada con lo que planeaba para su futuro.
Con su nuevo título de mujer del heredero, se le cerraban las posibilidades de poder estudiar ingeniería espacial, ya que la futura reina no debía permanecer mucho tiempo fuera del planeta Vejita, por lo que cursar estudios en otro planeta, al menos para ella estaba completamente vetado.
Por primera vez en su vida se sintió sola. No podía contar con su familia, ni siquiera para quejarse, cruzándole por la mente, la idea de que solo muriendo dejaría de ser la marioneta del imperio.
«¿Cómo fue que te heriste?», le había preguntado el príncipe en aquella ocasión en la nave.
Un escalofrío la estrujó al recordarlo.
—¿Acaso creyó que yo? —musitó abrazándose a sí misma, mientras el viento le agitaba los negros cabellos que le llegaban hasta los hombros.
«No, no puedo hacerle eso a mis padres», el peso de la culpa le golpeó de lleno, arrebatándole las agallas de un tajo.
El último rayo de luz solar se extinguió, siendo reemplazado por las brillantes luces de las lámparas del palacio, junto con las que iluminaban la gran capital debajo de ella.
La vida nocturna comenzaba, podía percibir las energías de los seres que llebavan sus vidas con libertad, con la seguridad de vivir bajo el cobijo del imperio más poderoso, todos excepto ella, quien debía someterse sin otra opción por el momento.
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El heredero nunca tuvo mucha química con su madre, no al menos que él lo recordara. Por lo que no le sorprendía la actitud negativa hacia sus decisiones tomadas recientemente, cosa que realmente no le importaba. No obstante, le incomodaba su insistencia sobre cancelar la unión, a sabiendas de lo que eso representaba.
Le irritaba que su madre mostrara más interés en los caprichos de la joven, que en la humillación de la que fue objeto su propio hijo. Razón por la que decidió excluirla de los preparativos de la ceremonia pública donde presentarían a la futura reina.
En pocos días sería dicho evento, para el que Pan debía escoger el atuendo que vestiría frente a su pueblo y para su hombre. Uno muy especial que no estaba relacionado con el tema del combate.
La futura reina debía vestir una prenda muy diferente a lo que solían utilizar en combate, pues se trataba de un evento social. Se esperaba que llevara un ajuar de tela ligera, que resalte sus curvas y músculos, mostrando su fertilidad y fuerza a la vez. El problema radicaba en que Pan no estaba interesada en la ceremonia. Lo que significaba que él tendría que buscar dicho atuendo.
Estaba tan agobiado con los preparativos, molesto ante la idea de tener que hacer un juramento frente a terceros. Temía que sus súbditos notarán el desdén y asco que ella le profesaba. Y se conocía, sabía que de suceder algo así, no podría contenerse.
—Al fin llegas —dijo al verla entrar por el ventanal—. Creí que pensabas dormir en el techo.
La joven pasó de largo, de no ser porque necesitaba orinar, se hubiese quedado más tiempo afuera.
—¿Acaso me vigila? ¿O el chip le dijo dónde estaba?
—No hace falta. Tu energía te delata —la siguió hasta sujetarla por un brazo. Acción que procuró hacer con gentileza.
«Trátala bien. No te costará trabajo hacer que lo disfrute», le había dicho su tío Tarble esa misma tarde.
—Necesitamos hablar —intentó ser diplomático, utilizando un tono de voz menos hostil.
—No tengo nada que hablar con usted —ladró Pan soltándose con un jaloneó de su mano, azotando la puerta del baño al entrar.
El príncipe se quedó de pie por unos segundos, aguardando, hasta que escuchó la ducha. Gruñó y se alejó hasta un sillón donde solía leer en sus tiempos libres. Al poco rato la vio salir con el cabello mojado, vistiendo un pantalón deportivo con una playera levemente ajustada, regalándole una breve vista del nacimiento de sus senos.
La observó en silencio, analizando detalladamente su figura, complaciéndose de que la buena alimentación comenzaba a favorecerle. Algo con lo que al menos no estaba teniendo problemas. Ya que la joven se estaba alimentando apropiadamente, según las mozas que le servían la comida, lo que ahora podía notar, junto con el rubor que coronaba sus mejillas, posiblemente por utilizar agua muy caliente en la ducha. No supo por qué, pero le pareció muy atractivo ese rubor sobre su pálida piel.
«Será una mujer hermosa», pensó, perdido en las gotas que caían por los hombros de la joven, deslizándose como una atrevida caricia, burlándose de él por poder tocarla sin recibir gritos ni manotazos.
La maldita híbrida era su mujer, suya por derecho. Estaba atado a ella, debía verla pasar dejando su olor en todas partes, tentándolo con su desprecio.
No se caracterizaba por ser un hombre paciente, mucho menos célibe. Le molestaba tener que prescindir de sus derechos como macho, solo porque su mujer se negaba a cumplir con sus obligaciones.
No deseaba forzarla, lo sentía como una victoria para ella, obligándolo a actuar como un guerrero de clase baja. Pero a la vez, tenía necesidades qué atender, y no estaba dispuesto a continuar dándole la vuelta.
