OBLIGACIONES DE PRINCESA
De Siddharta Creed
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Capítulo 10
Sobrevivir en el mundo hostil que habitaba no bastaba. Además de cuidar sus pasos y acciones para mantener con vida a sus padres, ahora también debía velar por la seguridad de su amigo de la infancia.
La presencia de Anthon le arrebataba la poca paz que le quedaba, a la vez que le hacía sentir un poco más acompañada.
«Es ilógico lo que dices, no tienes ni una pizca de fuerza para enfrentarlo».
«Ya te dije que tengo un plan, solo debemos esperar unos meses».
No estaba dispuesta a continuar comportándose de manera tan irracional, ni de arriesgar a los suyos por una batalla que consideraba perdida.
—Anthon se tiene que ir —murmuró justo antes de encontrarse con Uzel.
—¡Vaya cara la tuya! Se nota que te hacen falta unas revolcadas con mi primo.
Sin ánimos de soportar a la antipática saiyajin de sangre pura, la princesa Pan aspiró hondo antes de responder, sin tomarse la molestia de girarse a verla: —Como si quisiera tener cerca a ese príncipe con cabello de unicornio de cuento de hadas —sonrió para agregar con sorna—. Pero descuida, en cuanto regrese le diré que te busque. Ya que tú siempre estas disponible para él.
No esperó respuesta, continuó su camino dejando atrás a la guerrera, pero no pudo evitar reír durante el camino. Sin querer, su prima política le había renovado el humor, todo lo contrario, a las verdaderas intenciones de la saiyajin de sangre pura.
Estaba enterada de la pasada aventura entre el heredero y la hermana de Yassai, gracias a que la princesa Bra, se había tomado la molestia de comunicarle las razones de su constante hostilidad hacia ella. Por lo que ahora tenía un arma para regresarle el veneno cuando fuera necesario, y lo disfrutaba.
Tal vez la convivencia con miembros de la familia real le estaban endurecido el corazón. Tenía expertos de la manipulación como maestros, especialmente el heredero. Tendría que aprender a jugar sus cartas si pretendía mantener a salvo a sus seres queridos.
«Te hace falta malicia. Si quisieras, podrías obtener más de lo que mi primo te ofrece», le aconsejaba Yassai.
—No tengo mucho tiempo —murmuró entre dientes. El príncipe llegaría en menos de tres meses, tendría que sacar a Anthon de ahí, en menos de ese tiempo.
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La calle lucía más iluminada, confirmándole lo dicho por el vecino esa misma mañana.
«Solo basta una llamada para que arreglen esa lámpara tintineante».
Lo que se suponía debía ser causa de regocijo, le provocaba desagrado. Hubiese sido mejor que la lámpara continuara fallando, que la basura se acumulara en los botes, que aparecieran asaltantes en las esquinas y que fallaran los servicios en las casas de los empleados. Cualquier cosa que demostrara la ineficacia del imperio que tenía retenida a su amiga de la infancia, cualquier señal que indicara que no estaban capacitados para liderar.
Entró dejando la hogaza de pan y las carnes frías sobre la mesa que, como cada semana, no podía evitar llegar al puesto de la anciana sorleana que los vendía, ya se estaba volviendo costumbre, una que extrañaría cuando regrese a su planeta.
Levantó una silla, sacando de un pequeño hueco en su pata, una cápsula hoi-poi que accionó de inmediato.
—¡A trabajar! —exclamó entusiasmado, sacando de su mochila un par de botes, los cuales abrió para admirar el contenido.
Se apuró a guardar sus alimentos para trabajar sobre la mesa, después comería, por el momento tenía otras prioridades.
Había buscado la manera de ver a Pan sin éxito, nunca se imaginó que ella sola acudiría al taller donde trabajaba recientemente.
Dos años atrás, su madre y él decidieron arriesgarse para ayudar al que fue un amigo muy querido de su padre, transportando a Gohan y su familia al planeta Onux, donde le consiguieron una identidad falsa y un empleo de bajo perfil. Siempre le dolió no haber podido hacer más por ellos, en especial por Pan, a quien quería más que como una amiga.
Por eso, cuando se enteró que la híbrida había sido encontrada por el príncipe, aprovechó su estadía en el puerto espacial que quedaba entre el planeta Vejita y Onux, lo cual no era coincidencia, pues él mismo llevaba a cabo sus aprendizajes allí, sirviéndole de puente para ocasionalmente llevarle provisiones a Gohan.
No le fue difícil conseguir un lugar entre las vacantes del planeta guerrero, pues uno de sus maestros y también antiguo profesor de su padre, tenía contactos en los talleres de naves más importantes del sector, viendo conveniente el interés del muchacho por aprender en un ambiente más competitivo, lo que sin duda terminaría de formar su carácter y le daría las credenciales necesarias para conseguir la beca que tanto ansiaba.
Así que después de un exhaustivo examen, Anthon logró ser aceptado como empleado de segunda categoría a pesar de su corta edad, empleo que ocultaba a su madre, quien aún lo hacía en el puerto KBA78. Lo sentía por ella, pero estaba cansado de soportar en silencio las injusticias hacia Pan y su familia.