—¿Dejaste de sangrar? —la voz varonil del príncipe hizo eco en las paredes de la alcoba, haciendo que Pan se sobresaltara de golpe. Lo que le regresó el buen humor al híbrido.
Se levantó, acercándose hacia ella a paso lento, observándola cepillar su cabello negro. Un color que él siempre quiso tener, hasta el punto de avergonzarse de su apariencia terrícola en el pasado.
«¿También se avergonzará de su lado saiyajin?», se preguntó intrigado.
No podía negar que le gustaba, ¿y cómo no? Si ya no era una escuálida jovencita sin gracia. Estaba floreciendo frente a sus ojos.
Le pareció apropiado poner en práctica los consejos de su tío. Y más aún, después de presenciar cómo Pan se relamía los labios con cierto nerviosismo. Parecía que a ella le afectaba su cercanía, la percibía ansiosa y evasiva, posiblemente temerosa. Lo cual podría usarlo a su favor.
—Hace rato te dije que necesitamos hablar —la vio blanquear los ojos. Nunca antes, nadie le había hecho tal cantidad de desdenes, lo que no le desagradaba del todo, pues demostraba que tenía carácter fuerte.
—Lo pasaré por alto —le arrebató el cepillo y lo lanzó detrás de él, rodeándola después por la cintura—. Deja de comportarte como una cría — le susurró deslizando los dedos por la espalda de la joven, hasta detenerse sobre la nuca, complaciéndose al sentirla tensarse bajo su toque. Sintió que era el momento preciso para seducirla.
Acercó sus labios sin lograr su objetivo, ya que Pan había logrado girar la cabeza, a pesar de que el príncipe le sujetaba posesivamente. Extrañamente, no se desalentó, al contrario; los retos siempre le emocionaban, aunque este en particular, se les estaba complicando demasiado.
Sonrió de manera sutil, desviándose hacia la mandíbula de la joven, donde descendió hasta el nacimiento de su cuello, dejando un rastró húmedo con su lengua, sin dejar de apretarla contra su cuerpo en todo momento.
—Te conviene cooperar —le susurró, levantándola en un movimiento sobre sus hombros, caminando hacia la cama, donde la dejó caer con gentileza.
Para este momento, Pan comenzó a elevar la intensidad de su resistencia, tratando de incorporarse de nuevo.
—¡No! —gimió cuando el príncipe aprisionó sus manos con una sola de él. Sujetándola con firmeza sobre la cabeza, tal cual lo hizo en el plantea Onux.
—Deja de moverte —pasó la mano izquierda por las costillas de Pan, subiendo en una lenta caricia que terminó hasta llegar a sus labios, donde los dedos masculinos palparon apenas en un suave roce.
La furia que Pan reflejaba en su rostro le gritaba todo el desprecio que tenía para él. No era bienvenido en su cuerpo. Aun así, estaba decidido a domarla, ya fuese por placer, o por miedo y a pesar de que al forzarla se rebajaba, tampoco deseaba darle el gusto de aguantarse las ganas. Estaba en un dilema que no lograba resolver, eso le exasperaba.
—Pan… —le habló agachándose hasta quedar frente a su rostro, manteniendo el mismo tono calmo—. Podrías disfrutarlo si me obede…
Un escupitajo de la joven le dio de lleno en la nariz, justo cuando de nuevo intentó probar sus imprudentes labios.
Lejos de soltarla, afianzó su agarre sobre sus muñecas, presionando con más fuerza, aprisionando sus piernas entre las de él, imposibilitándole escapar, para luego arrancarle la camisa, la cual usó para limpiarse la cara
—Colmarás mi paciencia. No me costará trabajo traer la cabeza de tu padre y follarte mientras nos observa sin vida— gruñó mostrando los caninos, complacido al ver que tenía una herramienta infalible para manipularla. Recurso bajo y cobarde, del que no podía enorgullecerse.
—¿No le da vergüenza obtener lo que quiere con chantajes? —musitó Pan.
—Me importa una mierda lo que pienses —respondió con voz ronca, mordisqueando por primera vez la tierna carne de uno de los senos de su mujer, deleitándose con el sabor de ambos por algunos minutos que, para su beneplácito, reaccionaron erizándose con su toque.
Soltó sus muñecas confiando que surtiría efecto la amenaza, quería tomarla sin reservas y no le importaba el método para lograrlo. Aprovechó que tenía sus manos libres y se despojó de la camisa, dejando su pecho al descubierto, luciendo con orgullo cada cicatriz que adornaba su trabajado torso.
Pasaban ya varios años desde que había tomado a una hembra sin experiencia, viéndose en la necesidad de hurgar en sus recuerdos de adolescencia, época en la que las guerreras de clase alta lo buscaban para debutar con él, una vez que llegaban a la edad en la que debían dejar la inocencia en el pasado.
En ese entonces, el príncipe gustoso aceptaba los ofrecimientos, hasta que llegó momento en el que sus gustos maduraron junto con él, prefiriendo hembras formadas, desinhibidas y experimentadas, con las que no tenía que perder el tiempo enseñándoles el arte del sexo, ni debía contenerse, muy al contrario.
Su mujer ya no contaba con catorce años, se suponía que a los dieciséis, una hembra saiyajin ya poseía suficiente experiencia como para disfrutar del encuentro, participando activamente en el acto. Cosa que no ocurría con la arisca híbrida a la que estaba unido. Debía enseñarle.
—Tócame así —tomó ambas manos de la joven, llevándolas hacia sus pectorales, pasándolas en una breve caricia hasta su abdomen, esperando despertar en Pan, el mismo efecto que causaba en otras hembras.
—No — Pan alejó sus manos como si le quemara tocarlo—. Haga lo que tenga que hacer. Tengo sueño —musitó desviando la mirada hacia uno de los postes del dosel, acabando con la endeble paciencia del heredero.
Le había traicionado, humillado y ahora también se daba el lujo de ser indiferente a sus atenciones que, desde su punto de vista, ella no merecía.
—Bien, entonces que sea por miedo. Así lo has elegido.
El pánico se apoderó de Pan, sabía lo que pasaría y no tenía manera de evitarlo. Él había sido muy claro; se lo haría frente a la cabeza de su padre. Debía acceder en ese momento, y posiblemente en otros. ¿Cuánto podría resistir antes de cometer una imprudencia?
Tragó saliva al sentirlo bajarse de su cuerpo para despojarla del resto de su vestimenta, en un movimiento que amargamente reconocía y no podía detener, solo atinó a cerrar las piernas por instinto.
—Ábrelas —le ordenó el príncipe sujetándole las rodillas. A pesar de que no le costaba trabajo abrirlas con sus propias manos, prefería verla obedecer.
Pan apretó más las piernas, negándole el gusto de mostrar sumisión. —Tendrá que tomarlo a la fuerza —musitó felicitándose por no titubear.
—Como gustes —empujó de las rodillas hacia los lados, hasta tener expuesto el sexo de la joven—. Has dejado de sangrar, tal y como sospechaba —expresó manteniendo con firmeza las rodillas, para luego bajar hasta su premio. Probando la cálida piel que se abría para su deleite. Arrancándole una especie de gemido ante la sorpresa de su ataque.
Quiso explorar con su lengua, pero la joven comenzó a patear y retorcerse debajo de él, imposibilitando la acción que deseaba llevar a cabo.
—¡Quédate quieta! —le ordenó con un gruñido, consiguiendo una negativa como respuesta.
—No quiero que me toque —protestó Pan. Le causó tal repulsión sentir la lengua del príncipe en su intimidad, que casi olvida la amenaza contra su padre.
Pateó con fuerza hasta lograr liberar una de sus piernas, sin embargo, el príncipe la giró antes de lograr alejarse. Se encontraba enfadado por no haber podido concretar su plan de juguetear antes de la cópula, no tenía otra opción.
Le abrió de nuevo las piernas, hundiendo su miembro endurecido sin más preámbulos, deseando haber probado más del cuerpo de su mujer. No solo se trataba del sexo en sí, sino de la reciprocidad que debería existir en una unión, a pesar de que él no se caracterizaba por socializar de más con las hembras que follaba, al menos esperaba complicidad y placer con su compañera. Tenía la intención de pactar con ella, encontrar un punto medio que los beneficiara a ambos. Sin duda, se encontraba frente a la batalla más complicada que le había tocado librar hasta ahora.
Continuó con movimientos toscos y precisos, imponiéndose en cada estocada, enviándole el claro mensaje de que por mucho que luchara, no dejaría de ser su mujer. Ella misma se lo había dicho; tenía que tomarla a la fuerza porque ella no cedería.
El cuerpo de la joven se meneaba al compás de sus movimientos, retorciéndose cada que tocaba fondo con fuerza, cada que la castigaba con rudeza.
—Podrías disfrutarlo si quisieras —musitó el príncipe apretándole un glúteo y pasando la otra mano por debajo, trazando círculos en el punto más sensible de Pan, el que se quedó con ganas de devorar. Sin embargo, no se quedaría con las ganas de torturarla de otra manera; estimulándola así, hasta provocarle un orgasmo involuntario, que bien sabía cómo lograrlo.
Soltó el glúteo de Pan, dejándole una marca rojiza de su mano, apoyándose contra su espalda para contenerla, mientras que sus dedos experimentados continuaban con su labor, dando como resultado, una penetración más profunda y húmeda. Sonrió al darse cuenta de que no tardaría en lograr su objetivo, aunque ella no lo mereciese.
«Solo un poco más». Sin darse cuenta, sus propias embestidas se estaban sincronizando con los movimientos de sus dedos, deslizándose con facilidad, gracias a que el cuerpo de la joven respondía con éxito.
Pan se aferró a las cobijas, confundida por la oleada de sensaciones contrarias a sus propios deseos. Su mente le exigía patear y alejarse, pero su cuerpo traicionero quería más de eso que le provocaban los dedos del príncipe, paralizándola por completo.
No entendía cómo podía ser posible, que el placer se impusiera sobre la dolorosa sensación que le causaba la brusca penetración del híbrido. Se suponía que eso no debería de pasar, se suponía que únicamente debería existir agonía, no gozo.