—Bien amigo, esto te gustará. Ya quiero ver la cara de ese príncipe de mierda cuando conozca tu poder —acarició la armadura grisácea que algunos años atrás comenzó a construir su padre, el prestigioso científico Anthon Hagan, con el fin de crear una defensa a la altura del poder que ostentaban los mercenarios que asaltaban en el amplio cruce mercantil interplanetario. Proyecto que no alcanzó a terminar, debido a su repentino fallecimiento en un accidente vial en las calles de la capital del este.
Desde aquel fatídico día, su único hijo se propuso realizar el sueño de su padre, dedicándose a enriquecer sus conocimientos con la misma pasión que caracterizó al finado científico.
La ciencia era el puente que lo unía con Pan, encontrando en la joven todo lo que un muchacho como él ansiaba, y más. Esperaba hacerse de un lugar en la comunidad científica y un patrimonio digno para ofrecerle a la híbrida, que hasta ahora ignoraba sus sentimientos.
Sacó sus herramientas y comenzó a trabajar, no quería perder ni un segundo, aun cuando su estómago le suplicaba comer, ya comería después. No podía creer el giro positivo que daba su suerte; al fin tenía los materiales que necesitaba para mejorar el invento de su padre, y en el lugar menos esperado. Ya no solo estaría al nivel de los mercenarios, sino al de un legendario guerrero saiyajin.
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Al parecer, el rey Jayalim ocultaba algo, el príncipe Vegeta estaba seguro de eso. Parecía tener prisa por regresarlo a su planeta lo antes posible, desviando su atención con lujos y extravagantes festines que lo aburrían.
Se suponía que su visita se limitaba a cuestiones diplomáticas, sin mayor intervención, más que participar en las negociaciones con los rebeldes, en lo que ya tenía experiencia. Solo que hasta el momento, no se había dado la oportunidad de tener comunicación con el grupo disiente. El príncipe sospechaba que el rey Jayalim saboteaba de alguna manera su intervención.
—Creí haber sido claro.
—No se ha podido establecer contacto con el líder, mis hombres están en eso —respondió el rey de Soria-tuk, encogiéndose de hombros para luego prestar su atención al espectáculo de pelea con dagas frente a ellos.
Trunks entrecerró la mirada, pronto sabría qué tramaba Jayalim, confiaba en la habilidad de sus hombres para descubrir el verdadero problema detrás de la rebelión. Por el momento no tenía otra opción que esperar y seguirle el juego a su anfitrión, con el fin de tenerlo confiado.
Al menos el espectáculo fue medianamente entretenido, los maestros del arte guerrera sorianos tenían un manejo bastante decente con las dagas, incluso un par terminaron sin algún miembro.
Durante las ovaciones hacia los participantes, un discreto pitido salió del comunicador de pulsera del príncipe saiyajin, atendiendo de inmediato el mensaje. Sonrió ampliamente al ver de qué trataba.
La cámara de gravedad personal del príncipe contaba con cámaras ocultas, que a la vez enviaban un mensaje al príncipe cuando alguien osaba entrar. Gracias a ese sistema, estaba al tanto de los entrenamientos de Pan.
Conocía de sobra el sentimiento que los invadía al entrenar, lo que sucedía en las mentes de los guerreros durante y después de las sesiones de combate, por lo que podía notar que Pan se reconciliaba con su naturaleza saiyajin. De lo contrario, pasaría todo el día en la biblioteca, tal y como solía hacerlo al principio, en cambio ahora, pasaba cada vez más tiempo en la cámara de gravedad, y se veía que lo disfrutaba.
Con la distancia y el tiempo de por medio, las ansias de derramar sangre se fueron disipando de a poco, dando paso a un plan más conveniente para él y para su reino.
Dejó sus pensamientos para después, debía finiquitar el asunto con la rebelión de Soria-tuk lo antes posible, no tenía intenciones de permanecer fuera de su planeta, más tiempo del planeado.
—Tengo entendido que en el sector noreste se encuentra la base principal de los rebeldes. Podríamos ir —sugirió el príncipe.
—El líder nunca visita esa base. No tiene caso que usted pierda su valioso tiempo con esos traidores.
—¿Y qué otra cosa estamos haciendo aquí?
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Seis robots destruidos en menos de veinte minutos, más de lo que acostumbraba en ese tiempo, tal vez debido a su enojo. Le irritaba estar en constante zozobra por culpa del terco de su amigo, a quien hasta ahora no lograba convencer de regresar a su planeta, tampoco le había querido decir el supuesto plan que tenía para liberarla.
Desde el punto de vista de Pan, su amigo se comportaba como un muchachito impulsivo y estúpido, tal cual ella cuando recién llegó al planeta Vejita con el príncipe.
De no haberse comportado como una chiquilla caprichosa el día de la ceremonia, podría mentirle a Anthon, decirle que ahora conocía al príncipe, que se daba cuenta de lo mucho que tenían en común y que le atraía. Lo que sería suficiente para hacerlo desistir, pero para su mala suerte, se había corrido el chisme de su papel durante el evento, lo que fortalecía la determinación de su querido amigo.
Un ataque de laser le rozó la frente, abriéndole una herida de tan solo un par de centímetros, los suficientes, para nublar la vista de su ojo izquierdo con su sangre.
—¡Maldición! —gruñó limpiándose con una mano, esparciendo la mancha roja por su frente y mejilla.
Liquidaría también a ese robot, lo destruiría al igual que los otros. Desquitaría su frustración de esa manera recién descubierta que, a pesar de asustarle, era la única que le daba paz por el momento, comenzando a entender a la raza de sus abuelos.
Le hubiese gustado tener un contrincante verdadero, pero en ese momento no se encontraban disponibles quienes a veces entrenaban con ella; Yassai, Bra, y en escasas ocasiones el rey, quien se tomaba la molestia, solo por el don que ella poseía.
Apenas había tomado la determinación de madurar, de dar vuelta a la hoja para reconsiderar sus opciones, de buscar la manera de beneficiar a los suyos, de tener una motivación para hacer más pasadero su destino.
«Tú no naciste para ser prisionera, tu naciste para ser libre».
—Eres un idiota — murmuró esquivando otro ataque, ignorando que un par de ojos azules la observaban a través de las cámaras ocultas.
«No quiero recurrir a tener que pedir ayuda».
Apagó el sistema de gravedad aumentada, encendiendo el de mantenimiento y limpieza automatizados. Después de la comida pensaba seguir a Anthon, necesitaba averiguar dónde vivía. Ya estaba cansada de hablar con él en el taller, disimulando siempre. Debía enfrentarlo a solas, sin testigos.
Salió con pasos firmes, saludando con amabilidad a los guardias que siempre vigilaban en los mismos puntos, encontrándose con su tío Raditz a medio camino, en lo que obviamente no era una coincidencia.
—Tenía que verlo con mis propios ojos para creerlo —le reverenció después de hablarle.
—No hagas eso, por favor.
—Es el protocolo, eres la futura monarca.
—Entonces te ordeno que no lo hagas —blanqueó los ojos antes de continuar—, cuando estemos a solas.
—Entendido, su alteza —respondió el soldado medio sonriendo—. Veo que ha heredado el carácter mandón de la mujer de Kakaroto.
—Tampoco me hables de usted, eres mi tío —reclamó en una especie de mohín infantil. Le agradaba volver a ver al hermano mayor de su abuelo, al que no veía desde hacía algunos años, debido a las misiones que le encomendaban.
—Tendré unos días libres, me gustaría ver esa transformación de la que tanto hablan mi padre y Kakaroto. ¿Estaría su alteza disponible después de la hora de la comida?
—Ehh… —«Maldición, Anthon».
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El sensor contaba casi cuatrocientas flexiones cuando el príncipe tuvo que detener sus ejercicios.
—¡Maldición!
Como lo sospechaba, el tapete de gravedad aumentada que su madre le había regalado hace años, falló de pronto. Tenía días con parpadeos en la pantalla táctil, indicándole un error interno. Él no tenía idea de cómo repararlo y estaba seguro de que su madre se negaría a hacerlo, tomando en cuenta que continuaba más que furiosa por su comportamiento con la híbrida.
Faltaban varias semanas para su llegada, lo que significaba permanecer encerrado sin actividad física, al menos no una apropiada para su condición.
Tenía la sensación de haber perdido el tiempo en ese viaje, aunque su tío Tarble opinaba lo contrario, ya que sin su intervención, probablemente hubiesen tardado más tiempo en descubrir que el hermano del rey Jayalim, usurpaba el lugar del verdadero monarca, al que mantuvo oculto en un calabozo junto con sus descendientes, a los que pensaba eliminar una vez que consiguiese tener el control absoluto del pueblo, pues algunos fieles a su hermano se habían encargado de sembrar la duda, en una raza donde existían muy pocas diferencias físicas entre individuos de una misma rama familiar.
Tarble también opinaba que la distancia podría beneficiarle en su relación con Pan, ayudándole a calmar su temperamento, pensar mejor las cosas y actuar con la cabeza fría. En lo que estaba de acuerdo con su tío, pues en todo ese tiempo se había dado a la tarea de meditar sobre lo acontecido.
Se avergonzaba de sus acciones tan primitivas, de haberse visto expuesto y juzgado. Estaba consciente de que retrasar la ceremonia siempre fue la mejor opción, de no ser por su enorme orgullo que lo arruinó todo.
Un pitido le alertó que tenía un mensaje. Guardó el tapete averiado en su caja y encendió su tableta desplegable, leyendo con impaciencia el informe que Bardok le enviaba con carácter urgente.
—Pan, no podrás rechazar esta oferta —murmuró cerrando la tableta.
Quería responder de inmediato, sin embargo, decidió esperar, pensaría bien su estrategia antes de actuar.
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Protegida por la penumbra, Pan siguió desde los techos al terrícola, quien finalmente entró al pequeño departamento que habitaba.