Desde su sitio, el príncipe se regodeaba al presenciar a su mojigata mujer retorcerse entre las cobijas, reconociendo de inmediato los espasmos que apretaban su hinchado miembro, sucumbiendo también a los pocos segundos, derramando su esencia hasta el fondo de la cavidad que, por primera vez, lo envolvía en sus propios fluidos lubricantes.
—Veo que tienes sangre en las venas —expresó el príncipe en una especie de ronroneo grave, deleitándose con los últimos remanentes de placer que pronto se disiparon.
—¡Aléjese! —exclamó la joven, avergonzada por haber sucumbido. No se atrevía a voltear y enfrentarlo a los ojos, no quería ser motivo de burla una vez más. No obstante, el príncipe hizo completamente lo contrario, pegándose más a su cuerpo, presionando su sexo que comenzaba a perder rigidez, golpeándole el hombro con su aliento.
—¿Qué dices? Si no lo pasaste tan mal —lamió sobre la mordida que comenzaba a desvanecerse, emitiendo una risa burlona mientras se levantaba de nuevo, desconectando sus intimidades.
—Es usted despreciable —siseó Pan incorporándose con dificultad.
—Gracias por el cumplido —respondió con una cínica sonrisa en los labios. Le había ganado esa pequeña batalla, recuperando la confianza de nuevo.
Se acomodó en la cama después de ver a Pan correr hacia el baño, arrastrando la cobija para tapar su desnudez. Ni siquiera se molestó en detenerla, suponiendo que le incomodaba la humedad viscosa de su semilla goteando por su intimidad, cosa que le regocijaba, teniendo en cuenta que se trataba de la hembra que había tenido el descaro de negársele.
Quiso más, no se conformaría con una sola sesión. Cerró los ojos para reposar, sabía que su cuerpo estaría listo para continuar en poco tiempo, mientras tanto, se imaginó tomándola de distintas formas, envolviéndola en su olor, llenándola de nuevo, marcándola. Quería que lo recordase al día siguiente, que no olvidara que ahora le pertenecía.
A su vez, tenía la imperiosa necesidad de derramarse en su interior una y otra vez. Se había privado de esa experiencia en la gran mayoría de encuentros que llegó a tener en el pasado, ya que no podía darse el lujo de cometer imprudencias que dieran como resultado un bastardo. Que, a pesar de que él mismo era resultado de una relación imprudente, no estaba dispuesto a condenar a su descendencia a una vida llena de señalamientos, tal y como le sucedió antes de llegar a la pubertad, antes de demostrar que podía ascender a la legendaria transformación.
A los quince minutos la vio salir, de nuevo cubierta por la colcha, como una cría que acaba de recibir un regaño, evitando contacto visual con él. De cualquier manera, no podía escapar de sus planes, por mucho que se cubriera.
—Ven —le ordenó recargado en la cabecera de su cama, siendo ignorado tal y como imaginó que sucedería—. Quiero follarte de nuevo —dijo sin pudor, avanzando hacia ella con movimientos felinos.
—Quiero dormir —Pan le respondió cortante. Se encontraba furiosa con ella misma, con su cuerpo por haberla traicionado en un momento de alta vulnerabilidad. Tenía miedo de volver a quedar en ridículo, odiaba perder siempre frente al detestable hombre con el que debía pasar las noches.
—Dormirás después —cambió su expresión seria, a una divertida—, de hecho, dormirás mejor.
No esperó respuesta, simplemente le arrancó la cobija para tomarla de un brazo, colocándola boca arriba, debajo de él.
—No era necesario que tomaras un baño —susurró el príncipe, apretando con un puño el cuello de la camisa que vestía la joven.
—Tenía que quitarme su inmundicia —masculló Pan, apretando con una mano el brazo que le jalaba del cuello de su pijama. En ese momento, cayó en la cuenta de la desproporción entre sus cuerpos, no podía rodearle la muñeca por mucho que lo intentara. La musculatura del heredero lo hacía ver más ancho, más imponente y peligroso, algo que en el pasado no llegó a advertir, debido a que lo consideraba amigo de la familia, alguien en quien confiar.
De un jalón, el heredero le desgarró la camisa, mostrándole los colmillos en una sonrisa de triunfo. —Pues que pena, porque apestaras a mí, aunque te asees mil veces. Te llenaré tanto, que por días tendrás mi esencia dentro de ti.
Pan sabía que no tenía posibilidades de huir, el esfuerzo anterior la había agotado y la ducha no le ayudó a reponer energías. Muy al contrario del príncipe, que parecía no haberle afectado en absoluto el forcejeo, mostrando de nuevo con total desfachatez, su miembro endurecido, listo para continuar humillándola.
—¿Algún día se cansará de recordarme que lo traicionamos? —le reclamó cansada de su falta de empatía.