Se quedó quieta, vigilando que nadie pudiese notar su presencia. Una vez segura de tener el campo libre, se aproximó a tocar el timbre, colándose al interior al momento de abrirse la puerta, cerrándola de nuevo detrás de su espalda.
—¡Pan!
—Baja la voz, nadie debe saber que estoy aquí.
—¿Cómo supiste? —preguntó bajando la voz.
—Tengo mis habilidades —respondió levantando las cejas, en una mueca típica de la Pan que Anthon recordaba antes de dejar la Tierra—. Traje algo para compartir —abrió la bolsa que colgaba de su hombro, sacando una botella de vino que robó de la barra personal del príncipe. Conocía esa marca de vino, el favorito de su padre por su suave sabor. Parecía gustarle también al ególatra heredero.
—Debo trabajar temprano —se rehusó Anthon. La presencia de Pan arruinaba sus planes de continuar con su proyecto, tampoco podía confesarle lo que planeaba. Ella no estaría de acuerdo y podría incluso sabotearlo.
—Mi visita será breve, no quiero levantar sospechas —movió la silla donde Anthon guardaba la cápsula de su armadura, deteniendo el corazón del joven por un par de segundos, luego se sentó en ella, comenzando a abrir la botella—. ¿Tienes copas?
—Vasos —respondió aliviado—. ¿Te vigilan todo el tiempo?
—No creo, aun cuando a veces me siento observada. Creo que es por el chip que llevo dentro. Supuestamente, puedo andar por todo el planeta libremente.
—¿Cuál chip?
—Uno para ser rastreada en caso de volver a escapar.
—¿Qué?
—Así que es inútil que intente salir del planeta, se darían cuenta de inmediato.
—¿Qué pasaría si muere el imbécil del príncipe? —siseó el joven.
—¿Acaso piensas matarlo? Ni siquiera podría hacerlo yo —sacó el corcho con una sonrisa traviesa, como cuando a los doce años, movida por la curiosidad, llegaba robarle uno que otro trago a la botella de su padre.
—El imperio saiyajin tiene muchos enemigos —opinó Anthon.
—Y aliados, incluyendo a la patrulla galáctica.
—Pan, deja esa mierda. Te conozco.
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Las semanas transcurrían y el tiempo se le agotaba a la joven híbrida, que hasta el momento no lograba convencer a su amigo de marcharse. La presión no le había permitido disfrutar de los entrenamientos con su tío Raditz y su abuelo Kakaroto, quienes atribuían su ansiedad a la preparación tan asfixiante que llevaban a cabo los herederos.
Sospechaba que Anthon no contaba con ningún plan para liberarla, que solo utilizaba ese argumento para tranquilizarla. Posiblemente pensaba eliminar el rastreador de cualquier nave y convencerla de huir; plan estúpidamente infantil, teniendo en cuenta que ella sí podía ser rastreada.
A pesar de las circunstancias, le alegraba verlo, charlar con él, intercambiar información de temas que a ambos les apasionaba y visitarlo a hurtadillas. Eso último le había agregado emoción a la mecánica y controlada vida que llevaba; algo que el príncipe no podía dominar, mientras lo mantuviese oculto como hasta ahora.
Era como si la parte rebelde de Pan se asomara, negándose a morir en su interior.
En el fondo, disfrutaba de disfrazarse y escabullirse por la ventana, burlando a los guardias gracias a su habilidad para ocultar su energía. La hacía sentir viva, a la vez que moría de solo pensar en las consecuencias en caso ser descubierta. Por eso, tenía decidido que Anthon debía marcharse antes de la llegada del heredero, para lo que faltaban algunas semanas, posiblemente un par de meses, tal vez un poco más.
—Ya… dime qué tengo que hacer para poder dormir en paz.
—¿Qué te hace creer que dormirás en paz cuando me marche? —bebió un poco del vino, acostumbrándose al ardor en su garganta—. Él regresará y te obligará a cumplir con tus obligaciones.
—Es atractivo —respondió Pan entrecerrando la mirada, evitando hacer cualquier mueca que la delatara. Odiaba escupir semejante aseveración.
—¿En verdad crees que voy a caer en eso? No te creo. No te queda mentir.
—Sabes bien que no miento, todo el mundo opina eso —giró el rostro para no mirarlo a los ojos. Anthon la conocía lo suficiente y ella lo sabía, por eso le estaba costando trabajo convencerlo de que estaba conforme con su situación.
—¡Tu serías incapaz de encontrar atractivo a quien te violó! —se le escapó de la impotencia—. Lo siento, escuché cuando Gohan se lo dijo a mi madre.
—Eso fue hace más de dos años. Ahora sé que fue un mal entendido —le avergonzaba tocar ese tema tan privado, detestaba que todo mundo lo supiera, la hacía sentir pequeña y vulnerable—. Te prohíbo volver a mencionarlo.
El joven se mordió la lengua, se había propuesto no mencionarlo, pero la actitud de Pan lo hizo vomitarlo de improvisto. Entendía que para ella fuese un tema delicado, por eso mismo no le creía cuando le daba las supuestas razones por las que deseaba continuar unida al príncipe, a pesar de su conducta durante la ceremonia, para la que Pan se excusaba con el pretexto de que ese día había discutido con el príncipe por culpa de lo que debía vestir esa noche, excusa imposible de creer para él.
—¿Pensarías lo mismo si digo que también tú eres atractivo? —preguntó Pan cambiando su estrategia, para la que no tenía que mentir, pues su amigo no le parecía mal tipo, tampoco significaba que se sintiera particularmente atraía hacia él.
Anthon tragó saliva ruidosamente, la pregunta de Pan lo había tomado desprevenido de tal manera, que solo atinó a balbucear: —¿De verdad lo crees?
«Le gusto», comprendió Pan.
No esperaba tal revelación, pues creía que él también la veía como a una hermana, a una que debía proteger.
—Me tengo que ir —se levantó de pronto. No sabía cómo reaccionar ante esas situaciones—. Lo siento, después te aviso cuándo puedo regresar.
Automáticamente se dirigió hacia su amigo para despedirse como siempre
—Cuídate —le abrazó Anthon, depositándole un beso en la mejilla como acostumbraba.
La incómoda situación le trajo cuestionamientos a la joven, que no se había formulado hasta ese momento.
Regresó pensativa y un tanto distraída. Un simple beso en la mejilla bastaba para hacerla sonrojar, y no precisamente porque le atrajera el muchacho, sino porque ahora tenía la certeza de que él la veía como mujer. En parte le alagaba, pues consideraba a Anthon como un buen chico. Después de todo, ella era solo una adolescente a la que se le había arrebatado tanto, y quería de alguna manera, sentir que aún podía tomar las riendas de su vida, tomar sus propias decisiones.
Recordó las ocasiones en las que el príncipe pareció querer besarla, experiencia que hasta el momento no lograba arrebatarle. ¿Cuánto tiempo pasaría para que eso llegase a suceder?
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Faltaban unos cuantos días para el arribo del príncipe, tal vez cinco o siete. No se podía tener certeza en distancias tan grandes, mucho menos cuando debían atravesar o rodear un amplio cinturón de restos de lo que alguna vez fue un planeta, destruido por Freezer como muchos otros.
Rodeó uno de los jardines exteriores, burlando las cámaras que tenía bien ubicadas, gracias a una conversación con Yassai, en la que hablaron sobre la seguridad del palacio en un planeta lleno de seres con la habilidad de volar y manipular la energía de su cuerpo.
Pan sabía que no era necesario tomar todas esas precauciones para salir del palacio, podía vagar por donde quisiese, siempre y cuando no intentara abandonar el planeta. No obstante, prefería tomar sus precauciones para visitar a su amigo de la infancia.
—Hoy vienes temprano —susurró Anthon al abrirle la puerta.
—Me desocupé antes —entró con prisa como siempre—. ¿Alguna novedad de tu grandioso trabajo?
Anthon negó con la cabeza, su amiga lo conocía al igual que él a ella. Le estaba costando mucho trabajo convencerla de que sus planes habían cambiado, al menos evolucionado, que sí pretendía marcharse, pero una vez que lograra alcanzar el nivel de técnico, ya que con ese reconocimiento tendría más oportunidades de ser aceptado en el centro de estudios más riguroso del cuadrante.
—Me dieron permiso de traer unos robots viejos que iban a desechar. Ellos creen que me gusta coleccionar chatarra —respondió señalando el par de pequeñas máquinas viejas.
—¿Piensas crear un ejército de cafeteras? —tomó uno de los robots que antes solía servir para soldar grandes piezas de naves.
—No es mala idea. El café es una de las importaciones favoritas de los saiyajines.
—No entiendo tu necedad de coleccionar cacharros. No creo que te ayuden a aprender más de lo que aprendes en el taller —dejó el robot en su lugar, retornando la mirada al joven de cabello negro—. ¿Acaso tiene algo que ver con esa obsesión de querer ser como tu padre?
—Lo tengo en la sangre, también me gusta la robótica —respondió el joven de lo más natural. Pan no debía saber su secreto, el que cada vez le costaba más trabajo ocultar y trabajar en él, debido a las espontáneas visitas que su amiga, de las cuales disfrutaba sin duda, como en los viejos tiempos, cuando ambos vivían en la Tierra y merodeaban en el laboratorio del padre de éste.
La vio acercarse más de lo usual, hasta quedar a solo un paso de distancia. Su mirada había cambiado en esos dos años, ya no era más una niña, al igual que él, con la diferencia de que ella poseía experiencias que él prefería evitar indagar, no por celos, sino por respeto.
Nunca le había visto el cabello colgar por debajo de los hombros, de hecho, no le había visto el cabello suelto en las anteriores visitas, siempre llevaba un chongo anudado, algo despeinado por su rutina diaria de entrenamientos, que a él le parecía una pérdida de tiempo.
—Son unos salvajes, de nuevo te golpearon —apuntó a la mejilla izquierda de Pan.