—Eso depende de tu comportamiento —le respondió abriéndole las piernas sin encontrar mucha resistencia, hundiéndose en ella, de nuevo sin un juego previo, consciente de que irrumpir de esa manera le causaba molestia, lo que justificaba con las insolencias de Pan. De cualquier manera, no podía evitar disfrutar de verla sobresaltarse en esas ocasiones que la lastimaba. Su lado salvaje salía a flote cuando su orgullo estaba en disputa, cegado por la necesidad de recuperar su honor. Acción heredada por su parte saiyajin, por lo que no debía sentirse apenado por albergar dicho comportamiento. Estaba haciendo lo correcto, lo que cualquier guerrero traicionado haría en su lugar. Al menos, ese pensamiento le ayudaba a no sentirse como un guerrero de tercera clase.
De nuevo se apoderó de su mujer, teniendo en primera fila, la imagen de su masculinidad allanando en la estrecha intimidad que le pertenecía por derecho. Esa noche se daría el gusto de saciar sus necesidades sexuales, con o sin el permiso de la joven.
Arrugó el entrecejo al percibir que pronto se cubriría de vello el área, lo que le impediría ver en su totalidad, las partes más íntimas de la mujer.
«Mañana la envío con Isha», pensó, ideando un plan para que la joven acceda, tal vez con la excusa de otro examen ginecológico como la vez pasada, donde sin problemas la médica pudo depilarla por órdenes del príncipe, al igual que se llegó a hacer con sus anteriores amantes, con la diferencia de que las pasadas lo hicieron por voluntad propia, inclusive utilizando tratamientos permanentes.
Le gustaba verla así, con las piernas abiertas, aunque era él quien las sujetaba y separaba. Se preguntó cómo se vería con las manos hacia los lados, en vez de sujetas a lo que quedaba de su pijama, cubriendo lo poco que podía con los retazos rotos. Se la imaginó abriéndose por gusto, mostrándose sin pudor, ofreciéndole sus labios, recorriéndolo con ellos.
Ansiaba robarle un beso, morderle, entrelazar su lengua con la de ella. Estaba seguro de que también sus labios eran inexpertos, quería tenerlos, quería tener todo aquello que continuaba intacto.
Se acercó tentando la suerte, imprimiendo velocidad en sus estocadas para hacerla abrir los labios y así poder atacar. Soltó las piernas de la joven para sujetar su rostro, no entendía por qué cerraba los ojos durante el acto, apretando los parpados la mayoría del tiempo. Tal vez vergüenza, llegando a la conclusión de que podría ser eso, después de todo, tenía sangre saiyajin, y su raza no toleraba la humillación, ni mostrarse débil.
Atacó los labios de Pan, probando con su lengua, encontrándolos más que apetitosos para el acto. Lamentablemente su asalto no logró concretarse, debido a que la híbrida apretó sus labios entre los dientes, negándole también esa experiencia.
El príncipe no dijo nada, bajo las manos para sujetarle las muñecas hacia los lados, dejando al descubierto sus senos, al menos con ellos se daría un festín, lamiendo, mordisqueando y succionando hasta dejarle marcas rojizas que tardarían días en desaparecer. Estaba seguro de que aún no tenían su tamaño definitivo, pero sin duda se habían llenado al menos el doble de lo que llegó a palparle dos años atrás.
Viendo la facilidad con la que estaba realizando el acto, decidió variar, desconectándose de ella por un breve lapso, solo para cargarla hasta un sofá individual, donde le colocó de rodillas, para después elevarle una pierna que, para su beneplácito, su mujer también contaba con la elasticidad que caracterizaba a las hembras de la raza guerrera, brindándole una amplia gama de posiciones en las que podía disfrutarla.
La fornicó en al menos dos posiciones más, antes de volver a derramarse hasta el fondo, emitiendo durante el clímax, un sonoro bramido de placer. Realmente lo había disfrutado.
Bajó la vista para encontrarla con el ceño arrugado, comenzando a tirar de manotazos, separándose de su cuerpo.
—Te vez bien —dijo burlón, refiriéndose a las marcas que su apasionado encuentro le dejó, especialmente alrededor de los senos. Estaba seguro de que le amanecerían adoloridos al día siguiente, lo que le tenía sin cuidado.
Sabía que ella correría de nuevo a tomar un baño posiblemente, al menos a limpiarse. Por lo que se hizo a un lado y le acercó la bata que a veces solía usar en la intimidad de su alcoba, prenda que ella tomó sin vacilar, retirándose tal y como ya era costumbre.
Limpió el resto de humedad de su pene con los restos del pijama de la mujer, colocándose después un pantalón suelto de tela ligera, de color negro, como la mayoría de su vestimenta.
Salió a la terraza a tomar aire fresco, pidiendo un servicio de viandas y vino para reponer energías. No le daría descanso por algunas horas, no lo merecía, por mucho que su tío Tarble le aconsejara darle tiempo, ganarse su confianza. Lo que en un principio le pareció buena idea, la que se fue a la mierda con la irreverente actitud de la joven híbrida.
La dejaría tomar un breve descanso, hacerle creer que podía dormir hasta el amanecer, aprovechar ese tiempo para meditar sobre el futuro, dándole al mismo tiempo, la energía necesaria a su cuerpo para volver a atacarla en medio del sopor.