—Fue mi culpa, Bra me lo advirtió —sonrió levemente—. Fue divertido —agregó a sabiendas de que Anthon no entendería su naciente gusto por el arte del combate. Además, tenía otros planes y no pretendía comenzar una nueva discusión.
—Creo que… —Anthon tragó saliva. No pudo terminar su frase, debido a que Pan se lo impidió besándolo de pronto.
Al principio, se quedó estático por unos segundos, hasta que logró reaccionar, abrazándola para corresponderle con timidez.
La inexperiencia de ambos se podía palpar en el ambiente, no obstante, eso no fue motivo para detenerse, al contrario, la intensidad del beso ascendió, aventurándose a explorar más de la boca del otro, hasta que la falta de aire los obligó a separarse, quedando sonrojados y con cara de travesura.
—Fue, interesante —comentó Pan, ajena al torbellino de emociones que invadían al joven terrícola.
—¿Interesante? —«Fue mágico», se mordió la lengua para no decirlo en voz alta. Le costaba trabajo confesar sus sentimientos, aun con lo recién sucedido.
Pan se alejó un paso, rompiendo el abrazo de manera abrupta. Sentía la necesidad de expresar sus razones para evitar malos entendidos: —Quería saber qué se sentía —dijo de manera escueta, sin nada de romanticismo en sus palabras o gestos, lo que decepcionó un poco al joven, quien esperaba una declaración de amor, al menos un; me gustas.
—¿Conmigo? —preguntó esperanzado.
—Besar, quería saber qué se siente besar. ¿No te daba curiosidad?
—Supongo que los besos robados del aprovechado no te dejaron buen sabor de boca —dijo Anthon, con la esperanza de que con él hubiese sido diferente.
Pan negó con la cabeza, apoyando los brazos sobre los hombros de su amigo. —Nunca me ha besado, y no quería que fuese el primero en hacerlo. ¿Podría? —se acercó de nuevo con algo de inseguridad, a lo que Anthon reaccionó retrocediendo.
—¿Cómo…?
—No he querido besarlo. Pero si te incomoda, entonces me disculpo —quiso girarse para regresar a su silla preferida del departamento del joven.
—¡Pan! —la abrazó de nuevo—. No me incomoda ser tu elección.
Reanudó el beso con mayor seguridad, grabando cada sensación en su memoria.
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El viento soplaba furioso sobre la capital saiyajin, anunciando una tormenta que se aproximaba con prisa, arrojando gruesas gotas de agua, que no tardaron en empapar todo lo que tocaban.
La princesa se movió con agilidad estudiada, saltando entre las torres que se erguían al lado de las habitaciones personales del heredero. Anochecía y debía estar a tiempo, su padre no tardaría en desocuparse de su nuevo trabajo y quería saber cómo lo había pasado.
—Debe ser algo comprometedor, como para tomarse la molestia de ocultar tu energía —escuchó la voz de Yassai al ingresar a su alcoba.
—Salí a pasear —se excusó Pan, retirándose la capucha junto con la capa empapada.
—Nadie te prohíbe dar un paseo —dijo Bra desde el escritorio.
—¿También tengo derecho a entrar a habitaciones ajenas como ustedes?
—¿Cómo se llama? —preguntó Yassai, olfateando sobre el hombro derecho de Pan a modo de broma, seguida por una risa traviesa de su prima menor.
—Sabemos tu secreto —murmuró Bra, con una sonrisa de medio lado.
—Se llama Anthon… y no es lo que piensan, es como un hermano para mí.
—¡¿De qué rayos hablas?! —preguntó extraña Yassai.
—Ella no bromea —respondió Bra cambiando su expresión.
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El cielo lucía despejado desde el exterior, sin rastro alguno de la tormenta que arrasó esa parte del hemisferio pocos días atrás.
Aspiró hondo al sentir la vibración que se daba al entrar a la atmósfera de su planeta. Se encontraba ansioso, en parte, porque debía convivir con la temperamental de su madre una vez que pisara el palacio, y también porque temía ser la burla del pueblo. No olvidaba el bochorno vivido la noche antes de partir.
—Lo primero que haré, será comer lo que sea que mi madre haya preparado —escuchó a Goten decir con entusiasmo—. ¿Extrañas algún platillo en particular?
—La carne de cedrum asado —en ningún otro lugar la cocinan igual —respondió el príncipe sin ánimos, justo antes de escuchar apagarse los motores de la nave.
La mayoría de la familia del príncipe se encontraba presente, a excepción de su madre y su mujer, lo cual no le extrañó, ni demostró que en cierta medida le afectaba. Más que nada por el mensaje que eso daba al resto de la élite presente.
—Espero que tengas hambre, hemos preparado un banquete de bienvenida —le dijo su tío Tarble una vez que lo tuvo de frente, sin abrazos, ni cualquier otra muestra de afecto. En la cultura saiyajin sobraban ese tipo de demostraciones, los guerreros se limitaban a asentir con la cabeza al saludar, a menos que fuese para cumplir con algún formalismo.
—Al comedor —ordenó el rey girando sobre sus talones, siendo seguido inmediatamente por su familia y los miembros de la corte que los acompañarían. Durante el trayecto charlaron sobre trivialidades del viaje, mientras que a la vez, el príncipe buscaba la energía de Pan, detectándola unos pisos abajo.
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La joven princesa tenía pleno conocimiento del arribo del heredero, sabía del banquete y que la corte lo tendría ocupado por algunas horas, alabándolo como de costumbre.
El algún momento de ese día tendría que enfrentarlo, pero por el momento, prefería evitar pensar en eso, enfocándose en su lectura. El libro elegido para entretenerla estaba cumpliendo cabalmente su objetivo, sumergiéndola por completo en sus historias.
Dio vuelta a la página, siguiendo con su dedo índice el párrafo en idioma saiyajin, el que leía casi en un susurro: —En lo alto de las montañas de Aknesh, el viento soplaba con violencia, impidiendo caminar totalmente erguido, incluso para un ozaru adulto…
—Las palmas de las manos se agrietaban al contacto con la tierra rojiza, agreste y abrasiva que dificultaba la misión de los elegidos… —escuchó detrás de ella en un perfecto acento saiyajin, estremeciéndose al instante.
El príncipe se tragó la risa, le agradaba haberla sorprendido con la guardia tan baja, que ni su energía había percibido. En gran parte porque él mismo la mantuvo baja desde que llegó
—Has elegido un excelente libro para leer —le comentó, sentándose del otro lado de la mesa, desviando la visita hacia el tomo, evitando los ojos negros de la joven. No era lo mismo verlos observándole directamente, que a través de una pantalla.
—Tu pronunciación es fatal —opinó con un tono suave—. ¿Sabías que ese tomo es el resumen de un texto que se escribió en el planeta Sadala?
Pan negó con la cabeza, tratando de descifrar las intenciones del hombre frente a ella. A diferencia de otras ocasiones, no le pareció que la miraba con burla, sino como en la época cuando comenzó a entrenarla, hace casi tres años, cuando descubrió que ella podía transformarse.
—Ven —dijo Trunks levantándose—. Voy a mostrarte el texto original.
Indecisa, Pan cerro el libro con lentitud. No confiaba en el príncipe, pero a la vez, era consciente de que él no necesitaba de tretas para atormentarla. Además, después de meses en contacto a distancia, él no le había recordado su comportamiento en la ceremonia ni vuelto a reclamar recientemente. Por otro lado, le daba curiosidad averiguar si era cierto, aquello que él decía.
—No lo he visto en las colecciones especiales —respondió Pan.
—Porque los textos sagrados están resguardados en una bóveda especial, a la que solo unos cuantos tenemos acceso.
—¿Cómo es posible que tengan libros de un planeta que ya no existe? —preguntó a la defensiva, mostrándose desconfiada.
—Los que escaparon de Sadala no lo hicieron desnudos. Cargaron consigo los objetos más valiosos que pudieron salvar. Ven —le indicó con la mano un pasillo corto, con altos libreros a los lados, repletos de gruesos tomos de historia de los diversos mundos que los rodeaban.
Guardando una distancia prudente, Pan le siguió intrigada. Pronto llegaron a una bóveda de seguridad de la que Pan ignoraba su existencia. Por dentro, asemejaba una cueva de piedra caliza de color rojizo, con algunos caracteres grabados en la superficie, tal y como se contaba que en la antigüedad decoraban sus cuevas los primeros guerreros, con historias gráficas de sus batallas, inmortalizado el momento para las futuras generaciones.
Una serie de tenues luces permitían la visibilidad, en ese espacio completamente libre de ventanas, brindando la luz necesaria para el ojo saiyajin.
—Ven —le indicó por segunda vez en ese día a la joven—, es aquel.
Se acercó a un cubo color carbón, como la mayoría de los muebles del lugar, color de uno de los materiales más emblemáticos de su planeta de origen, del que apenas habían logrado rescatar algunas cuantas rocas, las cuales poseían un valor incalculable.
El príncipe presionó con la palma de su mano la superficie plana superior del cubo, iluminándose al detectar su huella, seguido por un leve zumbido al abrirse y revelar su interior.
Pan se acercó con entusiasmo, iluminando su rostro al ver que en efecto se trataba de un texto antiguo. Quiso tocarlo de inmediato, tal cual lo haría un niño al que le abren la vitrina de sus golosinas favoritas.
—No —le sujetó la mano por la muñeca, toque al que Pan reaccionó retrocediendo con temor.
—No podemos tocarlos con nuestras manos —abrió un cajón del que sacó dos pares de guantes impolutamente blancos. Le ofreció un par a la híbrida, colocándole él los suyos—. Este texto tiene más de quinientos años de nuestro sistema solar, data de una era anterior a la del primer rey Vegeta se hizo al trono.
—¿Qué material es? —preguntó Pan, acercándose con más confianza.
—De cuero. Durante años se dijo que estaba hecho de piel de guerreros caídos, pero según los análisis que se le hicieron hace años, se llegó a la conclusión que es piel de algún animal que se extinguió cuando el planeta Sadala fue destruido.