Podía entender el enojo de ella al ser tomada a la fuerza dos años atrás, ya que ignoraba lo que implicaba aceptar el duelo de unión, justificaba plenamente sus acciones, incluso su comportamiento cuando la encontró después. Lo que sin duda no justificaba, era su negatividad después de tener el contexto de lo sucedido. Desde su perspectiva, la mujer debería estar conforme y hasta complacida por haber sido elegida.
La botella de vino y los bocadillos se consumieron poco antes del amanecer, junto con las energías de la híbrida, hasta el punto de prescindir de la ducha en las dos últimas rondas, cayendo completamente dormida, cuando el príncipe decidió que ya había tenido suficiente.
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Odiaba todas esas miradas enfocadas en ella, odiaba llamar la atención donde fuese que se parara en el palacio. Pero lo que indudablemente más odiaba, era que la llamasen princesa. Por lo que evitaba tomar pasillos donde percibiera la energía de quien fuese.
Deseaba saber de sus padres, pero se negaba a pedirle ese favor al despreciable príncipe. Por eso, al sentir la energía de su abuelo Bardok cerca, decidió ir a su encuentro.
Tuvo que salir a la explanada central, fingiendo normalidad en sus pasos, a pesar de que el ardor entre sus piernas se hacía presente en cada paso que daba. Solo esperaba no volver a tener que soportar otro goteo del semen del príncipe, porque su sensible olfato le indicaba que esos fluidos que mojaban su ropa interior, no pertenecían a ella.
Quería gritar de rabia, volar todo, golpear a todos, lo que sin duda expondría detalles sobre su vida íntima, algo que no deseaba compartir, a sabiendas de la mentalidad de los habitantes de ese planeta. Solo terminaría siendo la burla de una comunidad machista y egoísta, llegando probablemente a los oídos de sus padres, causándoles más dolor innecesario.
—Pan… —dijo Bardok al verla, para luego recapacitar en su saludo— Buen día, alteza —agregó con gran orgullo en la última palabra.
—Solo Pan, abuelo. Solo Pan —lo corrigió mostrando su fastidio.
—Me temo que ya no puedo llamarte así. Eres la futura reina.
—Como digas —respondió Pan blanqueando los ojos. No tenía caso hacer entender a su bisabuelo, sabía de antemano que nada cambiaría su postura.
—¿Vienes a recibir a Kakaroto? Su nave no tarda en llegar.
—En realidad, te buscaba para otra cosa —respondió observando el cielo. Había olvidado que su abuela Milk le comentó que su abuelo se encontraba en una misión diplomática desde hacía semanas. Misiones que le resultaban bastante bien remuneradas, y que a pesar de ser considerado como despistado, terminaban recayendo en él, debido a su facilidad para entablar una conexión empática con seres de otras culturas.
—Escucho, princesa —dijo Bardok, esbozando una breve sonrisa al ver la mueca que su nieta hizo al referirse a ella con su nuevo título.
—¿Sabes algo de mi papá?
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Tarble esperaba que su hermano mayor terminara de teclear una orden. Conociéndolo, lo más probable era que tuviese controlado cada movimiento de la tripulación a bordo de la nave donde viajaba su hija, la princesa Bra.
—¿Llegará a tiempo para la presentación de la futura reina? —preguntó Tarble una vez que el rey se desocupó.
—Tal vez a antes. Aunque lamenta haber tenido que interrumpir el curso.
—Igual de obsesiva que su hermano —opinó Tarble con una risa baja.
Vegeta medio sonrió. No le agradaba que su hija menor hubiese decidido tener preparación académica fuera del planeta, mucho menos apenas comenzando su edad adulta, al igual que lo hizo Trunks durante la adolescencia. Y menos, cuando ella no tenía sobre sus hombros las mismas responsabilidades.
—¿Le enviaste el itinerario a Trunks? —preguntó refiriéndose a su sobrino con su nombre terrícola. Nombre que solo utilizaba su familia para llamarlo en situaciones casuales.
—Hace rato —bufó lanzando una ruidosa bocanada de aire—. Espero que ese viaje sirva para que se entiendan. Al menos para que puedan llevar una convivencia.
Ambos hermanos se sentaron frente a la mesa oval que desplegaba el holograma del mapa galáctico, quedando en un inusual silencio por un par de minutos, algo inusual, sobre todo tratándose del menor.
—Ya suéltalo ¿qué te preocupa? —preguntó el rey.
Tarble se recargó en su sitio, meneando la cuchara en su taza de té con lentitud. —Lo vi antes de llegar aquí. A pesar de que tenía buen humor, me expreso que no le entusiasmaba la ceremonia de presentación. Le recomendé cancelarlo, anular la unión.
Pensativo, Vegeta negó con la cabeza. —Sabes que eso es improbable. Trunks no se expondría al escándalo público, a menos que fuese completamente insoportable. Mucho menos si tiene la confianza de hacerla cambiar de opinión.
—Lo sé. Mi sobrino sería capaz de soportar el mismo infierno por orgullo. Obviamente se negó.