—Ohh —quiso tocarlo con sus manos enguantadas, pero antes giró la vista hacia el príncipe, esperando su autorización.
—Adelante, con cuidado —la animó a continuar.
Las manos le temblaban de la emoción, jamás había tenido el placer de hojear una parte de la historia, escrita en primera mano, por los protagonistas de dichos acontecimientos.
De pronto se olvidó que el dueño de sus pesadillas se encontraba justo a su derecha, observando divertido cómo ella se perdía entre los bellos caracteres escritos a mano, y el olor a viejo que despedía el libro, aroma que curiosamente encontraba por demás agradable.
Ojeó con sumo cuidado, apreciando cada línea trazada, cada curva, cada fragmento plasmado por el antepasado de cualquiera vivo en ese momento.
—¿Te gustaría volver a regresar? Hay más textos, incluso algunos más antiguos, de los cuales solo quedan fragmentos.
—Sí, quiero verlos todos —respondió sin pensar, dejando de lado cualquier sentimiento negativo hacia el heredero. Si quería tener acceso a ese lugar, debía pensar con la cabeza fría.
—Espera un momento —dijo el príncipe.
Salió por unos instantes, regresando con un dispositivo digital, en el que le pidió a la princesa colocar su mano para capturar su huella, a lo que Pan accedió sin titubear.
—Ya está, con tu huella, tal cual me viste hacerlo, podrás venir y tener acceso a todo lo que vez aquí. Solo una condición, —la vio arrugar el ceño, imaginando que la cabeza de la joven comenzaba a torces sus intenciones, a lo que se adelantó para aclarar—. Debes tener en cuenta que son piezas dedicadas, por lo cual debes, sin excepción, utilizar los guantes que tenemos aquí. También debes leer las instrucciones que cada texto tiene en la cubierta de su caja. Es para que se preserven más siglos, sé que lo entiendes.
—¿Por qué hace esto?
—Todo saiyajin merece saber su origen, y tú has estado privada de eso toda tu vida —se alejó unos pasos—. Debo retirarme a la sala del consejo, te dejo a solas, puedes moverlos a las mesas de estudio para leerlos cómodamente, tienen lámparas con luz que no los daña. Te veo después —salió sin decir más, con una ligera sonrisa en los labios.
El reencuentro no fue lo que había esperado, en absolutamente nada. Probablemente el príncipe trataba de mostrar un lado amable por alguna mezquina razón, se le revolvían los intestinos de solo pensarlo.
«Saca provecho de tu inteligencia, tienes el temple para actuar con la cabeza fría», le había aconsejado el rey unos pocos días atrás, cuando él mismo presenció uno de los combates de entrenamiento entre las princesas.
Nunca le agradó el tipo de personas ventajosas que suelen mentir para lograr favores, tampoco aquellos que alababan con el mismo fin. ¿Dónde quedaba ella si manipulaba su suerte para lograr beneficios? No quería ser ese tipo de persona.
«¿Qué es lo que buscas?», le preguntó el monarca aquella vez.
«Una vida tranquila y paz mental para mis padres y para mí», respondió la joven con la barbilla en alto.
«Eso, es lo más difícil de conseguir en esta vida de mierda. Aun así, no es imposible, pero necesitas dejar de lado algunos escrúpulos si quieres lograrlo».
Las palabras del rey tenían todo el sentido, tomando en cuenta que no había logrado nada al revelarse ante una injusticia. El rey tenía toda la razón al decir que era una vida de mierda.
El ambiente de la bóveda la hizo sentir que se encontraba en una cueva antigua, donde apenas podían resguardarse de los peligros exteriores. Nada había cambiado desde entonces, solo la fachada de la cueva. El exterior continuaba siendo agreste para cualquier criatura, sin importar su naturaleza, fuese o no guerrero, siempre se debía luchar para sobrevivir. No tenía claro las armas que tomaría, de lo que sí estaba segura, era de que no tomaría la misma actitud de meses atrás. Nunca antes se había sentido tan saiyajin.
Fin del capítulo.
Aquí estoy de nuevo con otro capítulo. Me he dado prisa este mes, espero avanzar con rapidez, pero la vida se opone a eso.
El príncipe ha llegado y Pan lo ha engañado, aunque solo han sido mustios besos con Anthon.
Comienza una nueva etapa en donde ambos pondrán a prueba lo aprendido, evitando caer en los mismos errores, pero, faltan muchas cosas por pasar.
Seré honesta; he resumido lo que tenía planeado en esta ocasión, tal vez se nota en los saltos de tiempo tal bruscos. Pero era material que no aportaba mucho, más bien paja de cosas que sucedían en el día a día de Pan en el planeta. También he tenido problemas visuales desde que escribo y debo tomarme un descanso, lo que también incluye ir al grano y no dar tantos rodeos para no afectar tanto mi vista, a la vez que no los mareo con vueltas en círculos.
¿Qué opinan de este nuevo personaje? ¿Cómo les ha caído?
Muchas gracias por continuar hasta aquí, y mil disculpas si es que se me escaparon faltas de ortografía.
Nos leemos en el próximo capítulo.