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Pan se despidió de sus abuelos, utilizando el entrenamiento como pretexto. No lograba entender la actitud positiva de su abuelo criado en la Tierra, llegando a asegurarle que inclusive podría obtener un permiso especial para poder viajar hasta donde se encontraba su hijo, y a diferencia de su bisabuelo y tío, su abuelo Kakaroto no le había reclamado por huir, a lo mucho se quejó por no haber mantenido comunicación con ellos durante su ausencia.
Se encontraba confundida por lo sucedido la noche anterior. En especial, por el placer que no debió tener.
«Idiota, soy una idiota», se repetía cada que lo recordaba. Le había regalado material para burlarse de ella, lo que sin duda aprovechó el resto de la noche. Acariciando su sensible botón en diversas ocasiones, vanagloriándose al percibirlo endurecerse después de mimarlo con sus dedos que antes había humedecido con su saliva, en un acto cargado de mofa, con la única intención de burlarse de ella. Incluso se atrevió a jugar con sus sentidos, deteniendo sus estimulaciones cuando ella estaba cerca de colapsar.
Necesitaba descansar, su cabeza comenzaba a doler por la falta de sueño, aunado al hecho de que no dejaba de pensar en lo mismo.
Pudo haber dormido todo el día, sin embargo, no soportó estar envuelta en el aroma del heredero, saliendo de su cama cuando el horario de ese planeta marcaba el medio día.
—¿Querías saber sobre tu padre? —lo escuchó hablar detrás de ella, sobresaltándose sin poder evitarlo, provocando que el príncipe soltara una pequeña risa baja.
—Debí imaginar que mi abuelo iría con el chisme —murmuro hojeando el libro que recién tomaba de su estante favorito de la biblioteca real.
—Pudiste preguntarme directamente.
Pan dio vuelta a la hoja, intentando ignorar que tomaba asiento en el lugar frente a ella.
—¿Quieres saber, sí o no? —estiró una mano para ponerla sobre el libro, solo para tener su atención.
—No pienso pedirle nada —soltó el libro sobre la mesa, levantándose con la intención de alejarse de él, pero al parecer, el príncipe también se encargaría de fastidiarla durante el día.
—Por el momento se encuentra con vida —dijo con voz firme mientras la seguía por los pasillos repletos de libros—. Si es que se le puede llamar vida, tomando en cuenta que vive en una pocilga.
—¡Por su culpa! —exclamó girándose para reclamarle de frente, mirándolo a los ojos por primera vez desde la noche anterior, luego, giró sobre sus talones y continuó caminando con prisa.
—Puedo ponerte en contacto con él —la siguió con las manos en los bolsillos de su pantalón de entrenamiento informal, esbozando una sonrisa cínica de medio lado—. Pensaba premiarte por tu… docilidad anoche.
«No le des el gusto, no le pidas nada», pensó, con la sospecha de que buscaba un pretexto más para humillarla. En lugar de aceptar su ofrecimiento, se detuvo de manera abrupta, para girarse repentinamente con el puño cerrado hacia el rostro del príncipe, sin lograr su objetivo en esta ocasión.
—Debo admitir que tienes el coraje que se requiere para reinar a mi lado —opinó sosteniendo el puño de la joven sin ningún esfuerzo—. Evidentemente, no puedo decir lo mismo de tu velocidad.
—No me interesa su estúpido reino —respondió moviendo el brazo sin poder liberarse del agarre.
En lugar de soltarla, apretó un poco más el puño de la pequeña mano femenina, lo suficiente como para no dejarla ir, pero sin causarle dolor. Le dedicó una amplia sonrisa y apuntó con la vista hacia el vientre bajo de la princesa.
—¿Cómo estás de allá? —preguntó sin dejar de sonreírle— ¿alguna molestia? —lo que ocasionó que la furia de su mujer incrementara, logrando soltarse de un solo jaloneo.
—No sé de qué habla.
—No te creo. Porque a mí sí me arde la verga —soltó sin pudor.
—Es asqueroso —la escuchó murmurar mientras apuraba sus pasos, haciendo que sus lacios cabellos negros se menearan sobre sus hombros al compás de sus pasos.
—Puedo ayudarte con eso —insistió el príncipe, alcanzándola hasta quedar a su lado—. Puedo lamerlo para hacerte sentir mejor.
—¡Déjeme en paz! Ya tuvo lo que quería —corrió hacia uno de los jardines, perdiéndose entre el laberinto de enredaderas color olivo que se extendían hasta lo alto de unos pilares.
—No puedes dejarme con la palabra en la boca —lo escuchó reclamar a unos cuantos pasos a su espalda—. Aparte de frígida eres estúpida. ¿Sabes cuántas hembras matarían por estar en tu lugar?
Pan no respondió, solo se detuvo apretando los puños hacia los lados de su cuerpo.
—Eres la única hembra que se ha atrevido a rechazarme. Lo que confirma que careces de inteligencia y…
—Lo que confirma, es que abundan mujeres interesadas —espetó Pan girándose para encararlo con la cara roja de rabia—. Porque solo hay dos motivos para querer estar con alguien como usted… Por interés, o por miedo. Nadie en su sano juicio querría perder el tiempo con un niño mimado que vive a la sombra de su padre.
—¿Qué… qué dijiste? —balbuceó el príncipe.
—Y su color de cabello es ridículo. Ni siquiera parece saiyajin —agregó presionando sin saber, una dolorosa yaga en el corazón del heredero, quien absorto en sus inseguridades, la vio alejarse volando.
—Eso no quita el hecho de que me perteneces —gruñó para sí mismo, a sabiendas de que la adolescente ya no podía escucharlo.
..
…
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El sol brillaba sobre la gran capital saiyajin, desgastando las energías de las jóvenes guerreras a la hora del entrenamiento, tal como ocurría todos los veranos de cada cuatro años.
Lo que más le incomodaba a la guerrera de la familia real, era el sudor empapando su traje de entrenamiento. Odiaba esa sensación pegajosa que le afectaba en su rendimiento.
Caminó con prisa hacia el palacio, anhelando una ducha fría.
—¿Tienes unos minutos? —le preguntó su padre.
—No te esperaba aquí.
—Necesito hablarte a solas. Mejor dicho, necesito un favor.
—Bien —la guerrera le señaló un camino que lucía despejado.
Ambos caminaron hasta quedar a una distancia prudente del resto de guerreros que entraban y salían de la arena principal.
—¿Has hablado con Pan? —preguntó Tarble, percatándose por el gesto de su hija mayor, que tampoco había entablado amistad con la híbrida—. Tu reacción me hace suponer que no.
—Al parecer, Pan no habla con nadie. Las pocas veces que la he visto, siempre va sola, apenas saluda con un tímido asentimiento de cabeza.
—Quiero pedirte que le hables —soltó el hermano del rey.
—¿Mi primo lo sabe? —inquirió entrecerrando la mirada. Conocía al príncipe Vegeta de toda la vida, había estado comprometida con él desde la adolescencia, creando un vínculo fraternal con él, que nunca paso de eso.
—Sí, está de acuerdo.
—¿Por qué yo?
—Porque tengo la impresión de que la princesa Pan necesita alguien en quien confiar, ya que tampoco ha socializado con su propia familia —hizo una pausa entrecerrando la mirada—. Además, ¿quién mejor que tú para entenderla? En el fondo, nunca quisiste ser la mujer de Trunks.
—Entiendo —respondió incómoda— ¿Trunks te lo comentó?
—No hace falta que lo haga. ¿Acaso crees que no lo sabe?
—Nunca hablamos al respecto. Sabes cómo es —dijo Yassai, asintiendo con la cabeza hacia las jóvenes que los reverenciaron al pasar.
Tarble respondió de igual manera, acercándose a su hija para murmurar entre risas: —Tu hermana ha estado insoportable.
—Era de esperarse, creyó que la princesa Pan no regresaría —negó con la cabeza, contagiada con la divertida expresión de su padre.
—Se le pasará —opinó Tarble, con la confianza de que finalmente, su hija menor pueda sacarse de la cabeza el capricho que tenía por su primo. Capricho que logró materializar con la ausencia de Pan, aprovechando que el compromiso con Yassai estaba roto.
Fue entonces que algunos meses atrás, logró meterlo en su cama. Hasta que fue descubierto su plan de preñarse sin autorización. Desde entonces, el príncipe se negó a tocarla de nuevo, considerando un error, el haber sucumbido a sus avances.
«Lamento haberme involucrado con ella», le había dicho su sobrino cuatro meses atrás, en la única ocasión donde hablaron sobre el asunto. Casi le pareció una disculpa, a pesar de que se permitía que los saiyajines solteros dieran rienda suelta a sus pasiones, y a pesar de que, para ese entonces, el príncipe comenzaba a perder las esperanzas de localizar a Pan.
—En dado caso que no se le pase a mi hermana. Mi primo ya tiene una mujer que también lo ha marcado. No puede hacer nada contra eso.
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Fin del capítulo 5
Hola, hasta que pude terminarlo. Ha sido un viacrucis poder hacer las revisiones mientras continúo escribiendo los siguientes capítulos.
No tienen idea de las peripecias que hago para lograr terminar cada capítulo, pero sin duda amo esta historia, ha sido en la que más me he sumergido y tengo tantas cosas en la cabeza, que realmente me cuesta ordenarlas porque quiero escupirlo todo de una sola vez.
Muchas gracias por continuar apoyando con sus comentarios y estrellitas, me animan a no tirar la toalla, porque no negaré que a veces me pregunto si tiene caso todas las horas que dejo de hacer otras cosas por escribir. Pero el saber que alguien disfruta de su tiempo libre con mis locuras, pues ya es ganancia.
¿Qué les pareció el lemon? Me cuesta mucho trabajo describirlo, espero no haber sido muy vulgar… y lo que se viene. Prepárense para más intensidad. No sé si decir "Pobre Pan" o "Qué suerte tienen algunos".
Por cierto, pueden seguirme en Facebook como Siddharta Creed
Suelo subir adelantos y algunas imágenes que van con la historia.
Nos leemos después. Happy Halloween.
